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Las emociones masculinas como territorios en disputa

CAMILO ARTAZA VARELA

Resumen: Las emociones son un campo de disputa para los hombres y permitir que se exprese una emoción que no sea la rabia constituye un signo de debilidad, siendo asumido como pérdida de valor de la imagen masculina. En tal escenario, emprendimos nuestro acercamiento a las vidas cotidianas de 10 hombres jóvenes, para conocer sus formas de afrontar las emociones, cómo son significadas y qué implican en relación con la imagen de hombre que presentan en lo social. La metodología empleada fue de carácter cualitativo y se utilizaron como métodos de producción de la información entrevistas focalizadas y registros etnográficos.

Palabras clave: emoción, masculinidades hegemónicas, imagen de sí, seguridad de sí.

Abstract: Emotions represent a disputed field for men, and allowing themselves to express an emotion other than rage constitutes a sign of weakness, a devaluation of the masculine image. Considering this scenario we approached the everyday lives of 10 young men in order to observe the ways they deal with emotions, how their emotions are signified and what this implies with respect to the masculine image that the subjects present in their social interactions. A qualitative methodology was used, with information produced from focus groups and ethnographic notes.

Key words: emotion, hegemonic masculinities, self-image, self-confidence.

Las emociones han sido, por mucho tiempo, un campo de disputa para los hombres, y permitir que una emoción se exprese, dejar que se desborde en un cuerpo masculino, constituye en lo social un signo de debilidad, siendo asumido como pérdida de valor de la imagen masculina de seguridad–fortaleza e invulnerabilidad. La consigna que emerge como condición estructurante es “ser un hombre seguro–poderoso”, que en épocas pasadas se condensaba en “ser macho” como valor de supremacía que constituía las bases de quienes éramos “como hombres”. Una excelente aproximación a las miradas y las trasformaciones sobre el ser macho y el machismo las podemos encontrar en textos de Carlos Monsiváis y Matthew Gutmann. Ambos coinciden que luego de la etapa de la industrialización, “el ser macho” —como término que elogia o avala una conducta— se va convirtiendo “en mala palabra, delatora de actitudes vandálicas y señal de anacronismo sin remedio” (Monsiváis, 2004, p.95). Asimismo, Gutmann (1998) señala: “se considera que estos términos son peyorativos y no se pueden tomar como modelos a seguir” (p.239).

En este sentido, “el ser macho” requería de mantener una desconexión plena de las emociones con base en suprimir sentimientos y sensibilidades en lo público; “el ser seguro” implica tener la certeza de saber gestionar y canalizar las emociones, permitiéndonos ciertos márgenes de movilidad para transitar en lo público, pero de igual manera, las emociones se nos presentan como un territorio protegido para mantener indemne la imagen masculina.

El cuerpo masculino en su condición material reproduce ciertos modelos y patrones de comportamiento, e inevitablemente es un cuerpo que no tiene cómo contrarrestar todo un capital simbólico que le antecede y se adhiere a él. La noción de un cuerpo inscrito social e históricamente es descrita cabalmente por el posestructuralismo y la teoría performativa, que conciben las emociones como experiencias corporales que no pueden ser separadas de los contextos socioculturales en los que nos encontramos. Además, es importante señalar que los procesos de construcción de la “imagen de sí” de hombres jóvenes están condicionados por elementos estructurales como la raza, el género, la clase y el territorio.

La presente investigación es una aproximación a los mundos de hombres jóvenes heterosexuales de la ciudad de Caracas, Venezuela, quienes a través de relatos nos comparten sus vidas emocionales. Para ello nos adentramos en una dimensión interna, que corresponde a aquellos aspectos y espacios muchas veces ocultos que en el caso de estos hombres, es un territorio protegido por múltiples factores directamente relacionados con la construcción de las masculinidades. Podemos encontrar que en cada uno hay una imagen de sí que debe ser preservada bajo cualquier condición o circunstancia; una imagen de sí que debe mantenerse indemne e inalterable y en este principio de las masculinidades la presencia de las emociones opera y se significa como una amenaza, ya que ellas se desenvuelven en un orden impredecible y cuando hacen presencia, pujan o insisten por emerger, molestan e incomodan, poniendo en riesgo las imágenes que cada hombre desea preservar y presentar en su contexto particular y próximo.

Para aproximarse a esta realidad se utilizaron técnicas de investigación cualitativa, observación participante y registro etnográfico en diversos sectores populares de la ciudad de Caracas (El Valle, San Agustín, Los Frailes de Catia). Fue un acompañamiento en momentos, prácticas y rituales cotidianos con los jóvenes como fiestas, “chalequeos”, reuniones espontáneas. Para este microestudio se seleccionaron 10 jóvenes: cinco de Los Frailes de Catia, dos de San Agustín y tres de El Valle, a quienes se realizaron entrevistas focalizadas para explorar el mundo subjetivo e intersubjetivo de las emociones masculinas. Un elemento muy interesante que surgió en cada uno de los encuentros con ellos, en torno al tema de las emociones, fue su estupor y descolocamiento frente a estas, con algunas risas nerviosas ante las preguntas y otras sensaciones de inseguridad (“primera vez que me preguntan por las emociones”), o no saber qué responder y declararse abiertamente titubeantes (“mmm… emoción ¿no es lo mismo que sentimiento?, ¿una emoción sería como la tristeza?”).

