Читать книгу Discursos IV - M. Tulio Cicerón - Страница 5
ОглавлениеEN AGRADECIMIENTO AL SENADO
INTRODUCCIÓN
1.
El marco histórico general de los discursos «post reditum»
Los siete discursos que conforman el presente volumen presentan una serie de características comunes tanto por el momento histórico en el que se sitúan como por las ideas, reiterativas en muchos casos, que en ellos se vierten 1 . Los seis primeros fueron pronunciados en los nueve meses inmediatamente posteriores (septiembre del 57 a mayo del 56) al regreso de Cicerón de su exilio: al día siguiente (5 de septiembre del 57) de su entrada triunfal en Roma manifestó su agradecimiento en el senado –Cum senatui gratias egit– a cuantos habían contribuido a facilitar su regreso y, dos días después, hará lo mismo ante el pueblo romano –Cum populo gratias egit–; a recuperar sus posesiones y, en especial, su casa del Palatino (de la que Clodio, el responsable directo del exilio del orador, se había adueñado para construir sobre sus cimientos una gran villa consagrada a la Libertad) están dirigidos el De domo sua ad pontifices (29 de septiembre del 57) y, en parte al menos, el De haruspicum responso (posiblemente mayo del 56); dos meses antes de este último discurso (marzo del 56), la defensa de uno de los personajes que más activamente contribuyó a su regreso (el Pro Sestio, discurso al que hay que añadir la interrogatio contra uno de los acusadores, In Vatinium) será aprovechada por Cicerón para abordar, una vez más, las razones de su exilio, la situación política de Roma en aquella época y la responsabilidad en todo ello de su más enconado enemigo: Publio Clodio. Entre estos seis primeros discursos y el Pro Milone (8 de abril del 52) transcurren casi cuatro años 2 y, sin embargo, es fácil entender la estrecha relación que se establece entre todos ellos: Milón había sido el asesino de Clodio.
El exilio de Cicerón y Publio Clodio: entre estos dos ejes fundamentales giran, pues, los siete discursos que vamos a analizar y traducir: la turbulenta situación política de Roma durante estos años, la actitud de Cicerón, las causas de su exilio, la responsabilidad directa de Clodio, la legalidad de su actuación, las razones y consecuencias de una enemistad personal prolongada, la implicación en todos estos sucesos de los personajes más importantes de la vida política romana (en especial de Pompeyo y César), son algunas de la ideas que, de forma constante –y, a veces, obsesiva–, aparecen en estos discursos.
Para evitar, por nuestra parte, la propia reiteración de Cicerón, vamos a desarrollar brevemente este marco histórico común; de este modo nos limitaremos, en cada discurso, a analizar aquellos aspectos puntuales que le son propios y característicos sin necesidad de volver, una y otra vez, sobre las mismas ideas.
2.
Causas del exilio de Cicerón: la «Conjura de Catilina». El enfrentamiento con Clodio
Varios son los factores que van a determinar el exilio de Cicerón. En primer lugar, este suceso capital en la vida del orador se explica en el marco general del enfrentamiento entre la oligarquía senatorial (los optimates, cuyos intereses Cicerón va a defender) y el denominado partido democrático, liderado por César. La causa inmediata – o mejor, la excusa– será la actuación de Cicerón durante su consulado en el 63 y, en concreto, su represión de la conjura de Catilina. El brazo ejecutor será el tribuno Publio Clodio que satisfacía así su venganza contra Cicerón. Vayamos por partes.
La carrera política de Cicerón había alcanzado su cénit al conseguir, pese a su condición de homo novus, el consulado en el año 63: es el momento de la famosa conjura de Catilina que Cicerón descubre y logra sofocar con una energía que, a la postre, contribuirá a su propia caída. En efecto, la legislación romana preveía en situaciones críticas – y aquella lo fue– la concesión de plenos poderes a los cónsules para defender el Estado. Es el conocido senatus consultum ultimum: videant consules ne quid detrimenti respublica capiat 3 . A su vez, y para prevenir los riesgos que todo poder absoluto conllevaba, el pueblo romano había conseguido, mediante la lex de capite civis Romani, impedir que se pronunciara una pena capital fuera de los comicios centuriados o que se diera muerte a un ciudadano romano que había apelado al pueblo 4 .
Cicerón conocía, sin duda, la legislación romana y también algunos precedentes famosos de magistrados que habían sido enjuiciados por actuar con demasiada energía contra enemigos públicos sin atenerse a la lex de capite civis Romani 5 . Consciente de ello, buscó la aprobación del senado antes de ejecutar a los conjurados, una medida que, si bien diluía su responsabilidad directa, no dejaba de ser, desde un punto de vista legal, insuficiente: los partidarios de Catilina fueron ajusticiados sin la consulta previa a los comicios centuriados.
Por ello no faltaron, desde el primer momento, quienes criticaran la actuación de Cicerón; así, cuando todavía no había concluido su consulado, en diciembre del 63, un tribuno de la plebe, Quinto Cecilio Metelo Nepote, lo acusó abiertamente de haber dado muerte de forma ilegal a ciudadanos romanos. La acusación fue de nuevo presentada, ante el senado y el pueblo, en enero del 62; aunque el senado reaccionó declarando enemigo público a quien intentara pedir responsabilidades por la ejecución de los cómplices de Catilina, lo cierto es que se habían sentado ya las bases para la posterior acción judicial de Clodio 6 .
Pero fue un año después de su consulado, en diciembre del 62, cuando se produjo el primer enfrentamiento entre Cicerón y Publio Clodio Pulcro, a la sazón cuestor y uno de los personajes con mayor apoyo popular: «Me imagino que te habrás enterado –escribe a Ático 7 – de que P. Clodio, hijo de Apio, fue sorprendido vestido de mujer en la casa de César cuando se realizaba un sacrificio oficial por el pueblo, que logró salvarse y escapar gracias a la ayuda de una esclava y que el asunto constituye un grave escándalo». Acusado de sacrilegio, el juicio se celebró, con no pocas irregularidades 8 en mayo del 61: pese al testimonio concluyente de Cicerón, Clodio fue absuelto gracias a la corrupción de parte de los jueces y al apoyo del propio César. A partir de este momento, Clodio se convertirá en el enemigo más acérrimo y mortal de Cicerón.
Por otra parte, la política intransigente del senado en esta época, siempre a la defensiva ante cualquier actitud que pudiera mermar su poder y la defensa de un sistema que se adivina ya caduco, va a provocar como reacción la alianza de tres personajes decisivos en la vida política romana: Pompeyo (que tras sus victoriosas campañas en Oriente había visto rechazadas sus demandas ante el senado), César (deseoso de un mayor protagonismo político) y Craso (defensor de los intereses económicos de los caballeros) 9 . Como consecuencia, en parte, de este cambio en la situación política interna, la figura del orador se fue eclipsando paulatinamente; en estas circunstancias, y al igual que en tantas otras situaciones críticas de su vida, Cicerón dudó entre mantenerse fiel a sus principios (la defensa de los intereses senatoriales) o adaptarse a unos cambios inevitables (el propio César le ofreció un papel importante en el triunvirato) 10 ; ante la duda, optó por mantenerse al margen de la vida política, dedicado al estudio y a la redacción de algunas de sus obras. De esta debilidad se aprovechará de inmediato Clodio.
Además de defender intereses políticos contrapuestos, la enemistad entre estos dos personajes se acentuó ante la reiterada oposición de Cicerón a que un patricio como Clodio accediera al tribunado de la plebe mediante el subterfugio legal –frecuente en aquella época– de hacerse adoptar por un plebeyo; de nuevo la protección de César (que veía en Clodio un instrumento destinado a frenar las acciones de Cicerón contra las medidas legislativas tomadas por César durante su consulado) e, incluso, el consentimiento de Pompeyo (consecuencia sin duda de los acuerdos del primer triunvirato) permitieron a Clodio ser adoptado por P. Fonteyo (marzo del 59) en una operación cuya nulidad destacará Cicerón en numerosas ocasiones 11 .
La elección de Clodio como tribuno de la plebe (octubre del 59) trajo consecuencias funestas para la vida y la carrera política de Cicerón. En medio de un clima de violencia, Clodio fue logrando progresivamente el aislamiento de su enemigo personal: presentándose como el defensor de los intereses de César en Roma, con Pompeyo maniatado por los compromisos del triunvirato y atemorizado posteriormente por las bandas callejeras 12 , Clodio limitó el poder de los magistrados al negarles el derecho a la obnuntiatio y se ganó el favor del pueblo con repartos gratuitos de alimentos y con el restablecimiento de la libertad de asociación 13 . Además, con la promesa de proconsulados lucrativos, compró el apoyo de los dos cónsules, L. Calpurnio Pisón y A. Gabinio, dos personajes contra los que Cicerón mostrará todo su odio y resentimiento por haberle negado su apoyo en la situación crítica que se avecinaba.
Con estos precedentes Clodio se dispuso a atacar directamente a Cicerón: sin nombrarlo expresamente, pero en clara alusión a su actuación contra los partidarios de Catilina, en febrero del 58 presentó un proyecto de ley de capite civis Romani en el que se prescribía «la prohibición de agua y fuego» 14 a quien diera o hubiera dado muerte a un ciudadano sin juicio previo. Cicerón se sintió directamente aludido: atemorizado, en vez de obligar a Clodio a que intentara un proceso legal contra él o bien conjurar el peligro aceptando la propuesta de César de acompañarle como legado en las Galias, se vistió de luto, suplicó de forma casi humillante la protección del cónsul Pisón y de Pompeyo, y buscó, en fin, el apoyo de los ciudadanos romanos, del orden ecuestre y de los senadores; pero las bandas callejeras de Clodio impidieron toda manifestación popular y los cónsules, Gabinio y Pisón, llegaron a prohibir vestirse de luto como muestra de apoyo a Cicerón 15 . Fue la de Cicerón una reacción precipitada que más tarde, ya en el exilio, no se cansará de lamentar: «Estuve ciego, sí, ciego, cuando me vestí de luto y apelé suplicante al pueblo, una actitud que me perjudicó gravemente puesto que no había sido citado nominalmente» 16 .
Ante la fuerza de sus adversarios (Clodio con la colaboración de los cónsules, el ejército de César a las puertas de Roma, el apoyo de Craso a los populares y la violencia de las bandas callejeras), el abandono de sus partidarios (con Pompeyo recluido en su casa para evitar comprometerse), el temor a la guerra civil y la esperanza de un pronto regreso, Cicerón sale de Roma posiblemente la noche del 19 de marzo 17 . Su partida facilitó, sin duda, las posteriores maniobras de Clodio: además de saquear su casa de Roma y sus restantes propiedades, mediante una nueva proposición de ley, ésta ya nominal, de exsilio Ciceronis, se le aplicaron las sanciones de la lex de capite civis romani, se prohibió al pueblo y al senado proponer el regreso del exiliado y que Cicerón residiera a menos de 500 millas de Italia. Aunque Cicerón no se cansará en sus discursos de criticar la validez legal de la lex de exsilio 18 , lo cierto es que Clodio actuó, en gran parte, dentro de la legalidad; prueba de ello es que, para lograr el regreso del exiliado, sus defensores, en vez de considerar dicha ley nula, juzgaron necesaria derogarla mediante una nueva ley.
3.
El exilio de Cicerón. Tentativas en favor de su regreso
Durante el mes que transcurre desde su salida de Roma (19 de marzo) y la aprobación definitiva de las distintas disposiciones relacionadas con la lex de exsilio (25 de abril), Cicerón recorre el sur de Italia sin rumbo fijo y desesperado: «Vivo de forma miserable y sufro profundamente» 19 . Acogido por alguno de sus amigos y abandonado por otros, al conocer la prohibición de permanecer a menos de 500 millas de Italia, partirá finalmente hacia Macedonia para, gracias a la hospitalidad del cuestor Gneo Plancio, permanecer en Tesalónica al menos seis meses.
Cicerón, desorientado y deprimido, no supo sobrellevar con dignidad un exilio que se prolongará durante quince meses:
...siempre estaba desconsolado y triste, teniendo, como los enamorados, puestos los ojos en Italia, y mostrándose demasiado abatido y con ánimo apocado en aquel infortunio, algo que nadie habría esperado de un hombre de su instrucción y doctrina... 20 .
El relato de Plutarco coincide con las propias palabras de Cicerón:
Nadie se ha visto privado de tantos bienes ni nadie ha caído en un abismo tan profundo de desgracia. El tiempo, en vez de aliviar mi sufrimiento, lo acrecienta. Pues los demás sufrimientos se mitigan con el paso del tiempo; el mío, en cambio, no deja de agravarse día a día con el sentimiento de la desgracia presente y con el recuerdo de la vida pasada 21 .
No puedo seguir viviendo por más tiempo. No hay sabiduría ni filosofía que tenga fuerza suficiente como para poder soportar tan gran sufrimiento 22 .
Al igual que más tarde Ovidio y Séneca, al carácter sensible e inseguro de Cicerón le resultó insufrible su alejamiento de Roma y no cesó de lanzar llamadas desesperadas a sus amigos. No es de extrañar, pues, que su amigo Ático le eche en cara frecuentemente su falta de entereza. A la humillación que supuso para su vanidad el sentirse proscrito y al dolor de verse abandonado y traicionado por muchos de sus amigos y partidarios, se añadieron toda una serie de circunstancias personales relacionadas con problemas familiares y preocupaciones financieras.
