Читать книгу Yo veo / Tú significas - Lucy R. Lippard - Страница 11

Оглавление

ENTRADA III / A (CON D)

Si las mujeres descubren que el clítoris ha acabado siendo el único sitio desde que existe la tierra, que las turbulencias del placer en lugar de actuar como una especie de turbo sexual de ese aire dilatado que llamamos viento han barrido atrás y adelante sobre su respuesta general, nos veremos dominados por la superficie. Y desde que existe un océano, sus aguas tienen una ética, lo que no sería en sí mismo una regresión si la moviera el paso de los vientos. La mayoría de las olas son resultado del principio de eficacia de nuestra sociedad, incluso la iniciativa y la creatividad de la acción del viento sobre el agua. Hay excepciones, como la iniciativa y la creatividad conectadas a la libido cuando a veces los seísmos submarinos producen maremotos no consigue sobrevivir al proceso de civilización. Las mujeres han de luchar para llegar al mar. Pero las olas que muchas de nosotras conocemos mejor son las olas de viento cuando tratamos de alcanzar el tipo de fuerza capaz de sacarles partido. Se somete el sexo para cruzar medio océano al servicio de la revolución. Es una pauta confusa: todo sucede en una pérdida de conciencia o en un cenagal de sensaciones indistintas, en una mezcla de incontables oleadas diferentes que se entrecruzan, cautas, adelantándose, pasivas, circulando, calculando, a veces avasallándose unas a otras, egoístas y aburridas, a pesar de sus tetas milagrosamente hinchadas, algunas condenadas a no llegar nunca a ninguna costa, otras destinadas a tumbarse en su colchoneta desinflada, preguntándose qué pudo haber ido mal.

Las olas jóvenes, apenas recién modeladas por el viento, tienen una forma empinada y picuda cuando están mar adentro. No todas las mujeres han sido tan humildes y sumisas a lo largo de la historia. Desde lejos en el horizonte se las ve formando rebaños blancos conforme se acercan. Es un absurdo decir que una mujer no siente nada cuando un hombre mueve el pene dentro de su vagina; pedacitos de espuma chorrean de sus frentes y hierven y burbujean sobre la cara que se aproxima, y la ruptura final de la ola se convierte en un proceso largo y deliberado. El orgasmo es cualitativamente diferente cuando la vagina puede ondularse alrededor del pene y no alrededor de un vacío. Pero si una ola, acercándose al área donde rompen, se empina como haciendo acopio de toda su fuerza para el acto final de su vida, si la cresta se forma a todo lo largo del frente que avanza y luego se retuerce hacia delante, si toda la masa de agua se hunde de repente en su seno con un rugido explosivo, entonces puedes dar por seguro que estas olas son visitantes llegadas desde una parte remota del océano, que han viajado mucho antes de su disolución final a tus pies.

Diferenciar entre el placer simple e inevitable de los hombres y las respuestas engañosas de las mujeres no es del todo válido. Lo que es cierto de la ola atlántica que hemos seguido vale también para las olas de viento de todo el mundo. Si para todos los hombres la eyaculación significase un alivio, dada la permanente fabricación de esperma y la consiguiente presión para practicar el coito, entonces podrían copular con cualquiera sin éxtasis ni decepción. Los incidentes en la vida de una ola son muchos. Ese proceso descrito por los expertos en el que el hombre recorre con dedicación las zonas erógenas, se detiene el mismo tiempo en cada pezón, vuelve su atención al clítoris (por lo general de manera demasiado directa), pasa por las fases de estimulación digital y lingual, y luego se abre paso educadamente en la vagina, aguardando quizá hasta que la retracción del clítoris le diga que es bienvenido, resulta laborioso y deshumanizadamente calculado. Cuánto tiempo vivirá, a qué distancia viajará, de qué manera acabará al final, viene todo determinado, en gran medida, por las condiciones que ha encontrado al avanzar por el rostro del mar. La idea de que hay un polvo estadísticamente ideal que siempre termina en satisfacción si se siguen los procedimientos adecuados es deprimente y engañosa. Pues la única cualidad esencial de la ola es que se mueve; todo cuanto retrase o detenga su movimiento la condena a la disolución o la muerte. No hay sustituto para la excitación; ni todo el masaje del mundo asegurará la satisfacción, ya que, al final, es un asunto de descarga psicosexual.

