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Coronavirus del siglo xxi: crónica de una pandemia anunciada

Liliana Henao-Kaffure

Resumen

Con el ánimo de mostrar que la configuración de la pandemia actual no fue sorpresiva y que, por el contrario, algunos acontecimientos anunciaron la posibilidad de su ocurrencia, en este capítulo se exponen, después de una puesta a punto con el estudio de los coronavirus, las génesis de los procesos de configuración de las dos epidemias previas a la pandemia, que también fueron relacionadas con coronavirus, y, así mismo, el proceso de configuración de la pandemia actual. Posteriormente, puesta de relieve una similitud entre las génesis de los procesos de configuración de la exposición, se esboza un horizonte ético-político de acción transformadora, consecuente.

Palabras clave: capitalismo, ecología animal, historia, pandemia, planeta, sociedad contemporánea.

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Henao-Kaffure, L. (2021). Coronavirus del siglo xxi: crónica de una pandemia anunciada. En E. Vieira Posada (Ed.), La pandemia de covid-19 y un nuevo orden mundial (vol. 3, pp. 25-54). Ediciones Universidad Cooperativa de Colombia. doi: http://dx.doi.org/10.16925/9789587603248

Coronavirus of the 21st century: Chronicle of a pandemic foretold

Liliana Henao-Kaffure

Abstract

With the aim of showing that the configuration of the current pandemic was not a surprise and that, on the contrary, some events announced the possibility of its occurrence. This chapter presents, after a review of the study of coronaviruses, the genesis of the configuration processes of the two epidemics prior to the pandemic, which were also related to coronaviruses, and, likewise, the configuration process of the current pandemic. Subsequently, by highlighting a similarity between the genesis of the processes of exposure configuration, an ethical-political horizon of consequent transforming action is outlined.

Keywords: Capitalism, animal ecology, history, pandemic, planet, contemporary society.

Introducción

La pandemia que ha afectado a la humanidad en el último año fue nombrada covid-19, o enfermedad por coronavirus (Organización Mundial de la Salud [oms], 2020c), y fue relacionada con el coronavirus 2 del síndrome respiratorio agudo grave —sars-CoV-2— (Gorbalenya et al., 2020). El nombre de la pandemia incorpora el nombre del virus relacionado con ella porque el pensamiento en salud, de perspectiva fundamentalmente microbiológica desde finales del siglo xix, ha asumido que la relación entre el virus y la pandemia es causal, y que, en última instancia, el virus y la pandemia constituyen una sola y la misma entidad; por lo tanto, es declarándole la guerra al virus que las sociedades humanas deben actuar frente a la pandemia. Esta perspectiva, sin lugar a dudas, ha develado un sinnúmero de relaciones que acontecen en el nivel microbiológico de organización de la materia y la energía, y ha dado lugar a la formulación de acciones al respecto; pero también ha velado, con su arbitrario recorte de la realidad, el sinnúmero de relaciones que acontecen en otros niveles y entre ellos, y ha impedido la formulación de acciones al respecto.

Desde una perspectiva crítica, adjetivada de histórico-territorial para poner de relieve que la historia y el territorio subyacen a las relaciones sociales —asunto antes esbozado por la perspectiva de la determinación social, también crítica y latinoamericana (Borde, 2019; Henao-Kaffure, 2018)—, la pandemia supera cualquier ataque y colonización de las células de muchos seres humanos, simultáneamente, por parte de un coronavirus específico. La pandemia es el resultado de un proceso de configuración social e histórico-territorial —de orden humano, esto es, nadie, excepto nosotros, está escribiendo el guion (Green, 2020, p. 244)—, el cual está entretejido en la relación sociedad-naturaleza, de nuestra sociedad e historia y territorio, y que implica dolor, enfermedad y muerte para muchos seres humanos —especialmente para aquellos de las clases sociales, los géneros, las etnias y las generaciones oprimidas— y para muchos otros animales y formas de vida —especialmente para aquellos que las sociedades humanas han incorporado como valores de cambio al modo capitalista neoliberal de las relaciones sociales—.

Siempre, la configuración de una pandemia será terreno de elaboración, intento de prueba y disputa entre formas de comprender y actuar en salud, y por las elaboraciones, los intentos de prueba y las disputas en el terreno de la pandemia que hoy padecemos, podemos decir que su configuración no fue sorpresiva. Desde los años ochenta, en vista de que se han configurado varias epidemias y pandemias de forma cada vez más frecuente —tres de ellas relacionadas con coronavirus—, muchos pensadores, en diferentes perspectivas, han reflexionado sobre la posibilidad de ocurrencia de otra pandemia. Algunos ejemplos de ello son los editores del libro sars en China: preludio de una pandemia, que reflexionaron y argumentaron desde la salud pública (Kleinman y Watson, 2005); el pensador Jon Arrizabalaga, en su capítulo “La amenaza mundial de las enfermedades (re)emergentes”, que lo hizo desde la historia de la medicina (Arrizabalaga, 2016); y los investigadores de los estudios Las características de los patógenos pandémicos y Certezas e incertidumbres enfrentando enfermedades infecciosas respiratorias emergentes, que lo hicieron desde la perspectiva microbiológica (Adalja et al., 2018; Chen et al., 2007).

Con el ánimo de constatar el carácter no sorpresivo de la pandemia, en este capítulo se exponen, en perspectiva histórico-territorial, las génesis de los procesos de configuración de las dos epidemias previas a la pandemia que fueron relacionadas con coronavirus —la epidemia de síndrome respiratorio agudo grave (sars) del 2002 y la epidemia de síndrome respiratorio de Oriente Medio (mers) del 2012—, y así mismo y en relación con ellas, la génesis del proceso de configuración de la pandemia de covid-19.

Puesto de relieve que las génesis de los procesos de configuración de las epidemias y la pandemia se hallan entretejidas en la relación sociedad-naturaleza antropocéntrica de nuestra sociedad, historia y territorio, que legitima la comercialización de la vida, humana y no humana, y su destrucción, se esboza un horizonte de acción transformadora que propende a una relación sociedad-naturaleza respetuosa y cuidadora de la vida, humana y no humana. La exposición indica que la perspectiva microbiológica es incapaz, por sí misma, de explicar la pandemia, pero también que, aun tras haber operado un recorte ficticio de la realidad, sus hallazgos dan una buena cuenta de las relaciones que acontecen en el nivel microbiológico. En este sentido, antes de presentar las génesis de los procesos de configuración de las epidemias y la pandemia, se presenta una puesta a punto con los hallazgos microbiológicos sobre los coronavirus, con la forma en que estos han sido organizados y con la historia de los coronavirus desde los años sesenta. La primera parte se titula “Coronavirus, una historia de los siglos xx y xxi”; la segunda, “sars, mers, covid-19: crónica de una pandemia anunciada”; y la tercera, “Hacia una relación sociedad-naturaleza respetuosa y cuidadora de la vida”.

