Читать книгу Discursos IV - M. Tulio Cicerón - Страница 6
ОглавлениеEN AGRADECIMIENTO AL PUEBLO
INTRODUCCIÓN
1.
Circunstancias del discurso
Cuando Cicerón regresa del exilio constata las funestas consecuencias económicas que el clima de inestabilidad política había provocado en Roma: la falta de alimentos había conllevado una subida generalizada de los precios y las medidas de control resultaron baldías. En medio de un clima de enfrentamientos propiciado, entre otros, por Clodio, que aprovechó el descontento popular para explotar la situación 1 , el 7 de septiembre del 57 se reunió el senado en el templo de la Concordia para adoptar medidas urgentes.
Cicerón, fortalecido por el recibimiento entusiasta que tres días antes le había deparado la ciudad, deseoso de volver a desempeñar un papel importante en la vida política y recordando, sin duda, el papel decisivo que Pompeyo había jugado en favor de su regreso, propuso y consiguió, en medio de la aclamación popular 2 , que se le confiriera a Pompeyo la dictadura del trigo en el mundo entero durante cinco años.
Pero dejemos que sea el propio Cicerón el que nos cuente –en una carta dirigida a Ático 3 – el desarrollo de los acontecimientos:
Dos días después [del discurso de agradecimiento al senado], en medio de una enorme carestía de víveres, habiéndose congregado una gran multitud de personas 4 primero delante del teatro y luego ante el senado, gritaban por instigación de Clodio que yo era el culpable de la escasez de trigo. Al reunirse el senado por aquellas fechas para tratar del aprovisionamiento (...) y pedir el propio Pompeyo y la plebe, expresamente, que expusiera mi parecer sobre la situación, lo hice y manifesté mi opinión de forma estudiada (...) Se elaboró un decreto del senado de acuerdo con mi propuesta para que se pidiera a Pompeyo que se hiciera cargo del asunto y se propusiera una ley (...) Leído el decreto del senado, como quiera que la multitud, siguiendo esa nueva y estúpida moda, prorrumpió en aplausos al mencionarse mi nombre, pronuncié un discurso: todos los magistrados presentes, excepto un pretor y dos tribunos de la plebe, me concedieron la palabra.
Este discurso al que se refiere Cicerón sería el que se nos ha conservado como acción de gracias al pueblo (cum populo gratias egit) por el regreso del exilio y habría sido pronunciado, por tanto, dos días después del que dirigió con el mismo motivo al senado 5 .
2.
Contenido y estructura
Aunque bastante más breve, este discurso de agradecimiento al pueblo retoma los mismos temas expuestos en el discurso anterior 6 , pero con un tono distinto porque distinto era el auditorio al que iba dirigido.
Así, en un amplio exordio –menos equilibrado pero más emotivo que el del discurso al senado– 7 , expresa su gratitud al pueblo romano por haber recobrado, tras su vuelta del exilio, todo cuanto había perdido (1-5); para magnificar la acción del pueblo, vuelve a comparar su regreso con el de otros exiliados ilustres 8 (6-12) y justifica de nuevo las razones de su partida, unas razones que contrapone a la actitud de sus adversarios 9 (13-14). Muy breve, en cambio, es la mención (15-17) de los personajes que más contribuyeron a su regreso exagerando en todo momento la acción del pueblo en su favor; por último, en una amplia peroración paralela al exordio (18-25) manifiesta su voluntad decidida de servicio a la República para de este modo expresar su gratitud a los ciudadanos.
Como se puede ver, el contenido y la estructuración son en los dos discursos muy similares 10 ; lo único que varía es el auditorio y, con ello, el tono general, el estilo y los recursos retóricos.
Si en el discurso al senado Cicerón era consciente de las exigencias que un auditorio tan distinguido imponían a su intervención 11 , al dirigirse al pueblo el orador intenta ser consecuente con los principios que él mismo señala en sus tratados de retórica: ante un auditorio popular hay que intentar provocar por la pasión más que a instruir por la razón 12 . De ahí que, por encima de ideas y argumentos, Cicerón dé rienda suelta a sus sentimientos, destacando, sobre todo, el lado humano del exilio, el dolor al sentirse alejado de los suyos y de la vida cotidiana de Roma, etc. 13 . Es cierto que los recursos retóricos son menos frecuentes y están menos elaborados que en el discurso anterior y que, en ocasiones, la estructura de la frase se rompe mediante anacolutos, repeticiones, antítesis y oposiciones 14 ; pero, a cambio, –o, tal vez, por ello– la lectura del discurso resulta mucho más viva: lo que se pierde en elaboración se gana en naturalidad.
3.
Ediciones y traducciones 15
J. BAUTISTA CALVO , Obras completas de Marco Tulio Cicerón. Vida y discursos , tomo V, Buenos Aires, 1946.
S. DESIDERI , et alii, Tutte le opere di Cicerone , VII, Milán, 1966.
V. O. GORENSTJN , Discours adressé au peuple de retour d’exil (en ruso, con trad., introd., y coment.), VDl 180 (1987), 260-268.
H. KASTEN , Staatsreden II, Berlín, 1969.
A. KLOTZ , M. Tulli Ciceronis Orationes, VII, Leipzig, 1919.
T. MASLOWSKI , M. Tulli Ciceronis scripta quae manserunt, fasc. 21, Leipzig, 1981.
C. F. MÜLLER , M. T. Ciceronis scripta quae manserunt, II 2, Leipzig, 1904 (reimpr., 1896).
W. PETERSON , M. Tulli Ciceronis Orationes, Oxford, 1978 (reimpr., 1911).
B. D. R. SHACKLETON , Cicero. Back from exile: six speeches upon his return, Chicago, 1991.
N.-H. WATTS , Cicero. The Speeches, IX, Londres-N. York, 1965 (reimpr., 1923).
