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Mesa 1. Historia y política

No se nace feminista, se llega a serlo

Lecturas y recuerdos de Simone de Beauvoir en Argentina, 1950 y 1990

Marcela María Alejandra Nari2

En París, 1949, Simone de Beauvoir publicaba los dos tomos de El segundo sexo, habiendo anticipado ya algunos capítulos en Les Temps Modernes. Muy poco tiempo después debió haber sido leído en Argentina. En francés, primero; luego, antes de la caída del gobierno peronista, en castellano, a través de la traducción de Pablo Palant para la editorial Psique, distribuida por Siglo Veinte (1954). El escándalo que produjo en París no puede haberse producido en Buenos Aires. Sin embargo, desde hoy, puede presentirse una trama un tanto difusa y sinuosa de un debate latente y esquivo. Esta trama es precisamente la que buscamos reconstituir a través de lo publicado en la revistas culturales y literarias más representativas de la década de 1950 y de los recuerdos de quienes vivieron, leyeron y discutieron por aquellos años a Simone de Beauvoir, la “naturaleza” de los sexos y la política sexual.

Si se miran algunas de las publicaciones de los cincuenta y los sesenta resulta evidente cierta difusión de la obra y de la figura de Simone de Beauvoir entre determinados círculos políticos, literarios, intelectuales.3 También se adviene la existencia, aunque en los márgenes, de un campo de discusión acerca de los sexos, su “naturaleza” o su “carácter”, su entidad y sus funciones sociales. Campo que, sin duda, no era nuevo. Novedosas eran sin embargo algunas de las posiciones.4 ¿Activó la lectura de El segundo sexo este debate? También podemos invertir la pregunta y pensar cómo estos debates estimularon la lectura de un libro como El segundo sexo.

En los años cincuenta, en las lecturas, las discusiones, a partir o más allá de El segundo sexo, resonaban textos nuevos y viejos: desde Georg Simmel hasta Viola Klein. En los años cuarenta, se había editado en Buenos Aires Sexo y carácter de Otto Weininger,5 transformándose en referencia obligada tanto para sus defensores como para sus detractores. Desde la filosofía o la medicina (por ejemplo, a través de Gregorio Marañón o Wilhelm Steckel6) la impronta de la diferencia sexual era muy poderosa e, incluso, había resultado reforzada por el propio feminismo que había luchado por la igualdad de derechos desde una femineidad, en parte, aceptada y, en parte, reformulada, no siempre naturalizada pero sí siempre considerada valiosa. La psicología también fue mostrándose un campo fértil para el arraigo de las diferencias. Entre los textos más reconocidos de la época, estaban Tipos psicológicos de Carl Jung, publicado por Sudamericana en 1943; y La psicología de la mujer de Helene Deutsch, con una edición castellana de Losada de 1947. Los nuevos vientos, en cambio, parecían provenir desde la antropología y la sociología. El carácter femenino de Viola Klein (Klein, 1951) fue publicado en Buenos Aires antes que El segundo sexo; en él su autora ya consideraba los aportes de Margaret Mead realizados a través de Adolescencia y cultura en Samoa y Sexo y temperamento, editados en Buenos Aires en los años 1946 y 1947, respectivamente.

La presentación a la edición en castellano del libro de Klein fue realizada por el prestigioso sociólogo Gino Germani quien, sin embargo, parecía más interesado en comentar al prologuista de la obra, Karl Mannheim, que a su autora. Gino Germani solo encontraba en el objeto de estudio (el “carácter femenino”) “otro ejemplo clásico del perspectivismo en el conocimiento de la realidad social”. “Una cumplida aplicación del método integrador y una confirmación de la concepción sociológica del conocimiento, tales como fueron formuladas por Karl Mannheim” (Klein, 1951, p. 10). Casi una excusa.

Esta mirada oblicua no aparece haber sido generalizable en el Buenos Aires de los años cincuenta, especialmente entre un grupo específico, y seguramente pequeño, de varones y mujeres interesados en estas problemáticas, hubieran leído o no El segundo sexo. Gran parte de las tesis sustentadas por Simone de Beauvoir estaban en el debate local. Sin embargo, no parece haber sido un texto demasiado citado, por lo menos en estos años. Algunos preferían olvidarlo o no perder el tiempo en mencionarlo; en otros casos, incluso entre quienes acordaban, frecuentemente preferían otras citas. Esto resulta particularmente sorprendente cuando se contrasta con el recuerdo de su lectura que algunas mujeres tienen muchos años después. Como veremos más adelante, actualmente muchas de ellas reconocen que haberse comprendido construidas como “mujeres” (on ne naît pas femme, on le devient) fue fundamental para devenir feministas (es cierto, bastantes años después). Desde hoy pareciera que Simone de Beauvoir oscurece a Mead, Viola Klein e, incluso, a Virginia Woolf.7

En 1947, dos años antes de la primera edición de El segundo sexo en francés, María Rosa Oliver tradujo un artículo de Simone de Beauvoir, “Literatura y metafísica” (Oliver, 1947) para un número especial de la revista Sur dedicado a Francia. Su fundadora, Victoria Ocampo, aclaraba que, para dicho número especial, se habían elegido “[...] escritores todavía poco conocidos entre nosotros o no traducidos aún” (Ocampo, 1947). Este artículo de Simone de Beauvoir puede ser tomado como punto de partida de aquella trama, señalada anteriormente, por diversos motivos. Por un lado, por su contenido: en él, su autora defendía una concepción de la literatura vinculada a la filosofía, la novela como forma de expresar una realidad metafísica, la ficción como una forma preferencial de expresión del existencialismo. Esta afirmación resulta casi premonitoria de los caminos que recorrerían sus ideas. Si El segundo sexo fue escrito bajo la forma de un tratado, su filosofía se encarnó en las novelas y autobiografías de Beauvoir. En los testimonios orales o escritos es posible comprobar que el mayor choque fue producido por su literatura más que por sus tratados filosóficos. De estos últimos, indudablemente, El segundo sexo fue el más difundido. De todas maneras, sus lectoras siempre aparecen desbordadas por las referencias a otros textos de la misma autora y, además y fundamentalmente, por la persona (o personaje): Simone de Beauvoir.