No hay paralelismo posible entre una isla y los grupos de mujeres jóvenes. De pie junto a la base del precipicio, reducida casi siempre a su entorno escolar, y consciente de “ese poderoso desgaste marino” cuya acción carcome sus costas, la adolescente solo tras repetidos ensayos tendrá confianza para seguir investigando. Dudando más de una vez de la protección que le da nuestro escudo rocoso sus fuertes deseos se disipan en fantasías pasivas. En este periodo crítico, en esa parte de la mina donde solamente nueve pies de roca se interponen entre nosotras y el océano, el pesado rodar de las grandes rocas, la incesante trituración de los guijarros y el fiero tronar de las olas, con su crujido y ebullición cuando rebotan, es cuando se espera que una chica comience a relacionarse con hombres.

Escribe uno de los actuales ingenieros que cuando una chica no logra controlar su situación sexual ha de adoptar la adecuada pasividad femenina y proseguir ella misma con su propia represión. En estos días gloriosos de la sociedad permisiva las circunstancias han puesto ante mí la tempestad más espantosa de un modo demasiado vívido como para que pueda olvidarla algún día. Aun así, debemos algunos de los escenarios costeros más hermosos al fenómeno de unas chicas que aceptan estimular a los chicos hasta el orgasmo. Cualquier tarde de sábado, en un pueblo inglés de provincias, uno puede ver el efecto escultural del agua en movimiento. Se excavan cuevas de manera casi literal en el objeto sexual. Irónicamente, es la amenazadora retirada del mar desde su nivel normal lo que condiciona la intensa y polimorfa actividad genital propia de la pubertad masculina. En un determinado momento en el techo de la cueva se abre un agujero.

Ha sido divertido de verdad. Una de esas noches en las que me parece que estamos haciéndolo todo bien. Que tomamos las elecciones adecuadas. Que no somos solo escapistas. Que la libertad no es por completo una ilusión. Que hay esperanza.

Tú siempre crees que hay esperanza.

Sí, pero no siempre la disfruto tanto como la he disfrutado esta noche. No siempre puedo compartirla. Me han gustado todos los que estaban ahí. Me ha gustado cómo hemos pasado volando por encima y por debajo de todo tipo de temas. Me ha gustado de qué manera todos sabían más que yo pero yo también sabía algunas cosas. Ha sido como recostarse en el césped y dejar que el sol penetre tu piel.

Todos borrachos, así ha sido.

No, no ha sido así. Cuando salimos siempre bebemos y no siempre es divertido. Admítelo, también te lo has pasado bien. La comida estaba genial y tú has sido el alma de la fiesta.

Solo cuando he hablado de la muerte. Ahí es cuando me he vuelto el alma de la fiesta.

Mmm... Es cierto que abrió un gran espacio, y, por una vez, nos hemos metido todos juntos ahí.

Me gusta tu lirismo.

Pétalos a la deriva. Un riachuelo lento, con ráfagas de viento festoneando la superficie. En los marcos de las ventanas hay hollín que se cuela en la habitación. Allí y aquí. Aquí y allí. El césped siempre es más verde del otro lado de Central Park. Ten cuidado. Defensa. Solo arrestaron a tres. Dándose las manos. Los otros flotaron. Rosa, violeta, un amarillo muy pálido. Ropa de verano y con gravedad. Dedos entrelazados. Noches en el tejado, las estrellas fundiéndose con las luces de la ciudad. Toda esa gente ahí fuera amándose y matándose los unos a los otros. Sueños que ascienden en espiral y escapan. Arropando a aquellos que velan, como pétalos a la deriva.

¿Quién era?

Uno al que conocí la semana pasada.

¿Dónde?

En el bar.

Menudo peñazo ha sido.

¿El qué?

