Читать книгу Derechos humanos y justicia en Chile: Cerro Chena campo de prisioneros - Manuel Ahumada Lillo - Страница 10

A MODO DE INTRODUCCIÓN

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El golpe militar ocurrido en Chile en septiembre de 1973 ha sido materia de estudio y análisis en centenares de documentos, en el país y el mundo entero.

Estudiosos de distintas corrientes, críticos y partidarios del golpe de estado han esgrimido argumentos para sostener sus posiciones.

De un lado, una enorme cantidad de antecedentes y testimonios que muestran que en el país se instauró una dictadura militar que utilizó gran cantidad de efectivos armados para detener, torturar, encarcelar, ajusticiar sumariamente y hacer desaparecer a miles de chilenos y ciudadanos extranjeros avecindados en Chile. Del otro, argumentaciones destinadas a demostrar que Chile se encontraba en la ingobernabilidad, «invadido» por guerrilleros extranjeros, quienes, junto a miles de militantes de la Unidad Popular, tenían previsto el ajusticiamiento de opositores y la instauración de un régimen marxista-leninista en el país. No tengo la pretensión, y ni siquiera lo intento, de explicar en detalle los pros y los contras del Gobierno de la Unidad Popular, no obstante no ignoro lo vivido en dicho periodo, más aún cuando es por esa causa por la que se me busca, detiene y tortura.

La razón fundamental que me llevó a realizar este trabajo es responder al compromiso de honor asumido por un grupo de «prisioneros de guerra», entre los que me encontraba, de relatar y denunciar lo sucedido en la comuna de San Bernardo en esos aciagos días, al inicio de la dictadura. Considero que ha llegado el momento de comenzar a descorrer definitivamente el velo que durante años ha cubierto lo sucedido en el Cerro Chena. Todos ellos, sobrevivientes, ajusticiados y desaparecidos, fueron detenidos por militares o carabineros y pasaron por uno de los cuarteles de la Escuela de Infantería de San Bernardo.

Prácticamente ninguno de los responsables, a excepción de uno que recibió una condena ridícula, como al final de este libro se consigna, ha sido detenido, sometido a proceso y condenado, pese a ser de conocimiento público sus antecedentes y de que existen testimonios irrebatibles de lo que hicieron. Esta situación, a todas luces anómala, ha posibilitado hasta ahora una dolorosa impunidad, que, unida al silencio cómplice de muchos que aún se resisten a confesar el grado de participación que tuvieron en los hechos, no permite todavía limpiar la mancha que pesa sobre la comuna de San Bernardo y sobre toda la sociedad.

La decisión de una jueza, designada con dedicación exclusiva para investigar la desaparición de los ciudadanos Jenny Barra Rosales, Manuel Rojas Fuentes y Luis Fuentes González, y la valentía de algunos sobrevivientes del campo de prisioneros aludido, que venciendo temores han recorrido lugares y reconocido a militares que estuvieron destinados en el campo de prisioneros, ha permitido que parte de la verdad comience a desvelarse.

Necesidad de un testimonio

El relato descarnado de mi experiencia se asemejará sin duda a lo vivido por miles de chilenos y puede llegar hasta a ser ínfimo, ante el infierno vivido por otros. Pese a la dura experiencia, soy un hombre afortunado, ya que estoy con vida y puedo dar testimonio de lo sucedido.

Este trabajo es el cumplimiento de una palabra empeñada; me disculpo por haber tardado 28 años; es la síntesis de horas de conversación entre cautivos vendados. Conversaciones que muchas veces fueron un susurro y que se interrumpieron ante la llegada diaria de los señores de la muerte que laceraban los cuerpos o el golpe artero que caía sobre los que desafiaban la orden de silencio. Es hacer público el mensaje de amor, y la petición sincera de perdón a la compañera, la esposa, la mujer que quedó esperando en casa el retorno de quienes nunca más volvieron. El mensaje, a los hijos que crecerían solos, de que nunca se les olvidó. Las intervenciones recogidas en este texto están escritas tal y como se vivieron, con los errores idiomáticos tan frecuentes entre nosotros, con los chilenismos que usamos cotidianamente.

Este libro es la experiencia de un muchacho de población1 que siendo muy joven se formó en el allendismo2 más que en la militancia partidista. Que escuchaba ansioso las experiencias de viejos militantes comunistas, quienes lo llevaban regularmente junto a otros muchachos y muchachas en un viaje por el tiempo, relatándoles las experiencias y luchas de los salitreros, los obreros del cobre y del carbón, los campesinos. Que aprendió de su abuelo el respeto a los trabajadores por encima de todo. Es también el relato de hechos vividos con anterioridad al golpe militar, de la realidad vivida durante el Gobierno de Allende por el pueblo, y la muestra de la furia de sus opositores.

Quienes ejecutaron las órdenes tenían claro dónde debían golpear. Así, hogares obreros y campesinos, sin desmerecer a los profesionales e intelectuales consecuentes, fueron los más golpeados, porque ahí y no en otra parte estaba la base de sustentación del poder popular. Los aprehensores supieron siempre a quién asesinarían. Jugaron con los prisioneros y sus familiares al gato y al ratón. Se mofaron de la fe y la esperanza de los que buscaban a los suyos. Sin embargo, cometieron un error del que deben de estar arrepentidos hasta el día de hoy:

no contaron con que la memoria retendría hechos y verdades que fueron haciéndose públicos, incluso cuando la dictadura seguía vigente.

Ciertos actores de la vida nacional acostumbran de tanto en tanto a llamar a la unidad y la armonía entre compatriotas. Para que tal deseo se haga realidad nos invitan a reconciliarnos. A los afectados por la dictadura y a sus familiares les piden desarrollar en su corazón la capacidad de perdonar.

–Que ya son muchos años –dicen.

–Que no podemos vivir permanentemente en el pasado –declaman.

Invitan a mirar al futuro sin rencores, como si fuera tan fácil después de todo lo sucedido. Se niegan siquiera a darse cuenta de que son muchos los que aún remueven la tierra buscando restos de los suyos. Parecen desconocer que muchos dejaron la vida sin conocer el lugar donde fueron arrojados sus seres queridos. Decenas de familias viven esperando saber si «algunos huesitos» encontrados en algún lugar de este largo país se corresponderán en definitiva a sus seres queridos, esos a los que sacaron de casa o que fueron detenidos en la calle hace tantos años.

No me corresponde juzgar a quienes se declaran reconciliados y se dan el perdón en actos públicos. Por ahora sigo preguntándome lo que hacen muchos. ¿Reconciliarme, perdonar, a quiénes y por qué? Ni uno solo de los que torturaron y asesinaron reconoció sus culpas abiertamente, ni menos ha pedido perdón de corazón en estos años. Como mucho, han calificado de «excesos» todos los actos brutales que se cometieron, e insisten en responsabilizar a las víctimas de lo que sucedió.

