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La monarquía absoluta, cuyos privilegios hería de muerte aquella conmoción, reaccionó potente; y su triunfo en la Península quitó á ésta la última esperanza de abandonar la Edad Media en que permanecía. Bajo Felipe II, las Cortes de Tarazona prohibieron como un delito que se gritara Viva la Libertad.

Así como el Nuevo Mundo le quitó lo mejor de su raza, Inglaterra aprovechó sus talentos más libres, aunque no quizá los mejores; pero la cuestión no era de calidad individual, sino de ideas generales.

Desde 1559 comenzaron á llegar á aquel país los reformadores españoles perseguidos por la Inquisición. El sectarismo y la rivalidad política, que se pronunciaba cada vez más en ofensas, los acogían con predilección singular, reconociendo sus méritos hasta el punto de darles á desempeñar cátedras en la misma Oxford.

Arias Montano y Pérez de Pineda merecieron la admiración británica; Del Corro y Valera imprimieron sus obras en Inglaterra; y los españoles residentes allá, casi todos comerciantes, vale decir más accesibles al espíritu moderno, adoptaron la Reforma.

De tal modo España, al repudiar las tres manifestaciones correlativas de la civilización moderna que comenzaba: el comercio, y en consecuencia la colonización; la Reforma, fuente directa del racionalismo, y el concepto civil de la autoridad, base de las instituciones democráticas, abjuró de hecho el progreso.

El atraso intelectual, sobreviniente á la expulsión morisca, quitó á sus universidades la clientela inglesa, contribuyendo esto, tanto como la religión, es decir, en parte principal, á la pérdida de aquella alianza británica, cuya ruptura empieza la era de las grandes desgracias peninsulares. Las ciencias naturales acabaron del todo, y la medicina, que fué su resto, dió á poco andar en el más ridículo empirismo. La escuela griega se sobrepuso á la arábiga, dominando el campo desde los comienzos del siglo XVI, y ya España no fué su sede. La medicina española estaba reducida á los trataditos de Monardes, cuyos solos títulos bastan para denunciar su carácter: Tratado de la piedra bezoar y de la hierba escorzonera; Tratado de la nieve y del beber frío, etc. En la Academia de Medicina de Granada servía de texto la disparatada Medicina española contenida en proverbios vulgares de nuestra lengua, por el doctor Juan Soropán de Rieros. La misma Salamanca carecía de una cátedra de matemáticas. En Alcalá no se enseñaba derecho patrio. Servían de fundamento histórico, apocrifidades tan burdas como la Crónica de Ávila, cuya primera parte establecía «cuál de los 43 Hércules fué el mayor, y cómo siendo rey de España tuvo amores con una africana en quien tuvo un hijo que fundó á Ávila»(!). Desapareció toda idea de ciencia práctica, y la alquimia, que había producido siglos atrás sabios tan nobles como Raimundo Lulio, apagó su horno científico ante el quemadero inquisitorial.

Aquel desierto de ideas absorbió en su esterilidad la vida entera del país, cuya decadencia irremediable, á pesar de su bravura y de su genio, demostró que el progreso de las naciones no está en la raza, ni en la riqueza del suelo, sino en las ideas, cuyo es el espíritu animador.[26]

Quedaron sólo en pie, cada vez más enormes, cada vez más opresores, la Iglesia con su lúgubre maquinaria de tormento y su teología, y el insaciable Fisco, del cual eran danaides alcabalas y gabelas.

Una rapacidad sin ejemplo acosó al trabajo nacional. El hambre fué desde entonces «el diablo de España». Los mendigos se instituyeron en corporaciones que explotaban las ciudades por barrios, como los ladrones, con quienes tenían más de un parecido en lo desalmados y bellacos. Hasta la Naturaleza parecía complicarse en sus farsas, pues la hierba de los pordioseros (clematis vitalba L.) con que producían sus llagas artificiales, ha abundado siempre en España de una manera prodigiosa...

La caridad pública los fomentaba, sin embargo, á título de intermediarios con la divinidad; y el clero, improductivo como ellos, y como ellos mendicante de profesión, agravaba el daño con preconizarlo. Nada pudieron contra su difusión las disposiciones reales; la religión los amparaba, y exagerando los principios de caridad evangélica con sectario fervor, dió en el panegírico de la miseria.

