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LA EPIDEMIA DE LA LIBERACI ÓN
ОглавлениеCuando las cosas, los signos y las acciones están liberadas de su idea, de su concepto, de su esencia, de su valor, de su referencia, de su origen y de su final entran en una autorreproducción al infinito. […] ¿Es posible que todo sistema, todo individuo contenga la pulsión secreta de liberarse de su propia idea, de su propia esencia, para poder proliferar en todos los sentidos, extrapolarse en todas direcciones? Pero las consecuencias de esta disociación solo pueden ser fatales. Una cosa que pierde su idea es como el hombre que pierde su sombra; cae en un delirio en el que se pierde.
Jean Baudrillard, La transparencia del mal
Una de las consecuencias de la descomposición es la liberación de energía. La descomposición de la Modernidad fue el comienzo de este proceso de liberación epidémico que se expandió por todas las esferas, proceso por el cual nos hemos despegado de los núcleos de referencia de las cosas. Liberación sexual, liberación de la mujer, liberación de los animales, liberación política, liberación espiritual, liberación de energía. Todos los hechos se aceleran hasta llegar a una energía cinética que puede expulsarlas incluso de su propia Idea. La aceleración propulsa a las partículas hacia un espacio de indeterminación e incertidumbre totales, hacia un estadio donde ya ni siquiera responden a sí mismas. La segunda ley de Newton establece que la aceleración de un objeto es inversamente proporcional a la masa del objeto, es decir, que cuanto mayor sea la masa de un objeto, menor será su aceleración si se le aplica una fuerza neta dada. Por eso mismo, es necesario que las cosas se fragmenten en partículas minúsculas, que se atomicen, para poder acelerar su trayectoria de liberación. Por suerte, en la tecnosfera esto no resulta un problema, ya que la información puede entrar en las redes y los ordenadores para su infinita circulación y reproducción (al igual que Warhol, petrificado en sus serigrafías y latas de tomate).
Detrás de la liberación se esconde un secreto: lo infinito. Las cosas liberadas de su idea están condenadas a la infinita reproducción. Expulsadas de su órbita, las partículas se liberan de su centro (como nosotros de nuestra propia Idea), en una infinita flotación en el espacio sideral. La Idea es lo que organiza una forma; el desorden comienza con su pérdida, con el olvido de ese sentido. Wittgenstein: «El no-estar-en-orden es como la no-identidad». Cada partícula liberada es infinitamente reproducible, insertada en el vacío del espacio para su propagación y circulación viral. Lo liberado es libre de ser intercambiable, a total disposición para ser manipulable y conmutable, pues ya no tiene referencias ni principios. Por eso mismo hoy todo es trans, pues va más allá de sí mismo y es libre de intercambiar los signos de todos los discursos, lo que lleva a la confusión total y a la imposibilidad de determinar un criterio estable para las cosas (consecuencia lógica del ilogismo de la posverdad).
Una de las formas de liberación es la reproductibilidad técnica (lo liberado no responde a su Idea, de la misma forma que la copia ya no responde a su original). Cuando Walter Benjamin analizó la obra de arte en la era de la reproductibilidad técnica, estaba anunciando cómo la irrupción de la técnica había comenzado a afectar el aura de las obras de arte. Benjamin identificó el aura con la singularidad, ese aquí y ahora que es el núcleo de la autenticidad, esa manifestación única de la lejanía (pues acercar las cosas es el deseo de las masas). Incluso a la reproducción mejor acabada le falta algo: su aquí y ahora, su existencia irreproducible en el lugar en que se encuentra en dicha existencia singular y en ninguna otra cosa. Aun así, Benjamin ya intuía que lo que se vivía en el campo plástico era lo que en la teoría se notaba como el aumento de la importancia de la estadística, una tecnificación que era, inevitablemente, política. El arte estaba manifestando los primeros síntomas de la anomalía que luego se expandiría a los diversos campos de la vida del hombre.
