Читать книгу El plan del jeque - Lynne Graham - Страница 6
Capítulo 2
ОглавлениеRARA vez me dices que un hombre está bueno –dijo Maya, preocupada–. ¿Estás segura de que no corres peligro con él en ese apartamento? ¿No será un tipo sórdido?
–Desde luego que no. Creo que ni siquiera se ha dado cuenta de que soy una mujer –replicó atropelladamente Izzy, con el teléfono sujeto contra el hombro mientras metía mantequilla y huevos en el carrito que empujaba el guardaespaldas–. Creo que estaba en el lugar y el momento adecuados cuando se ha dado cuenta de que necesitaba una cocinera, y ya sabes que me hace falta dinero.
–El dinero hace falta siempre, ¿no? –dijo Maya y suspiró–. Escucha, voy a volver a casa un par de días. Mamá tiene una infección y necesita ayuda con Matt. No es nada serio, pero ya sabes que le cuesta respirar y enseguida se cansa.
Izzy asintió mientras elegía una variedad de vegetales para hacer una ensalada.
–Dales un beso de mi parte –se despidió.
Luego se fue a buscar leche y café, además de azúcar y algunos otros condimentos al acordarse de que la cocina estaba completamente vacía. También se preguntó si debía comprar algo para la cena, pero decidió que no. Si era muy quisquilloso, y seguro que lo era, sería mejor que antes le dijera qué quería. ¿Quién no encargaba comida a domicilio? Nadie que ella conociera.
Por otro lado, tampoco conocía a nadie que tuviera guardaespaldas. ¿A qué venía tanta seguridad? Tal vez fuera comerciante de diamantes, un peligroso delincuente con muchos enemigos o un asesino a sueldo en una misión para un gobierno. Izzy se entretuvo con aquella idea mientras terminaba las compras, pendiente continuamente de la hora. El tiempo límite que Rafiq le había dado se acercaba a toda velocidad.
Sintió alivio al ver que el guardaespaldas que la acompañaba sacaba una tarjeta para pagar y al instante se dio cuenta de por qué la había mandado con ella. Izzy se sonrojó, avergonzada ante la idea de que no habría podido afrontar los gastos de esa semana porque había recortado sus turnos para hacer los exámenes finales. Una vez más, Maya se estaba haciendo cargo. Sus ingresos eran superiores y casi había acabado el doctorado. Aun así, a Izzy solo le quedaba un año más con su presupuesto de estudiante, aunque eso solo dependía de que consiguiera el título con una media aceptable.
No había ni rastro de Rafiq cuando volvió al apartamento. Enseguida descubrió las deficiencias de un espacio de cocina al que nadie esperaba que se le diera uso. Una vez superadas las dificultades, cuando le puso el plato con la tortilla y un poco de ensalada frente a él, se sintió orgullosa de lo que había conseguido, aunque le pareció una cena escasa para un hombre de más de un metro ochenta de estatura.
–Deberías haber pedido una cena más contundente. Podía haber comprado patatas o arroz. Claro que a lo mejor vigilas tu alimentación para no ganar peso o limitas la ingesta de carbohidratos.
Mientras concluía sus especulaciones, sus ojos se encontraron e Izzy sintió como si un tridente la atravesara. De repente el pecho se le cerró. No podía respirar y la boca se le había quedado seca. El corazón le latía desbocado.
–¿Hay muchos hombres que controlen la ingesta de carbohidratos? –preguntó Rafiq interesado.
Hizo caso omiso del guardaespaldas que debía probar la comida antes que él y confió en que captara la indirecta de que pensaba saltarse aquella regla.
–Sí, los culturistas. ¡Pero si conozco hombres que usan más maquillaje que yo!
Rafiq estaba muy entretenido con aquella conversación. Estaba acostumbrado a que la gente que se relacionaba con él hablara de temas más conservadores y aburridos con el propósito de no ofenderlo.
–Siéntate y charla conmigo mientras como –le dijo y sonrió.
