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CAPÍTULO II Del malestar en la cultura al malestar en la civilización

El malestar en la cultura

Freud escribió sobre el malestar en la cultura en 1930 pero, poco a poco se produce un desplazamiento del término cultura al de civilización cada vez que ese texto es citado por diversos autores.

Freud utilizó efectivamente el término Kultur, cultura, y con él designó “la suma de las producciones e instituciones que distancian nuestra vida de la de nuestros antecesores animales y que sirven a dos fines: proteger al hombre contra la naturaleza y regular las relaciones de los hombres entre sí”. (1)

Pero la cultura falla irremediablemente en el cumplimiento de sus fines, lo que genera el malestar que es inherente y consustancial a ella.

Especialmente el segundo fin –regular las relaciones de los hombres entre sí– pareciera incumplible.

En las relaciones que competen a un sujeto en tanto vecino, colaborador, miembro de una familia, etc., siempre habrá posibilidad de desencuentros, enemistades, segregación.

Aun en el caso en que el poder de la comunidad reemplaza al del individuo, paso decisivo hacia la cultura, encontramos que ese poder de la comunidad es resistido, trasgredido, cuestionado.

Es que la cultura impone restricciones que no son fáciles de tolerar: la cultura incomoda, insatisface.

Del individuo a lo colectivo el equilibrio fracasa por lo que Freud concluye parcialmente que: “Uno de los problemas del destino humano es el de si este equilibrio puede ser alcanzado en determinada cultura o si el conflicto es en sí inconciliable”. (2)

Tomemos nota de la aparición en el texto freudiano de la constitución de dos polos que nos vienen del capítulo anterior y que reaparecerán como tema en todo el desarrollo del presente libro.

Ahora bien, si seguimos sus argumentos nos encontramos con la manera en que él ya leía el síntoma en lo social en su época. Comienza diciendo que hay un ideal común en los individuos que es: aspirar a la felicidad. Pero la felicidad es un fenómeno episódico. Uno le dedica más tiempo a evitar el sufrimiento.

El sufrimiento para Freud proviene de tres fuentes: el cuerpo, el mundo exterior y las relaciones con otros seres humanos.

En la tercera de las fuentes hay un eje de todo el texto que lleva directamente al malestar.

En ese contexto Freud explica un síntoma: el aislamiento voluntario, el alejamiento de los demás, que lee como “el método de protección más inmediato contra el sufrimiento susceptible de originarse en las relaciones humanas”. (3)

Su conclusión en esta parte de su desarrollo vale la pena recordarla: “La felicidad... es meramente un problema de la economía libidinal de cada individuo. Ninguna regla al respecto vale para todos, cada uno debe buscar por sí mismo la manera en que pueda ser feliz”. (4)

Tenemos entonces en relación al malestar la presencia de la satisfacción –es decir el goce– y cómo cada individuo se las arregla con eso.

Pero en tanto la cultura pretende ligar a los miembros de una comunidad con lazos libidinales se encuentra con que: “Las pasiones pulsionales son más poderosas que los intereses racionales”, por lo que “siempre se podrá vincular amorosamente entre sí a mayor número de hombres con la condición de que sobren otros en quienes descargar los golpes”. (5) El texto incorpora a partir de allí las tendencias agresivas, es decir, la puerta por donde se va a colar la pulsión de muerte.

Pero antes de desplegar ese tema nos encontramos con el narcisismo de las pequeñas diferencias, algo aparentemente inofensivo que satisface las tendencias agresivas de una comunidad logrando la cohesión de sus miembros precisamente por la diferencia con otra comunidad. Distintos nombres que van tomando en Freud la segregación y el racismo.

Ahora sí estamos en condiciones de decir cuál es el mayor obstáculo con el que tropieza la cultura: la pulsión de muerte.

Que la llame impulso de agresión y destrucción si se manifiesta en el exterior o sentimiento de culpa si se manifiesta en el interior del individuo, nos orienta en las maneras en que el malestar se expresa.

El nombre del malestar en la cultura es: pulsión de muerte.

De la mano del concepto de pulsión de muerte Freud escribe dos textos sobre la guerra en los cuales el término cultura cede terreno al de civilización, en el propio Freud.