Esta noche, la cena. Hasta los filetes estaban malísimos. A nadie le importaba una mierda lo que decían los demás.

Nadie tenía nada que decir, y tú la que menos. Ese pez gordo se ha estado riendo de ti toda la noche.

¿Que él se ha estado riendo de mí?

Odiar a los ricos está anticuado, Ariel, cariño. Úsalos. El amiguito de E lo sabe perfectamente.

¿Ese crío?

Ese crío es probablemente cinco años mayor que tú, y siente pánico de que se note.

Imagino que te las habrás apañado para que se note en tus fotos.

Ya sabes que no me gustan esas mierdas psicológicas. Yves. Vaya un nombre para ir por la vida. Su madre debe haber querido que sea gay desde la cuna.

Es un nombre francés de hombre perfectamente válido. Si nos ponemos así, también hay chicas que se llaman Danielle. A mí me ha caído bien.

Tú es que eres leal a E.

Pues tú también deberías serlo. A lo mejor es que estás celoso.

Voy a dejar pasar eso por esta noche. Aquí estamos. ¿Estás segura de querer jugar con esos trepas?

Quizá debería emborracharme con seres humanos. Y tú puedes dedicarte a documentarlo todo en una película, para que no tengas que estar presente.

Hace meses que ese sitio ha perdido puntos en mi lista. Muchos puntos. Los bares de artistas me deprimen.

Y no vamos a entrar en los motivos exactos.

Lo llevas claro con que no. Estás de un humor de perros. Si vas allí te vas a meter en problemas. Vámonos a algún sitio los dos solos. Vamos a ver una peli. Podemos ir hasta la calle 42 si eres capaz de deshacerte de las ganas de que te pellizquen el culo y quedarte boquiabierta en ese antro de...

Vale, una peli me parece buena idea, estoy cansada. Pagando él deberíamos haber ido a un restaurante más pijo.

Iba de barriobajero. Y anda que no hubiera sido un desastre si de repente decide no pagar la cuenta.

B lo habría solucionado. Se están viendo mucho últimamente.

Yo hubiera preferido que respaldase el libro a que nos cebara a foie-gras.

¿Que apoyara el libro? ¿Era eso lo que querías? Y yo que pensaba que estabas siendo excepcionalmente cortés...

Pues claro que era eso, cría inocente.

No quiero que nuestro libro se haga con esa clase de dinero.

Todo el dinero es igual. Es solo cuestión de grados, de dónde trazas la línea. Nunca lo terminaremos sin alguien que nos respalde. Tú no estás trabajando en el texto. Siempre lo dejas para ganar de comer. Estoy harto de esperarte. Y el tema no es precisamente atemporal. El material está ahí. Necesitamos unos meses para montarlo. Porque aún quieres hacerlo, ¿no?

Joder, ya sabes que sí. Pero siempre está todo lo demás.

A eso me refiero.

Pero ese hombre... ese dinero. Sabe Dios de dónde viene. No quiero que el libro nazca condicionado antes incluso de poder respirar.

Por eso lo llaman el vil metal. El dinero limpio no existe. Las flores crecen de la mierda, cariño mío. De eso depende el arte en este país. De la fotosíntesis que produce el verde.

No puedo hacerle ascos y besarlo al mismo tiempo.

¿Y por qué no? Todo el mundo lo hace. De todos modos aún no nos lo ha ofrecido. Si lo hace, lo aceptaremos. No te diré de dónde ha venido y así tu puedes mantener tu bonita y delicada conciencia tan virgen como al principio.

Oye, ¿y esto a qué viene?

Eres tan agonías... Solo ha sido un besito para quitarte de la boca el desagradable sabor del capitalismo y pasármelo a la mía. Mira, podemos ver El valle de las muñecas. Garantizado que hará tu vida más virtuosa que la de otros.

