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Debajo de la superficie
A través de un fortuito conjunto de eventos, hace unos diez años, pasé un semestre en el Centro Marin Headlands para las Artes en California. Allí conocí a May Stevens, una pintora socialista y paisajista, importante dentro del movimiento experimental estadounidense de los años sesenta, y alguien a quien solo puedo describir como poeta visual. En la década antes de conocerla, May hizo una serie de pinturas azul-verdes, al óleo, cuyo tema se centró en los ríos y lagos de América del Norte. The Confluence of Two Rivers (2002-2003) representa la fusión de una materia oscura con flujos pegajosos, agrietados por hilos de tierra. Durante su residencia de tres semanas en Headlands, May pintó el océano Pacífico, arremolinando palabras plateadas en olas contorneadas sobre el lienzo. Aunque este libro no es sobre el norte de California, sino sobre América del Sur y la manera en que percibimos sus ecologías sociales, artistas como May me han permitido ver mejor lo que se esconde debajo de la superficie del líquido, más allá de los modos normativos de aprehensión del paisaje y hacia una percepción de la complejidad dentro de las pequeñas escalas de ser e imaginar.
Mientras caminábamos juntas en las colinas cercanas, May se volvió hacia mí un día, de repente, y me ofreció algo sobre el reino de la percepción sobre lo cual todavía pondero. Ella recientemente había visitado Sausalito, y se había entretenido con el barro verde, marrón y amarillento, que se mezclaba con el mar, en la base de madera de los muelles de la ciudad. Para ella, la biomateria que se acumula alrededor de los muelles representaba la «cosa original» de la creatividad. Esa mezcla primordial exigía una forma distinta de atención y cuidado, que incluyera la manera en que cada uno se percibe a sí mismo con la manera en que percibimos el mundo natural: un modo cognitivo y corporizado de ver. El hecho de incorporar la paleta de colores de ese estiércol, en su arte, la llevó de vuelta a lo que ella llama su «impulso creativo original», obligándola a contar con un punto de vista que venía desde adentro –no desde arriba, ni en relación con, ni cerca– del agua espesa y de aquella «cosa original». May también se refirió a esto como su historia sobre la «caca» de los orígenes creativos.
Desde ese paseo con May, he pensado mucho tiempo sobre lo que está debajo de la superficie, en formas de ver lo que existe dentro de las ecologías que nos rodean, y en cómo percibir aquello que no está disponible a simple vista. Después de nuestra conversación, volví mi atención hacia los mundos microbianos para imaginar los renacuajos y las amebas que han nadado en aguas turbias durante milenios; reflexionar sobre lo que significa ver desde abajo; tomar conciencia de lo que Maurice Merleau-Ponty llama «el espacio de visión que al mismo tiempo nos rodea y atraviesa»1. A través de caminatas y conversaciones posteriores, May continuó hablando sobre la importancia de percibir los elementos naturales como fuente de despliegue: expandir la percepción mirando el agua, el barro y el ambiente sumergido alrededor, la mezcla de caca como vida resplandeciente al alcance de la percepción.
Recientemente, el estiércol surgió de nuevo, esta vez en una conversación con el cineasta mapuche Francisco Huichaqueo, cuyas películas experimentales sobre los monocultivos florestales chilenos exploro en el capítulo III. Pasando tiempo con Huichaqueo, quien es otro pensador visual y sensorial, empecé a entender sus modos de percibir, sobre todo, en términos de lo que está al otro lado de la ocupación colonial. El pueblo mapuche, me dijo, da gran importancia al mundo de los sueños, por eso se cuentan en las mañanas lo que soñaron la noche anterior. Desde la década anterior, el objetivo de Huichaqueo ha sido integrar su arte a esa práctica de larga data, lo que implica un esfuerzo por ver dentro y más allá del mundo de la materialidad, hacia el universo paralelo y de ensueño de los ancestros. Este es el reino que, en lengua mapudungun, se conoce como «perimontun». Francisco me contó que, como director de películas experimentales, que comunican otras formas de ver y sentir el mundo, juega con la percepción al sumergir su cámara debajo del agua, documentar los mundos sumergidos de los ríos del sur de Chile, y hacer visibles burbujas de aire, trozos de madera y musgo marrón-verdoso de las orillas, mientras los ríos serpentean por territorios mapuche. Al igual que el paisaje de sueño por el que viaja, para mezclar viejos y nuevos puntos de vista, su cámara capta un planeta líquido en microforma.
