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INTRODUCCIÓN

A partir de la fragmentación de los estudios históricos la enfermedad como objeto de estudio ha ido ganando terreno en nuestra historiografía, evidenciándose su proliferación a comienzos de la década de los años noventa. Su ostensible presencia se enmarca en diversos trabajos promovidos no sólo por los intentos de renovar la tradicional historia de la medicina, sino además por la intención de aplicar renovadas teorías y metodologías derivadas de otras disciplinas.1 Uno de los más influyentes historiadores dedicados a estos estudios ha señalado que lo que está surgiendo de este dinámico proceso historiográfico ha sido etiquetado como nueva historia de la medicina, historia de la salud pública o historia sociocultural de la enfermedad.2

Las siguientes líneas se interesan por incursionar en el impacto sociocultural de la epidemia de fiebre amarilla de 1871 en la ciudad de Buenos Aires, reconociendo así, a las enfermedades como nudos problemáticos que permiten la discusión de cuestiones que trascienden lo meramente biomédico.

Su problematización parte del cómo había impactado tal fenómeno. ¿Qué asociaciones e imaginarios sociales sobre la enfermedad se erigieron bajo las pupilas de los actores que convivían con ella?; ¿A qué [y por qué] atribuían la etiología y propagación de la epidemia?; ¿De qué modo se planteaba su profilaxis y cura?; ¿Cuáles y cómo fueron las acciones desplegadas para enfrentarla?; ¿Qué conflictos suscitaron las mismas? ¿Los discursos hilvanados en torno a la epidemia se centraban en cuestiones que rebasaban lo estrictamente biomédico? Son algunos de los interrogantes que intentaremos dar respuestas.

Entonces, el marco temporo-espacial en el cual se inserta nuestro estudio es el fatídico primer semestre de1871 en la ciudad de Buenos Aires. El arco temporal considerado responde, en primer lugar a la identificación de los primeros brotes de la peste, su ascenso y su lento y difuso descenso. En segundo lugar, es el momento en que la enfermedad aparece como una suerte de espejo que refleja las condiciones socioculturales de la realidad que estudiamos. Ante la crisis generada y las incertidumbres médicas, las premisas discursivas (científicas o no) se abren paso en estampida en los meses en que la epidemia, además de enfermar y matar, se convirtió en un recurrente recurso para entramar temas que excedían lo biomédico.

Finalmente, este acotado horizonte es el resultado de la interpretación del fragmentario, y asimismo diverso, mundo que puede reconstruirse con las fuentes que disponemos.

Enfatizaremos en los esfuerzos de la época por explicar (desde el ámbito científico, religioso, periodístico y artístico) la presencia y azotes de la epidemia, sus asociaciones con cuestiones que desbordan lo patológico y significados que se construyen; presentados desde un enfoque sincrónico con el fin de demostrar la compleja trama que enmaraña la epidemia. El examen de éstas magnifica la relación entre los sistemas económicos y las condiciones de existencia; ilumina dimensiones poco conocidas de las mentalidades, ideologías y creencias religiosas, e ilustra acerca de los esfuerzos y las carencias por el cuidado de la salud pública. Se proyectan, además como una lente de aumento para observar los temores, prejuicios, normas y estereotipos sobre los enfermos, el cuerpo humano, el género, los grupos étnicos y las clases sociales. La variedad de percepciones, prácticas y testimonios que surgen en una crisis epidémica, hacen evidente que la enfermedad no es un simple hecho biológico de responsabilidad limitada de los médicos.3

Particularmente, sostenemos aquí que la epidemia provocó una diversidad de imaginarios sociales, plasmados en un conjunto variado de prácticas discursivas que se esforzaban por interpretarla desde diferentes ámbitos que le dieron sentido; y éstos, de naturaleza marcadamente opuestos entre sí, (re)construyeron una realidad social compleja, con puntos de encuentro y desencuentro en sus explicaciones sobre la etiología, profilaxis, tratamiento y cura de la enfermedad, rebasando ampliamente cuestiones biomédicas.

Ahora bien, emplear la noción de imaginario como categoría de análisis no resulta sencillo en lo absoluto ya que su uso ilimitado puede transfigurarlo en ambiguo. Surge entonces el imperativo de delimitar su alcance a los efectos operativos de nuestra investigación. Baczko destaca en primer lugar como el adjetivo «social» tiende a sortear la fatal polisemia que encierra el solo concepto de «imaginario» o «imaginación»:

El adjetivo social delimita una acepción más restringida al designar dos aspectos de la actividad imaginante. Por un lado, la orientación de ésta hacia lo social, es decir, la producción de representaciones globales de la sociedad y de todo aquello que se relaciona con ella, por ejemplo del `orden social´, de los actores sociales y de sus relaciones recíprocas (jerarquía, dominación, conflictos, etc.), por otro lado, el mismo adjetivo designa la inserción de la actividad imaginante individual en un fenómeno colectivo.4