Mientras tanto, en Roma Clodio prosigue con su violencia política: distanciado cada vez más de César (llegó a proponer la anulación de algunas de sus leyes), desafía y amenaza a Pompeyo quien, temiendo por su vida, se recluye en su casa lamentando, sin duda, el escaso apoyo que había prestado a Cicerón. No tardan, sin embargo, en surgir propuestas en favor del regreso del exiliado 23 . Sin embargo, ante las presiones de Clodio, gran parte del senado esperó a la designación en julio de los nuevos cónsules, sobre todo de P. Cornelio Léntulo, ferviente partidario de Cicerón 24 . A lo largo de este año tienen lugar distintas tentativas en favor del orador (algunas de ellas consideradas insuficientes por el propio exiliado, ya que no hacían referencia a la devolución de sus bienes) pero que, en todo caso, contaron siempre con la oposición y el veto de Clodio y sus partidarios: la propuesta de ocho tribunos de la plebe en favor de que Cicerón recobrara el derecho de ciudadanía y su lugar en el senado 25 , así como las mociones presentadas, de forma personal, por distintos tribunos de la plebe 26 no lograron prosperar.
La situación no varía con el comienzo del nuevo año: la propuesta del cónsul Léntulo en favor del regreso del exiliado, apoyada personalmente por Pompeyo que arrastró con él a gran parte del senado, contó, sin embargo, con el veto del tribuno Sexto Atilio Serrano, partidario de Clodio, después de solicitar una noche para reflexionar 27 .
De la oposición en el senado se llegó a la violencia en las calles para intimidar a los partidarios de Cicerón e impedir las propuestas de los tribunos de la plebe 28 . No es de extrañar, pues, que, cuando Cicerón recibe la noticia de estos enfrentamientos (uno de los heridos en las refriegas fue su propio hermano Quinto), no pueda contener su pesimismo: «De tu carta –escribe a Ático– y de la propia situación veo que estoy totalmente perdido» 29 .
En medio de este clima de violencia, otro tribuno de la plebe, Milón, al ver fracasados todos sus intentos por llevar ante los tribunales a Clodio, llegó a la conclusión (instigado por Pompeyo) de que la única manera de hacerle frente era utilizar sus mismas armas y, para ello, reclutó bandas de mercenarios, con lo que las calles de Roma se convirtieron en una batalla campal y la actividad política y judicial quedaron suspendidas 30 .
La inestabilidad política y la inseguridad ciudadana fueron restando apoyo popular a Clodio; según Plutarco «el pueblo comenzó a cambiar de opinión» 31 . También los partidarios de Cicerón, al ver a Clodio distanciado de César y enfrentado abiertamente a Pompeyo, cobraron nuevas fuerzas en su empeño por lograr el regreso del exiliado; mientras el propio Pompeyo recorría Italia para promover el apoyo a Cicerón, en Roma se sucedieron las muestras de adhesión a su persona. Por fin, en julio tuvo lugar una sesión multitudinaria en el senado en la que, a propuesta del cónsul Léntulo y –de nuevo– con una intervención decisiva de Pompeyo, se votó una moción en favor de su regreso; el resultado de la votación es buena muestra del apoyo unánime con que contaba Cicerón: de los 417 senadores asistentes, sólo Clodio votó en contra 32 . Similar es la reacción de la asamblea popular que se celebra al día siguiente y en la que Léntulo y Pompeyo fueron aclamados por la multitud; por fin, el 4 de agosto los comicios centuriados dieron su aprobación entusiasta a la lex Cornelia, que prescribía el regreso de Cicerón y la restitución de sus bienes: «se dice que nunca el pueblo había votado con tal unanimidad» 33 .
Cicerón, que llevaba aguardando desde noviembre en Dirraquio, pendiente del curso de los acontecimientos en Roma, embarcó de inmediato rumbo a Italia; después de permanecer unos días en Brindis junto a su hija Tulia, realiza un viaje triunfal a través de Italia y hace su entrada solemne en Roma el 4 de septiembre:
Cuando llegué a Roma no hubo ninguna persona de cualquier clase social, conocida por mi nomenclátor, que no saliera a recibirme, excepto esos enemigos incapaces de disimular o negar precisamente su condición de tales. Cuando llegué a la puerta de Capena, las gradas de los templos estaban repletas de gente del pueblo bajo, manifestándome su bienvenida con los mayores aplausos; una afluencia y aplausos similares me acompañaron hasta el Capitolio; en el foro y en el mismo Capitolio había una multitud increíble de gente.
Al otro día en el senado –era el 5 de septiembre– di las gracias a los senadores 34 .
4.
El discurso de agradecimiento al senado: contenido y estructura
El tono y contenido de este discurso de agradecimiento están, pues, condicionados tanto por el auditorio al que va dirigido –los senadores– como por el momento concreto y el estado de ánimo con que Cicerón lo pronunció.
El propio orador señala en sus obras de retórica que «en el senado hay que tratar los temas con una ampulosidad formal menor: es un consejo de sabios...Hay que evitar, además, que parezca que se está haciendo ostentación de ingenio» 35 . Un discurso dirigido al senado debe buscar, por tanto, además de un estilo cuidado, la claridad en la exposición y el rigor de la argumentación. Cicerón, consciente de estas exigencias y del momento histórico que estaba viviendo, nos cuenta que lo que hizo fue «leer el discurso a partir de una redacción por escrito dada la importancia de la situación» 36 Así pues, frente a la Segunda Filípica, por ejemplo, que sabemos que nunca fue pronunciada, en este caso nos encontraríamos ante el texto de un discurso conservado en la misma forma (es decir, sin modificaciones posteriores) en que lo oyeron los senadores 37 .
Si respecto al estilo hay que reconocer la utilización, por ejemplo en el exordio (1-3), de todo tipo de recursos retóricos y la subordinación del léxico y la sintaxis (diminutivos, superlativos, insultos, imprecaciones, interrogaciones o exclamaciones) al propósito general de mostrar un agradecimiento emocionado a cuantos contribuyeron a su regreso y un ataque directo a sus adversarios más enconados, la estructuración del discurso no está, por el contrario, muy lograda: se echa en falta una mayor concatenación entre las ideas fundamentales que desarrolla, un plan más ordenado; las repiticiones son frecuentes y la estructura del discurso se salva sólo gracias a la habilidad con que Cicerón realiza las transiciones de una idea a otra 38 . A estas carencias no son ajenas las propias circunstancias en que Cicerón se dirige al senado: es de suponer que, entusiasmado y, a la vez, halagado en su orgullo personal por el recibimiento multitudinario que Roma le había tributado el día anterior, la emoción, el agradecimiento y la conciencia, una vez más, de sentirse protagonista fundamental de la historia de Roma influyeron, sin duda, en el ánimo del orador y condicionaron tanto el contenido de su alocución como su irregular desarrollo 39 .
Tres son, en este sentido, los ejes fundamentales en torno a los cuales gira la intervención del orador: el agradecimiento a todos aquellos (sobre todo a los magistrados) que contribuyeron a facilitar su retorno, el ataque a sus adversarios (en especial a los cónsules del 58, Gabinio y Pisón, e, indirectamente, a Clodio) y la justificación de su propia conducta personal.
Así, el agradecimiento al senado, expresado al comienzo en términos generales (1-2), se concreta en el recuerdo de la actitud comprometida a favor de su regreso de muchos de sus miembros, a pesar de lo difícil de la situación política (3-5), ya que, mientras que Cicerón se había exiliado para evitar un derramamiento de sangre, sus enemigos provocaron un clima de terror que hizo que algunos magistrados vacilaran en la defensa de su causa (6-7). Es a los cónsules del 57, y en especial a Publio Léntulo, a los que Cicerón expresa su admiración y gratitud (8-9); sentimientos totalmente opuestos le provoca el recuerdo de los cónsules del año anterior, Gabinio y Pisón: vendidos a Clodio y con una actitud personal vergonzante, facilitaron los planes de su enemigo y se opusieron a cualquier manifestación de apoyo a Cicerón (10-18). El orador vuelve, de nuevo, a recordar y agradecer el comportamiento en su favor de numerosos magistrados, comenzando por los tribunos de la plebe (19-22) –entre los que destaca a Milón y Sestio–, los pretores (22-23) y el resto de personajes influyentes del Estado (24-30) a los que, de una u otra forma, ya había mencionado con anterioridad (P. Léntulo, Q. Metelo, Gn. Pompeyo, etc.); su recorrido concluye con un nuevo agradecimiento, en términos generales, al senado (30-31). Mediante una rápida transición, Cicerón analiza retrospectivamente la situación política y los motivos que lo llevaron al exilio (32-35); para enfatizar la importancia de su regreso establece un paralelismo con el de otros tres exiliados famosos (37-38) y, retomando una idea anterior (36), concluye con una profesión de fe sobre su actitud comprometida en el futuro de la República (39).
5.
La tradición manuscrita
Tanto éste como los restantes discursos post reditum (Cum populo gratias egit, De domo sua, De haruspicum responso, Pro Sestio e In Vatinium), por su proximidad en el tiempo y su comunidad de contenido, han sido transmitidos prácticamente por los mismos códices; de ahí que abordemos en conjunto su tradición manuscrita.
Procedentes de un ancestro común perdido (A), los principales manuscritos conservados son el Parisinus 7794 (P), de la segunda mitad del s. IX y que, a juicio de Wuilleumier 40 , además de ser el más antiguo, es el mejor; se distinguen en él tres manos diferentes: el autor del manuscrito (P1 , el más directamente relacionado con el arquetipo), un revisor contemporáneo (P2 ) y un corrector reciente, tal vez del s. XV (P3 ). El Harleianus 4927 (H), de finales del s. XII o comienzos del XIII , que aparece a veces con correcciones (H2 ), es el más próximo a P, aunque con frecuentes omisiones, trasposiciones y lecturas arriesgadas. El Gemblacensis (G) o Bruxellensis 5345 del s. XII (cuyo texto original fue a menudo corregido por un revisor –G2 –) y el Erfurtensis (E) o Berolinensis 252, de los s. XII -XIII (del que falta gran parte del discurso al pueblo y la totalidad del De domo y que presenta, también, numerosas correcciones –E2 –), aunque con peculiaridades propias, presentan numerosos rasgos en común y también con H. Estos cuatro manuscritos (P, H, G y E) son los más importantes para el establecimiento del texto.
En el caso de E, la mayor parte de sus variantes se encuentran en otros dos códices menores, el Erlangensis 847 (€), de 1466 y un codex Pithoeanus (F), que contienen exclusivamente las dos acciones de gracias y que suplen, por tanto, la pérdida en E de la mayor parte del discurso dirigido al pueblo. Otros códices utilizados por los editores presentan un valor menor: el Palatinus o Vaticanus 1525 (V) (de la segunda mitad del s. xv) y el Mediceus, Laurentianus XLVIII , 8 (M) (también del s. xv y que contiene sólo el De domo) dependen, a su vez, de G.
6.
Ediciones y traducciones 41
J. BAUTISTA CALVO , Obras completas de Marco Tulio Cicerón. Vida y discursos, tomo V, Buenos Aires, 1946.
S. DESIDERI , et alii, Tutte le opere di Cicerone, VII, Milán, 1966.
J. GUILLÉN , M. T. Ciceronis oratio cum senatui gratias egit, Milán, 1967.
H. KASTEN , Staatsreden II, Berlín, 1969.
A. KLOTZ , M. Tulli Ciceronis Orationes , VII, Leipzig, 1919.
T. MASLOWSKI , M. Tulli Ciceronis scripta quae manserunt , fasc. 21, Leipzig, 1981.
C. F. MÜLLER , M. T. Ciceronis scripta quae manserunt, II 2, Leipzig, 1904 (reimpr., 1896).
W. PETERSON , M. Tulli Ciceronis Orationes, V, Oxford, 1978 (reimpr., 1911).
B.D. R. SHACKLETON , Cicero. Back from exile: six speeches upon his return , Chicago, 1991.
N.-H. WATTS , Cicero. The Speeches, IX, Londres-N. York, 1965 (reimpr., 1923).
P. WUILLEUMIER , Cicéron. Discours, Tome XIII, París, 1952.
Para la presente traducción hemos seguido la edición de Oxford de W. Peterson, pero teniendo también presentes las de A. Klotz, T. Maslowski y W. Wuilleumier 42 . Las variaciones respecto al texto de Peterson que pueden afectar al sentido de la traducción han sido mínimas 43 :
7.
Bibliografía 44
a)
Estudios sobre el marco histórico común de los discursos post reditum:
J. V. P. D. BALSDON , «Roman History 58-56 b.C.: three ciceronians problems», JRS 47 (1957), 15-20.
—, «Fabula Clodiana», Historia 14 (1965), 65-73.
H. BENNER , Die Politik des P. Clodius Pulcher. Untersuchungen zur Denaturierung des Clientelwesens in der Ausgehenden Römischen Republik , Stuttgart, 1987.
P. BRIOT , «Sur l’exil de Cicéron», Latomus 27 (1968), 406-414.
G. DE BENEDETTI , «L‘esilio di Cicerone e la sua importanza storicopolitica», Historia (1929), 331-363, 539-568 y 761-789.
D. F. EPSTEIN , «Cicero’s testimony at the Bona Dea trial», CPh 81 (1986), 29-235.
F. FAVORY , «Clodius et le péril servile: fonction du thème servile dans le discours polémique cicéronien», Index 8 (1978-79), 173-205.
