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ОглавлениеINTRODUCCIÓN
LA PRIMACÍA DE LA INTERSUBJETIVIDAD
En los últimos quince años ha habido importantes cambios en el debate internacional sobre la subjetividad como categoría conceptual para las ciencias histórico-sociales. Esto me ha movido a revisar mi propia trayectoria y a descubrir en ella transformaciones que indican una correspondencia entre historia individual e historia colectiva. En Storia e soggettività (que recogía mis trabajos sobre estos temas entre 1976, cuando comenzaron mis investigaciones sobre la fuente oral, y 1988, cuando el volumen fue publicado), las preocupaciones principales eran la relación entre oralidad y escritura, la especificidad de la memoria oral, la naturaleza de la autobiografía y el estatuto de la historia; otros temas eran la relación entre historia y memoria y el uso de las fuentes orales en la investigación y en la didáctica, pero también la evaluación de lo individual en sus relaciones con, y en su independencia de, lo colectivo. Mis intereses han sido otros en el periodo posterior a este libro, y han dado lugar a ulteriores y diversas reflexiones sobre el tema de la subjetividad y del sujeto que quisiera resumir aquí bajo la forma de un balance ego-histórico. Asumo como punto de referencia para este examen la posiciones adoptadas en 1991 en mis colaboraciones en un volumen colectivo (Passerini, 1991b y 1991c) que agrupaba una serie de ponencias presentadas en 1988-89, durante los seminarios de la Sección de Historia social del Departamento de Historia de la Universidad de Turín, dirigida en aquel tiempo por Guido Quazza.
Sigue siendo válido, según mi opinión, el esquema que presentaba como base para el estudio del problema del sujeto desde una perspectiva histórica y que he mantenido durante mi docencia en diversas universidades de Italia y del extranjero en el último decenio. Tal esquema prevé tres áreas de significado de la subjetividad en el ámbito histórico, que debemos reconocer y estudiar. «Reconocer» me parece el término más adecuado, ya que el sujeto y la subjetividad siempre han estado presentes en la historia (incluso cuando la historia no siempre ha sido capaz de verlos, como hubiera sido su deber) tanto en las acciones y en las producciones de los seres humanos, como en sus formas de pasividad y sufrimiento; así pues, el debate sobre la subjetividad sólo puede enorgullecerse de haber reconocido, por fin, lo que debía haberle sido evidente desde hace tiempo.
El primer significado de «subjetividad» en el ámbito historiográfico responde a la pregunta: ¿quiénes son los sujetos de la historia, y cómo se explicita su capacidad de decisión? Estos sujetos son los individuos, pero también los sujetos colectivos, tales como la familia y los parientes, la nación, la etnia o la «raza», la clase, el género sexual, la generación o el grupo de edad, así como el partido, la asociación religiosa o sindical, y también la corporación, la región, el continente; se añadirán otros, a medida que la historiografía reconozca formas de decisión e imaginación compartida y la relación entre subjetividad individual y colectiva (con anterioridad había concedido, de manera prioritaria, pleno reconocimiento a las formas de subjetividad organizada). Incluso la manera cómo los seres humanos se convierten en sujetos de la historia se sitúa en esta área. A menudo, la historiografía ha prestado una atención especial a comportamientos considerados imitativos o inducidos, por ejemplo en la relación entre las clases bajas y las clases altas, en lugar de estudiar el entramado de autonomía y heteronomía, de libertad y condicionamiento, y también de conciencia y semiconsciencia, que dan lugar a itinerarios colectivos e individuales, a estrategias y prácticas de diversa naturaleza.
El segundo significado de subjetividad se refiere a su carácter de patrimonio heredado y continuamente renovado, un campo que he definido en alguna ocasión como de «subjetividad acumulada» y hunde sus raíces en las representaciones colectivas de Emile Durkheim, de la mentalidad de los «Annales», de la memoria colectiva de Maurice Halbwachs. Es el campo de la identidad y del imaginario, como formas de subjetividad compartida a través del tiempo y del espacio. Dadas las acusaciones de reificación lanzadas contra los conceptos de mentalidad y representación, quisiera subrayar los aspectos de producción o actividad cultural que caracterizan esta área: lo que se hereda no se puede reivindicar si no es sometido a innovaciones, y en este proceso el elemento creativo se entrelaza inevitablemente con el repetitivo, aunque uno de los dos prevalezca según los casos, y uno se pueda trasmutar en el otro. En esta área se incluyen también el mito y su tradición de sentido variable a través de distintas épocas y distintos destinos individuales.
