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CAPÍTULO 1
Del cuerpo al símbolo revisitado. Algunos desarrollos y en homenaje a David Liberman

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David Liberman era un hombre que se adelantó a su tiempo con un pensamiento original, capaz siempre de mostrar una perspectiva inesperada y de formulaciones que estimulaban el pensar. Así, cuando hablábamos de la sobreadaptación de los pacientes con perturbaciones psicosomáticas, decía “estos pacientes padecen de cordura”.

A modo de homenaje quiero traer algunas de sus ideas centrales, que desarrollamos conjuntamente en el libro Del cuerpo al símbolo, sobreadaptación y enfermedad psicosomática. Estas ideas me evocan lo creativo de tener el privilegio de trabajar con él y este trabajo además contiene nuevos desarrollos, actuales, logrados a partir del trabajo junto a David.

A renglón seguido voy a referirme a esos términos y sus implicancias psicoanalíticas.

1) Sobreadaptación. Este término se generó en nuestro grupo y tuvo una amplia difusión en el medio psicoanalítico. En su momento lo concebimos como una excesiva adaptación a la realidad, no por respeto al principio de realidad sino por sometimiento a un Ideal del Yo tiránico. Hoy diría que se trata del funcionamiento del principio de realidad puesto al servicio de la parte psicótica de la personalidad. Es un uso del principio de realidad al servicio de la omnipotencia, la omnisciencia y los ideales, principio que muchas veces tiene una connotación de reparación maníaca con un Ideal del Yo que no toma en cuenta la relación entre necesidades, deseos y posibilidades.

Sobreadaptación equivale a generar una prótesis para la personalidad, un exoesqueleto. Esther Bick (1968) lo describiría como una “segunda piel”. Implica transformaciones de la experiencia emocional en las que se produce una escisión de lo emocional que, en lugar de ser digerido, queda relegado a los funcionamientos neurofisiológicos, protomentales (Bion, 1962). Es una adaptación a la realidad externa a costa de disociar las implicancias emocionales que, en lugar de ser elaboradas, permanecen sin la transformación necesaria para ser asimilados a la personalidad y se manifiestan a nivel de síntomas somáticos. Dicho en otros términos, lo que se enferma es el cuerpo.

2) Estructura caracterológica y su relación con el Ideal del Yo patológico. Esta sobreadaptación va acompañada de una estructura caracterológica peculiar relacionada con un Ideal del Yo patológico que distorsiona la interpretación de la realidad: es una distorsión semántica (Liberman, 1970). Tomando como modelo la lingüística, Liberman diferencia las patologías como: a) una distorsión sintáctica, en caso de las neurosis; b) una distorsión semántica: el problema radica en una distorsión de la interpretación de la realidad; y c) una distorsión pragmática, como en las psicopatías, que opera directamente para distorsionar la realidad.

3) Símbolo fachada a diferencia de la simbolización auténtica. Los trastornos de los procesos de simbolización en el paciente sobreadaptado que somatiza implican que se ha desarrollado una simbolización por copia e imitación y no a partir de la transformación de las experiencias emocionales en elementos aptos para ser digeridos, es decir pensados soñados. Las experiencias emocionales permanecen como “bocados no digeridos” y no pueden ser asimilados a la personalidad. Las experiencias emocionales digeridas pueden articularse y desarticularse abriéndose a una evolución a partir de experiencias nuevas. La digestión de las experiencias emocionales posibilita transformarlas a un nivel de simbolización auténtico, digestión enraizada en las experiencias emocionales y da lugar al crecimiento mental. La no digestión implica evacuación hacia canales neurofisiológicos, protomentales, talámicos o subtalámicos o transformaciones en alucinosis (Bion, 1965). En el paciente sobreadaptado que somatiza, las experiencias emocionales son escindidas. La escisión puede pensarse con el modelo de una casa a la que se le hubieran cortado sus recursos más evolucionados: agua corriente, gas, etcétera, y tiene a su disposición los recursos más primitivos. (Hay procesos biológicos como la apoptosis1, que están al servicio de controlar el desarrollo y crecimiento mientras que se dan otros procesos biológicos que implican patologías somáticas: enferma el órgano).

4) Transformación en síntoma somático. En la sobreadaptación lo emocional escindido aparece como síntoma somático; las emociones no han llegado a inscribirse en el psiquismo. El síntoma somático aparece como lo más auténtico del funcionamiento de esa personalidad y equivale a la señal de angustia que el paciente no puede tener, dando la posibilidad de una transformación hacia un nacimiento psíquico de la experiencia emocional. Considerarlo así es brindar una posibilidad de lectura que hasta ese momento el paciente era incapaz de hacer, precisamente por la escisión. Lo que parece más enfermo equivale a una señal de que el paciente no puede seguir así pues el riesgo es enfermarse más y mejor.

