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ОглавлениеInfluencia de los microorganismos en la conducta violenta
Claudia Lisette Charles Niño
Fernando Antonio Velarde Rivera
Iván isidro Hernández Cañaveral
La conducta violenta puede ser un síntoma de un problema más grave en el individuo, como ocurre en la esquizofrenia, desórdenes bipolares, psicosis, trastornos de la personalidad, entre otros. Dado que es muy congruente la etiológica biológica además de la psicosocial, se hace indispensable conocer qué factores pueden jugar un papel importante para aportar una solución multidisciplinar al problema. La evidencia más abundante yace en la participación de factores genéticos asociados a patologías que cursan con sintomatología que desencadena una conducta violenta. Sin embargo, es posible que otros factores recientemente descritos puedan explicar patologías o conductas violentas temporales como consecuencia de un mal manejo de la ansiedad y el estrés. Además, una sociedad cada vez más afectada por el estrés exige a la naturaleza humana un manejo adecuado de este mal, que puede no ser completamente racionalizado y controlado. En este capítulo se abordará la participación de la otra carga génica con la que el individuo cuenta sin ser plenamente consciente de ello: nuestro otro genoma, término recientemente acuñado por la descripción de los trillones de microorganismos y sus genes involucrados directamente en el ser humano. Por otro lado, la respuesta inmunológica exacerbada frente a algunos microorganismos patógenos puede desencadenar también desórdenes neurológicos con conductas violentas.
Nuestro otro genoma
La relación entre los microorganismos y el ser humano ha sido poco valorada por muchos años. La importancia inherente a elucidar la relación hospedero-parásito en aquellos microorganismos patógenos generó desatención en aquellos microorganismos colonizantes no patógenos. El descubrimiento de antimicrobianos, su evolución y, finalmente, el uso indiscriminado de ellos evidenció la importancia de los microorganismos considerados comensales y poco estudiados. Incluso, se comprobó que muchos microorganismos considerados comensales, sobre todo los que residen en el intestino y comúnmente llamados en conjunto microbiota intestinal, tienen una participación crucial en algunos procesos fisiológicos en el ser humano. Este hallazgo elevó su categoría a microbiota simbionte. Se ha documentado mediante análisis filogenéticos que la microbiota intestinal desarrolla funciones metabólicas en la mayoría de los mamíferos desde hace al menos 500 millones de años y que la coadaptación fue crucial para el establecimiento de la microbiota específica de cada una de las especies que participan como hospederas de estos microorganismos (Cho y Blaser, 2012).
La composición de la microbiota humana es compleja y diversa. El proyecto del Microbioma Humano (HMP por sus siglas en inglés), llevado a cabo por los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos (NIH por sus siglas en inglés) y cuya primera fase concluyó en 2012, estimó que existen alrededor de 104 células bacterianas que conforman el microbiota humano (sin incluir otros microorganismos como protozoarios, virus, etcétera) así como un estimado de hasta 100 veces más genes que el genoma propio (Lloyd-Price et al., 2016). Además, generó información valiosa respecto a los géneros y especies predominantes de la microbiota bacteriana según el sitio anatómico. Existe una variación intraindividuo según el sitio anatómico y además existe una variación interindividuo para un mismo sitio anatómico (figura 1). Los filos más predominantes en el microbioma humano son Actinobacteria (incluye Bifidobacterium), Bacteroidetes, Firmicutes (incluye Lactobacillus spp), Protebacteria, Cyanobacteria y Fusobacteria (Cho y Blaser, 2012 y Lloyd-Price et al., 2016).
Figura 1. Microbiota bacteriana. En la figura se muestra representativamente la adquisición de diversidad bacteriana a lo largo de la vida y la influencia de ciertos factores en el establecimiento y modificación de la misma. Se muestra en círculos las familias bacterianas que inician la colonización desde la etapa embrionaria hasta los tres años de vida, donde se cree que se establece la diversidad microbiana que acompañará al ser humano en su vida adulta. La microbiota en la etapa adulta consta de una gran cantidad de familias bacterianas agrupadas y representadas por los phyla (cuadros) característicos de cada zona del cuerpo. Además se muestran los factores intervinientes en la adquisición y establecimiento de la diversidad microbiana.
