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Claves de la espiritualidad y el Humanismo Ignacianos

Humberto Jaramillo Botero

Introducción

Es impensable una propuesta de humanismo sin una espiritualidad que la respalde o la fundamente y más si el adjetivo de este es ignaciano, pues es la referencia a una propuesta de seguimiento que se particulariza de un modo y se mantiene semejante a otras propuestas; por eso, es preciso preguntarnos por el humanismo y la espiritualidad. Teniendo en cuenta lo anterior, esta introducción contiene una aproximación a nuestra propuesta de humanismo y a la comprensión de la Espiritualidad Ignaciana, a partir de la lectura del principal legado de Ignacio de Loyola: los Ejercicios Espirituales.

Con este propósito, lo primero por afirmar respecto del humanismo es que es un término polisémico que responde a diferentes cosmovisiones y da lugar a muchas interpretaciones, determinadas por el enfoque o énfasis que se le quiera dar y teniendo siempre en consideración al ser humano, ya sea en lo que se considere su naturaleza, su praxis, sus creaciones, sus tendencias, sus inclinaciones, sus vicios o sus virtudes. La asociación más común del humanismo se hace con respecto al empoderamiento de lo humano interpretado desde las enseñanzas del estudio de los clásicos griegos y latinos.

A partir de esta primera consideración, voy a concebir lo humano, eje conductor de nuestro concepto de humanismo, en el sentido ilustrado en este fragmento que suelo presentar como introducción al inicio de mis clases de humanidades:

Querido profesor

Soy un sobreviviente de un campo de concentración. Mis ojos vieron lo que ningún ser humano debería testimoniar: cámaras de gas construidas por ingenieros ilustres, niños envenenados por médicos altamente especializados, recién nacidos asesinados por enfermeras diplomadas, mujeres y bebés quemados por gente formada en escuelas, liceos y universidades.

Por eso, querido profesor, dudo de la educación y le formulo un pedido: ayude a sus estudiantes a volverse humanos. Su esfuerzo, profesor, nunca debe producir monstruos eruditos y cultos, psicópatas y Eichmans educados. Leer y escribir son importantes solamente si están al servicio de hacer a nuestros jóvenes seres más humanos. A. Novinsky (Zubiría, 12 de mayo de 2016).

Por tanto, nuestro humanismo tiene que ver con el reconocimiento del otro, su dignidad y solidaridad, su capacidad de compasión, de sentir con el otro y ser capaz de meterse en sus zapatos; de la búsqueda de un mundo mejor para todos que nos lleve a vivir la vida querida y, por ello, buscamos hacerlo realidad desde campos académicos diferentes.

En segundo lugar, cuando hablamos de Espiritualidad Ignaciana, tratamos de entender las consecuencias de una experiencia espiritual religiosa de Ignacio aplicada a entornos cambiantes en el tiempo, explicitada y profundizada en los Ejercicios Espirituales (1984). Tenemos entonces dos aspectos fundamentales para entender en qué consiste el Humanismo Ignaciano: por un lado, la espiritualidad de Ignacio caracterizada, purificada, consolidada y fortalecida en los ejercicios a la luz de su fe-confianza en Dios por intermedio de Jesucristo y, por otro lado, el resultado del proceso dialéctico entre esa espiritualidad que pretende ayudar a las almas de los otros y el hecho de tener que entenderlos inmersos en la realidad de sus tiempos, lugares y condicionamientos.

Para poder entender la Espiritualidad Ignaciana y no extendernos demasiado en su interpretación, podríamos distinguir dos momentos en el estudio que se haga de ella. Un primer momento, orientado a preguntarse en qué consiste propiamente esa espiritualidad y, en segundo lugar, comprender los pasos del proceso que faciliten la llegada a la espiritualidad de Ignacio, expresados primordialmente en el libro de los Ejercicios Espirituales y en algunos de sus escritos.

Ahora bien, por espiritualidad vamos a entender esa capacidad y potencialidad, esa dynamis que se encuentra en lo más íntimo de la persona, que se activa de determinada manera, inspirada en motivos que no tienen que ver con incentivos o alicientes de tipo material y tangible sino de otro orden que llamamos espiritual, porque es movido por algo que no pertenece al campo de los sentidos pero que se percibe, tanto en uno mismo como en los demás; de ahí que la palabra inspiración se asocie al espíritu. En el caso de Ignacio de Loyola, hablamos entonces de una espiritualidad, una inspiración de origen religioso basada en la fe y traducida en confianza:

una cosa es tener fe, creer que una afirmación es verdadera o que alguien está diciendo la verdad. Otra cosa muy distinta es –involucrando a toda la persona y no solo a su intelecto– tener fe en alguien o creer en alguien; en otras palabras, confiar (Modras, 2012, p. 70).