5) El trastorno de los procesos de simbolización. Es lo que llamamos “símbolo fachada”, significa que ese símbolo carece de un proceso auténtico de transformación de la experiencia emocional. Lo que parece un símbolo es una fachada que carece de interioridad y de significado emocional. Es una simbolización al servicio de la adaptación al mundo externo, escindiendo las emociones que quedan relegadas a nivel protomental o prenatal, en el sentido de su nacimiento psíquico. El contacto con la realidad en ese sentido está a un nivel predominantemente fáctico, prescindiendo del significado emocional, que es escindido y queda relegado al funcionamiento somático.

Para el abordaje técnico de esta problemática consideramos necesario el desarrollo de una auténtica simbolización como una herramienta necesaria para establecer contacto con la realidad externa, pero sobre todo con el mundo interno, de un modo no sólo pragmático.

Una viñeta clínica para ejemplificar esto: a una paciente de alrededor de 50 años, muy exitosa profesionalmente pero con un serio fracaso matrimonial, que siempre me decía que ella se cuidaba, de repente le diagnostican un cáncer y tiene que ser operada de urgencia. Se trataba de una persona con la cual era muy fácil tener un diálogo convencional pero con la cual era muy difícil hablar de sus vivencias emocionales. Llegó al análisis debido a su fracaso matrimonial, pero cuando yo intentaba aproximarme a alguna cuestión relacionada con lo afectivo se ponía violenta y me llevó bastante tiempo poder confrontarla con hechos evidentes, puesto que la irritación violenta constituía una especie de barrera que parecía infranqueable. Había una contradicción manifiesta entre su exitosa adaptación al mundo externo, su éxito profesional y el fracaso de su vida emocional. Casi era una cuestión caracterológica el hecho de transitar sólo por caminos seguros. Pero el crecimiento emocional no puede aprenderse en los libros y es necesario poder aprender de los errores, ese no era un camino seguro y por eso era evitado. Ahora, cómo se hace para evitar la cuestión de las emociones en un análisis, salvo con la complicidad de la analista, cosa que no iba a ocurrir. Los silencios prolongados en los que a veces transcurrían las sesiones eran matizados con irritaciones violentas cada vez que yo intentaba alguna descripción de esa problemática. La paciente se había aislado mucho en todo lo referente a su vida emocional y con el tiempo se encontró cada vez más sola; si bien tenía un sufrimiento por su soledad, tampoco dejaba mucho que en el análisis pudiéramos aproximarnos a las cuestiones de los estados emocionales y tampoco podía, debido a la misma problemática, curar del todo las heridas que había dejado su fracaso matrimonial. Correspondía, en cuanto a ciertos rasgos de la personalidad, a lo que describimos en relación a estos pacientes con D. Liberman: muy cumplidores en lo formal, –por ejemplo en cuanto a horarios y honorarios– pero al mismo tiempo con una violencia apenas contenida cuando yo intentaba aproximarme al campo emocional. Al cabo de unos años apareció el cáncer con una indicación urgente de cirugía. No puedo decir que el cáncer –una enfermedad inmunológica, cuyas causas no se conocen hasta hoy en día– haya tenido como causa su disociación de lo emocional, pero sí que esta disociación no le permitía un crecimiento mental en cuanto a los vínculos emocionales. Tengo sí la impresión de que esta disociación de lo emocional puede haber sido un factor que podría haber incidido en la aparición de una enfermedad somática tan grave. El conflicto, que lamentablemente no puede llegar a manifestarse como conflicto, entre la sobreadaptación “eficiente” a la realidad externa y el rechazo, a veces muy activo, hacia todo lo referente a lo emocional, es el núcleo central en este análisis, puesto que si no podemos encarar esta cuestión no hay manera de crecer auténticamente en lo referente al crecimiento mental-emocional.