No hay reconciliación ni perdón mientras no se sancione a cada uno de los culpables. Ni perdón ni olvido, es la consigna de los que buscan sin encontrar, de los que perdieron a los suyos, y está plenamente vigente. ¡Justicia!, nada más, pero nada menos. Es lo que reclamaremos hasta que la verdad se descubra en su totalidad.

Quiénes hicieron posible reconstruir parte de la historia

Todo este paciente trabajo de reconstruir la memoria histórica no hubiera sido posible sin la entrega sin pausas y con amor de los familiares de detenidos desaparecidos y de ejecutados políticos.

La perseverancia de Mónica Monsalves, hija de Adiel, uno de los ferroviarios fusilados, dirigente de la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos, quien encabeza las «velatones»3 que cada 6 de octubre se hacen en la entrada del cuartel militar donde llegaban los detenidos.

La persistencia y el tesón de Laurisa Rosales, madre de Jenny Barra, quien participa desde finales de la década de los años setenta del siglo pasado en la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos.

La Agrupación Cultural Jenny Barra, entidad que después de fundarse creó la iniciativa llamada «Rompiendo el silencio. Por la verdad en el Cerro Chena», y que tuvo un importante rol durante el desarrollo de las investigaciones judiciales iniciadas en 1999.

La radio Canelo, que, en las postrimerías del milenio anterior, permitió la realización de programas informativos que despertaron el interés de los habitantes de la comuna de San Bernardo, a la vez que facilitó un espacio para la denuncia y el testimonio.

La jueza Cecilia Flores, quien pese a las dificultades llevó adelante la investigación que permitió, entre otras muchas cosas, dar con el primer lugar de detención de quienes estuvieron presos en Cerro Chena y encontrar los restos del segundo sitio de detención, lugar desde el que muchos de los detenidos salieron a su encuentro con la muerte.

El drama de los detenidos, los fusilados y los desaparecidos del Cerro Chena dejó de ser algo de lo que solo se hablaba entre algunos, rompió las cadenas que el sistema le había impuesto y fue una prueba más contra la sangrienta dictadura que asoló al país.

He de llamar aquí como si aquí estuvieran.

Hermanos: sabed que nuestra lucha

continuará en la tierra.

Continuará en la fábrica, en el campo,

en la calle, en la salitrera.

En el cráter del cobre verde y rojo,

en el carbón y su terrible cueva.

Estará nuestra lucha en todas partes,

y en nuestro corazón,

estas banderas que presenciaron vuestra muerte,

que se empaparon en la sangre vuestra,

se multiplicarán como las hojas

de la infinita primavera.

Aunque los pasos toquen mil años este sitio,

no borrarán la sangre de los que aquí cayeron.

Y no se extinguirá la hora en que caísteis,

aunque miles de voces crucen este silencio.

La lluvia empapará las piedras de la plaza,

pero no apagará vuestros nombres de fuego.

Pablo Neruda

Canto General. La Arena Traicionada III


Foto 2: Vista panorámica de la histórica Maestranza de San Bernardo. Fuente: <http://maestranzacentral.blogspot.com/>.

Y tuvieron que pasar 28 años

El 10 de septiembre de 1973, en San Bernardo, casi a la medianoche, avanzaba lentamente de norte a sur por la calle José Joaquín Pérez, un jeep del Ejército. Los soldados lucían un brazalete claro en uno de sus brazos.

A las 6 de la mañana del 11, desperté sobresaltado con los gritos de una compañera. Los marinos estaban sublevados en Valparaíso según lo que decía la radio y al parecer había un Golpe de Estado.

Eran las 11 de la mañana del día fatídico cuando los primeros cohetes disparados por los aviones de la Fuerza Aérea de Chile (FACH) hicieron blanco en el palacio presidencial La Moneda. Recorrió el mundo la imagen de la bandera chilena cayendo lentamente envuelta en llamas.

28 años después, en octubre del 2001, en el marco de las investigaciones realizadas por la magistrada designada por la Corte Suprema para investigar la desaparición de la militante del MIR Jenny Barra Rosales, fui citado en calidad de testigo para prestar declaración sobre lo sucedido en Cerro Chena.

Soy uno de los sobrevivientes de ese campo de prisioneros y en calidad de tal subí nuevamente a un jeep del Ejército y fui llevado a algunos lugares del cerro.

Recordé hechos que marcaron profundamente mi vida. Vinieron a mi memoria duros pero hermosos momentos vividos junto a compañeros de prisión de quienes nada sabía antes de esa fecha, con la excepción de los viejos ferroviarios.

Pese al tiempo transcurrido, encontré impregnado en la hierba seca y en el aire el cariño de los trabajadores ferroviarios de la Maestranza Central de San Bernardo, quienes me cuidaron como a un hijo durante los días que compartimos cautiverio.

Se cumplía así, tras veintiocho años, el compromiso asumido: «alguien tendrá que de dar testimonio de lo sucedido y relatarlo, tal como se transmitieron las luchas obreras de principios del siglo XX». «La causa de los trabajadores no morirá con nosotros, otros vendrán a continuarla» dijimos entonces con convicción.

Volvieron de golpe a mi memoria las conversaciones con el flaco4 Viera, fusilado en la juventud de sus casi 20 años. Se paseaban por los caminos del Cerro Chena, las vivencias de los campesinos de Paine, que fueron sacados una tarde de principios de octubre desde «la casa del techo rojo» y de quienes no volví a saber, hasta que se hizo público el caso de los cuerpos encontrados en la Cuesta Chada.5 Recordé los análisis políticos que solíamos hacer con Dote y Bracea, mis compañeros de aislamiento durante un par de días, en un cuarto pequeño, rodeados de fardos de alambre de púas.

Durante muchos años y pese a la gravedad de los hechos vividos, poco o nada se mencionó del cerro Chena y los hechos que allí se vivieron. Aparece citado en documentos o se menciona en algunas querellas que por desaparición o fusilamiento se han presentado ante los tribunales. Sin embargo, hasta ahora no se había ahondado en lo sucedido en las instalaciones militares que todavía allí existen.

No fue sino hasta que se conocieron los resultados de la Mesa de Diálogo,6 así como las investigaciones que inició la magistrada Cecilia Flores, cuando Cerro Chena se instaló en la opinión pública. En las conclusiones de la Mesa de Diálogo se menciona que varios detenidos estuvieron en Cerro Chena y de allí fueron sacados para ser arrojados al mar desde helicópteros.

La juez del Primer Juzgado de Letras de San Bernardo, Cecilia Flores, es una mujer valiente y decidida, dueña de una enorme fuerza interior, que reivindica la vilipendiada justicia. Está decidida a esclarecer los hechos; dar con el paradero de Jenny Barra Rosales y los demás casos de desaparecidos que investiga. De paso, su investigación será la prueba más concluyente y definitiva en cuanto a establecer que en ese lugar se mantuvo detenida, se torturó y se ajustició sumariamente a una cantidad indeterminada de personas.