Mientras se trate de “regular las relaciones de los hombres entre sí” el término que predomina es el de cultura, pero en cuanto pasamos a las relaciones entre naciones, pueblos, razas, empieza a predominar el término civilización.

Pero ya sabemos que la pulsión de muerte está presente en una y en otra, que ella es inherente a cada individuo pero “pasa” a la cultura/civilización y da el fundamento, el soporte del malestar.

Así que, hablemos de cultura o civilización, el malestar es estructural.

Y Freud advierte que “no se trata de eliminar del todo las tendencias agresivas humanas, se puede intentar desviarlas, al punto que no necesiten buscar su expresión en la guerra”. (6)

Tenemos en esa definición un Freud impolítico que demanda un imposible pero no deja de intentarlo, aun a sabiendas de que hay “muchos más hipócritas de la cultura que hombres verdaderamente civilizados”. (7)

Su pregunta de si se necesita o no una dosis de hipocresía para conservar la cultura no hace más que revelar el costado pesimista de su concepción. Retomaré esta cuestión.

Resumiendo: pensemos los dos términos, cultura y malestar tal cual se presentan en Freud en esa época.

Cultura viene a reemplazar a naturaleza, ese es el primer paso. Segundo paso, el malestar viene al lugar de un bienestar supuesto, perdido, mítico.

¿Qué quiere expresar Freud con estos desarrollos? Que algo de indomable, imposible de regular, ajeno a la cultura debe tener la naturaleza... humana, que resulta necesario “culturizarla” aun sabiendo que tratamos con un imposible.

Pero también algo falla siempre en el bienestar posible, tanto de un individuo como de un conjunto de ellos, que el malestar se impone, que la felicidad queda recluida a un fenómeno episódico.

Recordemos que Freud ya escribió “Más allá del principio del placer” y se encontró con la pulsión de muerte.

Hasta ese texto Freud se hacía la idea de que el principio del placer se correspondía de alguna manera con el bienestar y se reducía a mantener la tensión lo más baja posible.

El programa del principio del placer se orienta a obtener placer y evitar el displacer.

Pero a partir de “Más allá del principio del placer” la teoría freudiana cambia radicalmente. Hay allí lo que Freud llama la compulsión a la repetición, que es la manifestación en un sujeto de la pulsión de muerte.

Pero ya sabemos que esta pulsión de muerte puede manifestarse en el exterior a través de lo que Freud llama el impulso de agresión y destrucción, por lo que el destino de la pulsión de muerte termina siendo la cultura.

No se resuelve la cuestión pensando que la cultura misma es represora y al individuo no le queda más remedio que la trasgresión. Mucho menos en esta época.

Siempre fallamos de la misma manera (compulsión a la repetición), pero esa manera de fallar es diferente en cada quien. Trasladada a la cultura garantiza la continuidad del fallar en relación al semejante, y eso es estructural.

Pero aparte, el psicoanálisis verifica que en ese sufrimiento que conlleva la compulsión a la repetición hay satisfacción-goce. Esa satisfacción-goce en el sufrimiento es lo que Freud denomina “más allá del principio del placer”.

Concretamente a veces nos gusta lo que nos hace daño, nos atrae lo que nos hace mal.

Puede ser: una comida, una bebida, una droga, una idea, un amor...

La civilización contemporánea favorece, empuja y promueve el malestar y lo lleva lejos. En el horizonte nos encontraremos con el racismo, como la expresión máxima del fracaso de la regulación de las relaciones de los hombres entre sí en que tanto insistió Freud.

Cultura y civilización

Pero todavía no hemos avanzado lo suficiente en la distinción entre cultura y civilización.

Un autor que avanzó en esa dirección fue Lévi-Strauss. Él define la cultura como “todo conjunto etnográfico que desde el punto de vista de la prospección presenta, con relación a otros conjuntos, variaciones significativas”. (8)

Se nota en la definición el espíritu del estructuralismo que tanto influyó en Lacan en su primera enseñanza.

Dicha definición nos sirve a los efectos de subrayar lo que el autor llama “variaciones significativas”. Hablar de cultura siempre nos lleva a hablar de diferencias: una cultura se caracteriza por su diferencia con otra cultura que es diferente a otra y así sucesivamente.

