Читать книгу Las cadenas fisiológicas (Tomo I) - Léopold Busquet - Страница 6

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Introducción

Han pasado treinta años desde la primera aparición del tomo I de Las cadenas musculares. Hoy he decidido retomar la escritura de los primeros libros de esta serie. El camino recorrido desde entonces me ha permitido ver con perspectiva, enriquecer, precisar, simplificar y aportar una mayor coherencia a estos primeros escritos.

Las cadenas fisiológicas constituyen una lectura anatómica y fisiológica del cuerpo humano.

No es una teoría.

No es una filosofía.

Como fisioterapeuta desde 1968 y osteópata desde 1979, he impartido clases en el Colegio de Osteopatía Sutherland hasta 1994, cuando sentí la necesidad de dar un paso atrás, sintetizar todo lo que había aprendido, iniciar un trabajo de integración y dar coherencia a todos esos conocimientos. En ese momento, la idea de descodificar el cuerpo en un sistema de cadenas que funcionaran a todos los niveles se hizo evidente. En la práctica, este planteamiento se ha convertido en el hilo conductor de toda mi investigación.

El proyecto puede parecer anacrónico, lo sabemos, la medicina moderna evoluciona desde hace décadas hacia la especialización. Esta especialización ha permitido identificar mejor las diferentes patologías y no negaremos que puede ser una fuente de progreso, aunque presenta un problema importante: segmenta el cuerpo del paciente.

El método de las cadenas fisiológicas, al poner en evidencia las interrelaciones entre todas las partes del cuerpo, va en contra de esta lógica de la segmentación. Por el contrario, reconoce la unidad del cuerpo en su coherencia global y sustituye el examen analítico, que a veces ignora esta coherencia, por un enfoque sintético.

La clave es identificar las disfunciones que afectan el cuerpo del paciente, y son responsables de una mala dinámica que produce un deterioro del equilibrio general del organismo.

Su objetivo es tratar estas disfunciones con el fin de restablecer el equilibrio funcional del cuerpo necesario para volver a crear una dinámica sana.

Mi camino hacia el método de las cadenas

En 1964, comencé mi vida profesional como monitor en un gimnasio especializado en musculación para deportistas y, sobre todo, en clubs de rugbi. Esta experiencia me aportó un primer contacto con el cuerpo humano y permitió financiarme los estudios.

En 1968, me diplomé en fisioterapia. Al no estar satisfecho con las competencias adquiridas (la formación de la época no tenía la calidad de la actual), decidí completar mis conocimientos. Abrí una consulta de fisioterapia y ejercí en una ciudad en la que había un club de rugbi del que yo era miembro. De nuevo, me tuve que enfrentar al mundo del deporte, que exige diagnósticos precisos y resultados rápidos. Paralelamente, un amigo médico me pidió que me encargara de la preparación prenatal y postnatal en su clínica. Esta experiencia en el mundo obstétrico y neonatal, que duró más de quince años, me enseñó la importancia de la parte emocional de la futura mamá y de su bebé mediante la atención, la cooperación y la confianza. Las especificidades de la maternidad y el parto también me enseñaron el papel central de la relación fisiológica «contenido-continente», que es la base del desarrollo del método. En 1975, entré en el Colegio de Osteopatía Sutherland. Estos fueron mis primeros pasos en la osteopatía. En 1977, seguí la formación Mézières con Françoise Mézières y Philippe Souchard.

Cursé paralelamente estas dos formaciones —colegio de osteopatía y formación Mézières—, que en parte se complementaban, pero también confrontaban conceptos. Aunque los profesores de ambas disciplinas eran remarcables, no había convergencia entre sus propuestas. Por un lado, la señora Mézières daba prioridad absoluta al músculo; juzgaban, por el otro, los osteópatas las cuestiones musculares con condescendencia. No obstante, la ventaja de estas actitudes, hasta cierto punto sectarias, era su respectivo rigor: ambas formaciones intentaban ir hasta el fondo de una lógica y una práctica precisas. Sin embargo, en el método que yo propongo, se trata de superar lo que, a mi juicio, las limita.