La noción de imaginario social es fundamental para la comprensión de las representaciones sociales que caracterizan y distinguen los valores y creencias de una sociedad (o sector de está), en un determinado tiempo y lugar. Expresado ello, resulta importante volver sobre la crítica realizada a la Historia de las mentalidades. Fundamentalmente la pasividad irracional de los actores sociales y su connotación interclasista que esos estudios encierran, al unir el adjetivo «colectiva» al de «mentalidad».5 Atento a ello, consideramos que el análisis de los imaginarios sociales puede ser un camino posible para aproximarse a las aspiraciones, los miedos y las esperanzas de los actores sociales. En ellos se reflejan los enemigos, los conflictos sociales, los mecanismos de dominación y control, pero también se esbozan estrategias y tácticas6 de los actores sociales que sortean, en parte, los determinismos estructurales, de dominación y poder que se intentan imponer.

Pero, ¿dónde está representado ese imaginario social?; ¿cómo, y a través de qué, nos podemos aproximar a él? Los discursos son los que los materializan.

Siguiendo a Rubén D. Salas, se considera al discurso como marca afectiva (lenguaje figurado) pero, en el mismo acto, huella lógica del hablante /escritor, donde un determinado sujeto empírico está presente y con él su época. Más aún, un discurso es más exhibición de una época que de su portador:7

interpretar un lenguaje, adentrarse en su trama, es el camino más seguro, y a veces el único, que nos permite descifrar las claves con que los hombres construyen sus «mundos» […] El texto nos ofrece a la vez la representación del mundo interno de su productor y también el suelo epistémico desde el cual se mueve, a sea el mundo intersubjetivo.8

Lo real importa en cuanto excedente del lenguaje, rebasamiento que persiste y retorna por los intersticios de las construcciones simbólicas emergentes en los discursos que subyacen desde cierto ámbito que le da sentido: científico (la enfermedad se explica en virtud del método y leyes que ésta engendra), religioso (la enfermedad es así en virtud de las leyes divinas), artístico (la enfermedad se muestra así en virtud de las pasiones que atraviesan lo creativo) y periodístico (la enfermedad es así en verdad porque nosotros mostramos esa verdad).

Las premisas delineadas hasta aquí resultan sugerentes, empero deben abordarse con debidas precauciones. Pretender analizar un fenómeno pretérito a partir de un procedimiento semiótico de las formas, puede arrojar como resultado una historia “descarnada” y unívoco en los signos o símbolos. Es decir, toda manifestación del imaginario social en los discursos despojado del ropaje contextual que lo reviste, determina que se pierde en ellos el despliegue de estrategias discursivas de actores sociales, dentro de los márgenes que disponen y permiten las posibilidades de acción.

Es ineludible en este punto tener en cuenta las advertencias de Roger Chartier:

El objeto fundamental de ésta consiste en reconocer la manera en la que los actores sociales dan sentido a sus prácticas y a sus discursos situándose en tensión entre, por una parte las capacidades inventivas de los individuos o de las comunidades y por la otra, las coacciones y convenciones que limitan lo que es posible pensar, decir, hacer. 9

Pues, si bien nuestro trabajo se alinea con la construcción discursiva de lo social, ello no supone abandonar el intento de aproximarnos a la construcción social de los discursos. Finalmente, si el mundo social es en buena medida un espacio de sentidos compartidos, parece clara la importancia que tienen las «prácticas discursivas» para el conocimiento y la comprensión de la realidad social.

Considerando que el discurso se relaciona con los procesos cognitivos que intervienen en la construcción y expresión de la realidad, -de las maneras como las personas perciben e interpretan la realidad-, nuestro estudio se centrará en dos niveles de análisis de las prácticas discursivas: un nivel textual y un nivel contextual. El primero tiene como propósito caracterizar la composición del discurso, donde se examinan los contenidos ideacionales que trasmite el autor al lector en función de las necesidades de la acción. Enfatizaremos en el tipo de lenguaje escogido por los actores sociales: palabras, imágenes y el uso de determinadas figuras retóricas (metáforas, metonimias) y formas sintácticas, en la medida en que constituyen mecanismos constructores de sentidos.10

En relación con el análisis contextual diremos que por contexto se entiende el espacio en el que el discurso ha surgido y en el que adquiere sentido. El propósito es entonces entender a esos discursos como producciones insertas en un espacio y tiempo concretos, en un universo simbólico determinado y con intenciones discursivas propias.11 Se suele distinguir dos tipos de contextos, el situacional y el intertextual, aquí optamos por este último. El análisis intertextual nos remite a la comprensión del discurso por referencia al conjunto de discursos que se encuentran en el espacio social. Nuevamente traemos a escena a Michel Foucault, matizando su concepción respecto a la intertextualidad la cual propone un análisis de tipo comparativo, donde el sentido del discurso está referido a otros discursos con los que dialoga explícita o implícitamente. Se trata de preguntar “a cada fragmento de un discurso analizado sobre sus presuposiciones, con qué otro discurso se encuentra dialogando y, por tanto, con qué otro discurso o discursos se encuentra en una relación asociativa o conflictiva”.12 El valor del discurso se establece, por tanto, en función de sus similitudes y diferencias respecto de otros discursos.