Estos esfuerzos artísticos tangibles para cambiar la forma en que vemos, y que recogen la gruesa opacidad de lo que se encuentra debajo de la superficie del agua, han sido esenciales para elaborar este libro y su metodología descolonial2. En mi investigación, por cinco regiones de América del Sur, diferentes artistas me han empujado a ver de otra manera y a cuestionar lo que hay debajo del mundo visible de la zona extractiva –mundos menos perceptibles, formas de vida y de organización–, mientras creaba una metodología para su seguimiento.
Mi objetivo en La zona extractiva ha sido documentar geografías donde las formas coordinadas del poder capitalista avanzan, mientras analizo la complejidad de las ecologías sociales y las alternativas materiales que proponen artistas, activistas, movimientos sociales, teóricos sumergidos y productores culturales. También me he propuesto desafiar explícitamente aquellos marcos de conocimiento disciplinario que enterrarían la sutileza, la complejidad y la fuerza vital de los mundos que existen en la zona extractiva. Hago énfasis en la importancia de la autonomía epistemológica y en el conocimiento corporizado, como condiciones necesarias para alejarme de un paradigma de mera resistencia y acercarme al terreno más denso del potencial, en un movimiento que va hacia adentro y más allá de la zona extractiva. A través de estudios detallados de espacios locales, mundos Indígenas y ecologías naturales en peligro, busco conceptualizar las historias de conquista y disidencia que emergen en los territorios Indígenas de América del Sur ricos en recursos naturales.
A lo largo de este libro despliego una metodología femme3 descolonial, o un modo de análisis poroso e indisciplinado conformado por las perspectivas y genealogías críticas que emergen de los propios espacios que estudio. Mi compromiso con la fenomenología andina y la interseccionalidad de la crítica anarcofeminista Indígena, como opciones queer descoloniales, radica en que nos llevan a salir del punto muerto que es el capitalismo extractivo, en tanto que no está ligado a un impulso por reclamar o dominar estas imágenes o formaciones de conocimiento4. Estas perspectivas sumergidas están ancladas en ecologías sociales que reorganizan y refutan el imperativo monocultural, del mismo modo en que busco hacerlo en mi encuentro con estos mundos. Los modos sumergidos se arremolinan en su actividad; son sistemas aleatorios, complejos y coordinados que a menudo se presentan como ilegibles para aquellos con poder estatal o financiero, y quienes asumen que hay simplicidad donde en realidad reina la complejidad.
Aquí debo explicar cómo el trabajo conceptual me permite atender las dialécticas de vida y muerte que operan en estas geografías. Con el término «zona extractiva» me refiero al paradigma colonial, la cosmovisión y las tecnologías que destacan regiones de «alta biodiversidad» para reducir la vida a recursos de conversión capitalista. Mi libro examina las ecologías sociales o el potencial de red que existe dentro de la economía global extractiva, es decir, del sistema que instaló el capitalismo colonial en la década de 1500, y que hizo de recursos naturales como la plata, el agua, la madera, el caucho y el petróleo, mercancías globales. En su longue durée, el extractivismo hace referencia al colonialismo y a sus vidas posteriores: desde su surgimiento en el siglo XVI hasta nuestros días, incluyendo el proceso neoliberal de privatización y desregulación del Estado de los últimos cuarenta años, así como el ascenso y la caída de la «marea rosa» de los gobiernos latinoamericanos5. Asimismo, incluye la intensificación global de nuevas formas de extracción, o lo que Saskia Sassen describe como el proceso según el cual las economías políticas avanzadas acumulan riqueza para unos pocos de unos territorios ricos en recursos, mientras despojan permanentemente a muchos6. En otras palabras, al pensar en el capitalismo extractivo podríamos pensar en una marcha sucesiva de actores coloniales y neocoloniales que han operado en América del Sur como si se tratara de un continente todo él extraíble. El escritor uruguayo Eduardo Galeano denominó, hace mucho tiempo, este proceso como «las venas abiertas de América Latina», en tanto estos territorios proveen de sustancia a la economía global7.
El capitalismo extractivo o el «extractivismo», como es conocido en América Latina, refiere a un sistema económico basado en el robo, los créditos y los desplazamientos forzados, que reorganiza violentamente la vida social y la tierra, particularmente en territorios Indígenas o afrodescendientes. Como digo en la introducción, una literatura floreciente sobre el extractivismo existe en América Latina, mostrando, entre otras cosas, cómo el reclamo de los recursos naturales por parte del capital global se produce ante las protestas sociales sobre la importancia de la soberanía local de los recursos naturales. Dado que la densa vegetación genética y las regiones ricas en recursos a menudo se superponen sobre los territorios Indígenas, debemos analizar la manera en que los pueblos nativos son señalados por el Estado y las grandes corporaciones literalmente como obstáculos y bloqueos a la expansión del extractivismo. A lo largo de este libro muestro cómo una serie de actividades corporizadas, que rechazan el colonialismo, continúan alterando y expandiendo la manera como vemos y entendemos los espacios Indígenas especialmente en la zona extractiva.
