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Introducción

La Conquista no acaba, pero tampoco el dolor de los muertos. La historia no ilumina a nadie si no toma en cuenta sus gritos y silencios.

Eduardo Lalo

Este libro se concibió y nació en medio de los intensos debates sobre el quinto centenario del “descubrimiento de América”, a conmemorarse en octubre de 1992. Esos debates estimularon y fertilizaron la investigación histórica sobre el surgimiento de los pueblos americanos. Algunos se enmarcaron dentro de la tradicional elegía a la epopeya ibérica de “civilizar” y “cristianizar” un vasto y hasta entonces ignoto continente. Otros se encarrilaron en la estéril línea de lo que Edmundo O’Gorman aptamente ha llamado “bizantinismo monográfico”, que gira sobre detalles de relativa poca importancia para elucidar la significación histórica de los eventos en cuestión. O’Gorman, nunca reservado en la mordacidad de su pluma, tilda esta historiografía de “miopía microscópica”.

Sin embargo, también se propició la edición y publicación de los grandes textos sobre el descubrimiento y la conquista, algunos inéditos durante varios siglos, a la vez que provocó la recuperación crítica de los debates fundamentales que por innumerables años sacudieron la conciencia ética de España: la justicia de la toma de posesión armada de pueblos y tierras; la equidad de la servidumbre impuesta sobre los pobladores precolombinos del Nuevo Mundo; su racionalidad o “bestialidad”; la cristianización, pacífica o forzada, de los indígenas; y, finalmente, las causas de su trágico colapso demográfico, que incluyó la extinción de diversos grupos étnicos nacionales. Sin olvidar la temprana presencia del esclavo africano, importado en manadas para sustituir al aborigen cuya quebrantada existencia oscilaba entre su libertad teórica y su avasallamiento concreto.

Los debates ibéricos del siglo dieciséis tuvieron una particularidad que el historiador debe respetar, so pena de distorsionarlos. Se expresaron mayoritariamente en terminologías y conceptualizaciones religiosas y teológicas. Quizá el defecto principal de muchos estudios modernos sobre esas disputas estriba en no reconocer la primacía del discurso religioso y teológico en la producción ideológica del siglo dieciséis. El presente trabajo nació como un intento académico de repensar el descubrimiento y la conquista de América en su contexto ideológico propio, sin imponer esquemas foráneos.

A eso se debe la sustancial cantidad de citas y referencias directas. Los protagonistas de los debates exhibieron inusitada claridad al articular sus distintas, y no pocas veces antagónicas, comprensiones de los problemas implícitos en la conjunción histórica de la expansión europea y la globalización del cristianismo. No creo decir nada novedoso al indicar que no existe paralelo histórico a la rigurosa manera en que la conciencia cristiana debatió el destino de las tierras descubiertas y los pueblos conquistados. Por ello, al grado máximo de lo posible, permito a los interlocutores expresarse mediante sus acentos y matices propios.

No se trata, ciertamente, de un esfuerzo intelectual moralmente aséptico. ¡Todo lo contrario! Las páginas que siguen son un tributo de respeto y honor a unos pueblos conquistados y diezmados, martirizados ante el altar de un peculiar providencialismo imperial que unió la conciencia mesiánica religiosa y el culto a Mammón. También a aquellos europeos que compartieron su amargo via crucis. Solo que para ello no me parece necesario imponer principios morales ajenos a los debates mismos. Indeleble honor cabe a España por haber producido ella misma los más severos y rigurosos críticos de sus hazañas imperiales. ¿Podría acaso un Frantz Fanon enseñar algo nuevo y distinto sobre la devastadora violencia imperial a un Bartolomé de Las Casas?

El libro se divide en tres partes, a manera de tres círculos concéntricos alrededor de la gran epopeya que marcó el inicio de la cultura hispanoamericana. La primera parte —Descubrimiento, conquista y evangelización— relata los hechos desde una perspectiva crítica, ante la cual se devela el vínculo íntimo entre el descubrimiento y la conquista, como una toma de posesión de tierras y personas, legitimada por conceptos, imágenes y símbolos bíblicos y evangélicos. La segunda —Libertad y servidumbre en la conquista de América— analiza los elementos centrales de la gran porfía teórica de la conquista: la licitud de la abrogación de la autonomía de los pueblos y naciones aborígenes y los sistemas de trabajo forzoso —esclavitud y encomienda— que se les impuso, tanto a ellos como a las comunidades africanas que se importaban en gran número, como seres desprovistos de libertad política y autonomía personal. La tercera —Hacia una crítica teológica de la conquista— intenta desarrollar justamente lo que su título sugiere: una evaluación no panegírica de la conquista a la luz de los conceptos, imágenes y símbolos evangélicos que ella misma enarboló como su paradigma de legitimidad.

De ese proyecto nació este libro, el cual disfrutó inicialmente de tres ediciones en años corridos (1990, 1991 y 1992). También se tradujo y publicó en inglés.1 Ahora se vuelve a publicar, tras una intensa relectura y revisión. A mi esposa Anaida Pascual Morán debo, además de innumerables sugerencias editoriales, el apoyo en la lectura cuidadosa de las diversas versiones de este libro, tanto en su nacimiento original como en esta, su resurrección.

Luis N. Rivera Pagán

Profesor Emérito

Seminario Teológico de Princeton


1. A Violent Evangelism: The Political and Religious Conquest of the Americas. Louisville: Westminster/John Knox Press, 1992.

Historia de la conquista de América

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