Читать книгу Sexpresso - María Guadalupe Estrella González - Страница 16
ОглавлениеEl modelo clásico de la respuesta sexual humana la divide en cuatro fases distintas y aunque hombres y mujeres atraviesen por ellas, ambos tienen su propia forma de responder a los estímulos sexuales, pero también distinta forma de vivir sus disfunciones.
Conocer cada una de estas fases, sus manifestaciones físicas y su impacto en una relación sexual plena, es una oportunidad para valorar lo fascinante que es y su importancia para nuestra salud y nuestro bienestar.
Modelo clásico de respuesta sexual humana
A principios de la década de 1950 el ginecólogo William Masters y la sexóloga Virginia Jhonson estudiaron alrededor de catorce mil actos sexuales de parejas voluntarias, entre los 18 y 40 años de edad para, a través de los dispositivos electrónicos de la época, observar su frecuencia cardiaca, respiratoria y los cambios físicos que les ocurrieran durante el encuentro. Así propusieron su clásico modelo sexual lineal, tanto para hombres y mujeres, de la respuesta sexual, que consta de cuatro fases: excitación, meseta, orgasmo y resolución.
La excitación comienza con un estímulo físico o psicológico que despierta el deseo sexual, y lo primero que sucede es el aumento del ritmo cardiaco y una irrigación sanguínea muy particular hacia las zonas genitales. En los hombres sucede la erección, se alisa la bolsa escrotal, los testículos se repliegan hacia el periné. En las mujeres se dilata la vulva, se lubrica la vagina y se erectan los pezones.
La segunda fase es la meseta, una prolongación de la excitación que se distingue por cambios físicos más evidentes que conforman la plataforma orgásmica: el clítoris está erecto y aunque era visible en la fase anterior, ahora se retracta de manera natural para no ser lastimado, el útero se expande y la vagina se prepara para el orgasmo y su parte más profunda se ensancha para recibir al pene. En el hombre se produce el líquido preseminal, o preeyaculatorio, que fluye antes de la eyaculación. Este fluido puede contener esperma, por lo que si el pene es introducido en la vagina es posible un embarazo aunque la eyaculación haya sucedido al exterior.
La tercera etapa es el orgasmo, donde se libera toda la tensión producida en la fase anterior: en las mujeres se caracteriza por una serie de contracciones rítmicas en la vagina, el clítoris y el esfínter anal, y en los hombres por la eyaculación y las contracciones de la uretra peneana. Su duración aproximada es entre cinco y quince o hasta treinta segundos. Masters y Johnson describen este episodio como una pérdida temporal de la conciencia sensual, unos segundos en los que perdemos el contacto con todo el entorno y es tan placentero que buscamos repetirlo.
La cuarta fase es la resolución, cuando el organismo, a nivel físico vuelve al estado inicial, y a nivel psicológico suele haber una sensación de bienestar. En esta etapa basal la sangre abandona el territorio pélvico y entonces se pierde la erección, disminuye la lubricación y el cuerpo vuelve a estar en su estado de no excitación. Los varones pasan por un periodo refractario que les impide realizar un coito de nueva cuenta, pero las mujeres no necesitan llegar a esta colocación definitiva y al no pasar por este periodo pueden volver a excitarse e iniciar de nueva cuenta el ciclo. De ahí que puedan ser multiorgásmicas.
Al modelo clásico de Masters y Jhonson, vale la pena agregarle las observaciones de Helen Kaplan, quien al cuestionar cómo es que se desencadena la respuesta sexual humana propone una fase previa a las cuatro clásicas: la del deseo, y es que la erección y lubricación no se da de forma espontánea, tiene que haber elementos previos para que lleguemos a esta búsqueda de interacción sexual, coital o de la respuesta de excitación.
Los estímulos sexuales cambian de una persona a otra
Juan Luis Álvarez-Gayou, connotado sexólogo mexicano, enriquece con sus propias propuestas los planteamientos de Kaplan. Para Álvarez-Gayou hay estímulos que son más efectivos que otros para lograr la estimulación y pueden provenir de la vista, el tacto, el olfato o el gusto. Estos estímulos varían de acuerdo a los gustos y preferencias de cada persona pero también de su sexo: los varones tienden a estimularse eróticamente desde lo visual mientras que las mujeres lo hacen desde el olfato o el oído. Por otro lado hay quien prefiere estímulos desde el tacto. Lo sobresaliente de los estímulos efectivos es que son externos y se integran al sistema nervioso central, a nivel del tálamo, que contiene las zonas donde se integran nuestras experiencias emocionales y sexuales, elementos que van a favorecer el deseo y desencadenar la respuesta sexual.
Por otro lado Rosemary Basson debate el modelo de Masters y Jhonson, para ella la respuesta sexual femenina no es lineal sino circular. Para Basson, ellas necesitan tener una razón para el sexo: sentirse queridas, comprendidas, amadas y escuchadas. Si encuentran estos elementos entonces podrán acercarse a su pareja en un plano sexual o romántico, y esas serán razones suficientes para tener un estímulo sexual efectivo que les permita iniciar el ciclo del placer.
¿Quién debe tomar la iniciativa, ellas, ellos?
