Читать книгу No tengas miedo... Actúa - Mª Amparo Gimeno Tamarit - Страница 8

Capitulo 1

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Su mundo era casi de color rosa, ella lo tenía todo, juventud, belleza, dinero, qué más podía pedir. La falta de su madre la había suplido todo el amor que su padre le daba. Le consentía, pero también le exigía y vigilaba por si había que intervenir. Nunca había sufrido una negativa. Nunca había tenido problemas. Su infancia había sido un cuento de hadas hasta que con quince años su madre murió. Ella solo veía como se iba apagando, pero desconocía todo el proceso de su enfermedad. Se lo habían ocultado porque así lo quiso su madre.

Ahora con dieciocho años estaba estudiando, tenía coche, tenía amigas, y había conocido un chico guapísimo en la Universidad.

—Que bien así lo veré todos los días— pensaba ella.

Y así era. Cada mañana quedaban en la cafetería para desayunar juntos, pero así perdían una clase.

—No importa— decía él— total no hacemos nada con ese profesor. Sus clases no nos sirven y al final nos va a aprobar a todos.

Pero la verdad es que si importaba y María empezó por suspender esa asignatura.

Su padre lo dejó pasar. Era la primera vez, solo una, pero no iba a dejar que volviera a ocurrir.

En la cafetería de la Universidad les acompañaban amigos de Javier, compañeros de clase y de fuera. Cada vez el desayuno duraba más.

“Me tengo que ir”, decía María, pero con cualquier excusa la retenía, y ella se dejaba convencer y se quedaba.

Si su padre hubiera solamente sospechado lo que hacía en la Universidad, con toda seguridad estaría ya trabajando en lugar de estudiar. Nada de salidas, nada de coche y nada de novios.

Dejó de salir con sus amigas, entre otras cosas porque ellas no querían salir con Javier. No les gustaba. Era muy mandón y se rodeaba de gente poco de fiar. Pero no se atrevían a decírselo. Solo evitaban estar con ellos.

Pero María estaba ciega de amor, no veía o no quería ver nada de lo que rodeaba a su chico por mucho que los demás le dijeran

Se cuidaba muy mucho de no llegar tarde a casa. Eso sí que su padre no se lo permitía.

Era la niña de sus ojos, hija única y como tal él esperaba tanto de ella, que se veía muchas veces angustiada por si no era capaz de devolverle todo lo que él esperaba de ella. Que fuera culta, educada, independiente y que estudiase, entre otras cosas.

Aquel novio que tenía, no le parecía mal, no lo conocía todavía, ni a su familia, pero era guapo, parecía educado y además estudiaba en la universidad. Aquello era sinónimo de buena familia. Al menos eso creía.

Todas las tardes la recogía después de los estudios y salían un rato y nunca veía la hora de llevarla a casa. Siempre quería más.

—Espera un rato— le decía.

—No puedo, mi padre ya estará mirando por la ventana— contestaba ella.

María insistía hasta que lo convencía: “No puedo llegar tarde, si lo hago mañana no salimos. Este fin de semana te compenso”.

Siempre se sentía obligada a recompensarle por todo. Si salían, si iban al cine, si cenaban. Todo había que agradecérselo. Y ella lo veía bien. Al fin y al cabo él pagaba casi siempre. Pero cuando lo hacia ella nadie daba las gracias por nada.

María fue dejando de lado a sus amigas. Ya estaban cansadas de llamarla para salir y que dijera que no. Ella había elegido a su novio, y ellas se fueron apartando de su lado.

No se dio cuenta porque estaba siempre con Javier y para ella lo era todo, su amiga, su novio y su amante, pero dejaba atrás a la gente que la quería y que había estado toda la vida a su lado.

—¿María no vienes a bailar? Lo pasaremos genial— insistía Laura.

—No, salgo con ni novio— era siempre su respuesta.

Laura era vecina suya, ambas vivían en el mismo edificio y se veían constantemente.

—María deberías salir un poco con nosotras, ale vamos, tomamos algo y volvemos— le decía.

—De verdad que no Laura, no insistas. Estoy esperando que venga Javier. Pero no le contaba que no salía porque él no la dejaba, si se enteraba le montaba una rabieta que ella no sabía cómo manejar, así que era mejor no salir.

Nada, era inútil. Su única vida era él, nada había más allá de sus narices. Así que Laura también dejó de llamarla y de ir a su casa.

Aquel fin de semana fueron a la playa, era la primera vez que lo hacían. Era de noche. Varios coches se ordenaban en fila mirando el mar y la luna. Todos con los cristales empañados por la pasión que se vivía dentro.

Para María era la primera vez. Le parecía tan romántico.

Había llovido y el olor a la tierra mojada… ummmm, como le gustaba ese olor.

—Mira qué bello es mirar el cielo cuando lo ilumina la luz del rayo, ¿hay algo más hermoso?— decía.

Mientras Javier empezó a acariciarla, casi sin tocarla, suavemente.

Ella se dejaba hacer. Aquel era el dueño de sus sueños, de su cuerpo, de toda ella. Sabía que ya no podía decirle que no. Y casi sin tocar su ropa, la semidesnudo.