LAS MASCULINIDADES Y LAS EMOCIONES TUTELADAS

El binarismo patriarcal: razón / emoción

La cultura occidental se ha estructurado a partir de la valencia diferencial de los sexos, que para Heritier “traduce el lugar diferente que reciben universalmente ambos sexos en una tabla de valores y marca el predominio de principio masculino” (2007, p.114). Dicha valencia diferencial establece un modelo como construcción sociosimbólica que restringe el pensamiento humano a una concepción de mundo que se conforma a partir de categorías binarias. Estas oposiciones binarias permiten establecer una relación jerárquica entre los grupos humanos que, en general, se constituye bajo la concepción de superior e inferior, un orden social imperante sostenido en la eficacia de los símbolos que parecen estar basados en la naturaleza.

La dualidad que surge de la diferenciación anatómico–fisiológica se trasfigura en lo social en desigualdad, y se posiciona en el marco de comprensión de lo social como un elemento naturalizado. A la hora de definir lo humano se prioriza la mente (el saber) sobre el cuerpo (el sentir), y se asocia directamente al varón con la parte más valorada y deseada, es decir, con la mente (uso de la razón) y la mujer con el cuerpo, lo natural, con aquello que es infravalorado. Esta realidad jerárquicamente instituida es analizada por Pierre Bourdieu (2000), quien afirma:

La división entre los sexos parece estar “en el orden de las cosas”, como se dice a veces, para referirse a lo que es normal y natural, hasta el punto de ser inevitable: se presenta a un tiempo, en su estado objetivo, tanto en las cosas (en la casa, por ejemplo, con todas sus partes “sexuadas”), como en el mundo social y, en estado incorporado, en los cuerpos y en los hábitos de sus agentes, que funcionan como sistemas de esquemas de percepciones, tanto de pensamiento como de acción (p.21).

La división dual y jerarquizada con la que se disocia la razón de la emoción, termina configurando cartografías sobre los cuerpos de los hombres que dan cuenta de cómo el discurso hegemónico se posiciona en los movimientos, en las miradas, en los gestos del mundo masculino. Michel Foucault (1987) sostiene que los cuerpos se moldean y se hacen dóciles por el efecto productivo del poder que actúa en los sujetos atravesando sus cuerpos, y en las trayectorias biográficas de los sujetos la concepción sociocultural de género se posiciona en los cuerpos, ubicándose como un punto nodal de los significados sociales. Es así como el sujeto masculino es parte de las sociedades individualistas, como las define Le Breton (1992), donde los cuerpos funcionan como un límite vivo que delimita frente a los demás la soberanía de la persona. Esta distinción de la funcionalidad social del cuerpo contemporáneo nos presenta un cuerpo que prefigura un límite, acto que traduce el encierro del sujeto en sí mismo. Por tanto, estamos frente a un cuerpo que se desplaza y adquiere sus propiedades, formas y atributos respondiendo a la condición de ser hombre y ser mujer, a las formas de tramitar lo posible como ente masculino, de manera que el cuerpo del hombre se dispone en lo social cumpliendo con demarcar y actuar desde sus movimientos cómo debe conducirse un hombre. Al respecto, Bourdieu señala: “no se entra en el juego por un acto consciente, se nace en el juego, con el juego, y la relación de creencia, de illusio, de inversión, es tanto más total, incondicional, cuanto se ignora como tal” (Bourdieu, 2010, p.108).

Podemos apreciar que la persona hace entrada en el campo de lo social —espacio que le antecede como espacio de producción— y en él se desenvuelve a partir del desarrollo de una conciencia práctica establecida por la reproducción y actuación de los juegos que le corresponden.

LA CONSTRUCCIÓN DE LA MASCULINIDAD DESDE EL PODER Y EL SENTIDO DE SEGURIDAD DE SÍ

La calle es una selva de cemento.

HÉCTOR LAVOE, “JUANITO ALIMAÑA”.

Vivimos bajo el tutelaje de la masculinidad hegemónica, expresión del sistema patriarcal que se ha conforando durante más de 2,500 años, manteniéndose intacto en nuestros días el concepto de tener que ser hombres poderosos y seguros (Kimmel, 1997; Bourdieu, 2002; Fuller, 1995). Luís Bonino considera que al “ejercer ese poder/autoridad, el varón cumple con lo que considera su ideal de sí, y eso le permite sentir validado su propio narcisismo (imagen de sí)” (2004, p.3); postura a asumir en el mundo y en la vida cotidiana que no se presta a cuestionamiento alguno, por lo que actuar ejerciendo el poder se trasforma en una exigencia, en un mandato que debe cumplirse. En esta cultura patriarcal, ser un varón poderoso y seguro es ser un hombre completo, íntegro. Alcanzar la seguridad en este plano implica actuar y comportarse de manera activa y en lo coloquial remite a la imagen de “tener los pantalones bien puestos”, siendo sancionado el error, negándose la posibilidad al equívoco y estableciéndose un temor inmenso a la pasividad masculina, al punto que Seidler comenta que el hombre “no puede mostrar ningún signo de vulnerabilidad sino que tiene que vigilar sus masculinidades y preservar un cuerpo duro que se ha transformado en un instrumento de poder” (2006, p.159).