En balance, consideramos que el camino de establecer conexiones entre los discursos analizados y el espacio social que le han dado vida, ofrece posibilidades concretas de alcanzar nuestros propósitos.

La obra se organiza en cinco capítulos:

El primero invita recorrer ese escenario pretérito en el que tuvieron lugar los discursos e imaginarios sociales a analizar. Comienza describiendo los conocimientos que provee la medicina sobre la fiebre amarilla, desde la mirada de la bacteriología moderna, para luego transportarse al momento donde emerge la epidemia y las concepciones médicas centradas en las teorías miasmáticas. El contexto sociodemográfico, en los albores de la inmigración masiva, y sus consecuencias demográficas y culturales en la ciudad. El estado sanitario de una urbe que se pretendía moderna, con delicados problemas de aprovisionamiento de agua, la recolección de basura, los «pantanos urbanos», la escasez de hospitales y asistencia médica en general.

Ya centrado en el análisis de los discursos e imaginarios sociales que se construyeron entorno a la epidemia, el segundo capítulo incursiona en los discursos médicos a través de tesis doctorales, revistas científicas y folletos. En estos se destaca las incertidumbres que han generado la enfermedad y el impulso de un imaginario médico renovado del miasma. El debate etiológico entre infeccionistas y contagionistas, la diversidad de tratamientos, y la individualización de responsabilidades.

El tercer capítulo está atento a los discursos periodísticos a través de la prensa gráfica pero también folletos, revistas, memorias, comunicados y fuentes estadísticas oficiales sobre índice mortuorio. La reconstrucción del cruce discursivo entre los postulados provenientes del establishment médico con los denominados charlatanes, enriquece la complejidad de las prácticas discursivas en un contexto de expansión de la profesionalización del campo médico. Nos adentramos en el mundo de la medicina alternativa, no sólo señalando las esperadas diferencias con la medicina diplomada, sino sorprendentemente identificando saberes, prácticas y terminología compartida, y demostrando cómo se construye un imaginario social que asociaba al miedo como principal etiología de la enfermedad.

Desde los periódicos se percibe una nueva representación del espacio físico agrupado en dos categorías metafóricas: la ciudad enferma, el campo saludable. Dentro de ese espacio los discursos no sólo se esforzaron por denunciar los focos de infección que originó la peste, como el Riachuelo, los saladeros, los conventillos y los inmigrantes, sino además enfatizaron sobre la ampliación de la ciudadanía social a través de la defensa de la salubridad pública por encima de intereses individuales. Al mismo tiempo se destaca la actuación del Estado para garantizar tales derechos, combinando un accionar tanto disciplinador como asistencialista.

Vinculado a la cuestión de los conventillos se erigió un imaginario entorno a la «casa enferma» que contagiaba y por estas razones se priorizó el desalojo como acción necesaria e inmediata para detener la expansión devastadora del foco. Los inmigrantes, por otro lado se convierten en chivos emisarios, responsabilizándolos (en algunos discursos) de la epidemia y etiquetándolos como la verdadera víctima del mal.

El cuarto capítulo focaliza en los discursos religiosos, con fuentes poco tenidas en cuenta hasta el momento, como el folleto de Julia Calderara o panfletos con oraciones que se repartieron luego de que decretasen las autoridades el cese de las actividades religiosas y el cierre de las iglesias durante semana santa. Intentamos reconstruir cómo se fue hilvanando un imaginario social que explicaba el fenómeno como castigo divino. Pero a la vez, como tales discursos asignan a la trasmisión de la enfermedad idénticas formas que la medicina diplomada.

Finalmente, el quinto capítulo, se centra en los discursos artísticos, con la propósito de aproximarnos a la construcción del estandarte de héroe y villano. Para ello se ha trabajado sobre la pintura al oleo y boceto del artista uruguayo Juan Manuel Blanes episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires y algunas poesías que refuerzan ambas imágenes en un contexto desolador y devastado donde, quizás, el angustioso y desesperante interrogante de Manuel Argerich, (uno de los héroes masón), haya sido un sentir común en la cuidad azotada:

“¿Quién es el que pueda romper esa nube de muerte que pesa sobre nosotros y que amenaza nuestra existencia?” M. Argerich (meeting, del 13 de marzo de 1871).