La magistrada Cecilia Flores supervisa personalmente cada una de las diligencias que ordena. Tiene un trato deferente y respetuoso hacia los testigos, quienes después de tantos años reviven lo ocurrido. Sus palabras afectuosas han traído la calma cuando las lágrimas luchaban por salir. Y es que no fue fácil recorrer lugares donde la línea divisoria entre la vida y la muerte fue más tenue que nunca. Todavía resuenan y duelen las palabras y las certezas de los detenidos respecto del futuro que les esperaba. Con su trabajo, la juez Flores y sus colaboradores van dejando claro para las generaciones futuras que en la comuna de San Bernardo existió un lugar de detención, clandestino en sus inicios, donde se violaron con total impunidad los derechos humanos.

Fueron dolorosas horas durante las que repasamos los hechos, algunos de los cuales dan origen a este testimonio escrito. Se trata de hechos reales de los que tienen que hacerse cargo tanto quienes los negaron como aquellos que los promovieron, y con posterioridad los justificaron y aún hoy los justifican.

El 26 de diciembre del 2001, pasado el mediodía, llegué nuevamente a las instalaciones del Primer Juzgado de Letras. Los testimonios entregados, junto a los antecedentes recopilados durante la investigación, habían llevado a declarar ante la magistrada a dos de los muchos que aplicaron tormentos a los prisioneros en Cerro Chena. El paso de los años no borró la maldad de sus rostros, ni alteró el timbre de la voz. Negaron haber tocado alguna vez a un detenido, aunque reconocieron haber estado en el lugar. Estuvimos ellos y yo, yo y ellos, al lado, separados solo por algunos centímetros. Los seres omnipotentes de ayer no se atrevieron a mirar de frente. Eran ellos, no había duda alguna.


Foto 3. Fuente: <http://memoriaviva.cl/>.

El golpe militar y sus efectos en los ciudadanos

El 11 de septiembre de 1973 es una fecha en la historia de Chile que jamás debe ser olvidada, así como no pueden ser ignorados los hechos que el golpe militar trajo aparejados. Ese día nefasto, a sangre y fuego, los militares derrocaron el Gobierno constitucional del presidente Salvador Allende e iniciaron una sistemática violación de los derechos sociales y políticos de los ciudadanos que se prolongó diecisiete años, violación que en todo caso aún no termina de repararse.

El 11 de septiembre de 1973 se abrió una herida en el corazón de Chile, herida imposible de cicatrizar mientras no se desvele toda la verdad. El general de la Fuerza Aérea Gustavo Leigh Guzmán fue concreto, directo y claro en su primera intervención pública post-golpe. Con su cruenta llegada al poder los militares buscaban «exterminar de raíz el cáncer marxista del país». Es evidente que no escatimaron en recursos económicos ni humanos para cumplir tal objetivo.

Desde el mismo 11 de septiembre y durante largo tiempo, en la mayoría de las ciudades y comunas del país, millares de hogares fueron duramente golpeados e incluso destruidos totalmente, al sufrir la detención, el ajusticiamiento y/o la desaparición de uno o más familiares. De la detención masiva e indiscriminada de los primeros tiempos, se pasó al seguimiento y el arresto selectivo de compatriotas. La delación y la acusación falsa fueron algunos de los instrumentos que utilizaron los golpistas para cumplir sus fines. Se detuvo sumariamente, se torturó de forma salvaje a mujeres y hombres, sin importar edad, estado civil o condiciones de salud. Todo aquel que había mostrado simpatía por el Gobierno de Salvador Allende pasó a ser un potencial enemigo y debía ser detenido e interrogado.

Había que usar los métodos que fueran necesarios para obtener la información que ayudara «a la pacificación del país», han dicho más de una vez durante estos años para justificar sus acciones, los nobles y valientes soldados. Así lo expresaban por lo demás los representantes de la dictadura, uniformados y civiles, cuando eran consultados por los medios de comunicación nacionales y extranjeros sobre lo que estaba sucediendo.

A cualquier hora, aunque preferentemente amparados por las sombras de la noche, los agentes del Estado sacaban a los sospechosos de sus hogares. No obstante, también se detenía a los ciudadanos a plena luz del día en sus lugares de estudio, en el trabajo o en la calle, en presencia de amigos, familiares o transeúntes. Nadie estaba libre de la negra mano del fascismo que se había entronizado en el país y que anunciaba que «combatiría al enemigo hasta aniquilarlo».

Todos los detenidos eran llevados a lugares de detención para ser interrogados. Los menos eran lugares reconocidos por la dictadura; los más, sitios clandestinos de los cuales muchos no volvieron. Ahí, vendados e indefensos se los sometía a terribles tormentos, se buscaba que confesaran su participación en actividades contra el régimen de facto, se les exigía que entregaran las armas y denunciaran a otros con los que compartían ideales. Tal hecho les permitiría continuar con vida. Durante los primeros años, el objetivo de los golpistas lo constituyeron las direcciones políticas de los partidos que conformaban la Unidad Popular y sus militantes más destacados. Se les hacía responsables de la elaboración de planes de muerte y destrucción, elementos que, en definitiva, «habían obligado a la patriótica intervención de los militares», como se repetía majaderamente.

Desde que se iniciara la represión, y con ella la detención sumaria de civiles y uniformados democráticos, sus familiares, venciendo el miedo y las amenazas, comenzaron un peregrinaje por distintos lugares en busca de sus seres queridos. El Estadio Nacional en Santiago, los cuarteles militares, las comisarías de Carabineros y de Investigaciones, las cárceles en las diversas regiones del país y cualquier lugar del que se tenía la certeza o se sospechaba de la existencia de detenidos, veían en sus puertas de la mañana a la noche a quienes no abandonarían a los suyos, así se les fuera la vida en el intento de encontrarlos. Diariamente se presentaban llevando ropa, alimentos e inquiriendo a quien les escuchara sobre la suerte de sus familiares. El silencio, la sonrisa despectiva o la mentira eran las respuestas que recibían a sus preguntas.

Muchos fueron los centros de detención clandestinos que se habilitaron y a los que eran llevados los detenidos. De ellos solo se fue teniendo conocimiento a medida que algunos sorteaban el anillo de hierro de la tortura y lograban identificar el sitio con posterioridad. Por el testimonio de estos sobrevivientes se supo también de las aberraciones a las que eran sometidos hombres y mujeres en la Venda Sexi, Terranova, Nido 18, Tres Álamos, Nido 20,7 Academia de Guerra de la Fuerza Aérea, diversos buques de la Armada, Cerro Chena, instalaciones militares de Peldehue y Tejas Verdes, entre muchas otras.

¿Cómo se llegó a tal grado de inhumanidad? ¿Qué provocó tal nivel de odio en los sectores más pudientes, que incluso llegaron a festejar con champán, mientras las calles, los ríos, el mar de Chile, se llenaban de cadáveres, horriblemente mutilados y acribillados a balazos?

