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El primer hombre viene de la tierra y es terrenal,el segundo hombre viene del cielo y es espiritual

Teniendo el símbolo el tránsito es fácil

ERA EL INVIERNO DE COMIENZOS DE 1944. El doctor Carl Gustave Jung tenía sesenta y ocho años y seis meses. Ese día, como de costumbre, salió de paseo por los alrededores de su refugio de Böllingen, situado a la orilla del lago de Zúrich.

Había caminado unos cientos de metros cuando resbaló en la nieve y sufrió una doble fractura, tibia y peroné.

Fue atendido en la clínica Hirsladen. Allí, mientras se recuperaba de la fractura, sufrió una embolia cardíaca y, al parecer, otras dos pulmonares. Razón por la cual estuvo al borde de la muerte.

Según la costumbre médica de la época, fue tratado con oxígeno y alcanfor.

Quince años después, durante la preparación de su libro de memorias, al que dio el título de Erinnerungen Träume Gedanken (traducido al español como Recuerdos, sueños, pensamientos), contó que durante ese estado de tránsito entre la vida y la muerte había tenido una serie de visiones que él mismo nunca pudo precisar si se trataba de sueños o de viajes por las regiones del más allá, cuya vivencia le permitió cambiar su actitud ante la existencia y ante el conocimiento, de tal modo que, a su regreso a la vida, pudo componer sus obras más importantes y, así, alcanzar la realización de su destino. Encarnó el matrimonio místico de Malkut, el mundo, y Tiferet, la belleza; fue, él mismo, la celebración de la Pascua, vivificación de las bodas alquímicas del cielo y de la tierra, y restitución del sentido primigenio de los mitos, lo cual podría significar el retorno de nuestra cultura occidental al sendero, al sentido.

Las muertes de Jung

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