De este último tipo de influencias no quedaban dudas ni para sus seguidores ni para sus críticos. Casi veinte años después, en la misma ciudad, aunque en otra revista, Liliana Heker le reconocía ser “[…] una de las mujeres más lúcidas de Francia, y la más notoria; que, a menudo, y no estrictamente en el plano literario, se la toma como paradigma […]” (Heker, 1996, p. 6). Curiosamente, este reconocimiento se daba en una crítica a sus memorias y dicha crítica residía precisamente en la ausencia de un vínculo entre filosofía y literatura. Le reclamaba un mayor compromiso y una menor autojustificación en el relato de la vida cotidiana. En otras palabras, que se pareciera un poco más a Sartre. Jean-Paul Sartre, ese hombre cuyo nombre constantemente se hacía presente, era una referencia permanente a la hora de pensar a Simone de Beauvoir, como escritora, como filósofa, como intelectual y como mujer.

Más allá de su contenido y de las asociaciones posibles de aquel primer artículo traducido de Beauvoir nos interesa, también, su traducción o, mejor dicho, su traductora.8 En un reportaje publicado en 1963, María Rosa Oliver, una mujer familiarizada con los hábitos y ámbito intelectuales progresistas locales, retomaba a esa extraña pareja y sostenía que lo que más le había llamado la atención de la relación de Beauvoir-Sartre, “por insólito”, era cómo se escuchaban mutuamente “sin creerse obligados a terminar el pensamiento del otro o a explicarlo mejor” (Oliver, 1963, p. 11).

En 1950, Sur publicaba un comentario traducido de Emilie Noulet sobre El segundo sexo (Noulet, 1950). Un comentario moderado, prolijo, bastante inexpresivo. ¿Colocado por compromiso? Su presencia, de todas maneras, indicaría cierta ineludibilidad del compromiso aunque nadie prestigioso o de la revista lo hubiera escrito, incluso ningún miembro del campo cultural porteño. La comentarista escogida, Emilie Noulet, destacaba la objetividad del libro frente a un tema tan pasional, rehusaba discutir tesis y el elogio era también su reproche: la riqueza, el exceso, las dimensiones, la extensión del texto.

Seis años después y a propósito de La invitada, aparecía otro comentario, “tardío” –como lo reconocía su autora, Rosa Chacel–, sobre El segundo sexo (Chacel, 1956). Allí, la comentarista (una exiliada del franquismo en Brasil pero que pasó algunas temporadas en Buenos Aires y estaba vinculada a Sur) nos confirma los silencios y parquedades presentidas en las lecturas públicas-publicadas de la obra de Simone de Beauvoir (en especial, El segundo sexo), al menos en determinados medios intelectuales. En efecto, Chacel reconocía que no tenía demasiados colegas con quienes polemizar sobre la autora francesa. Aparentemente, Simone de Beauvoir era leída pero no comentada en Argentina. Por eso, Chacel se proponía decir “lo que no se dice”. La parquedad, los silencios, podrían provenir de los “escándalos” producidos por algunas de las novelas en el gran público;9 por las “furias” desencadenadas en algunas mujeres ante El segundo sexo. Escándalo y furias también podía provocar la bienvenida ofrecida por gran parte del “público culto”, especialmente entre las mujeres. El segundo sexo exigía alineamientos y produjo divergencias entre mujeres intelectuales: lecturas fascinadas, lecturas entre tantas otras, lecturas furiosas. Es necesario destacar que las primeras, las fascinadas, parecen haber sido más un producto de la sedimentación, de la memoria o, quizás, de las experiencias a solas, “privadas” que del debate público contemporáneo a las primeras ediciones. La lectura que Rosa Chacel había hecho de El segundo sexo no se hallaba precisamente entre éstas sino entre las últimas. Chacel confesaba la furia sentida en 1953 cuando lo había leído y cómo esa lectura había inhibido otras lecturas de la misma autora: las de las novelas que, en la década de 1950, también se publicaban en Buenos Aires (Todos los hombres son mortales, 1951; La invitada, 1953; Los mandarines, 1956). Aunque compartía con la autora francesa cierto concepto liberal de la igualdad,10 lo hacía desde una idea de la humanidad de varones y mujeres más asentada en la diferencia que en la similitud. Retomando posiciones mucho más clásicas dentro del feminismo local, para Chacel, la mujer no era “lo otro” del hombre sino su equivalente diferente. Las mujeres, tanto como los varones, podían llegar a trascender. Y las mujeres trascendían fundamentalmente a través de la maternidad. Este desencuentro teórico se reflejaba también en la literatura. Hombres y mujeres pensaban con sus glándulas; por lo tanto, debían escribir diferente y allí residía la riqueza de sus escritos. La fascinación que le despertaba Beauvoir provenía de las novelas (en especial La invitada) puesto que consideraba a sus personajes femeninos (y quizás incluso a su creadora) como la quintaesencia de la femineidad; mientras que El segundo sexo parecía no haber sido escrito por una mujer (Chacel no tomaba en cuenta que, precisamente, ese había sido el propósito de su autora manifestado en la introducción al primer tomo). Sin embargo, terminaba reconociendo que la celebridad de Beauvoir se debía a que escribía “en relación directa y normal con el mundo como lo hacen los grandes y éstos hasta ahora con contadas excepciones fueron hombres” (Chacel, 1954, p. 34).

En los años siguientes Sur no volvió a El segundo sexo ni continuó exhaustivamente la trayectoria de su autora. Sólo esporádicamente retomó algunas ediciones de Beauvoir: una reseña de Los mandarines en 1959 y otra sobre La fuerza de las cosas en 1965. La primera la escribió Alicia Jurado y allí se reafirmaba el escándalo que las novelas de la autora francesa provocaban en la moral burguesa local (Jurado, 1959). En su autobiografía, Jurado dice haber leído El segundo sexo en 1953 (pero aparece como una lectura entre otras, casi obligada por la época).11 Su lectura de Simone de Beauvoir no quedaba exenta de contradicciones y diferencias. Cuando ya casi había pasado un año de la autodenominada “Revolución Libertadora” (el golpe militar que depuso el segundo gobierno de Juan Perón), Jurado llamaba a las mujeres argentinas a ocupar su lugar frente a la libertad y utilizaba en su argumentación para el reconocimiento de la opresión histórica de las mujeres tanto a Beauvoir como a Simmel. Esto era posible porque Jurado colocaba el problema del poder exclusivamente en la cultura. Por otro lado, parecía confiar en la igualdad política recientemente lograda por la “demagogia que había favorecido a las mujeres” (Jurado, 1956, p. 2).