Con el paso de los años algunos servidores de la dictadura, quizá abrumados por el peso de su conciencia ante tanta aberración cometida contra seres humanos en la que ellos tomaron parte por acción u omisión, o tal vez percibiendo como las ratas que el barco comenzaba a hundirse, entregaron antecedentes por distintas vías. Estos antecedentes fueron haciendo evidente lo que, después de tanto tiempo de búsqueda sin resultados, se había transformado para los familiares y para el país en general en una certeza: la detención, la tortura, la muerte y la desaparición de miles de compatriotas.

En el norte, centro y sur del país, comenzaron a aflorar, a ver la luz, decenas de fosas clandestinas, que entregaban los cuerpos retenidos durante años en virtud del silencio. Primero fue Lonquén, luego Pisagua, Chihuío, el Cementerio General de Santiago, los cementerios de La Serena y Copiapó, Topater en Calama, Laja en la VIII Región. Ahí estaban nuestros hermanos. Los mismos que según la prensa y los representantes de la dictadura (varios de los cuales hoy por hoy son «honorables parlamentarios») se habían ido del país o sumergido en la clandestinidad para combatir al régimen militar, yacían muertos, sepultados bajo metros de tierra. Ellos, despojados de la vida por unos miserables sin alma, salían a clamar justicia desde sus sepulcros ilegales.

San Bernardo, algo de su historia. Los actores del drama

San Bernardo ha sido, y es, una comuna quitada de bulla, pese a los cambios que ha experimentado en los últimos veinte años. Aún hoy pueden observarse, en distintos lugares de la comuna, largas alamedas con añosos árboles, áreas verdes y plazas en las que suelen pasear sus habitantes, y una tranquilidad provinciana que no es común en un lugar tan cercano a la capital de Chile. El aumento de la delincuencia no ha logrado quitarle su aire provinciano. Fue fundada el 9 de febrero de 1821 por don Domingo Eyzaguirre y recibió su nombre en homenaje al Director Supremo y héroe de la independencia de Chile, don Bernardo O’Higgins Riquelme.

Uno de sus lugares más característicos es el cerro Chena. Al respecto escribió Mario Arroyo en su libro Acuarelas de ayer y de hoy:

En su orgullosa soledad de siglos, mirando cara a cara la distante cordillera de Los Andes, a través de la parte norte del río Maipo y al poniente de San Bernardo se alza el cerro Chena, su configuración geológica es poco frecuente ya que pertenece a los llamados cerros-isla, que no tienen vinculación con las cordilleras o cordones de cerros que pueda haber en la zona. Su cima se alza a 914 metros sobre el nivel del mar, no pertenece ni a la cordillera de Los Andes ni a la de La Costa. Se estima que existe desde mucho antes de la formación de las mismas.

En los inicios del siglo XX prácticamente no existían industrias ni empresas en San Bernardo, siendo su principal actividad la agricultura. Por ello la construcción y puesta en marcha de la Maestranza Central fue un hito importante. Su construcción se realizó en tres etapas entre 1918 y 1920 y llegó a convertirse en la segunda más grande de Sudamérica. Las actividades normales de la Maestranza se iniciaron hacia comienzos de abril de 1920, durante la presidencia de Juan Luis Sanfuentes. Durante el primer año de funcionamiento 358 obreros repararon 19 locomotoras. Se designó a don José Aldea Sandoval para poner en marcha los talleres de la Maestranza.

Relata don Óscar Aguayo en el cuadernillo Vidas y Anécdotas de la Maestranza San Bernardo de Rosana Ojeda:

La llegada de los obreros a trabajar a la Maestranza Central de San Bernardo convulsionó al pueblo. Tuvo que abrirse casas de pensión, de alojamiento, lugares para ir a comer, porque se trabajaba en jornadas dobles, se salía a almorzar y a algún lugar había que ir. Entonces San Bernardo tuvo que adecuarse a esta realidad. Aquí el comercio nació por los ferroviarios. En la parte social y humana también fue fundamental la participación ferroviaria, los hechos convirtieron a este pueblo en ciudad...

Otro elemento que identifica plenamente a San Bernardo son las instalaciones militares ubicadas en la comuna. Desde el paradero 31 de la Gran Avenida y hasta el paradero 37 hacia el sur, se levantan las instalaciones de la Escuela de Aviación y la Escuela de Especialidades de la Fuerza Aérea –en este lugar se formaron quienes pilotaron los aviones que bombardearon el palacio presidencial de la Moneda en 1973.

En el centro de la comuna y hacia el sur oriente, en la salida que lleva a Puente Alto, se ubican respectivamente la Escuela de Infantería y el Haras Nacional (fue trasladado a Quillota en el 2009). El Haras Nacional es el lugar desde donde salen los lanceros a caballo que acompañan al presidente de la república en el Te Deum y la Parada Militar. La Escuela de Infantería fue fundada el 31 de mayo de 1887 y su primer director fue el teniente coronel Ramón Perales. Entre los oficiales que dirigieron esta unidad del Ejército figura Augusto Pinochet Ugarte.

La mayor parte de las familias sanbernardinas, hasta la década de los setenta del siglo XX, tuvieron entre sus miembros al menos a uno que hiciera el servicio militar en alguna de las dos instalaciones mencionadas, o que fuera miembro del cuadro permanente del Ejército.

Centenares de habitantes de San Bernardo y otras comunas aledañas fueron detenidos a plena luz del día en presencia de familiares o sacados durante la noche de sus domicilios por militares o carabineros y en algunos casos por civiles armados. La mayoría fueron llevados al Cerro Chena, corriendo cada uno suertes dispares. A los más afortunados se les dejó en libertad después de ser interrogados y golpeados. Otros permanecieron como rehenes mientras se detenía a sus familiares. Algunos salieron desde el Cerro a distintos lugares de detención. Casi todos pasaron por el Estadio Nacional en Santiago y fueron derivados posteriormente a campos de concentración donde estuvieron recluidos semanas, meses e incluso años. Uno de estos lugares era la abandonada oficina salitrera de Chacabuco, ubicada a decenas de kilómetros al interior de la ciudad de Antofagasta, en el norte de Chile, lugar al que muchas veces los familiares de los presos llegaron a pie.

Muchos dejaron en el Cerro Chena su sangre y su vida, fusilados por militares de la Escuela de Infantería después de sufrir atroces torturas, siendo el caso más emblemático el de los ferroviarios de la Maestranza Central de San Bernardo. No se sabrá nunca, a ciencia cierta, cuántos fueron sacados desde las instalaciones de Cerro Chena, subidos a helicópteros y lanzados al mar. Este hecho, que durante algún tiempo sirvió para descalificar a quienes lo plantearon como hipótesis, fue reconocido por la Comisión de Reconciliación constituida por el Gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle en 1999, de la que formaron parte militares y civiles. Hasta la fecha, y sin que aún se hayan obtenido resultados, se busca a otros en las entrañas del Cerro Chena.

De la tranquilidad provinciana a la muerte: encuentros y desencuentros de ferroviarios y militares

San Bernardo fue conocida durante muchos años como «la ciudad dormitorio».

