Читать книгу El enigma Moreno - Leonardo Killian - Страница 7
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Holmes encendió el tabaco en su pipa Calabash y se acomodó en el sillón junto al fuego mientras desplegaba sobre la pequeña mesa las cartas que le habían llegado esa mañana. La tediosa tarea de traducción de los originales en castellano la había hecho su buen amigo, el clérigo español José Muñoz de Sotomayor quien, convertido al protestantismo, hacía muchos años que se había refugiado en Londres.
Acostumbrado a bucear en las oscuridades del alma humana, Holmes no pudo dejar de estremecerse ante la lectura.
Mi querido y estimado dueño de mi corazón:
Me alegraré que lo pases bien y que al recibo de ésta estés ya en tu gran casa con comodidad y que Dios te dé acierto en tus empresas; tu hijo y toda tu familia quedan buenos pero yo con muchas fluctuaciones y el dolor en las costillas que no se me quita y cada vez va a más; estoy en cura, me asiste Argerich, se me aumentan mis males al verme sin vos y de pensar morirme sin verte y sin tu amable compañía; todo me entristece, las bromas de Micaela me enternecen porque tengo el corazón más para llorar que para reír, y así mi querido Moreno, si no te perjudicas procura venirte lo más pronto que puedas o si no hacerme llevar porque sin vos no puedo vivir, la casa me parece sin gente, no tengo gusto para nada de considerar que estés enfermo o triste sin tener tu mujer y tu hijo que te consuelen y participen de tus disgustos; ¿o quizás ya habrás encontrado alguna inglesa que ocupe mi lugar? No hagas eso, Moreno, cuando te tiente alguna inglesa acuérdate que tienes una mujer fiel a quien ofendes después de Dios.
... y así, mi querido Moreno, esta y no más, porque Saavedra y los pícaros como él son los que se aprovechan y no la patria, pues a mi parecer lo que vos y los demás patriotas trabajaron está perdido porque éstos no tratan sino de su interés particular, lo que concluyas con la comisión arrastraremos con nuestros huesos donde no se metan con nosotros y gozaremos de la tranquilidad que antes gozábamos, pero lo mejor será que me hagas llevar porque no puedo vivir sola, y Moreno el Santo temor de Dios te encargo como Da Rita la Biña.
Amado Moreno de mi corazón: me alegraré que lo pases bien en compañía de Manuel, nosotras quedamos buenas y nuestro Marianito un poco mejorado, gracias a Dios.
Te escribí con fecha de 10 o 11 de éste, pero con todo vuelvo a escribirte porque no tengo día más bien empleado que el día que paso escribiéndote y quisiera tener talento y expresiones para poderte decir cuánto siente mi corazón, ay, Moreno de mi vida, qué trabajo me cuesta el vivir sin vos, todo lo que hago me parece mal hecho, hasta ahora mis pocas salidas se reducen a lo de tu madre.
No he pagado visita ninguna, las gentes, la casa, todo me parece triste, no tengo gusto para nada, van a hacer tres meses que te fuiste pero ya me parecen tres años; estas cosas que acaban de suceder con los vocales, me es un puñal en el corazón, porque veo que cada día se asegura más Saavedra en el mando, y tu partido se tira a cortar de raíz, pero te queda el de Dios, pues obrando por la razón y con virtud no puede desampararnos Dios; no ceso de encomendarte para que te conserve en su Gracia y nos vuelva a unir cuanto antes porque ya vos me conoces que no soy gente sino estando a tu lado.
Sólo Dios sabe la impresión y pesadumbre tan grande que me ha causado tu separación porque aun cuando me prevenías que pudiera ofrecérsete algún viaje, me parecía que nunca había de llegar este caso; al principio me pareció sueño y ahora me parece la misma muerte y la hubiera sufrido gustosa con tal de que no te vayas...”
Mi querido Moreno de mi corazón: me alegraré que ésta te halle con perfecta salud, como mi amor lo desea. Pero con la pesadumbre de no saber de vos en cinco meses que se cumplen mañana. Ya te puedes hacer cargo cómo estaré sin saber de vos en tantos meses que cada uno me parece un año, cada día te extraño más. Todas las noches sueño con vos, ah, mi querido Moreno. Cuántas veces sueño que te tengo abrazado, pero luego me despierto y me hallo sola en mi triste cama, Dios me perdone por lo que voy a decirte, pero hay noches en que siento fiebre y entonces mis manos te buscan y sin poderlas detener se hunden entre mis piernas. Moreno de mi corazón, te ruego que perdones lo que te digo, pero tratando de ahogar los gemidos con una, me doy placer con la otra hasta el desmayo. En nuestra cama es donde más te extraño y al despertar la riego con mis lágrimas, de verme sola, y que no sólo no te tengo a mi lado, sino que no sé si te volveré a ver, y quién sabe si mientras esta ausencia no nos moriremos alguno de los dos, pero en caso de que llegue la hora sea a mí, Dios mío, y no a mi Moreno, pero Dios no lo permita que muramos sin volvernos a ver.
María Guadalupe Moreno
Holmes nunca involucraba sus sentimientos en los casos que debía resolver, pero la lectura de estas cartas lo conmovía. Lo hacía sentir un odio irracional por este hombre a la vez que se rendía de admiración por esa mujer apasionada.
Lo odiaba y lo envidiaba en partes iguales.
Por otra parte, se preguntaba cómo habría sido esa mujer tan admirable, de una pasión tan incendiaria; “tan española”, capaz de confesar lo que ninguna dama confiesa, pensó.
En eso cavilaba cuando el sueño lo venció.