Incluso años después de estar viviendo en la gran ciudad, el sujeto Aries oirá la llamada de lo salvaje, sentirá cómo se le despierta el anhelo innato por el aire libre y los espacios amplios y abiertos, por la “sensación” de naturaleza. Atributos emocionales: ardiente, entusiasta, ágil, con propensión a las historias de amor rápidas y volcánicas. Le gusta: la gente enérgica, activa, extrovertida y segura de sí misma. Admira el coraje y la independencia. No soporta a los pusilánimes, los misteriosos y los serviles. El matrimonio ocupa casi siempre un segundo lugar respecto a la carrera. A Aries le gusta viajar por el mundo sin importarle las inconveniencias domésticas; es leal, pero no siempre muy afable con una pareja más sensible. Cuando la vida se vuelve plácida y aburrida, tiende a provocar jaleo y peleas, solo porque sí.

Copia en color, horizontal.

Vista desde arriba del cuerpo de una mujer desnuda totalmente estirada bajo el agua verde de una bañera ovalada, en cuyo extremo enlaza los pies bajo unos grifos anticuados con forma de cabezas que escupen. Sus brazos flotan sueltos a sus costados, y las tetas, con los pezones de punta emergiendo en la superficie, son de un tono rosa diferente encima y debajo de la línea del agua. Una pieza de jabón ámbar rectangular flota cerca de su rodilla. Debajo, un parche negro de vello púbico se alza hacia la superficie; el agua en movimiento le distorsiona el abdomen convirtiéndolo en un óvalo de contornos huidizos.

Me crié como hija única, pues mi hermana pequeña es quince años menor que yo y antes de que ella supiera hablar yo ya estaba fuera de casa, en la universidad. Mi padre es profesor de química de instituto y se estuvo trasladando por toda Nueva Inglaterra, cambiando de trabajo, hasta que nació mi hermana. Mi madre empezó siendo ilustradora, fue a la escuela de diseño Parsons pero no trabajó hasta después de nacer yo, salvo por algunos encargos esporádicos. Dice que nunca aspiró a una carrera, pero por el modo en el que puso todas sus energías en el voluntariado político, las juntas de biblioteca, el acondicionamiento de chabolas y la costura, no la creo. Creció en Colorado y conoció a mi padre cuando él trabajaba un verano en un puesto de guarda en Pike’s Peak. Ella dejó los estudios ese otoño y le siguió a la Universidad de Chicago, donde él estudiaba un máster. Sus padres se vieron por primera y última vez el día de su boda. El padre de mi madre era un cura presbiteriano y el de mi padre un inmigrante obrero de fábrica, que llegó a los Estados Unidos como mozo de camarote desde los muelles de Londres y nunca perdió su acento cockney. La madre de mi padre era una abuelita de cuento: vestidos de flores, pelo blanco y fino, frente suave, jardín de flores y tarros de galletas. No hablaba mucho. La madre de mi madre fue importante para mí. Solía ir a verla en verano, cuando comenzó mi pasión por los caballos. Adoraba a todo el mundo, pese a tener una horrible fijación con las genealogías, y todo el mundo la adoraba. Imagino que debió haber sido agresiva para sus tiempos: sufragista activa, buena pero agobiante esposa del cura, aparentemente mejor abuela que madre. Incluso a los ochenta años le interesaba todo lo que pasaba en el mundo, y contaba historias maravillosas sobre su primera infancia en el Territorio Dakota. Le encantaban los pájaros y las plantas y los pedigrís y los oprimidos y tener un público. Sus historias románticas y probablemente exageradas tuvieron mucho impacto en mí.

A mi padre le gusta su trabajo. Le gustan los niños y él les gusta a ellos, pero en casa siempre ha sido una figura distante, un tanto melancólico, con la nariz metida siempre en un libro, aunque mi madre dice que antes de pasar tres años en el frente europeo de la Segunda Guerra Mundial era mucho más ocurrente y sociable. En algún sitio a mitad de camino agotó sus ambiciones. No es un fracasado, pero tampoco podrías decir que tuvo éxito. La vida que llevan les funciona, pero yo no podría soportar el aislamiento. Lo saben y les duele. Mi modo de vida les parece caótico, pero al menos parecen haber dejado de soñar con que me case con un profesor de universidad. Quizá mi hermana les haga más felices. Ella es mucho más tranquila y lista que yo. Tiene una beca completa para Radcliffe. No la vemos mucho. Ella y D no se llevan muy bien y a menudo tengo la sensación de que me tiene celos, aunque no sé por qué.