Después de esta breve digresión por el campo de una ilustración clínica voy a continuar refiriéndome a ciertas características del análisis con estos pacientes sobreadaptados que somatizan. Dentro del contexto de la situación analítica, nuestra caracterización de la problemática clínica nos llevó a una diferente concepción de la alteración del encuadre, cuando esto ocurre con estos pacientes. Pensamos que en el caso de estos pacientes que suelen ser “tan cumplidores”, cuando se da alguna alteración del encuadre como por ejemplo una llegada tarde, esto equivale a una señal de que el proceso analítico ha llevado a una ruptura o quiebre de la rígida estructura caracterológica. Estas llegadas tarde son casi el equivalente de un acto fallido, que como sabemos requiere un alto grado de simbolización de lo emocional y un mínimo de control defensivo. Podríamos considerarlo como un cambio en la relación continente-contenido: como si ese continente de sobreadaptación ya no diera para más en relación a los contenidos emocionales. La ruptura del encuadre puede entenderse desde un vértice psicoanalítico como un contenido a la búsqueda de un continente diferente.

Desde esta perspectiva, nuestro trabajo clínico con pacientes psicosomáticos trata de cómo construir o ampliar un continente diferente para contenidos en evolución. Este es un modelo para pensar el problema de cómo generar un espacio para dar cabida a la realidad psíquica. El paciente sobreadaptado que somatiza suele vivir en un mundo fáctico, en un mundo de datos opuesto al mundo de significados, sobre todo de significados emocionales. A un sueño, a una asociación, a un poema, a un mito se le puede encontrar un significado emocional. A un hecho fáctico no: es “una realidad”, “una cosa en sí”. Nuestra mente y nuestro desarrollo emocional se nutren de significados.

Estas ideas están inspiradas en mi práctica clínica y son un intento de enfrentar algunas de las dificultades con las que me he encontrado. En ese sentido intento el desarrollo de algunas ideas que me han sido útiles para pensar la clínica y que voy a presentar a continuación.

1) La revolucionaría idea de Bion de que los pensamientos son anteriores al pensar y que estimulan el desarrollo de funciones para pensarlos fue la base de muchas evoluciones. Una idea muy fecunda es la postulación de aspectos prenatales de la mente. En este capítulo propongo ampliar la conjetura imaginativa de aspectos prenatales de la mente y esta extensión tiene el sentido de ampliar la investigación psicoanalítica desde la concepción de cura hacia el vértice del crecimiento mental.

La hipótesis de aspectos prenatales de la mente conlleva la idea de una mente embrionaria con potencialidades de desarrollo. Es una concepción de la mente como un universo en expansión, concepción que es central para relacionar pasado, presente y futuro. A diferencia de otras especies, el ser humano no nace con un equipo innato con todo lo que tiene que saber encriptado en su ADN para sobrevivir. Lo que trae innato se complementa con lo que recibe de su entorno familiar y su cultura –y esto requiere, como sabemos, de muchos años en vínculos amorosos y protectores para desarrollar sus potencialidades.2

Esta concepción es la que intento desarrollar aquí a través de la conjetura de aspectos prenatales de la mente, que podemos concebir como pensamientos embrionarios y/o pensamientos sin pensador, que necesitan intersectar con un pensador, es decir intersectar con funciones capaces de usar los pensamientos3 para pensar y poder así evolucionar. En ese sentido, no concibo el nacimiento psíquico como un punto de origen sino como un punto de intersección. Una idea prenatal sería, en este modelo, el equivalente de un embrión que evoluciona hacia un futuro bebé, que contiene potencialidades desconocidas y por lo tanto demanda una ruptura, una desarticulación de lo estructurado previamente que necesita ser recibido y transformado. Es una condición para el desarrollo de un continente para lo nuevo; como somos seres animados que habitamos en un mundo, en un cuerpo y una mente cambiantes, necesitamos poder desarrollar un continente para los cambios.

Como psicoanalistas esta idea nos lleva por su parte a la noción de encuadre, concebido como marco protector y continente para dar lugar al desarrollo de los cambios que la persona necesita para crecer. Podemos complementar la hipótesis de la evolución de la personalidad con la de cambio catastrófico, no en el sentido de una catástrofe, sino de algún cambio, el que asu vez no es producido por una evolución continua en el tiempo, sino por un movimiento brusco, por ejemplo el surgimiento de los Andes, los cambios de la adolescencia, algún suceso traumático, etcétera.

2) Me parece central la idea de sobreadaptación y la contrasto con el desarrollo de lo prenatal. La sobreadaptación lleva a que el desarrollo de una personalidad sienta sus bases en prótesis o exoesqueletos. Es lo que muchas veces denominamos falso Self no en el sentido winnicotiano de protector del auténtico Self, sino en el sentido de construir una personalidad sobre bases endebles y falsas, esquivando los conflictos inherentes al crecimiento mental. La idea de un at-one-ment (Bion, 1970) de un devenirse sí mismo, o uno consigo mismo también me parece central por contraste con la construcción de una personalidad sobre la base de la sobreadaptación.