P. WUILLEUMIER , Cicéron. Discours, Tome XIII, París, 1952.
Las variaciones con respecto a la edición de Peterson que pueden afectar al sentido de la traducción han sido mínimas:
1 dom. 11; 14-15.
2 No parece tan claro que la aristocracia senatorial viera con buenos ojos la concesión de poderes extraordinarios a Pompeyo, aunque tampoco César. De ahí que se haya querido ver en esta medida de Cicerón un intento por debilitar el triunvirato. Pero además, al aceptar el senado la propuesta del orador, se paralizó la rogatio del tribuno G. Mesio que, además del control absoluto sobre el abastecimiento de víveres, pedía para Pompeyo una armada, una flota y un imperium proconsular. Sobre esta hábil maniobra de Cicerón, Cf. J. CARCOPINO - P. GRIMAL , Jules César, París 1968, págs. 262-263 y J. P. V. D. BALSDON , «Roman History 58-56 b.C.: three ciceronians problems», JRS 47 (1957), 15-20.
3 Att. IV 1, 6. Cf., también, dom. 7; DIÓN XXXIX 9.
4 Una multitud compuesta por cuantos habían tributado un recibimiento triunfal a Cicerón, pero también por los que habían acudido a Roma para celebrar los Ludi Romani (4-12 de septiembre).
5 Un amplio resumen del discurso se puede encontrar en J. GUILLÉN , Héroe..., op. cit., I, págs. 360-362.
6 WUILLEUMIER (Cicéron. Discours XIII, op. cit., pág. 20, n. 9) deja planteado el interrogante de si realmente el discurso al que se refiere Cicerón en Att. IV 1, 6, pronunciado el 7 de septiembre del 57, es el mismo al que se alude en dom. 7; de no ser así, es posible que el discurso de agradecimiento al pueblo (cum populo gratias egit) que se nos ha conservado no haya sido nunca pronunciado.
7 Mientras que en el discurso dirigido al senado el exordio presenta un tono más contenido, una estructuración más cuidada y un estilo más elevado, en la acción de gracias al pueblo Cicerón da rienda suelta a sus sentimientos, lo que se refleja a su vez en una organización del período mucho más compleja, con rupturas sintácticas, explicaciones incidentales, etc.
8 Así, por ejemplo, el tratamiento de la figura de Mario es distinta en los dos discuros; en el primero (sen. 38) había recordado que Mario, durante la guerra civil, eliminó prácticamente a todo el senado; en cambio, ahora, consciente de la popularidad de Mario ante el pueblo, traza un relato elogioso del personaje cuya trayectoria vital compara con la del propio Cicerón.
9 De nuevo la naturaleza del auditorio explica el que Cicerón, frente al reproche velado a César en sen. 32, evite mencionar ahora a un personaje tan «popular»; también las alusiones a Clodio son siempre indirectas, centrándose la animosidad del orador en los cónsules del 57, Gabinio y Pisón.
10 De ahí que hagamos referencia únicamente a los aspectos diferenciales estudiados, por ejemplo, por C. E. THOMPSON (T o the senate and to the people. Adaptation in the parallel speeches of Cicero, tesis, Ohio State Univ. Columbus, 1978) quien retoma, a su vez, argumentos de D. MACK (Der Stil der Ciceronischen Senatsreden und Volksreden, tesis, Kiel, 1937, reimpreso en B. KYTZLER (ed.), Ciceros literarische Leistung, Darmstadt, 1973, págs. 210-224) En lo demás remitimos a la Introducción del discurso de agradecimiento al senado (supra, págs. 23-25).
11 Cf., supra. pág. 23.
12 De orat. I 221; III 195.
13 Este tono más emotivo se observa, por ejemplo, en que, frente al concepto abstracto de la patria en el primer discurso (sen. I), Cicerón, al dirigirse al pueblo, habla de «la belleza de Italia, el gentío de sus villas, el paisaje de sus regiones, sus campos, sus frutos, la hermosura de Roma...» (Quir. 4).
14 P. WUILLEUMIER , op. cit., pág. 25, a quien estamos resumiendo en este punto.
15 Para la tradición manuscrita de este discurso, paralela a la de cum senatui gratias egit, cf., supra, págs. 25-27. También la bibliografía es común a los dos discursos, por lo que no hemos creído necesario repetirla (cf., supra, págs. 29-31).
EN AGRADECIMIENTO AL PUEBLO
Ciudadanos, en cuanto al hecho de haber implorado de Júpiter [1] [1 ] Óptimo Máximo y de los demás dioses inmortales (en aquella época en que sacrifiqué mi persona y fortuna en aras de vuestra seguridad, tranquilidad y concordia) 1 que, si había puesto alguna vez por delante de vuestra salvación mis propios intereses, sufriera un castigo eterno que aceptaría de buen grado; pero que, si realmente había realizado lo que hice para salvaguardar la ciudad y aceptado aquella triste partida en bien de vuestra salvación para que el odio que unos hombres criminales y audaces habían concebido hacía tiempo contra la República y contra todos los hombres de bien lo dirigieran únicamente contra mí y no contra todos los hombres honrados y contra la ciudad entera...; que, si había tenido unos sentimientos tales hacia vosotros y hacia vuestros hijos, el recuerdo, compasión y nostalgia de mi persona se apoderaran alguna vez de vosotros, de los senadores y de Italia entera: me alegro profundamente de ser culpable de este sacrificio 2 a juicio de los dioses inmortales, de acuerdo con el testimonio del senado, el consenso de Italia, el reconocimiento de mis enemigos y vuestra ayuda divina e inmortal.