La segunda reseña aparecida en Sur era la de Marta Gallo sobre La fuerza de las cosas, tomo de la autobiografía de Simone de Beauvoir que retoma los años vividos desde 1941 hasta 1962, y que constituye otro de los puntos de la última de las lecturas que intentamos reconstituir. Por un lado, Gallo partía de un lugar común, sólo en los últimos años contestado: Simone de Beauvoir, en realidad, refractaba “[...] las ideas del hombre a quien quiere y admira y con el que quizá también piensa, pero reservándole a él la cualidad de creador ideológico. Y a renglón seguido revelaba su lectura anhelante: ‘Esto nos decepciona un poco, sobre todo si somos mujeres y hemos leído El segundo sexo’ [...]” (Gallo, 1965, p. 84).

Por otro lado, la comentarista destacaba la tensión siempre presente en la obra entre libertad y necesidad. Una necesidad que era entendida como “el condicionamiento del medio, en las cosas –cosas son también su cuerpo y su vida– en los hechos que acontecen. Y detrás de todo ello está el tiempo” (Gallo, 1965, p. 85). La fuerza de las cosas había sido publicada en Francia en 1963; en Buenos Aires, un año después por Sudamericana. Las “trampas” de ciertas ideas en torno a la libertad comenzaban a quedar develadas tanto para la autora como para sus lectoras. Gallo citaba a la propia Simone de Beauvoir: “Creo en nuestra libertad, en nuestra responsabilidad, pero, cualquiera sea su importancia, esta dimensión de nuestra existencia escapa a toda descripción: lo que podemos alcanzar es solo nuestro condicionamiento; yo aparezco ante mis propios ojos como un objeto, un resultado [...]” (Gallo, 1965, p. 9).

Revisando Sur a lo largo de estos años, no podemos pasar por alto un debate entre dos reconocidos intelectuales locales: Ernesto Sabato y Victoria Ocampo, a propósito de “La metafísica de los sexos” el primero, publicado en la revista en 1952. En el mismo número, Álvaro Fernández Suárez publicaba “El sexo y la técnica”, artículo en el cual trabajaba la hipótesis de que el grado de desarrollo técnico alcanzado en las sociedades modernas dejaba un saldo de energía que era absorbido por el apetito sexual.12 Dos años antes, el mismo autor había publicado, también en Sur, “La invención de la mujer”, artículo en el que analizaba cómo la belleza y la prolongación de la vida sexual de la mujer era resultado también de la técnica (Fernández Suárez, 1950). Si las ideas de Fernández Suárez aparentemente no despertaron demasiados ecos, no sucedió lo mismo con las de Ernesto Sabato. “La metafísica de los sexos” fue inmediatamente contestado por la propia Victoria Ocampo desde Sur y por Regina Gibaja desde Centro, por entonces la revista del Centro de Estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Veinte años después aún Sabato recordará el incidente.13

De acuerdo con John King, Ernesto Sabato y Victoria Ocampo protagonizaron uno de los pocos debates acalorados de Sur alrededor de los cincuenta, si exceptuamos los satíricos ataques a Perón (King, 1989, p. 190). Otro, al año siguiente, alrededor de la ruptura Camus-Sartre, no tenía conexión aparente con el mencionado en primer término.14 Sin embargo, no caben dudas de que este último cerró la breve apertura de Sur a Sartre y, seguramente, a Simone de Beauvoir que se había iniciado con aquel número dedicado a Francia en 1947, y que se continuaría con las escuetas reflexiones encontradas en la revista en torno a la obra literaria, filosófica y autobiográfica de la autora francesa y que, finalmente también podría explicar el silencio, con respecto a Simone de Beauvoir, de la propia Victoria Ocampo. Significativo silencio (tanto si la había leído como si no) en 1952, cuando discutía con Sabato en un campo ya transitado por Simone de Beauvoir. Efectivamente, las ideas desarrolladas por Sabato eran las que El segundo sexo desarmaba.

En su artículo “La metafísica de los sexos”, Sabato comenzaba planteando que el siglo xix había culminado “en uno de los fenómenos más inesperados de todos los tiempos, en la idea de la identidad entre los sexos” (Sabato, 1952, p. 26). A partir de allí, aparecía todo lo esperable en términos teóricos y filosóficos. Sabato no era original; repetía a Nietzsche, Simmel y Jung. Pero en las primeras páginas un breve comentario merece atención. Sabato sostenía que, en su tiempo, en ciertos medios calificados como “progresistas”, postular “diferencias” entre los dos sexos era considerado “reaccionario” y “bárbaro”. “La mayor parte de las mujeres –continuaba–, sobre todo de las mujeres con alguna cultura –¡qué peligroso es ‘algo’ de cultura!–, se dejan arrastrar por esta doctrina sin comprender que les hace muy poco favor y que las coloca, así, en un terreno decididamente desfavorable […]” (Ib., p. 26). Estas palabras son suficientes para sospechar lo que sigue por parte de Sabato y la “furiosa” respuesta de Ocampo, tal como fuera calificada por parte del propio Sabato. Finalmente, este debate interesa tanto porque se discuten tesis de El segundo sexo sin citarlo; como porque ilumina ese medio de probable recepción y lectura.

Sabato partía de las viejas “diferencias”, supuestamente complementarias entre los sexos. Afirmaba que las diferencias biológicas conllevaban diferencias psíquicas, sociales y metafísicas entre los sexos. Postulaba lo femenino y lo masculino como ideas platónicas que se encarnaban en mujeres y varones; y si bien aceptaba la idea de bisexualidad latente en todo ser humano, por algún motivo (evidentemente la proposición anterior) las hembras estaban más determinadas por el arquetipo femenino y los varones por el masculino. Lo masculino era abstracción, universalidad y lógica; lo femenino, lo concreto, lo particular, lo intuitivo. Los varones se proyectaban hacia fuera (como el semen), eran creadores centrífugos. La sexualidad no tenía importancia para ellos, solo era un instante en sus vidas. Las mujeres, en cambio, estaban adentro, como adentro suyo estaba la vagina. En las mujeres se hallaba siempre latente la maternidad, buscaban la inmortalidad en el hijo. Para ellas, el acto sexual comenzaba después de la cópula, con el embarazo, el parto y la vida del hijo. A diferencia de los varones eran centrípetas. Sabato acababa postulando la deseable feminización del mundo puesto que el capitalismo y la ciencia positiva, ambos productos masculinos, habían conducido a la deshumanización. Pero la feminización del mundo no implicaba la liberación de las mujeres, al menos como lo entendía el feminismo de la época, puesto que la igualdad y el logro de los derechos postulado por este (aún en lo legal) eran, para Sabato, una concesión a la civilización de los machos. La feminización del mundo debía feminizar tanto a varones como a mujeres pues éstas, como resultado de la cultura occidental, se habían virilizado. Sabato llegaba a temer las consecuencias que, para la humanidad, podía tener el control de la natalidad puesto que calificaba como aberración que las mujeres prescindieran de los hijos. La feminización, entonces, aparecía como un proceso desvinculado de las mujeres reales y presentado casi como un proyecto de varones críticos (entre los cuales Sabato se incluía) a la masculinidad dominante, capitalista y positiva.