Esta idea de devenirse sí mismo no descarta la idea de hacer consciente lo inconsciente pero va más allá –quizás está más cerca del enunciado freudiano de donde estaba el Ello el Yo debe advenir– pero diría que más que Ello, en la sobreadaptación se trata de un Superyó perfeccionista y/o de aspectos no auténticos del Yo. Tampoco el devenirse sí mismo equivale a la hipótesis kleiniana de la integración que se desarrolla en la posición depresiva, aunque también la incluye. En la idea de devenirse sí mismo está implícito el cambio y presupone un conflicto entre lo ya establecido en la personalidad, el conflicto entre el establishment de la personalidad, entre lo ya institucionalizado de la personalidad y lo nuevo que está evolucionando. En mi opinión es necesario –en un análisis– poder abrir un diálogo entre las distintas partes o aspectos de la personalidad, diálogo que puede ser fecundo en sus acuerdos y desacuerdos. Me refiero a un diálogo entre los aspectos ya instituidos de la personalidad –que incluso a veces surge a través de frases que trasuntan un aspecto caracterológico, como “yo soy así”– y los cambios que necesariamente debe afrontar una persona en la vida. Es evidente que el análisis conlleva cambios y que una de las cuestiones de la situación analítica es la elaboración de esos cambios.

Dentro de los recursos técnicos que yo utilizo –y que abren una perspectiva, a veces con humor, para desarrollar estos cambios– está la personificación: suelo personificar algunos aspectos o funcionamientos de la personalidad y también de emociones para poder dar lugar a un diálogo entre los aspectos escindidos con la ventaja de la creación de un espacio tercero, de modo que el paciente, desde su rol de espectador, logra una distancia de observador del funcionamiento de su personalidad. Puedo entonces construir un escenario: sentar en una silla a Doña Celos o a Don Miedo y proponerles entablar un diálogo con otros aspectos de la personalidad, como la nena o nene buenos, “orgullo de sus padres y maestros”. Este distanciamiento, que contiene algo de humor, facilita al paciente, en mi experiencia, el darse cuenta de ciertos funcionamientos mentales que hasta ese entonces eran egosintónicos.

La idea de exoesqueletos o prótesis va al encuentro de lo que a mi entender nos topamos cada vez con más frecuencia en la clínica: con personalidades que no han crecido ni crecen sobre bases firmes y auténticas, sino que se arman o se adhieren entre si sobre bases precarias, con la sobreadaptación como una segunda piel (Bick, E., 1968) y al precio de dejar escindidas las experiencias emocionales.

Pienso que en la cultura y la sociedad occidental un factor a investigar es el empuje hacia una socialización cada vez más prematura, que prioriza el aprendizaje de datos de información y la eficacia por sobre el desarrollo y la madurez emocional. La tecnología actúa, con su velocidad de comunicación, contribuye a saltear distancias y diferenciaciones con el otro. Hoy en día tenemos entre nosotros y en muchas partes del mundo, el problema de la banalización y de la creciente pobreza que priva a muchos niños de su infancia. Si miramos la cara y la mirada de un “chico de la calle” veremos la mayoría de las veces la expresión y la mirada de un viejo. Otro problema propio de la cultura occidental (por lo menos de clase media) es la prematurez, la exaltación de la prematurez intelectual dejando de lado la madurez emocional, tal como se trasunta en la búsqueda de diplomas o que desde el jardín de infantes se enseñen idiomas, habilidades, etcétera. Muchas veces esas búsquedas ocupan el lugar del desarrollo de una capacidad de juego.

Esto nos lleva a cuestiones técnicas de abordaje. ¿Cómo abordamos lo que hemos llamado el exoesqueleto, la sobreadaptación y la adhesión a lo fáctico? ¿Cómo nos aproximamos a que el paciente pueda desarrollar una capacidad de “jugar”?

3) Sobreadaptación y sueños. La sobreadaptación es lo opuesto al soñar (en sentido amplio4). Cuando Freud descubrió la realidad de la realidad psíquica e investigó con profundidad el fenómeno onírico abrió el camino a comprender la realidad de la “ficción”, la realidad de la realidad psíquica. Él consideró que la fantasía no era sólo una huida de la realidad, sino también una reserva ecológica de la que se nutrían los artistas. También pensó que los escritores y artistas creativos habían sido niños que habían jugado mucho. M. Klein siguió ese camino con la introducción de la técnica de juego y con la idea de la personificación de los objetos de la realidad psíquica y su concepción de un mundo interno como escenario de distintas dramáticas.

