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Introducción

El porvenir pertenece a la no violencia, a la conciliación de las diferentes culturas.

(Hessel 41)

En un mundo como el nuestro, superpoblado y sobreexplotado, es necesario un cambio de hábitos en el modo de consumir y de vivir. La actual crisis económica evidencia la “profunda crisis de la civilización patriarcal capitalista occidental” (Mies y Shiva, Ecofeminismo 34). Nuestro sistema económico parece dirigirnos a la acumulación de riquezas, dejando de lado el cuidado de la vida y de la naturaleza, y, en consecuencia, nuestra crisis es, además de socioeconómica, sanitaria y medioambiental. En el siglo XXI seguimos sin haber avanzado casi nada en determinados aspectos: agencias de calificación prácticamente deciden el destino de la economía mundial, marcando quién es el más poderoso o decidiendo qué economías quedan relegadas a un segundo o tercer nivel. La desigualdad socioeconómica sigue marcando una gran diferencia entre el Norte y el Sur, pero hoy en día, dentro del propio Norte o “Primer Mundo” existe una desigualdad cada vez más agravada por la crisis económica.

La sociedad actual reclama un cambio político, económico y, sobre todo, social. Movimientos como el 15-M y otros abogaban y abogan por conseguir una sociedad mejor, más participativa y justa. El 15-M o los Indignados reciben su nombre de la obra ¡Indignaos! de Stéphane Hessel, con la que comparten determinadas ideas: “apelamos a las jóvenes generaciones a dar vida y transmitir la herencia de la Resistencia y sus ideales. … Los responsables políticos, económicos, intelectuales y el conjunto de la sociedad no pueden claudicar ni dejarse impresionar por la dictadura actual de los mercados financieros que amenaza la paz y la democracia” (25-26). Estos movimientos ciudadanos tienen por objetivo lograr un mundo mejor y luchan por un cambio activo, participativo y justo, para alcanzar una democracia real o de base. Mientras en el Sur se lucha por conseguir nuevos derechos, en el Norte se lucha en contra de los recortes de dichos derechos. En cualquier caso, estos movimientos son el reflejo de la lucha universal por los derechos humanos.

Las desigualdades Norte-Sur, al igual que la de género, también se reflejan en la esfera sanitaria y medioambiental. No cabe duda de que la contaminación de la naturaleza guarda relación directa con muchas enfermedades. Somos responsables directa o indirectamente de, entre otros, explosiones en reactores nucleares (Chernóbil, Fukushima), de vertidos de lodo tóxico en Hungría, y de vertidos de fuel al mar (Prestige, BP): “Los riesgos medioambientales son mayores para las mujeres de barrios populares con fábricas contaminantes y vertederos, para las trabajadoras de ciertos sectores industriales y de la agricultura que emplea agrotóxicos. También lo son para las habitantes más humildes de los países empobrecidos” (Puleo, “Ecofeminismo: la Perspectiva de Género” 2). La huella del ser humano es innegable en cualquier invasión y contaminación, sea de nuestros cuerpos como de nuestro entorno. Somos parte activa en lo que a la degradación de la naturaleza se refiere: destruimos, construimos y consumimos sin miramientos. Muchos desastres naturales están relacionados con la actividad económica e industrial: la industria, la producción, el consumo o el transporte, que permiten nuestro “progreso”, producen una enorme contaminación. A esta contaminación y maltrato a la naturaleza hay que añadirle los cuantiosos desperdicios que generamos, y que no somos capaces ni de reducir, ni de reutilizar, ni de reciclar. Los residuos que tiramos sin miramientos han creado grandes manchas de plástico que flotan en el océano Pacífico y que provocan estragos entre la fauna marina (García 2018). La diferencia Norte-Sur es abismal, y el afán de crecimiento del Primer Mundo y la explotación del Tercer Mundo están directamente relacionados. Prueba de ello es, por ejemplo, que, pese a las prohibiciones, países subdesarrollados como China, India, Nigeria, Pakistán o Ghana se hayan convertido en vertederos de hasta el 80% de la basura electrónica generada por EE. UU., Japón o la Unión Europea (Urbina Joiro, 40).