De ella salían y salen cada día muy temprano miles de personas que desempeñan oficios diversos en Santiago, la capital de Chile, ubicada a 18 kilómetros de distancia. Uno de sus mayores atractivos es el cerro Chena. Todo su lado oriente era parte del fundo Casas Viejas de Chena, propiedad de Pedro García de la Huerta. Dice la leyenda que García de la Huerta hizo un «pacto con el diablo» y que así logró construir su mansión, hacerse con el cerro y disponer de muchas riquezas. Hasta hace algunos años todavía provocaba temor y escalofríos caminar por calle América y pasar por la propiedad de García de la Huerta. Contribuía a ese temor el hecho de que, entrada la noche, todo ese sector permanecía en penumbras.

El cerro Chena era lugar obligado de visita para niños y jóvenes de la comuna por las enormes posibilidades que abría a la excursión y el conocimiento de la naturaleza. Familias completas se instalaban los fines de semana de primavera y verano en sus faldas, a un costado de la carretera Panamericana, para disfrutar de un día de esparcimiento entre los viejos árboles que daban sombra durante todo el día, sin importar la ubicación del sol. El fin de la primera semana de octubre de cada año, miles de personas llegaban desde los alrededores a disfrutar del «18 Chico». San Bernardo se concentraba en el cerro con ocasión de esta fiesta.

En 1971 García de la Huerta dona el fundo Casas Viejas de Chena al Ejército de Chile, que lo transformó en lugar de ejercicios militares. Desde ese momento se pusieron algunas restricciones. No se podía andar por donde se quisiera o ir a cualquier hora. Se habían terminado los días de carreras a campo traviesa, la persecución de lagartijas, el hostigamiento a las arañas y el reponedor baño en el estanque. Quizá era que el cerro se preparaba para jugar el rol protagonista que el Ejército le tenía destinado.

En el momento del golpe militar de 1973, en San Bernardo, ferroviarios y militares eran parte del paisaje de la ciudad y en muchos casos establecieron relaciones de amistad que, con algunas dificultades, se mantienen incluso hasta hoy.

Los ferroviarios abandonaban diariamente la Maestranza a las 12:00 y las 17:00 horas en una larga y compacta marcha de bicicletas hacia sus casas, marcha que se abría en decenas de direcciones en la avenida Portales. Con el tiempo se hizo necesaria la habilitación de un tren que se detenía cerca del regimiento. Quienes no alcanzaban a ir hasta sus casas, recibían de sus mujeres o hijos las viandas con el reparador almuerzo, para volver luego a cumplir con sus obligaciones en los diferentes talleres en que prestaban servicios.

Los militares, quienes durante la década de 1960 incluso entregaban raciones diarias de comida a los indigentes y pobres que hacían largas filas en las puertas del regimiento, ingresaban y dejaban las instalaciones de la Escuela de Infantería regularmente cada día, antes de izar la bandera con el toque de clarín y después de la ceremonia de arriar el pabellón, ceremonias que eran presenciadas indistintamente por estudiantes y adultos que pasaban cotidianamente por el lugar.

Ferroviarios y militares compartían la afición por el fútbol y eran entusiastas hinchas y/o jugadores de los clubes instalados en los diferentes barrios de la comuna.

Similar interés y participación concitaba en ellos el juego de la rayuela, al que se dedicaban con regularidad al término de la jornada de trabajo.

Hasta hoy, pero ya con la desconfianza marcada por todo lo sucedido, viven en las mismas poblaciones o villas, junto a trabajadores municipales, empleados públicos, carabineros y gendarmes. Después del golpe llegó la vigilancia armada a algunos lugares de cada barrio. El amigo no fue más llamado por su nombre o su apodo sino que debía anteponerse el grado militar. El «tú» fue reemplazado por el «don».

Los niños hijos de uniformados jugaban en lugares distintos, con vigilancia especial y las mujeres de los militares se pusieron altaneras y soberbias.

Desde el 11 de septiembre de 1973 hacia adelante, todo cambió. El dolor y la muerte vinieron a remplazar la risa abierta, la fraternidad sin fronteras, la amistad de viejos camaradas.

Era parte del paisaje de la comuna el paso al trote de los cadetes cantando a voz en cuello sus himnos militares. Todos los días bajaban por calle Balmaceda en dirección al cerro, donde, entre otros ejercicios, realizaban las prácticas de tiro y aprendían la vida del soldado. El sonido de los disparos y la explosión de proyectiles solo alteraban, pasado el tiempo, a quienes visitaban la comuna esporádicamente o a los que acababan de llegar a vivir en ella. Años después estos mismos sonidos serían los últimos escuchados por decenas de compatriotas que permanecían hacinados y vendados en las instalaciones del cuartel N.° 2 de la Escuela de Infantería en San Bernardo.

No menos importante para la comuna fue el papel jugado por los ferroviarios que vivían en ella, como se ha escrito, desde 1920. Los operarios de la Maestranza Central marcaron presencia en San Bernardo con su organización y solidaridad. Algunos de sus dirigentes fueron luego representantes populares en el Gobierno comunal, o llegaron a ocupar cargos en organizaciones nacionales de trabajadores. Dueños de una organización sindical poderosa, estaban siempre prestos a dar su apoyo a aquellas iniciativas que aportaran a la población un mejor bienestar y no se mantenían ajenos a lo que sucedía en el país.

Dice don Óscar Aguayo en Vidas y anécdotas (pp. 14 y 15):

En el año 1939 se repite una vez más esa tendencia imperante a lo largo de la historia. Se intenta derrocar el gobierno democrático de don Pedro Aguirre Cerda. Los ferroviarios suman fuerzas en cuestión de horas. Hay una visión unitaria y la movilización de los trabajadores de la maestranza es el primer síntoma de lucha. Un día, como a las 5 de la mañana, llega el gobernador de San Bernardo don Galvarino Ponce a mi casa. Me dijo: –Don Oscar levántese, hay golpe de Estado y la Escuela de Aplicación está sublevada, hay que movilizar a todos los trabajadores de San Bernardo. –Me levanté y salí. Yo sabía que a esa hora estaban trabajando las panaderías, fui a hablar con el presidente del sindicato de panificadores, fui donde los molineros, los municipales, en fin, y en seguida a la maestranza. Estaba en la maestranza informando lo que sucedía cuando llegó un auto, era de Santiago, venían tres ciudadanos, uno de ellos era Salvador Allende, ministro de Salubridad del gobierno de don Pedro Aguirre Cerda. Nos dijeron que nosotros éramos una fuerza importante y que teníamos que tomar medidas para abortar el golpe. Con aproximadamente mil doscientas personas se formó el Batallón maestranza, organizados por escuadras, todo se hizo rápido. Preparamos un tren blindado para ir al paso nivel, ahí estaba la parte armada de los militares de San Bernardo.

Teníamos todo listo para ir a pelear cuando un jeep militar entra en la Maestranza con don Galvarino. Nos informa que el golpe está terminado. Le dijimos: –vamos a hacer un desfile. –Háganlo no más –dijo–, no hay problema.