Sus labios acariciaron los de él y ni escuchó el tintineo que hacían las gotas de lluvia al golpear en los cristales de las ventanas.

“Qué hermoso, parece tan inocente”, pensaba mientras acariciaba su rostro.

De repente se oyeron unos golpes fuertes en la puerta del coche.

—Guardia Civil, Documentación.

“¡Qué vergüenza! ¿Y si me conocen? No creo”, pensaba mientras se arreglaba la ropa como podía y le daba el Documento Nacional de Identidad a Javier.

Éste salió del coche y habló con ellos.

—Váyanse de aquí. No es un lugar seguro a estas horas— dijeron y se fueron.

Le devolvió el carnet e inmediatamente se fueron de allí.

No fue el último sábado que pasarían en la playa por la noche, a María le gustó la experiencia, las caricias, los besos, la conversación sobre su futuro con él.

Era un embaucador, a todo le decía que sí y ella encantada.

El domingo no había quedado así que llamo a Laura y salieron a tomar unas copas. Se rieron las dos, hablaron de recuerdos de la infancia cuando jugaban en el colegio y en el patio de la escalera ellas dos.

—Cuantos años han pasado y que cambio. ¿Ha cambiado todo o no ha cambiado nada? Recuerdas cuando los niños jugaban en la calle, no habían coches no habían máquinas electrónicas, por desgracia si había cambiado todo. La edad, ellas.

María aspiraba a no haber cambiado mucho, pero era otra persona, estaba irreconocible.

Cuando se despidió Laura le dijo:

—Sé tú otra vez. Sigue persiguiendo tus sueños, eso te hará cada día un poco más libre.

Ambas sabían que ya no volvieron a salir juntas.

Pero María había equivocado su sueño o más bien la persona con quien llevarlo a cabo. Hay gente que pasa por tu vida un tiempo y otras que se quedan para siempre y dan sentido a la palabra amor, vida, familia. Para ella Javier representaba todo eso.

Le amaba. Y él a ella también. Y los comentarios de Laura no tenían cabida en la relación.

*****

Javier cumplía los 21 años, y eso significaba que irremediablemente tenían que separase. Llegó la hora de despedirse. Él tenía que ir a la mili, el servicio militar. La patria te llama como decía la televisión.

No habían tenido suerte en el sorteo que los militares realizaban para repartir a los muchachos por los diferentes cuarteles de España.

Iban a estar algo más de un año separados y por muchos kilómetros. Él solo en Galicia y ella en Valencia, en casa con los suyos. Era injusto, pensaba Javier, pero a todos les pasaba lo mismo.

Tenían que aprovechar los días o mejor dicho las noches que les quedaban.

María tenía exámenes, pero podían esperar. Si no aprobaba tendría mucho tiempo ese año para estudiar.

Cada fin de semana volvían a la playa.

Cada rincón de su cuerpo, cada curva, la dibujaba con sus dedos rozando el oro de sus pechos sin abrazarlos porque en los ojos de María veía el miedo.

María no quería y él se lo había prometido, pero cuán difícil era mantener esa situación en aquellos íntimos momentos.

Aquellos besos interminables, apretando los cuerpos hasta impedirles la respiración.

Su boca corría los caminos que su deseo dibujaba, pero él sabía que era todo cuanto le iba a dar.


*****

Llegó el día de su partida.

La estación estaba llena de jóvenes abrazando a la familia y a sus novias. El jaleo de idas y venidas era grande.

Ellos se despidieron delante de todos con un cordial abrazo que en nada hacía sospechar la pasión con la que la noche anterior bebieron los dos de sus respectivos labios la sabia del amor.

El tren empezó la marcha y cientos de jóvenes partieron hacia lugares lejanos de España dejando familias, novias, trabajos, estudios. En fin su vida aparcada por un año.

La llegada al cuartel fue en cierto modo divertida. En el tren había hecho amigos que iban a estar con él. Gente de Castellón, de Zaragoza. Ellos no lo sabían, pero iban a ser los mejores amigos.

Llegar y empezar a recibir órdenes fue todo uno.

“Sí mi sargento, sí mi cabo”, tenían que aprender a hablar a sus mandos, y no era fácil recordar cuantas puntas, cuantos galones tenían cada uno y como se debían dirigir. Aquella era la primera lección.

La segunda era que no se podían quejar absolutamente por nada. Todo estaba correcto y perfectamente hecho para ellos.

Así, en ese estado no era de extrañar que algunos quisieran abandonar, otros caían en depresión, y ya sabemos que más de uno dejó este mundo por desgracia incapaz de resistir esa vida.

Javier era fuerte, y tenía las ideas claras. Él obedecería por la cuenta que le trae y así cuanto antes regresaría a su casa y a su vida.

Mientras la vida para María seguía lentamente. Sus estudios no avanzaban demasiado bien. Siempre estaba pensando en él. Le había dado fuerte. Le echaba mucho de menos. Sobre todo por la noche cuando se acostaba no dejaba de pensar en los dulces besos que se daban, en las ganas que tenían de ser el uno del otro.