Bion pensó y desarrolló la idea de la personificación de distintas partes de la personalidad y aun de abstracciones tales como la relación continente-contenido o la oscilación entre la posición esquizoparanoide y depresiva, siempre con la idea de abrir un diálogo. Una ilustración y puesta en práctica de esta idea de diálogo está en los tres tomos de Una memoria del futuro5 (Bion, 1975, 1977, 1979), una especie de autobiografía psicoanalítica en la que cobran voz distintos personajes del mundo interno de Bion y distintas situaciones de su vida formuladas en forma dramática, como diálogos “ficcionales”, es decir una especie de ciencia-ficción. Ahí aparecen por ejemplo los personajes Bion y yo mismo en curiosos diálogos, junto con personajes imaginarios como Sherlock Holmes y Watson que disputan la escena con los personajes reales como Bion, discutiendo con sentido de humor la “realidad” de los “personajes reales”, lo cual nos encamina a cuestionarnos de qué clase de realidad se trata cuando hablamos de la realidad psíquica y la realidad de lo vivido y lo no vivido desde esa perspectiva. Bion transforma el mundo interno en un mundo con personajes, con distintos intercambios y diálogos. En forma dramática se desarrollan escenas en las que los personajes van cambiando, como van cambiando las vivencias de los pacientes en relación a los hechos vividos. Se presenta así el mundo interno con distintos personajes que encarnan, valga la redundancia, los objetos internos de la realidad psíquica. Bion sostiene allí que los personajes de ficción han sido muy buenos nutrientes de su mente.

4) Las ideas de reverie materno y de la función alfa me impactaron por su riqueza y posibilidades en la clínica. Al escribir acerca del nacimiento psíquico y las ideas prenatales me di cuenta más profundamente de que las hipótesis del reverie materno y de la función alfa abren camino para pensar psicoanalíticamente la función del “ambiente humano” en el desarrollo emocional. El reverie es el nombre de una función receptiva y transformadora, desintoxicadora de las intensas ansiedades primitivas, de modo tal que los pensamientos embrionarios, las intuiciones salvajes o los pensamientos no domesticados puedan ser pensados sin perder vitalidad ni capacidad para evolucionar. Es una función fundamental para la creación de un espacio psíquico, un espacio potencial donde las experiencias puedan ser “soñadas”/simbolizadas y puedan almacenarse y asimilarse. Esta transformación es fundamental para que se pueda producir un proceso de reintroyección, desintoxicando lo identificado proyectivamente por el bebé y/o el paciente de modo que pueda ser reintroyectado y asimilado a la personalidad.

Estas ideas se enmarcan en una consideración distinta de la función del soñar y de la identificación proyectiva, sobre la que me extiendo en el trabajo.

“Soñar” como proceso relacional significa que el paciente no sólo se conecta con contenidos sino con el modo como funciona la mente del analista; esto le da posibilidades de reparar su equipamiento para el contacto con la realidad psíquica.

La conjetura de los pensamientos prenatales como gérmenes que pueden evolucionar hacia un crecimiento mental cambia el vértice psicoanalítico, en el sentido de que una de la funciones de un tratamiento psicoanalítico es hacia el desarrollo de pensamientos y de funciones mentales para pensarlos. Esto implica el desarrollo de un continente para los contenidos emocionales y una postura también diferente en relación a los procesos de externalización.

Si la identificación proyectiva tiene una función comunicativa y si la formación del pensamiento pasa a través del funcionamiento de la mente de otro, el desarrollo de pensamiento o el proceso de simbolización deviene un proceso de a dos, relacional. En ese sentido lo que es relevante es que hay dos mentes que operando en unicidad (at-one- ment) pueden ir generando nuevos significados, nuevas relaciones, nuevas posibilidades.

La transferencia es un campo de traslado, de externalización. Eso implica una intensa experiencia emocional para ambos participantes, con el desafío no de “parecer” sino de “ser” y de devenirse. Cuando el análisis logra que el paciente se ponga en contacto con su auténtico sí mismo, parece poner en marcha un proceso de crecimiento que involucra al analista, quien lejos de ser un espejo neutro está también sujeto a los avatares de ese cambio catastrófico.