Añadíase á éste otro azote de la misma procedencia. La vagancia, que reclutaba sus hordas en el bajo fondo social, donde la ilegitimidad creciente de los nacimientos aumentó, á la vez que los infanticidios,[27] los abandonos en cantidad prodigiosa. Esto último llegó á constituir un peligro social tan grande, que las Cortes de 1552 solicitaron la creación de funcionarios especiales, cuya misión fuera amparar y proporcionar trabajo á los niños abandonados; pues los bribones viejos formaban con ellos cuadrillas de bandoleros que asolaban arrabales y campañas.

La rapiña tomaba todos los caracteres de una industria regular. Un libro contemporáneo, La desordenada codicia de los bienes ajenos, enumera, imitando á los Liber vagatorum de la Alemania medioeval, las más selectas clases de ladrones. En realidad pasaban de treinta, pero no clasifica sino las siguientes, que transcribiré á título de curiosidad:

Eran ellos los salteadores, estafadores, capeadores, es decir, especialistas en capas; grumetes, porque robaban con escalas de cuerda; apóstoles, porque á semejanza de San Pedro, cargaban llaves; cigarreros, ó cortadores de vestidos; devotos, porque operaban en los templos; sátiros, ó ladrones campestres; dacianos, ó compra-chicos; mayordomos, ó ladrones de posadas; cortabolsas, duendes, maletas y liberales.

Admirablemente organizados, con sus señas y palabras de pase, tenían ramificaciones en todas las capas sociales. Monjes, estudiantes, mozos de cordel, lindas damiselas, venteros, señoronas beatas, ancianos venerables, cooperaban como espías; siendo la estafa una especialidad, que dió nombre en todas las lenguas al famoso «cuento del tío».

Las zonas de explotación en los centros urbanos, estaban tan bien delimitadas, lo propio que las distintas especialidades, que ningún bribón podía casarse sino en las suyas, so pena de multa á título de dispensa. Y tal era su poder, que bandas de mendigos gitanos, los más peligrosos de todos, habían llegado á asaltar la ciudad de Logroño, para pillarla, mientras sus habitantes estaban atacados por la peste.

Todo revelaba, pues, una sociedad en descomposición, cuyo ideal terreno era vivir sin trabajar, aun á costa de la miseria. El mismo de la Edad Media, sin el fervor religioso que lo explicaba y engrandecía.

La anexión de Portugal acabó de realizar en la Península el ensueño absolutista, contribuyendo más, si cabe, á aumentar el maleficio con su gloria fugaz. Pero la situación se volvía cada vez más alarmante en el exterior. Ya hemos visto cómo se perdió la amistad de Inglaterra, natural aliada y tributaria comercial é industrial.[28] La unión, cimentada sobre dos matrimonios célebres,[29] había sido cultivada con toda clase de sacrificios, por la astuta política de Fernando y el genio del Emperador. El sueño de la unidad absoluta derribó aquel monumento. Quísose imponer á la fuerza la neutralidad británica en la cuestión de los Países Bajos, y el resultado fué perder ésa y éstos.

Fracasó igualmente la acción sobre Francia, rompiéndose otra antigua y fecunda unión. En efecto, desde fines del siglo XI y principios del XII, ésta se sostenía por la doble influencia política y religiosa. Los magnates más considerados en la corte de Alonso VI de Castilla, fueron borgoñones; las tres mujeres con que dicho monarca contrajo matrimonios, fueron francesas, y contó además por yernos á dos señores de Borgoña.[30] Un arzobispo de Toledo, y tal cual obispo de Sigüenza, de Salamanca, Zamora[31] y Osma, procedieron también de Francia. Los Papas de Aviñón, estuvieron en íntimas relaciones con España, de tal modo, que tres sobrinos de Clemente V tuvieron las catedrales de Zaragoza y de Tarazona, y el deanato de Tudela. El rito mozárabe fué sustituido por la liturgia de los cistercienses, orden enteramente francesa, como es sabido; y dichos frailes llegaron á poseer fuero propio, con derecho á justicia de Dios en el monasterio de San Facundo. Don Jerónimo, monje cluniacense, es decir francés por su orden, tanto como lo era por su nacimiento, fué capellán del mismo Cid, y profesor de aquella elegante y liviana doña Urraca, que tantos dolores conyugales debía causar á la honestidad aragonesa de Alfonso el Batallador. La célebre Unión de los nobles aragoneses, había estado entendida con el primero de los Valois, para el mejor éxito de su rebelión foral...[32]