Una primera aproximación a los mundos protegidos de las expresiones emocionales masculinas que emprenderemos es justamente ahondar cómo están estructurados los cuerpos. Las imágenes posibles se nos presentan reducidas a hombres que aprenden a relacionarse con sus cuerpos como si estos fuesen máquinas que necesitan ser controladas: cuerpos sólidos, duros, a la defensiva, productivos, cuerpos condenados a construir una imagen masculina de dominio del territorio que les permita demostrar seguridad, conformando una corporalidad masculina destinada a preservar su condición de identidad, que en América Latina se asocia con la idea de “machismo”; concepto que para Fuller (1995) se caracteriza por “la independencia, la impulsividad y la fuerza física como la forma ‘natural’ de resolver desacuerdos, la dureza como la mejor manera de relacionarse con las mujeres y la fuerza con el modo de alternar con el débil o con el subordinado” (p.244).

Es así como se construye una imagen de masculinidad que debe rechazar la vulnerabilidad y todo aquello asociado con debilidad, y se tenga que agenciar corporalidades en las que se demuestre la potencia y la superioridad, apoyándose tal mandato en un sistema de heterosexualidad obligatoria que, de acuerdo con Judith Butler (2007), haría surgir una determinada performatividad del género y de las emociones. Por tanto, no se trataría de un acto singular o un acontecimiento, al ser un cuerpo que actúa y responde enmarcado en una producción ritualizada, a partir de una iteración repetida, condicionada y tutelada bajo ciertas condiciones de prohibición.

Como lo expresan Salas y Campos (2001), las características de los varones inmersos en la cultura patriarcal se manifiestan a nivel afectivo desde la negación de la ternura y la debilidad, pues eso vincula al hombre con lo otro, lo que posee una tonalidad femenina, que se acerca a lo homosexual y dentro del patrón hegemónico de masculinidad existe una heterosexualidad obligada que establece como criterio taxativo el afán de atrincherarse o autorreconocerse en la masculinidad.

La concepción hegemónica del hombre que se instituye culturalmente como el primer sexo requiere de otros y otras que estén en una posición inferior; tal dinámica social se complementa y enriquece desde el plano ideológico en las sociedades patriarcales donde la competitividad se presenta como un valor supremo, y son el triunfo y el éxito sus máximas expresiones. En este sentido, ser poderoso implica estar arriba y es así como podemos aseverar que en la cultura urbana venezolana se reproducen imágenes que centran el poder en la corporalidad masculina, asociada con una figura de hombre deportista, de hombre motorizado que ocupa la ciudad, con carro que arremete y tiene el dominio de la calle, el abogado que dice cómo deben ser las cosas. En síntesis: es la expresión del hombre como aquel que demuestra tener dominio y control del espacio.

En cambio, las imágenes que se elaboran de lo femenino se remiten a considerar a la mujer como objeto de belleza, como portadora de un cuerpo escultural. No hay que consignar los datos estadísticos para confirmar está realidad en Venezuela, solo remarcar la importancia y cantidad de certámenes de belleza que se realizan en cada zona del país y del concurso “Miss Venezuela” como instancia reconocida, validada y respetada, asumida como un aspecto fundamental de la cultura del entretenimiento.

La masculinidad hegemónica, como ya señalamos, se maneja con la creencia de que expresar sentimientos muestra vulnerabilidad ante los demás. Por ello, ese lugar común al que recurren los hombres de “no pasa nada”, y que se expresa también en su silencio, puede entenderse como una forma de control y de no expresar ni escuchar aspectos problemáticos de sí mismos.

Las masculinidades actuales se forjan al tener como eje central el control de las emociones para responder a la actuación performativa de la racionalidad–objetiva masculina, siendo sancionada la actuación performativa subjetiva–emocional asociada con la femineidad. Por su parte, Seidler (2006) argumenta que esta dinámica se estructura “mediante una extensa identificación entre la masculinidad y el autocontrol, los hombres aprenden a relacionarse con las emociones como amenazas a su identidad” (p.105).

En el proceso de socialización se enseña a los hombres a mantenerse bajo control y distancia del entorno, extendiendo dicha disposición con su mujer, hijos e hijas; así como con los amigos mientras esto no implique exponerse y mostrar los sentimientos que lo puedan asociar con la debilidad, es por ello que coincidimos con Leverenz, quien sostiene que “nuestro verdadero temor no es el miedo a las mujeres sino de ser avergonzados o humillados delante de otros hombres, o de ser dominados por hombres más fuertes” (1986, p.451). Por otra parte, Michael Kimmel (1997) asevera que la característica de la virilidad es el miedo, porque ser considerado poco hombre es asumido como un atentado a la imagen de sí, e impulsa a afirmar la propia masculinidad y estar constantemente supervisando y cuestionando la hombría de los otros. Por ello las emociones son un signo asumido socialmente como expresión de “ser afeminado o blandengue”, siendo imperativo destacar por su potencia, su fuerza y sus expresiones como la audacia, las conductas temerarias y las hazañas.