Además, debido al hecho de que la economía capitalista se basa principalmente en transacciones económicas generadas por el consumo, muchos bienes son cada vez más perecederos, hasta el punto de que estos se producen con una obsolescencia programada, que implica una corta vida útil y un gran número de residuos. Algo parecido ocurre con los alimentos que consumimos, ya que se calcula que, basándonos en sus fechas de caducidad, cada europeo desperdicia cientos de kilos de alimentos al año. Esto no hace más que evidenciar que la lucha por un mundo más equilibrado requiere esfuerzo y un modo de vida más respetuoso con lo que nos rodea y con lo que no, ya que uno de los principios de la ecología defiende que todo ser vivo está relacionado, siendo la degradación de la naturaleza fuente de pobreza, cuyas principales víctimas son las mujeres y los niños. Como afirma Puleo, “de acuerdo con las estadísticas, las mujeres somos las primeras perjudicadas por la contaminación medioambiental y las catástrofes ‘naturales’. … Sin embargo, por lo general, no se visibiliza la relación entre la estratificación de género y los problemas medioambientales” (Ecofeminismo para Otro Mundo Posible 11).

Hoy en día la ecología forma parte de los movimientos reivindicativos sociales y, aunque para algunos prevalezcan los intereses económicos, parece que son cada vez más los que comprenden que el ritmo actual de desarrollo, consumo y contaminación es insostenible, y en consecuencia luchan por un cambio hacia la ética y la justicia social y medioambiental. En este sentido, son muchas las voces que se han alzado a favor del decrecimiento sostenible, una filosofía práctica de vida, que consiste básicamente en olvidarse del crecimiento económico constante: “el decrecimiento aparece como la otra gran propuesta paralela de cambio social y económico. La agroecología, con sus técnicas no contaminantes del suelo ni destructoras de la biodiversidad, y las redes de comercio justo son opciones ecológicas y sociales reales” (Puleo, Ecofeminismo para Otro Mundo Posible 11). En este contexto de lucha en favor del medioambiente surgió hace un par de años el movimiento Fridays For Future, originado por Greta Thunberg. Esta adolescente sueca se sentó a diario durante tres semanas frente al parlamento sueco para protestar en contra de la inacción ante la crisis medioambiental. Publicó su protesta en redes sociales y en poco tiempo se volvió viral. Decidió entonces continuar con su huelga todos los viernes y su lucha se fue extendiendo a decenas de países, en los que los estudiantes se movilizaron “para visualizar la situación de emergencia climática y reivindicar a los gobiernos medidas urgentes para combatirla” (Rocabert Maltas 2019, n.p.), puesto que serán los jóvenes de hoy en día quienes vivirán esa crisis climática.

La preservación de la naturaleza implica una ética de respeto. En la introducción a The Cambridge Introduction to Literature and the Environment (2011), Clark recoge la siguiente afirmación de Brulle: “Questions about preservation of the natural environment are not just technical questions; they are also about what defines the good and moral life … These are fundamental questions of defining what our human community is and how it should exist” (1). Esto es, por ejemplo, una de las máximas que defiende el ecofeminismo; una manera de interpretar el mundo respetuosa con la naturaleza, pero también con la vida y la salud de los seres que habitan el mundo, cuya principal finalidad es lograr un equilibrio que subraye que el progreso no puede estar reñido con el respeto a la vida y la naturaleza, y sobre todo la consecución de la igualdad entre los seres. El ecofeminismo es un movimiento cuya filosofía no se limita a lograr un cambio a nivel local (my backyard) sino que defiende un cambio permanente y global (everyone’s backyard), con consignas ecologistas como “think global, act local”. Es un movimiento que propugna el respeto, la defensa de la vida, la naturaleza y la mujer. Como sostiene Puleo, el ecofeminismo aboga por romper con la división entre la naturaleza y la cultura, al tiempo que reivindica que tanto hombres como mujeres pertenecen a ambas esferas (Ecofeminismo para Otro Mundo Posible 20). El ecofeminismo es por tanto un movimiento o filosofía interdisciplinar que defiende la justicia social y la justicia medioambiental.

Existen numerosos estudios y antologías de la literatura chicana feminista o Xicanisma, sobre su trasfondo histórico y social o su recepción. Al mismo tiempo existen numerosas obras y antologías sobre la praxis ecologista y/o ecofeminista. De reciente publicación es la obra Latinx Environmentalisms. Place, Justice, and the Decolonial (2019), editada por Sarah D. Wald, David J. Vázquez, Priscilla Solis Ybarra y Sarah Jaquette Ray. Otras grandes aportaciones son Writing the Goodlife: Mexican American Literature and the Environment (2016) de Priscilla Solis Ybarra y Ecological Borderlands. Body, Nature, and Spirit in Chicana Feminism (2016) de Christa Holmes. Mientras que la obra de Ybarra realiza un resumen de la ecocrítica chicana desde mediados del siglo XIX, en la segunda obra se analizan ejemplos de producción ecofeminista en las artes visuales, pero no específicamente en la literatura. Existen algunos capítulos o artículos que tratan en cierta medida la crítica ecofeminista presente en alguna de las obras del corpus de trabajo, como por ejemplo el capítulo “Ecocritical Chicana Literature: Ana Castillo’s “Virtual Realism” de Kamala Platt (publicado en el Ecofeminist Literary Criticism editado por Gaard y Murphy en 1998) o el artículo “The Nature of Chicana Literature: Feminist Ecological Literary Criticism and Chicana Writers” de María Herrera-Sobek (publicado en la Revista Canaria de Estudios Ingleses 1998), o su capítulo “Writing the Toxic Environment: Ecocriticism and the Chicana Literary Imagination” (publicado en A Contested West: New Readings of Place in Western American Literature editado en 2013 por Simonson et al.).