Coronavirus, una historia de los siglos xx y xxi

Los coronavirus (CoV) son un conjunto de virus que, reconocidos y nombrados en 1968 (Nature, 16 de noviembre de 1968), pueden llegar a convertirse en patógenos para los animales. Están conformados, como todos los virus que afectan a los animales, por una nucleocápside, o proteína N, y por una envoltura, o membrana lipídica. Tal como se ilustra en la figura 1, su nucleocápside alberga un ácido ribonucleico (arn) de cadena sencilla (monocatenario) y polaridad positiva; y su envoltura alberga las proteínas de membrana (M), de envoltura (E) y de espiga (S), “responsables” del ensamblaje y la gemación del virus, de su morfogénesis, liberación y patogénesis, y del reconocimiento del receptor celular y la entrada del virus en las células animales, respectivamente (Salata et al., 2020).

Figura 1. Estructura básica de un coronavirus


Fuente: imagen adaptada de Scientific Animations Inc. (2020)

De acuerdo con el Comité Internacional de Taxonomía de Virus (ictv, 2020b), los coronavirus pertenecen a la familia Coronaviridae y componen la subfamilia Orthocoronavirinae, de la que forman parte, con base en la secuencia de las proteínas, los géneros Alfacoronavirus, Betacoronavirus, Gammacoronavirus y Deltacoronavirus (Ye et al., 2020). Las categorías taxonómicas de los coronavirus, del domino al género, se presentan en la figura 2.

Figura 2. Categorías taxonómicas de los coronavirus


Fuente: infografía de Andrés Pachón-Lozano basada en la información disponible en el ictv (2020b). Se resaltan con un pictograma los coronavirus del género beta, relacionados con las epidemias y pandemias de síndrome respiratorio agudo grave del siglo xxi

Desde su reconocimiento, los coronavirus han sido objeto de cada vez más arduas y especializadas investigaciones, y de acuerdo con los análisis filogenéticos más recientes, los murciélagos y los roedores constituyen los hospederos naturales de la mayoría de los coronavirus de los géneros alfa y beta, mientras que las aves hacen lo propio respecto a los géneros gamma y delta (Forni et al., 2017; Su et al., 2016).

Aunque durante miles de años los coronavirus han cruzado las barreras entre las especies, en algunas ocasiones han afectado a los humanos y en las últimas dos décadas lo han hecho de forma grave (Ye et al., 2020). En las últimas cuatro décadas del siglo xx, dos coronavirus afectaron a los humanos y lo hicieron de forma leve —uno del género alfa (HCoV-229E) y uno del género beta (HCoV-OC43)—; sobre esta base, al iniciar el siglo xxi, se había llegado al consenso de que los coronavirus producían infecciones inofensivas en los humanos (Bleibtreu et al., 2020, p. 244; Salata et al., 2020, p. 1; Ye et al., 2020, p. 1687). Sin embargo, en lo que va corrido del siglo xxi, además de haber sido relacionados con afecciones leves a la salud de los humanos —el coronavirus del género alfa HCoV-NL63 en el 2004 y el coronavirus del género beta HCoV-HKU1 en el 2005—, nuevos coronavirus —los coronavirus del género beta sars-CoV, mers-CoV y sars-CoV-2— han sido relacionados con afecciones graves a la salud humana que han cobrado forma de epidemias y pandemias (Ye et al., 2020): las llamadas sars, entre noviembre del 2002 y finales de junio del 2003; mers, que inició en el 2012 en Arabia Saudita y aún no se resuelve en Oriente Medio; y covid-19, que empezó en diciembre del 2019 en Wuhan (China) y hoy nos convoca. Se presentan a continuación las génesis de los procesos de configuración de tales epidemias y pandemias.

sars, mers, covid-19: crónica de una pandemia anunciada

No es la primera vez que el título “Crónica de una pandemia anunciada” —que trae a la memoria la Crónica de una muerte anunciada de Gabriel García Márquez— se escribe para manifestar que una determinada pandemia no habría ocurrido, como podría pretenderse, de manera sorpresiva. En el título de este capítulo y este subtítulo, la pandemia anunciada, inscrita como está en la historia y el territorio, es la pandemia de covid-19; y la crónica, de dos décadas, entreteje las génesis de los procesos de configuración de las epidemias de sars y mers, del 2002 y el 2012, y de la pandemia de covid-19 del 2019. Al final, puesta de relieve una similitud explicativa entre las génesis de los procesos de configuración de la exposición, el título del capítulo y del subtítulo presiona por un horizonte ético-político de la acción.

La epidemia de síndrome respiratorio agudo grave del 2002

La primera de las afecciones graves a la salud de los humanos relacionadas con coronavirus en el siglo xxi estalló a mediados de noviembre del 2002, cuando en al menos siete municipios de la provincia de Guangdong, en el sur de China, empezaron a presentarse, en pequeños grupos independientes y de forma esporádica, casos de una enfermedad respiratoria grave (oms, 2003b, pp. 79-81). Durante la primera semana de febrero del 2003, y al parecer en relación con “la atención prestada en los hospitales”, el número de casos sufrió un aumento brusco que comprometió a buena parte de los trabajadores de la salud de los hospitales de la provincia (oms, 2003b, p. 81). A mediados de febrero, empezaron a presentarse casos en Hong Kong (Guan et al., 2003, p. 276) y a finales del mes, fuera de China (oms, 2003b, p. 81). El 12 de marzo, la oms se vio obligada a emitir una primera alerta mundial por la propagación internacional de la enfermedad, y el día 15 presentó las primeras definiciones de casos, formuló recomendaciones a los viajeros internacionales con síntomas y nombró a la enfermedad “síndrome respiratorio agudo grave”, sars por su sigla en inglés (oms, 2003b, pp. 79-81).

Con el objetivo de identificar el microorganismo patógeno relacionado con el sars, la oms estableció, el 17 de marzo, una red mundial de laboratorios, y el día 27 —aunque ya el día 21 científicos de la Universidad de Hong Kong habían hecho pronunciamientos al respecto— informó que dicho microorganismo parecía ser un coronavirus. Para entonces, solo la falta en el cumplimiento de todos los postulados de Koch alejaban a la oms y a su red de laboratorios de la certeza sobre el microorganismo (World Health Organization [who], 2003).

Tras un arduo trabajo de perspectiva decididamente microbiológica, el 16 de abril la oms informó haber cumplido con todos los postulados y haber superado la distancia: el microorganismo se había encontrado “en todos los casos de la enfermedad” y se había aislado “del hospedador y [hecho] crecer en cultivo puro”, “la enfermedad original” se había reproducido al introducir el microorganismo “en un hospedero susceptible” y, finalmente, el microorganismo había sido encontrado “en el hospedero experimental así infectado” (oms, 2003c). Entre el 2 y el 4 de mayo, el ictv reconoció “como una especie” al virus, lo clasificó en el género Betacoronavirus y lo denominó “coronavirus del síndrome respiratorio agudo severo”, sars-CoV por su acrónimo en inglés (ictv, 2003). Con los años, la taxonomía del microorganismo resultaría un tanto más compleja de lo entonces estipulado, pero derivaría, en últimas, en el betacoronavirus que hoy conocemos (ictv, 2020a).

