Читать книгу Mingar la paz - Leopoldo Alberto Múnera Ruiz - Страница 10
ОглавлениеMiguel Arroyo*
Introducción
La investigación acerca de lo cotidiano se inscribe en una tendencia nueva en la historiografía, por medio de la cual se busca entender aquellos aspectos que ejercen cierto poder sobre las condiciones sociales y el modo en que se articulan con la economía, la política y los sentidos de sociabilidad en un territorio. Este tipo de análisis en la esfera micro permite acercarnos a aquellos universos de la
vida cotidiana y comprender desde allí ámbitos propios de la formación de la cultura y organización social de los grupos humanos. Siguiendo a Bourdieu, lo cotidiano es considerado como:
[…] el producto de la relación dialéctica entre la acción y la estructura […] El análisis de las estructuras objetivas, en diferentes campos, es inseparable del análisis del génesis, en los individuos biológicos, de las estructuras mentales que son, hasta cierto punto, el producto de la incorporación de las estructuras sociales. (Bourdieu, 1988, p. 60)
La perspectiva de Bourdieu es pertinente en lo que respecta a este trabajo porque, de cierta manera, pone fin a los debates teóricos sobre qué es y desde dónde se debe estudiar la vida cotidiana.
Este capítulo pretende dar a conocer los hallazgos obtenidos en el estudio de la vida cotidiana en el Real de Minas de Yurumanguí durante la segunda mitad del siglo XVIII1 para esbozar, a partir de un estudio de caso, los patrones de movilidad, las relaciones sociales y las condiciones de vida que allí ocurrían, pues este permite entender elementos como la cohesión social, los intereses particulares y las resistencias que se dieron en las minas. Esto teniendo en cuenta que la fuerte presencia africana en la región pacífica de lo que actualmente se conoce como Colombia tuvo una significativa influencia en la economía, al configurar una dinámica de trabajo minero con intensa participación de hombres y mujeres esclavos durante el periodo colonial.
En este trabajo, cuando se habla de lo cotidiano, se hace referencia a sucesos diarios, habituales y frecuentes. Siguiendo a Agnes Heller, lo cotidiano es:
[…] un conjunto de actividades que caracterizan la reproducción de los hombres particulares, los cuales, a su vez, crean la posibilidad de la reproducción social; por consiguiente, en toda sociedad hay una vida cotidiana y todo hombre, sea cual sea su lugar ocupado en la división social del trabajo, tiene una vida cotidiana. Sin embargo, esto no quiere decir de ningún modo que el contenido y la estructura de la vida cotidiana sean idénticos en toda la sociedad y para toda persona. (Heller, 1972, pp. 9-14)
Ahora bien, el acontecer cotidiano está mediado por instituciones que tienen el carácter de una estructura particular, jerárquica y autónoma. Los procesos de cambio de estructuras sociales, en la dimensión de la experiencia, se establecen a partir de la manera como se vive dentro de estas estructuras, lo que conduce a la formación de prácticas culturales concretas. Por prácticas culturales se entienden los hábitos entre individuos o grupos de personas. Según Michel de Certeau, las prácticas culturales son:
[…] un conjunto más o menos coherente y fluido de elementos cotidianos concretos, tales como despertarse, preparar la comida. De otra forma, compendios ideológicos (políticos, religiosos) a la vez dados por una tradición de cierto grupo social y puestos al día mediante comportamientos que se traducen en una visibilidad social. (Certeau, 1999, p. 7)
En el Real de Minas de Yurumanguí convivían, dentro de esta organización jerárquica, el administrador, que tenía una relación directa con el dueño de la mina, el capataz —un esclavo a cargo del trabajo—, los esclavos encargados de la extracción del mineral y, por último, la chusma constituida por las mujeres, los viejos y los niños que realizaban otros oficios. A esta estructura se le conoce con el nombre de cuadrillas, término acuñado por la organización esclavista europea anterior al siglo XVI.
Con base en este entramado teórico, este capítulo se va a desarrollar en tres partes. Primero, se aborda el contexto de los Reales de Minas, sus aspectos geográficos y las características de la población de Yurumanguí. Después, se tratarán diferentes aspectos de la vida cotidiana, como son la cultura material, la salud corporal y espiritual, así como la organización del trabajo y la familia, entre otros. Finalmente, se relacionan las conclusiones del estudio.
Contexto de los Reales de Minas de Yurumanguí y Juntas de la Soledad
Aspectos geográficos y ubicación de la región
En el siglo XVIII, Yurumanguí y Juntas de la Soledad pertenecieron a la Gobernación de Popayán. Su principal centro poblado era San Antonio de Yurumanguí, situado a orillas del río homónimo. Hoy se encuentra en los límites de los actuales departamentos del Cauca y Valle del Cauca, entre el litoral del océano Pacífico y la Cordillera Occidental, en un valle cenagoso, rodeado de colinas no muy altas con una gran cantidad de recursos hídricos, apropiados para la minería y la pesca.
En los ríos que se forman cuando se lavan estas colinas para desembocar en el mar, hay grandes cantidades de mangles y cultivos. Desde la Colonia hasta la actualidad, estos territorios siguen presentando grandes dificultades para su acceso y, por ende, para el desarrollo de la vida cotidiana. Una de las grandes complicaciones en la región es el clima, las altas temperaturas, el aire húmedo y bochornoso, así como las abundantes lluvias. Por esta razón, sus habitantes se vieron en la necesidad de sembrar su propio alimento y tener animales para subsistir, lo que generó una economía básica autosostenible, si bien continuaron recibiendo envíos de algunas provisiones y pertrechos desde Popayán.
Población del Real de Minas de Yurumanguí y Juntas de la Soledad
El censo del Real de Minas de Yurumanguí y Juntas de la Soledad, con fecha del 24 de junio de 1755, elaborado por don Toribio García Serrano, revela que había en total 131 negros organizados en 31 grupos familiares, de los cuales se contaban 75 hombres y 56 mujeres. Las familias no eran extensas, por lo general estaban conformadas por padre, madre y entre uno y tres hijos, con excepción de las familias de Gabriel Arará, Juan Criollo y Nicolás Congo, que tenían entre cuatro y cinco hijos, respectivamente. Los hijos en total eran 58, además, se encontraban once negros sin familia. Los apellidos más comunes eran: Congo, Mina, Criollo, Arará, Mulato, pero también había Neiva, Brocato, Mali, Herrero, Corazón Duro, Loango, Fara, Chamba, Mauyala, Yengueré, los cuales estaban sin familia.
Los apellidos de algunos de los esclavos del Real de Minas de Yurumanguí provenían de diferentes regiones de África. Fueron comprados por don Pedro Agustín de Valencia en Cartagena de Indias y llevados a la mina. Los 131 negros que había en total se comportaban como una comunidad cerrada, eran comunes los matrimonios endogámicos, con familias definidas y estables, lo que denota una organización y una logística por parte del sistema esclavista para mantener sujetos a los esclavos. Así, por ejemplo, a los padres jóvenes les era mucho más difícil darse a la fuga solos al monte, ya que tenían raíces en el Real de Minas; los padres preferían pedir la libertad de su descendencia. En una carta fechada en el Raposo el 6 de octubre de 1741 y escrita por Francisco de Montoya y Cortés a Pedro Agustín de Valencia se relata lo siguiente: “Más a este tiempo subió un negro con una mulatilla pequeña y delante de todos me dijo le obligase al minero le diere libertad, porque era su hija” (Fondo Arroyo, Yurumanguí tomo II, signatura 25, folio 73V).