Con el Batallón maestranza y el Orfeón Ferroviario salimos a desfilar por San Bernardo. Pasamos por la plaza, ahí estaba la Escuela de Aplicación, ellos nos aplaudían. A los pocos días vino el presidente a agradecer. Le hicimos esta vez un desfile en grande, con todos los sindicatos, fue de lo más pintoresco y bonito. Todo estaba adornado, las carretelas repartidoras de pan, los municipales que tiraban a caballo los furgones de la basura, los lecheros, las victorias que eran el medio de movilización, los molineros, nosotros los ferroviarios que éramos el grueso.

Treinta y cuatro años después, a finales de septiembre de 1973, soldados de la Escuela de Infantería, armados hasta los dientes, entraron en la Maestranza Central con una lista de nombres. Recorrieron los talleres llamando a viva voz a los requeridos y los fueron sacando de sus lugares de trabajo, separándolos de sus compañeros, quienes ignoraban en ese momento que los veían con vida por última vez.

Manuel González, el conejo, de la sección de herrería; Ramón Vivanco del taller de ruedas; Pedro Oyarzún, el chueco, de la sección de frenos de aire; Arturo Koyck, El tata, de la sección de electricidad; José Morales, presidente del Consejo; Joel Silva, el negrito, de Pabellón Central; al igual que Adiel Monsalves y Roberto Ávila, de la sección de albañilería; Alfredo Acevedo, Raúl Castro y Hernán Chamorro, llegaron al campo de prisioneros de Cerro Chena en la noche del 28 de septiembre, lugar en el que ya se encontraban decenas de detenidos.

Al contrario de lo sucedido en 1939, en esta ocasión sí se produjo el golpe de estado y ni los ferroviarios, ni ninguno de los gremios organizados, pudieron prepararse y resistir. Conocedores los golpistas locales de la fuerza de la organización ferroviaria, no vacilaron en fusilar a los dirigentes y trabajadores detenidos. Con tal acción daban una muestra de su actuar a los ferroviarios, y sembraban el terror en la población.

El apacible San Bernardo se transformó entonces en una comuna militarizada, vigilada de día y de noche por patrullas militares armadas que se hacían notar disparando a discreción. El único interés que los movió durante esos años fue mantener a flor de piel el terror en la población. El cerro Chena pasó de lugar de esparcimiento a centro de detención clandestino. Los militares, que formaban parte del paisaje de la ciudad, se transformaron en carceleros, torturadores y verdugos. Aún hoy se busca en el cerro osamentas de detenidos desaparecidos.


Foto 4: Trabajadores ferroviarios saliendo de su turno en la Maestranza de San Bernardo. Fuente: <http://maestranzacentral.blogspot.com/>.

Algunos trazos del gobierno del presidente Salvador Allende. Queda claro el porqué del golpe militar

El triunfo del candidato de la Unidad Popular sobre el de la derecha en 1970 se había producido por algunas decenas de miles de votos. Como indicaba la tradición democrática del país, por acuerdo unánime del Congreso Nacional, el 4 de noviembre de 1970 fue investido como presidente de la República de Chile, el doctor Salvador Allende Gossens. El programa presentado por Allende y la coalición de partidos que lo apoyaba, en especial las 40 medidas planteadas en dicho programa, habían despertado en millones de habitantes de Chile la confianza de que se construiría un futuro que permitiría a los más pequeños contar con un país más digno y justo.

Las elecciones de regidores, en abril de 1971, dieron a los candidatos de la Unidad Popular el 50,08% de los votos, demostración inequívoca del apoyo popular que el Gobierno de Allende concitaba. Desde que se iniciara el Gobierno de la Unidad Popular, la oposición había hecho de todo para desprestigiarlo, torpedeaba cualquier iniciativa gubernamental que afectara a sus intereses, cuestionaba y acusaba a los ministros, y esperaba confiada el repudio ciudadano al Gobierno en las urnas.

¿En qué se sustentaba esta confianza de la oposición?

En lo político habían creado la Confederación de la Democracia (CODE), agrupación en la que unieron fuerzas la Democracia Cristiana y el Partido Nacional, más un sector escindido del Partido Radical, paradójicamente llamado Partido Izquierda Radical.

Promovieron y desarrollaron paros patronales y de los colegios profesionales. Fomentaron y sostuvieron el desabastecimiento. Cerraron centenares de empresas, sacando sus capitales a bancos del extranjero. Apoyaron y dirigieron paros en diversos gremios y levantaron a un sector del estudiantado. Los grupos de choque –que financiaban Patria y Libertad, el Comando Rolando Matus y a decenas de mercenarios– volaban instalaciones con explosivos, agredían a militantes de la Unidad Popular y destruían las sedes de los partidos de la coalición.

Los más pudientes se quejaban del desabastecimiento golpeando con fuerza cacerolas nuevas adquiridas para la ocasión, mientras en las poblaciones muchos almaceneros tiraban por los alcantarillados bidones de aceite o a la basura kilos y kilos de mercancías. Transcurridos algunos días después del golpe, cuando se pudo hacer compras, aparecieron en las estanterías de los almacenes productos que habían estado desaparecidos durante meses e incluso años, ¿quién los acaparó y por qué?

Pese a la propaganda opositora, en la que llevaban la voz cantante la Radio Agricultura, los diarios Tribuna y El Mercurio, y el Canal 13 de TV, los más humildes se sentían parte activa de un proceso y lo expresaban en multitudinarias manifestaciones. Miles de jóvenes, junto a trabajadores de distintas áreas, artistas populares, profesionales consecuentes y autoridades gubernamentales, se esforzaban diariamente en jornadas de trabajo voluntario, en la ciudad y el campo. Los centros juveniles se multiplicaron en todos los barrios, las campañas de aseo y ornato eran asumidas por jóvenes y adultos, el deporte y la recreación le ganaban la lucha a la apatía y la desesperanza. Millones de libros se imprimían en ediciones de bolsillo a bajo coste y los trabajadores y sus hijos pudieron deleitarse con la lectura de los clásicos universales, que hasta entonces les estaban vedados.

En muchas de las empresas que estaban bajo la dirección de los trabajadores se aumentó la producción y se recurrió con éxito a la creatividad y al ingenio para mantener el funcionamiento de maquinarias, ante la carencia de repuestos y piezas, debido al bloqueo que aplicaba principalmente el Gobierno de Estados Unidos, que no perdonaba la nacionalización del cobre, aprobada por el Congreso Pleno en 1971.

Entre 1970 y 1973 se nacionalizaron también el salitre y el carbón, y se estabilizó la banca. Se había profundizado y culminado el proceso de la reforma agraria, entregando a los campesinos pobres la tierra para que la trabajaran.

Todo esto ha sido ocultado sistemáticamente por la derecha y el centro político chilenos. Ellos insisten en la carencia de logros del Gobierno de la Unidad Popular y justifican el golpe. Por eso es muy importante lo que dice Andrés Domínguez en su libro El poder y los derechos Humanos:8

Allende cumplió íntegramente el programa que votó el pueblo, especialmente se preocupó de los derechos humanos. Aumentó los índices de escolaridad, de salud y de vivienda.