P. GRIMAL , Études de chronologie cicéronienne (années 58 et 57 av. J.C.) , París, 1967.
E. S. GRUEN , «P. Clodius: instrument or independent agent?», Phoenix 20 (1966), 120-130.
R. HAUSLIK , «Cicero und das erste Triumvirat», RhM 98 (1955), 324-354.
W. R. HILLARD , «P. Clodius Pulcher 62-58 b. C.: Pompei adfinis et sodalis», PBSR 50 (1982), 34-44.
W. R. LACEY , «Clodius and Cicero. A question of dignitas», Antichton 8 (1974), 85-92.
A. W. LINTOTT , «P. Clodius Pulcher-Felix Catilina? », G & R 14 (1967), 157-169.
T. N. MITCHELL , «Cicero before Luca (September 57-April 56 B.C.)», TAPhA 100 (1969), 295-320.
—, «Cicero and the senatus consultum ultimum», Historia 20 (1971), 47-61.
—, «Cicero, Pompey and the rise of the first triunvirate», Traditio 29 (1973), 1-26.
—, «The leges Clodiae and obnuntiatio», CQ 86 (1986), 172-176.
PH . MOREAU , Clodiana religio. Un procès politique en 61 av. J. C. , París, 1982.
—, «La lex Clodia sur le bannissement de Cicéron», Athenaeum 65 (1987), 465-492.
—, «La rogatio des huit tribuns de 58 av. J. C. et les clauses de sanctio réglementant l’abrogation des lois», Athenaeum 67 (1989), 151-178.
C. NICOLET , «La Lex Gabinia-Calpurnia de insula Delo et la loi ‘annonaire’ de Clodius (58 av. J. C.)», CRAI (1980), 259-287.
F. PINA POLO , «Cicerón contra Clodio: el lenguaje de la invectiva», Gerion 9 (1991), 131-150.
W. M. F. RUNDELL , «Cicero and Clodius. The question of credibility», Historia 28 (1979), 301-328.
R. SEAGER , «Clodius, Pompeius and the exil of Cicero», Latomus 24 (1965), 519-531.
W. J. TATUM , P. Clodius Pulcher (tr. pl. 58 b.C.): the rise of power , tesis, Austin, 1986.
—, «Cicero and the Bona Dea scandal», CPh 85 (1990), 202-208.
—, «The lex Clodia de collegiis», CQ 40 (1990), 187-194.
—, «The lex Clodia de censoria notione», CPh 85 (1990), 34-43.
J. VERNACCHIA , «L’adozione di Clodio», Ciceroniana 1 (1959), 195-213.
S. WEINSTOCK , «Clodius and the lex Aelia Fufia», JRS 57 (1957), 215-222.
b)
Estudios sobre Cum senatui gratias egit:
E. COURTNEY , «Notes on Cicero’s Post reditum speeches», RhM 132 (1989), 47-53.
S. DESIDERI , «II retroscen dell’orazione Post reditum in senatu», GIF 16 (1963), 238-242.
L. LANGE , De Ciceronis altera post reditum oratione , Leipzig, 1875.
D. MACK , Senatsreden und Volksreden bei Cicero, tesis, Würzburg, 1937 (reimpr. en B. KYTZLER (ed.). Ciceros literarische Leistung, Darmstadt, 1973, 210-224).
T. MASLOWSKI , «Notes on Cicero’s four post reditum orations», AJPh 101 (1980), 404-420.
T. MASLOWSKI -R. H. ROUSE , «The manuscript tradition of Cicero’s post-exile orations, I: The medieval history», Philologus 128 (1984), 60-104.
B. D. R. SHACKLETON , «On Cicero’s speeches», HSPh 83 (1979), 262-272.
—, «More on Cicero’s speeches (Post reditum)», HSPh 89 (1985), 141-151.
—, «On Cicero’s speeches (Post reditum)», TAPhA 117 (1987), 271-280.
C. E. THOMPSON , To the Senate and the people. Adaptation to the senatorial and popular audiences in the parallel speeches of Cicero , tesis, Ohio State Univ. Columbus, 1978.
1 Para los datos generales sobre la vida y obra literaria de Cicerón cf., en esta misma colección (n° 139), la excelente «Introducción general» de M. RODRÍGUEZ -PANTOJA , M. Tulio Cicerón. Discursos I, Gredos, Madrid 1990, págs. 7-156 (para el período que estamos comentando, cf., sobre todo, págs. 15-34). Se pueden consultar, además, las numerosas y excelentes biografías que, desde distintas perspectivas, ha originado la figura de Cicerón en los últimos años: M. GELZER (Wiesbaden, 1969), D. R. SHACKLETON (Londres, 1971), D. STOCKTON (Londres, 1971), E. RAWSON (Londres, 1975), P. GRIMAL (París, 1986), S. L. UTCHENKO (trad. esp. Madrid, 1987), etc.
2 Sobre la actividad oratoria de Cicerón en este período, cf. M. RODR Í GUEZ -PANTOJA , «Introducción General», en op. cit., págs. 130-132.
3 Cf. SAL . Cat. 29: CIC . Cat. 1, 4; CES . B. C. I 7, 5. Para las diferentes interpretaciones sobre la naturaleza de este decreto y el punto de vista de Cicerón (expresado en Rabir., Mil. y Phil. II), cf. T. N. MITCHELL , «Cicero and the senatus consultum ultimum», Historia 20 (1971), 47-61, y, en general, A. DU PLA , Videant consules: las medidas de excepción en la crisis de la República romana, Zaragoza, 1990.
4 Cf. C IC . De rep. II 36: Ne de capite civis Romani nisi comitiis centuriatis statueretur; ibid. II 54: Ne quis magistratus civem Romanum adversus provocationem necaret neve verberaret.
5 Fue el caso, por ejemplo, de L. Opimio (cónsul en el 121), acusado de la muerte de G. Graco y sus partidarios (cf. Quir. 11, Sest. 140 y notas). Pocos meses antes de la conjura de Catilina el propio Cicerón había defendido a G. Rabirio acusado de haber dado muerte a Saturnino y Glaucia durante su consulado en el año 100 (cf. har. 41; 51; Sest. 37; 39; 101 y notas).
6 Cf., S. L. UTCHENKO , Cicerón y su tiempo, Madrid, 1987, págs. 151-153. Es significativo a este respecto que Cicerón, cuando critica la legalidad de las medidas que provocaron su exilio, no aborde directamente la propia legalidad de su actuación como cónsul pese a ser consciente de que en ella se encontraba el origen de sus desgracias: «Ha sido mi elogiado consulado» –escribirá desde el exilio a su hermano Quinto (I 3, 1)– «el que me ha privado de ti, de mis hijos, de mi patria y de mi patrimonio». Aunque con un enfoque excesivamente favorable a Cicerón, para un análisis de las opiniones de los historiadores modernos sobre la legalidad o no de la actuación del cónsul en el 63, cf., J. GUILLÉN , Héroe de la libertad, I, Salamanca, 1981, págs. 267-273.
7 CIC . Att. I 12, 3; cf., también, I 13, 3. Clodio era, al parecer, amante de Pompeya (PLUT . Cic. 29), la esposa de César a la que éste repudió tras el escándalo. El «sacrificio oficial» al que se refiere Cicerón eran los misterios de la Buena Diosa, una ceremonia religiosa reservada exclusivamente a las mujeres. La referencia a este episodio, como arma arrojadiza contra Clodio, va a ser una constante a lo largo de los discursos post reditum (cf., p. ej., dom. 77; 105; har. 4; 8-9; 12; 37-39, etc.).
8 Para el relato del juicio y las circunstancias que lo precedieron, cf. Att. I 16, 1-6. El estudio más exhaustivo es obra de PH . MOREAU , Clodiana religio. Un procès politique en 61 av. J. C., París, 1982. Sobre las razones por las que testificó Cicerón, además del testimonio de Plutarco (Cic.. 29, 2-3), cf., W. J. TATUM , «Cicero and the Bona Dea scandal», CPh 85 (1990), 202-208, y D. F. EPSTEIN , «Cicero’s testimony at the Bona Dea trial», CPh 81 (1986), 229-235. Para las implicaciones de este proceso y las consecuencias que se habrían derivado de la condena de Clodio, cf., W. R. LACEY , «Clodius and Cicero. A question of dignitas», Antichton 8 (1974), 85-92.
9 Cf., G. R. STANTON -B. A. MARSHALL , «The coalition between Pompeius and Crassus 60-59 B.C.», Historia 24 (1975), 205-219, y F. MILLAR , «Triunvirate and Principate», JRS 63 (1973), 50-67.
10 Sobre la actitud de Cicerón, cf., entre otros, T. N. MITCHELL , «Cicero, Pompey and the rise of the first triunvirate», Traditio 29 (1973), 1-26, R. HAUSLIK , «Cicero and das erste Triumvirat», RhM 98 (1955), 324-354, y J. BOES , La philosophie et l’action dans la correspondance de Cicéron, Nancy, 1989, págs. 102 ss.
11 Cf., sobre todo, dom 34-42 y las notas correspondientes. Para una exposición detallada de este suceso, cf. J. VERNACCHIA , «L’adozione di Clodio», Ciceroniana (1959), 197-213.
12 Un personaje molesto como Catón fue alejado de Roma con la excusa de dos misiones oficiales, en Chipre y en Bizancio; cf. dom 20; 22; 52-53; 65; Sest, 56-57; 60-63, y C. NICOLET , «La Lex Gabinia-Calpurnia de insula Delo et la loi ‘annonaire’ de Clodius (58 av. J. C.)», CRAI (1980), 259-287.
13 Frente a la visión distorsionada e interesada de Cicerón, W. J. TATUM (P. Clodius Pulcher (tr. pl. 58 B.C.): the rise of power, tesis, Austin, 1986) pone de manifiesto que las leges Clodianae, más que un afán revolucionario, pretendían dar satisfacción no sólo a las clases populares sino también a caballeros y senadores (el tribuno siempre contó con el apoyo de miembros de estos estamentos) y combatir algunos de los privilegios ancestrales de la oligarquía senatorial.
14 Cf. VEL . PATER . II 45, 1: qui civem Romanum indemmnatum interemisset, ei aqua et igni interdiceretur. Se trataba de una sanción a la vez religiosa (excomunión), administrativa (proscripción) y económica (confiscación de los bienes)
15 sen. 12; 31; Quir. 8; dom. 54-55; Sest. 26-27; 32.
16 Att. III 15, 5. De ahí que el orador intente justificar a lo largo de estos discursos las razones de su partida (cf., p. ej., sen. 32-34; Quir. 13-14; dom. 56-58; 63-64; 91-92; 95-96; Sest. 42; 52; Mil. 36), frente al reconocimiento, en su correspondencia privada, de haber cometido un nuevo error: «cuando oigas que estoy afligido y consumido de dolor» -le confiesa a su amigo Á tico (Att. III 8, 4)- «piensa que lo que soporto, sobre todo, es el castigo de mi necedad». Cf., también, Att. III 15, 4 y Fam. XIV 1, 2.
17 Las fechas concretas de cada suceso son, en numerosas ocasiones, difíciles de determinar por lo que suelen ser frecuentes las variaciones y controversias entre los estudiosos. En este sentido, el intento más serio por establecer una cronología completa de este período es obra de P. Grimal, ( Études de chronologie cicéronienne (années 58 et 57 av. J. C.) , París, 1967), quien, por ejemplo, cree más probable la fecha del 11 de marzo (op. cit., pág. 69) para la partida definitiva de Cicerón.
18 Cf. P. WUILLEUMIER , Cicéron. Discours, Tome XIII, París, 1952, págs. 13-14 y J. GUILLÉN , Héroe.., op. cit., I, págs. 343-347. Para el estudio de las circunstancias políticas en las que la lex Clodia fue elaborada y la interpretación, interesada y parcial, que de ella hace Cicerón, cf., PH . MOREAU , «La lex Clodia sur le bannissement de Cicéron», Athenaeum 65 (1987), 465-492.
19 Att. III 5.
20 PLUT ., Cic. 32. J. CARCOPINO (Les secrets de la correspondance de Cicéron, I, París, 1947 4 , pág. 323) muestra serias dudas sobre la sinceridad y autenticidad de los lamentos de Cicerón. Para él, el orador «añora no Roma, sino los honores, las riquezas, la consideración social, el bienestar del que disfrutaba en Roma». El tono de sus cartas, sin embargo, era tan lamentable que se vio obligado a desmentir el rumor de que había perdido el juicio: «es cierto que sufro, pero no hasta el extremo de perder la razón» (Att. III 15, 2). Para P. BRIOT («Sur l’exil de Cicéron», Latomus 27 (1968), 406-414), Cicerón mostró durante su exilio los síntomas típicos de una crisis de melancolía .
21 Att. III 15, 2.
22 Q. fr. I 3, 5.
23 La primera de ellas, del tribuno L. Ninio Cuadrato (1 de junio del 58), fracasó ante el veto de su colega Elio Ligo (sen. 3; dom. 125; Sest. 26; 68 y notas). Una exposición de las diversas tentativas en favor del regreso de Cicerón se puede encontrar en M. GELZER , Cicero. Ein biografischer Versuch, Wiesbanden, 1969, págs. 142-150, y D. STOCKTON , Cicero. A political biography, Oxford, 1971, págs. 190-193.