La tercera área de significados se refiere a la subjetividad de los historiadores y a la intersubjetividad. La atención a la primera ha dado en los últimos quince años un género específico, la ego-histoire, impulsado por Pierre Nora en 1987 en Francia y recientemente renovado desde una perspectiva europea (Passerini y Geppert, 2001). La diferencia entre las dos recopilaciones de ego-histoires no sólo se caracteriza por el paso de una dimensión nacional a una continental, sino también por el paso de una dimensión individual a una generacional. Considero el término ego-histoire como el resultado de la actitud adoptada por los historiadores al reflexionar sobre las conexiones entre el patrimonio que constituye la historiografía como disciplina y sus preferencias en el ámbito histórico. Este patrimonio es una especie de subjetividad colectiva, que en gran parte se puede considerar como un herencia de padres (sobre la naturaleza masculina de la historia véase Passerini y Voglis, 1999), conformada por las subjetividades individuales y que a su vez las conforma. En la ego-histoire el aspecto autobiográfico está estrechamente ligado a (aunque no es reducible a él) un aspecto metahistórico y metodológico, gracias al cual, los historiadores se distancian de la reconstrucción autobiográfica y analizan las razones de su elección de método y de objeto.
En este esquema, la intersubjetividad se refiere sustancialmente a las relaciones entre varias generaciones de historiadores y a la naturaleza interindividual del saber, y también, a la especificidad de la relación didáctica (Passerini, 1991c). Resulta significativo que ésta comparezca solamente desde el punto de vista del sujeto que investiga y escribe. Aunque yo quiera mantener el esquema expuesto en sus líneas esenciales, renovándolo, el tema de la intersubjetividad constituye el eje de las modificaciones efectuadas en el periodo más reciente y debe ser contemplado a la luz de estos cambios. Sin embargo, no se trata de un rechazo del pasado, sino de una reformulación que, iluminándolo con una nueva luz, lo enriquece.
En el esquema originario, había puesto el acento sobre todo en la importancia del sujeto individual, ya que me parecía que éste era el más descuidado por la historiografía y por las ciencias sociales existentes. Además, quería insistir sobre el carácter del individuo como único y verdadero portador de subjetividad entendida en sentido pleno, incluyendo de este modo, a parte de los aspectos intelectuales y culturales, el aspecto psicológico, al menos en lo relativo al concepto de inconsciente (siempre he reconocido la importancia del imaginario colectivo, pero no del inconsciente colectivo). Esta insistencia estaba también ligada al deseo de subrayar la aportación de los historiadores, en tanto que individuos, y de acentuar, en la dimensión del genero sexual, la aportación de la historiadora, en tanto que individuo. Sólo en los últimos años mis estudios me han hecho apreciar cada vez más la relación con el otro como constitutivo de uno mismo, particularmente en lo que se refiere a la identidad europea (véanse los dos ensayos de la segunda parte), y la intersubjetividad como fundamental en la constitución de cada forma de sujeto y de subjetividad.
Los cambios acaecidos en el debate general sobre la subjetividad van precisamente en esta dirección. Esto resulta evidente sobre todo en la teoría feminista (véase Convertirse en sujeto en la época de la muerte del sujeto), que ha venido explorando y evaluando las relaciones entre los sujetos, tanto en el sentido de la constitución del sujeto individual, como en el sentido de la fundación del pacto social. Como ha observado Wendy Hollway (1989) se ha pasado de la influencia de Lacan y Foucault a la de Melanie Klein, con su acento sobre las relaciones entre las personas en lugar de las que se dan en el interior del individuo como lugar de negociación de significados. Algo parecido se encuentra en el último libro de Juliet Mitchell (2000) que reivindica la importancia primaria (infravalorada hasta el momento), en la formación del sujeto, de las relaciones entre iguales, hermanos y hermanas, frente a la importancia de la relación entre padres e hijos.