Ahora bien, Lévi-Strauss también subraya que hay varios sistemas de cultura simultáneos a los cuales pertenecemos: somos de un barrio, de una provincia, de un país y al mismo tiempo pertenecemos a una familia, tenemos o no una religión, una ideología, etc.

El autor se da cuenta que todo ese nominalismo no puede ser llevado hasta sus últimas consecuencias pero quiere fundamentar la cultura en la diversidad, en la diferencia, o como la llama él mismo, en la distancia diferencial.

Las costumbres particulares, las maneras de vivir y, en nuestro lenguaje, las distintas maneras de gozar de conjuntos de individuos, hacen a toda cultura en su diferencia con otras culturas.

Pero además Lévi-Strauss se da cuenta también que “Ninguna cultura es capaz de emitir un juicio verdadero sobre otra, puesto que una cultura no puede evadirse de ella misma”. (9)

En cambio, cuando empezamos a hablar de civilización, se terminaron las diferencias y/o la diversidad.

A la civilización hay que pensarla como un todo que incluso abarca varias culturas.

El término globalización indica ese pasaje de cultura a civilización.

Pero no se termina la cuestión en la globalización. Ésta también implica uniformidad y así, lentamente, entramos en el malestar en la civilización.

Lo que se intenta volver uniforme es el goce y ese programa entra en contradicción con las formas de goce culturales.

Los términos: pensamiento único, unisex, etc., indican ese intento de hacer equivalentes cosas que no lo son. Lo veremos más en detalle.

Así, de a poco, se consigue en muchos casos eliminar, hacer desaparecer las diferencias y ya se nota el peso de imposición que conlleva la uniformidad y el malestar que provoca.

La civilización fuerza lo igual y las culturas resisten con la diferencia.

El mantenimiento de ciertas costumbres culturales entra en contradicción, choca con la civilización. De allí que se hable de la necesidad de asimilarse, adaptarse. ¿A qué? A la civilización, dejando un poco de lado las costumbres culturales.

Así que hay un doble aspecto del malestar: el correspondiente a cada cultura y el que viene de la mano de la civilización.

La clave del malestar en la civilización lo da el objeto de consumo. No tanto el consumo en general, sino el objeto de consumo en particular.

No es que no se trate del consumo en las culturas. Pero el consumo que impone la civilización es un consumo muy especial.

El plus de gozar es lo que permite aislar la función del objeto de consumo en la globalización.

Cualquier mercancía se adquiere por su valor de goce, pero ese valor de goce está sostenido sobre un trasfondo de pérdida de goce, de insatisfacción.

Este circuito está anclado exclusivamente en la ambigüedad de la función que caracteriza al plus de gozar: evocar un menos de goce ofertando un más de goce, ambigüedad que explica el porqué de la urgencia por derrochar los objetos en los que se encarna, en las mercancías en las que se adhiere, un plus de gozar que se revela como un goce que no es suficiente, que reaviva de inmediato la insatisfacción de base.

De allí que cualquier objeto de consumo que se adquiere en el mercado provea de una satisfacción fugaz, evanescente, transitoria. El objeto es efímero en tanto no se lo usa sino que se lo consume. El movimiento de consumo como tal lleva a querer volver a consumir, por la insatisfacción que renueva.

Lacan estableció lo que para él representaba el malestar en la civilización: “Un plus de gozar que se obtiene de la renuncia al goce, si se respeta el principio del valor del saber”, saber inscripto en la homogeneización de los saberes en el mercado. (10)

Allí, en ese movimiento perpetuo, ubicamos el malestar en la civilización como heredero del malestar en la cultura o, lo que es equivalente, el pasaje del discurso de amo antiguo al discurso capitalista.

Tendremos oportunidad de retomar estos temas en otros capítulos, pero en éste queremos subrayar que en ambos se trata de satisfacción, pero que en uno –el primero– la satisfacción queda restringida a un cierto límite que se pierde en el segundo.