24 Su colega, Q. Cecilio Metelo Nepote, pese a ser un antiguo adversario político de Cicerón y estar emparentado con Clodio, no se opuso a las propuestas de Léntulo (cf. sen. 5, nota 10).
25 Cf. sen. 4; 29; dom. 70; Sest. 70, y notas. Sobre esta propuesta, cf. PH . MOREAU , «La rogatio des huit tribuns de 58 av. J. C. et les clauses de sanctio réglementant l’abrogation des lois», Athenaeum 67 (1989), 151-178.
26 Entre otras, las de P. Sestio (a instancias de Pompeyo su propuesta contó con la aprobación de César; Sest. 71), T. Fadio (sen. 21; dom. 40) o Mesio (sen. 21).
27 Quir. 11-12 y Sest. 74.
28 Así, cuando dos tribunos favorables a Cicerón, Q. Fabricio y M. Cispio, llevaron la cuestión ante el pueblo (el 25 de enero), Clodio lanzó sus bandas de gladiadores a las calles originándose una masacre en la que estuvo a punto de perecer el hermano de Cicerón, Quinto (cf. sen. 7; 21; Sest. 75-78; 84-85; Mil. 38 y notas). La misma violencia sufrió, poco después, uno de los tribunos que más se destacó en la defensa de Cicerón, Publio Sestio (sen. 20; 30; Sest. 79; Mil. 38 y notas).
29 Att. III 27.
30 sen. 19; 30; Sest. 86; Mil. 38 y notas.
31 PLUT ., Cic. 33.
32 sen. 25-26; Quir. 15-17; dom. 14; 30; Sest. 129-130 y notas.
33 PLUT ., Cic. 33; cf. sen. 27-29; Quir. 16; dom. 30; 75; 90; 142; Sest. 107; 129-130.
34 An. IV 1, 5. Cf., también, dom. 75-76; Sest. 131.
35 CIC . De orat. II 333.
36 CIC . Plane. 74.
37 Cf. L. L AURAND , Études sur le style des discours de Cicéron, Amsterdam, 1965 4 , pág. 4.
38 Cf., por ejemplo, sen. 9-10, 18, 30 ó 32.
39 Estas características (comunes también al discurso de agradecimiento al pueblo) provocaron el juicio negativo de muchos estudiosos, llegando algunos, incluso, a considerar dichos discursos indignos de Cicerón y apócrifos. Sin embargo, como bien señala WUILLEUMIER (op. cit., págs. 22-23), se trata de una hipótesis sin fundamento: además del propio CICERÓN (Att. IV 1, 5; Fam. I 9, 4; Planc. 74), otros autores (DIÓN CASIO , PLUTARCO , MACROBIO , QUINTILIANO , etc.) atestiguan su existencia, si bien es cierto que su repercusión posterior fue muy escasa.
40 Cicéron. Discours..., op. cit., pág. 32. Para esta exposición de la tradición manuscrita estamos básicamente resumiendo el excelente estudio de WUILLEUMIER (op. cit. págs. 28-37). Además de la Praefatio a las ediciones de PETERSON (Oxford, 1911) y la más reciente de MASLOWSKI (Leipzig, 1981), una descripción más detallada de estos manuscritos se puede encontrar en la edición de J. COUSIN del Pro Sestio e In Vatinium (París, 1965, págs. 91-103). Cf., también, T. MASLOWSKI -R. H. ROUSE , «The manuscript tradition of Cicero’s post-exile orations, I: The medieval history», Philologus 128 (1984), 60-104.
41 Nos limitamos a recoger las ediciones y traducciones más importantes del siglo XX . Para la presencia manuscrita, ediciones y traducciones de estos discursos de Cicerón en España siguen siendo de utilidad los trabajos de MENÉNDEZ PELAYO : Bibliografía hispano-latina clásica, Vol. II, CSIC, Madrid, 1950, págs. 199 ss., y Biblioteca de traductores españoles, 4 vols., CSIC, Madrid, 1952-1953.
42 Esta última nos ha sido, además, de gran utilidad para la confección de las introducciones a cada discurso (sen., Quir., dom.) y las notas.
43 A los numerosos artículos citados por WUILLEUMIER (págs. 37-38), anteriores a 1950 y dedicados al establecimiento del texto de estos discursos, habría que añadir, entre otros, los de T. MASLOWSKI («Notes on Cicero’s four post reditum orationes», AJPh 101 (1980), 404-420); B. D. R. SHACKLETON , («On Cicero’s speeches», HSPh 83 (1979), 262-272; «More on Cicero’s speeches (Post reditum)», HSPh 89 (1985), 141-151; «On Cicero’s speeches (Post reditum)», TAPhA 117 (1987), 271-280) y E. Courtney («Notes on Cicero’s Post reditum speeches», RhM 132 (1989), 47-53).
44 No incluimos las biografías y estudios generales sobre la vida y obra de Cicerón; para ello remitimos, en estas misma colección, a M. RODRÍGUEZ PANTOJA , op. cit., págs. 155-156. Necesariamente selectiva (y centrada, sobre todo, en los trabajos de los últimos años) es la bibliografía sobre el marco histórico de los discursos post reditum, que se puede completar con la mencionada en las notas de las diversas introducciones y traducciones. En el caso de la figura histórica de Clodio, una bibliografía actualizada se puede encontrar en F. PINA , «Cicerón contra Clodio: el lenguaje de la invectiva», Gerion 9 (1991), 142-144.
EN AGRADECIMIENTO AL SENADO
Si no os doy, senadores, suficientes muestras de agradecimiento [1] [1 ] por vuestros inolvidables favores hacia mi persona, mi hermano y nuestros hijos, os ruego y suplico que no penséis que ello es debido a mi forma de ser sino más bien a la importancia de vuestra ayuda. En efecto, ¿puede existir una riqueza de ingenio tal, una facilidad de palabra tan grande, un tipo de discurso tan divino y extraordinario con el que alguien sea capaz, no diré de abarcar con su intervención, sino de pasar revista, enumerándolos, a la totalidad de vuestros méritos para con nosotros? 1 . Vosotros me habéis devuelto a mi hermano, tan añorado, así como mi persona a un hermano tan querido; habéis restituido los padres a nuestros hijos y, a nosotros, los hijos; me habéis hecho recuperar mi consideración social, mi rango, mis bienes, mi amplia influencia política y mi patria, que es el bien más querido; en suma, nos habéis devuelto nuestras propias personas. Porque, si debemos considerar como lo [2] más querido a nuestros padres (ya que de ellos hemos recibido la vida, el patrimonio, la libertad y el derecho de ciudadanía), a los dioses inmortales (gracias a ellos hemos conservado estos bienes y, además, aumentado los restantes), al pueblo romano (con cuyos honores hemos sido colocados en la asamblea más augusta, en el rango de dignidad más elevado y en esta ciudadela del universo) 2 y a este mismo orden senatorial (por el cual hemos sido a menudo honrados con los decretos más insignes), es algo inmenso e infinito lo que os debemos a vosotros pues, con vuestro singular empeño y unanimidad, nos habéis restituido a un mismo tiempo los beneficios de nuestros padres, los presentes de los dioses inmortales, los honores del pueblo romano y vuestros numerosos testimonios de estima hacia mi persona; de modo que, cuando nos sentimos obligados hacia vosotros por muchos motivos, hacia el pueblo romano por grandes razones, por innumerables causas hacia los padres y por todo ello hacia los dioses inmortales, cada una de estas cosas la hemos conseguido gracias a ellos, pero ahora todas ellas las hemos recuperado merced a vuestra ayuda.
[2 ] [3] En consecuencia, senadores, me parece que, gracias a vosotros, hemos alcanzado una cierta inmortalidad, algo que un hombre ni siquiera puede pretender alcanzar. En verdad, ¿llegará alguna vez el día en que desaparezca el recuerdo y la fama de los beneficios que nos habéis reportado? Vosotros, en el momento mismo en el que os encontrabais presos y asediados por la violencia de las armas, el miedo y las amenazas, me hicisteis llamar de forma unánime poco después de mi partida a propuesta de Lucio Ninio 3 , un hombre tan valeroso como íntegro; a él, una persona muy fiel y nada temerosa (si hubiese considerado oportuno luchar), le tocó en suerte aquel año funesto defender mi salvación. Después que os fue negado el derecho de adoptar una resolución por culpa de aquel tribuno de la plebe que, al no poder arruinar a la República por sí mismo, recurrió a un crimen ajeno, nunca dejasteis de hablar en mi defensa, nunca cejasteis en reclamar mi salvación ante aquellos cónsules vendidos.
Así pues, merced a vuestro empeño y autoridad se consiguió [4] que aquel año (que yo hubiera preferido fuera funesto para mí antes que para mi patria) dispusiera de ocho tribunos que presentaron una ley sobre mi regreso y la sometieron a vuestra consideración en numerosas ocasiones 4 . Sin duda, los cónsules, siendo como eran escrupulosos y temerosos de las leyes, se veían obstaculizados, no por la ley que había sido promulgada sobre mi persona, sino por la que se refería a ellos mismos 5 , desde el momento 6 en que mi adversario estableció que yo regresaría únicamente en el caso de que hubieran vuelto a la vida aquellos que estuvieron a punto de destruirlo todo. Con ello no hacía sino reconocer dos hechos: que sentía la pérdida de aquellas personas 7 y que la República se habría de encontrar en un gran peligro en el caso de que yo no hubiera regresado mientras volvían a la vida los enemigos y destructores del Estado. Así que, pese a todo, aquel mismo año en el que había partido hacia el exilio; en el que, además, el personaje más importante de la ciudad defendía su vida no con la protección de las leyes sino al abrigo de las paredes de su casa 8 ; en el que la República carecía de auténticos cónsules y se veía privada, no sólo de sus padres permanentes sino incluso de sus tutores anuales; en el que se os impedía expresar vuestra opinión y se leía en público la ley sobre mi proscripción, jamás dudasteis en asociar mi salvación a la del bien común.
[3 ] [5] Con todo, después que, gracias al singular y muy destacado valor del cónsul Publio Léntulo, en las calendas de enero comenzasteis a distinguir (en lo que a los asuntos del Estado se refiere) la luz de la oscuridad y de las tinieblas del año anterior 9 ; cuando el eminente prestigio de Quinto Metelo, un hombre tan noble como intachable ciudadano 10 ; cuando el coraje y lealtad de los pretores y de casi todos los tribunos de la plebe acudieron en ayuda de la República; cuando Gneo Pompeyo, sin discusión el personaje más importante de todos los pueblos, de todos los siglos y de toda la historia por su valor, fama y gestas creyó que podía acudir al senado sin peligro, fue tal vuestro acuerdo unánime sobre mi regreso que, aunque ausente mi cuerpo, mi dignidad había sido ya restituida a mi patria.
Sin duda, a lo largo de aquel mes pudisteis apreciar las diferencias [6] existentes entre mis adversarios y yo. Yo renuncié a mi salvación personal para que la República no se viera, por mi causa, ensangrentada con las heridas de los ciudadanos; ellos pensaron que debía evitarse mi regreso, no mediante los sufragios del pueblo sino con un río de sangre. En consecuencia, a partir de aquel momento no tomasteis ninguna resolución con relación a los ciudadanos, aliados o reyes; nada resolvieron los jueces con sus sentencias, el pueblo con sus sufragios o este orden senatorial con su autoridad. Contemplabais cómo el foro permanecía mudo, la curia sin voz y la ciudad silenciosa y abatida.
A decir verdad, desde el momento en que partió hacia el [7] exilio aquel que, siguiendo vuestros consejos, hizo frente a la muerte y al incendio, habéis contemplado a la gente recorriendo toda la ciudad con antorchas y espadas, las casas de los magistrados asaltadas, incendiados los templos de los dioses 11 , quebradas las fasces de un hombre distinguido a la vez que cónsul eminente 12 , y, además, golpeado, ultrajado e, incluso, herido y traspasado por la espada el cuerpo sacrosanto de un tribuno de la plebe valiente e intachable 13 . Conmocionados por este desastre, algunos magistrados se alejaron un poco de mi causa, en parte por miedo a la muerte, en parte por falta de fe en la República. Los restantes se mostraron tales que ni elterror o la violencia, ni la esperanza o el miedo, ni las promesas o las amenazas, ni los dardos o las antorchas pudieron apartarlos de vuestra autoridad, de la dignidad del pueblo romano y de mi propia salvación.