Si bien el capitalismo racial se refiere a los procesos que históricamente subordinan a las poblaciones Indígenas americanas y africanas, el capitalismo extractivo o el extractivismo hace referencia al dramático cambio material de la vida social y ecológica que sustenta esta subordinación8. Más aún, las lógicas raciales de los Estados sudamericanos se expanden a través de nuevas formas de capitalismo extractivo9. Aunque, en los últimos años, algunos gobiernos progresistas en América Latina, como los de Ecuador y Bolivia, propusieran políticas para legalizar los derechos de los pueblos Indígenas, estos continuaron normalizando la explotación de recursos naturales, lo que terminó por perpetuar el racismo antiIndígena y antinegro. Más aún, tal y como dice la Constitución Feminista, que examino en el capítulo V, los Estados redistributivos, que no consideran ampliamente las historias interseccionales, fallan al abordar las necesidades y perspectivas de las poblaciones femeninas, no conformes al género, queer y trabajadoras, incluso a pesar de los nuevos avances legislativos en esta materia10. Tal y como muestro más adelante, el capitalismo extractivo separa drásticamente la naturaleza y la cultura a través de nuevas formas de raza, género y exclusión sexual11.
En ese sentido, uno de los modos en que se perpetúa el capitalismo racial en el Sur Global –además de la creación y ampliación de prisiones y regímenes de seguridad–, son los megaproyectos extractivos de grandes represas y minas, que requieren enormes recursos y hazañas tecnológicas, dentro de lo que Enrique Dussel denomina «la falacia desarrollista»; es decir, la imposición de la modernidad occidental como modo universal de gobernanza12. Los megaproyectos de desarrollo diseñados por el Estado y las corporaciones operan a través de una lógica económica que no calibra las formas de vida que existen bajo la mirada de estos grandes esquemas. El extractivismo funciona dentro de lo que Aníbal Quijano llamó por primera vez la «colonialidad del poder»13. En ella, las entidades corporativas y los Estados son indistinguibles en sus intereses y actividades: los primeros actúan en nombre de las segundas, y estos usan sus fuerzas de seguridad para controlar y reprimir la organización social antiextractivista.
El extractivismo, entonces, reorganiza violentamente los territorios y perpetúa continuamente dramáticas desigualdades sociales y económicas que limitan la soberanía Indígena y la autonomía nacional. Como lo explica el economista uruguayo y secretario ejecutivo del Centro Latinoamericano de Ecología Social, Eduardo Gudynas, «Bajo el neoextractivismo se pierde el objetivo del desarrollo nacional, como “desarrollo endógeno”, y desaparece la autonomía nacional en relación con los mercados globales. Las industrias nacionales no se recuperan, en algunos casos se reducen»14. Gudynas, de manera acertada, muestra cómo el desarrollismo sigue fijando la agenda y estructurando las condiciones del lugar que debe ocupar América Latina en un sistema mundial colonial, lo que termina por disminuir aún más la posibilidad de independencia del Estado respecto a la economía.
Sin embargo, también debemos criticar el sistema mundial que reproduce el nacionalismo a expensas de la soberanía de los territorios Indígenas. Las genealogías de las teorías críticas del Sur (incluyendo la teoría de la dependencia y la teoría descolonial) se han ocupado de mostrar cómo la persistencia de la condición colonial de los Estados produce asimetrías regionales y una distribución desigual en el control de los recursos. Precisamente, mi proyecto bebe de estas ideas con el fin de desplegar un doble análisis del poder: por un lado, analizo las técnicas de dominación del capitalismo extractivo, mostrando cómo se expanden a través de una serie de contorsiones legales, retóricas, económicas y políticas que borran y despojan a los pueblos Indígenas de sus territorios; es decir, la producción material y afectiva del capitalismo extractivo aplasta la vida vernácula y su encarnación corporal, encerrándola en las tecnologías niveladoras de la globalización. Por otro lado, muestro cómo los esquemas de megadesarrollo extractivistas asaltan los espacios periféricos, causando un dolor desigual en las regiones donde las comunidades Indígenas continúan organizando y haciendo proliferar la vida, incluso en contextos de extrema presión y violencia. Este libro pone de relieve y nombra estas ecologías sociales sumergidas. El término «zona extractiva», por su parte, articula la violencia que ejecuta el capitalismo para reducir, limitar y convertir la vida en mercancías, así como también la violencia epistemológica que existe cuando entrenamos la visión académica para reducir la vida a «sistemas».