*Teoría de la higiene: establecida por David Strachan en 1989, la cual sostiene que la falta de un contacto temprano con microorganismos conlleva una desarrollo deficiente del sistema inmunológico, aumentando la susceptibilidad a enfermedades autoinmunes.
La manera en que esta microbiota adquiere su diversidad y complejidad ha sido un tema importante. Existe la hipótesis de que todos aquellos microorganismos con los que el individuo esté en contacto desde el nacimiento hasta los tres años son cruciales para el establecimiento de la diversidad predominante en el microbioma que le acompañará a lo largo de su vida (Lim et al., 2015). Hasta hace algunos años se pensaba que el primer contacto con microorganismos se daba en el momento del nacimiento considerando un ambiente intrauterino estéril. Sin embargo, se descubrió que existe un nicho microbiológico en placenta al realizar un estudio extenso de análisis de estas obtenidas en condiciones estériles. Este nicho microbiológico está compuesto de filos de bacterias comensales como Firmicutes, Tenericutes, Proteobacteria, Bacteroidetes y Fusobacteria (Aagaard et al., 2014). Estos hallazgos surgen poco después de que un grupo de investigadores del Instituto Pasteur reportaran el aislamiento de bacterias en el cordón umbilical y posteriormente la identificación de géneros como Enterococcus y Staphylococcus en meconio de recién nacidos en condiciones estériles (Jiménez et al., 2008). Algunos estudios han demostrado que la inoculación oral con bacterias marcadas en ratas gestantes puede ser detectada en el meconio de los animales recién nacidos (Leclercq et al., 2016). Por lo tanto, estos resultados sugieren que la colonización bacteriana puede empezar mucho antes del nacimiento.
Aun con estos nuevos descubrimientos el nacimiento sigue siendo un evento crucial para el establecimiento de la microbiota residente de un individuo. Existen diferencias sustanciales en la población microbiológica encontrada en individuos nacidos por parto natural en comparación con aquellos que nacieron por cirugía. Incluso la colonización por filios predominantes en el intestino puede demorar hasta una semana más en aquellos nacidos por cirugía (Grönlund et al., 1999). Evidentemente el paso por el tracto vaginal materno expone al recién nacido a especies predominantemente del género Lactobacillus (L. gasseri, L. jensenii, L. crispatus, L. iners, etcétera), a diferencia de uno nacido por cirugía, expuesto quizá predominantemente por Staphylococcus epidermidis o Propionibacterium acnes que se encuentran en piel y mucosas (Lloyd-Price et al., 2016).
Otros eventos como la dentición, la adquisición de hábitos alimenticios y la edad han sido ampliamente documentados como factores intervinientes en la composición de la microbiota de un individuo (Rogers et al., 2016). Los hábitos alimenticios son sumamente importantes porque los cambios en ellos pueden incluso modificar la composición de la microbiota intestinal de un individuo adulto y esto puede traer consecuencias de salud.
La exposición a antibióticos a temprana edad ocasiona graves consecuencias en el establecimiento de la microbiota y, evidentemente, su uso en edad adulta ocasiona cambios en la ya residente. Por mucho tiempo se ha pensado que la microbiota es capaz de regenerarse ante agresiones causadas por antimicrobianos, capacidad conocida como resiliencia, sin embargo, cada vez es más claro que la microbiota tiene una resiliencia limitada y algunas especies, incluso géneros completos de bacterias, pueden ser erradicadas del microambiente intestinal posterior a una terapia farmacológica (Cho y Blaser, 2012). Este evento tiene consecuencias más severas cuando ocurre a edades tempranas, aunque el uso de antibióticos de amplio espectro ha evidenciado la erradicación en todas las etapas de la vida.