“Cierro los ojos, oigo la música, si tu no estas se tiñen de tristeza las canciones y mi mente vuela”, pensaba y escribía cuanto le venía a la cabeza para después escribírselo en sus cartas.

“¿El no besarle se puede aguantar? ¿El no pegarte a él y respirar su aliento?, no, no se puede. Solo en ese momento en que se nota tu ausencia, cambia el ritmo de la mañana. Mi mayor ilusión es seguir teniendo ilusión”.

Y en estos pensamientos estaba cuando llegó el cartero. Su primera carta.

“Querida María, quiero decirte que mi voluntad era escribirte antes, pero no he podido porque nos han tenido muy mareados con la revisión médica, enseñándonos el campamento, etc.

Hoy nos han dado la ropa y me viene bastante bien. Respecto al pelo, decirte que ya no hay. Ya volverá a crecer.

Escribiendo en serio, tengo ganas de verte y claro está también de meterte mano y no precisamente a la cabeza.

Siguiendo: he hecho un grupo bueno de amigos que compartimos todo.

La comida no está nada mal por el momento.

Solo me resta decirte y creo que eres lo más importante para mí, que recuerdes que no estoy aquí por mi gusto. Que soy tu novio, aquí, en China y en Rusia. Respétame y te respetaré.

Quiero que te lo aprendas de memoria y se grave bien en tu mente. Te quiero”.

Leía y releía la carta todos los días. Bueno al menos le decía que eran novios y que la quería, porque de manera oficial, él no le había pedido nunca ser su novio.

Ella respondía a sus cartas con verdaderas obras maestras de amor. Largas cartas llenas de poesía y con sabor a lágrimas.

Nunca hubiera podido imaginar que en ese momento de su vida iba a aparecer aquella maravillosa persona que nunca pensó conocer. Justo en el momento en el que más centrada tenía que estar. En la Universidad. Pero hagas lo que hagas, no dudes. Ya habrá tiempo de estudiar y tiempo para arrepentirse de no haberlo hecho.

*****

Las noches se hacían largas, eternas, escuchaba de madrugada la radio, canciones que la transportaban a las noches en las que estaban juntos. Parecía que su destino era levantarse por la mañana y sentir que su vida discurre alrededor de él y cuando él no está las mismas canciones suenan tristes.

Había vuelto a leer la carta varias veces desde la distancia de los días. Poca cosa le contaba. En verdad nada nuevo.

Si lograba concentrase algún rato, aprovechaba el poco tiempo que no pensaba en él para repasar, pero su cabeza no regía, no era capaz de memorizar. Tiempo perdido.

La magia de los sueños puede cambiar tu vida, todo empieza por creer en uno mismo y saber que tú puedes. Y ella podía. Lo había estado haciendo hasta ahora. ¿Por qué iba a cambiar? Nada tenía que cambiar. Soy como soy, siento como siento, a mi manera y tener el corazón compungido no es razón para dejar de hacer su vida normal, pero con la pasión que me lleva a quererle tanto.

“Deja de pensar estupideces y a estudiar. Menos mal que siempre hay una voz dentro que te ayuda y suele ser la tuya”, pensaba una y otra vez.

Una semana después llegó la segunda carta:

“Hola María, te escribo porque no tengo otra cosa mejor que hacer, y te digo esto en el buen sentido de la palabra”.

¿Aquello se podía leer con otro sentido que el que tenía? María alucinada siguió leyendo.

“Si no te he dicho nunca lo que pensaba respecto a ti y a mí ha sido porque tenía miedo, es porque perdona, pero conozco más tus defectos que tus virtudes”.

Otra vez tenía que parar y releer. No podía dar crédito a lo que leía. Tal vez lo estaba entendiendo mal. Ella no debería tener defectos para él.

“Sabes que yo te quiero, y es por eso por lo que sufro. Tengo miedo de ti, me preocupa tu obsesión por salir de casa, de ir aquí o allá. No puedo pensar que otro…

Soy consciente de que me he vuelto celoso pero te necesito y no te tengo.

Intenta ser mía. No salgas por ahí.

Hoy es un domingo perdido de mi vida que no recuperaremos jamás.

Necesito que me quieras y que me lo grites, TE QUIERO”.

“Dios como le quiero, se me abre el alma, no entiendo cómo puede pensar que voy con otros”, pensaba María.

Aquella carta había logrado hacerla sentirse mal. Preguntarse, ¿por qué? ¿En que había metido ella la pata? Rompió a llorar hasta que los ojos le dolieron y tuvo que cerrarlos. Solo el cansancio hizo que se durmiera.

Su padre se asomó, apagó la luz y la dejó con sus sueños. Dulces creía él. Oscuros en realidad.

Al día siguiente había que volver a la rutina. Todo en casa igual.

No iba a contarle nada de aquello a nadie. Su mejor amiga iba a ser ella misma, porque las demás le dirían que saliera y si él se enteraba iba a tener una fuerte discusión. Y para ella no merecía la pena. Si no pasaba nada el fin de semana iban a estar juntos. No sabía si le sacaría el tema o no.

—Dejaré que hable él…

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