La hipótesis central de este capítulo es que el desarrollo de la capacidad de “soñar” en la sesión de paciente y analista –como así también “el juego de personificaciones”– ponen en marcha un proceso de externalización generando continentes que son más mediatizados y adecuados, porque tienen una similitud con el juego: obviamente son una “no cosa”6. Son en cierto modo el equivalente a lo que M. Klein hizo con Dick cuando indagó cuáles eran los intereses del niño, y entonces tomó los trenes como Hecho Seleccionado (Bion, 1963), les puso nombre ayudando a poner en marcha un proceso de juego y de transformación simbólica. Estas ideas también toman en cuenta las investigaciones de Bion sobre la grupalidad primitiva, no sólo las muy conocidas que desarrolló en Experiencias en grupos (Bion, 1962 a), sino las que continuó desarrollando con mirada psicoanalítica a lo largo de toda su obra y con más especificidad al considerar la relación entre el Místico, el Establishment y el Grupo en Atención e Interpretación (Bion, 1970). Según mi interpretación el Místico es la idea nueva, el Establishment es lo ya instituido en la personalidad y el Grupo se refiere a nuestra condición de animal de rebaño, animal grupal.

Esta grupalidad primitiva, que compartimos con el paciente en tanto somos un “animal político” y pertenecemos a una especie, que es de animal de manada– es una fuerza a la que debemos tener en cuenta necesariamente en la sesión. Actúa tanto en la relación entre paciente y analista como dentro de la personalidad de cada uno de los miembros de la pareja analítica. Se trata de un conflicto entre el desarrollo de una mente separada –o diferenciada con tolerancia a las incertidumbres por una parte– y la atracción o la adhesión a una grupalidad primitiva que ofrece certidumbres, inevitablemente engañosas por otra.

Para afrontar este problema en la práctica clínica necesitamos de un establishment maduro donde predomine en la relación analítica la cooperación en la predisposición a conocer y que la relación paciente-analista funcione como grupo de trabajo conteniendo, para comprenderlas, las turbulencias primitivas que se agitan en la sesión.

Pienso que lo que yo llamo ficcionalización, personificación, lo que describo como el uso de los sueños en tanto modelos, favorece la puesta en marcha de un proceso de simbolización cuando hay trastornos en ese sentido y posibilita el desarrollo de un espacio de realidad psíquica en la sesión, por contraste con un espacio claustrofóbico o agorafóbico donde las emociones son vividas en forma concreta como cosas en sí. Es un espacio en el que se tolera la relación entre la cosa y la no cosa; una idea es una “no cosa” y se toleran distintos vértices, como en el hermoso ejemplo que nos trae Cortázar de un chico que puede asombrarse y decir: “Qué raro, los árboles hacen al revés que nosotros, se desvisten en invierno y se visten en verano”.

También entiendo que es un modo en que el analista no esté tan solo en su tarea y al mismo tiempo se mantenga dentro de una de las columnas vertebrales de la técnica analítica, la regla de abstinencia.

5) Por último, uno de los descubrimientos fundamentales de Freud fue que el ser humano tiene una enorme capacidad para engañarse y para desarrollar modos muy ingeniosos para hacerlo. En mi opinión una de sus obras maestras en ese sentido es acerca del fetichismo y de la escisión, que desarrolla la idea de que una parte de la personalidad puede estar conectada con la realidad mientras que otra, escindida, la evade.

Las investigaciones de Bion sobre los funcionamientos grupales y acerca de la relación de las mentiras y el pensador abrieron nuevos caminos en ese sentido.

El mantenimiento tenaz de funcionamientos omnipotentes y omniscientes nos habla de un super-Superyó, que sólo concibe relaciones de superioridad e inferioridad que ocupan el lugar de la fallas de la función reverie. David Liberman nos habló de un ideal del Yo patológico que nos aleja de nuestras verdaderas posibilidades de logros auténticos o las escinde. ¿De qué trata ese ideal del Yo patológico? Puede tener diferentes características, ideológicas, religiosas, etcétera, haciéndonos correr atrás de una zanahoria que nunca se alcanza en desmedro del desarrollo de nuestras auténticas posibilidades.

Una perturbación del ideal del ideal del Yo

¿Qué determina lo que Liberman denominó la distorsión a predominio semántico y motiva la diátesis7 traumática?