Las masculinidades subalternas

Inicialmente, grupos de autores anglosajones reunidos en torno a los Men’s Studies, han venido manifestando que no es posible hablar de masculinidad, ya que comúnmente, cuando se habla sobre el hombre, se le sobreidentifica a partir de la noción de un solo modelo que responde a la concepción de masculinidad, blanca, occidental, ejecutiva, heterosexual. Desde estos estudios se comienza a establecer que no existe la masculinidad como tal en singular sino que es múltiple y tanto sus concepciones como prácticas varían según los tiempos, lugares, estratos económicos, entre otros. No es posible hablar de una noción de masculinidad universal que se imponga como categoría única y permanente, por tanto, Kimmel (1997) expone esta realidad múltiple de las masculinidades con uno de los atributos nodales de la masculinidad —la “virilidad”—, de esta manera: “La virilidad no es estática ni atemporal, es histórica; no es la manifestación de una esencia interior, es construida socialmente; no sube a la conciencia desde nuestros componentes biológicos; es creada en la cultura. La virilidad significa cosas diferentes en diferentes épocas para diferentes personas” (p.49).

Específicamente, en la población masculina de los sectores urbanos de Caracas se pueden encontrar diferentes expresiones de masculinidades que no necesariamente responden a la imagen tradicional y clásica del hombre viril hegemónico, y mantienen una distancia de la concepción de hombre de raíz europea que se ha impuesto mediante la fuerza colonial, posicionando un imaginario de la masculinidad angloamericana, siendo este un intento de institucionalizar y legitimar la imagen de un hombre racional con un alto razonamiento analítico y juicio moral y extenderlo como una norma científica universal. Tal distinción omite o niega los matices del hombre racional–latino que no se expresa de igual manera en el caluroso Caribe y en el frío sur, por lo que los hombres latinos no constituyen una masa homogénea, monolítica e invariable como busca imponer el estereotipo de masculinidad hegemónica, en América Latina.

Más bien es necesario comenzar a describir las constantes contradicciones que están experimentando los hombres venezolanos en relación con los sentidos y significados de ser hombres y cómo viven sus emociones.

Podríamos decir que los hombres latinoamericanos experimentan particularidades que devienen de los procesos complejos asentados en las circunstancias históricas, sociales y culturales, que configuran masculinidades diferentes a la figura de lo racional propia de las explicaciones angloeuropeas, y nos conectan con identidades latinoamericanas cercenadas por su fundación a fuego y masacres, resultando siglos después identidades que se debaten entre el deseo de dominar (asimilándose a la imagen del español conquistador) y pertenecer al grupo de los dominados. Siguiendo a Dussel (2007), el “ego fálico que se constituye en su fuerza bruta y en su opresión armada, de derecho, económica, como el fundamento de la dominación erótica” (p.103). Esto nos habla de la presencia de un ethos de la dominación erótica hispánica colonizadora que es resignificada en la noción de control de territorio, la valentía como acto heroico, de asumir una actitud y disposición a la conquista como residuos que se cuelan en los cuerpos con la fuerza del estereotipo, configurando un símbolo de la dominación latinoamericana.

Espacio para que emerjan los relatos

La relación con los participantes es especialmente importante, puesto que por lo general la información requerida no está disponible y, para tal efecto, es necesario construir una relación de confianza con el fin de familiarizar a la persona con el tema. En este sentido, se realizó un primer encuentro de selección para hallar al informante clave que, como señalan Taylor y Bogdan (1992), su característica ideal es “que conozca también una cultura que ya no piense acerca de ella” (p.66). La intención primordial de esta selección es poder entrevistar a buenos narradores, entendidos como personas que puedan contar su experiencia a través de relatos detallados. Luego de haber establecido el contacto en los espacios cotidianos con cada uno y discriminar a los buenos narradores, se les comunicaron las intenciones, los objetivos, el destino de la investigación y se les informó sobre el anonimato de su identidad y el carácter voluntario de la participación.

Una vez que se les compartió el tema de la investigación —hablar de las emociones generó cierta alarma que se evidenció en el tono corporal— cambiaron las miradas y la gestualidad se modificó; antes de tocar ese tópico había contactos visuales más constantes y se redujeron totalmente los contactos físicos que son parte tradicional del encuentro y van junto con las palabras en los diálogos en Venezuela. Por lo cual las primeras preguntas: ¿qué es para ti la emoción? ¿cómo identificas cuando estás emocionado? generaron un estado de incomodidad, pero cuando empezamos a aterrizar en situaciones cotidianas existió mayor apertura en las respuestas: ¿qué cosas te gusta hacer? ¿con qué cosas te sientes orgulloso y feliz? ¿cuentas con alguien para contarles tus problemas? Ante esta última pregunta todos respondieron inmediatamente que no, “eso de tener problemas es de uno, para qué molestar a otros con los problemas de uno”. Los momentos más nutridos de las entrevistas, emocionalmente hablando, se dieron cuando se incluyó en la conversación el tema de la frustración y de la humillación: ¿cuál ha sido la vergüenza más grande que has vivido en tu vida? ¿qué te sucede cuando sientes que no logras algo?

Las sensaciones y emociones son experiencias humanas constituyentes de nuestro estar y actuar en el mundo, dichas experiencias son afectadas al recibir la influencia de las expectativas y asignaciones genéricas. En el caso de los hombres, la manera como estas son experimentadas presenta ciertas particularidades que iremos revisando a partir de los relatos.