El apartamento de Waverly Place. Quinto piso, pequeño y mono con una cocinita escondida entre puertas de lamas, bañera rosa y azulejos verdes, una ventana grande en el único dormitorio. Yo dormía en el sofá de la otra habitación porque una vez, sonámbula, casi me caigo por la ventana de la alcoba. Lo compartía con otras dos chicas. Era demasiado parecido a la universidad, o a casa. A ellas no les gustaban mis amigos, que eran unos zánganos aunque cultos. Yo no era tan limpia como ellas y me fui pronto. (Si quiero a D tanto como creo, ¿por qué arriesgo tanto acostándome con Oliver? No hay necesidad sexual alguna de hacerlo.)

La casa de la calle Siete. Dieciocho dólares al mes. Baño en el pasillo compartido con un marinero portorriqueño que se pasaba casi todo el tiempo borracho, cuya mujer se estaba volviendo loca y no le dejaba entrar en el piso de día. Él leía el periódico y bebía cerveza y fumaba en el baño. La vez que tuve diarrea crónica tenía que dar puñetazos en la puerta y suplicarle que me dejara pasar. Compartía el teléfono con el tío de arriba, que tenía cocina y yo no. No necesitábamos privacidad. Los pasillos olían a desagüe y a mis padres no les gustaba venir de visita. (Es casi como que necesito reafirmarme, convencerme de que era o de que soy independiente, relativamente libre como para elegir por mí misma. La primera vez que le vi necesitarme más que yo a él me sentí atrapada.)

Cuatro pequeñas habitaciones en la calle Trece. Un poco mejor. Nos sentábamos en el fregadero y nos duchábamos con una manguera de goma. Cuando me fui a vivir con él, el armario bajo el lavabo rebosaba con cientos de calcetines guarros. Una vez alguien entró a robar y solo se llevó una radio, una lata de cerveza y un par de gafas de sol. (Había apreciado y admirado a Oliver durante un año, pero no había atracción física en particular. Cuando me di cuenta de que íbamos a tener una aventura, sin embargo, me poseían olas de deseo abrumador en los momentos más raros, como al estar sentada a su lado en un taxi después de una buena comida o al encontrármelo por la calle. Eran más fuertes que cualquier otra cosa que sintiese nunca en la cama con él.)

Avenida C. Siempre me ha gustado fardar de lo bien que puedo arreglar estos cuchitriles solo con una capa de pintura y sin gastar dinero, usando muebles de la calle. Los yonkis entraban al menos una vez a la semana, pero no teníamos nada que mereciera la pena llevarse. Yo escondía la máquina de escribir en la pila de la cocina, bajo un montón de platos sucios. Tiraron mis perlas de plástico por toda la casa en un ataque de rabia. Una amiga poeta se tiró por la ventana del apartamento que le habíamos encontrado en el piso de arriba. Yo la vi caer. (La peculiar sabiduría de Oliver resulta especialmente sugestiva en alguien que claramente no sabe usarla en provecho propio. Responde a todo eso que hay en mí que D rechaza o desaprueba. Oliver me da pena por sus debilidades, pero admiro el modo en el que las asume. Requiere cierto tipo de coraje. Es el único hombre negro con el que me he acostado.)

Calle 25 Oeste. Una estancia corta. El Hotel Excelsior, “Se aceptan huéspedes de paso”. Cocina grasienta y neverita. Ventana a un patio de luces. D se dejó mi máquina de escribir en el taxi. La ducha estaba en el quinto pino, al final de un pasillo verde pálido, flanqueado por habitaciones de comerciales y manchas extrañas. (D tiene miedo de parecer tonto. Es triste cómo Oliver se desprecia a sí mismo, pero impresiona su firme dignidad natural porque le hace sobrellevar las situaciones más ridículas.)

Yo veo / Tú significas

Подняться наверх