Cualquiera de los dos puede tener la iniciativa para iniciar la relación coital, pero es importante reconocer que cada quien es responsable de su propio placer, no del placer de su pareja. Cada uno debe conocerse a sí mismo, ser capaz de identificar qué le gusta y cómo le gusta. Se trata de que ambos puedan disfrutar en igual medida el encuentro.
Preguntémonos: ¿qué tanto conocemos nuestro cuerpo?, ¿qué tanto conocemos lo que nos gusta para poder decirle a nuestra pareja dónde y cómo tocarnos?, ¿reconocemos nuestras sensaciones?, ¿somos capaces de comunicar lo que queremos? Que hombres y mujeres no se limiten a hablar del tema, que puedan hacerlo de manera mutua, fortalecerá el vínculo y mejorará la relación sexual.
La gratificación sexual egoísta es común en la relación de pareja
La sexología actual acepta este término y lo relaciona con la educación sexual y el contexto cultural de los hombres y mujeres. Se hace evidente cuando el primero no da los suficientes estímulos sexuales efectivos a su pareja, como caricias o besos en juegos previos que le permitan a su pareja mujer responder de una manera adecuada a la relación sexual, es decir, que se encuentre en un estado emocional propicio para alcanzar la excitación y lubricación suficientes para disfrutar del sexo.
A la necesidad de la mujer de sentirse amada y deseada para mantener una relación sexual, se suman las actitudes masculinas que se inclinan por una preocupación por liberar su tensión, una relación sexual rápida y eyacular sin preocuparse por el placer de su pareja. No se niega que en ocasiones estos encuentros, llamados comúnmente como “rapidín”, puedan ser satisfactorios para las mujeres, pero tomando en cuenta los tiempos de su respuesta sexual, no es lo ideal para ellas.
Así, la gratificación sexual egoísta de la pareja es cuando, en lugar de preocuparse por el placer del otro en la misma medida que del propio, uno de los dos se concentra sólo en su placer.
La respuesta sexual no siempre es perfecta
En cada una de sus fases puede haber alguna disfunción. Por ejemplo en la fase del deseo es posible toparse con la principal de ellas, el deseo sexual hipoactivo, o la falta de interés en la actividad sexual. En la fase de excitación puede presentarse en los hombres alguna disfunción eréctil y en las mujeres la disfunción lubricativa o sequedad vaginal. En la fase del orgasmo ellos pueden sufrir eyaculación precoz y ellas anorgasmia, que se refiere al retraso o ausencia del orgasmo.
Un síntoma primordial para asistir a consulta, pero que suele ser desestimado es la falta de deseo sexual o baja libido, que en ocasiones se debe a que las personas están en la etapa de climaterio, por lo que hay una baja considerable de estrógenos o testosterona y entonces el origen de esta disfunción es psicogénico. En otros casos es orgánico, por ejemplo en hombres que viven con diabetes suelen tener disfunción eréctil y no reconocen el problema, en su lugar lo niegan y culpan a su pareja de su dificultad para sostener la erección, argumentando que ya no los excita o no es deseable como antes. En consecuencia la mujer puede desarrollar una falta de deseo.
Con el tiempo la respuesta sexual cambia de ritmo
La capacidad y efectividad de la respuesta sexual femenina no se limita por la menopausia, pero si condicionada por los factores biológicos que suceden con ella. Entre los 45 y 60 años termina la vida reproductiva de la mujer. Los cambios que sucedan de ahora en adelante dependerán del estilo de vida que haya llevado con anterioridad y de su estado de salud actual.
Con el término de la función reproductiva se disminuyen algunas hormonas femeninas, como los estrógenos, hecho que se hará evidente en ciertos cambios anatómicos, cambios genitourinarios y la presencia de síntomas como bochornos, sudoración nocturna, cambios en el estado de ánimo, fatiga general y alteraciones del sueño. Es importante señalar que la mayoría de los síntomas de la menopausia pueden ser atendidos y la sexualidad puede ser ampliamente disfrutada.
En el varón no existe una decaimiento de su función reproductiva como sucede en las mujeres durante la menopausia. Pero sí hay un deterioro paulatino en la producción de espermas, que si bien se mantiene hasta edades avanzadas, no presenta los mismos niveles de testosterona y con ello aumenta la posibilidad de que se presenten algunas disfunciones como el deseo hipoactivo o el trastorno eréctil.
Así que pese a todo es posible disfrutar en este momento de la vida el placer de la sexualidad en pareja, y será labor de ambos para que así suceda. Desde luego influirá la actitud del compañero sexual pero también la auto-percepción positiva de las mujeres en esta etapa.
Es innegable que con el tiempo se presenta una disminución de la intensidad de las reacciones fisiológicas y un enlentecimiento de la duración de la respuesta sexual, anatómicamente hablando, que va incrementándose con los años, pero eso no significa que la vida sexual de la pareja se vuelva menos interesante o satisfactoria.
Si aquello que interrumpe la respuesta sexual personal en una relación de pareja no es atendido, todo puede desencadenar en una ruptura, pues lo que afecta a uno, inevitablemente afectará a los dos.