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Capítulo 4 ¿Creer en el amor, en la guerra?

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De alguna manera, me las arreglé para responder con prontitud las cartas, a pesar de nuestro agotador programa de actividades. Pasadas unas pocas semanas, sin embargo, noté algo extraño en las epístolas de Rudy. Le pregunté qué era lo que le molestaba, pero ignoró mi pregunta.

Luego de tres meses, me confesó la verdad. Sus padres, gente acomodada y de criterio práctico, habían desaprobado nuestro insólito romance desde el mismo comienzo. Trataron de desanimar a Rudy para que no continuara nuestra relación, y sus argumentos tenían la fuerza de la autoridad paternal. Para Rudy, su hogar era lo más querido, y la falta de armonía en la familia perturbó su natural modo de ser. Al fin, no pudo ocultar más su problema, y me lo reveló.

Para mí, no había opción alguna. Tomé un recuerdo muy simbólico, que Rudy me había regalado, lo envolví y se lo envié a sus padres sin ningún mensaje escrito. Pero debía hacer frente a la parte más difícil: escribirle a él la última carta. Y lo hice.

“Rudy:

“No me preocupa el hecho de que no debo interponerme entre ti y tus padres. Quiero decir, entre ti y tu madre. Sé cuánto significa el hogar para ti, y también sé que no debes perder tu hogar por mi causa.

“No sé por qué tu madre está en mi contra. Comprendo que ustedes sean ricos y de familia muy respetable, mientras que yo no soy más que una huérfana. Pero, Rudy, no puedo remediar esa parte de mi vida; no fue mi culpa. Tú sabes que estoy tratando de hallar mi vocación. Seré pobre, pero tengo mi honor. He dedicado mi vida al Führer y a nuestra patria, y haré lo mejor que esté de mi parte.

“Rudy, nunca te hice mal a ti, ni a tu madre. De lo único que ella me puede acusar es de haber confiado en ti y de haberte amado. ¡Perdóname por eso!

“Quiero agradecerte por los hermosos días que pasamos juntos. Ya me parecía que no eran más que un sueño del cual un día despertaría bruscamente. Ahora el sueño concluyó y ha llegado el momento de decir adiós.

“Rudy, tú me conoces bastante bien, y comprenderás que nunca habrá un reencuentro para nosotros. No tengo más que mi honor para protegerme; estoy sola en el mundo. ¡Debemos olvidarnos el uno del otro, y haré todo lo que pueda para olvidar mi amor por ti, porque no tengo más derecho a amarte! Fuiste el primero y el único en quien confié lo suficiente como para amar, y quizá suene mal decirte que no debería haberme atrevido a confiar en ti.

“Por última vez, te envío mis saludos y mi amor. Adiós. María Ana”.

Sentía el corazón lleno de un amargo resentimiento. No podía entender la objeción de su madre. No vertí una sola lágrima. La herida era demasiado grande, y también la tormenta en mi orgulloso corazón, como para encontrar alivio. Me ocupé de mis deberes y estudios, quedándome despierta hasta altas horas de la noche, aguardando la señal de las sirenas contra bombardeos. No deseaba más ver las estrellas, de modo que las persianas permanecían bajas. Las mañanas de otoño eran frías, sentíamos la falta de calefacción cuando temblábamos en las aulas. Las heladas quemaron las últimas flores, mientras la tierra se preparaba para el largo sueño invernal. Mi entumecido corazón siguió el ejemplo.

Cuando murieron mis dioses

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