Sorprendida por la sugerencia y llevada por aquella sonrisa que había iluminado su rostro, Izzy se sentía flotar.
–Bueno… Iba a prepararte café y no tienes mucho tiempo.
–Olvídate del café. No me importa beber agua y la tortilla está muy buena –afirmó Rafiq, inclinándose hacia atrás para apartar la silla de su derecha–. Siéntate –volvió a decirle–. ¿Te das cuenta de que todavía no sé tu nombre?
–Izzy Campbell. Izzy es la abreviatura de Isabel, pero me han llamado Izzy desde siempre.
Indecisa, Izzy vaciló antes de sentarse a su lado. Estaba tan cerca de él que podía percibir su olor, una mezcla de madera de sándalo, jabón y esencia masculina. Por un segundo sintió la tentación de hundir la nariz en él y no pudo evitar sonrojarse. Le afectaba de una manera extraña, reconoció con angustia.
–Háblame de esos hombres que usan maquillaje –la animó.
Rafiq se daba cuenta de que estaba tan desconcertada como hechizada por la fuerte atracción sexual que había entre ellos.
Izzy reparó en que sus pestañas eran tan largas y tupidas como flecos de terciopelo mientras le hablaba de un conocido que, para impresionar a una chica, se aplicó maquillaje en el cuerpo para hacer resaltar sus músculos. Luego mencionó a un buen amigo que usaba delineador de ojos para resaltar sus ojos azules.
Rafiq suspiró con desgana y miró la hora en su teléfono, antes de apartar su plato vacío.
–Tengo que irme ya.
–No me has dicho a dónde vas –se atrevió a decir Izzy.
–Tengo una reunión de negocios –mintió Rafiq.
Si le contaba que iba a inaugurar un centro de investigaciones en la universidad en la que había estudiado, su secreto quedaría al descubierto. En cuanto supiera que era miembro de la familia real de Zenara, su forma de comportarse podría cambiar y no quería que eso ocurriera. Se levantó de su asiento y su mirada se detuvo en sus labios generosos. La imaginación se le disparó. Se aferró con fuerza al respaldo de la silla en la que se había sentado para contener el impulso de atraerla entre sus brazos. Era demasiado pronto para eso, sobre todo teniendo en cuenta que ni siquiera había empezado a flirtear con él. ¿Qué pasaría si no lo hacía? Estaba demasiado habituado a ir sobre seguro y era la primera vez que estaba probando algo diferente. Aquello le ponía un poco nervioso ya que su experiencia con mujeres fuera del matrimonio apenas era de año y medio y un puñado de revolcones.
–Esta noche prepararás la cena y luego la tomaremos juntos.
Ella frunció el ceño.
–¿Estás seguro?
–Sí, quiero disfrutar de tu compañía –contestó Rafiq sin dudar.
Rafiq se marchó con sus guardaespaldas e Izzy se apresuró a recoger la cocina para acabar con las tareas de limpieza que todavía tenía pendientes. Cambió la cama, limpió el cuarto de baño del dormitorio y pasó la aspiradora sin dejar de dar vueltas a la invitación de Rafiq. No se trataba de una cita sino de hacerle compañía. Aun así, tenía que estar interesado en ella de alguna manera. Se miró los vaqueros desgastados y la camiseta. ¿Quería comer con él con aquel aspecto? Tampoco era cuestión de ponerse de tiros largos y maquillarse, pero no había nada malo en arreglarse un poco.
Izzy volvió caminando al apartamento que compartía con Maya y buscó en su armario antes de hacerlo en el de su hermana. Alguna de su ropa le valía, a pesar de que era más alta y delgada. Al final eligió un vestido de Maya. Después de darse una ducha rápida, se lo puso. Era verde, elástico y resaltaba sus curvas, aunque era un poco largo. Pero era la mejor elección que tenía. Al menos no era llamativo ni demasiado corto, lo que le daría el aspecto de estar tratando de impresionarlo.