En el número siguiente, Ocampo respondía con una carta. En ella, afirmaba situarse más allá de su subjetividad (aunque obviamente declaraba no estar de acuerdo con Sabato) y prefería ubicarse en el campo de objetividad. Por eso, sostenía responder desde las pruebas ofrecidas por el propio Sabato. Retomaba, entonces, a Lawrence y André Malraux, para hacerlos afirmar lo contrario. De acuerdo con Ocampo, ellos consideraban a las mujeres como a sus iguales; para ellos, “la otra” contaba, “existía”. Ocampo reivindicaba la humanidad de las mujeres, ellas eran personas y no solo, ni principalmente, cuerpos portadores de óvulos. En contrapartida, animalizaba a los varones, por lo menos lo hacía con Sabato a quien se dirigía como “bípedo centrífugo” (Ocampo, 1952a, pp. 211-212).

Le siguió un nuevo número de la revista (atravesado por una pequeña franja negra que obedecía al luto nacional por la muerte de Eva Perón, decretado por el presidente en julio de 1952) que contenía cartas, también cruzadas, de Sabato y Ocampo. Este calificaba de “pintoresca” la “cartita de morondanga” –como leyó, entre líneas Ocampo (Ocampo, 1952b, pp. 213-214); y contrarrestaba el “bipedismo centrífugo” con la “furiosidad” de una bacante para interpretar la reacción de Victoria Ocampo. En realidad, en todo el debate, ambos se preocuparon por reservarse el lugar de la objetividad y personalizar, descalificar como subjetiva, interesada, la crítica del otro. Sabato, por si quedaban dudas, repetía su opinión con respecto al movimiento feminista, al que consideraba un “monstruoso mito”; pero aclaraba que esto no implicaba estar en contra de las mujeres ni en contra de la femineidad. Por el contrario, volvía a insistir que su propuesta consistía precisamente en feminizar el mundo. El problema radicaba, para Sabato, en que “con las mujeres pasa como con los judíos, negros y otros grupos sociales en situación de inferioridad: son extremadamente susceptibles y en cuanto alguien les pone un pero, aunque sea después de infinitos elogios, se vuelven enfurecidas contra él, acusándolo de haberse unido a la infame persecución” (Sabato, 1952, p. 159). Y finalizaba sosteniendo que los razonamientos de la fundadora de la revista eran “paralógicos”, fenómeno esperable, puesto que “la lógica no es el fuerte de las mujeres” (Ib., p. 161). Ocampo, por su parte, replicaba que a las mujeres les sobraban motivos para reaccionar susceptiblemente como a los negros o a los judíos; y, eso “a pesar de que somos una aplastante mayoría” (Ocampo, 1952b, p. 161). Sonreía ante la calificación de “furiosa bacante” que señalaba, a su juicio, en realidad, la furia de Sabato para calificar tan poco halagüeñamente a una “indefensa bípeda centrípeta”. Acto seguido denunciaba el uso de la igualdad, por parte de los hombres, solo cuando les convenía. Y, utilizando igual estrategia, pero a la inversa, ella también echaba mano de la diferencia y retomaba el poder de la mujer en tanto madre.15 Infantilizaba a Sabato y responsabilizaba a las mujeres de los berretines de los varones: “(L)as mujeres educan al hombre y con ellas debe uno tomárselas cuando el hombre (ensayista o lo que fuere) sigue conduciéndose como un chicuelo, incapaz de soportar que se lo contradiga sin manifestar su mala crianza. Tanto peor para nosotras… o tanto mejor: así aprenderemos nuestro oficio de educadoras” (Ib., p. 162). Sin embargo, llegada la hora de reafirmar sus argumentos frente a Sabato, Ocampo se arrogaba una autoridad intelectual más que maternal: le recordaba que conocía a Jung, que había sido ella quien hacía dieciséis años había publicado en castellano Tipos psicológicos y que, además, sabía mucho más que él de literatura. Por último, con respecto a la importancia del acto sexual para la mujer, sostenía que “cualquiera de nosotras está en mejores condiciones que un hombre para darnos datos de primera mano” (Ib., p. 163).

Así quedó la disputa, al menos en las páginas de Sur, por lo menos hasta 1971, cuando la revista dedicó un número especial a la mujer. Allí, Sabato volvería con sus ideas, aunque, para tranquilizar entre otros a Victoria Ocampo, aclaraba que hablaba de “visibles y tranquilas diferencias” y no de “superioridades” (Sabato, 1971, p. 103). De todas maneras, el artículo versaría más sobre la crítica al proceso de deshumanización y la posible destrucción atómica del mundo que sobre varones y mujeres concretos.

Los argumentos de Sabato, si bien no la polémica completa, fueron retomados en los años cincuenta por Regina Gibaja desde la revista Centro editada por el Centro de Estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Unos meses antes, allí mismo, Gibaja había escrito un comentario sobre El segundo sexo, acordado como un tratado de psicología influido por los conceptos sartreanos. En las primeras líneas, el sujeto, la mujer, no aparecía y se destacaba más el planteo ético-existencialista alrededor de la libertad, válido para toda la especie independientemente del sexo. Del libro, se apreciaba la ausencia de dogmas a priori, su audacia, su firmeza, su objetividad. Objetividad, incluso, para reconocer la efectiva inferioridad de las mujeres hasta el presente y su dependencia de los valores masculinos. Por otro lado, el libro era considerado un ensayo científico que liberaba a “lo femenino” de todo un aparato conceptual mítico, irracional, tradicional, falso (Gibaja, 1952a). En su réplica a Sabato, Gibaja traía a El segundo sexo pero, además y fundamentalmente, lo hacía a través de la referencia a otros textos prestigiosos de la época como los de Margaret Mead o Viola Klein.