LAS EMOCIONES COMO TERRITORIO PROTEGIDO

La seguridad, como una cualidad que se gestiona en el campo de la identidad, es asumida como un elemento fundamental. Para cada uno de los entrevistados ser seguros y fuertes correspondería a una cualidad que se tramita en el nivel personal y social; ambas disposiciones se sostienen en la necesidad de demostrar y demostrarse que se tiene la fuerza, la capacidad, esto es, en sentido coloquial y criollo: tener “las bolas”.

En lo personal se gestiona desde la lógica del desafío, que implica que el hombre pueda controlar la capacidad que posee para cumplir y sortear dificultades. A su vez, en términos conductuales, se coloca frente a las adversidades asumiéndose como el momento en que tramita su hombría y se condensa en un solo acto de valía personal y social.

En el barrio uno se tiene que saber defender, siempre hay unos por ahí que quieren someterlo a uno, pero uno debe saber cuidarse y hacerse respetar (E3: 25 años, TSU, trabajador de negocio de comida).

La búsqueda y el esfuerzo de alcanzar la seguridad, como expresión de potencia y de autosuficiencia, conduce a los hombres a sentir el poder, asumido como atribución de lo masculino, asentándose en la aptitud de hacer y de poseer que se enlaza con la capacidad del control asociada con la no expresión de sentimientos, sobre todo si son de tristeza, dolor o vulnerabilidad. Estos deben estar y mantenerse bajo control.

Cuando siento una emoción muy fuerte necesito matarla, porque lo que muere se va, se esfuma y se saca de la mente y del corazón, como dice el dicho: muerto el perro se acaba la rabia (H4: 26 años, bachiller, cesante).

Se evidencia la relación cercana del control con el riesgo al fracaso que está asociado directamente con la exigencia de la masculinidad por alcanzar logros. Por un lado, es común encontrarnos con la idea de que el hombre “enfrenta la realidad” y al parecer la manera más adecuada es desde el control, con la finalidad de obtener una seguridad que se desprende del mismo, y, por otro lado, pretender controlar y desear anteponerse a los hechos para poder sobrellevar la complejidad del otro; en ambas posturas se evidencia el deseo de evitar el fracaso.

Siempre hay un temor de enfrentar las cosas después de que uno las enfrenta, pienso, yo las encamino, o logras controlar ya lo demás, es como se dice, bueno, ya le di el primer paso, ya lo logré aquí y quiere decir que si me vuelve a pasar esta situación la logro controlar y así sucesivamente (E3: 22 años, bachiller, trabajando).

Surge entonces una relación directa entre la noción de seguridad y potencia asociada con las prácticas y la fuerza que se expresa en la sexualidad masculina. El hombre debe transitar lo sexual desde un posicionamiento activo y exhibir un cuerpo disponible y siempre dispuesto para la acción.

Yo reconocía cuando andaba bien emocionalmente, cuando era un toro, un hombre fuerte cercano a la animalidad desbocada y que rebalse de energía en la cama con mi pareja, y siempre me preocupo de que quede satisfecha y siempre he sentido algo de esa duda, a pesar de que yo la hago sentir bien porque es así, pero bueno, como yo le digo a ella, si hay una falla que me diga, que si hay una falla que diga, es importante que me lo diga sin miedo para ver si yo la mejoro (E10: 27 años, trabajo contratado, TSU).


Hay que proteger “la imagen de sí” de la humillación y de caer en la categoría de “pendejo” y por no exponerse ante la sospecha, por ende, hay que desplazarse y actuar en el campo de lo social con tal manejo de la corporalidad que no se preste a duda alguna el comportamiento de hombre íntegro. Para ello se debe gestionar la “imagen de sí mismo”, para no ser cuestionado, acto que implicaría ser ubicado en el paredón de la duda y la condena.

La humillación cuando te hacen sentir que no vales ni medios, que no sirves pa’ un coño, que eres una cagadura humana, es una emoción arrechísima que se siente acá dentro y es como si el cuerpo quisiera estallar. Y cuando una persona se siente humillada es como una bomba de tiempo (H6: 23 años, estudiante licenciatura, sin trabajo).

El hombre que no es seguro es un pendejo y el pendejo es el que siente y se deja llevar por las emociones (H2: 22 años, TSU, trabajador).

Las emociones se hacen y hacen cuerpo, el que es vivido ya no desde su firmeza sino como un cuerpo que se quiebra, como el mismo quebranto que es interpretado como sensación de inestabilidad emocional y conlleva a que se incremente la incomodidad y se externaliza en lo social, siendo evidencia de un malestar masculino. La imagen de enfrascarse es indicio de cómo, para los hombres, recurrir a las emociones al parecer no sirve como recurso para reflexionar y ser consciente de una crisis; por el contrario, incrementa el malestar.

Me entiende, sabe, no me aisló porque es verdad, pues no dejar de vivir por los demás, pues algo así y de reflejarlo así, me quebranto, me siento triste y, vaina, me enfrasco nada más en el problema (E8: 25 años, profesional, trabajando).

Otra concepción muy extendida en estos hombres es la idea de vivir en un mundo inhóspito, conformado por una calle llena de gente hipócrita, por lo que no hay en quién confiar; esta consideración conduce en muchas ocasiones a una absoluta condena al aislamiento que se adosa al mandato masculino de la autorreferencialidad.