No obstante, el método de las cadenas fisiológicas les debe ciertos descubrimientos, principalmente a Françoise Mézières, por sus aportaciones sobre la cadena posterior, y a Godelieve Struyf-Denys, en lo que respecta a las cadenas musculares y articulares.

La cadena posterior de Mézières

Históricamente, Françoise Mézières fue la primera fisioterapeuta que tuvo en cuenta el trabajo en cadena. Son varios los métodos posturales que surgieron de sus enseñanzas, que se basan en un enfoque global del paciente. Más precisamente, ha señalado la existencia de una cadena posterior que va de la base del cráneo a los pies. Esta cadena incluía los músculos de extensión. En cambio, en su descripción no tenía en cuenta al resto de los músculos. Sin embargo, en la práctica ha ido más allá de los límites de su propia teoría. Cuando la veíamos trabajar, podíamos constatar que, intuitivamente, iba mucho más lejos y también trataba los músculos del plano anterior.

Las cadenas musculares y articulares de Struyf-Denys

Posteriormente, una colega, Godelieve Struyf-Denys, propuso una organización más completa que incluía varias cadenas, que ella llamó cadenas musculares y articulares. Para identificar y seleccionar los músculos de sus cadenas, se basó en la clasificación de los meridianos de la medicina china tradicional. Este concepto tuvo el gran mérito de ampliar el análisis de las cadenas integrando, por primera vez, las cadenas posteriores y anteriores. Pero si se analiza con atención su propuesta, no puedo estar totalmente de acuerdo con sus ideas por razones de coherencia anatómica y fisiológica.

La reeducación postural global (RPG) de Souchard

Por fin llegamos al método desarrollado en la misma época por Philippe Souchard con el objetivo de desmarcarse del método Mézières. La reeducación postural global (RPG), al igual que el resto de los métodos citados, resulta interesante, pero había que ir más lejos.

En 1979, me diplomé en osteopatía. Los directores del Colegio Sutherland me pidieron que me quedara a enseñar. Así que decidí impartir clases de:

– Organización y tratamiento de las cadenas musculares, que en un primer momento llamé ejes miotensivos.

– Organización y tratamiento del cráneo.

Esta elección sorprendió mucho al director pedagógico, ya que la relación entre los músculos y el cráneo no era evidente. Pero yo había llegado a una certeza: en nuestros tratamientos resultaba absurdo excluir al cráneo porque la dinámica de las cadenas afectaba e integraba íntimamente esta esfera cefálica. En 1979, todavía no estaba en posición de explicar cómo, pero estaba dispuesto a conseguirlo con los años, trabajando no solamente en la demostración de la organización muscular dentro de un sistema de cadenas, sino también en la demostración de la relación entre las cadenas musculares y el cráneo. Este fue el inicio de una bella y apasionante investigación.

En este punto, para comprender mi razonamiento, hay que tener en cuenta las observaciones siguientes. Tras mis años de formación, era más evidente que el funcionamiento del cuerpo humano estaba gestionado por un sistema de cadenas musculares. Pero, dado que no estaba del todo satisfecho con las propuestas existentes, no podía permanecer en una posición únicamente crítica, por lo que tenía que investigar y proponer otro modelo. Había llegado el temible momento de formular una respuesta convincente a los problemas que había descubierto. El proyecto era el siguiente: «Si las cadenas existen realmente, solamente podré demostrar su existencia mediante la lectura respetuosa de la anatomía».

Para descubrir las cadenas, me hacía falta encontrar una clave, un código de acceso, una brújula, para que no me perdiera. Y fue un libro el que me la dio: La coordinación motriz, de Suzanne Piret y Marie Madeleine Bézier, dos fisioterapeutas belgas. En este libro, las autoras hablan de una organización muscular a partir de «un sistema recto y un sistema cruzado». Inmediatamente, esa propuesta suscitó mi interés y, a continuación, intenté verificar si la organización muscular se inscribía de forma natural en estas líneas rectas (longitudinales) y oblicuas (cruzadas).


