Читать книгу Caídos del Mapa - María Inés Falconi - Страница 5
ОглавлениеCapítulo 1
—Fabián ya tiene la llave del sótano –le dijo Graciela a Paula mientras buscaba en su mochila la carpeta de Lengua.
—¿Qué llave?
—La del sótano, nena.
Paula sintió un escalofrío que le subió desde el dedo gordo hasta la punta de la trenza. Se puso colorada. ¡Siempre le pasaba lo mismo! Le pareció que todos los chicos la miraban, que la maestra la miraba, que la Directora también la miraba a través de las paredes. Estaba segura de que todos habían escuchado lo de la llave y que estaban esperando que ella diera una buena explicación.
—¿Para qué sirve la llave, Paula? –preguntó la maestra que estaba haciendo un análisis sintáctico en el pizarrón. Todo estaba perdido: había escuchado.
—Yo no fui, seño, fue… –se apuró a decir.
La interrumpió una carcajada general.
—La llave que dibujé en el pizarrón, ¿para qué sirve? –repitió la maestra.
—¡Ah! Yo creí que usted hablaba de la llave… –ahora la interrumpió una patada de Graciela–. La llave sirve para marcar el sujeto.
—Bien, Paula. A ver si se despierta, m’hijita.
—¡Imbécil! Casi lo arruinás todo –susurró Graciela.
—Es que estaba pensando en el sótano. Gra… nos van a pescar.
—No nos van a pescar nada y nos vamos a re divertir, cortala.
—¿No lo podemos dejar para el año que viene?
—¿Sos idiota? ¡Mirá si vamos a venirnos del secundario a ratearnos al sótano de esta escuela!
Graciela odiaba a Paula cuando se ponía nerviosa y tonta. Hasta pensó en dejarla fuera del plan. Pero Paula era su mejor amiga desde primero… Y además, cuando se le pasaba el miedo, hasta era divertida… Y además, ella no iba a ir sola con los dos chicos para que la verdugueen todo el tiempo… Y además, los chicos no iban a querer. Y además, ella también tenía un miedo bárbaro mezclado con unas ganas bárbaras de ir. No era cuestión de achicarse ahora y tener que bancarse el gaste de Fabián y de Fede.
Graciela tenía cosquillas en el estómago. Faltaban años para que llegara el día siguiente. Les iba a decir a los chicos que fueran esta tarde a su casa para planear bien todo. No, mejor a casa de Fede, que seguro la madre no estaba. No, a la casa de Fede tampoco, porque a Paula no la iban a dejar. Mejor reunirse en la plaza. La plaza era el lugar más seguro. Rompió una hoja borrador y escribió: “Esta tarde a las cinco nos encontramos en la placita”. No la firmó, por si alguien la leía, y se la pasó a Paula.
—¿No iba a ser mañana? –le preguntó Paula después de leerla.
—Hoy es para organizarlo todo, pasala.
—¿Organizar qué?
—¡Pasala!
—¿A Fabián? –volvió a preguntarle Paula.
—No, a la maestra –se burló Graciela.
Decididamente, hoy Paula estaba tonta. Graciela le sacó la nota, se estiró por detrás de Paula y le pasó el papelito a Fabián por debajo del banco. Esperó de reojo la respuesta de un okey que llegó enseguida. Listo. ¡Uy!... no había copiado nada de lo que había en el pizarrón, ¡y Paula tampoco! Empezó a escribir a mil.
De repente le cayó un bollito de papel sobre la hoja. Lo abrió. Era el mismo papel que ella había mandado y traía la respuesta: “Voy a estar ahí a las cinco en punto. Gracias por invitarme”.
Miró a Fabián para decirle que había recibido la respuesta, pero Fabián estaba copiando. Miró a Fede, pero Fede estaba leyendo una revista. ¿Quién había mandado esa nota? Todos los chicos estaban haciendo el ejercicio, o haciendo que hacían el ejercicio. Escuchó una risita atrás suyo. Se dio vuelta y ahí estaba Miriam, saludándola con esa horrible mano regordeta de uñas comidas. ¿Cómo diablos había hecho para agarrar el papel? ¿Cómo sabía que ella lo había escrito? Seguro que la había visto cuando lo pasaba. Siempre estaba con las antenas paradas para enterarse de todo.
Tenían que cambiar de lugar: plan que Miriam descubría era plan arruinado. Pero mejor lo arreglaban a la salida, ¡y que Miriam fuera a la plaza si quería! Por lo pronto, ya estaba enterada de que tramaban algo. ¿Sabía quiénes? ¿Sabía qué? Lo único seguro era que intentaría enterarse de todo.
Sonó el timbre de salida. Graciela guardó todo en la mochila y se acercó al banco de los chicos.
—En la plaza no se puede –les dijo–. Se enteró Miriam.
—¿Miriam? –Fabián no lo podía creer– ¿Cómo hizo la gorda para leer el papel?
—¿Cómo hizo? ¿Cómo hizo? Lo leyó –Fede estaba furioso–. Lo leyó porque ustedes son dos salames que se andan pasando papelitos delante de ella.
—¡Pero yo me lo guardé en el bolsillo! –se defendió Fabián–. ¿Qué tiene Miriam, rayos láser?
—No, ella no tiene rayos láser, vos tenés el bolsillo agujereado, gil –le contestó Federico.
—Bueno, paren. Lo que es seguro es que hay que cambiar de lugar –dijo Graciela.
—Podemos reunirnos en casa –propuso Fabián.
—¿Para qué vamos a ir a tu casa...? –sonó la vocecita chillona de Miriam en sus orejas.
—Para matar a una gorda metida, ¿querés venir? –le contestó Fede.
—¡Tarado!
Y con esa respuesta, Miriam se fue a formar, ofendida, pero con la oreja atenta a pescar en qué andaban sus compañeros.
El encuentro de esa tarde estaba resuelto: a las cinco en la casa de Fabián. Se despidieron en la puerta después de recomendarse mil veces que nadie hablara del asunto ni con el espejo.