Aunque lo pretendiera, sabía muy bien cómo impresionar, le dijo una voz en su cabeza. Se maquilló un poco y se puso unos zapatos de su hermana. Para cenar con un hombre tan atractivo era lógico hacer un pequeño esfuerzo, se dijo a modo de excusa.
De vuelta al apartamento, se detuvo a hacer la compra para la cena. Se arrepintió de no haber comprado antes los ingredientes porque su cuenta bancaria andaba un poco escasa, lo que le limitaba los platos que podía cocinar. Se decidió por comida tailandesa y, después de abrir la puerta del apartamento con la llave magnética, se dirigió a la cocina.
Apenas llevaba cinco minutos cuando apareció Rafiq con una botella de vino en la mano como si la hubiera estado esperando.
–¿Qué tal tu tarde?
Por suerte, no sabía que había pasado la mayor parte del tiempo limpiando el apartamento. Izzy sonrió, consciente de que su nivel de vida era completamente diferente al suyo.
–Nada especial –contestó tranquilamente, decidida a no ponerle en un apuro con una respuesta sincera.
–Esperemos que la noche sea diferente –murmuró y dejó el vino cerca de donde Izzy estaba cortando la verdura–. ¿Dónde están las copas?
Era evidente que Rafiq no estaba acostumbrado a que una mujer cocinara para él y mucho menos a moverse en una cocina mientras se preparaba la comida. Abrió el armario de los vasos y sacó unas copas de vino. Trató de no fijarse en él puesto que se había cambiado de ropa. Se había quitado el traje de chaqueta y llevaba unos vaqueros y una camisa negra con el botón del cuello desabrochado. Seguía estando muy guapo.
Mientras servía aquel líquido dorado en las copas, Izzy se fijó en la etiqueta y no pudo evitar arquear las cejas. Champán. ¡Y del mejor!
Se sentía fuera de lugar observándolo por el rabillo del ojo apoyado en la encimera mientras ella cocinaba. A punto estuvo de soltar un gruñido consciente de que estaba con un hombre que no parecía haber estado en su vida en una cocina en funcionamiento. Le resultaba tierno ver cómo se esforzaba en parecer tranquilo y relajado a pesar de que su postura denotaba tensión, y se compadeció de él.
–¿Por qué no vas y te sientas en la otra habitación mientras termino aquí? –sugirió Izzy antes de tomar su copa y dar un trago.
–Si eso es lo que quieres… Pero no me parece bien dejarte aquí sola.
–No pasa nada. Será cuestión de unos minutos.
–Estás muy guapa con ese vestido –dijo Rafiq y recorrió las curvas de su cuerpo con una ansiedad que Izzy percibió.
Por un instante aquella mirada la contrarió, pero enseguida se evaporó aquella sensación. Hacía tan solo unas semanas que había estado comentando con su hermana lo exigentes que eran con los hombres. Les resultaba incómodo ser las únicas vírgenes que conocían. Se habían empeñado en aferrarse a algo que el resto de la gente de su edad ya había superado. De adolescentes estaban convencidas de que el hombre perfecto aparecería, pero ya no eran tan ingenuas. Los hombres que conocían no valoraban esa inocencia sexual y habían llegado a la conclusión de que reprimirse carecía de sentido.
Después de todo, incluso su madre no había esperado a casarse. Lucia había sido muy franca al contar a sus hijas que había conservado hasta los veinticinco años lo que sus tradicionales padres le habían aconsejado que conservara. Pero se había cansado de seguir la creencia popular de que tenía que mantenerse pura. Los hombres con los que se había relacionado habían estado lejos de ser respetuosos y, locamente enamorada de su padre, nunca se había arrepentido de aquella decisión, a pesar del rechazo de su familia.
Así que, cuando Rafiq la devoró con la mirada, Izzy se sonrojó, a la vez que se daba cuenta de que podía tenerlo. Se sintió traviesa, atrevida y desvergonzada, pero no pudo contener el calor que brotaba de su cuerpo. El deseo que a él no le importaba mostrar, estaba invadiéndola a ella también. ¿Por qué disimular? Había despertado algo en su cuerpo y la estaba haciendo desear lo que nunca había deseado. A saber cuándo volvería a conocer a un hombre que le produjera un efecto así.