Obviamente, la intersubjetividad, siempre había estado presente en mis trabajos, en tanto que constituía el fundamento de los testimonios orales, cuya recopilación en los años setenta originó mi reflexión sobre la subjetividad (dirigida después a otros terrenos, como los de la identidad europea y los de la relación entre identidad y emoción dentro de una crítica del eurocentrismo). Me daba cuenta de que la intersubjetividad era el fundamento, tanto de la interpretación como de la creación de la entrevista, ya que la narración y su sentido se generan en contextos de intercambio. La fundación de la memoria oral reside, precisamente, en el hecho de que la investigación asume un tejido de narraciones preexistentes a la entrevista como expresión de una intersubjetividad respecto a la cual, los investigadores deben encontrar el modo de acceder y de registrarla; a esto me refería usando expresiones como «espacios discursivos», por ejemplo, de mujer, en mi primer trabajo con las fuentes orales (Passerini, 1984). Sin embargo, no saqué todas las consecuencias de este conjunto de factores para la concepción del sujeto y de la comunicación intersubjetiva. Por usar la expresión de Hans Blumenberg (1985), es una línea de comunicabilidad intersubjetiva que hace posible narrar y renarrar ciertas partes del mundo, una línea conectada con las capacidad humana de inventar mitos e historias, pero también de recibirlos o hacerlos suyos y realizarlos.
El carácter intersubjetivo se encuentra presente en un término que se ha consolidado en los últimos años en el ámbito de varias disciplinas: la expresión «memory work», trabajo de memoria, para indicar la potencialidad de la intersubjetividad rememorante o del recuerdo intersubjetivo. Frigga Haug (2000) ha considerado como «método sociológico» el adoptado por un grupo de mujeres de edad entre veinte y sesenta años para escribir, en tercera persona, sobre el tema: «una situación en la que he sentido miedo»; el proceso colectivo de reinterpretación ha hecho emerger el carácter sexuado del miedo y ha permitido ir más allá de la superficie de la memoria escrita. El «trabajo de memoria» llevado a cabo por un grupo de doctorandos y por Richard Johnson en el Centre for Contemporary Cultural Studies de la Universidad de Birmingham trataba sobre el tema de la popularidad del nacionalismo: cada participante debía escribir un episodio personal asociado con este tema. Las historias recogidas muestran el entrelazamiento de política e historia y el carácter intersubjetivo de la memoria personal. Uno de los objetivos de este trabajo de memoria era plantear la discusión sobre los estilos dominantes de escritura académica y sobre las jerarquías académicas de competencia (Clare y Johnson, 2000). El trabajo intersubjetivo de memoria muestra así su potencial para crear lugares de resistencia e innovación respecto a las instituciones y las formas de saber. Finalmente, el carácter intersubjetivo de la memoria individual queda demostrado también por el trabajo de memoria realizado en el área límite de la «autobiografía revisionista», es decir, por una reflexión crítica sobre el propio ejercicio autobiográfico como el realizado por Annette Kuhn (2000). Las disciplinas de origen de estos ejemplos, sociología, historia y literatura, muestran la polivalencia del método.
