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[26]Meli Cuatro

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En el río, luego de beber el agua fresca que corre entre las piedras cubiertas de musgo, busco de comer, pues necesito comer, hacerme fuerte.

No me cuesta cazar a tunduku, el ratón de las montañas, lo degüello de un mordisco, pero antes de comérmelo recuerdo lo que aprendí de la Gente de la Tierra y gruño suavemente: «Así como che, el hombre, pide perdón a aliwen, el árbol, antes de talarlo, y a ufisa, la oveja, antes de quitarle la lana, yo te pido perdón, tunduku, por saciar mi hambre con tu cuerpo».

Como rápido, pero no más de lo necesario, y el cálido cuerpo de tunduku me entrega su calor y su energía. Lo que queda será un festín para ñamku, el aguilucho; y alguna vez, mientras éste vuele en el amplio cielo, tunduku se alimentará de sus huevos.

Al emprender nuevamente la búsqueda del rastro del fugitivo, un ruido estremece el bosque. Es tralkan, [27]el trueno, que anuncia la tormenta. Sé que será difícil dar con el rastro mientras caiga la lluvia, pues mapu, la Tierra, abrirá todos sus poros agradecida y no se percibirá más que el olor de su contento.

Busco refugio bajo un grueso tronco y ahí me tumbo. Entonces pienso por qué el olor del fugitivo me recuerda todo lo que perdí. Y pensando con dolor en lo que perdí me duermo mientras la lluvia cae sin cesar. Entonces sueño.

Sueño que estoy junto a un fuego que me sume en una plácida somnolencia. Junto al fuego hay otras gentes, hombres, mujeres y niños que escuchan al que habla mientras comen los frutos del pewen, la altísima araucaria. Hablan de mí.

«Según cuentan los mayores, nawel, un jaguar fuerte y ágil, bajó desde la cordillera de Nawelfüta, su hogar, pues, no en vano, Nawelfüta significa ‹jaguar grande› en mapudungun, la lengua de la Gente de la Tierra.

Todo ocurrió una mañana muy fría y cubierta por [28]una niebla tan espesa que impedía ver las ramas de los árboles y las cumbres de las montañas nevadas, y apenas permitía adivinar el sendero que llevaba hasta las rukas, las casas mapuche levantadas a orillas del gran lago. Cuentan también que, pese a la presencia del jaguar, los perros no ladraban por más que la Gente de la Tierra, temiendo por sus ovejas, los azuzaran gritando: ‹¡Trewa! ¡Trewa!›, ‹¡Perro! ¡Perro!›. Pero esa mañana de niebla, y a pesar de los gritos, los nobles perros, que no temen a nawel, el jaguar, permanecieron quietos, cabizbajos, hasta que el gran felino de la cordillera se acercó hasta la primera ruka y, frente a la puerta orientada hacia la puelmapu, la tierra del este, depositó con suavidad la carga que sostenía en sus fauces. Luego nawel, el jaguar, rugió y se perdió en la niebla.»


«Eso fue lo que ocurrió», dice otro de los que hablan en mi sueño. «En la ruka vivía Wenchulaf, un [30]anciano que, fiel al significado de su nombre – hombre feliz –, se encargaba de entretener a los niños en el ayekantun, la cita diaria para escuchar alegres historias y cánticos que hablaban de otros tiempos que nunca debían ser olvidados, porque en esas historias y cánticos transmitidos de padres a hijos latía el orgullo de ser mapuche, de ser Gente de la Tierra.

Alarmado por los gritos, Wenchulaf salió de la ruka, se inclinó, tomó en sus manos el pequeño cuerpo de color oscuro, lo acarició y anunció que era un pichitrewa, un cachorro de perro.

Toda la comunidad rodeó a Wenchulaf y el extraño regalo dejado por nawel, el jaguar. Unos decían que esa mañana, pese a no soplar viento de tormenta, había bajado desde las altas montañas kallfütray, el ruido del cielo; y otros opinaban que tal vez el cachorro era un regalo de wenupang, el león del cielo.

Wenchulaf los invitó a callar.

[31]– Lo que importa es que el cachorro tiene frío y hambre – dijo –, y como todo lo que nos da ngünemapu, el espíritu de la Tierra, es para nuestro bien, yo lo acojo con gratitud.»

En mi sueño siento el calor de los brazos de Wenchulaf, y hasta la memoria de mi olfato llegan los olores de la ruka: a humo de leña seca, a lana, a miel y a harina.

En mi sueño y en la semioscuridad de la ruka veo a Kinturray, cuyo nombre significa «la que tiene una flor». Ella amamanta a un cachorro de hombre y, al verme, echa de su generosa leche en un cuenco y me llama.

Mientras lamo esa leche, alguien dice:

– Tienes un buen perro, Wenchulaf, esperemos que sea un noble pastor para tus ovejas.

Y el viejo mapuche responde:

– No es mi perro, es el compañero de mi nieto Aukamañ – cóndor libre –. Nunca sabremos dónde lo encontró nawel, el jaguar, ni qué ocurrió con su madre, pero sabemos que este cachorro ha sobrevivido al [32]hambre y al frío de la montaña. Este cachorro ha demostrado lealtad con monwen, la vida, no ha cedido a la cómoda invitación de lakonn, la muerte, y por eso se llamará Afmau, que en nuestra lengua significa leal y fiel.

Historia de un perro llamado Leal

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