Todo esto se perdió en la aventura, al paso que aumentaban los éxitos de la piratería turca. España quedó entonces aislada por el Pirineo y el Océano. Francia, con Enrique IV y Luis XIV, reduciría el Austria colosal de Carlos V á las dos primeras vocales de su divisa: A.E.I.O.U. (Austriæ[33] Est Imperare Orbi Universo); Inglaterra cerrábale el acceso al Occidente y á los puertos europeos; Holanda, al libertarse, había prohibido el tráfico con ella; estaba aliada de hecho con los ingleses, desde que en 1598 el embajador británico en París, había apoyado á los suyos en sus gestiones para obtener la neutralidad de Enrique IV, datando además casi desde entonces su rivalidad en el comercio de las especias; y no es acaso impertinente recordar, que el fracaso de la Grande Armada coincidió con la libertad de los mares, preconizada por Grocio en su memorable Mare Liberum, contra el mare clausum (para hablar con una frase de la época, que fué el título de la más célebre refutación al insigne holandés)[34] el mar cerrado de la conquista peninsular.[35]

La formidable tetrarquía, que formada por las casas de Castilla y Aragón, de Valois, de Tudor y de Habsburgo, había dominado de concierto á la Europa del siglo XV, se desvinculó enteramente en perjuicio de España. Logróse, con igual efecto, la segunda renovación germánica, y aquella grandeza cuyo remonte tuvo sanción en el Tratado de Blois, entraba al ocaso con el de Chateau Cambresis.

Por el lado económico, por el espiritual mismo, también se diseñaba el fracaso. La banca florentina, que venía dominando desde dos siglos atrás los cambios de Europa, estableció sucursales en los primeros centros, ampliando su acción con mengua de España, no obstante la dependencia nominal en que la República se hallaba respecto á ésta, por fuerza, no por afecto,[36] y la misma Roma volvióle las espaldas con Sixto V, negando al Imperio Cristiano la colaboración espiritual que era su fuerza y su pretexto.

Tantos desastres, en lapso tan breve, acarrearon el desencanto de las glorias patrias y el pesimismo sobre el porvenir. El pícaro, que por su carácter de correvedile popular, estaba en todos los secretos del alma española, no tenía empacho en disertar sobre «las vanidades de la honra». Vanitas vanitatum, que no aproxima sino en apariencia á Guzmán de Alfarache y al Salmista, pues para el uno es consecuencia de ese alto desdén que inspira la vida, á quienes saben dominarla desde las alturas de su virtud ó de su genio, mientras daba razón al otro para justificar sus pillerías.

La marcha triunfal de los descubrimientos se suspendía también. El lector recordará la cantidad superior de descubridores españoles, desde 1492 hasta 1610, año en que los jesuítas se establecieron en el Paraguay. Desde ese hasta 1700, y guardando las mismas proporciones de la nota citada, el resultado no es menos elocuente, al invertirse los términos; pues para 87 capitanes extranjeros, entre los que predominan ahora los holandeses, no encontramos sino 5 españoles. ¡El mismo número de ingleses que en los primeros 90 años del descubrimiento![37]

Al par se agravaba la carestía. Los altos precios de la época de abundancia, sosteníanse con mayor razón en la general lacería. Los impuestos aumentaban, en proporción con el descrédito y la improductividad, á pesar de lo cual el Estado precipitábase cada vez más en la insolvencia. En 1574 se debía 37.000.000 emprestados[38] al 32%, y la Corona repudió esta deuda alegando que los prestamistas habían procedido «contra la caridad y la ley de Dios.» Acababa, sin embargo, de confiscar en su provecho, por cinco años, todo el oro de las Indias; y esa verdadera trampa, realzada todavía por esta extorsión, es la mejor prueba de la inmoralidad común. El gobierno no temía el escándalo, á causa de que el pueblo se dejaba llevar por análogas corrientes, demostrándolo así la escasa resonancia de la iniquidad. La voracidad fiscal, correspondía al providencialismo de Estado, que constituía el modus vivendi predilecto del pueblo; y esto consumó la hostilidad contra todo individualismo, cimentando á la monarquía en el concepto de un Estado omnipotente.

Carlos había sido el tirano paladín; Felipe fué el tirano burócrata. Lo único que le sobrevivió, es decir su obra más perfecta, fué la administración, instrumento ingenioso de tortura económica en el cual colaboró la Inquisición misma, no obstante lo diverso de su destino.

El imperio jesuítico

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