De acuerdo con los estudios epidemiológicos sobre el sars, los primeros casos, en la provincia de Guangdong, tuvieron lugar entre trabajadores de restaurantes que comercializaban “animales enjaulados vivos usados como comida de caza exótica” y “mariscos” (Zhong et al., 2003, p. 1355), y, en ese sentido, los estudios virológicos empezaron a ocuparse de las posibles relaciones que, entre el sars-CoV recientemente identificado y los animales silvestres y domesticados que estaban siendo comercializados en los mercados de la provincia, habrían llevado al virus a cruzar la barrera entre las especies.

En un mercado minorista de animales vivos en Shenzhen, una de las dos ciudades subprovincias de la provincia de Guandong, se llevó a cabo uno de los más representativos estudios de este tipo (Guan et al., 2003). Entre los animales incluidos en el estudio, además de algunos de los trabajadores del mercado, se encontraban el castor (Castor fiber), el tejón turón chino (Melogale moschata), la liebre china (Lepus sinensis), el muntíaco chino (Muntiacus reevesi), el gato doméstico (Felis catus), el tejón porcino (Arctonyx collaris), la civeta de las palmeras del Himalaya (Paguma larvata) y el perro mapache (Nyctereutes procyonoides); y para la investigación, fueron tomadas muestras nasales, fecales y de sangre, y fueron llevadas a cabo técnicas de rt-pcr, inoculación en células FRhK-4, microscopía electrónica y Western blot.

Las muestras nasales de cuatro de las seis civetas de las palmeras del Himalaya dieron positivo para el gen N del coronavirus del sars humano con la técnica rt-pcr, y las células inoculadas con muestras de cuatro de las seis civetas —dos de las cuales dieron positivo con la técnica rt-pcr— presentaron efectos citopáticos. La muestra fecal del único perro mapache del estudio permitió detectar el virus por aislamiento y rt-pcr, y en las otras seis especies no se detectó ningún virus. La microscopía electrónica de un sobrenadante de una célula infectada de civeta permitió encontrar “partículas virales con una morfología compatible con el coronavirus”, y en el suero de cinco animales —tres civetas, el perro mapache y un tejón turón chino— se encontraron “anticuerpos neutralizantes contra el coronavirus animal” del sars (Guan et al., 2003, p. 276). La técnica de Western blot, que se aplicó en los sueros de los animales para validar los resultados de la prueba de neutralización, dio positivo para anticuerpos específicos contra el coronavirus del sars en las tres civetas y el tejón turón que dieron positivo en el ensayo de neutralización (la prueba no se realizó en el perro mapache porque el suero resultó insuficiente), y en el suero del paciente convaleciente de sars que se usó de control positivo.

El testeo de los sueros humanos en busca de anticuerpos contra el sars-CoV de civeta, por su parte, resultó positivo en el 40 % de los comerciantes de animales silvestres (ocho de veinte personas), en el 20 % de quienes sacrifican a los animales (tres de quince personas) y en el 5 % de los comerciantes de hortalizas (una de veinte personas). Para la comparación, ningún testeo de los sueros de control —sesenta pacientes ingresados en un hospital de Guangdong por enfermedades no respiratorias— dio positivo.

Además de estas pruebas, los investigadores secuenciaron completamente dos de los virus que aislaron de las muestras nasales de las civetas y encontraron, en relación con el virus humano, una homología del 99,8 %. Además, los virus del perro mapache y de las civetas resultaron ser “genéticamente casi idénticos”, y no podría “excluirse la transmisión o contaminación de un hospedero a otro dentro del mercado” (Guan et al., 2003, p. 278). Finalmente, los análisis filogenéticos de los virus humanos y animales les permitieron a los investigadores suponer que el salto del virus entre las especies ocurrió de los animales a los seres humanos y no de los seres humanos a los animales (Guan et al., 2003, p. 278).

En sus conclusiones, los investigadores afirmaron que los mercados de animales vivos, como el de Shenzhen, “proporcionan un lugar para que los virus […] se amplifiquen y transmitan a nuevos hospederos, incluidos los humanos”; de acuerdo con su explicación, las civetas, el perro mapache y los tejones turones pudieron haberse infectado de la fuente animal que constituiría el reservorio del virus en la naturaleza, y haberse convertido en hospederos intermedios en medio de “las prácticas culinarias” en los mercados al sur de China, que aumentaron “la oportunidad de transmisión de la infección a los seres humanos” (Guan et al., 2003, p. 278).

Con el tiempo y la ocurrencia de nuevas afecciones, los estudios virológicos permitieron identificar, con cada vez más precisión, a un género de quirópteros —los murciélagos de herradura (Rhinolophus)— como los hospederos naturales del coronavirus del sars (Ge et al., 2013; Hu et al., 2015; Li et al., 2005; Yang et al., 2016), así como afirmar, además, que algunos coronavirus de murciélagos podrían llegar a infectar directamente a los humanos sin que para ello fuera necesario su paso por hospederos intermedios (Ge et al., 2013). En la figura 3, se presentan fotografías de animales relacionados con la génesis del proceso de configuración de la epidemia de sars.

Figura 3. Animales relacionados con la génesis del proceso de configuración de la epidemia de sars


Fuente: fotografías tomadas de Pskhun (2018), Rudloff (2020) y Sartore (2020b y 2020c)

Hasta el 5 de julio del 2003, cuando la oms anunció que se habían roto “las cadenas humanas de transmisión del virus” en todo el mundo, la epidemia de sars había afectado a más de 8000 personas en treinta países y territorios —“el 20 % de todos los casos se registró entre el personal de atención de salud”— y había provocado la muerte a cerca del 10 % de ellas (oms, 2003a, p. 84). De acuerdo con la oms, “[e]l impacto económico del brote […] ha[bía] sido considerable” y había dado muestras de “la importancia […] [de] una nueva enfermedad grave en un mundo estrechamente interdependiente y sumamente móvil” (2003b, p. 84).

La epidemia de síndrome respiratorio de Oriente Medio del 2012

La segunda afección grave a la salud de los humanos, relacionada con coronavirus, en el siglo xxi estalló en abril del 2012 en un hospital de Zarqa, al norte de Jordania. Allí, cinco miembros del personal de la unidad de cuidados intensivos enfermaron gravemente de un síndrome respiratorio agudo y dos murieron. Las muestras de estas dos personas fueron almacenadas y, retrospectivamente, analizadas y confirmadas para el que sería un nuevo coronavirus (Bleibtreu et al., 2020; who, 2012).