Ahora bien, la cuestión que se plantea en este libro está fundamentada en la denuncia de la explotación social (racial, de género, de clase…) y medioambiental que predomina en numerosas obras literarias de autoras chicanas de los años noventa, en concreto en So Far from God (1993) de Ana Castillo, Cactus Blood (1995) de Lucha Corpi, Under the Feet of Jesus (1995) de Helena María Viramontes y Heroes and Saints (1994) y Watsonville: Some Place Not Here

(1996) de Cherríe Moraga.

Son varios los motivos que me han llevado a la elección de estas obras. Por un lado, las características que comparten: son obras en las que tanto el etnicismo, como el feminismo, y la ecología desempeñan un papel fundamental. El presente trabajo se centra en la prosa chicana, en concreto se han escogido tres novelas y dos dramas, por su mayor impacto en términos de visibilidad literaria y por parte de la recepción de estas obras, aunque también exista poesía chicana ecofeminista, como, por ejemplo, numerosos poemas de Naomi Quiñónez (Sueño de Colibrí/Hummingbird Dream 1985), Alma Villanueva (Bloodroot 1982) o Pat Mora (Chants 1984). Como se ha mencionado previamente, las obras seleccionadas fueron publicadas en la década de los noventa, coincidiendo con la consolidación y el reconocimiento de esta literatura.

Las autoras son representantes de lo que Castillo denomina Xicanisma. Este término fue acuñado por primera vez por Castillo para referirse al feminismo chicano, que espera rescatar de la esfera más teórica y académica para trasladarlo a “our work place, social gatherings, kitchens, bedrooms, and society in general” (Massacre 11). De este término que Ibarrarán (1999) traduce como xicanismo–, deriva el concepto de ecoxicanismo presente en el título del presente estudio, término con el que se hace referencia al ecofeminismo chicano.

Castillo, Viramontes y Moraga reflejan con sus textos una clara preocupación por temas ecofeministas como el patriarcado, el etnicismo, la raza, el género o el medioambiente. Son obras asimismo “discriminadas”, en buena medida, por el canon literario. Por una parte, existe una discriminación de género, puesto que la mayoría de los nombres reconocidos entre los autores, historiadores, críticos literarios y académicos del Movimiento Chicano son masculinos: “Contemporary

Chicana feminist critics acknowledge the vital preliminary work accomplished by our compañeros … As feminists … however, we lament that Chicanos have given only a cursory nod to the women who historically labored alongside them in the struggle against Anglo-American domination and exploitation” (Saldívar-Hull 27).

También se evidencia una discriminación racial y étnica por parte de lo que Saldívar-Hull denomina “Eurocentric feminism” por el que las feministas angloamericanas y europeas tendían a dejar de lado a feministas pertenecientes a minorías raciales como la chicana, la nativo-americana o la afroamericana, por lo que según la propia Saldívar-Hull, “[w]hen White feminists began to categorize the different types of feminisms in the 1980s, we, in turn, began to trace the muting of issues of race and ethnicity under other feminist priorities” (36-37).

Podríamos incluso hablar de una triple discriminación, ya que son muchos los que creen que la crítica literaria medioambiental o ecocrítica es, o una moda pasajera o interesada: “Even now, with the nature again in vogue, and everyone’s voice rising in her defense, the rhetoric seems suspiciously self-interested. Save the rainforest in case valuable medicinal plants lie undiscovered there. … Conserve resources for future generations” (Vance 125). En contra de esta triple discriminación, So Far from God, Cactus Blood, Under the Feet of Jesus, Heroes and Saints y Watsonville: Some Place Not Here muestran cómo el ecofeminismo puede servir como herramienta para la consecución de un cambio social y medioambiental.

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