Este mundo en la calle todo está lleno de hipocresía, hoy te estoy dando un abrazo y por detrás te estoy destruyéndote, te estoy hablando, estoy hablando mal de ti, “mira ese pedazo de gordo qué se cree, mira cómo camina” (E7: 23 años, TSU, trabajando).

Yo lo que siempre he sido cerrado, he sido temeroso de que se enteren de mis cosas, de que no se metan conmigo, yo he armado como quien dice y me he dado cuenta es ahora un mundo, porque creo que todo el mundo viene a dañar, soy celoso con lo mío (E1: 22 años, estudiando licenciatura, trabajando).

En la experiencia y conexión con las emociones y los afectos hay un aspecto vital en la trayectoria de los hombres, lo cual queda muy bien descrito en un relato recogido donde se afirma que “la vida continúa”; en esta sentencia se resume una cantidad de factores y aspectos relevantes de las masculinidades, donde el mandato es no echarse a morir y hay que pensar para adelante, surgir, sobrevivir, caracterizado por la carencia de tiempo para pensar en sí y, por tanto, brindarse el espacio para sentir. Esto nos habla de cómo se producen masculinidades inscritas en una construcción de tiempo fordista, basado en la productividad, conformando cuerpos productivos para cumplir con el rol de hombre–ganador: un sujeto que responde sería un hombre que produce.

La vida continúa y yo tengo que buscar la manera de sobrevivir, yo no me voy a estar echándome pa’ abajo, tengo que saber responder y surgir, cumplir con mis cosas, el trabajo, sacar los estudios y todo eso lo tengo que hacer bien (H5: 22 años, estudiante de licenciatura, trabajando esporádico).

CONDENADOS A LA RABIA Y NO PODER SENTIRSE COMO QUISIERAN

A lo largo de su crianza, los hombres han sido educados para negar las emociones, porque se asocian con debilidad y falta de hombría; así, los esfuerzos y la energía están dirigidos a manejar, controlar los sentimientos y a actuar como si no existieran, y si estos se expresan surge la rabia como posibilidad socialmente aceptada de manifestación.

Es que la emoción de la tristeza es una emoción de debilidad, y dentro de la sociedad es algo así como una persona débil, y ¿entonces hablar de tristeza es como una debilidad o no?, es preferible hablar de rabia para uno como hombre. Una vaina así como que el hombre no puede sentir tristeza y mejor que sienta la rabia (H1: 23 años, estudiante, trabajador).

En la expresión de los sentimientos, pareciera ser que la rabia es de los pocos canales o puertas para contactarse con la experiencia y tramitar las tensiones o molestias que surgen, permitiéndosele a los hombres actuar con rabia y resolver desde ahí. Un aspecto a considerar es la condición contradictoria respecto a esta; por un lado, se establece cierta permisividad y, a la vez, se instala una suerte de censura social que la cataloga como emoción “negativa” que conduce a desarrollar un control sobre esta vivencia. Situación que lleva a que las rabias se acumulen en el cuerpo como una especie de olla de presión donde se van depositando las molestias. Este mecanismo aleja de la conciencia la posibilidad de entender la rabia, de entender lo que las origina y luego poder expresarlas sin conflicto.

A veces también uno se estalla y acumula y acumula y acumula y llegó un día después que yo salí… (silencio y respiración tipo suspiro), no le pegué, porque realmente no le pegué, después de ahí más nunca le pegué, sí le alcé la mano una vez pero fue que lancé una broma y ella, eso, fue cuando me puso preso y que le pegué con una broma y que le salió un hematoma (E7: 23 años, TSU, trabajando).

Vemos la rabia como una reacción inherente al carácter y a la forma de ser del sujeto, lo cual conduce a establecer una relación tensa y marcada por la incapacidad de contenerse ante las diferentes situaciones del día a día, a pesar de reconocer que en muchos de los casos se trataba de una “tontería” que no ameritaba tales las respuestas.

Soy muy fuerte de carácter. Hay cosas pequeñitas que yo sé que tienen solución y las pongo grandes y las veo difícil, aunque al final del camino me doy cuenta que lo que está sonando lo solucioné y todo bien, pero a veces no me contengo, me molesto (H8: 25 años, profesional, trabajando).

Una aproximación para entender la conexión directa con la rabia como emoción central se encuentra en la concepción del hombre como poseedor inmanente de la razón, en contraposición de lo femenino como soporte de lo subjetivo–emocional, relación que conecta con la concepción de lo femenino ligado con la histeria, es decir, a la trama patológica que ubica en la mujer un comportamiento inherentemente biológico y carente de control racional por estar dominadas por el libre fluir de las emociones. Tal condición conlleva a asumir una disposición en lo social y en la conformación de las relaciones donde el hombre, al asociarse y atribuirse tener la razón, procedería con la verdad y, por ende, no puede equivocarse debido a que tal situación se asocia con demostrar debilidad o vulnerabilidad.

Siento que es natural, normal, equivocarse no, y yo cuando me equivoco siempre creo que tengo la razón, ahí es donde tengo el problema. Yo tengo que reconocer a veces que estoy equivocado, y entonces, este… eso de alguna manera me molesta, entonces recurro a la violencia. Conscientemente sé que la violencia es arma de los que no tienen la razón (E3: 22 años, bachiller, trabajando).