En junio, el nuevo coronavirus fue aislado por primera vez a partir de una muestra de esputo de un hombre de 60 años que había sido internado en un hospital de Yeda, en Arabia Saudita, al este y sur de Jordania, y que, sin “antecedentes de enfermedad cardiopulmonar o renal”, había presentado, con un desenlace letal, neumonía aguda e insuficiencia renal (Zaki et al., 2012, p. 1814). En septiembre, el coronavirus fue nuevamente aislado, en esa oportunidad, de muestras de un hombre de 49 años que, con una “enfermedad respiratoria grave inexplicable”, había sido recibido en un hospital de Londres procedente de Qatar y con antecedentes de haber viajado a Arabia Saudita (Bermingham et al., 2012). El virus de Yeda fue llamado “coronavirus humano Erasmus Medical Center (emc)” y el de Londres, “coronavirus humano England 1” (De Groot et al., 2013, p. 7790).

Ya en julio del 2013, tras originarse casos de enfermedad respiratoria grave por el nuevo coronavirus en Jordania, Arabia Saudita, Qatar y Emiratos Árabes Unidos, en Oriente Medio, y tras presentarse, en relación con algunos de ellos, casos en Reino Unido y Francia, el nuevo coronavirus fue llamado —por parte del ictv y en consenso con los investigadores pioneros, la oms y el Ministerio de Salud de Arabia Saudita— “coronavirus del síndrome respiratorio de Oriente Medio”, o mers-CoV por su acrónimo en inglés (De Groot et al., 2013, p. 7791).

Los hallazgos filogenéticos y epidemiológicos les permitieron a los investigadores del ictv, quienes se abstuvieron de “etiquetar al mers-CoV como un coronavirus humano” (De Groot et al., 2013, p. 7791), afirmar la “naturaleza principalmente zoonótica” de la infección y su “limitada transmisión de persona a persona” (De Groot et al., 2013, p. 7790). La experiencia con el sars había derivado en la identificación del papel de los murciélagos en la diversidad genética de los coronavirus y su propagación, y la nueva epidemia no hacía más que afianzar estos hallazgos. Los murciélagos parecen ser los hospederos naturales del virus, y aunque no se han establecido “relaciones epidemiológicas entre las infecciones humanas por el mers-CoV y los murciélagos” (Goldstein y Weiss, 2017, p. 3), y el salto entre las especies luce más probable a través de un hospedero intermedio, como en el sars, los murciélagos podrían también llegar a ser su “fuente inmediata” (De Groot et al., 2013, p. 7790).

En esta línea, la confirmación del hospedero natural y la búsqueda del hospedero intermedio del virus siguieron orientando las investigaciones. Rápidamente, se establecieron relaciones genotípicas entre el mers-CoV y los betacoronavirus identificados en murciélagos africanos y europeos (Corman et al., 2014; Goldstein y Weiss, 2017) y del género Tylonycteris (Hu et al., 2015), así como relaciones epidemiológicas entre casos humanos de mers y dromedarios, o camellos arábigos —Camelus dromedarius— (Reusken et al., 2013), que llevaron a aislar de mues- tras de estos animales, en principio, en Qatar y Arabia Saudita; estos virus resultaron estar directamente relacionados con el mers-CoV (Haagmans et al., 2014; Memish et al., 2014). Ya a estas alturas, las relaciones epidemiológicas, genéticas y fenotípicas entre las infecciones humanas de mers-CoV y los dromedarios parecían concluyentes (Goldstein y Weiss, 2017, p. 3). En la figura 4, se presentan fotografías de animales relacionados con la génesis del proceso de configuración de la epidemia de mers.

Figura 4. Animales relacionados con la génesis del proceso de configuración de la epidemia de mers


Fuente: fotografías tomadas de Dugdale y Phetsri (s. f.) y Sartore (2020a)

Sobre la base de que los dromedarios de Egipto, Túnez, Nigeria, Sudán, Sudán del Sur, Etiopía y Kenia, en África, y de Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita, Omán, Qatar, Jordania y Kuwait, en Oriente Medio, habían “mostrado altas tasas de seropositividad al mers-CoV” en muestras de suero recolectadas desde los años noventa —los dromedarios de España también habían sido señalados (Corman et al., 2014) y los de Burkina Faso y Marruecos entrarían en el 2017 en la lista (Miguel et al., 2017)—, un grupo de investigadores europeos y africanos decidió profundizar en la distribución espacial y temporal de tales animales y testear muestras de suero de dromedarios de Somalia, Sudán y Egipto que habían sido recolectadas y archivadas desde los años ochenta (Müller et al., 2014). El 81 % de las 189 muestras testeadas resultó positivo para anticuerpos neutralizantes para el mers-CoV y, con base en esto, los investigadores confirmaron, apoyados en estudios previos, que estaba teniendo lugar “una circulación del virus de largo plazo en estos animales” (Müller et al., 2014, p. 2093). En la figura 5, se señalan las regiones del Gran Cuerno de África6 y de Oriente Medio7; se resaltan los países donde los dromedarios han resultado seropositivos para mers-CoV; y se indica la ubicación de los mercados de Moyale, en Kenia, y Birqash, en Egipto, sobre los que se hablará más adelante.

Además de ratificar la seropositividad de los dromedarios del Gran Cuerno de África al mers-CoV, de añadir a Somalia a la lista y de ampliar en una década el tiempo de dicha seropositividad, este grupo de investigadores abrió la puerta a dos cuestiones fundamentales interrelacionadas. La primera es el establecimiento de una relación entre la epidemia y la industria ganadera de dromedarios, al señalar, por un lado, que “la mayoría de los […] dromedarios que se comercializan en Oriente Medio se crían en el Gran Cuerno de África, principalmente en Etiopía, Sudán, Somalia y Kenia” (Müller et al., 2014, p. 2093), y, por otro lado, que el mantenimiento del virus en los animales puede estar relacionado con las altas densidades de las poblaciones de dromedarios, su combinación con formas de cría nómadas, la presencia de animales jóvenes susceptibles y el contacto frecuente entre manadas (Corman et al., 2014, p. 1321; Müller et al., 2014, p. 2094). La segunda es el develamiento de la posibilidad de que en países africanos pobres y “expuestos a disturbios civiles”, como Somalia y Sudán —dos de los principales exportadores de dromedarios—, hayan existido infecciones humanas previas de mers no diagnosticadas (Müller et al., 2014, p. 2094).

Figura 5. Gran Cuerno de África, Oriente Medio y países con dromedarios seropositivos para mers-CoV


Fuente: mapa diseñado por Andrés Pachón-Lozano. Para su elaboración, se utilizó el mapamundi de la proyección AuthaGraph, creada por Hajime Narukawa (2015), y la información de las fuentes utilizadas en este escrito para la relación de las regiones del Gran Cuerno de África (Ayuda en Acción, 2018) y Oriente Medio (EcuRed, 2020), y de los países con dromedarios seropositivos para mers-CoV (Corman et al., 2014; Miguel et al., 2017; Müller et al., 2014)

En relación con esta última cuestión, las encuestas serológicas para explorar seroprevalencia al mers-CoV en humanos que tienen contacto con dromedarios en el Gran Cuerno de África aparecen como una opción para determinar si el virus estuvo presente en poblaciones humanas del continente antes de la epidemia de mers (Müller et al., 2014, p. 2095). Sin embargo, y en relación con la primera cuestión, además de determinar si se han presentado infecciones en el pasado, resulta clave explorar cuáles son las condiciones de la crianza y comercialización de los dromedarios que podrían estar vinculadas con que la génesis de la epidemia de mers haya estallado, según sabemos, en Oriente Medio o, según suponemos, en África.