Minería y vida cotidiana en el siglo XVIII
Para el siglo XVIII, la economía de la Nueva Granada era impensable sin el concurso de los negros. Sobre sus hombros reposó el desarrollo de la minería, la agricultura, la ganadería, la artesanía, el comercio, el trabajo doméstico y la extracción de perlas en el Caribe y en el Pacífico. La cuadrilla se constituyó en un elemento necesario, en la medida en que la extracción de minerales, la roza y la ganadería se conformaron como las principales actividades económicas de la Nueva Granada. Este sistema de cuadrillas de esclavos ya se venía utilizando en Europa antes del siglo xv y había sido muy efectivo en cuanto a los beneficios que proporcionaba. En muchos sentidos, la cuadrilla tiene una historia individual, como la identificación con un propietario o con una cadena de propietarios de la misma familia, con una empresa y muchas veces con un lugar determinado. En esta organización de trabajo esclavista se modelaban las unidades en forma compacta y especializada por oficios. En su interior, cada cuadrilla mostraba una evidente endogamia, es decir, el matrimonio se contraía entre miembros de una misma clase social a causa de aislamiento o rechazo a la incorporación de miembros ajenos a un grupo en particular (Colmenares, 1979, pp. 84-89). La vida familiar se daba dentro de un ambiente comunitario en el que estaban repartidas las tareas entre el capitán de la cuadrilla y los que se dedicaban a otros oficios, como negros esclavos mineros, herreros, parteras, curanderos, comerciantes, contrabandistas, blancos pobres e indios, entre otros.
Las cuadrillas mineras llegaron a tener un número de entre cincuenta y doscientos esclavos. En ellas, se hallaba tanto gente “útil” como la “chusma” 2. Entre la “chusma” se encontraban las mujeres, que eran excelentes nadadoras y lavadoras de oro en las minas de aluvión, las ancianas, quienes cocinaban alimentos y asistían a los enfermos, y también los ancianos y los niños, encargados de cultivar eras de yuca y plátano en los alrededores de la ranchería. Los hombres, por su parte, realizaban los trabajos considerados útiles: construían canalones y realizaban cortes con barras en la tierra. Lo cotidiano en un Real de Minas estaba regulado por la luz solar que, desde el alba hasta el ocaso, medía las tareas diarias.
Las rancherías eran conjuntos de chozas que se levantaban cerca de los ríos y servían de vivienda a la gente de la cuadrilla según su importancia. Tenían una capilla con campana y ranchos donde vivían los clérigos. Una choza era dedicada a la cocina, otra para las herramientas y la herrería, otra para guardar la sal y los alimentos y, en muchos casos, había un cepo para los esclavos remisos. Que se sepa, muy pocas rancherías tuvieron chozas para los enfermos.
Los asentamientos mineros —con sus ranchos, capilla y despensa— prefiguraron la vida urbana en los lugares selváticos y húmedos. La ranchería poseía un lugar cercano de sembradíos de maíz y yuca. Era un privilegio del propietario de la mina de oro la libre explotación maderera en los bosques cercanos, siendo la madera muy necesaria en estas zonas puesto que con ella se construía la ranchería, las presas, los acueductos y demás elementos útiles para la vida cotidiana. Generalmente, en las minas de aluvión existían grandes cantidades de bosques circundantes (Borja Gómez y Rodríguez Africano, 1996, p. 61). A finales del siglo XVIII, las viviendas de los mazamorreros se encontraban aisladas y dispersas a lo largo y ancho de los ríos, puesto que los mazamorreros, también conocidos como “bateeros”, desde el siglo XVII trabajaban en depósitos pequeños que se agotaban con rapidez y debían cambiar con frecuencia de ubicación. Aún en nuestros días, el rancho ocupado por una familia negra o mulata es un componente típico en el occidente de Colombia (González, 2007, p. 29).
Vida cotidiana
Cultura material
El inventario o censo ayuda a entender la cultura material del Real de Minas de Yurumanguí. Los elementos reportados en dicho documento nos permiten conocer cómo era la vida del grupo humano y sus actividades en este retirado lugar. El inventario refiere los objetos y la tecnología que se utilizaban para satisfacer las necesidades de esta comunidad, al tiempo que muestra sus conocimientos y la lógica del esclavista. Al haber muy poca variedad de elementos, ya que estos, en su mayoría, eran de materiales de la región o enviados desde Popayán, su clasificación y su almacenamiento era relativamente fácil, motivo por el que la cultura material para esta investigación histórica es importante y se ha convertido en una clave fundamental, pues permite la reconstrucción de la vida en el Real de Minas de Yurumanguí.
Vale la pena resaltar que, en el Real de Minas de Yurumanguí, las relaciones interpersonales se daban especialmente por el trabajo que se desempeñaba. Por un lado, estaban los que se dedicaban a la extracción del oro y, por otro, los que hacían los oficios que suplían las necesidades básicas de mantenimiento de la mina, como eran los herreros, los curanderos, los canoeros, los curas, los frailes y las parteras. Así lo escribe, en una carta fechada el 25 de mayo de 1744, don Joseph Manuel Rodríguez a don Pedro Agustín de Valencia, en la que le cuenta sobre el viaje al Naya: “Voy con diestros herreros, curanderos, y canoeros” (Fondo Arroyo, Yurumanguí tomo II, signatura 63A-65R).
Las herramientas más utilizadas encontradas en el inventario del censo eran barras, barretones, almocafres, machetes, calabozos y hachas. A continuación, vemos en detalle las herramientas existentes en el Real de Minas de Yurumanguí:
[…] barras 46, barretones 30, hachas 31, machetes 19, calabozos 24, almocafres 20, acero 4 arrobas y media, hierro 2 quintales, 2 lancetas castellanas, un cepo grande, 3 collares de hierro, esposas 4, una cadena, 2 pares de grillos, un grillete de mano un freno o mordaza, 3 pares de pailas 2 pequeñas y una de azbotija 3, Jeringas 5, tres buenas con la que tiene el mayordomo del río y 2 viejas 5. Una jeringa de estaño, Una basecilla de cobre, una olleta de cobre. (Fondo Arroyo, Yurumanguí tomo II, signatura 62, folios 116R-119A)
Es interesante ver que, dentro de la categoría de herramientas, se encuentran, además de las utilizadas para extraer el mineral o los materiales como el hierro y el acero, elementos de castigo y represión, como lo son las lancetas castellanas, el cepo, los collares, las esposas, las cadenas, los grillos y grilletes, y la mordaza. Estos elementos de castigo dan pistas sobre cómo eran las relaciones jerárquicas entre las personas en ese lugar, además, se comprende que estas herramientas pertenecían a dos espacios distintos, dada la notoria diferencia de su naturaleza.