En su crítica a Sabato, recogía el interés despertado por la polémica que aparentemente había trascendido a Sur, aunque en ningún momento mencionaba los argumentos de Ocampo ni a la propia Ocampo (Gibaja, 1952b). Ese mismo año, Sabato también había desplegado sus ideas en una conferencia en el Instituto de Arte Moderno. De acuerdo con Regina Gibaja las ideas platónicas y las oposiciones simples entre lo femenino y masculino solo terminaban racionalizando los “mitos” en torno a las mujeres que justificaban su subordinación. Y, finalmente, agregaba que el tema “la mujer” se prestaba “inagotablemente para hacer filosofía de salón, cuando en nuestro país se conocen ya varias obras admirables por su seriedad y buena fe. En estos libros [...] posiciones como las de Sabato y las de sus fuentes son analizadas largamente y refutadas en lo que tiene de parciales y en los motivos que ocultan detrás de tan apabullante racionalidad” (Gibaja, 1952b, pp. 17-18). De esta manera, por primera vez en la polémica porteña sobre “metafísica de los sexos”, aparecía El segundo sexo.

Este interés por las ideas, actitudes y valores atribuidos a las mujeres, que terminaban construyendo un “arquetipo” de lo femenino, volveremos a encontrarlo un par de años después en Contorno, en un artículo titulado “La mujer: un mito porteño” (Gibaja, 1954). Allí, Regina Gibaja agregaba la internalización de esas ideas, valores y actitudes en las propias mujeres y la consecuente anulación intelectual y, por lo tanto, real (aunque no esencial) inferioridad femenina en dicho plano. Algunos cambios en las vidas de las mujeres, tales como la consolidación de su inserción en estudios superiores, la reducción del número de hijos, los “nuevos” puestos de trabajo, efectos de la “modernización” de los años cincuenta, no debían hacer creer superados y/o anticuados aquellos postulados. Al respecto, Gibaja sostenía que “(Q)uienes de las cosas captan el último barniz creen, de buena fe a veces, que la mujer ya ha adquirido independencia en nuestra sociedad y lo demuestran empíricamente: las mujeres que trabajan, estudian, actúan políticamente, son sus pruebas. Olvidan que la liberación no está en los hechos exteriores de la vida sino en las intenciones que los informan y les dan perspectivas” (Ib., p. 11). Por otro lado, además de la pervivencia de los “mitos” alrededor de las mujeres, afirmaba la existencia de otro mito: la idea de que ellos solo subsistían en “medios de baja cultura” puesto que “aún en los medios más liberales, suele suceder que bajo las apariencias de la amistad o la camaradería subsiste una valoración de la mujer no por sus valores intrínsecos sino por las formas externas de su vida o por su consecuencia, con los valores convencionales y con el molde estándar de la femineidad” (Ib., p. 10). A pesar de estos debates que nos esforzamos por rescatar, la opinión de Gibaja en los años cincuenta era que “de todo eso se rehúye hablar”.

En Contorno, como sugiere Marcela Croce, las mujeres tuvieron un lugar minoritario: además de algunas contribuciones de Regina Gibaja, solo escribió otra mujer: Adelaida Gigli.16 También fueron escuetas las páginas sobre “la mujer”, como objeto de análisis. Una de esas excepciones se encuentra precisamente en el mismo número en que apareció el citado artículo de Gibaja: una nota de Adelaida Gigli sobre Victoria Ocampo. Con palabras de Victoria Ocampo, Gibaja había cerrado su artículo afirmando que la real liberación de la mujer consistía “en responsabilidad absoluta de sus actos y en autorrealización sin trabas” (Ib., p. 11). A estas alturas, no nos deja de resultar curiosa la mención de Ocampo, cuando no lo había hecho en su comentario sobre la disputa con Sabato. La perspectiva de Gigli sobre la fundadora de Sur parecería ser otra, más atenta a la marca de clase que de sexo, aun cuando comenzaba reconociéndole su lugar pionero en la apertura del campo intelectual para las mujeres en Argentina (Gigli, 1954, p. 1). Para Gigli nada expresaba mejor la actitud de Ocampo que sus Testimonios: en ellos, se presentaba “no lanzada a la verdadera vida espiritual (que en muchos sentidos es soledad) sino a la sociedad de gente espiritual” (Gigli, 1954, p. 2). Y acá aparecía el contraste con la recuperación de Gibaja (aunque es necesario notar que esta hablaba de las “palabras” y no de la vida de Ocampo). Para Gigli, Ocampo no “existía” excepto en algunos momentos en que la vitalidad la invadía y la vencía: allí, en donde aparecía la “femineidad”, la “juventud”, la “timidez”, la “rebeldía”, el “hambre”.

A pesar de las escuetas referencias públicas y publicadas, la figura de Simone de Beauvoir tuvo un lugar relevante, al lado del de Sartre, en este grupo referenciado en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Según Sebreli, quienes más se identificaron con el existencialismo en estos primeros años de la década de 1950 fueron Correas, Masotta y él mismo. Sebreli había editado entre los años 49 y 50 una revista llamada Existencia y había mantenido correspondencia con Sartre y Simone de Beauvoir e, incluso, había hecho una entrevista con esta última en París en 1964.17 Tradujo, además, varias de sus obras y le dedicó en 1966 su libro sobre Eva Perón, Eva ¿aventurera o militante?. Muchos años después confesaba: “De más está decir que esta relación juvenil con Sartre trasciende de lejos el plano estrictamente intelectual hacia el plano personal, íntimo, subjetivo; un psicoanalista diría que Sartre fue mi ‘padre mítico’ y Simone de Beauvoir mi ‘madre mítica’. Considero más bien que fueron hermanos mayores tutelares” (Sebreli, 1997, p. 521). Específicamente, con respecto a El segundo sexo, Sebreli hoy lo considera como “un hito de las ciencias sociales de su época” (Ib., p. 555).