La fe-confianza de Loyola se trata de entregarse en reciprocidad. Dios está en el centro, es la fuente de toda su espiritualidad manifestada en la búsqueda de la voluntad de Dios para su mayor gloria.

En este sentido, la iluminación del Cardoner (1952), descrita por Ignacio en su autobiografía, es el punto de partida de su experiencia de fe:

Y estando allí sentado se le empezaron a abrir los ojos del entendimiento; y no que viese alguna visión, sino entendiendo y conociendo muchas cosas […] y esto con una ilustración tan grande, que le parecían todas las cosas nuevas […] Y esto fue en tanta manera de quedar con el entendimiento ilustrado, que le parecía como si fuese otro hombre y tuviese otro intelecto (pp. 30, 49).

La experiencia que Ignacio describe en el Cardoner, no podía quedarse contendida en él sino que tenía que ser comunicada y procurar, por qué no, que otros pudieran experimentarla; por esto, organiza sus apuntes y escribe un manual como una ayuda hacia los otros para acercarse al Señor y tener esta experiencia única, legado que conocemos como los Ejercicios Espirituales (1984). Este libro parte de un presupuesto muy interesante dentro de nuestra misión como maestros o educadores: la empatía. Veamos:

Para que así el que da los exercicios espirituales, como el que los recibe, más se ayuden y se aprovechen: se ha de presuponer que todo buen cristiano ha de ser más pronto a salvar la proposición del próximo, que a condenarla; y si no la puede salvar, inquiera cómo la entiende, y, si mal la entiende, corríjale con amor; y si no basta, busque todos los medios convenientes para que, bien entendiéndola, se salve (p. 13).

La espiritualidad al estilo ignaciano, tiene varias características que provienen justamente de la experiencia narrada por Ignacio en Los Ejercicios Espirituales, en su autobiografía y en otros documentos. Entre estas, se destaca el Principio y Fundamento, y la que podemos llamar Contemplación para Alcanzar Amor; dos características fundamentales para actuar y discernir. El Principio y Fundamento dice:

El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima; y las otras cosas sobre el haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado. De donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar de ellas, quanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse de ellas, quanto para ello le impiden. Por lo qual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera, que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados (Loyola, 1984, p. 13).

La segunda característica Contemplación para Alcanzar Amor, dice:

Nota. Primero conviene advertir en dos cosas: La primera es que el amor se debe poner más en las obras que en las palabras. La 2ª, el amor consiste en comunicación de las dos partes, es a saber, en dar y comunicar el amante al amado lo que tiene o de lo que tiene o puede, y así, por el contrario, el amado al amante; […] pedir lo que quiero: será aquí pedir cognoscimiento interno de tanto bien recibido, para que yo enteramente reconociendo, pueda en todo amar y servir a su divina majestad.

[…] ponderando con mucho afecto quánto ha hecho Dios nuestro Señor por mí y quánto me ha dado de lo que tiene y consequenter el mismo Señor desea dárseme en quanto puede según su ordenación divina. Y con esto reflectir, en mí mismo […] Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; Vos me lo distes, a Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta.

[…] mirar cómo Dios habita en las criaturas […] otro tanto reflitiendo en mí mismo.

[…] considerar cómo Dios trabaja y labora por mí en todas cosas criadas sobre el haz de la tierra, id est, habet se ad modum laborantis […] Después reflectir en mí mismo. (Loyola, 1984, p. 55)

El Principio y Fundamento se experimentan al inicio de los Ejercicios Espirituales y se convierten en guía de la experiencia que busca que el ejercitante gane en libertad y en indiferencia frente a aquellos elementos que lo desvían de sus propósitos fundamentales de vida. Mientras que la Contemplación para Alcanzar Amor se vive al final de los ejercicios, experiencia que recoge muy bien la oración de “tomad, Señor y recibid”.