[4 ] [8] El más destacado, Publio Léntulo, padre y dios de nuestra vida, fortuna, fama y nombre, creyó que constituiría una prueba de su valor, un testimonio de su forma de sentir y un esplendor para su consulado restituir mi persona a mí mismo, a los míos, a vosotros y a la República. Desde el momento que fue designado, nunca dudó en expresar sobre mi situación una opinión digna de él y de la República: al verse vetado por un tribuno de la plebe, al citársele aquel famoso decreto de que nadie acudiera a vosotros con una proposición, de que nadie promulgara nada al respecto, ni discutiera, hablara, votara o lo suscribiera 14 , consideró todo esto –tal como he señalado con anterioridad 15 – no una ley sino una proscripción por la cual un ciudadano benemérito de la República, de forma nominal y sin juicio, había sido arrancado de la República y el senado con él. Y tan pronto como comenzó su magistratura, ¿qué es lo primero que hizo o, mejor, qué otra cosa hizo sino consagrar en el futuro a mi salvación vuestra dignidad y autoridad? ¡Oh dioses 9 inmortales, cuán gran beneficio creo que me habéis otorgado por el hecho de ser cónsul aquel año Publio Léntulo! ¡Cuánto más grande si lo hubiera sido el año anterior! Pues no habría necesitado del remedio de un cónsul si no hubiese sido abatido por la herida que me infligió otro cónsul. Yo había oído decir a Quinto Cátulo 16 , un hombre muy sabio y ciudadano intachable, que rara vez había habido un cónsul inmoral, pero que, salvo en la época de Cina, nunca lo habían sido los dos 17 . Por ello solía afirmar que mi causa sería siempre muy sólida con tal de que, al menos, hubiera un cónsul auténtico en el Estado. Habría hablado sin duda acertadamente si lo de los dos cónsules (circunstancia que no se había dado antes en la República) hubiese podido seguir siendo un principio estable y duradero. Pues, si Quinto Metelo hubiese sido cónsul en aquel momento, ¿tenéis alguna duda del ánimo con que se habría comportado para mantenerme a salvo, cuando estáis viendo que ha sido promotor y partidario de mi regreso?
[10] Sin embargo, hubo dos cónsules cuyas mentes estrechas, mezquinas, débiles y cubiertas de tinieblas y fango fueron incapaces de intuir, de defender y de comprender el nombre mismo del consulado, el esplendor de aquella magistratura y la magnitud de tan gran poder; más que cónsules, fueron traficantes de provincias y mercaderes de vuestra dignidad. Uno de ellos me exigía, ante un numeroso auditorio, la presencia de su amante Catilina; el otro, la de Cetego, su primo hermano 18 ; estos dos, los mayores criminales nunca conocidos, bandidos más que cónsules, no sólo me abandonaron en un proceso que concernía especialmente a la República y al consulado, sino que me traicionaron, me atacaron y quisieron verme privado de toda ayuda, no sólo de la suya sino también de la vuestra y de la del resto de estamentos.
[5 ] [11] De los dos, sin embargo, uno no consiguió engañarme, ni a mí ni a nadie 19 . En efecto, ¿quién podría abrigar la menor esperanza de algún bien en aquel cuyos primeros años estuvieron abiertamente entregados a todo tipo de pasiones; que ni siquiera fue capaz de apartar los impuros desenfrenos de los hombres de la parte más sagrada de su cuerpo 20 ; que, tras haber disipado su propio patrimonio con no menos diligencia que más tarde el patrimonio público, hizo frente a su indigencia y afán de lujo entregándose a una prostitución doméstica; que, si no hubiese encontrado el refugio del tribunado, no habría podido evitar la actuación del pretor contra él, la multitud de sus acreedores y la confiscación de sus bienes; que, durante su magistratura, si no hubiese presentado la ley sobre la guerra de los piratas 21 , a buen seguro que, obligado por su indigencia e inmoralidad, él mismo habría ejercido la piratería y, sin duda, con menor perjuicio para la República que el que supone haberse quedado dentro de nuestros muros un ladrón y malvado enemigo como él; a su consideración y bajo su presidencia, un tribuno de la plebe presentó una ley, según la cual no había que someterse a los auspicios ni se permitía declarar que los augurios eran desfavorables a la reunión de una asamblea o a la celebración de unos comicios, ni oponerse a una ley, de modo que dejaba sin valor las leyes Elia y Fufia 22 que nuestros mayores pretendieron fuera la más segura protección de la República contra los desmanes de los tribunos?
[12] Este mismo cónsul, más tarde, cuando una multitud ingente de ciudadanos de bien acudió desde el Capitolio ante él en actitud suplicante y vestida de luto, cuando los jóvenes más nobles y todos los caballeros romanos se arrojaron a los pies de tan vil rufián, ¡con qué expresión este libertino de pelo rizado rechazó las lágrimas de los ciudadanos, más aún, las súplicas de la patria! Y no contento con ello, subió además a la tribuna y dijo lo que no se habría atrevido a decir ni siquiera Catilina, «su hombre», si hubiese vuelto a la vida: que haría pagar a los caballeros romanos un castigo por los sucesos de las nonas de diciembre 23 (que tuvieron lugar bajo mi consulado) y por la subida al Capitolio. Y no sólo dijo esto, sino que además atacó a cuantos le pareció bien: a Lucio Lamia 24 , caballero romano, hombre de gran prestigio y ardiente defensor de mi salvación (por razones de amistad) y de la República (a causa de la situación de su fortuna), este cónsul tiránico le conminó a abandonar la ciudad. Y como vosotros hubieseis decidido vestiros de duelo y lo hubieseis llevado a cabo todos lo mismo que habían hecho con anterioridad todos los hombres de bien, él, embadurnado con ungüentos y con la toga pretexta que todos los pretores y ediles habían abandonado en aquella situación, se burló de vuestros hábitos y del luto de una ciudad tan agradecida, e hizo lo que ningún tirano antes: al no poder impedir que os lamentarais en secreto de vuestra desgracia, os prohibió llorar públicamente las desgracias de la patria.
Cuando en el circo Flaminio fue presentado en la asamblea, [13] [6 ] no como cónsul por un tribuno de la plebe sino como jefe de piratas por un bandido, ¡con qué autoridad avanzó en un primer momento! Borracho, somnoliento y adúltero 25 , con el cabello chorreante de perfumes, el peinado acicalado, los ojos cargados, las mejillas flácidas, la voz cascada y ebria, afirmó –como si fuera una autoridad digna– que le desagradaba en exceso lo que se había decidido contra ciudadanos que no habían sido juzgados. ¿Dónde estuvo oculta para nosotros durante tanto tiempo una autoridad tan grande? ¿Por qué razón se escondió durante tanto tiempo, en burdeles y orgías, la virtud tan eximia de este bailarín de cabellos ensortijados? 26 .
En cuanto al otro, Cesonino Calvencio 27 , desde su adolescencia frecuentó el foro sin que, excepto una disimulada y fingida tristeza, ninguna otra cosa le hiciera destacar: ni el conocimiento jurídico, ni el talento oratorio, ni la experiencia militar, ni el interés por conocer a los hombres, ni la cultura; al pasar por delante de él, viéndosele desaliñado, rudo y sombrío, aun considerándolo inculto y bárbaro, con todo no se le tacharía de [14] libidinoso y corrompido. Si te hubieras sentado en el foro con este hombre o con un tarugo 28 , en nada notarías la diferencia: lo considerarías carente de ideas, sin personalidad, mudo, lento de comprensión, un sujeto inculto, un capadacio hace poco liberado de una tropa de esclavos 29 . Pero este mismo, ¡qué libidonoso en su casa, qué vicioso y disoluto, recibiendo a los placeres no por la puerta sino introduciéndolos por una entrada secreta! E incluso, cuando comienza a interesarse por la literatura y a filosofar, como un bruto salvaje, con disputadores quisquillosos, se hace entonces epicúreo sin profundizar en aquella doctrina (sea cual sea) 30 sino seducido únicamente por la palabra «placer». Además toma sus maestros, no de entre esos necios que discuten días enteros sobre el deber y la virtud y que animan a afrontar el trabajo, la actividad, o el peligro por el bien de la patria, sino de los que llegan a la conclusión de que ni una sola hora debe quedar libre de placer, que en todas las [15] partes del cuerpo hay que desarrollar algún gozo y deleite 31 . Se sirve de ellos como guías para sus pasiones; son los que van a la búsqueda y siguen el rastro de todo tipo de placeres, los que organizan y ordenan su festín; ellos mismos sopesan y valoran sus placeres, expresan su opinión y juzgan lo que parece que hay que conceder a cada pasión. Instruido en sus artes, ha despreciado a una ciudad tan prudente como ésta hasta el punto de creer que podía ocultar todas sus pasiones, todas sus vilezas con tal de presentar un rostro adusto en el foro.
Éste, en realidad, no logró engañarme a mí (pues yo conocía, [7] por mi parentesco con los Pisones, cuánto le había alejado de esta familia el vínculo materno de sangre transalpina) 32 pero sí a vosotros y al pueblo romano, no con su sagacidad y elocuencia (como ocurrió a menudo en muchos otros casos) sino con su aspereza y aire sombrío.
¿Te atreviste, Lucio Pisón, con esa mirada tuya, no voy a [16] decir con ese espíritu, con esa frente, que no vida, con tan fruncido ceño, ya que no puedo decir con tan grandes gestas, a conspirar junto con Aulo Gabinio para mi perdición? ¿El olor de sus perfumes, su aliento a vino, su frente marcada por las señales de la tenacilla de los rizos no te hacían pensar que, al haber sido en la práctica semejante a él, no te sería posible utilizar durante más tiempo esa máscara para ocultar tan grandes infamias? ¿Tuviste el atrevimiento de asociarte con él para vender, mediante un reparto de las provincias, la dignidad de cónsul, el orden público, la autoridad del senado y los bienes de un ciudadano tan benemérito? ¿Bajo tu consulado, por culpa de tus edictos y de tus mandatos le ha sido prohibido al senado del pueblo romano prestar ayuda a la República, no ya con sus decisiones y su autoridad sino ni siquiera con el luto y la vestimenta?
[17] ¿Pensabas que ejercías de cónsul (lo era entonces) en Capua 33 , ciudad que en otro tiempo fue el asiento de la arrogancia, o en Roma, en la que todos los cónsules anteriores a ti obedecieron al senado? ¿Te atreviste, al ser presentado en el circo Flaminio con tu ilustre colega, a decir que siempre habías sido compasivo? Con estas palabras intentabas demostrar que el senado y todos los hombres de bien habían sido crueles por librar a la patria de su perdición. ¡Tú, tan misericordioso conmigo, pariente tuyo a quien habías puesto en los comicios al frente como guardián del voto de la centuria prerrogativa 34 , a quien habías concedido la palabra en tercer lugar 35 en las calendas de enero, me entregaste atado de pies y manos a los enemigos de la República! ¡Tú, rechazaste de tus rodillas con las palabras más altivas y crueles a mi yerno, allegado tuyo, y a mi hija, pariente tuya! ¡También fuiste de una clemencia y misericordia extraordinarias cuando fui abatido junto con la República por el ataque no de los tribunos sino de los cónsules! ¡Fuiste tan malvado y desmesurado que no consentiste que transcurriera siquiera una hora entre mi ruina y tu botín, al menos hasta que se apagara aquel lamento y gemido de la ciudad!
Todavía no se había hecho pública la ruina de la República [18] cuando ya se te estaba pagando el precio de su destrucción: a un mismo tiempo se saqueaba e incendiaba mi casa, mis bienes eran trasladados desde el Palatino a casa de uno de los cónsules, vecino mío, y desde Túsculo a la casa del otro cónsul, también vecino 36 , en el momento en que, votando ellos mismos la aprobación de este acto a propuesta de ese mismo gladiador, en medio de un foro vacío y desierto no sólo de hombres de bien sino incluso de hombres libres, sin que el pueblo romano supiera lo que pasaba y con el senado oprimido y abatido, se regalaba a estos dos cónsules impíos y sacrílegos el tesoro público, las provincias, las legiones y el mando.
Las ruinas ocasionadas por estos cónsules, vosotros, cónsules [8] también, habéis conseguido levantarlas con vuestra virtud, apoyados por la más elevada fidelidad y diligencia de los tribunos de la plebe y de los pretores.
¿Qué podría decir yo de un hombre tan distinguido como [19] Tito Anio 37 o quién sería capaz de hablar alguna vez con suficiente dignidad sobre un ciudadano semejante? Éste, al considerar que un ciudadano criminal o, más bien, un enemigo público, debía ser abatido por una acción judicial (en el caso de que se pudiera hacer uso de las leyes), pero que, si la violencia impedía o suprimía los tribunales, se debía vencer el atrevimiento con valor, la locura con serenidad, la temeridad con prudencia, las bandas callejeras con tropas de verdad y la violencia con la violencia, lo primero que hizo fue acusarlo de actuación violenta; después, al observar que el proceso quedaba anulado por obra de ese mismo individuo, se ocupó de que no pudiera lograr todos sus propósitos mediante la violencia; hizo ver que ni las casas, ni los templos, ni el foro, ni la curia podían ser defendidos contra una banda interna de ladrones si no era con un grandísimo valor y con el mayor número de recursos y fuerzas militares; fue el primero que, tras mi partida, hizo perder el miedo a las gentes de bien, la esperanza a los temerarios, el temor a este orden senatorial y la esclavitud a la ciudad.
[20] Publio Sestio, prosiguiendo esta forma de actuar con igual arrojo, decisión y lealtad, pensó que no debía evitar nunca enemistades, violencia, ataques o el peligro de su vida por la defensa de mi persona 38 , de vuestra autoridad y del orden ciudadano; hizo valer ante la multitud la causa del senado que había sido atacada violentamente por las arengas de los desalmados, con tanta diligencia que nunca nada resultó tan popular como vuestro nombre, nada tan querido de todos como vuestra autoridad; no sólo me defendió con todos los medios de que fue capaz como tribuno de la plebe sino que, además, me prestó otros apoyos como si fuera mi hermano: me prestó como ayuda sus clientes, libertos, familia, bienes y cartas hasta el punto de que parecía no sólo que aliviaba mi desgracia sino que la compartía.