Queremos cerrar este análisis en torno a las lecturas públicas y publicadas en los años cincuenta sobre El segundo sexo y Simone de Beauvoir con El Grillo de Papel, una revista aparecida en el filo del cambio de la década (1959-1960). Durante su breve vida esta revista destacó aspectos claramente políticos de Simone de Beauvoir: sus opiniones sobre el secuestro, tortura y violación de la joven argelina Djamila Boupacha, miembro del Frente de Liberación Nacional, acusada de colocar una bomba en la universidad argelina,18 y un reportaje a la dupla Sartre-Beauvoir en su viaje a Cuba. Más allá de la realidad cubana y la percepción de los intelectuales franceses sobre ella, la nota se detenía en destacar aspectos de la relación entre ambos intelectuales. Por ejemplo, “Simone de Beauvoir quiere mantenerse en segundo plano. Habla menos... La Beauvoir asiente”. Con respecto a Sartre, “(D)emuestra a cada instante una solícita atención y ternura hacia su compañera de este viaje”. A veces, se los mostraba actuando roles convencionales de una pareja. ¿Tan sorprendentes resultaban en ellos? Muy sutilmente, se deslizaban rasgos superficiales, convencionalmente “femeninos”, en ella. “Durante todo el viaje será así: él, rigor, precisión, análisis; ella observando colores, formas, cosas”. Mientras ella aparecía sosteniendo que solo con aire acondicionado se podría escribir y trabajar en Cuba; Sartre, impertérrito, declaraba: “yo puedo trabajar de cualquier manera”. Finalmente, la voz de Simone de Beauvoir solo se escuchaba a partir de la situación de las mujeres cubanas y junto a la de Sartre. Y era este último, en realidad, quien cerraba con autoridad un conflictivo comentario acerca del retiro de la política de las mujeres guerrilleras una vez finalizada exitosamente la revolución. Sartre afirmaba que “la mujer cubana había dado un salto atrás”, después de oír las palabras de Haydée Santamarina acerca de la necesidad de educar a las mujeres en los “ideales superiores de la patria, para ser buenas madres, buenas esposas, que sean una conciencia vigilante de lo político”.19

Unas páginas más adelante, en el mismo número de El Grillo de Papel, se publicaba una entrevista exclusiva a Simone de Beauvoir pero, esta vez, básicamente alrededor de la literatura. La imagen resultante era diferente: aparecía como escritora y trabajadora metódica y minuciosa, certera y objetiva, apasionadamente al corriente de los problemas de sus días, con maestros literarios masculinos, con poca vida social y estrechamente asociada a sus intereses intelectuales. Infaltable era también su admiración intelectual por Sartre. Y, a más de diez años de su publicación, se retomaba El segundo sexo. ¿Por qué lo había escrito? “En 1947 –respondía– quise escribir un libro sobre mis experiencias personales. En los medios intelectuales que frecuentaba, jamás encontré discriminación respecto a mi sexo. Pero al mirar a mi alrededor me di cuenta de que el problema femenino estaba lejos de ser resuelto”.20 Negaba que hubiera sido una “obra de resentimiento” sino un “sereno interrogante” de una mujer ante problemas femeninos y destacaba que muchas mujeres “interesantes” de todo el mundo habían reaccionado positivamente ante su trabajo.

En este reportaje, se puede seguir en la misma Simone de Beauvoir el relato de una experiencia que descubrimos en muchas de las mujeres entrevistadas que, durante los años cincuenta, estudiaban en la universidad o participaban en agrupaciones políticas (generalmente de izquierda). Mujeres que se consideraban a sí mismas como intelectuales comprometidas y que se esforzaban por pensarse y sentirse como “iguales” a sus compañeros de vida, de militancia, de estudio. La percepción de la condición femenina oscilaba, entonces, entre las vivencias personales y lo que le ocurría a “las otras”, las otras mujeres sojuzgadas, que no habían tenido la suerte o no había podido superarse como ellas.

Para este trabajo nos basamos en una serie de entrevistas realizadas en la década del noventa a un grupo de mujeres que había formado parte, por lo general en estratos intermedios, de agrupaciones políticas de diferente tenor: sindicales, partidarias, estudiantiles, guerrilleras, feministas, desde el derrocamiento de la segunda presidencia de Perón (1955) hasta los años ochenta.21 Estas entrevistas no fueron realizadas para indagar específicamente lecturas de El segundo sexo. En realidad, Simone de Beauvoir apareció sola desde las primeras entrevistas. Evidentemente, trabajábamos con una muestra sesgada: mujeres de clase media que en los inicios de los años cincuenta o sesenta, habían incursionado en el campo de la política y que, en los años setenta u ochenta, habían comenzado a considerarse “feministas”. Por otro lado, procuramos integrar a nuestro análisis un conjunto peculiar de fuentes que podemos denominar “entrevistas de recuerdo” (Niethammer, 1989, pp. 3-25). Este tipo de entrevistas intenta aproximar- se a una perspectiva de la experiencia subjetiva (única y social, a la vez); pero entre la experiencia vivida y la experiencia recordada media un lapso de tiempo, un tiempo en que se continuó viviendo y en el que nuevas experiencias reelaboraron el recuerdo de las previas.

Una de nuestras hipótesis es que el impacto de la lectura de Simone de Beauvoir se intensificó con el paso del tiempo, se elaboró y reelaboró a partir de la madurez política, intelectual y vital de estas mujeres. En el momento de la lectura, ellas confirmaron experiencias previas: el “problema de la mujer” existía, la subordinación de las mujeres frente a los varones no podía explicarse a través de casos individuales, y todos los valores, actitudes, hábitos e ideas apegados a “lo femenino” constituían una construcción socio-cultural, y su naturalización no era sino una justificación de la subordinación. No habían nacido mujeres sino que habían llegado a serlo. La marca beauvoiriana provino en el momento en que se dieron cuenta de haber devenido mujeres en carne propia. Más allá de lo que sucediera a otras, ellas encarnaron el “segundo sexo” y no solo tuvieron que aceptar haber devenido mujeres sino que, al mismo tiempo, quizás por solo percibirlo en ellas y en otras (en un “nosotras”), devinieron feministas.

Estas mujeres recordaban haber leído a Simone de Beauvoir en los años cincuenta o sesenta, así como otros textos, que “les abrieron los ojos”. Pero, en ese momento, la subordinación femenina fue elaborada como un problema para “las otras”.22 La mayoría de nuestras entrevistadas militaban por esos mismos años en agrupaciones políticas de izquierda y pensaban que una solución política al problema de la desigualdad de clase automáticamente desarticularía la opresión de género, en parte porque creían que esta era fundamentalmente padecida por mujeres de la clase obrera. “Ellas”, en cambio, jóvenes educadas y politizadas no se sentían discriminadas en la universidad o en sus grupos (o, como una de ellas sostuvo, no se animaban a sospecharlo). La discriminación solo aparecería en sus recuerdos, elaborados en los años noventa, después de haber pasado por complejos y dolorosos procesos de ruptura, provocados o no por ellas. Algunas devinieron feministas en los años setenta y comenzaron a formar grupos de “concienciación”; otras, lo hicieron en el exilio, después de 1976.