La exploración de este asunto devela que, en los últimos cuarenta años, justificadas “con narrativas de desarrollo económico” que sitúan “la comercialización y el comercio de exportación como […] una fuerza motriz para la reducción de la pobreza”, se han venido realizando “sustanciales inversiones en la comercialización de ganado” en el Gran Cuerno de África (Aklilu y Catley, 2010, p. 4). Este asunto ha derivado en el hecho de que estos países —con Etiopía como de uno de los más importantes puntos de convergencia entre animales, comerciantes y exportadores— se han convertido en los principales exportadores de dromedarios a Egipto y Oriente Medio (Mahmoud, 2010; Müller et al., 2014); y que, sin embargo, contrario a las promesas de reducción de la pobreza, el estatus de exportador de dromedarios que han adquirido estos países, ha significado más pobreza para los pastores tradicionales pobres.

Los acuerdos normativos e institucionales de los sistemas de exportación han contribuido “a una redistribución gradual de los activos ganaderos de los pastores más pobres a los más ricos”, y en el proceso en que han perdido sus animales, los pastores más pobres se han visto abocados a convertirse en pastores contratados, a dedicarse a actividades no ganaderas y hasta a caer en la indigencia (Aklilu y Catley, 2010, pp. 4-5). Además, el flujo de los dromedarios del Gran Cuerno de África hacia Egipto y Oriente Medio ha significado una marcada disminución en el abastecimiento de los mercados locales, como el de Moyale en Kenia (figura 5), y una pérdida de las fuentes tradicionales de alimentación para las poblaciones locales (Mahmoud, 2010).

Ahora bien, la situación para los animales no resulta más alentadora. El estatus de exportadores de dromedarios que han adquirido los países del Gran Cuerno de África ha significado para los animales un incremento en los niveles de maltrato a los que ya el turismo los había sometido. En Egipto, tras las bambalinas de la Gran Pirámide de Guiza —una de las siete maravillas del mundo—, la antigua necrópolis de Saqqara y las tumbas reales de Luxor, los dromedarios ya sufrían la arremetida violenta del gran número de personas que, de todas partes del mundo, acudían a maravillarse con antiguas obras de la humanidad y a hacerse los de la vista gorda con las más recientes (PetaLatino, 2019). Y ahora, en el mercado de Birqash —el principal mercado de Egipto (figura 5)—, y sin librarse del turismo, los dromedarios procedentes de Sudán, Etiopía y otros países del Gran Cuerno de África son reunidos en grupos de más de 3000 para su comercialización. Los dromedarios llegan al mercado en camiones en los que han sido embarcados en El Cairo, la capital de Egipto, unos 35 kilómetros al suroriente; pero para llegar a El Cairo, procedentes de Sudán, han tenido que emprender una penosa caminata de hasta 40 días —y las dificultades para los dromedarios procedentes de países más distantes habrán de ser, sin duda, mayores—. En El Cairo y en el mercado de Birqash, los “animales son apaleados para que se muevan de un lugar a otro” y “para que se suban a los vehículos que los transportan” —a tal grado que su pelaje y piel lo demuestran—, y siempre, “para que no puedan escapar”, tienen una pata doblada por la rodilla y atada sobre sí, con lo cual tienen que mantenerse en equilibrio sobre solo tres patas. Cuando el cansancio los vence y se echan sin aprobación de los humanos, son forzados a ponerse de pie de las más crueles maneras (efe, 26 de julio del 2019; Society for the Protection of Animal Rights in Egypt [spare], 2010). El maltrato de los animales es tan evidente que incluso las guías de viajes, aunque como uno más de los atractivos locales, lo abordan en sus descripciones (Lonely Planet, 2020).

En cuanto a la progresión de la epidemia de mers, en noviembre del 2019, 2494 personas habían enfermado y 858 habían muerto, y la tasa de fatalidad había llegado a ser de 34,4 % (who, 2019). En el 2013, de acuerdo con el Grupo de Estudio de Coronavirus del ictv, esta tasa fue de cerca del 60 % y aunque no había pruebas de una transmisión sostenida, “la preocupación obvia […] [era] que el virus [podría] dar el siguiente paso y adaptarse a una transmisión eficiente de persona a persona” (De Groot et al., 2013, pp. 7790-7791).

La pandemia de la enfermedad por coronavirus del 2019

La tercera afección grave a la salud de los humanos, relacionada con coronavirus, en el siglo xxi, es la pandemia que hoy sufrimos y que estalló en los hospitales de la ciudad de Wuhan —en la provincia de Hubei, en el centro de China— a mediados de diciembre del 2019. En los hospitales de Wuhan, fueron atendidos decenas de pacientes con una neumonía grave y desconocida, y de muestras de uno de ellos, en los primeros nueve días de enero, un nuevo coronavirus fue aislado y posteriormente identificado como agente causal (who, 2020).

Por estudios epidemiológicos, se identificó una relación entre los primeros casos de la enfermedad y el mercado mayorista de animales y mariscos del sur de China, en Wuhan —50 000 metros cuadrados de comercio de mariscos y animales vivos y recién sacrificados, domésticos y silvestres—; y por estudios genéticos, se confirmó la sospechada naturaleza zoonótica de la infección que, en primera instancia, remite a los murciélagos (Al-Qahtani, 2020; Chan et al., 2020; Zhou et al., 2020).

La configuración de la pandemia tuvo un ritmo más acelerado que la configuración de las epidemias previas. A finales de enero, el nuevo coronavirus ya había sido completamente identificado y caracterizado, llamado provisionalmente 2019-nCoV, por su acrónimo en inglés (Zhou et al., 2020). El penúltimo día de enero, la oms (2020b) declaró la emergencia de salud pública de importancia internacional (espii). El 11 febrero, la oms (2020c) empezó a referirse a la enfermedad como covid-19; y toda vez que la secuencia genómica del nuevo coronavirus había resultado ser cerca de 80 % idéntica a aquella del sars-CoV del 2002, el ictv renombró al virus como sars-CoV-2 (Gorbalenya et al., 2020; Al-Qahtani, 2020). El 11 de marzo, la oms (2020a) declaró la pandemia.