El cambio en la concepción de la subjetividad ha tenido lugar, tanto en el ámbito individual o autobiográfico como en el ámbito colectivo del debate científico, y sobretodo, en el de la teoría feminista, no sólo por una causa interna de coherencia del discurso en su conjunto. En él ha actuado, también, la creciente conciencia del carácter intercultural —a parte de interdisciplinar— del trabajo intelectual. La decidida entrada en la escena del sujeto de aquellos considerados «otros», trabajadores, mujeres, negros y muchos más, ha hecho inevitable la conciencia de la pluralidad de los sujetos y de las relaciones entre ellos. La percepción de la diáspora de la cultura como problema ineludible de toda investigación contemporánea, ha sido acompañada por la angustiosa preocupación por el papel que, como sujetos, Europa y Norteamérica han seguido desempeñando en el mundo. Por lo que a mí respecta, las guerras europeas, especialmente la de Yugoslavia, han tenido un papel determinante en este proceso de reflexión. La más reciente, la de Kosovo, me ha impulsado a retomar la práctica de la recogida de la memoria oral en dos investigaciones emprendidas en 1999. Una de ellas, que tiene como objeto las mujeres y que ha sido patrocinada por el Centro delle Donne de Bolonia y por Women’s World, una asociación de mujeres de Nueva York, no está todavía terminada y pretende documentar la memoria de las mujeres kosovares antes y después de la guerra; la otra, promovida por el IOM (International Organization for Migration), ha dado lugar, hasta el momento, a la publicación de Archives of Memory (Losi, Passerini, e Salvatici, 2001), un vídeo y una página web. En el curso de estas investigaciones y de la elaboración de sus resultados, la primacía de la intersubjetividad ha alcanzado, según mi opinión, una nueva relevancia en lo referente a la aproximación metodológica e interpretativa.
La intersubjetividad dirige, de hecho, las posibilidades de transformación que caracterizan las expectativas de tales investigaciones. La pretensión de transformar se ha convertido en prioritaria en el curso de estas investigaciones, en el triple sentido de la expectativa de transformación de las narraciones, de los sujetos que investigan y de los sujetos que narran. En el caso de Kosovo, el trabajo de investigación había partido del reconocimiento de la heterogeneidad de las subjetividades comprometidas (a causa de las distintas bases religiosas, nacionales, ideales) y del deseo de ejercer una solidaridad y un intercambio que respetasen tal heterogeneidad, sin negar las más extremas situaciones de contraposición y al mismo tiempo sin renunciar a discernir las nuevas formas de intersubjetividad. «Cada entrevista abría un espacio de intersubjetividad entre voces y experiencias, en el cual, la solidaridad, las tensiones y los desacuerdos se reflejaban recíprocamente» (Capussotti, 2001).
En la investigación llamada a constituir los Archivos de la Memoria en Kosovo, los investigadores encontraron una narración dominante en todos los grupos entrevistados (kosovares, albaneses, serbios y gitanos) que se basaba en la constelación agresor-víctima-salvador; en este marco se reservaba a la memoria individual la única misión de convertirse en el arma de una identidad colectiva de naturaleza defensiva, atajando en términos de economía libidinal (Mai, 2001). El objetivo, por una parte, consistía en documentar la naturaleza heterogénea de la subjetividad, suspendiendo el juicio sobre aspectos cruciales, tales como la condición de la mujer, pero, por otra parte —gracias también a un trabajo de dramatización teatral basado en las entrevistas— trataba de remover las relaciones entre lo individual y lo colectivo para dar voz a algo que existía antes de la intervención de los investigadores: «Nuestra presencia servía para dar transparencia a una conexión que ya estaba implícita y que tendía a subrayar los mecanismos de autorrepresentación colectiva frente a una comunidad internacional» (Salvatici, 2001).
Mi participación en este experiencia, aún sin ocupar una posición central (realicé entrevistas a los gitanos supervivientes de la guerra en campos italianos y participé en la interpretación del material recopilado), me planteaba interrogantes apremiantes. ¿Qué sucede cuando se introducen sobre la escena de la historia y de la memoria los sujetos individuales que, no siempre de manera completamente consciente, son portadores de dos formas ligadas de subjetividad colectiva: la de las disciplinas historico-sociales, incluidas sus formas institucionales, y la de una comunidad internacional de contornos vagos pero con graves responsabilidades (en este caso, la indiferencia de Europa respecto a la antigua Yugoslavia, después la guerra de la OTAN y, finalmente, una campaña de ayuda caracterizada a menudo por la confusión y la incompetencia)? Aceptar el tema de la intersubjetividad en esta situación ha de suponer inevitablemente una asunción de responsabilidad compleja. Entre las tareas de aquellos que trabajan sobre la memoria y sobre la intersubjetividad se halla, por supuesto, la revisión de las categorías conceptuales y de las formas de interpretación. Creo que esta tarea va en la misma dirección de la crítica del eurocentrismo que he iniciado en otros trabajos, pero soy consciente de los límites de lo que, hasta el momento, se ha hecho sobre este terreno en Europa; es urgente que nos comprometamos, siguiendo el ejemplo de planteamientos como los de los Subaltern Studies, a fin de que, con posterioridad, se den pasos para transformar las relaciones entre el sistema de conocimiento de Occidente y las culturas y pueblos convertidos en su objeto de estudio (Guha 1997).