En esos momentos, El segundo sexo parece haber cobrado nuevos sentidos. Se trató de una época en que abandonaron la elaboración de “las otras” para construir y sentir un “nosotras”. De esta manera, se recupera y se le da una centralidad a El segundo sexo no encontrada en nuestra búsqueda por las revistas político-literarias de los años cincuenta. Como vimos, las referencias a El segundo sexo no abundan y, cuando aparecen, se trata de lecturas distantes en medio de otras lecturas y que valoran aspectos del libro (la objetividad, por ejemplo) que muchos años después, en los recuerdos, no aparecerán como los más relevantes.

Desde los años noventa, escuchamos: “hablaba de cosas que me pasaban a mí”, “me llegó mucho”, “me dio vuelta la cabeza”, “me cambió la vida”, “me reafirmó algunas cosas, me aclaró otras”, “fue un detonante, un descubrimiento, un deslumbramiento”. Esta lectura no fue publicada en los años cincuenta. Si existía, quedó sumergida en lo privado. Quizá, lo publicado de su lectura no relevaba ni revelaba todo lo removido privadamente. ¿Podríamos decir que fue siempre un libro de lecturas privadas?

El segundo sexo, por lo menos en Argentina, no fue uno de los textos habitualmente leídos colectivamente en los grupos de concienciación feminista. Para entonces, en los setenta, se prefería a Firestone, Lonzi, Millett. Paralelamente, en el norte, comenzaron su lectura crítica feminista. En realidad, pareciera que aquellas mujeres que lo leyeron en los cincuenta no lo volvieron a hacer. Sin embargo, parece haber sido recordado y ese recuerdo fue activo en su pensamiento y en la comprensión de sí mismas. Le dieron un sentido que aparentemente no tuvo en el debate público contemporáneo a su edición, y la lectura “a solas” ocupó un lugar central en sus vidas. Quizás, esto fue efecto del peso que la obra colocaba en la responsabilidad individual, en el voluntarismo solitario y en el lugar de vanguardia de algunas mujeres frente a las otras. Pero solo la crítica y el distanciamiento de estas premisas, a partir sus propias experiencias personales y políticas, permitieron la lectura que hoy generalmente se recuerda.

¿Un libro que se adelantó a su tiempo? Prefiero pensar que se trata de un libro que fue leído de maneras diferentes de acuerdo con el tiempo histórico, social y personal de la lectora o lector. ¿Aún hoy sucede lo mismo?

2 Doctora en Historia y docente en Historia Social General, perteneció al Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género, Facultad de Filosofía y Letras, UBA, hasta su fallecimiento en abril de 2000. En 2002, esta ponencia se publicó en la revista Mora, del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género, Facultad de Filosofía y Letras, UBA, vol. 8, pp. 59-72. Este texto se mantuvo escaneado, hasta que Mariana Smaldone y Mabel Bellucci decidieron tipearlo como un tributo a Marcela Nari.

3 No es nuestro objetivo, en este momento, extendernos demasiado en el contexto cultural de los años cincuenta. Para ello, cf. Ernesto Goldar: Buenos Aires. Vida cotidiana en la década de 1950, Buenos Aires, Plus Ultra, 1992; Francine Masiello: “Argentine Literary Journalism: the production of a critical discourse”, en Latin American Research Review, vol. XX, núm. 1, 1985; Silvia Sigal: Intelectuales y poder en la década de 1960, Buenos Aires, Puntosur, 1991; Oscar Terán: “Rasgos de la cultura argentina en 1950”, en En busca de la ideología argentina, Buenos Aires, Catálogo, 1986. Para Sur y Contorno, principales revistas culturales de la década: John King: Sur. Estudios de la revista argentina y de su papel en el desarrollo de una cultura, 1931-1970, México, Fondo de Cultura Económica, 1986; y Marcela Croce: Contorno. Izquierda y proyector cultural, Buenos Aires, Colihue, 1996.

4 Un análisis de la emergencia en los años cincuenta de ideas de igualdad en el campo feminista y antifeminista de la diferencia sexual puede hallarse en María del Carmen Feijóo y Marcela Nari: “¿Mujeres iguales o femineidad diferente? Un análisis de las representaciones sobre las mujeres en la cultura política argentina de la década de 1950”, II Congreso Internacional “Literatura y crítica cultural”, Depto. de Letras, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, noviembre de 1994.

5 La edición alemana es de 1903. En Buenos Aires, fue publicado en 1942 por Losada.

6 Encontramos una edición porteña de La mujer frígida de Wilhelm Steckel en 1941. Gregorio Marañón circulaba ampliamente para temas vinculados a la sexualidad y femineidad desde los años 30. Estos son solo dos ejemplos de esta literatura analizada más profundamente por Hugo Vezzetti, en “La promesa de la sexología”, en Freud en el país de los argentinos, Buenos Aires, Paidós, 1996.

7 A través de la lectura de revistas y publicaciones de los años cincuenta e, incluso, de los sesenta, parece haber sucedido exactamente lo contrario. Un cuarto propio, por ejemplo, de Virginia Woolf, publicado en Buenos Aires por Sudamericana en 1935, aparece comentado y citado más asiduamente que Simone de Beauvoir en relación con el “problema de la mujer”, y no solamente en el esperado ámbito de la intelectualidad liberal de Sur. Sin embargo, años más tarde, de su lectura no se reconocerá un golpe emocional tan fuerte como el silenciosamente producido por El segundo sexo.

8 María Rosa Oliver conoció y compartió diversas instancias e intereses con Simone de Beauvoir. Pocos años separan La larga marcha de la francesa y Lo que sabemos hablamos… Testimonios sobre China de hoy de Norberto Frontini y Oliver. Ambas ejercieron el género de las memorias y fueron sensibles a su sexo. En otro contexto y momento histórico, Oliver escribió, a nuestro juicio, uno de los textos más sagaces y profundos (“La salida”) sobre la situación de las mujeres aunque, por el momento de su “salida” (1971), resonaba más Betty Friedan (o, en todo caso, La mujer rota) que la aproximación de El segundo sexo. Cf. el número especial de la revista Sur dedicado a “la mujer”, núm. 326, 327 y 328, enero-junio de 1971. En las primeras páginas, Victoria Ocampo reconocía que, desde que había comenzado a aparecer la revista, le rondaba la idea de dedicar un número especial a la mujer. Deseo incumplido a lo largo de 40 años por tratarse de un tema no literario y, de acuerdo con sus palabras, que interesaba poco a los hombres que con ella trabajaban. Finalmente, Sebreli alude a la amistad entre Simone de Beauvoir y María Rosa Oliver en Las señales de la memoria, Buenos Aires, Sudamericana, 1984.