Toda liberación tiene sus consecuencias. Existe un momento, ese instante preciso antes de que las cosas sean liberadas, que resulta en el punto de inflexión que cambia la concavidad de la curva por completo. El tiempo antes de ese punto exacto puede ser eterno o, de hecho, ser la historia. Pero luego de ese momento, jamás habrá modo de volver al estado anterior. Lo liberado pertenece, justamente, a esta dimensión. Hay ciertos eventos que cambian no solo las cosas sino, además, el curso de las cosas. Nuestra civilización está (luego de la aceleración tecnológica) justo antes de uno de esos puntos, acercándose a la puerta de su propio abismo, observando lo que a lo mejor ya resulta un déjà vu sci-fi. Es casi como si todos los acontecimientos llevaran a esa culminación, a ese momento justo antes de la inflexión. De todas las liberaciones, liberar al hombre de lo humano es, sin duda, la más catastrófica. Por ello mismo, hay que deshacerse de todos esos molestos valores éticos y morales que tanto limitan la experimentación. Hace ya un tiempo que en Gran Bretaña se producen clones de ranas sin cabeza como prueba para la futura clonación de órganos humanos. Se cree que si estas copias humanas están decapitadas, no serán técnicamente embriones. Así, estos futuros depósitos de humanos sin cabeza podrán ser utilizados y desechados infinitamente, ya que cierta ausencia en ellos nos hará olvidar que tratamos con humanos.
Cuando el gen se libera del cromosoma, se convierte en información.
Cuando el sexo se libera de la biología, se convierte en género.
Cuando el pensamiento se libera del hombre, se convierte en inteligencia artificial.
Cuando el humanismo se libera de lo humano, se convierte en poshumanismo.
Cuando los acontecimientos se liberan de lo real, se convierten en media.
Cuando el mundo se libera de la realidad, se convierte en realidad virtual.
En todos los órdenes, la técnica dirige todo el proceso de liberación.
La liberación puede ser una política con fines tecnológicos, pero es también una tecnología con fines políticos. Nuestra histeria en torno a la libertad hubiera sido un insulto para los antiguos griegos o los ilustrados, su naturaleza no es ontológica, sino ideológica. Las luchas de liberación son, en esencia, mecanismos de control. Tendencia: derechos de la mujer, diversidad sexual. Hoy, la defensa de la diversidad no es más que otra forma de producción centralizada de las diferencias, que hace de lo diferente algo accesible extirpándole su verdadera alteridad y haciéndolo caer (como todo) en las leyes del mercado, en la lógica de la oferta y la demanda. Todas las movilizaciones de liberación son dilataciones del cuerpo muerto de la dialéctica marxista que solo mantienen la forma de la dialéctica, no el contenido. Son marxismos traducidos del orden económico al orden cultural (Lind), materializados en forma de luchas; luchas por la libertad que terminan convirtiéndose precisamente en otra forma de coacción. Incluso la rebelión del proletariado (o el marxismo original) contra los capitalistas era la reivindicación de una mayoría sobre una minoría. Hoy, por el contrario, somos testigos de la imposición de los «derechos» de una minoría sobre la mayoría; una reformulación que es, en el fondo, un mecanismo polar de dos minorías: las élites y los grupos minoritarios. Así, el cuerpo social entre ambos polos (la verdadera mayoría) queda totalmente aniquilado por los intereses de los anteriores, en una nueva megaestructura política que ha alterado el orden natural de las cosas.
Las luchas de la liberación funcionan con la siguiente fórmula: a toda represión le corresponde una liberación. Primero es necesario crear la represión para luego ofrecer la dosis de liberación. La paradoja de todo esto es que el sistema nos obliga a liberarnos, un tipo de coacción que resulta estupefaciente, pues ya hace difícil distinguir cuánto de este deseo de liberación es natural o artificial. En su automática búsqueda de liberación y realización, el individuo deja de ser libre y, por lo tanto, ya ni siquiera puede plantearse el problema de la libertad; en una operabilidad total que lleva adelante el imperativo de tener que identificarse consigo mismo, desplegar todas sus posibilidades y realizarse en todas las dimensiones posibles. La forma actual de servidumbre no es la ausencia de libertad, sino, al contrario, un exceso de libertad; como escribe Baudrillard, estamos en ese «reinado de la libertad del que nadie podrá salir».