La intersubjetividad es el tema que liga todos los ensayos de esta colección. La memoria y la utopía connotan dos actitudes distintas del sujeto, una orientada hacia el pasado y la otra hacia el futuro, que convergen en un fuerte anclaje en el presente. Las dos posiciones comparten el carácter crítico de la relación con la actualidad que hace que este anclaje, gracias a los estímulos provenientes del pasado y del futuro, devenga móvil. Esto sólo es posible sobre la base de una concepción de un sujeto no unitario, sino autorreflexivo, capaz de reflexionar y de ironizar sobre sí mismo (cfr. I, 2): la intersubjetividad se halla enraizada en su constitución, en otras palabras, la relación con el otro es constitutiva del sujeto. La intersubjetividad define los términos de la constelación que se halla en el centro de esta recopilación: la memoria se concibe como relación entre el presente y el pasado, entre el silencio y la palabra, entre el individuo y la colectividad, y de este modo, como narración estructurada de formas de olvido individuales y colectivas (I, 1); la utopía se ha analizado en dos formas históricas: como compromiso crítico con la cultura y con la sociedad, posibilitado por el mantenimiento del estado de deseo en una comunidad no de sangre como la del sesenta y ocho (I, 3), y como formulación de una concepción de Europa y de ser europeo que critique todas las formas de eurocentrismo y reconozca la aportación del otro (por ejemplo, el género y la raza) como constituyente del sujeto (II, 4 y 5). En este sentido, la primacía de la subjetividad representa el eje en torno al cual gira la reflexión de mis anteriores posiciones sobre el sujeto en perspectiva histórica. El carácter ego-histórico de la reflexión debe ser tenido en cuenta para justificar las referencias a mis escritos anteriores.
Hasta aquí, he dedicado mi introducción a subrayar los nuevos desarrollos contenidos, implícita o explícitamente, en esta recopilación. En adelante, quisiera evidenciar algunas conexiones entre los escritos que la componen. En primer lugar, existen profundos lazos entre los ensayos que constituyen la Primera parte: la memoria (I, 1) es entendida como una forma de la subjetividad, incluso como una forma principal, la vía directriz de los historiadores para acercarse al tema del sujeto. Ha sido también mi vía personal. Siempre he considerado la memoria como una forma de subjetividad y en esta opinión se han inspirado mis intentos de interpretarla. Pero creo que es una opinión ampliamente compartida. En nuestros días, un gran debate sobre la conmemoración y el luto tras traumas colectivos como los que tuvieron lugar en tiempos de los totalitarismos, insiste sobre la pluralidad de los sujetos y sobre el carácter intersubjetivo de la memoria.
La subjetividad aparece en estos ensayos bajo la luz del sujeto sexuado (I, 2). Precisamente, las aportaciones más interesantes y numerosas de los últimos decenios para reformular el concepto, provienen del campo de la teoría feminista. En este campo, la categoría de subjetividad se ha convertido en un punto teórico central que, como horizonte conceptual, resulta decisivo incluso cuando el tema en cuestión no es exactamente el de la diferencia sexual. La conexión entre subjetividad y género es pues fundativa, en el sentido propuesto por Sally Alexander (1994) subrayando las novedades introducidas en el estatuto epistemológico de la historia desde una perspectiva feminista: «La historia feminista intenta identificar las interrupciones y los silencios en la historia —no sólo con la esperanza de restituir un pasado más pleno sino con la de escribir una historia que comience desde otro lugar. La subjetividad podría ser este «otro lugar», no tanto y no sólo, en el sentido de que la subjetividad es la sede de la diferenciación sexual, sino sobre todo, en el sentido de que ésta liga el pasado con el futuro gracias a la memoria y a la imaginación, establece un puente entre realidad y fantasía, y, finalmente, posee siempre una dimensión inconsciente».