En el discurso capitalista el plus de gozar sostiene la realidad ayudado por el saber científico y sus aplicaciones técnicas, lo que hace decir a Miller que “la ciencia integrada al discurso capitalista nos da un plus de gozar desregulado”. (11)

A pensar, en el psicoanálisis, las consecuencias en el cuerpo del malestar en la civilización actual, ya que Lacan tiene la idea de que lalengua civiliza el goce.

Esa civilización que el cuerpo consigue es por la vía del objeto. Hasta allí no podríamos hablar de ningún tipo de desregulación. Todos gozamos de objetos y, de alguna manera, somos ese objeto.

Pero al entrar ese objeto en el circuito del plus de gozar que describimos, la desregulación se hace presente.

El malestar en la civilización

Lévi-Strauss observó muy tempranamente que la civilización occidental provocaba que “el mundo entero tome prestado progresivamente de ella sus técnicas, su género de vida, su modo de entretenerse e incluso su modo de vestir”. (12)

Él detectó la universalización de la civilización occidental y resume en la definición que acabamos de citar mucho del desarrollo que realizamos, a saber: el papel de la técnica de la ciencia en la civilización contemporánea, el intento de instaurar un modelo de vida único, la uniformidad del goce, etc.

Y, anticipadamente, adjudica dos valores a la civilización occidental: el procurar incrementar continuamente la cantidad de energía por habitante, y proteger y prolongar la vida humana, es decir, plus de gozar y biopolítica. Lo retomaremos.

Nos entrega finalmente su idea de “preservar la diversidad de las culturas en un mundo amenazado por la monotonía y la uniformidad”. (13)

Conclusiones

De lo diferente a lo mismo, de lo distinto a lo igual, hay el pasaje de la cultura a la civilización.

En el retorno la civilización diluye, difumina y en el límite disuelve culturas.

La civilización consolida lo uniforme sostenido en el plus de gozar y eso hace al malestar que la caracteriza correlativamente a todo lo que se ha indicado de decadencia de la función del padre en nuestra civilización, que es también la decadencia del discurso del amo y su reemplazo por el discurso capitalista.

A veces las diferencias relativas que caracterizan a las culturas empiezan a adquirir matices de absoluto. Es otra de las formas en que se presenta el malestar.

Así como un individuo es reacio a sacrificar su diferencia en pos de la comunidad, cada cultura reafirma e inventa a partir de la diferencia con la cultura vecina, en un proceso que puede quedar en una suave discriminación o virar a un racismo desatado.

De lo singular a lo social el goce empuja, la satisfacción está en juego.

Lo permitido se amplía sin orientación en la civilización contemporánea, pasando al reino de lo ilimitado resumido en la publicidad: imposible is nothing, nada es imposible.

Se nota el costado superyoico que toma la civilización que incrementa el malestar forzando ese circuito feroz ya anunciado en el texto de Freud.

Llegados a este punto introduciremos unas “notas sobre el racismo en el siglo XXI”, habida cuenta que la civilización, como la hemos presentado, alimenta lo que llamaremos el racismo nuestro de cada día.

1- FREUD, S., “El malestar en la cultura”, en Obras Completas, t. 3, Biblioteca Nueva, Madrid, 1973, pág. 3033.

2- Ibíd., pág. 3037.

3- Ibíd., pág. 3025

4- Ibíd., pág. 3029.

5- Ibíd., pág. 3046/48.

6- FREUD, S., “El porqué de la guerra”, Obras Completas, op. cit., pág. 3203.

7- FREUD, S., “Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte”, Obras Completas, op. cit., pág. 2017.

8- LÉVI-STRAUSS, S., Antropología estructural, EUDEBA, Bs. As., 1968, pág. 267.

9- LÉVI-STRAUSS, C., “Raza e historia”, en Raza y cultura, Cátedra, Madrid, 1993.

10- LACAN, J., El Seminario, Libro 16, De un Otro al otro, Paidós, Bs. As., 2008, pág

11- MILLER, J.-A., El banquete de los analistas, Paidós, Bs. As., 2000, pág. 310.

12- LÉVI-STRAUSS, C., “Raza e historia”, en Raza y cultura, op. cit., pág. 75.

13- Ibíd., pág. 103.

Una política del síntoma

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