Los niños tuvieron acceso a una mejor alimentación y los trabajadores lograron facilidades para continuar sus estudios. Nunca hasta entonces los jubilados gozaron de mejores rentas. Las mujeres ganaron espacios al machismo –en la práctica social y hogareña–, luchando por sus reivindicaciones específicas, aunque Allende no alcanzó a crear el Ministerio de la Mujer, como era su deseo. Los obreros y campesinos tuvieron como nunca una injerencia activa en la producción, a través del reglamento sobre participación en las empresas del área social y mixta, y llegaron en algunos casos a la administración y control de la producción.

Eligieron directamente en sus sitios de trabajo a los dirigentes de la Central Única de trabajadores (CUT), en 1972, fenómeno democrático inédito en la historia del movimiento obrero mundial.

Los mapuches expresaron sus demandas sin temor a represalias y fueron visitados por primera vez en la historia de Chile por un presidente en sus propias reducciones indígenas.

Los pobladores democratizaron a fondo sus juntas de vecinos9 y participaron en la distribución de alimentos, mediante las Juntas de Abastecimientos y Precios (JAP).10

Los trabajadores de la cultura lograron, como nunca antes en ningún gobierno, difundir poesía, canciones y obras de teatro acuñadas por el propio pueblo.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos entiende por estos el derecho a la vida, al trabajo, al descanso, a la organización sindical o de cualquier movimiento social, el derecho a un nivel de vida adecuado, a la seguridad social, a una honrosa jubilación para vivir dignamente; en fin el derecho a la educación, la salud, la vivienda y a gozar de las artes y otras manifestaciones culturales.

Casi todos estos puntos planteados por las Naciones Unidas fueron promovidos por el gobierno de Allende.

En marzo de 1973 se celebraron elecciones parlamentarias y los adversarios políticos de Allende y de la Unidad Popular, a estas alturas enemigos declarados de su Gobierno, daban por hecho que contarían con los parlamentarios suficientes para destituir al mandatario en el Congreso Nacional. Contra todo pronóstico de la oposición, la Unidad Popular obtuvo el 44% de los votos en las elecciones parlamentarias del 4 de marzo de 1973. Si bien es cierto que tal porcentaje significaba una baja respecto del apoyo obtenido en 1971, es claro que en tres años aumentaron en más de un 6% los votos con los que Allende llegó a la presidencia, pese a todos los elementos que tenía en contra. Este era un signo inequívoco del enorme apoyo popular que tenía el Gobierno. Para la derecha había quedado claro, después de esta elección, que el apoyo al Gobierno de Allende era contundente y que no le quedaba otra alternativa que jugársela con más subversión y terrorismo. Desde ese momento el golpe era cuestión de tiempo.


Foto 5: En la campaña presidencial de 1970 se sentía cercano el triunfo popular, el pueblo se movilizaba soñando con un futuro mejor. Fuente: <www.memoriachilena.cl>.

Un pequeño aporte al Gobierno de la Unidad Popular

El 11 de septiembre de 1973, yo era un activo miembro de las Juventudes Comunistas de Chile y, aunque había sido castigado un par de veces «por salirme de la línea», seguía militando. La mayor parte de mi trabajo estaba orientada a la participación activa en las jornadas de trabajo voluntario, cumpliendo también tareas en las labores de propaganda como integrante de la Brigada Ramona Parra local.11 Era un joven idealista, como miles, en esos años hermosos de compromiso con los más humildes, compromiso que mantengo hasta estos días.

En marzo de 1972, en una hermosa y solemne ceremonia recibí mi carné de jotoso.12 Un compañero puso en mis manos un ejemplar de La Joven Guardia, de Alexandre Fadéiev, libro que recibí con gran emoción y que aún conservo. Es un hermoso relato de la lucha que mantuvieron un grupo de valientes jóvenes rusos en la ciudad de Krasnodón, contra los invasores nazis. Lejos estaba de suponer siquiera que la persecución, la tortura y la muerte me tocarían tan de cerca. La lectura del libro me mostró lo hermoso que es asumir el compromiso de luchar por lo que se quiere, más allá de los costes que se tengan que pagar.

Junto a muchos jóvenes y adolescentes, estaba convencido de que el éxito del Gobierno popular traería mayor bienestar a nuestros hogares. Lo podíamos notar en la mejora de miles de hogares más pobres y humildes que los nuestros, también en el Servicio de Salud de la comuna cuando retirábamos la leche, en las actividades recreativas y deportivas que se realizaban en miles de lugares.

Disfrutamos de las actuaciones de Quilapayun e Inti Illimani. Nos emocionábamos con el canto de Víctor Jara, Ángel Parra, Rolando Alarcón y tantos otros cantautores populares. Hasta tuvimos el honor de tener a Violeta Parra cantando en nuestra población, antes de su temprana partida. Con alegría voceábamos El Siglo y la Revista Ramona en las ferias de nuestra comuna y participábamos en mítines y concentraciones.

Estuvimos en el Estadio Nacional en la despedida a Fidel Castro, y un año después aplaudimos emocionados a Pablo Neruda cuando recibió el homenaje popular por su Premio Nobel de Literatura. Sentado junto a Pablo Neruda en la tribuna, estaba, entre otros, el vicepresidente de la República, general Carlos Prats González.

Cuanta emoción y orgullo nos embargaba al encabezar los equipos de voluntarios para blanquear los árboles en una población o desbrozar un terreno baldío para instalar juegos infantiles. Mayor era la alegría al acompañar a los universitarios que cumplían labores de alfabetización o regulación de estudios en las juntas de vecinos, los centros de madres y los sectores rurales que rodeaban San Bernardo.

En el barrio no lo ocultábamos. Conseguíamos los muros de las casas esquina y pintábamos grandes letreros, invitando a las actividades, promoviendo una candidatura o invitando a una marcha. Los más pequeños nos seguían en una ruidosa procesión cada vez que la Brigada Ramona Parra salía a hacer su trabajo.

Ese orgullo, esas ganas, esa pasión, ese actuar a cara descubierta, porque nada de lo que hacíamos era ilegal, fue lo que hizo que algunos vecinos nos miraran de reojo. Uno de ellos me consideraba su enemigo y dio mi nombre a los militares.

Muchos compatriotas nuestros fueron embaucados por el discurso reaccionario y antipatriota. Ellos sintieron que cumplían un deber patriótico al denunciar a sus vecinos e incluso a sus amigos que militaban en los partidos de izquierda o que se definían como simpatizantes del Gobierno de la UP.


Foto 6: El triunfo de Salvador Allende no dejó tranquilos a los poderosos de Chile y de Estados Unidos. Desde el mismo día 4 de septiembre de 1970, día en que ganó las elecciones, comenzó a fraguarse el golpe de estado. Fuente: <www.memoriachilena.cl>.

