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EDUCAR PARA EL AMOR CRISTIANO:
SANO, FUERTE Y VERDADERAMENTE LIBRE
ОглавлениеEl Evangelio es un mensaje de alegría que anima
a hombres y mujeres a gozar del amor conyugal;
lejos de reprimirlo, la fe y la moral cristianas
lo hacen sano, fuerte y verdaderamente libre 1.
Somos seres sexuales y sexuados, y eso marca nuestro modo de ser y de estar en el mundo. Asumimos nuestro patrimonio sexual y, con ello, construimos un proyecto de vida. La sexualidad nos viene dada y también la hacemos nuestra, con nuestro nombre y apellido, con nuestro personalísimo sello biológico y biográfico. La sexualidad humana, lejos de ser algo uniforme, tiene tantos rostros como seres humanos habitamos esta Tierra.
En nuestra sociedad occidental del siglo XXI, la sexualidad ha adquirido un protagonismo público nunca antes estrenado. Los grandes poderes que gobiernan este mundo han descubierto que el control sobre la sexualidad humana puede reportar grandes beneficios: económicos sin duda, pero también políticos, sociales, empresariales y demográficos. Todo ello hace que nuestros niños, adolescentes y jóvenes de hoy tengan que descubrir, acoger, integrar y construir su sexualidad con demasiados estímulos, muchos de ellos con mensajes contradictorios y no siempre encaminados a buscar su bien.
Este libro pretende ser un compañero de camino para educadores –padres, catequistas, maestros y profesores– cristianos que, desde la propia experiencia de haber encontrado en la propuesta ética cristiana algo de luz para el propio caminar, desean acompañar a los chicos en esta tarea de aprender a amar. Nunca fue fácil educar para el amor cristiano, para un amor que comporta sacrificio y sufrimiento, fidelidad, generosidad y entrega hasta el extremo.
Hoy, en una sociedad en la que solo parece tener valor lo joven, lo bello, lo sano, lo fácil, lo inmediato, lo que produce placer..., resulta aún más difícil si cabe enseñar el valor del compromiso, la entrega paciente, el esfuerzo, el sufrimiento. No es que todo ello tenga valor en sí mismo, no. Es que el verdadero amor, el que nos hace plenamente humanos, imagen y semejanza de lo divino, significa todo eso. Y todo lo demás que nos quieran vender, aunque también lo llamen amor, no es lo mismo.
Antes de continuar será bueno aclarar al lector qué es lo que tiene entre manos y, sobre todo, aquello que no es.
Este libro no es un tratado de moral sexual ni un manual de ética y buenas costumbres. No es tampoco un elenco de normas morales que nos haga sentir seguros ante la moralidad de nuestros actos o siquiera la corrección ética de lo que enseñamos, sin más discernimiento que reconocer si hemos cumplido o no las reglas del juego moral. Sinceramente, creo que eso no ayudaría a unos chicos que parecen sufrir una suerte de alergia o fobia a cualquier tipo de norma, al menos que no se hayan impuesto a sí mismos. Ese tipo de publicaciones son ciertamente necesarias para tener una referencia clara sobre la enseñanza moral de la Iglesia, pero creo que ya disponemos de buenos documentos que cumplen esa función: el Catecismo de la Iglesia católica y su sistematización en estas cuestiones (1990), Orientaciones educativas sobre el amor humano (Congregación para la Educación Católica, 1983), Sobre algunos aspectos referentes a la sexualidad y su valor moral (Conferencia Episcopal Española, 1987), Sexualidad humana: verdad y significado (Pontificio Consejo para la Familia, 1995), además de los documentos específicos sobre temas desarrollados en este libro 2.
Este libro sí pretende ser un instrumento que ayude sencillamente a responder a la llamada que el papa Francisco nos recordaba no hace mucho: «Estamos llamados a formar las conciencias, pero no a pretender sustituirlas» 3. Formar la conciencia de los educadores y, al mismo tiempo, dotar de algunas estrategias para ayudar a formar las jóvenes conciencias de sus hijos o alumnos. Para ello propongo acercarnos desde una nueva y al mismo tiempo antigua pedagogía, la de Jesús de Nazaret, que han querido recuperar los padres sinodales que participaron en el Sínodo de la familia y que Francisco ha desarrollado ampliamente en Amoris laetitia: «Él [Jesús] miró a las mujeres y a los hombres con los que se encontró con amor y ternura, acompañando sus pasos con verdad, paciencia y misericordia, al anunciar las exigencias del Reino de Dios» (AL 60).