LA IMPOTENCIA POR NO RESOLVER

La disposición masculina a enfrentar las dificultades se posiciona en los esquemas de conducta y de respuestas como una suerte de imperativo, que en muchas ocasiones los conduce a no poder encontrar una opción o salida diferente que no sea la rabia. Lo masculino se circunscribe en un orden rígido de respuestas al entorno, marcado por ser un sujeto de acción, en tanto se conduce por un sentido práctico de pensarse y hacer en lo cotidiano, basado en demostrar qué se tiene o posee; se actúa y se responde. Puede distinguirse un mecanismo habitual utilizado por ciertos hombres, caracterizado por no permitirse experimentar emociones cuando están o transitan por el malestar, debido a la presencia inmanente de pensamientos, los cuáles en su mayoría deambulan entre el por qué sucedió, los quizás y qué hacer, condenándolo a deambular en un torbellino.

Significa mucho en el sentido de que me arrepiento, me pongo a pensar, pienso demasiado que no debí haberlo hecho que ¿por qué lo hice?, que yo creo que eso es la salida, no es la forma, no debió haber sido, que quizás hubiera tomado otro tipo de acción y hubiese sido mejor, e igualito hubiese dado resultado, entonces es eso, implica eso, sentirme mal, sentirme mal. (E4: 26 años, bachiller, cesante).

El hombre, perseguido por el pensamiento que invade con una cantidad de cosas, posibilidades, nociones, ideas, búsqueda de soluciones, en general cree en el deber de tener todas las soluciones.

A veces nosotros durábamos hasta dos tres o cuatro días en que ni nos hablábamos. Y yo pensaba cualquier cantidad de cosas y de hecho pensaba cómo hablarle, cómo tratar de solucionar el problema, uno piensa y medita un poco y trata de solucionar el problema (E2: 22 años, TSU, trabajando).

Junto al deber y la exigencia personal de tener que solucionar las cosas, hallamos su correlato directo que es no fracasar, experiencia que es vivida como una pérdida y, por ende, como señal de no haber sido capaz de cumplir y responder.

La tristeza puede venir porque me dejó la jevita, y fue una vaina muy loca y fue como la sensación de fracaso, como esa sensación de tristeza que sientes que estás mal porque todo se acabó, y pensaba cómo me voy a enamorar, cómo voy a sentir esas vainas y sentí una gran vergüenza que me haya dejado esa jevita, y que después ande diciendo que yo no sirvo (H3: 22 años, bachiller, trabajador).

En estos testimonios vemos cómo mostrarse y presentar una imagen positiva ante el mundo es un aspecto compartido en varios relatos. Se expresa la frustración de no presentar una imagen como persona formada y preparada, mediante la evasión de las emociones que colocan en entredicho esa figura. También puede ubicarse en la estabilidad económica la manera de atenuar las emociones fuertes y en la evasión de lo que ocurre, y no es del agrado personal tomar distancia alejándose de lo que genera malestar.

Si yo estuviera estable monetariamente no hubiera botado tanto dinero, hubiera establecido mi broma, no hubiera sido tan cabeza loca tampoco. Me hubiera ido y me voy, y yo no le paro porque yo soy así, “ojos que no ven corazón que no siente”, claro que me iba a doler cuando me entere de cosas, bueno, pero si no la estoy viendo por qué me va a doler (E8: 25 años, profesional, trabajando).

Las emociones que emergen comienzan a mermar la identidad masculina, siendo su presencia una señal inequívoca de la pérdida del statu quo, conminando al hombre a no desfallecer, y los recursos más utilizados son la evasión, la minimización y la racionalización, situándose ante esta irrupción desde la convicción de que un hombre no puede echarse a morir, hay que levantar cabeza, salir adelante y hay que ser guapos asociados con la valentía, el que responde ante las adversidades, el que sabe y genera respeto, el que todos quieren llegar a ser.

Todos quieren y deben ser alegres y guapos, y yo como varón tengo que ser guapo y alegre y ese es el prototipo, el modelo al que debo acercarme. Hay que ser guapo no solo de belleza sino el valiente y que las jevas se derritan por uno (H1: 22 años, estudiante de licenciatura, trabajando).

EL ESPACIO DONDE SE CUELAN LAS EMOCIONES TUTELADAS


Sucede que me canso de ser hombre.

PAbLO NERUDA, “WALKING AROUND”.

Se aprecia cómo las emociones son inherentes a la vida, al vivir y al sentir, por lo que están presentes en cada instante, fluyen como torrentes, que pueden ser conducidos por diques que, en ocasiones, operan como canalizaciones donde circulan armónicamente: un espacio íntimo, el uso del alcohol para ahogar las penas, la música como una red simbólica para procesar las emociones.

Verga, mano, me voy para mi cuarto, o de repente una que otra curdita por ahí, una vaina así, de repente cuando estoy triste me pongo a escuchar música. Tuve la oportunidad de alejarme de mi noviecita de tanto tiempo y llegué y me fui triste y andaba triste de sentimiento, de tristeza, que tú dices que cónchale chamo, qué bola ese sentimiento de querer llorar, de querer votar lágrimas, esa es la misma emoción de la tristeza ¿o no? (H5: 22 años, estudiante de licenciatura, trabajando esporádico).