La utopía (I, 3) se configura como un impulso de la subjetividad que asume una posición decididamente orientada hacia el cambio en el proceso histórico. Richard Càndida Smith, en sus trabajos sobre la historia de las vanguardias artísticas californianas, ha establecido un estrecho lazo entre ambos conceptos: «la utopía radical era una manera de utilizar los elementos de la experiencia subjetiva para reformular la organización social» (Richard C. Smith, 1995); «la aspiración utópica se convierte en una vía lógica para expresar la respuesta subjetiva a relaciones sociales conflictivas» (Richard C. Smith, 1999). Esta conexión puede asumir significados muy diferentes: mientras Smith muestra la relación entre una subjetividad masculina específica, situada en el centro de un contexto patriarcal, y la propuesta utópica de los artistas y de sus investigaciones, para otros autores, entre los que se encuentra quien escribe, parecía posible aislar una relación entre la subjetividad del mayo francés —y en general de las alas radicales de los movimientos de estudiantes y de mujeres en los años sesenta y setenta— y la utopía de una comunidad libre fundada no sobre lazos de sangre sino sobre afinidades electivas.
Los ensayos de la Segunda parte hacen referencia a una utopía concreta, al valor utópico que tuvo la idea de una Europa unida en el periodo de entreguerras, que ha sido recientemente retomada en varias intervenciones como la de Bronislaw Geremek (2002) y la de Václav Havel (2002). Resulta significativo que se trate de una utopía problemática y provisional, que se sitúa sobre el plano cultural, con posibles repercusiones políticas, y que exige un gran trabajo crítico sobre el eurocentrismo en el campo cultural. En otros trabajos he emprendido la tarea de construir una memoria de la utopía europeísta como fundamento de una identificación —no de una identidad— frente a una posible Europa. La relación entre las dos partes de este libro no consiste solamente en el añadido de nuevos temas, ligados a Europa, sino más bien en el intento de encontrar, desde una perspectiva crítica, una articulación y una especificidad histórica de los temas de la subjetividad y la utopía. Si se puede prescindir de un modelo empírico para una nueva forma de comunidad utópica es un problema que, para evitar toda referencia a una idea autoritaria de utopía, deberemos situar en el centro de nuestras investigaciones.
Precisamente, en lo referente a temas europeos, se pude observar que el concepto de subjetividad es mucho más fluido y maleable que el de identidad. Por lo que su utilidad para la didáctica es innegable: se adapta a múltiples proyectos de investigación y recibe nueva luz y nuevos significados, como me sugieren mis experiencias y los novedosos usos que he visto hacer, en su periodo de formación, a algunos de los alumnos que he tenido la fortuna de tener; pero al cabo de un tiempo trabajando juntos el concepto de subjetividad constituyó un terreno compartido para comunicar adecuadamente la experiencia de nuestras investigaciones.
Hay varias direcciones abiertas en el campo de la investigación sobre la subjetividad en la historia, y los problemas deben afrontarse de manera innovadora y con mayor profundidad: entre ellos la relación entre experiencia y discurso; la relación entre subjetividad y poder; la relación entre subjetivación y objeto. Quisiera citar, para cada una de estas direcciones, el trabajo de jóvenes estudiosos que han innovado el alcance y el significado del concepto de subjetividad.
En los estudios sobre migraciones, el concepto de subjetividad ha introducido grandes cambios metodológicos: los trabajos más recientes afrontan el tema de la emergencia de nuevas formas de subjetividad en el proceso migratorio y su «articulación temporal dentro, o gracias a, circuitos entrecruzados de subjetivación» colectiva e individual. En esta perspectiva «la subjetividad migratoria es una estrategia de escritura y un proceso de elaboración de la palabra «migratorio»», mientras el análisis histórico ha tendido siempre a mostrar también el malestar y la imposibilidad implícita en el proceso de definir a los emigrantes (Laliotou, en curso de publicación). En tal aproximación, se ve bien cómo la noción de subjetividad transforma al mismo tiempo el objeto y el sujeto de la práctica historiográfica.