Académicos no Indígenas han advertido sobre la «romantización de los pueblos nativos»15. Sin embargo, estos estudiosos no se ocupan realmente de los peligros que enfrentan los pueblos Indígenas; es decir, de las prácticas genocidas que buscan eliminarlos o de la reducción de la biodiversidad en sus territorios. Los estudios de caso que elaboro tienen lugar en las llamadas «periferias» del capitalismo tardío, donde los pueblos Indígenas se ven directamente afectados por condiciones neoliberales, económicas y culturales que predeterminan sus territorios como zonas de contacto coloniales16. Es, en el corazón de estos ricos territorios, que los pueblos Indígenas existen en una compleja tensión entre el extractivismo y la defensa de la tierra. En estas geografías, estos, antes que reducirse, se multiplican, protegiéndose mutuamente y protegiendo la tierra a un costo personal y comunal extremadamente alto. De hecho, un mapa global de ecocidios recientes o de asesinatos de defensores de la tierra, muestra cómo estos crímenes han aumentado en América Latina y el Pacífico asiático; es decir, en geografías que se superponen a los movimientos sociales que se organizan en contra de la intrusión extractiva17. La organización Global Witness documenta un aumento del 300% en los asesinatos de personas que defienden los recursos naturales frente a la minería, las represas hidroeléctricas o la contaminación.
En todo el mundo, los pueblos Indígenas están a la vanguardia en la defensa de las regiones que son un foco del extractivismo por su biodiversidad18. Y, al mismo tiempo, vemos la complicidad que existe entre los actores estatales y corporativos, en sus intentos de callar violentamente a los defensores de la tierra. En un Ecuador rico en recursos, activistas antiextractivistas reportan que sus correos electrónicos son regularmente hackeados, que son seguidos e intimidados y, sobre todo, que la policía y los militares recorren a diario sus territorios, facilitando el trabajo de las empresas capitalistas nacionales y multinacionales19. Berta Cáceres, asesinada en 2016, fundó el Consejo de Pueblos Indígenas, en gran parte para oponerse a los megaproyectos extractivos en Honduras20.
Como han demostrado los estudios Indígenas recientemente, el capitalismo colonial a menudo expande su control sobre los territorios nativos mientras legitima al Estado multicultural neoliberal21. Y es justamente allí que el ejercicio de la autonomía importa. Por eso, en cada capítulo me pregunto: ¿cómo podemos comprender de manera diferente no solo la experiencia y la resistencia al colonialismo extractivo, sino también su capacidad generativa de ver más allá de la brecha colonial? Como elaboro más adelante, los territorios Indígenas a menudo se superponen a las geografías más biodiversas de la tierra, aquellas regiones que el extractivismo marca, delimita y ocupa para la conversión de mercancías a través de tecnologías cada vez más refinadas. Por lo tanto, ¿qué respuestas, compromisos y puntos de vista emergen en las zonas del capitalismo extractivo que no agotan la diferencia, sino que la hacen proliferar?22 ¿De qué manera las poblaciones nativas y afrodescendientes tienen perspectivas sobre el mundo natural que implican un involucramiento y un compromiso con él y no simplemente una toma de recursos? En el marco de un trabajo descolonial, ¿pueden las intervenciones feministas y queer plantear un desafío a la lógica patriarcal, al monocultivo y al capitalismo extractivo? ¿Podemos entender y ocuparnos de una manera diferente de la vida nativa andina y amazónica y del complejo de sentidos que nunca logra subsumir completamente el orden colonial europeo? ¿Qué producción cultural e intelectual nos hace ver, oír e intimar con la tierra de otra manera? ¿Qué sabemos realmente sobre lo invisible, lo inanimado y las formas no humanas que subsisten creativamente al encuentro colonial?
El mapa que produzco no está conectado por historias lineales o de expediciones eurocéntricas, tampoco entro al archivo colonial para seguir su historia, aunque he aprendido de estas metodologías23. El mapa que dibujo es el de los espacios Indígenas y afroIndígenas que existen en los Andes, el sur de Chile o la Amazonía andina. Se trata de territorios continuamente ocupados, ya sea por colonos o por corporaciones multinacionales, y donde historias de descolonización surgen dentro de la condición violenta del extractivismo. Una misma lógica disciplinaria no es suficiente para todos estos lugares, textos y geografías que atravieso con exceso epistemológico. Por lo tanto, en vez de perseguir un marco disciplinario único, activo las teorías descoloniales y del punto de vista, las historias regionales y la crítica relacional para ocuparme de varias escenas de extractivismo de América del Sur. Una entrada descolonial en la zona extractiva revela, entonces, un mundo que se percibe de otra manera, un espacio intangible de emergencia donde los ríos convergen de otro modo en el flujo y barro de la vida.