[2] Pues, aunque nada hay, ciudadanos, más deseable para un hombre que una fortuna próspera, estable y duradera mientras su vida transcurre feliz y sin contratiempos, sin embargo, si todo hubiese resultado para mí tranquilo y apacible, no habría podido disfrutar del placer –en cierto modo increíble y casi divino– de la alegría de que gozo ahora gracias a vuestra ayuda. ¿Qué bien ha sido concedido por la naturaleza al género humano más dulce que sus propios hijos a cada hombre? A mí, por mi carácter afectivo y por sus excelentes cualidades, me son más queridos que la vida misma. Sin embargo, los recibí en su nacimiento con un gozo no tan grande como con el que me han sido ahora restituidos.
[3] Nadie tuvo nunca nada tan agradable como lo es para mí mi propio hermano; me daba cuenta de ello no tanto cuando disfrutaba como cuando carecía de él, y después de que nos restituisteis el uno al otro. Cada cual se complace con su propio patrimonio; los restos recobrados de mi fortuna me proporcionan ahora más placer del que me proporcionaban entonces, cuando estaban íntegros. Al carecer de ellos he comprendido, mejor que cuando los disfrutaba, qué es lo que tenían de placentero las amistades, las relaciones, los vecinos, los clientes, en fin, los juegos y días de fiesta 3 .
En verdad, los honores, la dignidad, el rango, el orden senatorial [4] y vuestros beneficios, aunque siempre me parecieron magníficos, sin embargo, ahora que me han sido renovados me parecen más distinguidos que si no hubiesen sido oscurecidos. Y la patria misma, ¡dioses inmortales!, difícilmente puede expresarse cuánto afecto y placer provoca: ¡la belleza de Italia, el gentío de sus villas, el paisaje de sus regiones, sus campos, sus frutos, la hermosura de Roma, la humanidad de sus ciudadanos, el prestigio de la República, vuestra majestad! De todos estos bienes gozaba yo antes más que ningún otro; pero, del mismo modo que la buena salud les resulta más grata a aquellos que se han recuperado de una grave enfermedad que a los que nunca tuvieron el cuerpo enfermo 4 , así también todas estas cosas causan más placer cuando se echan de menos que cuando se disfrutan de forma constante.
¿Con qué finalidad, pues, expongo todo esto? ¿Con qué finalidad? [5] [2 ] Para que podáis comprender que nunca hubo nadie de una elocuencia tan grande, de un talento oratorio tan divino y extraordinario, que fuera capaz, no ya de engrandecer y embellecer con su discurso sino ni siquiera de enumerar y abarcar la magnitud y el número de los beneficios que nos habéis dispensado a mí, a mi hermano y a nuestros hijos 5 . Como era natural nací –muy pequeño– de mis padres; gracias a vosotros he renacido consular. Ellos me dieron un hermano del que no sabía cómo iba a ser en el futuro; vosotros me lo habéis devuelto después de haber sido puesto a prueba y de haber dado muestras de un increíble afecto. Tomé a mi cargo en aquella época a una República tal que casi se la dio por perdida; de vosotros he recuperado una República que, en una ocasión, todos consideraron que se había salvado por obra de una sola persona 6 . Los dioses inmortales me concedieron los hijos; vosotros me los habéis devuelto. Hemos conseguido, además, muchas otras cosas que habíamos pedido a los dioses inmortales; si no hubiese sido voluntad vuestra, careceríamos de todos estos presentes divinos. En fin, vuestros honores, que nosotros habíamos alcanzado paso a paso cada uno, ahora los tenemos todos juntos gracias a vosotros, de suerte que, cuanto debíamos antes a nuestros padres, a los dioses inmortales y a vosotros mismos, lo debemos en este momento, todo ello, al pueblo romano entero 7 .
[6] En consecuencia, así como la magnitud de vuestra ayuda es tal que sería incapaz de abarcarla en mi discurso, así también en vuestro empeño se puso de manifiesto una voluntad de ánimo tan grande que parece que me habéis, no ya apartado de mi desgracia sino, incluso, acrecentado la dignidad.
En efecto, no intercedieron en favor de mi regreso unos hijos [3 ] jóvenes y, además, numerosos parientes y allegados como ocurrió con un hombre tan noble como Publio Popilio 8 ; ni intercedieron en mi favor, como por un varón tan distinguido como Quinto Metelo 9 , un hijo de edad ya respetable ni el consular Lucio Diademato (hombre de gran autoridad), ni el censor Gayo Metelo, ni los hijos de éstos, ni Quinto Metelo Nepote (que por entonces pretendía el consulado) 10 , ni los hijos de sus hermanas, los Lúculos, Servilios y Escipiones. Ciertamente gran número de Metelos e hijos de los Metelos os suplicaron en aquella ocasión a vosotros y a vuestros padres en favor del regreso de Quinto Metelo. Y aun en el caso de que su gran prestigio y sus grandes hazañas no valieran lo suficiente, pese a todo, la devoción filial de su hijo, el luto de los jóvenes, las súplicas de sus allegados y las lágrimas de los mayores fueron capaces de conmover al pueblo romano.
En cuanto a Gayo Mario, que, después de aquellos antiguos [7] e ilustres consulares fue, en vuestro tiempo y el de vuestros padres, el tercer consular anterior a mí que sufrió una suerte tan indigna de una gloria tan distinguida, su forma de actuar fue distinta: no regresó gracias a las súplicas sino que, en medio de la discordia civil, se hizo llamar mediante el ejército y las armas. En cambio en mi favor, a falta de allegados, sin la ayuda de parentesco alguno y sin el amparo de un temor a las armas o a una sublevación, intercedieron ante vosotros la autoridad y el valor casi divinos e increíbles de mi yerno Gayo Pisón 11 , las lágrimas diarias y los vestidos de luto de mi hermano tan desdichado como íntegro.