Muchos estudios manifiestan otros factores que intervienen en el proceso del establecimiento de la microbiota de un individuo. El conocimiento de cuáles microorganismos o en qué condiciones se dé ese primer encuentro tiene gran relevancia en la salud. Como se comentaba al principio, muchas de las bacterias residentes son consideradas simbiontes, no simplemente comensales. La microbiota intestinal participa activamente en procesos como la digestión, la calidad de la respuesta antimicrobiana, la vigilancia hacia procesos oncogénicos, la regulación inmunológica y la inflamación, entre otros (Grönlund et al., 1999). Por lo cual, el establecimiento, la pérdida o el desbalance entre géneros/especies de microorganismos en la microbiota residente en un individuo (disbiosis) puede impactar seriamente la salud.
Se ha tratado de conocer la microbiota específica benéfica para el ser humano para que pueda ser trasplantada o implantada como una herramienta terapéutica, sin embargo hay diferencias sustanciales en la diversidad microbiológica en individuos sanos (Mu et al., 2016). El proceso adaptativo de los microorganismos con un hospedero en particular es una situación que no puede ser controlada. Sin embargo, géneros o especies particularmente dominantes se empiezan a utilizar con resultados favorables.
La microbiota del intestino es más diversa comparada con otras partes del cuerpo: participa en el metabolismo, en la regulación del sistema inmunológico y el sistema nervioso central, y es fácilmente alterada a lo largo de la vida, por lo tanto es la más estudiada. Las familias de bacterias principalmente identificadas como parte del microbioma sano son Bacteroideceae, Clostridiaceae, Prevotellaceae, Eubacteriaceae, Ruminococcaceae, Bificobacteriacear, Lactobacillaceae, Enterobacteriaceae, Saccharomycetaceae y Methanobacteriaceae (Cho y Blaser, 2012 y Lloyd-Price et al., 2016). Se ha estudiado muy poco a otros microorganismos además de las bacterias que forman parte del microbioma, sin embargo se sabe que especies del género Methanobrevibacter de arqueas, así como bacteriófagos, virus de las familias Mimiviridae, Marseilleviridae, Poxviridae (Columpsi, et al., 2016) y microorganismos eucariotes (muchas veces relacionados con infección) como Candida, Malassezia, Saccharomyces y Blastocystis son prevalentes en individuos sanos (Parfrey et al., 2014).
La microbiota del intestino codifica para un número mayor de genes que el ser humano, por lo que le permite sumarse a una variedad de funciones metabólicas que incluso el hospedero pudiera verse limitado o incapaz de realizar. Por ejemplo, hasta el momento las glucosidasas caracterizadas en el ser humano limitan nuestra capacidad de digestión a sólo almidón y sacáridos simples, imposibilitando la digestión de sacáridos más complejos como los xyloglucanos encontrados en vegetales como la lechuga y la cebolla. Se encontró que la digestión microbiana de los xyloglucanos es posible gracias a la presencia de un gen que únicamente se encuentra en escasas especies del abundante género Bacteroides, sin embargo 92% de los individuos estamos colonizados por estas especies en particular, lo que nos permite la digestión de estos compuestos (Larsbrink et al., 2014).
Es así como la presencia o ausencia de muchos microorganismos ha sido relacionada con el desarrollo de algunas enfermedades metabólicas como síndrome de colon irritable, diabetes y obesidad, enfermedades autoinmunes como artritis reumatoide y alteraciones en la función cerebral o enfermedades mentales.