Otro lugar que tenía la mina era la “fragua” o “frabula”. Según el Diccionario de autoridades, este espacio obtiene su nombre por estar siempre ardiendo; es el taller de herraje que, según el inventario de la mina de Yurumanguí, tenía (RAE, 1729):
[…] fuellestas, 3 pares de tenazas, 2 martillos y 1 macho, 1 martillo de peña. Una clavera. Unas entemallas. Unas tenasillas de mano, un chanflan, un tobillo, Un repartidor, 2 taladeras 6 cinceles, 4 limas, una escofina, una bigornia, un punzón, un pan de estaño y un alquibris, un cucharon de cobre, 4 asuelas 2 llanas y 2 grinbias. Un compás, una garopa un tornillo, 3 esoplos, 2 gurbias, un taladro, un limatón. (Fondo Arroyo, Yurumanguí tomo II, signatura 62, folios 116R-119A)
La salud espiritual en el Real de Minas de Yurumanguí
Los dueños de los esclavos estaban en la obligación de vigilar las costumbres de los negros y de educarlos en la doctrina cristiana. Desde 1540 la Corona española había ordenado a los obispos y gobernadores que enviaran a los negros a las parroquias para enseñarles la doctrina en una hora del día convenida entre el amo y el clérigo; sin embargo, la mayoría de las veces estas obligaciones no se cumplían, ya que los mineros preferían que los negros trabajaran más tiempo sacando oro; por este motivo, pedían que los visitara un cura doctrinero en la mina cada cierto tiempo para así cumplir con las órdenes de la corona sobre la evangelización y, de esta forma, mantenerlos en la fe. Por dicha necesidad, en los Reales de Minas se construyó una capilla, que no era más que un pequeño rancho techado con paja y adornado con el santo de devoción del minero, unas cuantas imágenes de lienzo, un cáliz, una vinajera de plata, un misal, un palio y unas campanas (Jiménez, 2004, p. 79). Entre los “ornamentos” encontrados en el inventario del Real de Minas de Yurumanguí figuran los siguientes:
Uno de persiana, nuevo de 2 haces con todo lo correspondiente. Un misal, vinajeras, y salvilla de plata con una cucharita de cáliz y este nuevo, con su patena y copa dorada, 2 campanas, una campanilla grande, una caja grande de guardar ornamentos, una imagen de Nuestra Señora de la Concepción, otra dicha en el oratorio de la playa, 2 frontales. Perteneciente a los nuestros 2 casullas [sic], lo correspondiente a ellas 2 estandartes con sus cruces de plata, un incensario de lo mismo. (Fondo Arroyo, Yurumanguí tomo II, signatura 62, folios 116R-119A)
La mayoría de objetos de uso litúrgico estaban hechos de metales preciosos, generalmente oro y plata. La suntuosidad de la ornamentación religiosa da cuenta de la importancia de la evangelización dentro de la estructura de gobierno y organización en las cuadrillas, donde lo religioso se sustentaba en una serie de relaciones simbólicas, como los rituales y la ornamentación de la capilla. El dueño de la mina era la persona que establecía la calidad y el tipo de ornamentación religiosa para la ranchería; es así como el santo de la devoción de don Pedro Agustín de Valencia, la Virgen de Nuestra Señora de la Concepción, fue llevada a la mina en dos representaciones estatuarias. La más grande fue ubicada en la choza dedicada a la capilla y la pequeña en el oratorio de la playa. En la actualidad, todavía existen en el lugar, hoy denominado Juntas, la campana de la capilla, las estatuas de la virgen de Nuestra Señora de la Concepción, el cáliz, las vinajeras y algunos candelabros que siguen siendo utilizados en los rituales religiosos.
La Virgen de Nuestra Señora de la Concepción tiene un profundo significado para la religión católica. Desde el siglo XIV existen en España referencias de cofradías creadas en honor a Nuestra Señora de la Concepción. En el siglo XVI se revitalizó este fervor y advocación con hermandades consagradas a las labores caritativas y a la asistencia social. Los franciscanos fueron muy fieles a la creencia en la Inmaculada Concepción y contribuyeron a su arraigo y extensión por todo el mundo. Los franciscanos del Colegio de Misiones de Cali fueron los que llevaron a cabo esta labor durante la segunda mitad del siglo XVIII en Yurumanguí.
En la vida cotidiana, la salud espiritual desempeñaba un papel muy importante dentro del sistema de creencias implantadas por la evangelización católica, de tal forma que indios, negros y blancos se apoyaban espiritualmente en estas creencias para afrontar las duras condiciones de vida en el Real de Minas, como, por ejemplo, las arduas jornadas de trabajo, el clima malsano y la escasez de alimentos en determinadas épocas del año. Razón por la cual recurrían a la devoción de los santos, entre ellos, san Antonio de Padua, san Francisco de Asís, el Señor de Buga, san Francisco Javier y santa Rita (Jiménez, 2004, p. 79). Como los clérigos hacían poca presencia en el Real de Minas, los esclavos terminaban por aceptar la religión católica como una práctica sincrética. Así, pues, en la documentación encontrada en el fondo Arroyo, se mencionan dichos santos.
Al parecer los sitios destinados a los rituales católicos eran de gran importancia en los enclaves mineros. Los historiadores Pablo Rodríguez y Jaime Borja expresan que, en algunos casos, los amos exigían a los esclavos ir a dichos sitios a rezar el rosario antes de que empezaran a trabajar y antes de que se fueran a dormir (Borja Gómez y Rodríguez Africano, 1996, pp. 59-78). En Yurumanguí y La Soledad, el administrador, Joseph Manuel Rodríguez, expresa su sentimiento de orgullo con estas palabras: “Me consuelo que vuestra merced y Dios me hayan dado vida para perfeccionar los entables habiendo acabado mi capilla tan aseada que no la hay en todo el Chocó” (Fondo Arroyo, signatura 51, folio 105A, Yurumanguí, 28 de abril de 1749).
Oficios en el Real de Minas de Yurumanguí
En la opinión de Orián Jiménez (2004), estos esclavos conformaban una estructura invisible que permitía el desarrollo de la vida material y espiritual en los Reales de Minas y, específicamente, en Yurumanguí. Por ejemplo, los herreros fabricaban las herramientas que se utilizaban para la extracción del material aurífero: “Actualmente está aquí Sabogal calzando la herramienta y asistiéndome a mí la que tengo que hacer nueva” (Fondo Arroyo, Yurumanguí tomo II, signatura 63A-65R, Yurumanguí, 25 de mayo de 1744. signatura 41, folio 91V, Raposo, 3 de agosto 1743).
Los curanderos, por su parte, ayudaban a tratar las enfermedades físicas por medio de recetas heredadas de su tradición africana, en diálogo con los conocimientos indígenas y siempre utilizando los materiales que estaban a su disposición. Por otra parte, los canoeros eran quienes conocían el territorio y podían llegar fácilmente a cualquier lugar por retirado e inhóspito que fuese. Otro oficio era el de las parteras, cuya función principal consistía en ayudar a las mujeres durante el alumbramiento, al tiempo que dar los primeros cuidados a los recién nacidos. Ellas preparaban remedios e infusiones para sus pacientes, contaban con la experiencia y los conocimientos sobre las hierbas que se empleaban para aliviar el dolor en el parto, poner remedio a enfermedades propias de la mujer o aconsejar sobre medidas abortivas o anticonceptivas. De esta forma, las parteras suplían y reforzaban el sentimiento de comunidad3. El oficio de vaquero en una mina no era frecuente, pero en el Real de Minas de Yurumanguí había ganado porcino y vacuno, por lo que era necesario un vaquero que ejerciera este oficio.
Entre los muchos acontecimientos narrados por Rodríguez a Valencia, se observan las relaciones interpersonales en el ámbito laboral. En cartas enviadas por don Joseph Manuel Rodríguez, quien vivía en la mina y era el minero y administrador del Real de Minas de Yurumanguí, a don Pedro Agustín de Valencia, dueño de esta y residente de Popayán, se lee en la fechada el 24 de octubre de 1747:
El día 15 de este se acabó el entable de la mina nueva en donde se hallan ya mis negros, y con tres canelones han dado en los que parecen sus oritos de echar tierra. Es el mejor entable que he hecho desde que soy minero; tiene la acequia en verano y su corte de agua y una pila vaciada, que llena dura dos días para cuatro cortes; ha costado mucho trabajo, hízose sobre una eminencia quebrando un estado de cachasa [...] se lavó el orito que remito; 3 pesos más que sacó un negro libre, este oro es para el Señor San Antonio, digo la parte que a mí me toca; vuestra merced hágase cargo de todo, estaba corriente ya la acequia. Dejó Don Sebastián a quien le ayudé 4 días, con toda nuestra gente, y 3 días metí a mí acequia 24 piezas de dicho señor, tiene ya una buena pila vaciada, ya para tapar, y fio en Dios el empeño de todos. (Fondo Arroyo, Yurumanguí tomo II, signatura 49, folio 103V)
Es así como, a partir de las relaciones laborales entre libres, esclavos y amos, negros, indios y blancos, clérigos y laicos, y administradores y señores propietarios, se regulaba y mantenía la estructura social del entable minero.