[21] Ya habéis comprobado los servicios y esfuerzos de los demás: cuán partidario de mí se mostró Gayo Cestilio, qué lleno de celo hacia vosotros y qué constante en la defensa de la causa. ¿Qué puedo decir de Marco Cispio? 39 . Soy consciente de lo mucho que le debo a él personalmente, a su padre y a su hermano: a pesar de haber ofendido sus sentimientos en un proceso privado, dejaron en el olvido esta ofensa personal ante el recuerdo de mis servicios públicos. Tampoco Tito Fadio, a quien tuve como cuestor 40 , y Marco Curcio, de cuyo padre lo fui yo 41 , con su dedicación, afecto e interés faltaron a esta amistosa unión. Muchas cosas dijo en mi favor Gayo Mesio 42 por amistad y por patriotismo: desde el principio propuso una ley específica sobre mi regreso. Si Quinto Fabricio hubiera podido [22] llevar a cabo, enfrentándose a la violencia y a las armas, cuanto intentó en mi favor, habríamos recuperado nuestros derechos en el mes de enero; sus sentimientos le movieron a salvarme, la violencia se lo impidió, vuestra autoridad le ha restablecido por ello.
[9] A su vez vosotros habéis podido valorar con qué ánimo se mostraron hacia mi persona los pretores, ya que Lucio Cecilio se esforzó en apoyarme en privado con todos sus medios; públicamente promulgó una ley sobre mi regreso de acuerdo con casi todos sus colegas y no concedió a los saqueadores de mis bienes la posibilidad de acudir a juicio. Por su parte, Marco Calidio, desde el momento mismo de su designación, manifestó con su voto cuán grato le era mi regreso 43 .
[23] Han quedado de manifiesto todos los excelentes oficios de Gayo Septimio, Quinto Valerio, Publio Craso, Sexto Quintilio y Gayo Cornuto hacia mi persona y la República 44 .
De igual modo que recuerdo con agrado estos hechos, también omito de buen grado los actos abominables de algunos individuos 45 contra mi persona: no es el momento de recordar las injurias que yo, aunque pudiera vengarlas, desearía olvidar. A un propósito distinto he de dedicar mi vida entera: a mostrar mi agradecimiento a las personas que me prestaron su ayuda, conservar las amistades puestas a prueba por el fuego, hacer la guerra a mis enemigos declarados, perdonar a los amigos medrosos, denunciar a los traidores y mitigar el dolor de mi partida con la dignidad de mi regreso.
[24] Y, si en toda mi existencia no me quedara ninguna otra obligación que la de mostrarme suficientemente agradecido hacia los que han dirigido, encabezado y promovido mi salvación, con todo consideraría escaso el tiempo que me queda de vida no sólo para testimoniar mi agradecimiento sino aún para dar fe del mismo. En efecto, ¿cuándo podríamos, yo y todos los míos, mostrar nuestra gratitud a este hombre 46 y a sus hijos? ¿Qué memoria, qué fortaleza de espíritu, qué grandeza en la consideración hubiera podido responder a tantos y tan grandes beneficios? Él fue el primero que, estando yo afligido y abatido, me ofreció la garantía consular y me alargó su mano; él me llamó de la muerte a la vida, de la desesperación a la esperanza, de la ruina a la salvación; mostró tanto afecto hacia mí y dedicación a la República que ha buscado el modo no sólo de aligerar mi desgracia sino, incluso, de ennoblecerla. Porque, ¿pudo ocurrirme algo más extraordinario y maravilloso que el que, a propuesta suya, hayáis decretado que todos cuantos, de Italia entera, desearan una República a salvo, acudieran para restituirme y defenderme a mí solo, un hombre abatido y casi aniquilado? De modo que, con las mismas palabras que utilizó sólo tres veces desde la fundación de Roma un cónsul en favor de todo el Estado (y únicamente ante quienes podían entenderlas), con esas mismas palabras 47 el senado ha llamado a la salvación de una sola persona a Italia entera y a todos los ciudadanos de los campos y ciudades.
¿Pude acaso legar a mis descendientes algo más digno de [25] [10 ] gloria que este juicio del senado según el cual todos los que no me habían defendido, habían manifestado su deseo de no salvar a la República? Así que vuestra autoridad y la egregia dignidad del cónsul tuvieron una influencia tan grande que, si alguien no acudía, creía estar cometiendo una acción deshonrosa e infamante. Este mismo cónsul, una vez que hubo acudido a Roma aquella increíble multitud y casi Italia entera, os convocó en gran número en el Capitolio. En aquel momento pudisteis comprender cuánta fuerza tienen la bondad natural y la auténtica nobleza: Quinto Metelo, adversario él además de hermano de mi adversario 48 , depuso todos sus resentimientos personales al comprender vuestra intención. A éste, Publio Servido, hombre distinguido, virtuoso y gran amigo mío 49 , con la gravedad casi divina de su autoridad y de su elocuencia le trajo a la memoria las hazañas y virtudes de su linaje y sangre común, para que, a la hora de tomar una decisión, tuviera presentes – llamados por así decirlo del Aqueronte– a su hermano, aliado de mis empresas 50 , y a todos los Metelos, ciudadanos tan ilustres, y, entre ellos, a aquel Metelo Numídico cuya partida de la patria en otro tiempo – aunque luctuosa– fue considerada [26] honrosa por todos los hombres de bien 51 . De este modo quien antes de este inmenso beneficio había sido mi adversario, se mostró no sólo partidario de mi regreso sino, incluso, defensor de mi dignidad. Ciertamente en ese día en el que os reunisteis cuatrocientos diecisiete senadores y estuvieron presentes todos los magistrados, sólo uno 52 se opuso: aquel que, de acuerdo con su ley, había pensado llamar incluso de los infiernos a los conjurados. Y en ese día, cuando con las palabras más solemnes y numerosas habíais proclamado que la República se había salvado gracias a mis decisiones, este mismo cónsul se cuidó de que, al día siguiente, estas mismas palabras fueran pronunciadas por los principales de la ciudad en una asamblea; después de haber defendido él mismo –sin duda con gran brillantez– mi causa, consiguió, ante el auditorio y la presencia de Italia entera, que nadie pudiera oír una palabra áspera u ofensiva para las gentes de bien de parte de ningún orador vendido o corrupto.
A estas actuaciones favorables a mi regreso y honrosas para [27] [11 ] mi dignidad vosotros mismos habéis añadido lo restante: decretasteis que nadie debía oponerse por medio alguno a esta medida; que, si alguien la impedía, lo llevaríais muy a mal, pues –decíais– actuaría contra la República, contra el bienestar de la gente de bien y contra la concordia de los ciudadanos; y que, de inmediato, se llevara ante vosotros el caso para tratar sobre él; además ordenasteis mi regreso aunque persistieran en sus calumnias. ¿Por qué? ¿Para dar las gracias a quienes habían acudido desde los municipios? ¿Para solicitarles que mostraran su acuerdo con este propósito el día en que se volviera a tratar el tema? ¿Qué diré, en fin, de aquel día que Publio Léntulo estableció como un nuevo nacimiento para mí 53 , mi hermano y nuestros hijos, destinado no sólo al recuerdo de nuestra época sino al de todos los tiempos, aquel día en el que, por los comicios centuriados que nuestros antepasados quisieron sobre todo que fueran proclamados y considerados como unos comicios justos, se nos llamó para regresar a la patria a fin de que las mismas centurias que me habían nombrado cónsul aprobaran [28] mi actuación durante el consulado? Ese día, ¿qué ciudadano hubo, independientemente de su edad o del estado de su salud, que considerara lícito no manifestar su voto en favor de mi regreso? ¿Cuándo habéis visto una concurrencia tan numerosa en el Campo de Marte, una magnificencia tal de Italia entera y de todos los estamentos? ¿Cuándo habéis visto, con aquella dignidad, a los que recogían, contaban y supervisaban los sufragios? En consecuencia, gracias a la brillante y divina ayuda de Publio Léntulo, no hemos sido simplemente devueltos a la patria como algunos famosísimos ciudadanos, sino que lo hemos sido transportados por caballos engalanados y en un carro dorado 54 .
[29] ¿Podré yo alguna vez mostrarme suficientemente agradecido para con Gneo Pompeyo? Él afirmó, no sólo ante vosotros (todos erais de la misma opinión) sino también ante la asamblea popular, que el bienestar del pueblo romano había sido conservado gracias a mí y que estaba unido a mi propia salvación; hizo valer mi causa ante los ciudadanos juiciosos, informó de ella a los ignorantes y, a un mismo tiempo, reprimió con su autoridad a los inmorales y animó a los buenos ciudadanos; exhortó e, incluso, suplicó al pueblo romano en mi favor como si lo hiciera por su hermano o por uno de sus padres; a pesar de permanecer en su casa por temor a un enfrentamiento o derramamiento de sangre 55 , pidió a los tribunos precedentes que promulgaran una ley sobre mi regreso y la sometieran al senado 56 ; él mismo, cuando desempeñaba una magistratura en una colonia recientemente constituida 57 en la que no existía ningún vendido que interpusiera su veto, con la autoridad de los hombres más honorables y en los registros públicos denunció por escrito la violencia y crueldad de la ley contra mi persona 58 ; fue el primero que decidió implorar la ayuda de toda Italia en favor de mi regreso; siendo como había sido siempre un gran amigo mío, se esforzó también por convertir en amigos míos a sus allegados 59 .
Así mismo, ¿con qué buenos oficios podré recompensar la [30] [12 ] ayuda de Tito Anio? Todas sus disposiciones y pensamientos, en una palabra, todo su tribunado no fue sino una constante, perpetua, esforzada e invencible defensa de mi regreso. ¿Qué puedo decir de Publio Sestio? Dio testimonio de su benevolencia y fidelidad hacia mí no sólo con el dolor de su corazón sino, además, con las heridas sufridas en su cuerpo 60 .
A vosotros, senadores, os he dado ya y seguiré dándoos las gracias a cada uno en particular; os las di al principio a todos de forma general, en la medida de mis posibilidades: no soy capaz, en modo alguno, de hacerlo con suficiente brillantez; y, aunque son extraordinarios los méritos de muchos de vosotros para conmigo, méritos que en modo alguno puedo silenciar, sin embargo el momento presente y mi propio azoramiento me impiden recordar los favores de cada uno de vosotros hacia mi persona: es difícil no dejar de mencionar a alguien e impío hacerlo así. A todos vosotros, senadores, debo honraros entre el número de los dioses. Pero, de igual modo que entre los propios dioses inmortales solemos venerar y suplicar no siempre a los mismos sino unas veces a unos y otras veces a otros, así también entre los hombres que me han rendido servicios divinos, dedicaré toda mi vida a proclamar y recordar sus favores [31] hacia mi persona. En el día de hoy, sin embargo, he creído un deber manifestar nominalmente mi agradecimiento a los magistrados y, entre las personas privadas, únicamente a aquel que, en favor de mi regreso, recorrió municipios y colonias, presentó sus ruegos en actitud suplicante al pueblo romano y expresó una opinión que vosotros secundasteis y por la que me restituisteis mi dignidad 61 . Siempre me honrasteis cuando estaba en una posición próspera; al encontrarme en una situación angustiosa me habéis defendido hasta donde os ha sido posible, cambiando vuestro vestido y, en cierto modo, con vuestro luto. Remontándonos hasta donde alcanza nuestra memoria, vemos que los senadores, ni aun en medio de sus propios peligros, acostumbraban a mudar de vestimenta; ante mi desgracia, el senado la cambió en la medida en que se lo permitieron los decretos de aquellos que privaron mis desgracias no sólo de su propia protección sino, incluso, de vuestras súplicas.
[13 ] [32] Ante estos obstáculos, al ver que debía combatir, como ciudadano privado, contra el mismo ejército al que había vencido no con las armas sino con vuestra autoridad, medité conmigo mismo muchas cosas 62 .
Uno de los cónsules había dicho en una asamblea que pensaba castigar a los caballeros romanos por su subida al Capitolio 63 ; unos eran reprendidos nominalmente, otros citados ajuicio, algunos exiliados; se impedía el acceso a los templos con destacamentos y gente armada, cuando no, incluso, con demoliciones 64 . El otro cónsul, con el propósito de abandonarnos a mí y a la República y entregarnos, además, a los enemigos de la misma República, había pactado con ellos un reparto del botín. Otro personaje 65 se encontraba a las puertas de Roma investido de mando para muchos años y con un poderoso ejército: no digo que fuera mi enemigo; pero sé que guardaba silencio cuando se decía que lo era.
Había en la República –al parecer– dos partidos: el uno –se [33] pensaba– buscaba mi ruina movido por el odio; el otro, me defendía tímidamente por temor a una masacre. Por su parte, los que parecían buscar mi perdición, hicieron que aumentara el miedo a un enfrentamiento al no disminuir nunca las sospechas y la inquietud de la gente mediante un desmentido 66 . Por ello, al ver al senado privado de sus jefes; a mí mismo, en parte atacado por los magistrados, en parte traicionado y en parte abandonado; a los esclavos reclutados individualmente con la excusa de formar colegios 67 ; a todas las tropas de Catilina reunidas de nuevo casi bajo los mismos cabecillas con la esperanza de asesinatos e incendios 68 ; a los caballeros romanos conmocionados por el miedo de las proscripciones, a los municipios por el de ser devastados y a todos por el temor a sufrir alguna masacre; yo pude, sí, pude, senadores, siguiendo el consejo de muchos hombres valerosos, defenderme con la fuerza de las armas y no me abandonó aquel ánimo mío que vosotros muy bien conocéis. Pero comprendía que, si vencía a mi presente adversario, me vería obligado a vencer a muchísimos otros; que, si era vencido, habrían de perecer muchos hombres de bien en mi defensa y a mi lado, aun después de mi muerte; y que los vengadores de la sangre de un tribuno aparecerían rápidamente, mientras que el castigo por mi muerte quedaría reservado a los tribunales y a la posteridad.