Mirar, acompañar y anunciar. Ese será nuestro itinerario.
1) Mirar con amor y ternura. Es ineludible mirar la realidad, conocerla a fondo y saber reconocer lo mucho bueno que hay en nuestros adolescentes y jóvenes. No es tiempo de lamentarnos ni de pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor, porque, entre otras cosas, creo sinceramente que no es así.
Mirar con amor y ternura a nuestros chicos supone saber reconocer, por un lado, sus dificultades, sus límites, sus frustraciones, sus biografías heridas, sus debilidades, en definitiva, sus «adolescencias» de madurez. Pero, por otro, también hemos de mirar el mucho amor y ternura que llevan dentro, sus sueños de autenticidad, sus deseos llenos de vida, sus ilusiones por ser mejores, por ser los mejores, también en el amor.
Ello nos llevará ineludiblemente a iniciar con ellos procesos graduales, con pequeños pasos, para que puedan sentirse comprendidos, aceptados y valorados tal y como son (cf. AL 271). De este modo nos daremos cuenta de que es estéril, además de frustrante, comenzar con grandes ideales que resultan inalcanzables o imponer normas que no se entienden ni se valoran. «Es mezquino detenerse solo a considerar si el obrar de una persona responde o no a una ley o norma general, porque eso no basta para discernir y asegurar una plena fidelidad a Dios en la existencia concreta de un ser humano» (AL 304).
2) Acompañar con verdad, paciencia y misericordia. Acompañar con verdad supone estar al lado de nuestros chicos desde la verdad que somos, sin escudos ni armaduras, sin maquillajes ni photoshop que nos hagan parecer lo que no somos. Es la verdad que nos hace reconocer nuestra propia incapacidad de alcanzar por nosotros mismos los ideales, pero que nos libera hasta poder decir agradecidos: «Todo lo puedo en aquel que me conforta» (Flp 4,13). Pero, al mismo tiempo, hemos de tener cuidado en no imponer aquello que no es verdad: opiniones e interpretaciones gratuitas, juicios de valor cargados de nuestras propias heridas o el recurso tan socorrido al «siempre se ha hecho así». No, mi verdad no es la verdad, pues la única verdad es Jesús de Nazaret, muerto y resucitado.
Acompañar con paciencia nos obligará a respetar los ritmos personales de cada uno, a saber esperar el lento crecimiento que solo se ve cuando, llegados al final, echamos la vista atrás y contemplamos la obra completa. Mientras tanto, sabemos que la planta no crecerá más rápido por tirar de ella; más bien arrancaremos sus raíces. «El discernimiento debe ayudar a encontrar los posibles caminos de respuesta a Dios y de crecimiento en medio de los límites. Por creer que todo es blanco o negro a veces cerramos el camino de la gracia y del crecimiento, y desalentamos caminos de santificación que dan gloria a Dios» (AL 305).
Y, finalmente, acompañar con misericordia requerirá de ese doble ejercicio que supone cada latido: sístole y diástole. Un corazón misericordioso en sístole es el que se acerca a quienes sufren, conoce su necesidad, no condena para siempre y difunde la misericordia de Dios a todos lo que le piden con corazón sincero (cf. AL 296). El corazón misericordioso en diástole se llena del amor incondicional de Dios, quien, a pesar de nuestras limitaciones, nos acoge, sana nuestras heridas y se hace cargo de nosotros.
3) Anunciar las exigencias del Reino. «Anunciar» no es denunciar, ni imponer, ni condenar. A veces somos más prontos a expulsar a los mercaderes del templo que a perdonar a la mujer pecadora. Pareciera que nos es más fácil seguir a Jesús en su momento de «santa ira» que en sus continuos gestos de compasión, acogida y entrega hasta la muerte en cruz. «Comprendo a quienes prefieren una pastoral más rígida que no dé lugar a confusión alguna. Pero creo sinceramente que Jesucristo quiere una Iglesia atenta al bien que el Espíritu derrama en medio de la fragilidad: una Madre que, al mismo tiempo que expresa claramente su enseñanza objetiva, no renuncia al bien posible, aunque corra el riesgo de mancharse con el barro del camino» (AL 308).
Se trata más bien de presentar un camino ideal, pero posible; exigente, pero apasionante, con cercanía amorosa hacia los más frágiles en el camino, como lo hiciera Jesús (cf. AL 38). El papa Francisco nos invita a encontrar palabras que nuestros jóvenes puedan comprender, motivaciones que les hagan salir de sus rutinas y testimonios de vida que les hagan conectar con Aquel que puede dar sentido a todo lo que somos y hacemos, también a nuestro amor y su expresión sexual (cf. AL 40).
