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En Venecia siempre ocurren cosas extrañas

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Nada más meterme en cama quedé dormido, soñé con Venecia, un duelo a espadas en una ermita o castillo abandonado, yo los veía a ellos pero, aun cuando no me escondía ni procuraba pasar desapercibido, parecía que no se daban cuenta de mi presencia, me ignoraban, era como si estuviésemos en dos tiempos distintos aunque coincidiésemos en el lugar; la lucha era desigual: tres hombres, vestidos enteramente de negro y embozados en sus capas, rodeaban a otro que se defendía valientemente de los continuos ataques de los que era objeto. Fue retrocediendo sin dejar que las espadas tocasen un pelo de su persona y logró meterse en el edificio, al que iluminaba la luna llena dándole un aura misteriosa. Los seguí. El hombre perseguido, que vestía a la moda veneciana del siglo XVI, o algo parecido ya que la historia nunca fue mi especialidad, escapó escaleras arriba, los otros le siguieron intentando detenerlo, pero ¡cuál no fue la sorpresa de todos cuando lo único que encontraron en el piso superior fue una habitación desnuda de muebles y el hombre había desaparecido! Tan sólo una sombra en la pared era el único ornato del habitáculo. Asombrados y rabiosos por no haberle dado alcance los tres hombres se fueron; entonces me desperté.

¡Qué barbaridad! ¡Bah, no tenía nada que ver con la investigación! El cansancio y las fantasías de estos chicos habían hecho posible que tuviese tan extraño sueño. Miré el reloj, aparentemente habíamos dormido más de doce horas, me vestí, descorrí las cortinas y vi que era de día. Lo primero era bajar a comprar el periódico, a mi vuelta los despertaría. ¡Dos días! Habían pasado dos días desde que nos acostáramos, llamé a la oficina: no, aún no había acabado el informa, estaba interrogándoles y quedaban muchas cosas por explicar. Sí, me daría prisa en terminarlo pero el jefe debía comprender que la historia tenía múltiples ramificaciones y todavía tardaría un tiempo en conseguir localizar a un par de testigos que faltaban, a los que oyeron en la playa de Riazor y que estaban relacionados con el hombre muerto; los compañeros de la comisaría de La Coruña estaban a punto de conseguirlo, pero no sería hasta dentro de cuatro o cinco días. Me despedí del jefe prometiéndole que le tendría informado de los adelantos que hiciese y entré en la panadería a comprar unos bollos para el desayuno. Cuando regresé ya estaban levantados y enfrascados en una conversación:

-Puede que no se lo crea pero sabes que es la pura verdad –decía Teresa.

-No hubiésemos descubierto nada a no ser por las sombras dichosas –añadió Sofía.

-Hola a todos. ¿Habéis aclarado vuestras ideas? Hoy he tenido un sueño bien extraño, esta historia parece ser que me ha afectado, era absurdo: ¡testigo de un duelo a espada!

-¿En una ermita o castillo abandonado, tal vez? –inquirió Teresa.

-Sí, ¿cómo lo sabes?¿Acaso hablo mientras duermo o algo parecido?

-No, no es eso; usted vio el comienzo de toda esta historia.

-No te entiendo. Explícate.

-De alguna manera los antepasados de Carla han logrado comunicarse con usted y le han mostrado al inventor de las sombras perseguido por los monjes-soldados jesuitas que intentaban hacerse con el secreto de la construcción de las sombras; ocurrió allá por el siglo XIV o XVI, de eso no me acuerdo bien. Pietro Francesco di Monte-Ollivellachio había heredado de sus antepasados un palacio en Venecia, pero muy poco dinero, las dos generaciones anteriores a la suya se habían dedicado a dilapidar la fortuna familiar. Con una de las mejores bibliotecas de la época y manteniendo una vida frugal disponía de mucho tiempo para recorrer el palacio así como para leer; vivía con su hermana, soltera, y comprometida por entonces con un rico mercader, miembro de una familia con la que los Monte-Ollivellachio habían mantenido relaciones cordiales por espacio de dos siglos. En ese tiempo los lazos entre las familias se habían estrechado, bien de manera estrictamente comercial bien por medio de enlaces matrimoniales, que siempre, cosa extraña, habían sido llevados a buen término. Tenía más hermanos: uno en Módena, otro en el Vaticano, pues siguiendo la costumbre de su tiempo las familias consideraban muy positivo y prestigioso tener a un miembro dentro de la Iglesia, dos más habían elegido la carrera militar y debían andar en alguna guerra de las que mantenía Venecia con sus vecinos; otros dos viajaban en sus barcos comerciando. La hermana era la única mujer de la familia y también la menor de ellos. Ya que sus padres habían muerto dos años atrás se reunieron los hermanos y decidieron que uno de ellos se quedaría en la casa cuidándola hasta que encontrase marido, entonces quedaría el elegido liberado de su obligación; en contrapartida, el resto dotaría a la hermana y también compartirían, de acuerdo con las posibilidades de cada cual, el mantenimiento material de ambos.

-¡Bobadas! Es un sueño muy corriente; no tiene nada que ver con lo que os ocurrió –repuso, escéptico, el comisario Soler.

-Tenga paciencia, escúcheme. El caso es que Carla nos llevó a la biblioteca para mostrarnos esta historia en un libro en el que durante generaciones se había ido escribiendo la historia familiar, y, es más, el tal Pietro era aficionado a la pintura, de hecho fue él quien comenzó la colección que ahora posee el palacio, e hizo un pequeño esbozo de ese episodio. Pudimos hacer una fotocopia de él. Mírelo usted –dijo Teresa sacando un papel cuidadosamente doblado de su cartera.

-Sí, es bastante parecido a lo que soñé.