La relación entre el mercado de animales y las primeras personas que enfermaron de esa extraña neumonía en Wuhan rememora las génesis de los procesos de configuración de las epidemias anteriores. En el caso de la epidemia de sars, el estudio del mercado de la ciudad de Shenzhen, en Guandong, puso de manifiesto que la comercialización con los animales silvestres facilita la transmisión de virus (Guan et al., 2003). En el caso de la epidemia de mers, los estudios responsabilizaron a los mercados locales de dromedarios en el Gran Cuerno de África y especialmente su configuración como mercados locales del mercado internacional que data de hace cuarenta años (Müller et al., 2014). En el caso de la pandemia de covid-19, la génesis implica al mercado mayorista de animales y mariscos del sur de China, en la ciudad de Wuhan.

En los mercados de animales, de acuerdo con la expresión de la perspectiva microbiológica, los hospederos intermedios de los coronavirus se encontrarían así: la civeta de las palmeras del Himalaya, el tejón turón chino y el perro mapache para el caso del sars-CoV (Guan et al., 2003); los dromedarios para el caso del mers-CoV (Müller et al., 2014); y los pangolines (Cyranoski, 2020), especialmente los pangolines malayos —Manis javanica— (Lam et al., 2020), para el caso del sars-CoV-2 (figura 3). En un lugar espaciotemporal previo, se encontrarían los entonces llamados hospederos o reservorios naturales de los coronavirus; al parecer, murciélagos —mamíferos placentarios, como los humanos, cuyo sistema inmunitario les permite convivir con virus que serían letales para otros mamíferos (Brook et al., 2020; ncyt Amazings, 24 de marzo del 2011)— que han perdido sus hábitats, han visto perturbadas sus rutinas y han sido sometidos a estrés (ncyt Amazings, 3 de abril del 2020) en el proceso humano de expansión agrícola, especialmente de impronta neoliberal. Estos son: murciélagos de herradura (Rhinolophus) para el caso del sars-CoV (Ge et al., 2013; Hu et al., 2015; Li et al., 2005; Yang et al., 2016); murciélagos africanos y europeos (Corman et al., 2014; Goldstein y Weiss, 2017) y del género Tylonycteris (Hu et al., 2015) para el caso del mers-CoV; y murciélagos crisantemo chino (Al-Qahtani, 2020) y Rhinolophus affinis (Al-Qahtani, 2020; Zhou et al., 2020) para el caso del sars-CoV-2 (figura 6).

Figura 6. Animales relacionados con la génesis del proceso de configuración de la pandemia de covid-19


Fuente: fotografías tomadas de Baylis (2020) y Sartore (2020d)

La evidencia de estas relaciones podría hacer parecer que la definición de la naturaleza zoonótica de la infección, que hace la perspectiva microbiológica, basta en sí misma para materializar una comprensión situada de una relación sociedad-naturaleza macro. Sin embargo —aunque la definición de la naturaleza zoonótica de la infección señala un determinado espacio-tiempo: el de los mercados capitalistas de animales silvestres y domesticados—, en las narraciones sobre la infección pareciera que los animales se hubieran puestos a sí mismos en los mercados, y en todo el resto del circuito, y no que la organización capitalista neoliberal lo hubiera hecho.

En los mercados de animales vivos —Shenzhen, Birqash y Wuhan, entre otros—, así como en los mercados de cerdos y aves de corral de las industrias porcícola y avícola, la humanidad ha “creado un verdadero infierno para los animales de este planeta” (Ayuso-Cabañas, 2020). En esos lugares, los animales son mantenidos con vida y su condición de seres vivos no es, en general, seriamente considerada. Hasta el día de su muerte, los animales son expuestos en jaulas o amarrados y hacinados, mal cuidados, y maltratados.

La organización capitalista neoliberal que legitima la incorporación de los animales a un mercado de la alimentación que los cosifica y los maltrata, con frecuencia de forma perpetua, también legitima, simultáneamente, la segregación de los humanos por clase social, género, etnia y generación, y el impacto diferencial que traen a estos grupos las vicisitudes humanas. En esta forma de relación sociedad-naturaleza, animales humanos y no humanos son cada vez más susceptibles de padecer enfermedades infecciosas cada vez más graves.

A diferencia de las epidemias anteriores, esta pandemia, francamente, ha afectado la salud de los humanos de todo el mundo y, en última instancia, la salud de la humanidad: de la sociedad y de la especie.

Hacia una relación sociedad-naturaleza respetuosa y cuidadora de la vida

Una forma de relación sociedad-naturaleza moderna, que los humanos hemos establecido desde hace ya varios siglos y que ha sido decididamente acelerada en las últimas décadas, se encuentra en las génesis de los procesos de configuración de las epidemias y pandemias relacionadas con coronavirus —y por lo que sabemos, también está en las génesis de los procesos de configuración de epidemias y pandemias relacionadas con otras especies de virus (Henao-Kaffure et al., 2020)—. Se tendrá que reflexionar sobre ello y, cuando menos, esbozar un horizonte ético-político de acción transformadora consecuente.

Para su análisis, la relación sociedad-naturaleza puede entenderse como una unidad contradictoria de dos aspectos: un aspecto interespecífico que da cuenta, principalmente, de cómo los seres humanos nos relacionamos con las demás formas de vida, y un aspecto societal que da cuenta, principalmente, de cómo los seres humanos nos relacionamos entre nosotros. En un aspecto, los seres humanos somos apenas una especie espaciotemporal, entre otras, y en otro aspecto, somos la especie sui generis que, antinatural como ninguna, traza sus designios; pero en la unidad, en el tiempo-espacio y en la historia y los territorios, los seres humanos somos lo uno y lo otro. La identificación de aspectos en la unidad obedece a un intento analítico, precisamente, de la unidad, y no pretende aludir a ninguna otra fractura más que a aquella entre la sociedad y la naturaleza. En palabras de Lewontin y Levins, “la inclusión de la historia humana en la historia natural presupone tanto la continuidad como la discontinuidad” (2015, p. 424); y como diría Maurice Ravel: somos artificiales por naturaleza (Bunge, 1999, p. 10).

La forma de relación sociedad-naturaleza de nuestra historia y territorio, la forma “moderna”, está fundamentada en un ideal de “progreso material y científico indefinido” —de acuerdo con una explicación de François Houtart (2015, p. 54)—, que ha de estar a disposición de los seres humanos como bienes y servicios. Quienes plantean este ideal suponen —no siempre de forma consciente o explícita— que el planeta es perenne y que los seres humanos somos los seres por excelencia; pero, en su contra, los problemas financieros, económicos, alimentarios, energéticos y climáticos en vigor sirven de relato al “paradigma del desarrollo humano de la modernidad”, en los términos de Houtart (2015, p. 54).

Como especie, los seres humanos nos imponemos en el centro del universo —tanto como si fuéramos alguna clase de fin último—, y satisfacemos nuestras necesidades a expensas del bienestar y la vida de todas las otras formas de vida. Y como sociedad, los seres humanos imponemos en el centro de nuestro universo a un tipo particular de ser humano —aquel que, en armonía con las relaciones hegemónicas de poder económico, político, militar e ideológico, encarna la clase social, el género, la etnia y la generación al mando—; y como si fuera, también, alguna clase de fin último, satisfacemos las necesidades de ese tipo particular de ser humano, socialmente, a expensas del bienestar y la vida de todos los demás tipos de seres humanos, y también de todos los demás tipos de seres vivos. En ese sentido, esta forma moderna de relación sociedad-naturaleza, acelerada decididamente desde el último tercio del siglo xx, puede caracterizarse como antropocéntrica, progresiva, desarrollista e individualista.