Disbiosis, comportamiento y alteraciones neurológicas
El eje intestino-cerebro es una comunicación bidireccional que monitorea e integra las funciones intestinales y las liga con los centros cognitivos y emocionales en el cerebro. Esto implica al sistema nervioso central autónomo (SNC), al neuroendocrino, al neuroinmune y a los sistemas nervioso entérico y enteroendocrino (Cryan, 2016). La comunicación entre el SNC y el intestino en sujetos sanos se da de manera constante por vías anatómicas como el nervio vago o mediante la liberación de hormonas, citosinas y neurotransmisores como es el caso de la modulación de la respuesta inmune y del eje hipotalámico-hipofisiario-adrenal (eje HHA) (Leclercq et al., 2016 y Rogers, 2016). Por ejemplo, el nervio vago, con aproximadamente 80% de fibras aferentes, incluyendo aquellas que inerva desde el esófago hasta el colon, puede modular la cognición, la emoción y el comportamiento del individuo. Por otro lado, la liberación de citosinas o neurotransmisores en el intestino modulan el apetito, el estrés o la ansiedad.
Debido a que los microorganismos residentes del intestino participan en su correcto funcionamiento, es de esperarse que afecte directamente el funcionamiento del eje intestino-cerebro. El descubrimiento de cómo la microbiota participa en estos procesos ha generado que el eje en ocasiones se nombre eje microbioma-intestino-cerebro. Existe un largo historial de anomalías psiquiátricas desarrolladas después del uso de antibióticos en individuos sin antecedentes.
Por siglos, se ha documentado la administración de Lactobacillus para mejorar la salud mental o tratar algunos desórdenes psiquiátricos. Sin embargo, hasta años recientes se ha logrado describir los mecanismos por los cuales existen estas anomalías. Algunos microorganismos alteran el comportamiento al inhibir o activar el nervio vago a través de las neuronas aferentes primarias intrínsecas (IPAN) de la pared intestinal , lo cual modula la ansiedad y el estrés. El mecanismo de comunicación entre el intestino y el SNC mediado por el sistema inmunológico puede ser modulado por la presencia de microorganismos (Leclercq et al., 2016). Se sabe que la elevación de citosinas proinflamatorias como IL-6, el factor de necrosis tumoral alfa y la proteína C reactiva de fase aguda a consecuencia de la reacción inflamatoria generan aumento de estrés y ansiedad. La barrera intestinal modula el contacto entre los microorganismos residentes y células de la respuesta inmunológica, por lo que cuando esta se ve afectada puede generar procesos inflamatorios crónicos. Debido a que el estrés es el principal factor desencadenante de un aumento en la permeabilidad de la barrera intestinal, esto se convierte en un ciclo peligroso, lo que genera mayor inflamación y por consiguiente mayor estrés. Por otro lado, como consecuencia de una falta de regulación del eje HHA es posible que los niveles de cortisol fluctúen en un individuo y por consiguiente su comportamiento hacia la irritabilidad, el estrés o la depresión.
Microorganismos como Lactobacillus rhamnosus o Campylobacter jejuni intervienen en respuestas de ansiedad alterando el comportamiento al inhibir o activar el nervio vago, quizá a través de las neuronas aferentes primarias intrínsecas (IPAN) de la pared intestinal (Cho y Blaser, 2012). En el caso de L. Rhamnosus se comprobó que sólo aquellos ratones con nervio vago intacto y con ingesta constante de probióticos que contenían esta especie bacteriana aumentaba la producción de GABA y por consecuencia presentaban con menor frecuencia ansiedad o depresión, a diferencia de aquellos con una vagotomía subdiafragmática. Estudios clínicos muestran que el tratamiento con Bififobacterium animals, Streptococcus thermophiles, Lactobacillus bulgaricus y Lactobacillus lactis modifican la conectividad cerebral (Tillisch et al., 2014). Por el contrario, se demostró que ratones infectados con C. jejuni muestran comportamientos de ansiedad y que después de tan sólo dos horas de la administración oral del microorganismo se induce la expresión de c-Fos en las neuronas vagales sensoriales y en el núcleo primario vagal del tronco cerebral sin la presencia de mediadores inmunes circulantes (Mu et al., 2016).