De hecho, después de numerosas observaciones, podía constatar que los músculos se encadenaban bien en dichos circuitos, en perfecta continuidad de dirección y plano. Era algo maravilloso. Los detalles, las peculiaridades de la anatomía encontraban al fin una justificación simple en el «encadenamiento funcional» de los músculos. De esta forma, ciertos músculos revelaban su verdadera función en la dinámica del conjunto. Para profundizar en este descubrimiento y preocupado por la posibilidad de caer en la abstracción, decidí «provocar a la anatomía» prolongando la dirección de las cadenas en las zonas que todavía no había analizado. Me decía: «Si existe el sistema de cadenas, la anatomía debe confirmar la continuidad del trayecto teniendo músculos que aseguren exactamente la prolongación». Y, cada vez, encontraba en la práctica una confirmación de esta hipótesis. De la cabeza a los pies, se verificaba. La brújula que me habían inspirado Suzanne Piret y Marie Madeleine Bézier parecía ser fiable más allá de mis expectativas. Incluso los músculos de los ojos y los músculos de las articulaciones temporomandibulares se integraban perfectamente en estos circuitos.

Una vez descifrada la anatomía de las cadenas, esto supuso una importante evolución en la práctica. El conocimiento de la anatomía de cada una de las cadenas me dictó diferentes maniobras mejor adaptadas. Instauré nuevas posturas que pueden parecer desconcertantes para un profesional acostumbrado a otras referencias, pero son coherentes y perfectamente naturales una vez que se integran en el método de las cadenas propuesto en este libro.

Durante este período de investigación, pude verificar la validez de mis descubrimientos en deportistas de alto nivel con traumatismos en los que los métodos tradicionales no conseguían mejoría. Obtuve resultados muy positivos aplicando mi método. Varios clubs italianos de fútbol empezaron a solicitar mis servicios. Todas estas experiencias me llevaron a escribir un libro dedicado a la pubalgia. Tras frecuentes contactos con los jugadores de grandes clubs europeos de fútbol, rugbi y baloncesto, terminé formando parte del equipo médico de la selección francesa de rugbi y del equipo del Stade Toulousain durante más de diez años.

Estos diferentes retos me obligaron a sumergirme todavía más en el análisis y el tratamiento de las cadenas. Quería, literalmente, «desmontar» los diferentes problemas que sufrían estos atletas. Mi consulta se convirtió en un auténtico laboratorio para poner a prueba mis ideas. Paralelamente, la preparación de los cursos me obligó a concretar todo lo aprendido, así que se instaló cierta sinergia constante entre la práctica de la consulta y la enseñanza, y ambas empezaron a nutrirse mutuamente. La enseñanza, lejos de desviarme de la investigación, me exigió ser lo más claro, justo y preciso posible; me esforzaba en apoyar mi curso en ideas que impusieran un rigor de construcción, práctica y escritura, lo que, a su vez, afianzaba mis conceptos. En la lógica de esta evolución, rápidamente se hizo necesario perpetuar estas ideas escribiendo libros con el fin de que las nuevas propuestas no se deformaran ni se volvieran incomprensibles. Escribir un libro supone una nueva etapa de verdad y honestidad. Exponemos todas las facetas de nuestra propuesta y las sometemos a la crítica de nuestros colegas. Es una etapa necesaria para probar la fuerza de estas ideas, para ver si son duraderas y fecundas.

En enero de 1980, aunque la profesión todavía no estaba legalmente reconocida en Francia, abrí mi propia consulta de osteopatía a tiempo completo. El esbozo de las cadenas musculares se me hacía cada vez más claro. Dos años después, publiqué mi primer libro sobre las cadenas musculares del tronco.

Sin embargo, en mi consulta, ciertos problemas seguían resistiéndose a mis teorías. Como si las cadenas se encontraran programadas de una forma aberrante, en los casos de escoliosis, deformaciones torácicas, actitudes antálgicas, periartritis escapulohumerales, desviaciones de rodilla, subluxaciones de rótula, pies rotados o, incluso, arcos plantares modificados, etc. ¿Dónde estaba la lógica de estas deformaciones? ¿Dónde estaba la lógica de esta aparente anarquía de tensiones musculares? ¿Había que contentarse solo con «quitar tensiones»? ¿Había que contentarse con enderezar deformaciones que a menudo se resistían? Los casos traumáticos eran fáciles de comprender, pero el resto, todos los casos crónicos, eran más oscuros.