Esta forma moderna de relación sociedad-naturaleza obtuvo su impronta con la emergencia y el primer devenir del sistema-mundo capitalista entre los siglos xv y xvii europeos, y ha tenido un desarrollo de nefastas consecuencias durante los siglos xviii y xxi occidentales, cada vez más mundiales (Arrighi, 1999) con el devenir liberal y neoliberal del sistema (Harvey, 2007). De la impronta de esta relación son referentes las sentencias sobre la explotación de la naturaleza para el beneficio del hombre expuestas por Francis Bacon (1561-1626), Thomas Hobbes (1588-1679) y René Descartes (1596-1650); y de su desarrollo de nefastas consecuencias son refeferentes las prácticas de depredación, degradación, segregación y vulneración, mediante las cuales los seres humanos hemos producido el cambio climático, las extinciones masivas de especies, el agotamiento de los hidrocarburos, y las inequidades de clase social, género, etnia y generacionales en medio de las cuales apenas subsistimos (Soliz-Torres, 2016a y 2016b).

La consciencia de esta forma moderna de relación sociedad-naturaleza demanda una práctica ética y política transformadora, y —cuando menos— a la luz de las epidemias y pandemias, parece ser que nos favorecería abandonar las rutas que hemos recorrido y propender a unas más bien biocéntricas, simbióticas, colectivistas y antroporresponsabilizantes, que nos permitan reparar y, primero, como el aforismo de los espíritus salubristas, no hacer daño. Un ideal de salud y vida, interespecífico y societal, fundamenta esta manera de pensar respecto a otra forma de relación sociedad-naturaleza y, en este sentido, puede hablarse de una forma de relación sociedad-naturaleza “del común”.

En su libro Común. Ensayo sobre la revolución en el siglo xxi, Christian Laval y Pierre Dardot definen “lo común” como un principio relacionado “a la actividad de las personas mismas” y “no a la esencia de los seres humanos o a la naturaleza de las cosas” —como se ha dicho en otros planteamientos— (2015, p. 11). De acuerdo con esto, Laval y Dardot afirman que “común” es “el término central de la alternativa política para el siglo xxi” porque, entre otras cosas, “anuda la lucha anticapitalista y la ecología política mediante la reivindicación de los ‘comunes’ contra las nuevas formas de apropiación privada y estatal”; y que “solo una práctica de puesta en común puede decidir qué es ‘común’, reservar ciertas cosas al uso común, [y] producir determinadas reglas capaces de comprometer a los hombres” (2015, p. 11). Estas reflexiones de Laval y Dardot dialogan bien con las rutas a las que propende esta manera de pensar respecto a la relación sociedad-naturaleza.

El uso de “común” como un sustantivo y no como un adjetivo calificativo responde, en el caso particular de Laval y Dardot, al rechazo a “hablar de los ‘bienes comunes’ o incluso del ‘bien común’ en general” (2015, p. 59). De acuerdo con su argumentación, “lo común no es un bien, y el plural no cambia nada a este respecto, porque no es un objeto al que deba tender la voluntad, ya sea para poseerlo o para constituirlo” (Laval y Dardot, 2015, p. 59). En esta propuesta, se coincide con la argumentación de Laval y Dardot, pero, con todo y los tropiezos que el acuerdo implica, las reflexiones de Houtart (2015) a partir de la idea del “bien común de la humanidad” para superar, incluyendo algunos de sus aspectos, la propuesta de los “bienes comunes” le han dado mucho en qué pensar. Precisamente, en ese sentido, los asuntos generales del diálogo con Houtart sirven como pilares a esta narración.

Lo primero que habría que decir de la propuesta de Houtart es que tras el “objetivo global” del “Bien Común de la Humanidad” (2015, p. 96) se identifican cuatro pasos no consecutivos, el primero de los cuales hace referencia a la redefinición de la relación sociedad-naturaleza que nos convoca. Si bien este “primer paso” es fundamental para Houtart (2015, p. 54), este y los demás apuntan en la dirección del bien común de la humanidad como objetivo global y no en la dirección de la redefinición de la relación sociedad-naturaleza. A juicio de quien propone, reconociendo el juicio de Houtart en su planteamiento (la redefinición de la relación sociedad-naturaleza sería apenas una parte, de al menos cuatro, de un todo mayor), el relato debe hacerse a la luz de la redefinición de la relación sociedad-naturaleza y, en ese sentido, debe desprenderse de la idea de un objeto al que debería tender la voluntad para poseerlo o constituirlo (lo que ocurre en el tránsito entre los bienes comunes y el bien común de la humanidad de Houtart); desplazar la mirada de la humanidad y hacia la vida; y propender a que la humanidad asuma su responsabilidad de ser la única especie consciente de “su actividad predatoria y destructiva” —tal como lo ha dicho el propio Houtart (2015, p. 58)—, y de tomar decisiones al respecto —lo que podría marcar el tránsito de la humanidad hacia una relación sociedad-naturaleza del común: biocéntrica, simbiótica, colectivista y antroporresponsabilizante—.

Entonces, de acuerdo con los planteamientos de Houtart8, emprender una ruta de transformación —“no […] solamente un ejercicio académico, sino […] [también] una elaboración social” (Houtart, 2015, p. 55)— nos compele a actuar como especie y como sociedad. Como especie, los seres humanos estamos obligados a redefinir la comprensión de la naturaleza en el sentido de abandonar la idea de que ella es una fuente inagotable de recursos susceptibles “de ser reducidos al estatuto de mercancía” capitalista (Houtart, 2015, p. 56) y explotables para nuestra satisfacción; y estamos obligados a hacer consciencia de que, desde hace 3800 millones de años, eso que llamamos naturaleza ha sido la fuente y el nicho de todas las formas de vida (Harari, 2018, p. 11). Y como sociedad, los seres humanos estamos sometidos a redefinir nuestras relaciones en el sentido de abandonar la idea de que algunos de nosotros —la mayoría para ser francos— somos fuente inagotable de recursos explotables para la satisfacción de otros; y seriamente estamos sometidos a considerar que, hoy más que nunca, nuestras relaciones deberían orientarse a la eliminación de las inequidades de clase social, de género, de etnia y generacionales, y a la eliminación de todas las formas de maltrato y mal vivir que hemos generado y en medio de las cuales apenas subsistimos y dejamos subsistir.

En su propuesta del bien común de la humanidad, Houtart identificó varias “consecuencias prácticas” de “la afirmación de una nueva concepción de las relaciones con la naturaleza”, que organizó en tres tipos: aquellas relacionadas con “prohibiciones o limitaciones”, aquellas relacionadas con “iniciativas positivas” y aquellas relacionadas con “política de relaciones exteriores” (2015, p. 66).