[8] Mi hermano fue, él solo, capaz de conmover con su luto vuestras miradas, de renovar con su llanto la añoranza y recuerdo de mi persona; si no me hubieseis devuelto a él, había decidido, ciudadanos, sufrir mi propia suerte; se mostró con tal afecto hacia mí que rechazaba como sacrílego el verse apartado de mi lado no sólo en el domicilio sino incluso en la tumba. En mi favor, y cuando todavía yo estaba presente, cambiaron su vestido el senado y veinte mil hombres más 12 ; igualmente en mi favor también, y en mi ausencia, habéis contemplado los vestidos de luto de una sola persona. Este hombre, sin duda el único capaz de presentarse en el foro, se me ha revelado como un hijo por su piedad, como un padre por su apoyo y también –así lo fue siempre– como un hermano por su afecto. Pues el luto lúgubre de mi desdichada esposa, la constante y profunda tristeza de la mejor de las hijas y la añoranza y lágrimas infantiles de mi hijo pequeño se mostraban sólo en los viajes obligados o bien se mantenían, por lo general, entre las tinieblas de la casa 13 .
Por lo tanto, vuestros merecimientos hacia nosotros son [4 ] mayores porque nos habéis devuelto, no a una multitud de parientes sino a nosotros mismos.
Pero, del mismo modo que no tuve parientes de los que poder [9] disponer para interceder ante mi desgracia, así también (algo que debió ser obra de mi virtud) fueron tan numerosos los colaboradores, responsables e instigadores de mi regreso que superé con mucho en dignidad y número a cuantos me precedieron. Nunca se presentó una proposición en el senado acerca de un hombre tan famoso y valiente como Publio Popilio, nunca sobre un ciudadano tan noble y consecuente como Quinto Metelo, nunca acerca de Gayo Mario, el guardián de la ciudad y de vuestro imperio 14 . Los dos primeros fueron restituidos [10] merced a proposiciones de tribunos, sin sanción alguna del senado; por su parte Mario fue restituido, no por voluntad del senado sino, incluso, con un senado sometido. Y en el regreso de Gayo Mario de nada valió el recuerdo de sus gestas, sino el ejército y las armas; en cambio, en lo que a mí respecta, el senado siempre reclamó que mis actuaciones tuvieran validez; con su concurso y autoridad consiguió, tan pronto como le fue posible, que finalmente me fueran beneficiosas. En el regreso de aquéllos no se produjo manifestación alguna de los municipios y colonias; en cambio a mí toda Italia me llamó por tres veces, con sus decretos, para que regresara a la patria 15 . Ellos fueron restituidos tras producirse la muerte de sus enemigos y una gran matanza de ciudadanos; yo he regresado cuando conservaban sus provincias aquellos por cuya culpa fui expulsado 16 , cuando uno de los cónsules –hombre por lo demás íntegro y muy moderado– era contrario a mí mientras el otro presentaba una proposición al respecto 17 , cuando aquel adversario personal que, para lograr mi perdición, había prestado su voz a los enemigos públicos, vivía todavía, aunque en realidad debería haber sido relegado a un lugar más profundo que el de todos los muertos.
[5 ] [11] Nunca intercedió ante el senado o el pueblo romano en favor de Publio Popilio un cónsul tan valiente como Lucio Opimio 18 , nunca lo hizo en favor de Quinto Metelo no ya Mario, su adversario, sino ni siquiera el cónsul siguiente, Marco Antonio, hombre muy elocuente, junto con su colega Aulo Albino 19 . En cambio, los cónsules del año anterior fueron constantemente solicitados en mi favor para que trataran la cuestión; pero tuvieron miedo de que diera la impresión de que actuaban por interés, puesto que el uno era allegado mío 20 y al otro lo había defendido en una causa capital 21 ; atados por un pacto relativo al reparto de las provincias, sufrieron durante todo aquel año las quejas del senado, el luto de las gentes de bien y el llanto de Italia. Pero en las calendas de enero, después que la República, huérfana, imploró la fidelidad de un cónsul como tutor legítimo, Publio Léntulo, padre, dios y salvador de mi vida, de mi fortuna, de mi memoria y de mi nombre, al mismo tiempo que presentó una proposición sobre el culto divino, consideró que no debía tratar ningún asunto humano antes que el mío. Y el asunto se habría resuelto ese mismo día si aquel [12] tribuno de la plebe 22 (a quien, durante su cuestura, le había colmado –siendo yo cónsul– de los mayores honores) no hubiera solicitado una noche para deliberar pese a los ruegos de todo el senado y de muchos hombres ilustres, y pese a que su suegro, Gneo Opio, un hombre tan virtuoso, se arrojó llorando a sus pies. Este tiempo de deliberación no lo consumió, tal como algunos pensaban, en devolver el salario recibido sino, como quedó de manifiesto, en aumentarlo. Después de esto no se trató asunto alguno en el senado; pese a obstáculos de todo tipo, por voluntad expresa del senado mi causa era presentada ante vosotros en el mes de enero.