[14 ] [34] Habiendo defendido durante mi consulado el bien común sin necesidad de la espada, no quise como ciudadano particular defender el mío propio con las armas en la mano y preferí que los hombres honestos se lamentaran de mis desgracias a que desesperaran de las suyas. Me parecía deshonroso perecer en solitario, pero funesto para la República que fuera acompañado de muchos. Si creyera que se me amenazaba con una desgracia eterna, yo mismo me habría castigado con la muerte antes que con un dolor sin fin. Pero, al comprender que no permanecería lejos de esta ciudad durante más tiempo que la propia República, no consideré una obligación quedarme aquí cuando ella estaba también exiliada; y la República, tan pronto como ha vuelto a ser llamada, me ha traido también a su lado. Junto conmigo estuvieron ausentes las leyes, los tribunales, los derechos de los magistrados, la autoridad del senado, la libertad, incluso la prosperidad económica 69 y todos los ritos sagrados y religiosos de los dioses y de los hombres. Si todo esto hubiera desaparecido para siempre, lloraría vuestras desgracias más que lamentar las mías; pero si se recuperaba algún día, era consciente de que yo habría de regresar a la vez.
El más fiel testigo de esta manera mía de pensar es el mismo [35] que fue guardián de mi vida, Gneo Plancio, quien, dejando todos sus privilegios y las ventajas de su provincia, consagró toda su cuestura a sostenerme y defenderme 70 . Si lo hubiera tenido como cuestor bajo mi mandato, habría sido para mí como un hijo; ahora sin duda será para mí como un padre puesto que fue cuestor no de mi autoridad sino de mi dolor.
[36] En conclusión, senadores, puesto que he sido restituido a la República juntamente con ella, por defenderla no disminuiré en nada mi antigua independencia sino que, incluso, la incrementaré. Pues, si la defendía cuando era ella la que me debía algo, ¿qué no voy a hacer ahora, cuando soy yo quien le debo tanto? En efecto, ¿qué podría abatir o debilitar un ánimo como el mío, cuyo sufrimiento estáis viendo constituye una prueba fehaciente, no ya de no haber cometido delito alguno sino, más bien, de haber prestado unos servicios excepcionales a la República? Una desgracia que, no sólo me ha sobrevenido por haber defendido a la ciudad, sino que, además, la he asumido por propia voluntad para que esa misma República que yo había defendido no se viera expuesta a un peligro extremo por mi culpa.
[37] No imploraron al pueblo romano en mi favor, como lo hicieron por un hombre tan distinguido como Publio Popilio 71 , unos hijos adolescentes o una multitud de allegados; ni suplicaron al pueblo romano por mí, con lágrimas y vestidos de luto, como por Quinto Metelo, hombre eminente e ilustre 72 , suplicó su hijo, cuya juventud llamaba ya la atención, ni los consulares Lucio y Gayo Metelo, ni los hijos de éstos, ni Quinto Metelo Nepote 73 (que entonces aspiraba al consulado), ni los Lúculos, Servilios o Escipiones, hijos de las esposas de los Metelos; únicamente mi hermano, en quien encontré un hijo por su piedad filial, un padre por sus consejos y un hermano –que lo era– por su afecto, consiguió con su luto, lágrimas y continuas súplicas reavivar la añoranza de mi persona y que se mencionara el recuerdo de mis gestas. Éste, aunque había decidido, si no me recobraba gracias a vosotros, sufrir el mismo destino que yo y reclamar para sí la misma residencia para la vida y la muerte, sin embargo, no se dejó nunca abatir por la dificultad de la empresa, por su propia soledad o por la violencia y los dardos de los enemigos.
Otro protector y defensor infatigable de mi causa fue mi [38] yerno Gayo Pisón 74 , hombre de extremado valor y afecto, quien, ante mi salvación, despreció las amenazas de mis adversarios, la enemistad de un cónsul aliado mío y pariente suyo, y su propia cuestura en el Ponto y Bitinia. Nunca el senado emitió un decreto sobre Publio Popilio, nunca se hizo mención, en esta asamblea, de Quinto Metelo: fueron restituidos finalmente merced a las propuestas de los tribunos y muertos ya sus adversarios, después de haber obedecido uno de ellos al senado y haber evitado el otro muertes y violencia. A su vez, Gayo Mario 75 que, según recuerda esta generación, fue el tercer consular expulsado con anterioridad a mí a causa de los avatares políticos, no fue restituido por el senado; es más, a su regreso eliminó prácticamente a todo el senado. Sobre estos personajes no existió acuerdo alguno de los magistrados, ninguna convocatoria del pueblo romano para defender a la República, ningún movimiento de Italia, ningún decreto de los municipios y colonias.
[39] En consecuencia, dado que ha sido vuestra autoridad la que me ha hecho regresar, el pueblo romano el que me ha llamado, la República la que ha implorado en mi favor e Italia entera la que me ha vuelto a traer casi a hombros 76 , no voy a consentir, senadores, al haber recuperado lo que no estaba en mi poder, en renunciar a cuantas obligaciones pueda cumplir, sobre todo porque he recobrado lo que había perdido y porque nunca perdí mi valor y mi lealtad.
1 Al igual que en otros discursos (Quir. 5; Marc. 4), Cicerón desarrolla el «tópico de lo indecible» al insistir en la incapacidad de hablar dignamente de un tema, tópico éste que, desde Homero, aparece con múltiples variantes en toda la literatura occidental (Cf. E. R. CURTIUS , La literatura europea y la Edad Media Latina I, Madrid, 1955, pág. 231 ss.).
2 Roma es, como ya había señalado el orador (Cat. IV 11), «la luz de todas las tierras y la ciudadela de todos los pueblos».
3 Lucio Ninio Cuadrato, tribuno de la plebe junto con Clodio pero amigo de Cicerón (sobre su personalidad, cf., T. P. WISEMAN , Roman Studies, Liverpool, 1987, págs. 12, 20 y 237), intervino al parecer ante su colega para conseguir una tregua con el orador: Cicerón no haría ninguna oposición a las cuatro primeras rogationes clodianas (la ley sobre los colegios, la que limitaba el derecho de la obnuntiatio, la relativa a las listas de los censores y, en fin, la ley frumentaria), a condición de que Clodio no sacara a relucir el asunto de Catilina (P. GRIMAL , Études..., op. cit., pág. 32). Clodio habría aceptado, pero lógicamente no cumplió su palabra. Más tarde Ninio será uno de los primeros en presentar una proposición (el 1 de junio del 58) en favor del regreso del exiliado; pero Clodio provocó el veto de su colega Elio Ligo (Sest. 26; 68; DIÓN CASIO , XXXVIII 30, 4).
4 Sobre esta rogatio que Cicerón, en su correspondencia del exilio (Att. III 23, 2-4), consideró insuficiente, cf. Sest. 70, nota 100.
5 Es decir, la ley relativa al reparto de las provincias. Posiblemente el 20 de marzo (sobre la fecha de esta ley, cf. Sest. 53, nota 74) Clodio hizo que se aprobara una lex de provinciis en la que se privaba al senado del derecho a fijar las provincias consulares; para comprar el apoyo de los cónsules de aquel año, se concedió a Pisón Macedonia y Acaya, y a Gabinio en un primer momento Cilicia y, posteriormente, Siria y Persia (sen. 18; dom. 23-24; 55; 60; 124; Sest. 55).
6 Frente a la edición de PETERSON (quam relativo, cuyo antecedente sería ea lege) creemos más lógica, para la comprensión del texto, la lectura de los códices (cum temporal). Para su justificación, cf. B. D. R. SHACKLETON , «On Cicero’s speeches post reditum», art. cit., págs. 271-272 y E. COURTNEY , «Notes...», art. cit., págs. 47-48.
7 Se refiere, lógicamente, a los cómplices de Catilina ejecutados durante el consulado de Cicerón.
8 Pompeyo, ante las amenazas de Clodio (dom. 67; 110), se vio obligado a recluirse en su casa (sen. 29; dom. 8; har. 49). Llegó, incluso, a descubrirse un complot contra su vida (Sest. 69; Mil. 18).
9 Sobre la propuesta del cónsul Léntulo y las intervenciones de L. Aurelio Cota y Pompeyo, cf. Quir. 11-12, dom. 68-71 y Sest. 72-74.
10 Quinto Cecilio Metelo Nepote era colega de Léntulo en el consulado del 57. Primo de Clodio, estaba enemistado con Cicerón: siendo tribuno de la plebe, en el 63-62, había impedido que el orador se glorificara en un discurso ante el pueblo y le había acusado de haber ejecutado a los cómplices de Catilina. De todos modos, en este momento dejó a un lado sus resentimientos personales (sen. 25) y no se opuso a las tentativas de Léntulo en favor del regreso de Cicerón.
11 Cf. Mil . 73, nota 102.
12 Frente a WUILLEUMIER (op. cit., pág. 18, n. 1) que ve en este clarissimus consul a Gabinio, G. ACHARD (Pratique rhétorique et idéologic politique dans les discours «optimates» de Cicéron, Leiden, 1981, pág. 304, n. 352) cree que se está refiriendo a uno de los cónsules del 57, posiblemente a Metelo Nepote (dom. 13).
13 Para evitar que los comicios populares ratificaran la propuesta unánime del senado –enero del 57– en favor de Cicerón, Clodio lanzó a las calles sus bandas de esclavos y gladiadores. En uno de los enfrentamientos «Quinto, el hermano de Cicerón, quedó tendido entre los cadáveres como si estuviera muerto» (PLUT ., Cic. 33, 4); días después fue el tribuno de la plebe P. Sestio el que también resultó herido y dejado por muerto (sen. 20; 30; Sest. 79; Mil. 38; Q. fr. II 3, 6).
14 Una de las cláusulas de la lex de exsilio Ciceronis prohibía todo intento por conseguir el regreso de Cicerón mediante un senadoconsulto o una ley que derogara la de Clodio; cf. PH . MOREAU , «La lex Clodia...», art. cit., pág. 481.
15 Cf. supra, sen. 4. Cicerón adelanta después una de las críti cas, que reiterará sobre todo en De domo (26; 33; 43; 45; 51; 62; 77; 83; 86-88; 110), contra la lex de exsilio: la ausencia de un proceso y de una condena judicial. La crítica está justificada pero es evidente que Cicerón no esperó en Roma para ser citado a juicio (ya había huido cuando se aprobó la ley) y, con toda seguridad, no habría vuelto para comparecer ante un tribunal.
16 Quinto Lutacio Cátulo, hijo, cónsul en el 78, princeps senatus, logró que se concediera a Cicerón el título de parens patriae (dom. 132; Sest. 121; Pis. 6).
17 Para esta misma idea, cf. Sest. 77, nota 111.
18 Gayo Cornelio Cetego, ejecutado en el 63 como cómplice de Catilina, era efectivamente primo hermano del cónsul del 58 Lucio Calpumio Pisón; Calpumia, la hija de Pisón, estaba casada con César. Por su parte, Gabinio era partidario de Pompeyo (había sido lugarteniente del triunviro). En consecuencia, las críticas a los cónsules eran, en cierto modo, extensibles a sus valedores (César y Pompeyo) que nada hicieron por impedir el exilio de Cicerón.
19 Se refiere a Aulo Gabinio (la misma idea aparece en Sest. 20), contra quien va a dirigir a partir de ahora sus ataques. Comienzan así tres de los capítulos (V-VII) donde se muestra con mayor intensidad la ironía y mordacidad de Cicerón (cf. A. HAURY , L’ironie et l’humour chez Cic é ron. Leiden, 1955, pág. 144).
20 Es decir, la boca. La acusación de homosexualidad, afeminamiento y, en general, de cualquier tipo de depravación sexual, es un lugar común de la invectiva ciceroniana, a la que el orador recurre para atacar por igual a Verres, Catilina, Gabinio, Clodio o Antonio; cf., sobre este tema, el interesante trabajo de F. G. GONFROY , «Homosexualité et idéologie esclavagiste chez Cicéron», DHA 4 (1978), 219-262.
21 En el 68, a propuesta de Aulo Gabinio, se le otorgaron a Pompeyo poderes excepcionales contra los piratas; a cambio, el entonces tribuno de la plebe obtuvo un cargo lucrativo.
22 Hubo, en efecto, una lex Aelia y otra lex Fufia (Pis. 10), asociadas bajo la denominación común de lex Aelia Fufia, que, desde el 153, establecían las reglas de la obnuntiatio: una asamblea pública no podía celebrarse si en la observación del cielo aparecían presagios desfavorables. Fue Clodio, en el 58, quien intentó limitar el uso abusivo y arbitrario que la oligarquía senatorial hacía de esta ley; así, por ejemplo, estableció que la obnuntiatio debía ser ejercida en persona para evitar obstrucciones como la de Bíbulo contra César en el 59. Por lo tanto, no es exacta la afirmación de Cicerón: Clodio no abolió la práctica de la obnuntiatio, entre otras razones, porque también era un arma útil en manos de los populares (cf. C. R. TAYLOR , Party politics in the age of Caesar, Univ. Calif. Press, 1968, pág. 213, n. 22).