Anunciar las exigencias del Reino. Pero ¿qué exigencias? Aquellas por las que estamos dispuestos a venderlo todo para comprar el campo que las contiene, las que nos hicieron dejar las redes para ponernos en camino hacia la cruz y la resurrección, las exigencias de quienes nos sabemos amigos del Señor y no siervos de los nos quieren dominar.
¿Qué exigencias? La libertad, que es siempre libertad crucificada y entregada en servicio al otro. La verdad en lo que somos y expresamos, también en la expresión erótica del amor. La fidelidad de quien reconoce en el otro un sujeto merecedor de la entrega de nuestra vida y no un objeto más para nuestra satisfacción. La vida que se da y se multiplica en el amor. Y el amor... hasta el extremo.
Algunos apuntes metodológicos
En estas páginas presentaré algunos de los grandes temas tradicionales de la moral del amor y la sexualidad, con algún añadido que parece haberse colado de entre los temas bioéticos. Y es que la reproducción asistida –tema al que me refiero– puede ser contemplada desde dos perspectivas fundamentalmente: bien desde la técnica en sí, cuestión sobre la que reflexiona la bioética del comienzo de la vida humana, o bien desde el deseo de ser padres cuando la biología lo niega. Si vamos a preguntarnos sobre qué hacer cuando no queremos tener hijos en determinadas circunstancias, no podemos dejar de preguntarnos qué hacer cuando sí queremos tenerlos y la naturaleza lo hace imposible.
El modo de abordaje de cada cuestión tendrá un esquema similar. Trataremos en un principio de mostrar aquellos principios, valores y bienes que se quieren alcanzar con las ya conocidas normas éticas, mostrando su razonabilidad histórica, antropológica y teológica. De ahí que intentemos responder a esas preguntas tan frecuentes entre nuestros chicos –y no tan chicos– que tan molestas nos pueden resultar en muchas ocasiones. Formular preguntas es el mejor regalo que pueden hacer a un educador, el signo de haber conseguido despertar un interés, y eso ya es medio camino recorrido en el aprendizaje. No desperdiciemos la oportunidad de hacerlo crecer evitándolas o dando respuestas evasivas, con fórmulas aprendidas en las que no nos reconocemos a nosotros siquiera.
Finalmente, presentaré algunos instrumentos que puedan servir de ayuda para pensar, entender, trabajar y orar.
En primer lugar, nos ayudarán a pensar los datos reales de aquello que intentamos comprender mejor. Es el momento de mirar la realidad con amor y ternura, como nos invita a hacer Francisco, como hizo Jesús. Lo que pensamos, deseamos y hacemos los adultos, jóvenes y adolescentes en las diferentes cuestiones que abordaremos. Sin duda, nos darán qué pensar, pues solo desde unos buenos datos podremos hacer adecuadas reflexiones éticas y pastorales.
En segundo lugar, nos apoyaremos en algunos textos magisteriales que nos ayuden a entender la propuesta de vida buena que hayamos presentado. Serán textos elegidos por ser especialmente claros o significativos para comprender lo que torpemente hayamos desarrollado. A veces lo haremos de la mano del Magisterio pontificio, otras veces nos iluminarán Conferencias episcopales que han hecho importantes aportaciones pastorales en ese ámbito, y también nos ayudaremos de discursos, entrevistas o palabras bien certeras del papa Francisco, que con su sencillez ha sabido llegar al corazón de los jóvenes.
En tercer lugar, ofreceré algunos subsidios para trabajar los valores de fondo que subyacen a los grandes temas presentados. La mayor parte de ellos están pensados para trabajarlos con los chicos, si bien en algún caso se ha pensado para que los propios educadores podamos clarificar nuestra reflexión, tantas veces confusa o simplemente no verbalizada. Serán películas, cortometrajes, anuncios, noticias o actividades diferentes que pueden dar lugar a una rica reflexión que nos confronte con nuestros propios deseos y nos revele quiénes somos.
Y, finalmente, terminaremos con algún texto que nos ayude a orar para ponernos delante del Señor en la debilidad de lo que somos y la fortaleza de lo que deseamos. La Sagrada Escritura o la experiencia de fe de tantos hombres y mujeres de nuestra historia nos acompañarán en este apasionante camino de crecimiento en el amor que da vida.