Con respecto a la Espiritualidad Ignaciana, es importante reconocer los diferentes pasos para lograr la identificación con ella, centrada y orientada por la figura de Dios en Jesucristo. En referencia al proceso o los pasos para vivirla, reconocemos siete momentos claves a partir de la lectura de san Ignacio:

a. Contemplar, sentir y gustar: “porque no el mucho saber harta y satisface al ánima, más el sentir y gustar de las cosas internamente” (Loyola, 1984, p. 7). Ese contemplar es tan profundo y tan fiel que lleva a una sensibilidad especial de cada uno de los sentidos sensoriales por ejemplo cuando se trata del infierno.

b. Los afectos y la voluntad: “en el punto en el cual hallare lo que quiero, ahí me reposaré, sin tener ansia de pasar adelante, hasta que me satisfaga” (Loyola, 1984, p. 25).

[…] en todos los exercicios siguientes espirituales usamos de los actos del entendimiento discurriendo y de los de la voluntad afectando; advirtamos que en los actos de la voluntad, quando hablamos vocalmente o mentalmente con Dios nuestro Señor o con sus santos, se requiere de nuestra parte mayor reverencia, que quando usamos del entendimiento entendiendo (Loyola, 1984, p. 8).

c. La atención y la respuesta al espíritu:

[…] el que da los exercicios, quando siente que al que se exercita no le vienen algunas mociones espirituales en su ánima, así como consolaciones o desolaciones, ni es agitado de varios espíritus; mucho le debe interrogar cerca los exercicios, si los hace a sus tiempos destinados y cómo; asimismo de las adiciones, si con diligencia las hace, pidiendo particularmente de cada cosa destas (Loyola, 1984, p. 8).

[…] el que da los ejercicios no debe mover al que los recibe más a pobreza ni a promesa, […] más conveniente y mucho mejor es, buscando la divina voluntad, que el mismo Criador y Señor se comunique a la su ánima devota […] dexe inmediate obrar al Criador con la criatura, y a la criatura con su Criador y Señor (Loyola, 1984, p. 10).

d. Oración activa y coloquial: “El coloquio se hace propiamente hablando, así como un amigo habla a otro, o un siervo a su Señor” (Loyola, 1984, p. 21). Era tan personal su relación con Dios que en una de las contemplaciones de la vida de Jesús termina diciendo: “puede hacer tres coloquios, uno a la Madre, otro al Hijo, otro al Padre” (p. 48).

e. Indiferencia, discernimiento y elección: El término Indiferencia aparece en el Principio y Fundamento, se repite en la primera semana cuando todos los ejercicios están orientados a deshacerse de todo aquello que no permita obrar libremente. Vuelve a tratarse en la segunda semana cuando se trata de prepararse para hacer elección, desprendimiento de todo aquello que no tenga como fin último la gloria de Dios:

[…] que me halle como en medio de un peso para seguir aquello que sintiere ser más en gloria y alabanza de Dios nuestro Señor y salvación de mi ánima […] mirar dónde más la razón se inclina, y así según la mayor moción racional, y no moción alguna sensual, se debe hacer deliberación sobre la cosa propósita. […] hecha la tal elección o deliberación, debe ir la persona que tal ha hecho, con mucha diligencia, a la oración delante de Dios nuestro Señor y ofrecerle la tal elección para que su divina majestad la quiera recibir y confirmar, siendo su mayor servicio y alabanza (Loyola, 1984, pp. 44-45).

Tiene cuatro reglas:

La primera es que aquel amor que me mueve y me hace elegir la tal cosa, descienda de arriba del amor de Dios, de forma que el que elige sienta primero en sí que aquel amor más o menos que tiene a la cosa que elige es solo por su Criador y Señor. La 2ª: mirar a un hombre que nunca he visto ni conocido, y deseando yo toda su perfección, considerar lo que yo le diría que hiciese y eligiese para mayor gloria de Dios nuestro Señor y mayor perfección de su ánima, y haciendo yo asimismo, guardar la regla que para el otro pongo. La 3ª: considerar como si estuviese en el artículo de la muerte, la forma y medida que entonces querría haber tenido […] La 4ª: mirando y considerando cómo me hallaré el día del juicio, pensar cómo entonces querría haber deliberado (Loyola, 1984, pp. 44-45).