1 Para una profundización de estas cuestiones véase: Armus, Diego. «La enfermedad en la historiografía de América Latina moderna». En: Asclepio revista de Historia de la medicina y de la ciencia, Madrid, LIV, 2, (2002a), pp. 41-60. Ibíd. «Cultura, Historia y enfermedad. A modo de Introducción».En: Ídem (Ed.) Entre médicos y curanderos. Cultura, historia y enfermedad en América Latina moderna, grupo editorial Norma, Buenos Aires, (2002b), pp. 11-26. Recalde, Héctor. La salud de los trabajadores en Bs. As. (1870-1910) A través de las fuentes médicas. Grupo editorial universitario, Buenos Aires, 1997, pp. 23-62. Bernabéu Mestre, Joseph. «La actualidad historiográfica de la Historia social de la enfermedad». En: Boletín de la asociación de demografía histórica, Madrid, XI, 1, 1993, pp. 23-36. Bourdelais, Patrice. «Epidemias y población: balance y perspectivas de las investigaciones». En: Ídem, La población en Francia siglos XVIII-XIX, Instituto Mora, México, 1999. Cueto, Marcos. Salud, Cultura y Sociedad en América Latina. Nuevas perspectivas históricas. IEP-OPS, Lima, 1996.

2 Armus, Diego. «Legados y tendencias en la historiografía sobre la enfermedad en América Latina». En Ídem (ed.) Avatares de la medicalización en América Latina. Lugar Editorial, Buenos Aires, 2005, p.:13.

3 Cueto, Marcos. El regreso de las epidemias. Salud y sociedad en el Perú el siglo XX. Instituto de Estudios Peruanos, Lima, 1997, p. 18.

4 Baczko, Bronislaw. Los imaginarios sociales. Memoria y esperanzas colectivas. Nueva Visión, Buenos Aires, 2005, p. 27.

5 Ginzburg, Carlo. El queso y los gusanos. El cosmos según un molinero del siglo XVI. Península Océano, Barcelona, 2008 [1976] pp. 24 y ss.

6 Ambos conceptos son tomados de Michel de Certeau: “llamo estrategia al cálculo (o a la manipulación) de las relaciones de fuerzas que se hace posible desde que un sujeto de voluntad y de poder (una empresa, un ejército, una ciudad, una institución científica) resulta aislable. La estrategia postula un lugar susceptible de circunscribirse como algo propio y de ser la base donde administrar las relaciones con una exterioridad de metas o de amenazas.” “llamo táctica a la acción calculada que determina la ausencia de un lugar propio. Por tanto ninguna delimitación de la exterioridad le proporciona una condición de autonomía. La táctica no tiene más lugar que el del otro. Además debe actuar con el terreno que le impone y organiza la ley de una fuerza extraña [...] es movimiento “en el interior del campo de visión del enemigo” […] No cuenta con la posibilidad de darse un proyecto global ni de totalizar al adversario en un espacio distinto, visible y capaz de hacerse objetivo.” De Certeau, Michel. La invención de lo cotidiano. El arte de hacer. Tomo I, Universidad Iberoamericana, México, 1996 [1979], pp. 42-43.

7 Salas, Rubén Darío. «Perspectiva Retórica-Hermenéutica del discurso histórico y político». En Actas del III Coloquio Nacional de Investigadores en Estudios del Discurso. Asociación Latinoamericana de Estudios del Discurso, 2004. http://www.fl.unc.edu.ar/aledar/hosted/3ercoloquio/231.pdf

8 Ibíd. El discurso Histórico-jurídico y político-institucional en clave retórico-hermenéutica. Instituto de investigaciones de historia del derecho, Buenos Aires, 2004, pp. 23-27.

9 Chartier, Roger. « ¿Existe una nueva historia cultural?» En Gayol, Sandra; Madero, Marta (ed.) Formas de Historia cultural, Prometeo, Buenos Aires, 2007, p.: 41.

10 Resultan fundamentales los debates y aportes de Juan Magariños de Morentín en Comunicación Red Semiticians. Entre ellos: La semiótica de los bordes. Apuntes de metodología semiótica. Ultima actualización Enero 2009. http://www.magarinos.com.ar/Indice-Manual.html

11 Ruiz Ruiz, Jorge. Análisis sociológico del discurso: métodos y lógicas. En: Forum Qualitative Sozialforschung /Forum: Qualitative Social Research, 10(2), Art. 26, 2009. S/f. http://nbnresolving.de/urn:nbn:de:0114-fqs0902263

12 Alonso, Luis E.; Callejo, Javier. «El análisis del discurso del posmodernismo a las razones

prácticas» En: Revista Española de Investigaciones Sociológicas, 88, 37-74, Madrid, 1999, p. 49.

En los días de borrascas

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