Читать книгу La esencia de la masculinidad - María Eugenia Chagra - Страница 9
ОглавлениеDe la siguiente situación no formé parte en forma directa, pero tuve la posibilidad de leer la carta que Clara María le escribió a su madre desde la unidad de mujeres del pueblo.
Mamá
Recuerdo muy bien el día en que nació.
Recuerdo tus ojos, mamá, esos ojos de adoración, los que nunca tuviste para mí. Claro que lo entendí en el mismo instante, porque evoco también tus palabras al mirarlo, las que te escuché repetir tantas veces, es tan hermoso y angelical, no parece de este mundo.
Ciertamente, él era perfecto, tan rubio y suave, tan pequeño y tierno, tan bello y dulce. No solo vos, todos lo decían, semeja un ángel, un ser caído del cielo, un regalo del Señor.
Lo rememoro, mamá, creciendo delicadamente, amante, amable, sonriente, bueno. Quién podía resistirse a amarlo, con sus modos y su rostro, con sus rulos, sus pupilas celestes, su piel fina, tersa, como pétalo de rosa.
Cómo culparte, mamá, por idolatrarlo hasta olvidar todo lo demás, por dedicar tus horas a él, entregarle tus mejores momentos, tus desvelos y tus sueños.
Te comprendí, mamá, no podías detenerte en mí, tan igual a cualquier niña. Mi figura tosca y gris, mi inteligencia mediocre, mis juegos torpes, mis preguntas sin sentido. Prosaica y aburrida. También problemática. Las notas regulares en el colegio. Los amigos indeseables. Los novios deslucidos.
Siempre lo supe, mamá, por eso ningún reproche salió jamás de mi boca, ni un pedido, nada, para no molestar, ni robarte el tiempo de necesaria dedicación a él, solo mantenerme al margen de la sublime relación que los unía.
No sabes, mamá, las incontables ocasiones en que deseé no haber nacido, en el afán de no perturbarlos. Mas eso era algo que yo no podía prever.
Cómo no entender tu preocupación por él, mamá, de que no saliera, ni sintiera frío, ni se rozara con la chusma del barrio. Tu dolor permanente al pensar cómo habría de sobrevivir en este mundo tan cruel, un ser celestial.
Por eso, mamá, lo que aún no logro comprender es este odio que no cesa y este reproche sin fin. Si lo único que hice fue cumplir con tu deseo de devolverlo a los cielos, de los que, como bien dijiste, nunca debió descender.