Ésta ha sido la única diferencia entre mis enemigos y yo: [13] después de haber visto que se alistaban y enrolaban los hombres públicamente en el tribunal Aurelio 23 ; al darme cuenta de que habían sido llamadas de nuevo las antiguas tropas de Catilina con la esperanza de una masacre; al ver que hombres del partido del que yo era considerado incluso como uno de sus líderes, bien por envidia hacia mi persona, bien temerosos de sus intereses, se convertían en traidores o abandonaban mi salvación 24 ; al haberse ofrecido a los enemigos de la República, como instigadores, los dos cónsules, que habían sido comprados con el reparto de las provincias cuando comprendieron que no podrían saciar sus necesidades, su ambición y sus placeres si no me entregaban encadenado a los enemigos del interior; al prohibírseles, mediante edictos y ordenanzas, al senado y a los caballeros romanos llorar en mi favor y suplicaros vestidos de luto; al sancionarse con mi sangre los repartos de todas las provincias, los pactos de todo tipo y la restitución de favores; al aceptar, incluso, todos los hombres de bien perecer en mi defensa o junto conmigo, no quise luchar con las armas para salvarme; pensé que, tanto el vencer como el ser vencido, acabaría siendo funesto para la República.
[14] Mis enemigos, en cambio, cuando se trató mi causa en el mes de enero, pensaron que mi regreso debería ser evitado con una matanza de ciudadanos, con un río de sangre 25 .
[6 ] Así pues, en mi ausencia, tuvisteis una República en una situación tal que pensabais en la necesidad de que tanto ella como yo fuéramos restituidos por igual. Por mi parte, no creí que hubiera Estado alguno en una ciudad en la que el senado no tenía ningún poder, todo permanecía impune, no había tribunales, la violencia y las armas reinaban en el foro mientras que los ciudadanos particulares buscaban la protección de sus muros 26 y no la de las leyes, los tribunos de la plebe eran heridos ante vuestros ojos 27 , se acudía a las casas de los magistrados con armas y fuego, las fasces de los cónsules eran quebradas e incendiados los templos de los dioses inmortales. Por lo tanto, consideré que, desterrada la República, no había lugar para mí en esta ciudad y no dudé de que, en el caso de que fuera restituida, ella misma me haría regresar a su lado.
Teniendo como tenía muy claro que habría de ser cónsul al [15] año siguiente Publio Léntulo, quien, en aquella época tan peligrosa para la República, siendo él edil curul bajo mi consulado, había participado de todas mis decisiones y compartido mis peligros, ¿podría yo dudar de que, abatido como me encontraba por las heridas de un cónsul, me devolvería la salvación con el remedio de su consulado? Bajo su dirección, y junto con su colega, hombre muy indulgente e íntegro que al principio no se opuso y después incluso colaboró, casi todos los restantes magistrados fueron partidarios de mi regreso; de entre ellos Tito Anio y Publio Sestio, hombres de excelente carácter, valor, autoridad, apoyo y fuerzas, sobresalieron por su destacada benevolencia hacia mi persona y por su extraordinario interés 28 ; a instancias de este mismo Publio Léntulo y con una proposición en el mismo sentido de su colega, el senado en pleno honró mi dignidad con las palabras más elogiosas que pudo, discrepando una sola persona pero sin que nadie se opusiera 29 : recomendó mi salvación a vosotros y a todos los municipios y colonias.
[16] De este modo, pese a estar yo desprovisto de allegados y sin el apoyo de ningún parentesco, los cónsules, pretores, tribunos de la plebe, el senado e Italia entera os suplicaron en mi favor; en suma, todos cuantos fueron honrados con vuestras mayores distinciones y honores, presentados ante vosotros por este mismo Léntulo, no sólo os exhortaron a salvarme sino que, además, fueron garantes, testigos y panegiristas de mis éxitos.
[7] A la cabeza de ellos, para aconsejaros y solicitaros, estuvo Gneo Pompeyo, el primero de todos los hombres presentes, pasados y futuros por su valor, sabiduría y gloria 30 . Él solo, únicamente a mí, un amigo privado, me concedió todo cuanto había concedido a la República entera: la salvación, la paz y el honor. Su discurso, según he sabido, constó de tres partes: en primer lugar, os hizo ver que la República había sido salvada gracias a mis decisiones, asoció mi propia causa a la salvación pública y os exhortó a defender la autoridad del senado, el orden público y la fortuna de un ciudadano benemérito; después, en su peroración, hizo ver que os estaban rogando el senado, los caballeros e Italia entera; para finalizar, os rogó e, incluso, os suplicó en favor de mi salvación.
A este hombre, ciudadanos, yo le debo tanto cuanto difícilmente [17] le está permitido a un hombre deber a otro hombre. Vosotros, siguiendo sus consejos, la opinión de Publio Léntulo y la autoridad del senado, me repusisteis en el mismo rango en el que había estado gracias a vuestros beneficios y mediante los mismos comicios centuriados con los que me habíais colocado en él 31 . A un mismo tiempo y desde el mismo lugar oísteis a varones distinguidos, a hombres colmados de honores y dignidad, a los principales de la ciudad, a todos los consulares, a todos los expretores decir las mismas cosas: que, a juicio de todos, era evidente que la República había sido salvada por una sola persona, por mí. De modo que, cuando Publio Servilio 32 , hombre de gran autoridad y ciudadano muy distinguido, afirmó que gracias a mí la República había sido entregada sana y salva a los siguientes magistrados, los demás se expresaron en el mismo sentido. Pero en aquel día oísteis el parecer y, sobre todo, el testimonio de un hombre muy distinguido, el de Lucio Gelio 33 ; éste, puesto que casi experimentó cómo se había intentado corromper a su flota con gran peligro para su propia vida, afirmó en vuestra asamblea que, si yo no hubiera sido cónsul cuando lo fui, la República habría resultado totalmente destruida.