Entre la resistencia pasiva y la sublevación
Habiendo referido a la división de los trabajos en el Real de Minas de Yurumanguí, que tenían como característica principal una especialización en los oficios y una jerarquización muy bien determinada pero no siempre tan estricta, ahora nos referimos a las formas de resistencia pasiva y, posteriormente, exponemos algunos casos de cómo la población esclava no acataba las órdenes y se sublevaba.
La esclavitud configuraba, en esencia, un mundo de múltiples confrontaciones, amenazas, controles y castigos. Es válido suponer que las relaciones y las disputas se dirimían mediante actitudes y estrategias por parte de los esclavos, que iban desde el enfrentamiento público hasta las más sutiles, soterradas y evasivas prácticas de alejamiento o extrañamiento. La resistencia pasiva4 no implicaba una confrontación directa. Por ejemplo, en la Colonia, algunos esclavos se resistían de muchas maneras: se hacían pasar por enfermos, dañaban las herramientas o, simplemente, trabajaban menos de lo necesario o robaban el material extraído:
El negro Pedro estaba enfermo, luego este confiesa que ha robado oro dos veces cuando Joseph Manuel Rodríguez fue a Iscuandé, que también se robó una arroba de acero, que vendió y las ganancias las repartió a todos los negros, por estos motivos se vendió por 500 pesos de oro a él y a su mujer, a un cura que necesitaba negros, aunque él costo 600 patacones, es bien vendido. (Fondo Arroyo, signatura 13, folios 63A, 63V, 64A, 64V, 65A y 65V, Yurumanguí, 25 de mayo de 1744)
En el ejemplo anterior se denota una forma de sublevación pasiva, basada en acciones concretas como robos con complicidad entre todos los esclavos, engaño e inconstancia en el trabajo. En otro ejemplo, el negro Pedro, con sus actos, demuestra que guardaba una inconformidad latente, aunque no quería rebelarse contra sus amos:
García no tiene nada; habrá 6 meses que no se ha hecho más que curarlo, y si vuestra merced le hiciera dar 100 azotes sería bueno, desde que me llevé a esa negrita Melchora se ha hecho en la cama, y disque le dijo él ya no quería vivir porque se habían llevado a la negrita y debía de comer algo para esto porque harto se curó canalla, vil son estos. (Fondo Arroyo, signatura 13, folios 63A, 63V, 64A, 64V, 65A Y 65V, Yurumanguí, 25 de mayo de 1744)
Este tipo de comportamientos, para la visión económica del esclavista, eran una pérdida, ya que tenía un esclavo menos en la extracción del oro, al tiempo que le implicaba un gasto adicional, sin contar las curanderas que atendían al esclavo, ya que era el deber del amo intentar sanarlo. En las fuentes se hace evidente que el esclavo García utilizó una estrategia de resistencia pasiva para rechazar y rebelarse por la venta de la esclava de Melchora, que le funcionó al menos durante seis meses.
Los esclavos no debían trabajar los domingos ni en Semana Santa, ni en algunos días especiales de fiestas o ceremonias religiosas. Estas disposiciones, que chocaban con las prerrogativas de los amos, establecieron una relación definitiva entre la esclavitud y las ceremonias religiosas. Los esclavos pudieron crear instrumentos y ejecutar danzas originarias, cantos y juegos gracias a que se podían escapar hacia lugares enmontados con la complicidad de la noche. Estos lugares no se circunscribían a espacios controlados. Es por medio de la fiesta que se visibiliza cómo el esclavo rompía con las normas o reglas establecidas, en gran medida, por la tradición, lo que evidencia las fisuras o los problemas en el sistema esclavista que no nos permiten concebir tales sociedades como totalidades integradas o armónicas.
Las fiestas que se hacían en estos espacios eran censuradas y criminalizadas por las élites regionales, pues declaraban que esto solo llevaba a la relajación y al estrago de las costumbres. Según el fraile franciscano Antonio Gutiérrez, las fiestas de las cuadrillas se reducían a bailar y beber. En muchas zonas, las fiestas, sobre todo las religiosas, se celebraban sin mayor respeto o consideración por la fe y las buenas costumbres. En algunos casos solo participaban esclavos, pero la mayoría de veces también lo hacían libres, españoles, mestizos e indios (Díaz Díaz, 2011, p. 235).
La evasión y la confrontación también fueron dinámicas en las que se desarrolló la cotidianidad de las relaciones esclavistas. En la provincia del Raposo y en el Real de Minas de Yurumanguí no todas las revueltas eran pacíficas, como se muestra en la carta del 4 de julio de 1754:
Las novedades que por la provincia hay son que el día 2 de marzo a las 9 de la noche se levantó la cuadrilla de Dionisio Quintero y del padre Thomás y mataron al minero Christóbal de Sarria, el que llamaban el sobrino; luego degollaron a 2 niños, uno el hijo de este y el otro del herrero Bonilla, éste amaneció vivo y lo enterraron medio vivo y luego mataron al otro minero, con pausas, sirviéndole de receso los movimientos del pobre mártir, y coronaron rey [a un esclavo], discurriendo caer Anaya, y conquistar esto, y luego a Yurumanguí; más dios atajó esto, porque hallándome yo allí de paso para [ir a] Iscuandé animé a la presa que se hizo con facilidad, quedando al tiempo del asalto que se les dio muertos a balazos el Rey y su General; pero nada castigada la maldad respecto a que estos no fueron los principales movedores, y los que lo fueron quedaron sin castigo porque vale más el interés que la razón y justicia. (Fondo Arroyo, signatura 54, signatura 26, folio 76V, 76A, Popayán, 24 de octubre de 1741)
Sin embargo, otros apartes de la documentación estudiada parecen ser contradictorios respecto a la imagen de los esclavos violentos expuesta, pues en otro texto se habla de la “primorosidad” de los negros, a quienes se intenta civilizar por medio de las letras, sin que esto excluya el castigo físico para someterlos:
Son tan primorosos estos negros, que me ha dado vergüenza ver con la facilidad que la han abierto y van entrando [a la mina], cuando el tiempo da lugar. Cada día estoy más gustoso con la gente, y los más son Capitanejos lo hacen todos tan bien que a estos otros les hace mella, que venían estudiando philosophia y otros gramática, han dado de mano a los libros sin trabajo, como a las lanzas y escopetas, que habiendo visto castigar a algunos, que lo han merecido ellos sin más persuasión le han dado de mano a todo; y están gustosos y yo infinito más, y tengo cada día que aprender de ellos, que con que en estos 100 años seré el mejor minero. (Fondo Arroyo, signatura 59, folio 113V, Yurumanguí, 24 de octubre de 1747)
En este relato sobresale la forma como se trata a los esclavos: a unos los felicita y a los otros, quienes lo merecen, los castiga. La esclavitud en los espacios coloniales se proyectaba en escenarios donde se desplegaban discursos y negociaciones de todo tipo entre amos, esclavos, libres, élites regionales y poderes coloniales, que conllevaban arreglos simétricos y asimétricos en las realidades locales específicas y demás manifestaciones y arreglos culturales de la sociedad colonial.