Izzy trató de mostrarse indiferente mientras intentaba controlar el torbellino de emociones que la invadían. Llevó el primer plato a la mesa y se sentaron a comer.
–¿Qué tal tu reunión? –preguntó como si tal cosa.
–Lo habitual. Preferiría hablar de otra cosa. Háblame de ti.
En pocas palabras describió a su familia. Rafiq le preguntó por su hermano Matt.
–¿Lo suyo es de nacimiento?
–No, se cayó de una escalera siendo muy pequeño y se rompió la columna. Se quedó paralítico de cintura para abajo. Ahora tiene once años y lleva tanto tiempo en silla de ruedas que ya está acostumbrado –respondió Izzy orgullosa–. Pero cuidar de él es duro así que Maya y yo ayudamos en todo lo que podemos. Cuando por fin tenga un trabajo a jornada completa, podré hacer más.
–¿Y eso será pronto?
–Bueno, no. Si todo va según lo previsto y consigo una buena nota, el año que viene haré un curso de formación –explicó Izzy–. Quiero ser maestra de primaria. Maya seguramente conseguirá un buen trabajo. Se le dan muy bien los números.
No estaba dispuesta a contarle la vergonzosa realidad de que sus padres se ahogaban con las deudas que habían acumulado durante años. Corrían el riesgo de perder su casa, especialmente adaptada a las necesidades de su hermano. Todas sus opciones se reducían al dinero, lo cual era angustioso, pero si por alguien sentía más pena era por su hermana. Maya no tenía ningún interés en trabajar en la bolsa, pero dado que era un trabajo muy bien pagado, no le quedaba otro remedio que hacerlo. Al menos Izzy, siendo a la que peor se le daban los estudios, iba a tener la oportunidad de dedicarse a lo que quisiera.
–¿Dónde están tus guardaespaldas? –preguntó con curiosidad deseando cambiar de tema.
Una casi imperceptible mancha de color se extendió por las mejillas de Rafiq. Los cuatro guardaespaldas contratados ante la insistencia de su tío habían desaparecido del apartamento mientras que los otros dos que llevaban tiempo al servicio de Rafiq disfrutaban de una noche de descanso. Le dolía en su orgullo que, a pesar de ser un hombre hecho y derecho, tuviera que recurrir a esas tretas para huir de la falta de intimidad que suponía tener aquella seguridad.
–Les de dado la noche libre porque no voy a salir.
–Háblame de Zenara –le pidió Izzy.
–¿Aunque no hayas oído hablar de mi país jamás?
Izzy se sonrojó y alzó la barbilla.
–Te has sentido ofendido, ¿verdad?
–Claro que no –replicó Rafiq, reparando en su mirada azul zafiro y en sus mejillas sonrosadas.
–Sí, creo que sí. Bueno, lo siento, pero todos somos ignorantes en algo –dijo justificándose–. Espero que se me ocurra algún tema que no domines para dejarte en evidencia.
–No será en geografía.
Izzy apretó los labios y se encogió de hombros.
–Apuesto a que te hubiera ido mucho mejor que a mí en el examen de ciencias que hice esta mañana. No se me dan bien las ciencias ni poseo grandes conocimientos en cultura general.
Rafiq frunció el ceño.
–Pensé que estabas estudiando Filología Inglesa.
–Para completar mis estudios, este año he tenido que tomar dos asignaturas diferentes y todo el mundo decía que la asignatura de ciencias básicas era muy fácil –dijo Izzy y sonrió al recordarlo–. Bueno, Maya seguramente la habría aprobado sin dificultad con cinco años, pero yo no he sabido contestar alguna de las preguntas.
–Con un poco de suerte, habrás contestado las suficientes como para aprobar –la animó Rafiq–. Por lo que cuentas, llevas toda la vida sintiéndote eclipsada por una hermana muy inteligente. Ha tenido que ser muy difícil.