En los pacientes sobreadaptados, las dificultades para diferenciar al Superyó del ideal del Yo, dificultan también para discriminar las funciones del Yo de las del ideal del Yo. Mientras el Yo tiene que ver con juicio de realidad, el ideal del Yo le da un sentido a la realidad, interpreta la realidad. El ideal del Yo determina el sistema axiológico individual, los valores e ideales. Bateson señala que el sistema valorativo, en tanto organizado en términos de preferencias, constituye una red dentro de la cual se seleccionan ciertos ítems mientras se pasan por alto o se rechazan otros; esta red abarca todos los aspectos de la vida. Este sistema de valores imprime a la percepción un significado determinado. Hay ocasiones en que el ideal del Yo es sumamente elevado y tiránico y entonces el individuo vive su vida detrás de un ideal inalcanzable, un ideal del Yo patológico y como consecuencia toda experiencia que no alcanza ese Ideal es vivida como un fracaso. En un tratamiento psicoanalítico se puede dar lugar a una modificación de ese ideal, modificación hacia un cambio en la que puede darse una disminución de los niveles de aspiración y un mejor equilibrio entre las necesidades y posibilidades de ese individuo. Simultáneamente, en ese proceso el Superyó se hace más benévolo. Puede ocurrir una escisión entre el funcionamiento del Superyó y las aspiraciones del ideal del ideal del Yo: en ese caso el Superyó impone metas cada vez más inalcanzables, que pueden llevar a la persona, en casos extremos, a comportamientos suicidas. Necesitamos comprender la importancia del ideal del Yo y su génesis a través de la conformación del sentido de realidad y el valor que cobra en este proceso la configuración de las nociones de espacio y tiempo en relación con el Self. Desde el punto de vista evolutivo la relación entre la boca, la mano y los procesos de integración del Yo, alrededor del cuarto mes, permiten ir adquiriendo la noción de los propios límites corporales y por lo tanto comenzar a desarrollar la noción de Self y de objeto. Winnicottt señaló que en algunos lactantes se produce una suerte de rivalidad entre la función alimentadora de la boca y el deseo de chuparse el dedo y que algunos lactantes se ponen el dedo en la boca cuando succionan el pecho, aferrándose a una realidad creada por ellos mismos y utilizando al mismo tiempo la realidad externa. Las manos, luego de haber sido libidinizadas durante el período de chupeteo intenso, se van independizando de la zona oral para pasar a hallarse bajo la influencia de los ojos y desempeñan un papel de intermediarios entre los ojos y la boca. El juego muy común de “qué lindas manitos que tengo yo” responde en cierto modo a ese pasaje. De ese modo las manos, desde su primitiva función de aliviar tensiones, se transforman en medios instrumentales de relación para controlar el mundo exterior. Con el surgimiento de los dientes y el morder, las funciones del brazo y de la mano-boca se asocian con los ojos y con otros órganos de los sentidos, especialmente con el del equilibrio, que va a posibilitar la marcha. Cuando entra en el segundo año de vida, el niño ha construido una concepción oral y táctil de su propio cuerpo y del mundo que lo rodea y de ese modo puede comenzar a regular sus impulsos tanto eróticos como agresivos.

Los análisis de niños y adultos –pacientes sobreadaptados que somatizan– nos han mostrado que, en la temprana infancia, estas personas huyeron de la posibilidad de tener conflictos emocionales con sus padres y tal vez conflictos emocionales en general. Los observamos en comportamientos como de “adultos en miniatura” esforzándose para ser “niños adultos” o con un comportamiento de “como si” fueran adultos. Con esta modalidad de sobreadaptación logran despertar gran interés en otras personas a costa de eludir todo auténtico acercamiento afectivo. Hasta podría pensarse en núcleos autistas, porque frecuentemente desplazan su interés hacia objetos inanimados como defensa frente a toda relación fuertemente afectiva, sea amorosa y/o agresiva. Como ya dije, la sobreadaptación funciona como una segunda piel (Bick, 1968). En estos niños la escolaridad suele ser más que buena y parecen más adultos prematuros que niños de su edad. Esta huida prematura hacia una falsa maduración es lo que les impide en la vida adulta mantener una convivencia con personas con quienes necesitan consolidar vínculos íntimos. Al modo de lo que sucede en los funcionamientos autistas, las identificaciones proyectivas están detenidas y parece que las experiencias emocionales quedan a nivel de un funcionamiento protomental, talámico o subtalámico como lo describe Bion (1962b). Cuando el análisis evoluciona, un buen signo de esa evolución es cuando comienzan a funcionar con identificaciones proyectivas, en su condición de modo de comunicación primitivo.