La familia en el Real de Minas
Los esclavistas de las regiones mineras comprendieron que el favorecimiento de la unión familiar esclava podía mejorar el rendimiento de los esclavos, reducir su rebeldía y los disuadía de escapar. A las mujeres que estaban en embarazo se las dejaba libres de trabajo cuatro meses, “dos de preñez y dos de crianza”, lo que parecería indicar que las madres gozaban de mayores privilegios que el resto de las mujeres negras y, cuando no gozaban de aquellas consideraciones, los mismos esclavos lo denunciaban ante las autoridades coloniales (Jiménez, 2004, p. 70). Así se evidencia en la documentación del Real de Minas de Yurumanguí:
Dichos peones trajeron la negra que quedó parida en el cajón, con su marido y tres hijos, los dos gemelos están donosos, y uno pequeño que quedó con estos. Escríbole a Don Fernando diciéndole me los remita, y conjuntamente a Ignacio Mina. (Fondo Arroyo, signatura 49, folio 103A, Yurumanguí, 24 de octubre de 1747)
Lo interesante de este aparte es que se reconoce primero la unión familiar, que le daba estabilidad a la cuadrilla y promovía la permanencia en el Real de Minas en Yurumanguí. Se percibe, además, que existía el rito del matrimonio para los esclavos, como se muestra en el siguiente aparte:
Don Fernando dice que el negro Joseph más le es suyo, y que luego se lo remita, diciéndome que tiene dicha escritura del dicho Joseph, a que le respondí como debía; lo que pasó fue que a mí se me adjudico la mujer de éste, y a Don Fernando al dicho Joseph, sin reparar los mineros, ni advertírselo el Minero Bonilla, en que estaba dicho negro casado. Más habiéndose reconocido le dije a Don Fernando que negro me traería, yo respecto a estar casado con una negra mía, y ser familia entera, y que el escogiese de los dos que me habían tocado en la sabana, el que le gustase, pues ambos eran canoeros, y buenas piezas; escogió luego a Sebastián y quedo desde ese día en su cuenta, y riesgo, y yo me traje a Joseph. (Fondo Arroyo, signatura 49, folio 103A, Yurumanguí, 24 de octubre de 1747)
Teniendo en cuenta lo anterior, en los enclaves mineros se daba prioridad al mantenimiento de la unidad del núcleo familiar, aun cuando esto supusiese intercambiar piezas con otros dueños de cuadrilla. Este tipo decisiones generaba estabilidad, seguridad y unión en el ámbito laboral y de convivencia en el interior de la cuadrilla. Siguiendo lo expuesto por Germán Colmenares (1979) sobre los enclaves mineros:
La vida familiar se daba dentro de un ambiente comunitario cuando no era rota violentamente, en el umbral de dos generaciones descendientes de los propietarios, por ventas o fraccionamientos sucesorales. Este fenómeno, sin embargo, no debía ser muy frecuente. Cuando en una cuadrilla se integraban esclavos de dueños diferentes para construir una nueva, eran inevitables los matrimonios de unos y otros para construir nuevas familias en la nueva cuadrilla. En este caso, al disolverse la sociedad se buscaba mantener las uniones intercambiando los esclavos. (pp. 73-74)
Para concluir, se puede decir que, después de la segunda mitad del siglo XVIII, se empezaron a gestar condiciones sociales y jurídicas de favorabilidad en cuanto a la estabilidad y cohesión para la conformación de matrimonios y familias de esclavos. La familia en los Reales de Minas se caracterizó, principalmente, por ser nuclear, dadas las condiciones de la división del trabajo, ya que dentro de la misma cuadrilla se repartían tareas agrarias y mineras que hacían posible la relación con otras cuadrillas vecinas y permitían la creación de relaciones de familia extendida y redes de parentesco.
La alimentación en los Reales de Minas
Para los propietarios de los Reales de Minas, la preocupación constante yacía en saciar el hambre diaria de los negros, por lo que destinaban los rastrojos aledaños a la mina para grandes siembras de plátano y maíz; así, toda la población contaba, a manera de apero, con uno o varios cultivos. En una choza, que era usualmente hecha en madera, con techo de paja y paredes de palma barrigona, se almacenaban los productos del cultivo y se repartían la raciones. Los rastrojos, en el Real de Minas, estaban repartidos de la siguiente manera:
Las 2 terceras partes de los que hay en el Cajambre, es muy probable que la tercera parte restante fuese para los esclavos. Los que hay en el Papayo hasta la casa del indio Francisco. Los que hay desde debajo de la boca del río de Piña hasta la troja vieja donde vivió Gabriel con los de dentro de dicho Río La Piña. Los que hay desde la quebrada del Águila hasta la troja de San Gerónimo. Los que hay desde arriba de la quebrada el Róbalo, hasta arriba de la (quebrada del Robalo) Boca de Santa Barbará, el del Lombricero. Los que hay desde las Juntas hasta la Soledad, y más los que se abrieron con la gente de dicho señor como lo podrán hacer en la quebrada de Yuca. Platanares uno, en Vicente, muy malo, otro del mismo modo en el cacahual del lado de Antonio Camacho, que es nuevo. Por lo presente mantienen esas 2 cuadrillas hasta que el mío dé fruto, y entonces han de quedar solo por dicho señor 2000 matas allí en las playas, por ambos. (Fondo Arroyo, Yurumanguí, tomo II, signatura 62, folios, 116R-119A)
Estos elementos se encontraban repartidos en cuatro trojes5 organizados de la siguiente manera:
Ítem canastos de sal 8 Ítem una romana vieja, Ítem un calabacito de azogue, Ítem 3 pesos de pesar oro, uno grande con su marca de 8 libras, otro mediano, otro pequeñito con sus pesas de cruz desde ciento hasta medio tomín, Ítem una frasquera con 8 frascos buenos, Ítem candados 2, Ítem canoas. (Fondo Arroyo, Yurumanguí, tomo II, signatura 62, folios, 116R-119A)
También existían terrenos donde los negros podían laborar pequeños cultivos y cazar desde tórtolas, pavas o corcovaos, hasta guatines, armadillos, saínos y algunos ratones que, con carnada de plátano maduro, caían en los tramperos armados por ellos (Jiménez, 2004, p. 70).
En una carta enviada desde Yurumanguí el 25 de mayo de 1744, se observa la preocupación de don Joseph Manuel Rodríguez respecto a la alimentación y las condiciones para la población a su cargo: “Se tienen sembrados 2000 colinos y con el maíz que está cargando no sé cómo saldremos, Dios proveerá” (Fondo Arroyo, signatura 13, folios 64A-64V, Yurumanguí, 25 de mayo 1744). Comenta el administrador que, en el Real de Minas, se hizo muy difícil sembrar, dadas las condiciones del terreno, el clima y las plagas. A continuación, se puede leer cómo la plaga de grillos va desmantelando los techos de las casas, las pocas ropas de los esclavos y los cultivos, motivo por el que tienen que hacerle frente a esta situación con un sahumerio de azufre y hierbas:
Es tanta la epidemia de grillos que en este río hay, que las casas nuevas las dejan sin paja, se comen los negros, y ropa, y lo que más, las trojas no es [sic] decible el maíz que comen y después de tanto remedio, solo ha aprovechado el sahumerio de azufre por lo que enviará harto y purgas, ruibarbo, y lombricera […]. (Fondo Arroyo, signatura 14, signatura 16, folio 68V, Dagua, 15 de enero de 1744)
En el Chocó la ración estaba constituida por 64 plátanos, un colado (canasto) de maíz, sal y un poco de dulce. Tal ración era complementada cada quince días con cecina y más sal, si era necesario (Jiménez, 2004, p. 102). En Yurumanguí, a los esclavos les tocó reforzar “la ración esclava” con carnes de monte, como se observa en la carta enviada por Rodríguez a Valencia el 15 de enero de 1746:
Le aseguro a vuestra merced que con la falta de plátanos se comen los negros bozales hasta los cueros en que duermen, comen sapos, culebras, lombrices en el corte, y no es por hambre, porque por darles de comer, me veo empeñado hasta los ojos. (Fondo Arroyo, folio 65V, Yurumanguí, 15 de enero de 1746)
En estas palabras, es evidente la forma cómo los negros hacen uso de la selva para reforzar la nutrición y vencer las adversidades de la agricultura, las plagas y las condiciones del medioambiente.