De repente, me parecía absurdo querer enderezar a un paciente. No solo era autoritario, sino que también ignoraba la fisiología real que produce la deformación. Cuando se nos mete en la cabeza que hay que enderezar, la estrategia es «soltar» los músculos obligándolos a que se alarguen, a que se estiren. Pero antes de ponerse a estirar un músculo como un «dictador», es imperativo hacerse la pregunta más importante: «¿Por qué el sujeto no presenta de forma natural una buena estática?» Estas aparentes deformaciones, ¿son necesarias? ¿El cuerpo no tiene razones para ello? Es por esto que no podemos contentarnos con decir al paciente: «Le duele la columna vertebral porque tiene una mala postura. Voy a enderezarle». Un paciente que presenta una estática muy alterada en realidad ha adoptado la estática más ingeniosa e inteligente para compensar sus problemas internos. Me acuerdo de esta frase de mi amigo, el doctor Patrick Tépé: «Tenemos la estática que podemos, no la que queremos».

Pero faltaba una dimensión. Además de los ámbitos musculares y articulares, me parecía evidente que el plano visceral, intracavitario, desempeñaba un papel esencial, hasta el punto de que podría controlar cualquier cadena si se convertía en el asiento de las tensiones. Fue entonces cuando me decidí a trabajar para encontrar la relación entre las cadenas y la organización visceral; había que comprender, dentro de la fisiología general del cuerpo, cuál era la relación entre estos planos.

Esta nueva etapa me llevó a tener en cuenta las cavidades. En el transcurso de este estudio, descubrí la importancia de lo que he llamado la relación «contenido-continente». Este descubrimiento se ha convertido en la base sobre la que se ha desarrollado en profundidad el método de las cadenas como relación permanente entre el contenido visceral y el continente musculoesquelético. Por extensión, esta relación contenido-continente también se aplica a la relación psicosomática que tanto se cita pero que rara vez se explica, y que yo analizo como una relación «psico-víscero-somática». Las tensiones procedentes del nivel psicológico penetran en el cuerpo por el plano visceral para terminar reflejándose en el plano musculoesquelético. Pero no nos confundamos de proyecto y sigamos en nuestro ámbito de competencia. No se trata de sustituir el tratamiento psicológico o psiquiátrico. Si permanecemos en nuestro campo de especialización, es decir, en el ámbito del tratamiento manual de las tensiones somáticas, la relajación de las cadenas musculoesqueléticas y visceral tendrá, lógicamente, una repercusión sobre las tensiones psicológicas.

En 1986, hice un viaje de formación a los Estados Unidos de América en compañía de un grupo de osteópatas. Conocimos al Dr. Anthony Chila, en la Universidad de Athens, en Ohio, en su curso de fascioterapia, y al Dr. John Upledger, en Florida, en su formación de terapia craneosacra. De ahí extraje nuevas perspectivas para mi trabajo.

En 1986, al convertirme en el director del Colegio Sutherland, me di cuenta de la necesidad de enseñar las cadenas en otro marco, independiente de las teorías y de la filosofía tradicional osteopática. Fue entonces cuando decidí crear las condiciones necesarias para desarrollar el método. Invité a un amigo, Bernard Pionner, compañero de mi misma promoción del colegio de osteopatía que también había hecho la formación de Mézières, a que se uniera a mí. Tras conocer mi proyecto, y las evoluciones y novedades del método tal como quería defenderlas, las apoyó totalmente y se embarcó junto a mí en esta aventura, el primero de la cuarentena de profesores que se nos acabarían uniendo con el paso de los años.

A partir de 1990, la idea era instaurar la cadena visceral. Dado que las relaciones entre el aparato locomotor y el sistema visceral estaban bien definidas, había que estructurar la práctica visceral para inscribirla en la lógica del método de las cadenas. El mérito de este desarrollo primordial del método es de Michèle Busquet-Vanderheyden, quien, después de haber hecho un estudio detallado de las cavidades, definió la descripción, el examen y el tratamiento específico de esta cadena tan importante. Primero, se centró en las cavidades abdominopelvianas (tomo VI, 2004) y, a continuación, en las cavidades del tórax, garganta y boca (tomo VII, 2008).

Nuestros intercambios cotidianos, en el marco de nuestras consultas, nuestros cursos y nuestros libros, no han dejado de nutrir la evolución del método desde entonces.