Más adelante, propone las reglas para hacer la elección o tomar la decisión definitiva “en alguna manera sentir y cognoscer las varias mociones que en el ánima se causan: las buenas para recibir y las malas para lanzar” (Loyola, 1984, p. 78), en lo que el mismo Ignacio llamó discernimiento de espíritus. El buen espíritu anima, fortalece, facilita todo lo que antes veíamos como impedimentos y el mal espíritu todo lo entorpece con falsas razones (Loyola, 1984). De ahí corresponde la consolación como una moción interior que se expresa como mayor fuerza, fe y esperanza interior para estar en paz y en diálogo con el Señor; por el contrario, la desolación es:

[…] inquietud de varias agitaciones y tentaciones, moviendo a infidencia, sin esperanza, sin amor, hallándose toda perezosa, tibia, triste y como separada de su Criador y Señor. Porque, así como la consolación es contraria a la desolación, de la misma manera los pensamientos que salen de la consolación son contrarios a los pensamientos que salen de la desolación (Loyola, 1984, p. 79).

f. Magis: escribe Ronald Modras (2012) en su libro Humanismo Ignaciano:

Al lado de la palabra discernimiento está esa palabra, tan particularmente ignaciana magis. Traducida como “más”, esta palabra ha sido malinterpretada, significando con ello que la Espiritualidad Ignaciana pide constantemente dar más y más de uno mismo en una especie de entusiasmo mesiánico que bien puede llegar a desgastarla. Y nada podría estar más alejado de la mente de Ignacio. Buscar el magis, en la Espiritualidad Ignaciana significa prestar atención a los medios y a los fines, y discernir lo que es “más propicio” para lograr el resultado deseado. Se trata de discriminar entre opciones y elegir la mejor de las dos (el desgaste no es una opción razonable). De esa manera, uno reza por sus decisiones, mira sus propios dones, considera sus necesidades y luego decide dónde puede uno hacer el mayor bien (p. 75).

En cuanto a la interiorización, apropiación y hábitos es clave la ley interior de la caridad (Lowney, 2015, p. 172). Se podría suponer que Ignacio confiaba en el resultado de los ejercicios en la persona de los integrantes de la Compañía de Jesús, con su insistencia en la voluntad, los afectos, los sentidos, el volver sobre uno mismo para interiorizar la capacidad de la percepción de la voluntad de Dios a través de la oración; que si los ejercicios propuestos se han convertido en hábitos no haría falta una normatividad. dado que todo podría ser regido por la ley interior de la caridad. En su correspondencia, después de haber dado instrucciones a quien se encuentra al frente de responsabilidades sobre las que se consulta, se deben tomar las decisiones inspirado en la ley interior de la caridad que el Espíritu Santo imprime en los corazones. Se lee en el Diccionario de Espiritualidad Ignaciana (2007) que:

una observancia impregnada de discreta caridad, lejos de significar y reportar “laxismo”, compromete a la persona de una manera mucho más total con la voluntad de Dios, redime al “observante” de todo asomo de legalismo y convierte a la observancia en una verdadera relación personal –“co-operación”, la llama Ignacio– con el Dios a quien servimos (p. 623).

Con base en los elementos anteriores que describen, por un lado, el sentido de la oración y, por el otro, su proceso, podemos decir que la oración ignaciana se resume en ser contemplativos en la acción. La vida de Ignacio, su cotidianidad, es una oración permanente, una vida en unión continua con Dios. Por ello, para el momento de la plegaria, Ignacio invita a que se traigan a ella imágenes y sensaciones: contemplar, mirar, sentir. La imaginación habla al corazón, no tanto al entendimiento. Desde esta perspectiva, la oración busca el discernimiento, pero no el discernimiento de la razón sino de los espíritus, aquel que se apoya en la convicción de que es el Espíritu Santo el que habla y nos trae mociones de aliento o desaliento, mociones de paz o de ansiedad, para comprender qué es lo que viene de Dios y qué es lo que no proviene de Él. El objetivo de la oración consiste entonces en descubrir en ella cuáles son esos deseos profundos en el interior de cada uno para encontrar en ellos la voluntad de Dios.