La perspectiva de Winnicott

Psique-soma es un término usado por Winnicott para describir el funcionamiento saludable y la interrelación de la mente-en el-cuerpo o la psique habitando en el soma. Winnicott considera que en sus comienzos el Yo infantil no está integrado; los distintos aspectos del Yo se relacionan e integran, si todo va bien, en aquellas circunstancias en las cuales el bebé está recibiendo cuidados de una madre-ambiente que se caracteriza por lo que él llama estado de preocupación maternal primaria y que le permite una buena adaptación, que él llama holding, a las necesidades del bebé. Esta clase de cuidado permite al bebé tener la experiencia o vivencia de “continuar siendo o existiendo” y pueden emerger los elementos de la psique y del soma. En esas circunstancias psique y soma desarrollan una relación que podemos llamar como: “psique habitando el soma”; en circunstancias saludables, la mente se desarrolla como una función especial del “psique-soma”. Las perturbaciones psicosomáticas son consideradas por este autor como consecuencias de fracasos del medio, en cuanto a proveer los cuidados adecuados, dentro de los cuales pueda desarrollarse la innata tendencia a madurar. Al igual que Freud, Winnicott considera que el primer yo es un yo corporal, pero él pone el acento en que el sano desarrollo del bebé depende del hecho de que éste pueda tener la experiencia de un proceso de ligadura con las funciones corporales y con la piel como un borde, como un límite entre la experiencia subjetiva y el entorno externo. Winnicott usa el término personalización para denotar este proceso, contrastándolo con despersonalización, que significa la carencia de un sentido de conexión entre el Yo y el cuerpo. En términos de desarrollo del Yo infantil, Winnicott reúne en el término integración las distintas tendencias a la maduración. La integración puede lograrse a través del holding del ambiente y emerge a partir de un estado de narcisismo primario. El holding del Yo del bebé es provisto por una madre suficientemente buena y este holding es vital para la integración del Yo infantil para afrontar lo que Winnicott llama ansiedades impensables. Estas ansiedades él las clasifica como: desintegrarse, vivencia de una caída infinita, la pérdida que sufre el bebé de la relación con su propio cuerpo y la pérdida de un sentido de orientación. Es de hacer notar que Winnicott diferencia no integración de desintegración. La no integración es un estado de relajación cuando el bebé no necesita integrarse en la medida en que el holding materno cumple su función de sostén. El estado de no integración se refiere a un estado de ser del bebé en el cual se siente libre de cualquier necesidad o intrusión. Winnicott describe la desintegración como una defensa elaborada, que se caracteriza por una activa producción del bebé contra la no integración. Esto ocurre cuando ha habido alguna falla en el sostén materno y el bebé no se siente tan a salvo, tan seguro como para permitir un estado de “no integración” porque teme sentirse abrumado por una o más de las ansiedades “impensables”. Cuando falla el ambiente en su rol de protector de estas ansiedades, el infante –que se halla en un estado de dependencia absoluta– desarrolla esta defensa de desintegración. Ésta es en sí misma una defensa extrema, pero Winnicott la considera como un producto del psiquismo infantil, separado del entorno ambiental y, por lo tanto, quedando dentro del funcionamiento del control omnipotente del bebé. El enfoque psicosomático de Winnicott diferencia entre la psique anclada en el cuerpo –y como desarrollo del Self auténtico– y la psique o mente como reactiva –más al servicio del falso Self–. Winnicott considera que si este estado se presenta en un tratamiento psicoanalítico tiene la posibilidad de ser analizado.

1 La apoptosis es una destrucción o muerte celular programada provocada por ella misma, con el fin de autocontrolar su desarrollo y crecimiento, está desencadenada por señales celulares controladas genéticamente. La apoptosis tiene una función muy importante en los organismos, pues hace posible la destrucción de las células dañadas, evitando la aparición de enfermedades como el cáncer, consecuencia de una replicación indiscriminada de una célula dañada.

2 La historia, cuya autenticidad ha sido muy discutida, de las niñas encontradas en la India, aparentemente criadas por lobos, y que no se humanizaron y no pudieron sobrevivir en contacto con la cultura humana, puede considerarse como un modelo de la necesidad que tiene un ser humano de otro ser humano para humanizarse.

3 Bion desarrolló la hipótesis de que los pensamientos son anteriores al pensar y que son los que estimulan el desarrollo de un aparato para pensarlos. (Bion, 1962).

4 Bion amplió el sentido de soñar, sosteniendo que los hechos en sí no tienen significado y que es necesario soñarlos para que lo adquieran.

5 El título está mal traducida en castellano como Memorias del futuro, porque memoir no se refiere a recuerdos sino que en inglés significa una especie de biografía o autobiografía. Las tres fechas corresponden a la publicación de cada uno de los tres tomos.

6 Bion hace un juego de palabras en inglés entre ‘nothing’ que significa ‘nada y ‘no thing’ que significa ‘no cosa’: se refiere a una paciente que dice ‘hoy no voy a poder hacer nada’ y el analista comprende que nada es un pensamiento, es decir una ‘no cosa’.

7 Predisposición a padecer una enfermedad.

Soñar la realidad

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