Por otro lado, la administración de Lactobacillus rhamnosus o Bifidobacterium longum para disminuir ansiedad y depresión también pueden deberse a mecanismos independientes del nervio vago (Leclercq et al., 2016). Como producto de la fermentación bacteriana se generan ácidos grasos como el ácido butitírico, que es un inhibidor de histona deacetilasa. El butirato ha mostrado tener efectos similares al Fluoxetine que se utiliza para el tratamiento del trastorno obsesivo-compulsivo, los ataques de pánico, la irritabilidad y la depresión (Mittal et al., 2016).
Adicionalmente, estas bacterias producen neurotransmisores como GABA, serotonina y dopamina que pueden estimular células epiteliales que a su vez modulen la señalización neuronal y el comportamiento. De la misma forma, un evento traumático, la exposición constante al estrés, el uso de antibióticos e incluso un cambio en hábitos alimenticios pueden disminuir considerablemente la abundancia de especies de Lactobacillus y Bifidobacterias, alterando en el individuo los niveles de estos neurotransmisores (Cho y Blaser, 2012, Lloyd-Price et al., 2016, Leclercq et al., 2016 y Mittal et al., 2016). Este desbalance en la microbiota se traduce en un desbalance de neurotransmisores, que puede desencadenar desde cambios en el comportamiento hasta el desarrollo de trastornos neurológicos.
Las bacterias Blautia, Bifidobacterium y Lactobacillus utilizadas para disminuir la ansiedad y el estrés son Gram positivas. Un componente importante en estas bacterias es el ácido lipoteicoico, que es reconocido por el receptor 2 tipo Toll (TLR-2) del sistema inmunológico innato y que se encuentra en neuronas entéricas, glía y musculo liso del ileum (Rogers et al., 2016 y Forsythe y Kunze, 2013). La interacción entre el ácido lipoteicoico y el TLR-2 regula la expresión de la fosfoproteincinasa B y una glucógeno sintasa quinasa, cuya sobreexpresión conduce al desarrollo de esquizofrenia (Severance et al., 2016). Por ello se propone que estas bacterias, además de disminuir el estrés, son cruciales para mantener la salud mental a través de este mecanismo.
Como se observa, hay una relación directa entre la microbiota y la regulación inmunológica que a su vez está involucrada directamente con la regulación del cerebro. A pesar de que los mecanismos no están por completo elucidados, se ha observado que durante el embarazo la disbiosis ocasionada por infecciones, deficiencias nutrimentales o estrés prenatal son asociados al desarrollo de desórdenes neurológicos como la ansiedad, el autismo, el déficit de atención, la hiperactividad, la depresión y la esquizofrenia (Cho y Blaser, 2012, Mu et al., 2016 y Tillisch, 2014). La disbiosis materna actúa como un elemento que altera el desarrollo fetal a través de la presentación inapropiada de estímulos, quizá principalmente en el adecuado desarrollo y maduración del sistema inmunológico (Cho y Blaser, 2012).
También se ha demostrado cómo algunas bacterias modulan o interfieren con la regulación del eje HHA y como consecuencia los niveles de cortisol puedan cambiar (Cryan, 2016 y Mittal et al., 2016). Algunos estudios han asociado el aumento de cortisol con la conducta violenta en la infancia. Aunque hacen falta más estudios, se sugiere que esta conducta puede ser modulada con la administración durante al menos un mes de Lactobacillus helveticus y Bifidobacterium longum (Leclercq et al., 2016). Esto se demostró en un ensayo clínico en un grupo de pacientes que disminuyeron sus niveles de cortisol en orina y mejoraron sus índices de la escala de ansiedad hospitalaria al mejorar su ansiedad, irritabilidad y hostilidad posterior a la administración del probiótico.