“La ración esclava” era una porción de comida o de “vituallas” con qué prepararla. En las regiones aisladas y de difícil acceso, la oferta de carne, sal y otros víveres era muy irregular y costosa. Allí, los propietarios se vieron forzados a conceder tiempo libre a los esclavos para que encontraran su alimento mediante la pesca, la cacería y los cultivos. Es claro que este camino fue poco a poco una luz que, posteriormente, sería aprovechada por ellos para poder asumir su libertad, ya que lo aprendido en ese tiempo libre les sirvió para autoabastecerse y suplir sus necesidades diarias. Como consecuencia de esto, empezaron a fundar pueblos y comunidades negras. Así, en su tránsito a la libertad, el esclavo dedicado a la minería se hizo también agricultor, cazador y pescador (Ángel, 2012, 10 de mayo).
La salud corporal
Para el siglo XVIII, la ciencia médica no estaba tan avanzada como para entender las enfermedades propias de las gentes que habitaban este espacio geográfico, ni de las que podía causar el trabajo en las minas, dadas las condiciones particulares de este entorno. Además, junto con la llegada de los españoles y los negros, arribaron a estas tierras las enfermedades de ambos grupos étnicos, para las cuales cada uno había desarrollado hasta entonces su propio grado de inmunidad.
La introducción de enfermedades desconocidas trajo como consecuencia un desequilibrio en las poblaciones de la región. Por otra parte, el choque entre estas culturas originó la posterior construcción de nuevos saberes, así como la creación de instituciones de salud y la elaboración de preparados y remedios a partir de la botánica, que hacía parte de la medicina de la época. Además, existía una relación entre magia y medicina, en la que se unían los pensamientos de diversas culturas, sociedades y épocas, y se integraban el cuerpo y la enfermedad. Esto no es sorprendente, puesto que —podría afirmarse— no existe cultura ancestral en la que el desarrollo de la práctica médica fuera ajena a la magia y la religión. En todas las culturas ancestrales existía un grupo selecto de personas que, a través de su capacidad de sugestión, iniciaron las primeras prácticas curativas mediante el uso de conjuros, empleo de pócimas y otros artificios (Pavía Ruz et al., 1998).
Siguiendo la definición del Diccionario de autoridades, se definía como enfermedad: “Por metáphora vale qualquier daño, desorden o riesgo” (RAE, 1726), es decir, por metáfora, significa cualquier daño, desorden o riesgo. Esta definición está en concordancia con la que da Piedad Peláez Marín, quien explica que la enfermedad hace referencia al desarreglo funcional de procesos biológicos y fisiológicos, pero también a las experiencias e interpretaciones de las personas a partir de signos que las perturban, como el susto, el mal de ojo, las calenturas y los fríos (RAE, 1726). En consecuencia, la enfermedad se puede entender como una mala disposición del cuerpo y del ánimo a causa de algo. Este concepto es central para el presente tema.
Las enfermedades que padecían los esclavos eran referidas como “tachas” o “vicios”. Entre estas se encontraban enfermedades o afecciones propias de la naturaleza y también perjuicios morales como ser borrachín, ladrón o huidor. Un ejemplo revelador al respecto es el siguiente: “En el Raposo se encontró en fuga a Nicolás Congo le dije hijo de blancos no son buenos, aunque saquen mucho oro” (Fondo Arroyo, signatura 13, folio 64A-64V, 25 de mayo de 1744). Posteriormente, en la misma carta, Joseph Manuel Rodríguez recomienda venderlo a un precio menor al que lo compraron (Fondo Arroyo, signatura 13, folio 64A-64V, 25 de mayo de 1744). “Ser huidor” o “estar en fuga” era considerado una enfermedad moral que devaluaba el precio del esclavo. Por esta razón, las empresas de búsqueda no eran rentables, ya que los costos de la búsqueda eran muy altos para que, al final, el esclavo se volviera a fugar; además, podía contagiar a otros esclavos con “la tacha de ser huidor”. Bajo esta lógica, era más fácil declararlo como enfermo y venderlo más barato.
Germán Colmenares elabora una lista de males corporales propios de la naturaleza de los negros africanos. Estos males atañen al cuerpo del esclavo; algunos describen ciertos síntomas de enfermedades que conocemos hoy y que son relativamente fáciles de tratar, como, por ejemplo, el “mal gálico” (sífilis), la “calentura continua” (fiebre) o la “gota coral” (epilepsia). A continuación, se presentan algunos casos de la lista que da Colmenares:
“Quebrado o lastimado”, “lisiado,” “baldado o hinchado de extremidades”, “enfermo de gálico”, “pasmo” que se expresa en diversas afecciones, “pasmarse la sangre”, “sufrir de pasmos” en el estómago para aludir a problemas digestivos, dolor de huesos y otras molestias, “ahogo o ahogazón”, “hernia”, ”quebradura de la ingle”, “reuma”, “enfermo del estómago”, “gota coral” o epilepsia o mal de corazón, “erisipela” o fuego de San Antonio, infección bacteriana aguda de la dermis, “mal de ijada”(dolor en el bajo vientre), “mal de santón”, “con dolores de huesos”, “lisiada de la madre”, “clavos en los pies”, “gomas” lesión nodular inflamatoria crónica que reblandece el tejido afectado por necrosis, que finalmente expulsa al exterior un contenido espeso y de consistencia semejante a la goma, último estado de la sífilis, ”buboso o con bubas” absceso doloroso que se halla de manera común al ingle, cuello y axila, “leproso o con mal de Lázaro”, “lisiado de la rabadilla”, “tullido”, “espundia” o úlceras o un tipo de Leishmania, “llagas en las piernas”, “calentura continua”, o fiebre, entre otras. (Colmenares, 1979)
Algunas de estas enfermedades ocurren por transmisión sexual, tales como la sífilis, bubas, entre otras. Otro grupo de enfermedades son las que han sido consecuencia de trabajos forzados, como la hernia, los clavos en los pies o las quebraduras. Por último, se encuentran aquellas que se originan a causa del clima, como el pasmo, la espundia y la calentura continua, entre otras.