Y ahora que, ciudadanos, he sido devuelto a mí mismo, a [18] [8 ] los míos y a la República gracias a tantos testimonios, a esta autoridad del senado, a un acuerdo tan unánime de Italia, a tantos afanes de todos los hombres de bien, a la defensa de mi causa por Publio Léntulo, al acuerdo de los restantes magistrados, a las insistentes súplicas de Gneo Pompeyo, al favor de todos los hombres y, en suma, a los dioses inmortales que sancionaron mi regreso con la fertilidad, la abundancia y la baratura de los víveres 34 , os prometo, sí, hacer todo cuanto pueda: en primer lugar tener siempre hacia el pueblo romano la misma veneración que suelen tener los hombres más piadosos hacia los dioses inmortales y hacer que vuestra voluntad sea para mí durante toda mi vida tan digna de respeto y tan sagrada como la de los dioses inmortales; en segundo lugar, puesto que es la propia República la que me ha devuelto a la ciudad, no abandonarla en ninguna situación.
[19] Y si alguien cree que yo soy de voluntad vacilante, de escaso valor o de ánimo abatido, se equivoca totalmente. A mí, todo cuanto la violencia, la injusticia y la locura de los hombres pudieron arrancarme, me lo han arrebatado, quitado de las manos y destruido; pero permanece y permanecerá todo lo que no puede arrebatársele a un hombre valiente. He visto a un hombre lleno de valor y paisano mío, a Gayo Mario 35 –pues nos hemos visto obligados a luchar, en cierto modo, por culpa de un destino funesto, no sólo contra los que quisieron destruir esta patria nuestra sino, incluso, contra la propia fortuna–, lo he visto, a pesar de su avanzada edad, no con ánimo abatido ante la magnitud de su desgracia sino reafirmado y renovado en sus fuerzas. Yo mismo le oí decir que se sintió desgraciado [20] al verse privado de la patria a la que había salvado de una invasión, al enterarse de que sus bienes eran saqueados y poseídos por sus enemigos, al ver a su joven hijo compartiendo su misma desgracia, al poder conservar, sumergido en los pantanos, su cuerpo y su vida gracias a la ayuda y compasión de los Minturnenses cuando, transportado en una pequeña nave a África, había acudido pobre y suplicante ante aquellos a quienes él mismo había concedido sus reinos 36 ; pero que, una vez recuperada su dignidad, no consentiría, habiéndosele restituido las cosas que había perdido, en abandonar el valor de espíritu que nunca había perdido. Sin embargo entre él y yo hay una diferencia: él se vengó de sus enemigos con los mismos medios, es decir, con las armas con las que alcanzó tanto poder; yo me serviré, según mi costumbre, de las palabras, porque el lugar de sus artes está en la guerra y en la sedición, el de las mías en la paz y la concordia. Mientras que él, irritado en su [21] interior, no pretendía otra cosa que no fuera vengarse de sus enemigos, yo pensaré en ellos, en la medida en que la República me lo permita.
En definitiva, ciudadanos, puesto que en total actuaron con [9 ] violencia contra mí cuatro tipos de hombres: uno, el de los que fueron enconados enemigos míos por odio a la República, ya que, a su pesar, yo la había salvado 37 ; otro, el de los que me traicionaron de forma impía bajo la apariencia de amistad; el tercero, el de los que sintieron envidia de mi gloria y de mi prestigio, al no poder conseguir ellos esto mismo por su propia incapacidad 38 ; el cuarto, el de los que, a pesar de que debían ser guardianes de la República, pusieron a la venta mi propia vida, el orden público y el prestigio de la autoridad que tenían en sus manos 39 ; me vengaré de cada uno de estos crímenes del mismo modo en que he sido afectado por cada uno de ellos: de los malos ciudadanos, dirigiendo rectamente la República; de los pérfidos amigos, negándoles toda confianza y siendo precavido en todo; de los envidiosos, consagrándome al servicio de la virtud y de la gloria; de los traficantes de provincias, haciéndoles regresar a Roma y pidiéndoles cuentas de las provincias.
[22] Aunque, ciudadanos, me preocupa más el modo de mostraros mi agradecimiento a vosotros (que tan excelentes beneficios me habéis prestado) que el de castigar las afrentas y la crueldad de mis enemigos. En efecto, vengar una injusticia es más fácil que recompensar una ayuda, porque supone menor esfuerzo superar a los perversos que igualar a los buenos. Además, tampoco es tan obligado pagar lo debido a tus adversarios [23] como hacerlo a tus bienhechores. El resentimiento puede ser, bien mitigado con súplicas, bien abandonado por circunstancias políticas e interés público, bien refrenado ante la dificultad de la venganza, bien aplacado con el tiempo; no se te puede pedir, en cambio, que no muestres gratitud a tus bienhechores ni, en todo caso, es posible dejar de hacerlo en interés de la República; no hay excusa en la dificultad, ni es justo limitar el recuerdo de la ayuda a un período o un día. Por último, aquel que fue algo moderado en su venganza, disfruta abiertamente de una opinión favorable, mientras que es censurado duramente aquel que tarda demasiado en recompensar unos beneficios tan grandes como los que vosotros me habéis otorgado; y no sólo es tachado necesariamente de ingrato –lo que es en sí mismo grave– sino de impío. Además, cumplir con un deber es una situación distinta a pagar una deuda, porque quien retiene el dinero no paga y quien lo devolvió ya no lo tiene; en cuanto al agradecimiento, el que lo ha mostrado, lo tiene, y el que lo tiene, ya lo ha pagado 40 .
