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Presentación

Siempre estamos «en manos de Dios». Descubrirlo, experimentarlo y vivirlo es la plenitud de nuestra vida.

Amanecer y atardecer son dos momentos privilegiados para orar, para sentirnos y vivirnos «en manos del Señor»: el primero para despertar a la Vida de Dios en nosotros; el segundo para descansar y abandonarnos en manos de Dios.

Despertar cada mañana y levantar los ojos del corazón a Dios es necesidad vital para comenzar cada día llenándonos de Vida, de luz, de paz y de amor.

En realidad es despertar y amanecer orando, sintiéndonos conectados y unidos a la única fuente de Vida de toda nuestra existencia: Dios, «en quien vivimos, nos movemos y existimos».

Al atardecer, al declinar las horas, las tareas y trabajos del día, surge la necesidad de recogernos, de reposar y descansar en manos del Señor. Es el momento donde escuchamos al Señor, invitándonos a retirarnos con él, «venid vosotros solos a descansar un poco», porque realmente, «sólo en Dios descansa mi alma, porque de él viene mi salvación».

Hoy quiero compartir con vosotros mi suprema aspiración: descubrir y vivir la Vida de Dios en mí e irradiarla a todas las personas, a través de mi vida diaria.

Hoy quiero dedicaros, a todos los que me habéis acompañado y animado, participando de los Cursos y los Grupos Vida y contemplación, estas sencillas y pequeñas reflexiones, interrogantes, sugerencias, oraciones e invocaciones. Con ellas quiero expresar mi profundo deseo de seguir caminando con vosotros en esta apasionante aventura: recibir el regalo infinito de Dios, vivirnos en Él, gustando y saboreando su misma Vida, en esta historia nuestra de cada día.

El Salmo 62 es un amanecer sediento de Dios, nuestro único Señor, cantando, alabando y bendiciendo al Señor, deseando vivir en él. Mi alma está unida a él, fundida con él y toda mi existencia está sostenida por él. «Mi alma está unida a ti y tu diestra me sostiene».

«Padre, me pongo en tus manos» es una oración que recoge las vivencias y sentimientos más bellos y profundos de un alma que se siente sumergida en Dios, dejándose modelar por él en cada paso del acontecer diario. Se abandona en manos de Dios, porque él es todo en nuestra vida y porque sólo en Dios descansa mi mente, mi cuerpo, mi corazón y mi alma. Es volver al hogar al atardecer de cada día, después de las tareas diarias, y sentarse al calor del fuego, ardiente, luminoso y pacificador de Dios.

Os invito a gustar y saborear estas sugerencias, reflexiones y oraciones en un clima de silencio, de paz y de armonía, que nos disponga para ser tocados por las manos, la mirada y el corazón de Dios.

¡Ojalá podamos «gustar y ver qué bueno es el Señor», abandonándonos plenamente «en manos de Dios»!

«Elige la vida y vivirás tú y tu descendencia,

amando al Señor, tu Dios, escuchando su voz,

pegándote a Él, viviendo unido a Él,

pues Él es tu vida y tus largos años

de habitar en la tierra que el Señor

prometió a nuestros padres».

(Dt 30,19b-20)

En manos de Dios

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