A la luz de las fuentes manuscritas consultadas, vemos cómo los esclavos eran tratados como un objeto productivo que había que explotar al máximo, aunque también debían ser curados y restablecidos una vez se enfermaran, ya fuera por causas naturales o morales, para seguir garantizando su rentabilidad y su utilidad. El siguiente ejemplo sirve como muestra de ello: “Y pasando al Cajambre a sembrar un buen platanar (que con efecto sembré 10 mil pies) se cayó el mejor negro que tenía de una escalera y se quebró una pierna, por bajo del lagarto [lugar en Yurumanguí]”. Continuando con la carta, don Joseph Manuel Rodríguez narra su estado de salud:
[…] y para remate ha permitido el señor quitarme la salud, con muchos dolores de huesos y en la pierna que me dolía cuando estuve en esa ciudad, me ha reventado una llaga y no pequeña me tiene bien mortificado, gracias al señor, todo esto es justo recuerdo de mis pecados. (Fondo Arroyo, signatura 16, folio 66A, Dagua, 15 de enero de 1744)
Sobresale en este texto la mentalidad de la época por la cual se concibe la enfermedad como consecuencia de los pecados que pudiesen haberse cometido. El mal, en el imaginario colectivo, estaba presente de forma física en el mundo, recordando de esta manera la existencia de Dios. Continúa Rodríguez diciendo: “Se me va comiendo la pierna de tal manera que hace 15 días que no sé lo que es dormir, vuestra merced remítame algunos ungüentos con brevedad; ello es gálico lo que tengo” (Fondo Arroyo, signatura 16, folio 66 A, Dagua, 15 de enero de 1744). En esta misma misiva relata cómo los esclavos acuden a Rodríguez en busca de mejoría: “Hállome en lo presente con la casa hecha un hospital, y con dos de mucho peligro. No faltando esta epidemia de viruela en su cuadrilla de vuestra merced” (Fondo Arroyo, signatura 16, folio 66A, Dagua, 15 de enero de 1744). Y continúa:
Vuestra merced tres días hace que me trajeron a un negro de la rocería enfermo y tal que sólo llegó a morir, gracias a Dios y ayer trajeron a una negra de vuestra merced qué sé yo lo que pasará. Es mucha la peste, pero ya tengo puesto el reparo con Dios. (Fondo Arroyo, signatura 16, folio 66A, Dagua, 15 de enero de 1744)
La peste de la viruela había empezado seis meses atrás, pues se observa en la carta fechada el 3 de agosto 1743 en el Raposo lo siguiente: “Remito a Manuela y Alfonso se le [sic] han muerto a estos dos hijos, uno de Nicolás Congo. Alfonso va para que lo curen allá, Juanico y Thomasico van alentándose” (Fondo Arroyo, signatura 41, folio 92A, Raposo, 3 de agosto de 1743). En otra carta con fecha del 24 de octubre de 1747 escribe: “Lo que le aseguro es que por poco pierdo el juicio con tanto sancudo y jejenes, que solo afuera de embarrarnos podíamos aguantar” (Fondo Arroyo, signatura 49, folio 103V, Yurumanguí, 24 de octubre de 1747). Debido a la proliferación de zancudos y jejenes, era muy común la transmisión de enfermedades. Para evitar la picadura de zancudos y jejenes, en la mina se acostumbraba a cubrir la piel con barro.
En América se conocía la teoría hipocrática de los humores6, traída desde Europa en el siglo XVI. Este factor ayudó a la unión entre la ciencia occidental y los conceptos surgidos en América, ya sea por indios o negros. En el siguiente ejemplo se observa a Rodríguez pidiendo por su salud, en una carta en la que une conceptos religiosos de la época con conceptos médicos en boga, como son “las sangrías”7. Este procedimiento se llevaba a cabo de diversas maneras, incluyendo el corte de extremidades, el uso de la flebotomía o la utilización de sanguijuelas. Rodríguez le escribe a don Pedro Agustín de Valencia sobre este tema:
[…] me hallo falto de salud que me es tormentoso, qué vida la que tengo, hállome lleno de clavos los pies y de bubas todo el cuerpo y con llaga de la espinilla tan grande que es miedo ver, de tal modo que ya no puedo salir ni aún a los cortes y solo me ocupo en estar sentado labrando tablas para mi capilla y esperando la menguante para ponerme en cura, vuestra merced ignora si será bueno sangrías y avíseme con la mayor brevedad posible, lo segundo es que estas cuadrillas se hallan hoy con el sarampión, que ya avisé a vuestra merced. (Fondo Arroyo, signatura 51, folio 105V, Yurumanguí, 28 de abril de 1749)
El sarampión afectaba a todo el Real de Minas. Al ser una patología altamente contagiosa y poseer un cuadro clínico basado en altas fiebres y un estado general de debilidad, perjudicaba en gran medida las labores de extracción en la mina y todas las demás áreas de trabajo. Siguiendo con este tema, Rodríguez, en la misma carta, escrita en Yurumanguí el 28 de abril de 1749, comenta lo que estaba pasando con la epidemia de sarampión y con otras enfermedades:
[…] pero hasta ahora no a [sic] peligrado ninguno habiéndoles cogido a algunas negras con dolores de parto, pariendo, y brotándoles el sarampión, hallase Catharina del mismo modo, con un dolor que, según Florilegio, es ciática y además de eso con dolores en las manos, y estas le sudan mucho, solo las palmas y al mismo tiempo le arden las plantas de los pies, vuestra merced envíeme con que curarla. Aquí estoy que no me atrevo a enviar al rio los negros porque solo hay 6 canoeros, que les ha dado el sarampión y viendo de la mar le broto tirando palanca a Jerónimo, su padre, que escapó de milagro. Algunos de los míos han venido de la mina y ha brotado el sarampión y les dan fuertes vómitos y cursos que es miedo y la contra que he hallado es darles colada de maíz tostado. (Fondo Arroyo, signatura 51, folio 105v)
Como lo dice Fernando Urrea Giraldo (1996) en su artículo titulado “Culturas médicas populares del sur occidente colombiano”, estas se caracterizan por formar parte de las representaciones, los discursos y las prácticas de una sociedad respecto al saber oficial o hegemónico. El mestizaje le dio gran importancia a la medicina casera: tomó plantas exóticas europeas y nativas, y las empleó para tratamientos como baños, sahumerios, infusiones, jarabes de plantas, enemas, masajes, vendajes, pomadas, además de purgantes, cataplasmas, emplastos, sinapismos y fomentos. Esta mezcla de conocimientos médicos se facilitó debido a que ambas culturas compartían algunos principios para tratar la enfermedad. Algunos de estos tratamientos se mencionan en el siguiente ejemplo:
Cuatro días ha que trochando el camino de esta mina [sic], allá donde pongo mis negros, me picó una víbora, ya tenido a ser curandero me cure, y proseguí con la trocha, hasta bebí agua por haberla visto beber, o darla a los negros, que me han enseñado, y luego me cogió un temblor tal y como dolor de cabeza que cuando llegue a casa ya no veía, llame al negro que llego me atajo y curó, y preguntándole porqué la yerba no me había alcanzado bien, me dijo: que era porque me faltaba una capa, y sacando una raizota olorosa, dijo: que sin mal podría curar, y que bebiera agua fría con ella, y averiguando qué yerba era, dice la cogió en Dominguillo, y mostrándola a Catarina dice es el Chundur Redondo8, que tiene hoja larga a modo de junco, o enea, y que hay mucho en esa ciudad, y que tiene tal virtud dicen los negros que ella sola a ponérsele a todo veneno, y que pido ahora, con que sea lo primero que vuestra merced me remita dentro de una carta luego, yo he enseñado 2 negros más, y conozco 23 contras. (Fondo Arroyo, signatura 48, folio 101V, Cajambre, 15 de agosto de 1747)
Joseph Manuel Rodríguez, en el extracto anterior, describe cómo utilizaban las plantas para sanar a las personas picadas por las víboras. Este conocimiento era vital para la supervivencia en el Real de Minas, por eso, al final de esta comunicación, narra que tiene dos negros a los que les ha enseñado curas y que conoce 23 contras para estos males. Como complemento de la medicina casera en el Real de Minas, Rodríguez pide jeringas con el fin de sanar a los enfermos: “Mi venerado y señor padre mío. Una [carta] recibí de vuestra merced ayer en que me dice remite unas jeringas las que aún no han llegado a mis manos” (Fondo Arroyo, signatura 49, folio 103A, Yurumanguí, 24 de octubre de 1747).
En una carta que remite don Pedro Agustín de Valencia a don Joseph Manuel Rodríguez, explica que envía las siguientes recetas de remedios caseros para la cura de sus enfermedades:
Remito 8 libras de azufre, y el principal medicamento para grillos, y toda otra sabandija son los conjuros, y pues este es medicamento de tanta eficacia y prompto usar de solo avivando la fe. El polvo de azufre tomado en peso de un real con miel sirve para contra las lombrices, y para éstas vuestra merced tiene experiencia y práctica; en si el valor de los ajenjos en infusión de aguardiente, y así para los adultos no es menester otra cosa y para los párvulos servirá dicha infusión en vino.