En el primer tipo de “consecuencias prácticas”, Houtart se refirió a los asuntos de “no aceptar la propiedad privada de […] ‘los recursos naturales’” y de rechazar “la mercantilización de los elementos necesarios [para] la reproducción de la vida”; en el segundo tipo, se refirió a los asuntos de extender, “a más territorios”, “las reservas de biodiversidad” incluyendo “la promoción de la agricultura orgánica”, “el mejoramiento de la agricultura campesina” y la “prolongación de la ‘esperanza de vida’ de todos los productos industriales”; y en el tercer tipo, se refirió a los asuntos de “lucha[r] contra las orientaciones de base de las instituciones financieras que contradicen el principio del respeto de la naturaleza” y promover las “convenciones internacionales” (2015, pp. 66-70). Así, de acuerdo con Houtart, afirmar una nueva concepción de las relaciones con la naturaleza, y asumir sus consecuencias prácticas, constituye “una tarea esencial frente a los daños ecológicos y […] sus consecuencias sobre la capacidad regeneradora del planeta” (2015, p. 70); y, de hecho, afirmar esta nueva concepción de las relaciones con la naturaleza se convierte en una tarea esencial frente a la continuidad de la vida humana y mucha de la vida no humana.

Tras referirse a la redefinición de las relaciones con la naturaleza, Houtart se ocupa de sus otros tres pasos en la ruta del bien común de la humanidad: “reorientar la producción de la base de la vida, privilegiando el valor de uso sobre el valor de cambio” (2015, p. 71), “reorganizar la vida colectiva por la generalización de la democracia en las relaciones sociales y las instituciones” (2015, p. 81) e “instaurar la interculturalidad en la construcción del bien común universal” (2015, p. 90). Los pasos de Houtart parecen, en un sentido, subyacer al aspecto societal de la relación sociedad-naturaleza, pero hacer el relato a la luz de la redefinición de la relación propiamente dicha los hace aparecer como las transformaciones concretas que, interrelacionadas, habrán de ser emprendidas en las relaciones de poder económico, político e ideológico que subyacen a la relación sociedad-naturaleza, toda.

La transformación de las relaciones de poder económico “consiste en privilegiar el valor de uso” y no el “valor de cambio, como lo hace el capitalismo” (Houtart, 2015, p. 71). De acuerdo con la explicación de Houtart (2015, pp. 56 y 71), el valor de uso se refiere a la utilidad de las cosas y los servicios para satisfacer las necesidades humanas; y el valor de cambio, a la forma que adquieren esas cosas y servicios cuando se les reduce al estatuto de mercancía capitalista, de objeto de transacción. En este sentido, “no se trata más de producir un valor agregado en beneficio de los propietarios de los bienes de producción o del capital financiero”, como escribiera Houtart, “sino de la actividad colectiva destinada a asegurar las bases de la vida […] de todos los seres humanos”, y diríamos, en pro de una forma de relación sociedad-naturaleza del común, “[y las demás formas de vida] en el planeta” (2015, pp. 74-75).

“Privilegiar el valor de uso sobre el valor de cambio significa”, en palabras de Houtart, “redescubrir el territorio” (2015, p. 77). En la perspectiva que acá se propone, privilegiar el valor de uso sobre el valor de cambio significa redescubrir el territorio en cuanto el resultado dinámico que es de un proceso social, simultánea y específicamente, multiescalar —de escalas micro, meso y macro—, que tiene lugar en medio de relaciones históricas de poder de diferentes duraciones —corta, media y larga—. De acuerdo con el autor, “los conceptos de soberanía alimentaria o de soberanía energética” implican “que los intercambios son sometidos [al] […] principio superior […] [de] la satisfacción de las necesidades a la dimensión del territorio” (Houtart, 2015, p. 78).

La transformación de las relaciones de poder político, por su parte, pasa “por una generalización de la democracia, […] aplicada al sector político, […] al sistema económico, en las relaciones entre hombres y mujeres, y en todas las instituciones” (Houtart, 2015, pp. 81-82). “La destrucción de la democracia por el capitalismo, especialmente en su fase neoliberal, ha sido tal que”, en palabras de Houtart, este “grado de desigualdad […] [no se había] visto antes en la historia humana” (2015, p. 90). Siguiendo su explicación, la democracia formal de igualdad artificial y reproducción de desequilibrios sociales deberá transformarse en una formulación política de solidaridad, y cada ser humano sin distinción habrá de ser un sujeto de la construcción social (Houtart, 2015, p. 82). De acuerdo con Laval y Dardot (2015, p. 60), vale anotar, no debería hacerse de la solidaridad “un principio abstracto” equivalente a lo común.

Finalmente, la transformación de las relaciones de poder ideológico implica la instauración de una interculturalidad abierta que realmente permita el diálogo, el debate, las contradicciones y las síntesis entre las culturas, y toda vez que “las culturas no son”, en palabras de Houtart, “objetos de museo, sino elementos vivos de una sociedad”, necesitan “para existir […] bases y medios materiales, como un territorio de referencia […], medios de educación y de comunicación, [y] expresiones diversas” (2015, pp. 91-92). “La visión del mundo, la lectura de la realidad y su análisis, la ética de la construcción social y política, las expresiones estéticas y la autoimplicación de los actores son”, en el planteamiento de Houtart, “partes esenciales de […] [las] alternativas al modelo de desarrollo capitalista y […] [su] civilización” (2015, p. 94).

Así pues, en el sentido de Houtart, y sin duda de otros pensadores, esta manera de pensar respecto a una forma de relación sociedad-naturaleza del común, en los términos de Laval y Dardot, implica pensar en cómo pasar —y de hecho hacerlo— de unas relaciones de poder económico que privilegian el valor de cambio a unas que privilegien el valor de uso; de unas relaciones políticas formal y no francamente democráticas a unas real y radicalmente democráticas; y de unas relaciones de poder ideológico que privilegian el pensamiento occidental a unas interculturales, cuidadoras y respetuosas de la vida, humana y no humana, y la equidad.

La discusión no acaba de empezar, pero no ha terminado, y el debate, francamente, nos implica.

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6 Compuesto por: Etiopía, Somalia, Yibuti, Eritrea, Kenia, Uganda, Sudán y Sudán del Sur (Ayuda en Acción, 2018).

7 Compuesto por: Arabia Saudita, Baréin, Catar (no está en la fuente, pero parece obligado), Chipre, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Iraq, Irán, Israel, Jordania, Kuwait, Líbano, Omán, Palestina, Siria, Turquía y Yemen (EcuRed, 2020).

8 Más desplazando la mirada de la humanidad hacia la vida, tratando la relación sociedad-naturaleza como el todo mayor, y proponiendo aquella cierta caracterización de los aspectos interespecífico y societal de la relación.

La pandemia de COVID-19 y un nuevo orden mundial

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