9 La solapa en español de la primera edición de La invitada intentaba amortiguar el escándalo sosteniendo que los personajes de la novela desconocían la “naturaleza humana” y, por lo tanto, el crimen constituía la única solución. Los escándalos aparentemente provocados por las novelas de Beauvoir no solo se vinculaban a los “detalles sexuales” sino a la revelación de la “desnudez de la moral privada” de los intelectuales, de un mundo donde “la voluntad de la verdad ha matado la moral”. Chacel: O. cit., pp. 24 y 25.

10 Françoise Armengaud sostiene que la posición de Simone de Beauvoir en 1949, cuando escribe El segundo sexo, partía del liberalismo y del individualismo. El descubrimiento de la explotación u opresión de las mujeres, como colectivo, sería una conquista del feminismo de los años setenta. Concuerda con Michèle Le Dœuff cuando esta última sostiene que el problema de las instituciones desaparece en el texto en beneficio del análisis de las relaciones individuales. Así, Simone de Beauvoir acababa moralizando lo que no podía teorizar con las categorías empleadas: de allí, la condena, la reprobación, de aquellas mujeres que no querían arriesgarse, usar su libertad. Cf. “Entretien a F. Armengaud”, en Catherine Rodgers: Le Deuxième Sexe de Simone de Beauvoir. Un héritage admiré et contesté, París, L’Harmattan, 1998, p. 39. El libro de Michèle Le Dœuff ha sido publicado en castellano: El estudio y la rueca (De las mujeres, de la filosofía, etc.), Madrid, Cátedra, 1993.

11 Alicia Jurado: El Mundo de la Palabra, Buenos Aires, Emecé, 1990, p. 123. En relación con su descubrimiento intelectual del problema de la mujer, reconocía como “faros” más a Virginia Woolf o Mary Wollstonecraft que a Beauvoir. Cf. Alicia Jurado: Descubrimiento del mundo, Buenos Aires, Emecé, 1989, p. 154. Sin embargo, esta última, especialmente a partir de El segundo sexo, aparece algunas veces mencionada en el primer tomo de sus memorias para contar o interpretar algunas de sus experiencias en tanto “mujer”. En otras ocasiones, resulta sorprendente que no la nombre: por ejemplo, cuando sostiene la incompatibilidad entre ciertas formas de entender a la mujer y su humanidad; entre ser mujer y persona a la vez. A. Jurado: O. cit., pp. 164-165. Recordando sus años de juventud, sostiene: “Yo me indignaba y discutía con calor […] no soy incapaz de pensar, no quiero ser animal de cría: […]. No quiero ser musa, quiero obrar. No soy un adorno, soy una persona”.

12 Álvaro Fernández Suárez: “El sexo y la técnica”, Sur, núm. 209-210, marzo-abril de 1952. Ambos artículos (el de Sabato y este, aparecidos en el mismo número de la revista) rondaban varios de los tópicos de El segundo sexo, aunque no lo mencionaran. Si para Fernández Suárez la homosexualidad aparecía como el resultado más visible de la energía vacante volcada a la sexualidad por parte de los varones; la “feminocracia” parecía ser la tendencia entre las mujeres y la consecuencia sociológica sexual más importante del progreso técnico (p. 55). En la feminocracia se mezclaban sexualidad y poder. Aparentemente, las mayores energías volcadas en la sexualidad conducían a las mujeres a la política. La feminocracia no se trataría solamente de mujeres en la política sino de una “política femenina”. Aquí la referencia a la realidad local era más evidente: la política femenina se oponía a otra de tipo viril; una política personal frente a otras ideas.

13 Una visión más completa del autor ha sido trabajada por Guillermo Parson: “La mujer y lo femenino en la obra de E. Sabato”, mimeo, Facultad de Filosofía y Letras, UBA, 1996.

14 Acerca de esta última polémica cf. J. King: O. cit., 1989, pp. 167 a 171. En la disputa la revista apoyó las posiciones de Camus, excepto una de sus integrantes, María Rosa Oliver que defendió el movimiento comunista por la paz y, entonces, la posición de Sartre. Cf. debate Weiss-Oliver en Sur, núm. 221, marzo-abril, 1953, Sur, núm. 222, mayo-junio, 1953; Sur, núm. 223, julio-agosto, 1953.

15 En la segunda serie de sus Testimonios (Buenos Aires, Sur, 1941), Victoria Ocampo había desarrollado sus ideas en torno a la maternidad. Separaba la “conciencia de la maternidad” de la “mera procreación biológica” y sostenía que, por estar el hombre moldeado por las mujeres, de éstas dependía la única modificación lenta pero profunda de la humanidad (p. 249).

16 En la revista Contorno, también tuvo una activa participación, por lo menos, otra mujer: Susana Fiorito.

17 Cf. Sebreli, Juan José: Las señales de la memoria, Buenos Aires, Sudamericana, 1984.

18 Cf. Entrevista “Simone de Beauvoir y Argelia”, en El Grillo de Papel, Buenos Aires, núm. 5, año II, agosto-septiembre de 1960, p. 11.

19 Entrevista “Simone de Beauvoir y Sartre en Cuba”, en El Grillo de Papel, Buenos Aires, núm. 6, año II, octubre-noviembre de 1960, pp. 4-5.

20 Entrevista a Simone de Beauvoir, El Grillo de Papel, Buenos Aires, núm. 6, año II, octubre-noviembre de 1960, p. 15.

21 Parte de estas entrevistas se realizaron durante 1991, dentro de un proyecto de investigación dirigido por María del Carmen Feijóo, denominado “Participación política y movimientos sociales de mujeres en Argentina (1950-1990)”, y financiado por la Comisión lnterministerial de Ciencia y Tecnología de España y la Universidad de Barcelona. La investigación se prolongó, durante los años 1993-1994, con un Proyecto de Investigación Anual (PIA 0138/92) del CONICET. Otras entrevistas fueron realizadas hacia fines de 1994 y principios de 1995 y forman parte de un proyecto de investigación personal acerca de la historia del feminismo en Argentina del siglo xx. Las entrevistadas, en este caso, fueron mujeres que habían fundado y participado activamente en grupos feministas en los años setenta. En total, suman veinticuatro entrevistas semiestructuradas.

22 La expresión “las otras” proviene de las entrevistadas pero no podemos dejar de hacer alusión al texto de Rossana Rossanda, Las otras, editado en castellano por Gedisa, Barcelona, 1981.

El segundo sexo en el Río de la Plata

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