Lo que suplí por el doctor Lope no olvide vuestra merced cobrar, que son once patacones, incluido receta de un ungüento para que les cure llaga es eficaz sobremanera […] en casa se han hecho curas milagrosas; Catharina ha visto hacerlo, y vuestra merced use con seguridad, y si no se diere al valor de este ungüento a su llaga, va diapalma alta que es una maravilla, un parchecito de ella sobre la llaga también podrá servir otro y fácil. Vino el más blanco que se halle; azúcar, así mismo la más blanca; ponerse el vino a hervir hecharsele el azúcar despumase, y de este vino tibio y endulzado, más jilas [perejil] empapadas sobre la llaga, y sobre las jilas [perejil] un paño empapado en dicho vino; se curará dos o tres veces al día. (Fondo Arroyo, signatura 49, folio 103A, Yurumanguí, 24 de octubre de 1747)
La mayoría de elementos utilizados para las curaciones eran relativamente fáciles de conseguir: algunas cosas eran enviadas desde Popayán, mientras otras se encontraban fácilmente en la región. Utilizando estos elementos, los resultados fueron notables. Continuando con la carta, Valencia le cuenta a Rodríguez: “La peste es general, y lo que se ha reconocido es proceder de influjos o causas cálidas, y así no se hacen medicamentos calientes ni cama ayudas frescas, y atemperar, y sangrías” (Fondo Arroyo, signatura 49, folio 103 A, Yurumanguí, 24 de octubre de 1747).
Es así como en la convivencia de muchos años en diferentes regiones se fueron fortaleciendo conocimientos mágico-religiosos que derivaron en una especie de vademécum que era utilizado por amos, administradores y esclavos (Fondo Arroyo, signatura 49, folio 103ª, Yurumanguí, 24 de octubre de 1747).
Conclusiones
La vida cotidiana está compuesta por diversos ámbitos que no se pueden estudiar por separado, si lo que se quiere es entender la realidad social. Para acceder a su comprensión, es necesario estudiar las relaciones que se tejen entre dichos ámbitos en el marco de espacios sociales específicos. En el caso de la vida colonial, estas solo se pueden caracterizar como una estructura que se devela en el estudio particular o de caso. Una lectura cuidadosa de los documentos de la época permite aproximarse a la sociedad minera y a los intrincados lazos de convivencia entre diferentes miembros de la comunidad que habitaba un espacio social determinado con una jerarquía bien demarcada y en un ambiente de trabajo igualmente determinado por una estructura importada para la colonia desde la Europa del siglo XV.
La esclavitud, como institución jurídica, enmarca las relaciones socioeconómicas de la época en todos los aspectos de la vida cotidiana. Los esclavos no solo estaban sujetos al castigo, la tortura y los deseos de libertad, puesto que cada amo, de acuerdo con criterios personales, aplicaba a sus negros, bien la laxitud y la permisividad, o bien, el castigo y el autoritarismo, según la coyuntura, pero siempre con el temor de una revuelta o levantamiento. El concepto de “permisividad obligada” fue uno de los hallazgos del estudio en el que se basa este artículo, ya que esto fue lo que se dio en la cotidianidad del Real de Minas Yurumanguí y Juntas de la Soledad por parte del administrador hacia los esclavos, con el objeto de lograr un clima de equilibrio dentro de la cuadrilla y así poder llevar a cabo las “las negociaciones” en forma tácita entre los amos, que buscaban extraer la mayor cantidad de oro posible, y los esclavos, que, en su mayoría, querían mejoras en su esclavitud.
La vida cotidiana es un tema complejo de desarrollar, ya que no existe una documentación catalogada en fondos específicos. La investigación que documenta este artículo logró dar cuerpo y coherencia al tema de la vida cotidiana en el Real de Minas de Yurumanguí y Juntas de la Soledad a partir de fuentes fragmentadas, peculiares, escasas y misceláneas, extraídas del archivo privado de la familia Arroyo, en el que se hallaron inventarios, avalúos, cartas, peticiones, libros de cuentas, procesos jurídicos e interrogatorios, todos fuentes residuales de las que se usaron datos aislados que fueron trascendentales para armar la totalidad del cuerpo del documento original sobre el que se basa este artículo. El mayor apoyo en las fuentes primarias revisadas fue el gran volumen de documentos epistolares, correspondencia enviada en su mayoría desde Yurumanguí a Popayán por medio de los “chasquis” o indios mensajeros.
Se recomienda desarrollar y promover estudios historiográficos que permitan obtener una información documentada sobre el tema de la vida cotidiana en los Reales de Minas desde sus diferentes dimensiones. Lo anterior, debido a que en la actual historiografía colombiana hay un gran vacío de estos estudios, en contraste con el gran volumen de obras dedicadas a la historia social de la minería en la Nueva Granada durante el siglo XVIII.
Referencias
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Yurumanguí Tomo II, 1743-1764, manuscrito inédito. Copia en posesión de la familia Arroyo.
Notas
*Historiador, egresado de la Universidad del Cauca, con interés en investigaciones sobre el régimen esclavista en el suroccidente colombiano en el periodo colonial. Actualmente se desempeña como catalogador en el Centro de Investigaciones Históricas José María Arboleda Llorente. Correo electrónico: miguel.antonio1@hotmail.com
1Este texto es resultado de mi trabajo de grado para obtener el título de historiador de la Universidad del Cauca, La vida cotidiana en los reales de minas de Yurumanguí y Juntas de la Soledad (Raposo), 1743-1766 (Arroyo, 2017).
2De acuerdo con el Diccionario de autoridades, “se toma también por la gente baxa, soez è inutil, quando se junta y congrega en número grande. Lat. Infimum vulgus. CERV. Quix. tom. 2. cap. 40. O en Germanía significa la muchedumbre de gente. Juan Hidalgo en su Vocabulario. Lat. Frequentia, ae” (RAE, 1729).
3Desde la antropología se ha estudiado este tema con amplitud en trabajos como el de Amú Venté y Rengifo Farrufia (2011).
4Sobre el término de resistencia pasiva, consúltense las obras de Freedman (2000) y de Dueñas (1992).
5“Troje es una estructura destinada al depósito de productos agrícolas. Existen variaciones en la forma de construirlos de acuerdo al producto que se guarda y a condicionantes económicos y culturales. Las estructuras más sencillas pueden consistir en meros compartimentos hechos con tabiques en una habitación” (RAE, 1726).
6Teoría sobre los humores: esta sostiene que el cuerpo humano está compuesto por cuatro sustancias básicas, llamadas humores (líquidos), cuyo equilibrio indica el estado de salud de la persona. Así, todas las enfermedades y discapacidades resultarían de un exceso o un déficit de alguno de esos cuatro humores. Estos se identificaban como bilis negra, bilis, flema y sangre. Griegos y romanos, como el resto de posteriores sociedades de Europa que adoptaron y adaptaron la filosofía médica clásica, consideraban que cada uno de los cuatro humores aumentaba o disminuía en función de la dieta y la actividad de cada individuo. Cuando un paciente sufría de superávit o desequilibrio de líquidos, entonces, su personalidad y su salud se veían afectadas.
7Sangría se les denomina a varios procedimientos relacionados con la sangre, pero, por lo general, este término se atribuye a una modalidad de tratamiento médico que consiste en la extracción de sangre del paciente para el tratamiento de dolencias.
8La Cyperus rotundus o juncia real, dotada de un robusto sistema de raíces y rizomas subterráneos, es extremadamente resistente e invasiva. Se usa en la medicina popular, tostada y molida, en forma de aplicación tópica para heridas e irritaciones.