23 Sobre este episodio, cf. Sest. 28 y nota 40.
24 Lucio Lamia, partidario de Cicerón y que presidía el orden ecuestre, fue relegado por el cónsul Gabinio (dom. 55; Sest. 29); según Cicerón (Fam. XI 16, 2) fue el primer ejemplo de relegatio (pena menor que la del exsilium ya que no entrañaba la capitis deminutio) de un ciudadano romano, pronunciada en estas condiciones.
25 La expresión (plenus vini, stupri, somni), más que una descripción real, parece un lugar común, ya que con ella el orador se había referido con anterioridad a Verres (Verr. V 94) y más tarde a Clodio ( har. 55 ).
26 Macrobio (Sat. III 14, 15) elogió el talento de Gabinio como bailarín, una virtud no muy decorosa en un cónsul: el baile está asociado al vicio (cf. Mur. 13)
27 Pasa ahora a referirse al colega de Gabinio en el consulado, Lucio Calpurnio Pisón; pero en vez de nombrarlo directamente, utiliza con ironía el nombre de su abuelo materno, Calvencio, originario de la Galia.
28 A lo largo de todo este pasaje (sen. 14-15), Cicerón se deja llevar por su vena satírica, acudiendo a expresiones vulgares, injuriosas e, incluso, procaces, que algunos críticos consideraron impropias del orador y utilizaron como un argumento más para poner en duda la autenticidad del discurso (cf. L. LAURAND , É tudes sur le style..., op. cit., págs. 310-311).
29 Sobre el valor despectivo del término (Mitrídates es también llamado «capadocio» en Flac. 61), cf. G. ACHARD , Pratique rhétorique..., op. cit., pág. 207 y notas 64-65.
30 Como en otras ocasiones (Mur. 63; Verr. IV 5) Cicerón, en cuanto político romano, intenta no mostrarse demasiado interesado por la cultura y filosofía griegas.
31 El compañero habitual de Pisón era el filósofo epicúreo Filodemo. En otra ocasión (Pis. 37) le apostrofará: «Tú [Pisón], epicúreo nuestro salido de una pocilga, que no de una escuela».
32 El primero de los tres maridos de Tulia, la hija de Cicerón, fue Gayo Calpumio Pisón Frugi; por lo tanto, había un parentesco entre Cicerón y L. Calpumio Pisón que el orador no se cansará de recordar (sen. 17; 38) para destacar más si cabe la falta de sentimientos del cónsul. De todos modos, para salvar el honor de la familia de los Pisones, prefiere pensar que los vicios y defectos de Pisón se deben al influjo de sus antepasados galos por línea materna (Sest. 21).
33 A la vez que cónsul en Roma, Pisón compartía con Pompeyo (sen. 29) las funciones de duunviro en la colonia de Capua (dom. 60; Sest. 19) que acababa de ser fundada por César en el 59. Capua, en otro tiempo independiente y rival de Roma, era la ciudad más importante de la región de Campania y no gozaba precisamente de buena reputación: «morada del orgullo y sede del placer» la denomina el propio Cicerón (lege agr. II 97).
34 Es decir, la que, por sorteo, votaba en primer lugar y que solía condicionar el resultado.
35 El orden a la hora de conceder la palabra en el senado era un reconocimiento de la importancia política del individuo. Pisón, en la sesión inagural de su consulado, concedió la palabra a Cicerón tras Pompeyo y, posiblemente, tras Craso (es decir, después de los dos triunviros; César se encontraba ausente, en la Galia).
36 Sobre el despojo de las propiedades de Cicerón (inmediatamente después del voto de la lex de capite), cf. infra, págs. 91-92.
37 T. Anio Milón, el futuro asesino de Clodio. Sobre su persona, cf. págs. 443 ss. Ante la violencia desatada por Clodio (finales de enero del 57) para oponerse a cualquier actuación en favor del exiliado, Milón, entonces tribuno de la plebe, intentó una acción judicial contra él acusándolo de actuación violenta; pero su colega Atilio Serrano y el pretor Apio Claudio se lo impidieron. Milón reclutó entonces mercenarios para enfrentarse a las bandas callejeras de Clodio (sen. 30; Sest. 86 y Mil. 38).
38 Sobre las distintas actuaciones de este tribuno en favor del regreso de Cicerón, cf. págs. 270-272.
39 Marco Cispio junto con Quinto Fabricio (citado al comienzo de sen. 22) fueron dos de los tribunos que, en la sesión del senado de enero del 57, propusieron el regreso de Cicerón; además del veto de Serrano, su rogatio no pudo ser votada porque Clodio «ocupó el foro, el comicio y el senado» (Sest. 75) y con la ayuda de los gladiadores prestados por el pretor Apio Claudio atacó a los asistentes; Quinto, el hermano de Cicerón, escapó de milagro (Sest. 77). Se desconoce la naturaleza del proceso al que hace referencia Cicerón; sí sabemos, en cambio, que posteriormente M. Cispio fue defendido por el orador (Planc. 75).
40 T. Fadio había sido cuestor durante el consulado de Cicerón en el 63. Sobre su propuesta en favor del regreso del exiliado, cf. dom. 40, nota 54 y Q. fr. I 4, 3; Att. III 23, 4.
41 Durante la cuestura de Cicerón, en el 75, el padre de M. Curcio, Sex. Peduceno, era gobernador de Sicilia.
42 Tribuno de la plebe que, en diciembre del 58, vio también fracasar su propuesta (Att. 26). Sobre este personaje y sus relaciones con Pompeyo y César, cf. B. D. R. SHACKLETON BAILEY , Letters to Atticus, II, Cambridge, 1965, pág. 168.
43 La casa del pretor L. Cecilio Rufo (hermano de P. Sila) fue asaltada por las bandas de Clodio (Mil. 38). A su vez, M. Calidio, notable orador (Brut. 274), pronunció un discurso (QUINTIL ., Inst. orat. X 1, 23) para apoyar a Cicerón en su intento por recuperar su casa del Palatino.
44 Como volverá a recordar más tarde (Sest. 87; Mil. 39), frente a los siete pretores que acaba de citar, sólo uno, Apio Claudio, hermano de Clodio, le fue contrario.
45 Sobre estos nonnulli indefinidos, cf. Sest. 14, nota 22.
46 Vuelve a referirse el orador (cf. sen. 5; 8) al cónsul P. Cornelio Léntulo.
47 Cicerón, tan amante de comparaciones gloriosas, equipara el decreto del senado en favor de su regreso con la fórmula solemne qui rempublicam salvam velit sequatur pronunciada en tres circunstancias históricas críticas: por P. Valerio Publícola en el 460 (Liv., III 17), por G. Mario en el 100 (Rabir. 7) y por G. Calpumio Pisón en el 67. Sobre esta misma idea, cf. Sest. 128.
48 En realidad, el cónsul Quinto Metelo (sen. 5, nota 10) no era hermano sino primo hermano (fratres amitini) de Clodio. El término latino frater se utiliza, pues, con una acepción amplia (dom. 7 y 13).
49 Publio Servilio, cónsul en el 79 y que descendía también de los Metelos por la línea de su abuela (dom. 123), intervino activamente en el regreso del orador (Quir. 17; dom. 43; Flac. 100; prov. cons. 1)
50 Durante el consulado de Cicerón, Quinto Cecilio Metelo Céler, en calidad de pretor, había reclutado tropas en el Piceno y la Galia (Cat. II 5) para hacer frente a Catilina.
51 Sobre Quinto Cecilio Metelo Numídico y su exilio, cf. sen. 37 y nota 72.
52 Lógicamente P. Clodio. Cf. supra, pág. 22.
53 La idea de que, con su regreso, Cicerón ha vuelto a nacer, había sido ya expresada en su correspondencia durante el exilio: «haz lo posible -le ruega a su amigo Ático— para que celebre el nacimiento de mi retomo en tu acogedora casa contigo y con mi familia» (Att. III 20, 1).
54 Es decir, de la misma forma que los generales victoriosos que celebran el triumphus.
55 Más bien, porque temía por su seguridad ante las amenazas lanzadas contra él por Clodio; cf. sen. 4, nota 8.
56 Sobre esta propuesta, cf. Sest. 70 y nota 100.
57 Se refiere a Capua, colonia de la que era duunviro junto a Pisón (cf. sen. 17, nota 33).
58 Otra de las críticas de Cicerón a la lex de exsilio radicaba en que, según él, la constitución romana prohibía dictar una ley de forma expresa contra un particular, lo que se denomina privilegium (cf. dom. 26; 50; 58; Sest. 65; Att. III 15, 5).
59 Como siempre, la ambigüedad calculada de las palabras de Cicerón permite mútiples interpretaciones. Es posible que se esté refiriendo, de forma velada, a César, a quien Pompeyo presionó para que apoyara los esfuerzos del senado en favor del regreso del exiliado (Sest. 71), pero también a la campaña de Pompeyo (abril del 57) por municipios y colonias (sen. 31; Quir. 10; dom. 30; 75; 81; har. 46) para recabar el mayor apoyo popular a la rogatio presentada en julio en el concilium plebis.
60 Para una descripción dramática del atentado contra Sestio, cf. Sest. 79.
61 Es decir, a Pompeyo.
62 Mediante una rápida transición, Cicerón pasa a abordar uno de los temas más reiterado en estos discursos: la justificación de su propia actitud y las razones que le movieron a abandonar Roma. Una justificación obligada ante las críticas que su huí da precipitada suscitó entre sus conciudadanos (no sólo entre sus enemigos) y ante el convencimiento (reflejado en su correspondencia personal) de haber cometido un error (cf. Introducción, pág. 17 y nota 16).
63 El cónsul Gabinio. Sobre este episodio cf. Sest. 28, nota 40.
64 Así. Clodio convirtió prácticamente en un arsenal el templo de Cástor y demolió la escalera de acceso (dom. 54 y Sest. 34).
65 Se refiere (sin nombrarlo de nuevo directamente) a César que, como consecuencia de los acuerdos del primer triunvirato, había conseguido cuatro legiones y el mando de la Galia e Iliria por cinco años. En realidad, el general demoró su partida hasta que, con la ayuda de Clodio, consiguió el aislamiento de Cicerón y su expulsión de Italia (PLUT ., Caes. XIV 9). Para la fecha concreta (posiblemente el 10 de marzo del 58) de la partida de César hacia la Galia, cf. P. GRIMAL , Études..., op. cit., págs. 48-53.
66 Posible alusión a los triunviros, en especial a César y Craso (Sest. 40, nota 57).
67 Una de las primeras disposiciones de Clodio al acceder al tribunado de la plebe en el 58 fue restablecer la libertad de asociación (dom. 54, nota 83).
68 Cicerón, en su invectiva contra Clodio, no se cansará de presentarlo como continuador de los planes de Catilina (Quir. 13; dom. 62; 63; 72; 75; har. 5; 42; Sest. 42; Mil. 34; 37); pero, si hemos de hacer caso a Plutarco (Cic. 29, 1), lo cierto es que Clodio colaboró con el propio Cicerón para abortar la conjura del 63 y hasta el escándalo de la Buena Diosa había estado en buenas relaciones con el orador (P. Grimal, Cicéron. Discours XVI 1, París, 1966, pág. 12).
69 La crisis política y la inseguridad ciudadana provocaron una grave recesión económica: escasez de alimentos y subida incontrolada de los precios (dom. 11; 14-5; Att. IV 1, 6). Como dirá en su discurso al pueblo (Quir. 18), los dioses inmortales «sancionaron mi regreso con la fertilidad, la abundancia y la baratura de los víveres».
70 Fue de los pocos amigos de Cicerón que, tras su partida de Roma, lo acogieron y ayudaron; cuestor en Macedonia, junto a él permanecerá Cicerón, durante seis meses, en Tesalónica. Posteriormente, el orador lo defenderá con éxito (en el 54) de una acusación de ambitu. Participó en la guerra civil en el bando de Pompeyo y, tras la derrota, se exilió en Corcira (Fam. IV 14-15).
71 Sobre P. Popilio, cónsul en el 132, cf. Quir. 6 y nota 8.
72 Quinto Cecilio Metelo Numídico (el sobrenombre recordaba su victoriosa campaña sobre Yugurta en África) abandonó Roma en el 100 para evitar ser condenado al exilio por los populares a causa de su oposición a las medidas demagógicas (reparto de tierras) de Saturnino y Glaucia (sen. 25; Quir. 6, 9 y 11; dom. 87; Sest. 37); regresó en el 99 gracias a la intervención del tribuno Calidio.
73 Es decir, el colega en el consulado de Publio Léntulo (cf. sen. 5, nota 10).
74 Gayo Calpurnio Pisón Frugi, yerno de Cicerón (sen. 15, nota 32), trabajó denodadamente en favor del orador (intercediendo por él ante su pariente, el cónsul L. Pisón, y ante Pompeyo), pero murió antes de poder ver el regreso del exiliado (Sest 54; 68).
75 La figura de Mario y los avatares de su destierro aparecen tratados con más extensión (no en vano era un personaje «popular») en Quir. 19-20.
76 Plutarco recoge esta misma frase (Cic. 33): «Volvió Cicerón a los dieciséis meses del destierro y fue tanto el gozo de las ciudades...que aún anduvo corto el propio Cicerón cuando dijo que, tomándolo en hombros Italia, lo había traído a Roma.»