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Prólogo

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Eduardo Restrepo

Este libro de Leticia Katzer puede ser transitado, como la metáfora del desierto que lo anima, de múltiples maneras. Con este prólogo no busco obliterar tal multiplicidad de posibles recorridos. Confieso que para muchos de los posibles recorridos no tengo el bagaje conceptual para emprenderlos, otros simplemente no me seducen. Prefiero asumir la parcialidad de mi recorrido en este prólogo-recorrido. Campearlo, como lector nómade que no busca dar cuenta de este, sino como síntoma de mis goces y taras.

Empiezo mi recorrido resaltando lo acertado de considerar la etnografía en tres dimensiones: la del texto, la del proceso y la de la experiencia. Esta tríada de texto-proceso-experiencia interrumpe concepciones del sentido común disciplinario que refieren a la etnografía como una técnica de investigación. Al contrario de esta visión de manual bien limitada de lo que está en juego con la etnografía, la autora propone que la pensemos en clave de estas tres dimensiones. Como texto, la etnografía refiere a unas prácticas escriturales que no son nada inocentes teórica o políticamente.

En su libro, Leticia Katzer apunta esta dimensión textual de la etnografía retomando las discusiones de las políticas de la representación etnográfica de los años 80 de la writing culture, complementándolas y complejizándolas con sus apropiaciones derridianas y de la teoría poscolonial. La etnografía como texto, como práctica escritural, supone discusiones ético-políticas sobre la figura del autor-etnógrafo y sus efectos de verdad. Para Katzer, es indispensable un desplazamiento hacia autorías colectivas e interrupciones de los efectos de verdad ontologizantes. Lo nomádico, acá inspirado en la experiencia espectral de los trazos del desierto, inspira estas autorías y desontologizaciones.

La etnografía como proceso se desmarca de la etnografía como resultado o producto. Nos invita a entender esta dimensión procesual en clave de los múltiples ritmos, agencias y disputas que articulan la etnografía. Es un proceso que enfatiza las trayectorias múltiples antes que un proceso terso y teleológico propio de la imaginación historicista. La etnografía como proceso también introduce una visión que va más allá de un proyecto de investigación concreto, para ubicar la labor etnográfica en una relación de mucho más largo aliento, que supone compromisos y afectos de años, que no se circunscribe a productos y demandas académicas. La etnografía como heterogéneo devenir, enmarcado en las contingencias, avatares y conflictividad que suelen constituir el mundo social del cual el etnógrafo no se puede sustraer, que lo preceden y que lo interpelan.

Finalmente, al plantear la experiencia como otra de las dimensiones de la etnografía, se abre un horizonte en donde la figura del etnógrafo no es simplemente la de intérprete o traductor, como ha sido argumentado desde las tradiciones hermenéuticas, sino que el etnógrafo es implicado por la experiencia etnográfica, argumento que resuena más con elaboraciones fenomenológicas o de teorías como la performatividad. La etnografía construye el sujeto etnográfico (no solo el etnógrafo sino también lo etnografiado) desde la experiencia vivida, lo que supone no solo unas estructuras de sentimiento (a lo Williams), sino que unas materialidades que insisten y se imponen (como el desierto). La epistemología nómade, el énfasis en los trazos y las presencias espectrales ilustran esta dimensión de la experiencia en este libro. Desde el contraste, tomar en serio la experiencia como constitutiva del sujeto etnográfico, puedo comprender mejor por qué mi propia etnografía, en un contexto de selva húmeda tropical con afrodescendientes, implica tonos, categorizaciones y sensibilidades distintas a las del campear.

Ahora bien, es importante no perder de vista que Leticia Katzer habla de estas tres dimensiones no de manera separada sino como una articulación de texto-proceso-experiencia. No es que por un lado está la dimensión de texto y por otro la de proceso o experiencia. En esta propuesta, que se despliega a lo largo del libro, es donde radica una de las posibles rutas de lectura que radicalmente interrumpe las comodidades y certezas de una etnografía de manual. En esto radica, a mi manera de ver, que este libro nos hable de discusiones teóricas y filosóficas junto a cuestiones de método sin separarlas de la gente (los huarpes) y las materialidades de la etnografía como lo es el desierto. Desde esta perspectiva, no se puede hablar de etnografía en abstracto, descorporalizada, deslugarizada.

En este punto me gustaría llamar la atención sobre uno de los rasgos más particulares del libro: la pertinente insistencia en articular la etnografía con la filosofía. Confieso que no puedo seguir gran parte de las elaboraciones de la autora, por mi aversión a cierta práctica escritural que transita con un estilo argumentativo que me gustaría llamar derrideano. Esto no significa que no comprenda que en este estilo radica parte importante de sus contribuciones. Pero más allá de las específicas articulaciones con ciertos autores (con los que uno puede estar o no identificado), este libro nos invita a trascender la miseria filosófica que opera en las versiones más empiristas de la etnografía, pero también permite desangelicalizar las elucubraciones filosóficas desde las mundanalidades etnográficas.

Esta articulación puede tener sus riesgos, por supuesto. Uno de estos riesgos, que parece posicionarse en el establecimiento estadounidense, refiere a la etnografía como desviación para filosofar. Esto produce una filosofía etnográficamente amparada, donde la figura del etnógrafo filosofea a sus interlocutores, prácticas, situaciones y experiencias. En su libro Leticia Katzer nos sigue hablando de gentes y lugares, materialidades y anclajes, de conceptualizaciones como artefactos que iluminan comprensiones situadas y contextuadas de gentes y procesos. Eso es bien distinto de filosofar por filosofar teniendo como pretexto unas gentes, que en últimas parecen no importar realmente.

Son estos retos y riesgos de la articulación de la etnografía con la filosofía donde encuentro otro de los posibles recorridos para transitar por este libro. Su potencia se evidencia, por ejemplo, en su interrupción del sentido común sobre la etnopolítica, sobre la etnicidad o la diferencia cultural que a menudo habita e interpela la imaginación antropológica. Una desustancialización de nucleamientos identitarios, que sin desconocer las movilizaciones y luchas en nombre de la diferencia, no asume entidades homogéneas preexistentes ni tersos posicionamientos de radicales otros. Desde elaboraciones filosóficas en sintonía con las experiencias nomádicas del desierto, los trazos y los rastros no se hacen presencias, los restos y los espectros no se domestican epistemológica y políticamente. En estas salidas a campear por este libro es que encuentro su valía... el goce de su lectura.

Etnografías nómades

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