En conclusión, guardaré el recuerdo de vuestra ayuda con [24] [10 ] una eterna buena voluntad y, no sólo al expirar mi alma sino también cuando la vida me haya abandonado, permenecerán los testimonios de vuestros méritos para conmigo. Al mismo tiempo, al expresar mi gratitud, os vuelvo a prometer –y he de mantenerlo siempre– que no me faltarán ni diligencia a la hora de tomar decisiones sobre asuntos públicos ni decisión para apartar los peligros de la República ni lealtad al expresar de forma sincera mi parecer ni independencia a la hora de criticar en bien de la República las decisiones de los hombres ni una buena disposición al afrontar esfuerzos ni el vivo afecto de un ánimo agradecido a la hora de favorecer vuestros intereses.
Además, ciudadanos, permanecerá siempre fija en mi ánimo [25] esta preocupación: la de aparecer, tanto ante vosotros, que ante mí representáis la fuerza y la voluntad de los dioses inmortales, como ante vuestros descendientes y ante todos los pueblos, como el hombre más digno de una ciudad como ésta, que, con un voto unánime, ha decidido que no podía conservar su propia dignidad si antes no me recuperaba a mí.
1 Según nos cuenta PLUTARCO (Cic. XXXI 6; cf. también DIÓN CASIO , XXXVIII 17, 5), tras la presentación por parte de Clodio de la lex de capite civis Romani, Cicerón al verse abandonado por todos y antes de huir de Roma, subió por última vez al Capitolio (19 de marzo) donde consagró una estatua de Minerva que tenía en su casa, con la inscripción: «A Minerva, protectora de Roma». Cabe pensar que fue entonces cuando hizo esta súplica a los dioses que reiterará en dom. 144.
2 Tal como señalábamos en la Introducción (pág. 67, nota 7), frente al exordio del discurso dirigido al senado, nos encontramos aquí con una estructuración del período mucho más compleja; en realidad, todo el parágrafo 1 conforma una unidad sintáctica, en la que la oración inicial –quod precatus... – (de la que dependen todo un complejo de subordinadas completivas, condicionales, temporales y finales) aparece retomada quince líneas después en eius devotionis me esse convictum... laetor; esta disposición casi anacolútica del período latino hemos intentado reflejarla también en la traducción. Para la misma idea, pero con una construcción sintáctica más simple, cf. dom. 145.
3 Como se puede observar, aunque los argumentos sean los mismos que en el discurso precedente, Cicerón, ante un auditorio popular, enfatiza y desarrolla con más amplitud el lado humano y emotivo de su exilio: los lazos familiares, la vida cotidiana, las relaciones sociales, etc.
4 Una comparación muy efectiva ante un auditorio popular: el símil de la enfermedad es frecuentemente utilizado por los escritores latinos (cf., por ejemplo, dom. 12).
5 Al igual que en sen. 1, Cicerón desarrolla el tópico de lo indecible. El movimiento de esta frase aparece retomado en Marc . 4 e imitado por los panegiristas latinos (VIII 1, 3).
6 Es decir, por Cicerón, cuando durante su consulado en el 63 abortó la conjura de Catilina.
7 De nuevo la misma exposición argumental que en sen. 2, pero aquí es el pueblo (y no el senado) el responsable de que Cicerón haya recuperado con su regreso todo cuanto había perdido.
8 Como en el discurso al senado, el orador compara su vuelta con la de otros exiliados ilustres. Así, P. Popilio, cónsul en el 132, acusado por G. Graco de abuso de poder contra los partidarios de su hermano Tiberio, hubo de exiliarse en el 125 y regresó en el 121 gracias a una proposición del tribuno L. Calpurnio Bestia.
9 Sobre el exilio de Quinto Cecilio Metelo Numídico, cf. sen. 37, nota 72.
10 Quinto Metelo Nepote (cónsul en el 98) era sobrino de Lucio Metelo Diademato (cónsul en el 117) y de Gayo Metelo Caprario (cónsul en el 102); y éstos, a su vez, eran primos de Q. Cecilio Metelo Numídico.
11 Gayo Calpumio Pisón, casado con Tulia la hija de Cicerón (cf. sen. 15, nota 32).
12 Ante la presentación por Clodio, en febrero del 58, de la lex de capite (cf. supra, pág. 16) que Cicerón entendió dirigida contra él, el orador, vestido de luto, imploró la ayuda del pueblo romano. Pese a la violencia de Clodio, «casi todo el orden ecuestre mudó su vestimenta y hasta veinte mil jóvenes le seguían, dejándose crecer el cabello...» (PLUT ., Cic. 31; cf., también, DIÓN CASIO , XXXVIII 16, 4; Fam. I 16, 2; XII 29, 1).
13 Tras la partida de Cicerón y el incendio y saqueo de su casa del Palatino, su esposa e hijos se refugiaron en casa de algunos de sus parientes; aunque Terencia, que disponía de un patrimonio propio (Fam. XIV 15; Att. II 4, 5; II 15, 4), no padeció problemas materiales, sí en cambio hubo de soportar la violencia de las bandas clodianas (cf. dom. 59, nota 88, Sest. 54).
14 Los tres exiliados citados en sen. 37-38 y Quir. 6-7.
15 Sobre estas propuestas en favor del regreso de Cicerón, cf. supra, págs. 19-20.
16 Es decir, cuando los cónsules del 58, Pisón y Gabinio, tras acabar su mandato, ejercían su proconsulado, el uno en Macedonia y Acaya y el otro en Siria y Persia, las provincias con las que Clodio había comprado su apoyo (cf. sen. 4, nota 5).
17 Se refiere a los cónsules del 57, Q. Metelo Nepote, que dejó a un lado sus resentimientos personales contra Cicerón (sen. 5, nota 10) y Publio Léntulo, partidario encendido del orador.
