Читать книгу Novelas ejemplares y amorosas - María de Zayas y Sotomayor - Страница 10

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NOCHE SEGUNDA.

Ya Febo se recogía debajo de las celestes cortinas, dando lugar a la noche que con su manto negro cubriese el mundo, cuando todos aquellos caballeros y damas se juntaron en casa de la noble Laura siendo recibidos de la discreta señora y su hermosa hija con mil agrados y cortesías. Y así por la misma orden que en la pasada noche se fueron sentando, avisados de don Diego que sus criados habían de dar principio a la fiesta con algunos graciosos bailes y un sazonado entremés que de repente quisieron hacer. Y viendo aquellas señoras que les tocaba danzar aquella noche, se acomodaron por su orden.

Estaba Lisis vestida de una lama de plata morada y al cuello una firmeza de diamantes con una cifra del nombre de don Diego, joya que aquel mismo día le envió su nuevo amante en cambio de una banda morada que ella le dio para que pendiese la verde cruz que traía; dando esto motivo a don Juan para algún desasosiego, si bien Lisarda con sus favores le hacía que se arrepintiese de tenerle.

Ya se prevenía la bella Lisis de su instrumento y de un romance que aquel día había hecho, y puesto todo, cuando los músicos le suplicaron los dejase aquella noche, guardando para la tercera fiesta sus versos, porque el señor don Juan los había prevenido de lo que habían de cantar; que por ser parto de su entendimiento era razón lograrlos.

A todos pareció bien, porque sabían que don Juan era en esto muy acertado, y dándoles lugar cantaron así:

A la cabaña de Menga

Antón un disanto fue;

Ya está rostrituerta Gila,

Celos debe de tener.

De ella se queja el zagal,

Bien justa su queja es,

Que sospechas sin razón

Son desaires de la fe.

Sin culpa le da desvíos,

¿Cómo no se ha de ofender,

Que ella los da tan de balde,

Costándole tanto a él?

Hablar a Menga agradable,

No es culpa, que bien se ve,

Si no hay querer con agrados,

No hay agrados sin querer.

Quisiera que huyese Antón

De Menga, ¡rigor cruel!

Darle lo favorecido

A precio de descortés.

No es la misma permisión

En el hombre y la mujer,

Que en ellos es grosería

Lo que en ellas es desdén.

No hay quien se ponga a razones

Con los celos, y pardiez,

Gente que razón no escucha,

Muy necia debe de ser.

Los vanos recelos, Gila,

No aseguran, que tal vez

Temer donde no hay tropiezos,

Dispone para caer.

Vedarle que mire a Menga,

Si es cordura no lo sé,

Que una hermosura vedada,

Dicen que apetito es.

Sujeciones hay civiles,

Bastaba, Antón, a mi ver,

Estar sujeto a unos ojos,

Sin que a su engaño lo estés.

Esto es amor en los hombres,

Ser su lisura doblez,

Sus inocencias delitos;

Mal haya el amor, amén.

Quien mirara a la bella Lisis mientras cantó este romance, conociera en su desasosiego la pasión con que le escuchaba; viendo cuán al descubierto don Juan reprendía en él las sospechas que de Lisarda tenía, y a estarle bien respondiera: mas cobrándose de su descuido, viendo a don Diego melancólico de verla inquieta, alegró el rostro y serenó el semblante: mandó como presidente de esta fiesta a don Álvaro que dijese su maravilla; el cual obedeciendo dijo así:

Es la miseria la más perniciosa costumbre que se puede hallar en un hombre, pues en siendo miserable luego es necio, enfadoso y cansado. Esto se verá claramente en mi maravilla, la cual es de esta suerte:

Novelas ejemplares y amorosas

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