-Reconózcalo, es la misma escena; Pietro era muy buen dibujante.

-Eso demuestra que se han comunicado con usted porque únicamente quien hubiera estado allí en el momento del duelo podría transmitírselo durante un sueño –asintió Ricardo, al tiempo que se levantaba y se dirigía a la cocina.

-Puede, hay demasiadas cosas que no entiendo de esta historia. Continúa.

Bien, entonces Carla, después de contarnos todo esto, nos dijo:

-Pietro Francesco era muy curioso. Conocía el palacio muy bien, lo había recorrido muchas veces, de la planta baja al segundo piso, el sótano, la buhardilla escondida (la cual no se veía desde la calle), y, por supuesto, los pasadizos que comunicaban su casa con el otro lado del canal, con el palacio de su más íntimo amigo, el prometido de su hermana; habían jugado de niños por aquellos subterráneos generaciones y generaciones de niños de las dos casas, y era un secreto fielmente guardado por ambas familias. Pietro, como ya hemos dicho, tenía mucho tiempo para leer y pensar, y un buen día, entre dos libros muy antiguos del último estante de la biblioteca encontró un manuscrito redactado por su tatarabuelo titulado “De cómo controlar el tiempo y el espacio o la construcción de los embudos humanos”. Tan extravagante título llamó su atención, así que lo cogió y sentándose en un cómodo sillón comenzó a leer. Cuando acabó era ya de noche. Era una especie de diario de un alquimista de la familia que tuvo que dejar sus investigaciones para que no le acusaran de brujería; fueron indulgentes con él pero a condición de que quemara el libro y jurase por lo más sagrado no volver a intentar llevar a cabo ningún experimento de ese tipo o alguna clase distinta de hechicería, pero, al parecer, había preferido no destruirlo por alguna secreta razón. ¿Sería cierto lo que en él se contaba? Semejaba una herencia esotérica, por lo menos el que lo escribió lo consideraba lo bastante importante como para arriesgarse a arrostrar un juicio de la Santa Inquisición, o como se llamase en aquella época. Decidió que al día siguiente comenzaría el estudio del libro detalladamente; otro hecho que le sugería que en aquello podía haber algo de cierto era que de niño le habían insistido que no se acercase demasiado a las sombras.

Pero como era curioso por naturaleza siempre sintió una atracción especial hacia ellas, de chaval nunca se había atrevido a saltarse la prohibición pero de mayor esta recomendación cayó en el olvido, y un día tocó la sombra de uno de los pasadizos descubiertos por él: no ocurrió nada, y pensó que su familia era muy supersticiosa ya que lo habían tenido atemorizado toda su niñez con la murga de las dichosas sombras. Mas, en este momento en que había leído gran parte de los libros de la biblioteca, ya no sabía qué pensar. Tenía que tener su parte de verdad toda esta historia, sino, definitivamente, su antepasado no lo hubiera guardado.

Durante semanas estudió todos los libros que tenían una relación más o menos cercana con el tema, intuyó que el autor del manuscrito había llegado demasiado lejos, es más, le dio la impresión de que realmente su viaje espacio-temporal había dado resultado, por eso la Inquisición se quiso cebar con él, cosa que no consiguieron debido a las buenas relaciones de su familia con esa siniestra institución: un hermano de su padre era miembro permanente del tribunal y tan activo y fanático que nadie se atrevió a ir contra él o los suyos. Cuando, por fin, sintió que estaba preparado, se dispuso a experimentar con las sombras, llamó a su hermana y le confesó sus temores: no sabía qué podría ocurrir, si su experimento no llegaba a funcionar no habría de que preocuparse, pero si, como temía, o tal vez deseaba, tenía razón, era el mayor descubrimiento que podía alcanzar un ser humano. Alejandra, al principio, se asustó, pero Pietro estaba decidido y había pensado que ella y Stefano, su prometido, estuviesen con él llegado el momento y debería jurar por su honor que si le ocurría algo quedaba obligado a tomarla por esposa. Contaron el plan a Stefano, quien no dudó en comprometerse. En el mayor sigilo construyeron otras sombras en los pasadizos y al cabo de una semana tenían todo a punto. Pero ocurrió que, bien por medio de los sirvientes que todo lo hablan (son palabras de Pietro), bien por otros conductos, llegaron rumores a oídos de los jesuitas, cuyo General era un gran estudioso de estos temas, e intentaron que Pietro fuera procesado por brujo, dada la influencia de su familia no lo consiguieron, lo que no quiere decir que no intentaran por otros medios hacerse con pruebas de su culpabilidad o robar el secreto para su propio provecho. Esto fue lo que sucedió: encuentras traidores donde menos lo piensas y tuvo que serlo uno de los íntimos de Pietro que tenía un tío jesuita quien con promesas había conseguido del sobrino que delatase a su amigo. Él había revelado su plan a tres personas: a su hermana Alejandra, a su prometido Stefano, y a un hermano de este, Luigi, que fue quien se vendió. Así que el mismo día en que todo estaba preparado y habían ido al pasadizo que comunicaba el comedor con las afueras de la ciudad, llamó a la puerta la Santa Inquisición, acompañada de esa orden de sacerdotes-espadachines, y Alejandra no pudo hacer otra cosa sino abrir y, no atreviéndose a mentirles, les indicó por donde había huido su hermano; llegaron justo en el momento en que Pietro desaparecía por una de las sombras, los jesuitas, impulsivos, le siguieron, y entonces tiene lugar la escena que usted soñó: acaban de salir del pasadizo, están peleando y Pietro logra escapar, de nuevo, por una sombra desconocida para sus enemigos, y estos, no teniendo otra opción, se alejan del castillo.

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