La música, en especial la salsa y la balada, son géneros que tienen gran aceptación y valoración en los jóvenes. Escuchar salsa erótica acompañado de un trago de ron representa para muchos hombres el único espacio para mostrar sensibilidad, para expresar amor y sentimientos, que son coartados cuando se comparte en grupo.

Ese tipo de salsa son canciones que a uno le llegan al corazón, de sentimiento. Escucho canciones como de perro, como de maltripear una mujer… pero me gustan más las de sentimiento, como enamorar a una mujer, le hablo en el oído, le canto esas canciones para atraparla. Canciones como “Me fascina esa mujer”, que dice “me fascina esa mujer, esa mirada, esa manera de amarme” (E3: 22, bachiller, trabajando).

Escucha la lírica de esa canción, mira, ve cómo te toca el alma, yo cuando ando en despecho me encierro en mi cuarto y la pongo a todo volumen (E7: 23 años, TSU, trabajando).

Son muchas las experiencias cotidianas que conectan directamente a los hombres con las emociones y una muy significativa es el ejercicio de la paternidad, que hoy ya no se ejercería solamente desde la expresión de una figura de autoridad distante y fría; más bien podemos encontrarnos con despliegues de afectos y de expresiones mucho más libres y diversas.

El otro día tuve un problema con mi hija, ella me dijo que yo no la quería porque varias veces le había dicho que era una cualquiera igual que su madre, y bueno, a lo que me dijo eso me desarmó y le pedí perdón, que nunca más lo iba a hacer y que eso lo hice sin pensar y que no era verdad y en esa época estaba muy equivocado, le pedí un abrazo y ella no quería y lloraba, la menor estaba ahí al ladito también llorando y se acercó y me abrazó y luego se acercó la mayor. Allí estuvimos un rato abrazados y llorando (H10: 27 años, TSU, trabajando).

En la mayoría de relatos es posible apreciar cómo es necesaria la presencia de un estímulo externo para conectarse con la sensación inspiradora de las emociones, al recurrir a grandes sucesos para reconocerlas y permitir que se expresen en la cotidianidad; esta realidad nos muestra una suerte de analfabetismo emocional que deviene desconexión cultural en la que están inmersos los hombres.

Para poder conectarme con las emociones, pensando en ellas como aquello que te inspira, necesito sentir algo trascendente y en los últimos años eso ha ocurrido en pocas ocasiones, con el nacimiento de mi hija, la guerra en Irak (H6: 23 años, estudiando licenciatura, sin trabajo).

A MODO DE CONCLUSIÓN

La contribución central de esta investigación radica en mostrar cómo el campo de las emociones continúa siendo un tabú y un escenario obviado y evitado por las masculinidades, condicionadas y limitadas por la necesidad de demostrar constantemente la seguridad y el poder, asociados con el control y el manejo de las emociones.

El miedo y el dolor a la pérdida de la imagen de sí conecta a los hombres con los aspectos incómodos y desestabilizadores de su aparente tranquilidad, que se asocia con la sensación de seguridad y control del entorno. Cada relato nos sitúa ante la necesidad que atraviesa a cada hombre, desde sus masculinidades, de tener que luchar para mantener el statu quo, considerado como un espacio libre de contrariedades y no necesariamente de dificultades, las cuales significarían un aliciente para el crecimiento; en cambio, las contrariedades son señal de pérdida asociada con la incapacidad para manejar los asuntos cotidianos, quedando en evidencia un hombre frágil y vulnerable que no sería capaz de alcanzar la tranquilidad.

Un aspecto fundamental de la construcción de las masculinidades es asumirse como hombres con carácter, y es la rabia la que prevalece como emoción ante cualquier situación de malestar, expresada con el golpe, la descalificación, cargando sus cuerpos de ira; repertorio de conductas que resultan inflexibles y rígidas. También se observan las formas de negociación o gestión de esta emoción, que en cierta medida se basa en la acumulación e intento de controlar las sensaciones incómodas, proceder de modo introspectivo y evitar exteriorizar sus sentimientos.

El hombre intenta responder a las asignaciones establecidas por la masculinidad hegemónica, como dicta la norma, pero aquellas están en movimiento y en negociación con diferentes situaciones como el tiempo, el contexto, la historia de la relación, la función paterna, entre otras sujetas a modificación, a medida que la mujer se posicione en diferentes espacios y asuma otras responsabilidades.

El hecho de profundizar en las vidas cotidianas de diez hombres nos permitió constatar cómo las vivencias de las emociones responden a condiciones multifactoriales que delimitan las formas de pensar, sentir y actuar, adhiriéndose a una estructura y una imagen de sí, al ser producidas y reproducidas en un contexto cultural, social e histórico particular donde, como sostiene Butler (2002), no proceden como un acto único sino como un acto performativo “que no puede ser entendido fuera de un proceso de iterabilidad, una regulada y limitada repetición de normas […] esa iterabilidad implica que el performance no es un acto, o evento, singular, sino una producción ritualizada” (p.95). En este escenario reducido de movimientos el hombre desplegará su imagen de sí y sus esfuerzos irán orientados a mantener indemne su figura y así proteger su lugar en el mundo de lo público, como aquel que debe ser seguro de sí.

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Masculinidades, familias y comunidades afectivas

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