–En absoluto –protestó Izzy levantándose para traer el plato principal–. Nunca he tenido envidia de Maya. Siempre me ha ayudado en todo lo que ha podido.
Rafiq se dio cuenta de que había tocado un tema espinoso.
–Será mejor que hablemos de Zenara –dijo desconcertándola por aquel brusco cambio de tema.
–No, tienes razón en lo que dices, aunque nunca he sentido envidia de ella –admitió Izzy volviendo de la cocina–. En ocasiones resultaba duro ser la hermana gemela de Maya porque la gente hacía comparaciones y ponía el listón muy alto. Pero la quiero y nunca se lo contaría. Al fin y al cabo, no era culpa suya.
–Claro que no era culpa suya. Tengo un hermano adolescente y también soy muy protector con él –le confió.
Izzy le sonrió, relajada, reconociendo su perspicacia y su inteligencia. Al ver el brillo de aquellos ojos oscuros sintió un aleteo de mariposas en el estómago. Era una sensación casi de embriaguez, a pesar de que apenas se había tomado una copa y media de champán.
–Nada hay más importante que la familia –subrayó.
Sin apartar la vista de su rostro animado y de la sonrisa que iluminaba su piel de porcelana, Rafiq apretó los dientes. Seguía sin coquetear con él y no acababa de entender cómo la conversación se había vuelto tan seria, como si estuvieran en una cita o algo así. ¿Cómo saber qué se sentía si nunca en su vida había tenido una cita? Pero cuando la miró y se fijó en sus grandes ojos azules y en aquellos generosos labios llenos de promesas, ardió en deseos como nunca lo había hecho por otra mujer. La tensión de su entrepierna casi le resultaba dolorosa. Estaba deseando hundir los dedos en aquellos rizos del color del atardecer en el desierto.
–Me ibas a hablar de tu país –le recordó Izzy.
Rafiq empujó el plato cuando acabó de comer.
–Cielo santo, tanto hablar y se me había olvidado el postre –exclamó Izzy, dirigiéndose presurosa a la cocina.
Rafiq no quería postre. Se preguntó qué pasaría si iba a la cocina, la tomaba entre sus brazos y la llevaba al dormitorio. Podía rechazarlo, darle una bofetada y decirle que no. En aquel instante prefería una reacción negativa que quedarse de brazos caídos. Lo habían educado para gobernar y cerrar negociaciones. ¿Y no era el sexo una forma de negociación, un intercambio en el que ambas partes sabían a lo que se exponían? No era posible que hubiera ido al apartamento con la única intención de cenar a solas con él, pero ¿cómo demonios saberlo?
Sintiéndose frustrado, Rafiq se quedó mirándola y advirtió un brillo especial en sus ojos. Echó hacia atrás su silla y se levantó. Izzy salió de la cocina con unos cuencos de fruta y, mientras los dejaba sobre la mesa, Rafiq la atrajo entre sus brazos.
Sin salir de su asombro, Izzy parpadeó y dejó escapar un jadeo. Había pasado de tener los pies en el suelo a sentirse flotar entre sus brazos mientras la besaba.
–Ahora mismo, solo tengo hambre de ti –susurró Rafiq.
Izzy se estremeció entre sus brazos, sus grandes ojos azules fijos en él con un brillo que ya no daba lugar a ninguna malinterpretación.
Después de aquel beso explosivo, el corazón de Izzy latía con tanta fuerza que no le llegaba el aire a los pulmones y aunque no esperaba que saltara sobre ella como una pantera y la levantara del suelo, tenía que reconocer que le gustaba sentir la ansiedad de sus ojos y labios. Era muy excitante, la cosa más excitante que nunca le había pasado. ¿No era triste para una persona de su edad? ¿Tan hambriento estaba Rafiq de ella? Era muy emocionante para una mujer que nunca había despertado una pasión tan intensa en un hombre respetuoso.
Y no solo era respetuoso, sino increíblemente apuesto.