Microorganismos patógenos y alteraciones neurológicas
Nuestro organismo también ha evolucionado en esta relación con los microorganismos, de tal forma que el sistema inmunológico innato posee diversos mecanismos que reconocen rápidamente la presencia de un microorganismo patógeno. El reconocimiento de antígenos bacterianos patógenos desencadena la respuesta inflamatoria, la cual es indispensable para el establecimiento de la respuesta inmunológica específica, sin embargo la inflamación es un proceso perfectamente regulado para evitar una respuesta exacerbada que genere daño tisular (Storek y Monack, 2015). La falta de regulación de la respuesta inmunológica en cualquiera de sus eventos puede ocasionar desórdenes autoinmunes o metabólicos que incluso pueden impactar en la salud mental. Algunos patógenos como Streptococcus pyogenes, Toxoplasma gondii, el virus de la influenza, el virus de la rubeola, el virus del sarampión y el citomegalovirus han sido relacionados con el desarrollo de trastornos mentales que cursan con conducta violenta como consecuencia posterior a la resolución de la infección, razón por la cual el diagnóstico se torna particularmente difícil de establecer (Storek y Monack, 2015, Doshi et al., 2015, Elsheikha et al., 2016, Flinkkilä et al., 2016 y Freedman et al., 2016).
Algunas conductas de irritabilidad y agresividad en menores aparentemente sanos han sido relacionadas con el trastorno obsesivo-compulsivo de origen autoinmune, un desorden neurológico que puede desarrollarse posterior a una infección por Streptoccoccus pyogenes (Doshi et al., 2015, Betancourt et al., 2003 y Black et al., 1998). S. pyogenes es una bacteria Gram positiva que causa principalmente faringitis, escarlatina, síndrome de choque tóxico estreptocócico, erisipela y pioderma, además de estar asociado a complicaciones como fiebre reumática y glomerulonefritis (Storek y Monack, 2015). Existen alrededor de 70% de portadores de la bacteria y es frecuentemente encontrada en la garganta de niños en edad escolar aparentemente sanos. Por tal motivo, la transmisión de la bacteria es alta y en algunos pacientes cursa de manera subclínica. Sin embargo, la respuesta inmunológica que se desencadena ante este patógeno puede generar una exacerbada secreción de anticuerpos hacia antígenos similares a antígenos neuronales propios, lo que a su vez desencadena una enfermedad autoinmune como secuela a la infección cuando el proceso inmunológico no es bien regulado.
El acrónimo PANDAS (del inglés Pediatric Autoimmune Neuropsychiatric Disorders Associated with Streptococcus) se utiliza para hacer referencia a desórdenes neurológicos asociados a la infección por S. pyogenes; se presentan de manera aguda con tics motores y vocales, anorexia nerviosa, ansiedad, trastorno obsesivo-compulsivo y agresividad, entre otros comportamientos anormales (Doshi et al., 2015, Betancourt et al., 2003 y Black et al., 1998). A pesar de que la causa no está bien definida, se cree que la relación entre la infección y la afectación del SNC se debe al proceso autoinmune generado por los anticuerpos anti-proteína M (principal factor de virulencia de S. pyogenes). Algunos anticuerpos descritos en estos pacientes son anti-proteína del complemento 4, anti-alfa-2 macroglobulina, anti-ganglios basales (aldolasa C, enolasa y piruvatocinasa) y antirreceptores de proteínas presinápticas. Algunos de estos anticuerpos han sido aislados y su administración en ratones genera sintomatología característica presente en los pacientes con PANDAS como déficit en la coordinación motora, en el aprendizaje, en la memoria y en la interacción social (Doshi et al., 2015, Betancourt et al., 2003, Black et al., 1998, Yaddanapudi et al., 2010 y Fernández et al., 2005).
Una enfermedad asociada frecuentemente a episodios de violencia es la esquizofrenia. Pacientes con esquizofrenia y con anticuerpos positivos hacia Toxoplasma gondii presentan psicopatología más severa que aquellos sin evidencia de infección previa (Elsheikha et al., 2016). La infección por el parásito ha sido relacionada también con el desarrollo de desórdenes psiquiátricos como el autismo, el trastorno obsesivo-compulsivo y la bipolaridad, entre otras. Este parásito es un patógeno neurotrópico obligado y coloniza células del cerebro causando daño neurológico estructural además de daños en la amígdala, el bulbo olfatorio, el cerebelo y en regiones corticales generadas por la fase latente de la infección cuando el parásito forma quistes que contienen bradizoitos (fase latente del parásito) (Elsheikha et al., 2016 y Elsheikha et al., 2016).
