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PRÓLOGO.

LA CENTRALIDAD DE LA ÉTICA

PARA LAS PROFESIONES

La enseñanza de la ética es fundamental en nuestros tiempos. Un tiempo que nos invita a enfrentar los grandes desafíos de las tecnologías emergentes, de la inteligencia artificial, de la robótica, la ingeniería genética. Un tiempo que presenta cambios acelerados, tanto a nivel de estilos de vida, culturales, ecológicos –basta pensar en el cambio climático o en la pandemia–, y que nos llama a replantearnos continuamente nuestras formas de vivir. Nos encontramos viviendo tiempos que nos permiten grandes deseos –el deseo de una felicidad posiblemente alcanzable para todos, de un bienestar a la mano, etc.– y que exigen a la vez solidaridad, igualdad y justicia. Por estas razones, la ética es central en nuestra época.

Ahora bien, para que pueda de verdad enfrentar estos desafíos, la ética ha de estar encarnada en la realidad, dialogando con la vida cotidiana de cada uno de nosotros, teniendo el coraje de entender, analizar y criticar la praxis concreta. Demasiadas veces hemos escuchado que el discurso ético es una bella declaración de intenciones, construida con lindas palabras –como bondad, justicia, virtud, conciencia, responsabilidad– pero que, finalmente, resulta totalmente inútil porque está completamente alejado de la realidad. En este sentido, podría parecer que la ética es un discurso inconcluyente de palabras grandilocuentes pero vacías de sentido –¿qué es el bien?– y que no logran ofrecer soluciones prácticas a los problemas que se presentan. Esta dicotomía entre el discurso bonito y la necesidad de soluciones prácticas puede resumirse en el famoso adagio latino Dum Romae consulitur, Saguntum expugnatur (Mientras Roma discute, Sagunto es tomada).

De aquí surge el desafío que este libro recoge: que la ética sea “aplicada”, es decir, capaz de entrar en un diálogo fructífero con la praxis, sobre todo en la época de las nuevas tecnologías. Un trabajo interdisciplinario, en pocas palabras. Para hacer esto, el experto en ética tiene que entender las dinámicas técnicas de las acciones que quiere evaluar –ya que la ética es una reflexión sobre todas nuestras acciones– y entrar en las entrañas de las distintas profesiones. Un trabajo no sencillo, por cierto, pero absolutamente necesario: queremos saber si estamos haciendo bien nuestro trabajo, con justicia y responsabilidad, o si lo estamos descuidando, perjudicándonos a nosotros mismos y a los demás. Necesitamos de esta reflexión porque somos humanos, y el ser humano tiende siempre a su realización y satisfacción, en todo ámbito de su vida, inclusive en su trabajo. Este ámbito –que muchas veces cubre gran parte del día y de la vida entera de muchas personas– no puede ser ajeno, entonces, a una reflexión sobre el bien y el mal, sobre lo que nos acerca a nuestra autorrealización y lo que nos aleja. Allí la ética tiene una palabra importante que decir. La ética puede guiar nuestras elecciones con sus reflexiones, palabras e indicaciones, también en el ámbito profesional. Preguntas como: ¿es justo construir un puente en este territorio?, o ¿es correcto pagar este sueldo a este empleado?, o ¿se puede modificar genéticamente esta semilla?, solo encuentran su respuesta en el dominio de la ética. La técnica –los elementos que tenemos que conocer en cuanto profesionales de una cierta área, y que nos ayudan a desarrollar correctamente nuestro trabajo– no puede ofrecer respuestas a las preguntas que acabo de mencionar. Por eso, si queremos abordar esas preguntas, tenemos necesariamente que involucrarnos con el vocabulario y el razonamiento propios de la ética.

La dificultad –así como una de las críticas más feroces que se han hecho a las reflexiones éticas– es que ese razonamiento parezca arbitrario. Frente a preguntas como “¿Está bien deforestar este bosque para construir departamentos?”, parece que la mejor respuesta –y la más políticamente correcta– es siempre “depende”. Depende de tus intereses, de tus valores, de la cultura, de tu sensibilidad, de las leyes… pero, al final, no habría una respuesta correcta. La ética no parece entregar respuestas claras o definitivas. Al final, en esta materia, cada uno hace como quiere y según como la siente.

Me permito afirmar que una respuesta de este tipo demuestra una gran necesidad de contar con un aprendizaje ético. La ética, de hecho, tiene un método propio que hay que estudiar y aprender, y que no es arbitrario, pero usa una lógica distinta de la que se aplica con el “método científico”. Que sea distinta, sin embargo, no significa que se deba descartar. Simplemente, hay que aprender a razonar –porque de eso se trata en ética– de una cierta forma, y apuntando siempre a conclusiones que sean razonables y universales, es decir, entendibles y aplicables para todos. En este texto se aprende este método, que nace de una adecuada consideración de la acción humana. Por esta razón, una vez presentados los principales modelos de evaluación ética –los que han tenido más “éxito” en la historia del pensamiento ético– en la parte I, los autores nos presentan los distintos elementos que constituyen una acción y que deben ser considerados a la hora de la evaluación moral (parte III), precedida de una reflexión sobre la relación entre ética y profesiones (parte II). Por último, y justamente para evitar la crítica del bello discurso vacío, ajeno a la realidad y alejado de las futuras profesiones que los estudiantes emprenderán, se presenta una propuesta de metodología de evaluación de los casos para acompañar al futuro profesional en el discernimiento ético (parte IV).

De este modo se comprende por qué este es un libro de ética “aplicada”. Las reflexiones que se presentan en el texto tratan de entrar en diálogo constante con la realidad de la praxis profesional: esto se nota tanto a partir de la estructura del texto como en los ejemplos concretos que continuamente acompañan al lector en la profundización de los elementos fundamentales de la ética. Es ética aplicada, porque responde a problemas concretos, tratando de orientar al profesional hacia el bien. Es aplicada, porque es interdisciplinaria, es decir, instaura un diálogo con otras disciplinas que pueden parecer muy distantes la una con la otra. Es aplicada, porque trata de recoger la complejidad de la vida y de la praxis humana y de ofrecer respuestas concretas igualmente complejas, tomando en cuenta todos los factores y los niveles implicados en ellas.

Volvemos, así, al punto inicial de este prólogo. Es necesaria una reflexión ética como la que ofrece este libro, ya que el ser humano necesita saber si está haciendo el bien aquí y ahora, hic et nunc. Este libro entrega algunos lineamientos educativos que permitirán al lector introducirse en el mundo de la ética aplicada con rigurosidad y conocimiento; y le permitirán, al mismo tiempo, darse cuenta de que, solo cuando el conocimiento técnico de vanguardia va acompañado por un saber ético riguroso, es el conocimiento más apropiado para nuestra humanidad. Es decir, el que nos hace más humanos.

Ignacio Sánchez D.

Rector

Pontificia Universidad Católica de Chile

Manual de ética aplicada

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