18 Sobre L. Opimio, cónsul en el 121, y enemigo mortal de Gayo Graco, cf. Sest. 140, nota 202.
19 Cónsules en el 99. Sobre la brillantez oratoria de Marco Antonio, cf. De orat. II 3; III 32.
20 Por el parentesco de su yerno Gayo Calpurnio Pisón (sen. 15, nota 32) con el cónsul del 58 L. Calpurnio Pisón.
21 Se ignora la fecha de este proceso en el que Cicerón habría defendido a Aulo Gabinio. Sí sabemos, en cambio, que años después (en el 54) y a requerimiento de los triunviros, Cicerón defendió sin éxito a Gabinio a pesar de haber lanzado contra él, a lo largo de estos dicursos, todo su odio y resentimiento. Sobre esta «sorprendente» defensa, cf. J. CARCOPINO , Les secrets..., I, op. cit., págs. 336-342.
22 Sexto Atilio Serrano (Sest. 72, nota 105) junto con Quinto Numerio Rufo fueron los dos únicos tribunos del 57 contrarios a Cicerón. Para la narración de esta sesión inagural del senado en enero del 57, cf. Sest. 74.
23 Construido en el foro (en torno al 75 ó 74) por Aurelio Cota.
24 Como se puede ver, las críticas a los miembros del partido senatorial que traicionaron o abandonaron a Cicerón son siempre vagas. Unas críticas que aparecen reiteradas en la correspondencia durante el exilio: «de los amigos, unos me han abandonado, otros me han traicionado, y éstos tal vez temen que a mi vuelta les reproche su crimen» (Q. fr. I 3, 5); «sufrí como a los peores y más crueles enemigos a aquellos que pensaba defenderían mi vida y mi salvación» (Att. III 15, 2); cf. también Q. fr. I 4, 1; Att. III 8, 4; III 10, 2; IV 3, 5; Fam. XIV 1, 2, etc. Catón, Hortensio, Arrio o Lúculo serían algunos de los nombres propios que Cicerón evita pronunciar.
25 Esta misma idea (repetida en sen. 6) aparece desarrollada de forma más gráfica en Sest. 77: «Os acordáis, jueces, de que el Tíber estaba entonces lleno de cadáveres de ciudadanos, que las alcantarillas estaban a rebosar, que la sangre se quitaba del foro con esponjas...».
26 Nueva alusión a Pompeyo (sen. 4, nota 8).
27 P. Sestio, herido por las bandas de Clodio y dejado por muerto (cf. Sest. 79).
28 Publio Sestio, con el visto bueno de César (Sest. 71; Att . III 19, 2) había presentado también, como otros tribunos de la plebe, una propuesta en favor del regreso del exiliado que no satisfizo plenamente ni a Cicerón ni lógicamente a Clodio (Att. III 20, 3; III 23, 4).
29 Cicerón está recordando la sesión del senado de julio del 57 en la que la propuesta de los cónsules Léntulo y Metelo, apoyada por Pompeyo (cf. infra, Quir. 16), fue adoptada por 416 votos favorables y la única oposición de Clodio (cf. supra, pág. 22, nota 32).
30 El elogio que Cicerón hace de Pompeyo es mucho más extenso y caluroso que el que le dedicó en el discurso anterior (sen. 5 y 29), explicable sin duda por ser en este momento un personaje mucho más popular entre el pueblo que entre los senadores.
31 La misma idea que en sen. 37.
32 Publio Servilio había ya intervenido (sen. 25, nota 49) ante su pariente el cónsul Metelo para que apoyara las propuestas de su colega Léntulo en favor del exiliado. Posteriormente será uno de los miembros del colegio de los pontífices en el proceso de Cicerón por recuperar su casa del Palatino (dom. 43).
33 Legado de Pompeyo durante la guerra de los piratas y cónsul en el 72, Lucio Gelio Publícola llegó a proponer una corona cívica para Cicerón (Pis. 6; AULO GELIO , V 6, 15).
34 Para esta misma idea, cf. sen. 34, nota 69.
35 Mientras que en sen. 38 las referencias a Mario son breves y críticas («a su regreso eliminó prácticamente a todo el senado»), en el discurso al pueblo el orador establece un paralelismo entre esta figura tan popular y el propio Cicerón. El orador admira en Mario al homo novus, al paisano de Arpino, al defensor de la República y salvador de la patria (Quir. 7; har. 54; Sest. 37-38; 50).
36 Al ser expulsado de Roma en el 88 por su rival Sila, Mario se embarcó en el puerto de Ostia rumbo a África; pero una tempestad le arrastró hasta las costas de Minturna, cuyos habitantes le ayudaron a proseguir su viaje a África, cuyo reino había repartido, tras la guerra de Yugurta, entre Boco y Gauda (Sest. 50; Pis. 43; Planc. 26). Mario consiguió regresar a Roma un año después y, como venganza, hizo asesinar a la mayoría de los miembros del partido senatorial.
37 En referencia directa a Clodio y sus partidarios, a los que Cicerón considera continuadores de las fracasados planes de Catilina.
38 Sobre los destinatarios de estas críticas, cf. Quir. 13, nota 24.
39 Es decir, los cónsules del 58, Gabinio y Pisón (sen. 10-18; Quir. 11; 13; dom. 23-24; 55; 60; 70; 125-126; 129).
40 Este último aforismo (repetido en Planc. 68 y De off. II 69), muy del gusto de un auditorio popular, falta en muchos manuscritos por lo que es posible (cf. P. WUILLEUMIER , op. cit., pág. 85 n. 2) que se trate de una interpolación.