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Crónicas de los reinos vivientes II: la guerra de los taxónomos


Los imperios de las células

Con el descubrimiento de la estructura helicoidal del ADN a mediados del siglo pasado y el consecuente inicio de la revolución de las biotecnologías, una cohorte de científicos de diferentes disciplinas comenzó a propugnar por un cambio en el sistema de clasificación de los seres vivientes en el que las semejanzas morfológicas tuvieran cada vez un menor peso en comparación con las relaciones existentes entre especies que eran observables al estudiar el genoma de cada una de ellas.

A medida que se profundizaba en el estudio de la célula, fue haciéndose cada vez más evidente que el abismo que separaba a las bacterias —carentes de núcleo— de las células eucariotas que constituían al resto de los seres vivientes era, en palabras de Nick Lane —autor del libro más detallado y comprensible sobre el origen de las mitocondrias (las “centrales” de la energía celular) para el público no especialista— “más profundo que cualquier otro de los presentes en biología”.

En consecuencia, en 1962 Roger Stanier y Cornelis van Niel, retomando la separación de los organismos en procariotas y eucariotas que más de dos décadas atrás había hecho Edouard Chatton (en 1925 y, nuevamente, en un artículo suyo publicado en 1938), sugirieron la creación de los súper reinos o imperios Prokaryota —en el que se halla el reino Monera— y Eukaryota —en el que están los cuatro reinos restantes de Whittaker.

En los dominios de las arquea

El más fuerte ataque frontal a los dos imperios de Stanier y Van Niel se lo debemos a Carl Woese y George Fox, de la Universidad de Illinois, quienes en 1977 descubrieron —o, mejor dicho, reclasificaron— a los microorganismos conocidos como arquea (del griego arkhaios, ‘antiguo’), muchos de cuyos miembros ya se conocían desde hacía varios años.

Aunque antes de Woese y Fox las arquea eran consideradas como bacterias, los estudios genéticos de estos investigadores mostraron que alrededor de un 30% de sus genes (de las arquea, no de Woese y Fox, por supuesto) estaban presentes únicamente en este grupo: estos genes son responsables de vías metabólicas —procesos que usan para obtener la energía que requieren para vivir, como la generación de metano a partir de hidrógeno en las metanógenas, las cuales están presentes en nuestro intestino—que no se hallan en ninguna bacteria y estructuras celulares —como una membrana que las aísla del medio constituida por cadenas de isopreno (un compuesto de carbono e hidrógeno) y que le da una rigidez mucho mayor que la de las membranas de ácidos grasos de las bacterias.

Así, con Woese y Fox los seres vivientes quedaron divididos en tres dominios: Archea, Bacteria y Eukarya —todos los organismos constituidos por células eucariotas— y seis reinos —al añadir el reino Archea a los cinco de Whittaker.

Un nuevo y coloreado reino para el siglo XXI

En 1998 el canadiense Thomas Cavalier-Smith, uno de los mayores expertos —si no es que el más grande de ellos— en evolución celular propuso una nueva clasificación —¡otra más! — que ponía el énfasis en el origen y evolución de las especies —específicamente, en la monofilia: es decir, en agrupar a los organismos en grupos que tuvieran un ancestro común a todos los integrantes de cada grupo.

La versión detallada del sistema de Cavalier-Smith, publicada en 2004, conservaba los imperios Prokaryota y Eukaryota, pero Arquea quedaba como un subreino del reino Bacteria, se reintroducía el reino Protozoa y hacía su aparición el reino Chromista —propuesto por Cavalier-Smith en 1981; a pesar de su nombre (‘coloreado’, del griego chroma, ‘color’), incluye organismos sin color alguno, si bien todos tienen clorofila C y otros pigmentos que no se hallan en las plantas—. Total: seis reinos.

El futuro: ¿fragmentación o minimalismo rusos?

A pesar de la gran influencia que Cavalier-Smith han tenido en biología celular, su sistema de clasificación no ha sido aceptado por todos —ni siquiera en su propia área— y ha sido fuertemente criticado por varios pesos pesados de la biología.

En años recientes, dos científicos rusos, especialistas ambos en biología marina, son los responsables de las propuestas más extremas: por un lado, Anatoliy Leonidovich Drozdov, quien de plano asegura que los cinco reinos de Whittaker son inaceptables a la luz del actual conocimiento sobre los seres vivientes. Con base en un complejo análisis que considera características de los seres vivientes en tres niveles —molecular, celular y morfológico—, Drozdov condena a los estudiantes de biología del año 1 D. G. (después de Gordillo, longeva lideresa magisterial) a aprenderse 26 reinos para poder aprobar la materia.

En las antípodas del sistema de Drozdov se halla su colega Alexey Shipunov, quien apenas en el año 2009 lanzó su clasificación minimalista —aunque no tanto, ya que está llena de dominios, infra-reinos, superfilos y subfilos— de cuatro reinos: Monera —con los subreinos o dominios Bacteria y Archea—, Protista, Vegetabilia y Animalia.

En las fronteras de todas y cada una de las clasificaciones taxonómicas tenemos incómodos “habitantes” cuya inclusión como “seres vivientes” es todavía polémica, como los virus — que no son organismos celulares y por ello no forman parte de ninguno de los sistemas aquí explicados— y las nanobacterias —descubiertas en 1998 por el finlandés Olavi Kajander y el turco Neva Ciftcioglu—, de un tamaño mucho menor a los 200 nanómetros que miden las bacterias más pequeñas. Así, todo parece indicar que La guerra de los taxónomos continuará, dado que los límites de los imperios, dominios y reinos de la Tierra viviente están muy lejos de haberse establecido de manera definitiva. Y es que, ¿acaso podría ser de otra forma, dado que tratamos con la riqueza de la vida misma?

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