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Prólogo

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Quienes conocemos a Luis Cazorla y disfrutamos de su amistad, este ensayo que hoy publicamos no constituye sorpresa alguna. Sabíamos que Luis Cazorla iba a estar presente en el cuarto centenario de Cervantes y los sabíamos porque en el autor de este texto, al igual que ocurrió con Cervantes, derecho y literatura cabalgan juntos. Iba a estar presente, y lo está, con la precisión de la palabra, con el rigor de su esfuerzo investigador y con la originalidad de hacerlo desde una perspectiva personal que me atrevo a resumir en una pregunta: ¿Por qué tanto derecho en Cervantes?

Es cierto que desde otras disciplinas también Cervantes ha merecido atención, pero el peso de lo jurídico, la alianza de Cervantes con el derecho y su permanente apelación a la justicia es tan evidente que, incluso, se ha llegado a especular con su condición de jurista.

Son numerosos los trabajos de juristas, escritores o cervantólogos que confirman esa alianza (véase nota 92) y así lo asume el autor de esta obra cuando dice:

«La trayectoria vital de Cervantes, que se refleja fructíficamente en el Quijote entra en estrecho contacto con el mundo jurídico entendido ampliamente» y añade «dos son los cauces por los que el derecho penetra con fuerza en su vida. El primero el de unas circunstancias personales y familiares trufadas en vicisitudes que le arrastran a relacionarse con aquel. El segundo el que le proporciona algunos de los muchos oficios a los que el aludido tuvo que dedicarse en su azacaneada vida».

Siendo esto así, también parece evidente que la presencia del derecho en la obra cervantina no implica especial aprecio por lo jurídico. Existe cierta prevención a lo jurídico en las páginas del Quijote, como resalta Cazorla, quizá la razón última de cierto desdén pueda encontrarse «en el peso amargo que le dejo el contacto con los juristas en muchos momentos de su vida» y recuerda a Cervantes, cuando por boca de Don Quijote dice: «quítense los que dijeren que las letras hacen ventaja a las armas, que les diré, y sean quienes fueren, que no saben lo que dicen».

Pero, estimado o no el «oficio de las letras», su presencia en la obra de Cervantes, su cercanía –nos dice el autor de este libro– «es cierta y viene de cuna, primero, y de las numerosas vicisitudes que vivió en su convulsa vida». El autor que se confiesa lector reiterado del Quijote «que me ha ocupado muchas horas en los últimos cinco años», dedica el título III de su trabajo a relatar algunos de los muchos episodios de la azarosa vida de Cervantes, que confirman ese permanente conflicto que vivió el genio literario con lo jurídico, y que llega hasta el punto de que en algunos pasajes de su obra, maneje con precisión términos y expresiones jurídicas, más propias de un profesional de entonces, que de quien conoce las leyes por haberlas sufrido en su trayectoria vital.

Nos dice el autor que el hostigamiento y la cercanía del Derecho en Cervantes, empieza en la cuna. Su abuelo Juan de Cervantes desempeñó diversos cargos públicos, fue acusado de distintos delitos, abandono a la familia poniendo rumbo a Córdoba acompañado por su criada con la que se había amancebado. Su padre Rodrigo de Cervantes –sigue el relato del autor– «tampoco quedo ajeno al tufillo de los juzgados». Dejó de pagar los alquileres de la vivienda, acudió a préstamos, sufrió embargos. Siempre acuciado por deudas y acreedores cambio de domicilio y pleiteo en muchas ocasiones. Sin duda demasiados leguleyos en los primeros años de Cervantes.

Ya en Madrid, cuando Miguel de Cervantes empieza a volar decididamente por su cuenta –sigue el relato del autor– e intenta encontrar acomodo entre las muchas oportunidades que ofrece la Corte, todo se rompe con el malhadado episodio de la riña callejera con Antonio de Sigura, que le llevo a trasladarse a Italia para eludir el rigor de la justicia. En Italia a más de participar en distintos episodios bélicos, mantuvo contacto «con los del oficio de las letras, ahora en su exclusiva vertiente militar».

Y luego Argel. Su apresamiento. Sus reiteradas tentativas de fuga. Su rescate con los padecimientos de la familia para obtener el dinero exigido, y la frustración cuando al volver a España tiene noticias de la poca acogida que tuvieron los esfuerzos de su familia para el logro de su libertad.

Cervantes inicia entonces una frenética actividad en busca de oportunidades que den estabilidad a su vida. Resulta un autentico deleite dar lectura a las páginas que Cazorla dedica a contar los muchos oficios que tuvo o pretendió, las ocasiones perdidas, los trabajos frustrados, las deslealtades e incomprensiones, los constantes problemas económicos. Intentó un acercamiento a la Corte. Fue comisario de Abastos para la Armada y cesado. Solicitó «oficio de las Indias» y fue rechazado. Recaudador de alcabalas y tercios, también con fracaso final y cárcel. Siempre entre burocracia y leguleyos, próximo al «oficio de las letras» pero sin abandonar nunca su auténtica vocación: ser hombre de la literatura.

Quizá, como indica Cazorla «tuvieron suerte las letras entendidas literariamente como el posible e hipotético sueño cervantino de incorporarse a los oficiantes de las letras en el sentido empleado en el Quijote» y añade «no es descartable que de haber seguido con éxito el camino triunfador ... el genio cervantino podría no haber llegado a ser literariamente tan jugoso y fructífero, y, si no agostado, habría corrido el riesgo de encanijecerse carente del vivificante alimento de la riquísima experiencia vital de Cervantes».

Una vida tan azarosa y tantos conflictos jurídicos, sin duda, afectaron a la personalidad del genio alcalaino. La justicia aparece en su obra como un ideal difícilmente alcanzable y así lo expresan sus personajes a la hora de dar o quitar la razón en los pleitos que les atañen. La duda, por lo general se plantea, muchas veces en clave de humor y pocas veces se resuelve: queda abierta. La duda y la incertidumbre en su vida personal, necesariamente, algo o más bien mucho, quedo reflejada en su trabajo.

Es Cervantes quien habla por boca de D. Quijote y de Sancho. El autor de este ensayo lo entiende así cuando en una referencia al perspectivismo orteguiano aplicado al Quijote, recoge las palabras que Don José Ortega y Gasset escribe en el prologo de sus Meditaciones del Quijote: «Haciendo un esfuerzo, distraigamos la vista en Don Quijote, y vertiéndola sobre el resto de su obra, ganamos en su verde superficie una noción más amplia y clara del estilo cervantino, de quien es el hidalgo manchego solo una condensación particular. Este es para mí el verdadero quijotismo: el de Cervantes, no el de Don Quijote».

Es cierto que la apelación a la justicia, a los conflictos con el derecho, también están presente e impregnan mucho de otros trabajos de Cervantes y que constituyen argumento principal en algunas de las llamadas novelas ejemplares, y resulta, igualmente cierto, que la obra cumbre del autor, fuera escrita a edad madura, cuando ya había gastado mucha vida y sufrido injusticias y conflictos múltiples con la Ley. El derecho se cruza con Cervantes con el rigor especial que le acompaña en situaciones de desventura. Quizá, y respondiendo a la pregunta que arriba nos hicimos – quizá esa sea la razón de tanto derecho en la obra de Cervantes, y de tanta duda sobre la justicia.

Cervantes y el trasfondo jurídico del Quijote

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