En 1994, la integración íntima de la cadena visceral en el funcionamiento de las cadenas nos permite descubrir la «interfaz» de la mecánica musculoesquelética. La biomecánica articular se hace más comprensible en sus diferentes compensaciones una vez integradas las influencias determinantes de la cadena visceral. Los conceptos que se quedan en un plano de interpretación puramente articular a nivel de la pelvis, la columna vertebral y los miembros superiores o inferiores nos parecían obsoletos y tenían que ponerse en duda.

En 1999, se trataba de completar el cuadro, dado que el cuerpo también está formado por vasos y nervios, una comprensión profunda exige un último plano de análisis: la cadena neurovascular, la estructura neuromeníngea está siempre escoltada por la estructura vascular (paquete vasculonervioso). Esta se inscribe de forma natural en el concepto de las cadenas e implica exigencias funcionales propias

En 1995 descubrí los remarcables trabajos de un colega australiano, David Butler, que abordaban principalmente el tratamiento del sistema neuromeníngeo periférico, pero en los que no se habían desarrollado las partes principales de esta cadena: el neuromeníngeo intracavitario visceral y el neuromeníngeo central en el cráneo. Ahora bien, las evoluciones del método sobre la cadena visceral y el cráneo permitían abordar de forma pragmática estos niveles primordiales.

Quien habla del sistema neurovascular también debe reconducir el análisis craneal, cuya importancia yo ya conocía desde hacía tiempo. De hecho, las cadenas no se detienen en el cráneo, sino que continúan por trayectos anatómicos evidentes a nivel de la cavidad craneal. Tras haber publicado dos obras sobre el cráneo, La osteopatía craneal y Osteopatía y oftalmología, sentía que había que salir del ámbito puramente osteopático, para no encerrarme en un callejón sin salida, y romper en parte con el análisis y la práctica tradicionales propuestas por la osteopatía. Esta evolución no siempre ha sido comprendida por mis colegas más apegados a la tradición, pero en la lógica de mi investigación, se imponía. ¿No es un osteópata la persona mejor posicionada para, con total conocimiento de causa, realizar una autocrítica? ¿Hay que quedarse encerrado en nuestras tradiciones y hacer oídos sordos a las críticas argumentadas y a las incomprensiones? Es cierto que aquellos que proponen un replanteamiento atraen el sarcasmo de sus colegas «tradicionalistas». En los años setenta y ochenta del siglo pasado, varios osteópatas ingleses de renombre se negaron a enseñar la osteopatía craneal por considerarla poco creíble. Tras veinticinco años de práctica osteopática, tenía experiencia y perspectiva suficiente como para proponer evoluciones. En 2004, publiqué el tomo V de las cadenas fisiológicas sobre el «tratamiento del cráneo».

Esta nueva propuesta no era una traición, sino un acto constructivo. Aportaba un nuevo análisis y una nueva práctica de la esfera craneal. El contenido del libro fue objeto de varias conferencias en universidades médicas y odontológicas de Francia, Rusia y América. Estos congresos confirmaron que la nueva propuesta ya no generaba rechazo sino que, por el contrario, ofrecía una mejor comprensión de nuestros tratamientos y un auténtico interés como complementariedad terapéutica.

Con la visión de conjunto que empezábamos a tener, entre 2008 y 2012, nos pareció que el nombre del método, que hasta entonces llamábamos cadenas musculares, tenía que evolucionar. El término cadenas musculares era una formulación demasiado limitada para una descripción anatómica que comprendía, además de las cadenas dinámicas musculares, las cadenas estáticas, viscerales y neurovasculares. Por este motivo, optamos por la denominación de cadenas fisiológicas, que describe mejor la organización completa de las cadenas tal como la concebimos hoy en día.

Un método evolutivo no debe dispersarse, sino que debe profundizar en su propuesta con el objetivo de mejorar la integración de las ideas que propone. Las evoluciones tienen su lógica siempre que aporten una mejor síntesis: ese es nuestro motor constante.

El tratamiento del bebé confirma esta evolución del método.