Una despedida de amigos

«Salud compadres, hasta que nos encontremos de nuevo». Las copas alborotaron el vino dentro de ellas al entrechocarse. Eran las 20 horas del lunes 10 de septiembre de 1973. No había alegría en esta ocasión, más bien el salud sonó a despedida. Así lo hacíamos notar, por lo demás, con nuestras risas nerviosas y las miradas de preocupación que de tanto en tanto dábamos hacia la calle. Junto a Waldo, Sergio y León, amigos de Liceo y compañeros de causa, apurábamos una botella de vino mientras comentábamos los últimos acontecimientos. La situación se veía grave y el hecho de que los milicos13 patrullaran las calles hacía presagiar lo peor.

Había inquietud por el discurso de Altamirano14 y no se conocía la suerte de los marinos presos en Talcahuano unos días antes. Fuerzas militares estaban allanando industrias en busca de armas e incluso deteniendo a los principales dirigentes de los sindicatos.

–Los milicos se vienen compadre, así es que por lo que pase ¡Salud, Salud!

Ojalá volvamos a encontrarnos para revisar lo que ha sido de nuestra vida –concluimos a modo de despedida.

«Hasta que nos volvamos a ver». ¡Cómo se iban a truncar nuestros sueños! La imagen de mis amigos se diluía lentamente. La frase me daba vueltas, mientras dirigía mis pasos al local del Partido: «Hasta que nos volvamos a ver».

La noche del 10 de septiembre

–Toma, compañero, son los nuevos carnés. –Abrí la bolsa y los miré. Azules y con la estampilla del 7.° Congreso de la Juventud Comunista pegada en su interior.

–Hay que guardarlos por si pasa algo –habían dicho los compañeros de la dirección de la Jota15 al iniciar la reunión. Nuevamente la intranquilidad y esa sensación de que poco o nada podíamos hacer si sucedía algo se hicieron presentes. La reunión fue extremadamente corta y partimos todos a cumplir las tareas acordadas. Un muchacho más joven que yo se ofreció a acompañarme. Había que buscar un lugar seguro donde guardar los carnés hasta la entrega prevista para finales de septiembre. Nos fuimos acortando camino, buscando lugares poco concurridos.

Subíamos por la calle San José, y al tomar la avenida José Joaquín Pérez hacia el norte vimos el jeep que lentamente avanzaba hacia nosotros. En San Bernardo no era extraño ver vehículos militares a cualquier hora del día o de la noche, pero algo en esta ocasión nos llamó poderosamente la atención: una ametralladora punto 30 empotrada en el techo. El servidor de esta nos paralogizó con una mirada fiera. Cubrían sus oídos unos auriculares grandes y en sus manos lucía guantes de cuero. Detrás de él, dos soldados sentados, también armados, lo mismo que el acompañante del conductor. Todos tenían en su brazo un vistoso brazalete blanco. «¿Qué pasaba que los milicos lucían así?».

Continuaron hacia el sur y nosotros decidimos separarnos por si ocurría cualquier eventualidad.

Me quedé solo con mi bolsa y los carnés de la Jota en ella. Las calles estaban oscuras cuando llegué a mi casa. Encendí el televisor y me instalé por un momento en el sillón. El Canal 9, tomado por sus trabajadores, aún estaba emitiendo. En la pantalla, el animador John Smith anunciaba al artista popular Patricio Manns. Intenté dormir, miré el reloj. La 01:30 del 11 de septiembre.

1 Barrio. Se suele utilizar para referirse a barrios modestos.

2 Ideario de Salvador Allende.

3 Manifestaciones públicas en que se exhiben velas o cirios encendidos.

4 Forma amistosa de referirse a una persona de contextura delgada. A veces es utilizada como apodo, como en este caso.

5 Paraje de una localidad próxima a San Bernardo en el que fueron encontrados en marzo de 1974 los cuerpos de catorce campesinos fusilados por los militares y después enterrados clandestinamente. Algunos de ellos habían estado detenidos en Cerro Chena. Más información en <http://www.memoriaviva.com/Desaparecidos/D-C/cabeza_bueno_jose_angel.htm>.

6 Encuentro convocado por el Gobierno de Chile que reunió a los estamentos más representativos de sociedad chilena, incluyendo a las más altas autoridades del país, instituciones civiles, militares, religiosas y éticas, con el propósito de dar pasos para encontrar a las víctimas del régimen militar, o al menos la información para clarificar su destino. Como resultado de los acuerdos alcanzados, en enero del 2001 las Fuerzas Armadas y de Orden entregaron un listado en el que se señalaba lo que habría sido el destino final de 200 víctimas, entre ellas 180 identificadas y 20 sin identificar: <http://www.ddhh.gov.cl/mesa_dialogo.htm>.

7 Venda Sexi, Terranova, Nido 18, Tres Álamos, Nido 20. Son los nombres que los servicios de seguridad de la dictadura daban a los centros clandestinos de detención a los que eran llevados detenidos los opositores para ser interrogados bajo tortura e incluso para ser asesinados y desde allí hacerlos desaparecer. Los centros aludidos estaban situados en la capital, Santiago.

8 A. Domínguez: El poder y los derechos humanos, Terranova, Santiago de Chile, 1988.

9 Equivalen a lo que en España se denominan asociaciones de vecinos.

10 Juntas de Abastecimientos y Precios (JAP); organizaciones de base creadas por el Gobierno de Salvador Allende en 1972, cuyas funciones eran, fundamentalmente, asegurar el abastecimiento de la población, de alimentos y de artículos de primera necesidad, y evitar la especulación con los precios, dada la escasez producida por las huelgas patronales del comercio y de las empresas de transporte por carretera.

11 Colectivo de las Juventudes Comunistas de Chile, creado en 1968, que tenía a su cargo las campañas de propaganda. Eran característicos los murales que pintaban, la técnica que aplicaban y la rapidez con que lo hacían. <http://www.abacq.net/imagineria/arte.htm>.

12 Miembro de las Juventudes Comunistas de Chile, cuyas siglas eran JJCC. A los militantes de este partido, por razones de abreviatura, se les definía como militantes de la jota, o «jotosos».

13 Forma coloquial de referirse a un militar. También suele utilizarse de forma despectiva.

14 Carlos Altamirano, senador en 1973, pronunció un encendido discurso dos días antes del golpe de estado, advirtiendo del inminente golpe, llamando a los ciudadanos y a la clase obrera a defender la democracia. Reconoció, asimismo, haberse entrevistado con suboficiales de la marina que denunciaron a sus jefes por estar preparando el golpe militar que finalmente, se produjo. Al ser descubiertos por sus jefes, los oficiales de mayor graduación, los marinos fueron apresados en la Base Naval de Talcahuano y sometidos a torturas. Todo esto, un mes antes del golpe de estado.

15 «La Jota»; forma coloquial de referirse a las Juventudes Comunistas de Chile.

Derechos humanos y justicia en Chile: Cerro Chena campo de prisioneros

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