En roedores la infección con el parásito eleva la cantidad de dopamina liberada y la hormona esteroidea testosterona; causa en ellos impulsividad y pérdida del comportamiento instintivo al olor felino. Por lo tanto el roedor se vuelve una presa fácil para que el parásito complete su ciclo sexual en el hospedero definitivo que es el gato (Kaushik et al., 2014). Esta fue una de los primeras evidencias que apoyaron las hipótesis de que la infección por este parásito modifica el comportamiento y puede ser asociado a los síntomas en individuos infectados. En pacientes se ha demostrado que Toxoplasma gondii aumenta la producción de dopamina, la cual estimula la propagación de taquizoitos, además el aumento de citosinas IL-2, IL-6 e interferón gamma modulan el nivel de neurotransmisores como la serotonina y el ácido gamaaminobutírico (GABA) e incrementa los niveles de dos metabolitos neuroactivos: el ácido quinólico y el ácido quinurénico (Elsheikha et al., 2016). Estos metabolitos generan estrés oxidativo en el cerebro y atenúan la transmisión glutamatérgica, lo que conduce a defectos cognitivos.
Perspectivas en el tratamiento
El uso de microorganismos benéficos para el tratamiento complementario de alteraciones mentales diagnosticadas es empleado con éxito desde hace algunos años. A la mezcla de estos microorganismos se le conoce como psicobióticos (Leclercq et al., 2016, Forsythe et al., 2016 y Wong et al., 2016). Aunque el término hace referencia a microorganismos vivos, también se empiezan a utilizar componentes microbianos o microorganismos inactivados por calor por la modulación que estos ejercen sobre el sistema inmunológico y marcadores de estrés.
Actualmente hay ensayos clínicos que demuestran que el consumo de alimentos fermentados se asocia a menores niveles de ansiedad, menor riesgo de desarrollo de alergias y menor riesgo de enfermedades metabólicas (Tillisch et al., 2014). Esto se debe a que la ingesta regular de estos productos previene la disbiosis. Actualmente se trabaja en conseguir un patrón de alimentos que pueda ser favorable para la diversidad del microbioma de acuerdo a las especies predominantes en cada individuo.
Por otro lado, como medida profiláctica se propone el restablecimiento de la microbiota posterior a la terapia con antibióticos de algún evento traumático o estrés psicosocial. Para estos objetivos se utilizan tanto los probióticos como los prebióticos, los cuales son substancias que estimulan el crecimiento selectivo de bacterias benéficas en el intestino a partir de las que existen (Deans, 2016). Sin embargo, cuando una especie o géneros bacterianos han sido erradicados del microambiente o simplemente el individuo no está colonizado de estos, se recurre el trasplante fecal a partir de individuos sanos. A pesar de que a la fecha no existe evidencia del trasplante fecal en el tratamiento de desórdenes neurológicos, se utiliza con éxito en el tratamiento de enfermedades metabólicas, autoinmunes y enfermedades crónico-degenerativas, así como para reducir niveles de inflamación en infecciones crónicas (Evrensel y Ceylan, 2016).
Finalmente, los ambientes estériles y los rigurosos estándares de higiene, así como el uso indiscriminado de antibióticos en países desarrollados, se ha relacionado ampliamente con el aumento de enfermedades autoinmunes, enfermedades metabólicas, cáncer, desórdenes neurológicos y altos niveles de depresión en la población. El conocimiento de la importancia de la microbiota obliga a replantear los estándares higiénicos del ambiente en el que debe crecer un ser humano para garantizar la adecuada maduración de su sistema inmunológico, metabólico y neurológico.
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