La fisiología del bebé encaja a la perfección en el esbozo de las cadenas fisiológicas. Han hecho falta muchos años de maduración para poder abordar la pediatría. Este importante trabajo lo llevó a cabo Michèle Busquet-Vander-heyden. Se presentó en el tomo VIII: El bebé en tus manos. Método de las cadenas fisiológicas.

Los profesionales tuvieron así acceso a la lógica del tratamiento del bebé. En la medida en que este tratamiento implica una formación específica, Michèle Busquet-Vanderheyden ha creado una especialización en pediatría con la participación de una pediatra y una psicóloga. En los años posteriores, esta formación se convirtió en un motor de progreso en este ámbito.

A finales de 2013, tras tres años de trabajo, terminamos de escribir el tomo I de Las cadenas fisiológicas. Y así vuelvo al principio de mi trabajo. Se cierra el círculo. Es estupendo ver que los fundamentos del método siguen confirmándose. No han envejecido, y siguen siendo fecundos, coherentes y relevantes porque respetan la anatomía y la fisiología del cuerpo humano, destacando su ingeniosidad. Los fundamentos se escribieron en un período en el que acababa de empezar mi camino como investigador. En los dos primeros libros de las cadenas musculares daba pistas sobre la dirección de mi búsqueda. Treinta años después, me encuentro en condiciones de retomar estas bases con el respaldo de un análisis global, reforzado por los trabajos de Michèle. Estamos en 2014 y hoy tengo cincuenta años de práctica. ¿Debería parar aquí mi carrera? Es tan importante para mí como la práctica musical para los músicos. Si «el cuerpo es un instrumento que hay que saber afinar para tocar lo mejor posible y durante el mayor tiempo posible su partitura vital», la necesidad de comprender mejor es, para mí, un motor de vida y serenidad. Relacionar, religare, al hombre con la ingeniosidad de su cuerpo, su armonía natural con el mundo que le rodea, es un acto de fe cotidiano.

Objetivos del método de las cadenas

Tratar las disfunciones

Las disfunciones aparecen cuando el equilibrio funcional se ve perturbado por las tensiones. Estas tensiones se experimentan en una o varias cadenas y desequilibran el funcionamiento armonioso del cuerpo.

El tratamiento tiene el objetivo de relajar las tensiones de las diferentes cadenas con el fin de permitir al organismo que recupere la plenitud de su funcionamiento fisiológico.

La postura de relajación es el denominador común del método para tratar las diferentes cadenas. Su objetivo no es estirar. Los estudios científicos confirman que las posturas de estiramiento pueden tener efectos negativos. La postura de relajación modifica «el patrón neuromuscular» que guía nuestros movimientos habituales. Favorece el retrocontrol para modificar el umbral de reacción de los receptores propioceptivos. Dentro del parámetro que cada uno de nosotros instaura en función de sus actividades, de su ergonomía y de sus emociones, el músculo se activa como guardián para «limitar» nuestros movimientos. Fuera del perímetro de estos circuitos habituales, el movimiento genera incertidumbres propioceptivas que facilitan reacciones neuromusculares y neurovasculares mal ajustadas: contracturas, esguinces y mala troficidad.

De ahí la importancia de las posturas de relajación para devolver a las diferentes cadenas una regulación del «patrón neuromotor» que mejore la estática, la movilidad y la troficidad.

Este tratamiento respeta la fisiología de cada edad, del bebé al adulto, y de cada condición física, del sedentario al deportista de alto nivel.

El método de las cadenas trata las disfunciones. No trata las patologías. En caso de problemas hereditarios graves, de traumatismos importantes y de patologías, el método simplemente persigue el objetivo de aliviar y mejorar el funcionamiento del paciente dentro de los límites de su potencial.

Los tres ejes del método

1. El examen:

– una anamnesis,

– un examen postural,

– un examen funcional de cada cadena.

2. La síntesis entre:

– Los antecedentes.

– Los motivos de la consulta.

– El examen.

– La síntesis es uno de los puntos claves que permite la comprensión de los problemas. De ella deriva la lógica del tratamiento.

3. El tratamiento manual específico basado en:

– las posturas de relajación o distensión tisular,

– las posturas de realineación,

– las técnicas de dinamización,

– las técnicas de propioceptividad.

Las cadenas fisiológicas (Tomo I)

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