Una investigación sobre los prisioneros políticos en la guerra griega ha mostrado la potencialidad del concepto de subjetividad en relación con el de poder (Voglis, 2002). Prácticas violentamente represivas como el arresto, el encarcelamiento, la tortura y los trabajos forzados han sido constitutivas del sujeto de los prisioneros, pero la subjetividad está propiamente constituida por relaciones y procesos, se sitúa en el intercambio de estructura y agente; los prisioneros políticos, asumiendo diversas posiciones como sujetos dentro de la colectividad de la prisión —también ésta es una forma de intersubjetividad—, encarnan diversos aspectos de la subjetividad del prisionero. Partiendo de una constitución del sujeto en el sentido foucaultiano de la relación con el poder del que depende, este análisis llega a la individuación de un sujeto activo y responsable capaz de ser antagonista.
Sobre la tercera cuestión, me parece observar en la contemporaneidad (el siglo XX, pero sobre todo los últimos treinta años) una tensión entre la subjetividad como memoria nostálgica o como reivindicación afirmadora de los derechos propios —incluyendo las me-cultures de los movimientos alternativos— y la subjetividad incorporada a objetos, que se consuma de manera similar ya sean estos viejos, antiguos o nuevos. Entre ambas aparecen formas de subjetividad, a primera vista, alienadas, pero que encierran posibilidades antagónicas. La relación entre subjetividad y objeto me parece una de las próximas fronteras a investigar, ya se trate de obras de arte, de máquinas o de bienes de consumo. Se podría retomar la observación de Marx según la cual la subjetividad se presenta escindida entre aquellos que sólo tienen la posibilidad de ser sujetos en sentido pleno, pero a quienes las condiciones de represión y explotación se lo impiden, como los trabajadores, y las fuerzas que parecen ser los sujetos del devenir histórico pero no son capaces, como lo es el capital, de tener conciencia y responsabilidad. En otras palabras, se podría pensar en una ampliación del significado de la escisión entre sujeto humano y objetos, entendiendo éstos últimos como máquinas, materia, bienes.
La relación entre identidad y objeto ha sido estudiada en interesantes investigaciones sociológicas (Leonini, 1988) y explicada en páginas de gran maestría literaria (Byatt, 1978). Una innovadora investigación sobre la construcción de la sociedad de consumo en Italia desde los años treinta hasta hoy no sólo explora las conexiones entre formas de la subjetividad y de la percepción de sí, por un lado, y ciertas categorías de objetos de consumo y su conceptualización, por otro, sino que más en general indica la aparición de nuevas formas de subjetividad del consumidor. En éstas se encuentran unidos el sujeto, la situación y el objeto, dando lugar a una especie de socialidad objetualizada; sobre la base de prácticas discursivas que se refieren a esta fusión, los consumidores afirman una irreductibilidad como individuos y un estatus compartido, al menos en ciertos aspectos de su vida (Arvidsson, 2002).
Finalmente, quisiera terminar esta introducción con una consideración metodológica. El enfoque adoptado en este ensayo es, como en otros muchos de mis trabajos, un procedimiento por acumulación o mejor una encrucijada de la obra de otros. Me gusta leer este proceder como un modo de ejercer una forma de intersubjetividad y de afirmar su primacía también en este plano. Por otra parte lo considero una manera de mostrar que cada investigación y cada escritura son un proceso en marcha, un diálogo con otros, en varias partes del espacio y del tiempo. Por eso tienen tanta importancia en mi trabajo las citas y las referencias: entre ellas, el nuevo texto se mueve «como una enredadera entre las rocas» (Cristina Campo, en De Stefano 2002, p. 102), remitiendo a la confortable certeza de que el arte de escribir presupone el de leer (Alessandro Spina, ibid.).