En Los Ejercicios Espirituales, Ignacio se refiere más a quien dirige las acciones, recomendándole estar pendiente permanentemente de las mociones espirituales del dirigido para poder ayudarle. De su experiencia personal afirma que Dios no solo lo inspira, sino que lo lleva como el maestro lleva al alumno y le dice todo lo que tiene que aprender y hacer. La oración es fundamentalmente una actitud de acción de gracias permanente y de recapacitación sobre cómo se debe responder a tanto bien recibido de parte de Dios. El amor se demuestra más en las obras que en las palabras, de ahí que se hable con tanta frecuencia de que la invitación a sus compañeros es a ser “contemplativos en la acción”. Los integrantes de la Compañía de Jesús no están por las oraciones en el Coro, están para orar en todo y con todo lo que los rodea; es en su acción cotidiana como se encuentran con Dios.

Modras (2012) escribe que el “Tomad Señor y recibid”, oración que propone Ignacio en la Contemplación para Alcanzar Amor

[…] es casi un resumen de la Espiritualidad Ignaciana. Siendo inusual para su época, lo primero que Ignacio nos hace ofrecer, antes que cualquiera de nuestras facultades intelectuales, es nuestra libertad, vista por muchos pensadores modernos como lo más básico para nosotros como seres humanos (p. 59).

Por último, una pregunta que nos abre al discurrir y al mismo tiempo al silencio, ¿es correcta esta versión de la Espiritualidad Ignaciana? Para responder es importante señalar que esta es una versión muy literal y sometida al momento histórico. Estamos hablando de algo que sucedió hace 480 años. En el Foro de Davos (2018) se habla de la cuarta revolución industrial, la inteligencia artificial, entre otros aspectos. ¿Es coherente con lo que el mismo Ignacio llama los tiempos, lugares y personas? ¿Los análisis que hacemos de los tiempos lugares y personas de nuestra juventud y de nuestra sociedad del siglo XXI, son acertados?

Respecto a estas preguntas, si nos atenemos a la recomendación de Bourdieu y Wacquant (2001) en su texto Argucias de la razón imperialista en el que afirma que “solo una verdadera historia de la génesis de las ideas sobre el mundo social […] podría conducir a los estudiosos a un dominio perfeccionado de los instrumentos con los cuales se argumenta” (pp. 53-54), podríamos estar acercándonos, sin que lo logremos plenamente, a la verdad de la Espiritualidad Ignaciana que estamos buscando, y haríamos bien en acudir a la historia para entendernos. Pero, ¿es suficiente?

Estas mismas preguntas guiaron el Decreto 1: Compañeros en una misión de reconciliación y justicia (Congregación General 36, 2017):

Una pregunta que confronta hoy a la Compañía es por qué los ejercicios no nos cambian tan profundamente como podríamos esperar. ¿Qué aspectos de nuestra vida, nuestro trabajo o nuestro estilo de vida están impidiendo que permitamos que la gratuita misericordia de Dios nos transforme? (p. 4).

Cabe preguntarnos entonces si estamos haciendo las preguntas correctas. Lo cierto es que los artículos compilados en este libro, buscan darle un vistazo a la propuesta ignaciana, especialmente a su carácter humanista, con la intención no de responder las preguntas sino más bien de aprender a formularlas con la orientación de Ignacio, es decir en nuestro propio siglo XXI y en el contexto que nos corresponde y unifica como maestros: la Pontificia Universidad Javeriana.

Referencias

Bourdieu, P., y Wacquant, L. (2001). Las argucias de la razón imperialista. Editorial Paidos Ibérica.

Congregación General 36. (2017). Compañeros en una misión de reconciliación y justicia. [Decreto 1]. https://infosj.es/documentos/category/4-congregacion-general-36

Foro Económico Mundial, (2018), Strategic Intelligence, Davos.

https://es.weforum.org/agenda/2018/01/la-urgencia-de-dar-forma-a-la-cuarta-revolucion-industrial/

Grupo de Espiritualidad Ignaciana. (2007). Diccionario de Espiritualidad Ignaciana. Editorial Mensajero.

Loyola, I. (1984). Exercicios Spirituales. Cire.

Lowney, Ch. (2015). El liderazgo al estilo de los jesuitas, Granica

Modras, R. (2012). Humanismo Ignaciano. Pontificia Universidad Javeriana.

Zubiría Samper, J. (12 de mayo de 2016). Carta a un maestro anónimo. Magisterio. https://www.magisterio.com.co/articulo/carta-un-maestro-anonimo

Aproximaciones al humanismo ignaciano

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