Uno de los objetivos políticos de la liberación es deshacerse de toda atadura que nos impida la expresión total, por lo que una de sus metas será destrozar la insoportable solidez de la esencia humana. El imperativo progresista nos indica que las concepciones apriorísticas de definición del ser humano son ya anticuadas, que la verdadera identidad se gesta en la cultura como proceso de construcción social. Aquí vale preguntarse: si ya no hay nada que nos es propio, ¿de qué nos estamos liberando? Además, se nos dice que no tiene por qué haber una correspondencia entre el cuerpo biológico y la identidad psicológica, por lo que la relación identidad-cuerpo empieza a parecer aleatoria, casi accidental. El cuerpo aparece entonces como prótesis, como estructura cosmética, como desecho, como error natural e indeterminación, como fenómeno totalmente arbitrario en relación a su genética («nací en el cuerpo incorrecto»). Todos esos intolerables binarios (belleza/fealdad, hombre/mujer, humano/inhumano) deben aniquilarse en pos de la igualdad y la democracia. Paradoja: nunca se ha hablado tanto de diversidad como desde el triunfo de la uniformidad. En el ecosistema democrático y politically correct, la defensa del libre pensar y la diversidad es directamente proporcional a la paralela prohibición del pensamiento y la discrepancia (que pasan, automáticamente, a la clandestinidad).
Cuando ya nada es bello o feo, el arte desaparece; cuando ya nada es masculino o femenino, la biología desaparece. Cuando ya nada es natural o artificial, lo humano desaparece. El epítome de la indefinición lleva, por consiguiente, a la indiferencia.
Ya todo da igual. Indiferentes e indiferenciados, relatividad total y radical. Cuando las cosas pierden su esencia o su concepto, ya nada es lo que es. La liberación no tiene pasado, su cualidad es la indeterminación (del espacio, del tiempo, del cuerpo, del hombre, del arte, de la totalidad). Pero todo este conglomerado de exigencias de liberación viene ofrecido como derechos del hombre. Pero ni siquiera Platón o Aristóteles hablaban de derechos, sino del bien y de la felicidad humanos y, por consiguiente, de los deberes y las virtudes para poder alcanzarlos. Resulta una paradoja que hoy se exijan los derechos naturales, pero basados en fundamentos completamente antinaturales (como ya escribía Rousseau, es precisamente la ignorancia de la naturaleza humana la que desvanece la verdadera definición del derecho natural). El uso contemporáneo del término «derechos» está totalmente vaciado de ese sentido divino, natural y transcendental (como decía Watson, llegando a extremos totalmente absurdos). Cuando los derechos (de las masas) y los intereses (del poder) se fusionan, la libertad se transforma en otro capital disponible, y se pasa del derecho a la libertad al imperativo categórico de la liberación.
Mientras que la libertad corresponde a lo universal, la liberación corresponde a lo global. Aunque comúnmente se confundan, lo universal es un sistema de valores que mantiene la igualdad por lo alto; mientras que en la globalización, la nivelación es por lo bajo, esto es, como escribe Baudrillard, la disneyficación del mundo. La libertad se encuentra en el orden simbólico del sujeto, circunscrito en su naturaleza, su finalidad y su autodeterminación. La liberación, por el contrario, excede todos los órdenes y al sujeto mismo, y se dispara por fuera de sus naturaleza, su propósito y su sentido. Es un proceso sin fin ni finalidad, la distancia de las partículas despegadas depende de la fuerza de la liberación. La libertad era un ideal de la Modernidad; la liberación, el de la Posmodernidad. La libertad ya queda atrás en la historia, en la Modernidad, pues ha sido totalmente superada por la liberación y por la desaparición del sujeto. El sujeto libre se piensa a sí mismo y, por lo tanto, al mundo. El individuo liberado, contrariamente, es pensado por el mundo.