Читать книгу El joven Pierre Vilar, 1924-1939 - María Rosa Congost Colomer - Страница 10
ОглавлениеVilar informa también de la reacción de Roubaud ante este tema:
Roubaud, a quien algunos vieron a la salida, declaró, como yo, el tema ridículo, mal planteado, incluso escrito en mal francés; estaba un poco encolerizado al pensar que había negligido en sus clases el régimen de Canadá y el de Australia, lo que había hecho que todos nosotros hubiéramos desarrollado el tema en torno a la India y no hubiéramos hablado de Australia. Me temo que este será el punto débil de nuestros ejercicios. Roubaud habría, como yo, hecho girar el tema en torno al liberalismo y a 1869, con la abolición de la ley de Navegación. Pero ¿qué quería el tipo? ¿Es que tenía alguna idea preconcebida? ¿Quería discursos, precisiones? Sobre 60, tanto puedo tener 12 como 45.
El único consuelo era que todos se encontraban en la misma situación. De hecho, seis compañeros habían abandonado. La media hora que, con Lamicq, sentados en el Parque de Luxemburgo, habían estado hablando también había consolado mucho a Vilar:
he tenido el placer de constatar que él había desarrollado exactamente las mismas ideas y el mismo plan que yo. Él también quedó, en un primer momento, trastocado, pero después se recuperó, y cuando reflexiona sobre su ejercicio, está muy contento de su inicio, bastante contento de su parte central, y no descontento del final. Así que no hay motivo para la desesperación, ni para él, ni para mí.
El lunes 8 de junio tuvo lugar el examen de francés. Vilar habla de ello en una carta que había empezado a escribir aquel mismo día a las cinco menos cuarto de la tarde, en la Biblioteque Pédagogique:
Estoy contento, no lo estoy, no lo sé; me temo que, como en historia, no he sido imparcial y es posible que ello me cueste una nota mala. Pero es que, con los temas que eligen, que son los más idiotas del mundo, hace falta ser ingenioso para hacerlos un poco interesantes y entonces se corre el riesgo de decir tonterías. Os adjunto el enunciado del tema, demasiado largo para copiarlo, guardadlo como recuerdo. No tiene nada de apasionante; y durante una hora y media he refunfuñado contra el tribunal; pero después esto ha pasado y he conseguido construir todo el tema: he ido hasta el fondo en ideas astutas, hurgando en el criticismo y el cartesianismo de Boileau que se define así en el siglo XVIII, mientras que las tendencias que corresponden a Perrault, por ejemplo, son –contrariamente a lo que aparentan– antinacionalistas y en la línea romántica: ello supone invertir todas las apariencias, y sugiere una reconciliación posible entre Boileau y sus adversarios, aunque la querella entre racionalistas y subjetivistas continúe; me he manifestado contra Boileau, a pesar de admirar su lógica. Estoy contento de mi plan, y de mis ideas. Si ellas concuerdan con las del profesor, las cosas irán bien; en cuanto al estilo, el principio no ha sido muy afortunado; he empezado sin saber qué seguiría: al final, las cosas mejoran y he puesto algunas fórmulas de las cuales estoy contento.
Entre los compañeros, la opinión no era unánime; de hecho, en el examen se había dejado elegir el punto de vista y le parecía que los dos correctores, que eran los mismos del año anterior, eran bastante abiertos como para aceptar cualquier opción.
El miércoles 10 de junio fue el turno del examen de filosofía. Este es el comentario de Vilar:
Esto marcha bien. La mayor parte ya se ha hecho, y estoy bastante satisfecho: «Conciencia psicológica y conciencia moral». Esto puede hacerse, pero desgraciadamente, lo puede hacer todo el mundo, y además los de Henri IV lo habían hecho como disertación. Pero no tiene demasiada importancia. Serán 30 que meterán las idioteces del señor Chartier. Yo he inventado y parecerá más original... Con Colonna, hubiera sacado un 14 (sobre 20); esperemos tan solo sacar más de 14 (sobre 60).
Emile-August Chartier, también conocido como Alain, era el profesor de filosofía del Liceu Henri IV, y está considerado uno de los intelectuales más influyentes en el pacifismo de la juventud de aquel año.7
LA PREPARACIÓN DEL ORAL
Después de unos días en Montpellier, Vilar volvió el 28 de junio a París, donde pudo comprobar que el ambiente se había relajado bastante. Pasarían unos días antes de saber si serían admisibles. La siguiente carta data del 2 de julio, e incluye estos comentarios sobre el proceso preparatorio: «Sé más botánica de la que he sabido en mi vida. Hago latín, historia en pequeñas cantidades, y voy a clase de física. Lo único que estoy sacrificando es la filosofía; no puedo con ella, es más fuerte que yo. Qué le vamos a hacer. La suerte decidirá». Roubaud solo había hecho una clase de historia moderna y le había interrogado durante tres cuartos de hora sobre un tema escogido al azar. Tan solo le había objetado haberlo hecho demasiado largo y detallado. Aún coleaba el fantasma del tema de historia del examen escrito. Es interesante este fragmento de carta en el que Vilar describe una conversación muy reveladora, desde el punto de vista historiográfico, con el profesor:
Roubaud, ayer, en la Biblioteca, cuando yo devolvía el libro de Seignobos, volvió a lamentarse sobre el tema del Concurso; caerá enfermo, si continúa así... El pobre hombre se arranca los pelos de la cabeza. No había hablado sobre Australia ni sobre Canadá. En fin, él espera que, aunque no haya buenas notas, tampoco sean malas. Pero para explicar eso, hace muecas cada vez más exageradas. Yo tomé prestado de la biblioteca La Révolution de Mathiez (volumen II) y él me dijo: «Señor Vilar, vigile... se trata de his-toria... a la Agustín Thierry, y no sé por qué causa tanto furor. En fin... léalo, pero desconfíe». ¡Caramba! ¡Es que Mathiez va más allá de los hechos! ¡Y de qué modo!
El mismo día Vilar comenta que ha visto su boletín de notas. Está contento. En historia, Roubaud había escrito «espíritu sólido»: Y «¡es todo un cumplido viniendo de él! ¡Él que solo valora la solidez! ¡Como para los artículos de vestir!». Godart, el profesor de alemán, había escrito: «¡da grandes esperanzas para el oral!». Una semana más tarde, escribe que Roubaud le interrogaba en cada clase, lo que le hacía pensar que tenía esperanzas de que pasara. Escribe la carta en la Bibliothèque Pédagoquique, mientras espera un libro de Pizon sobre Anatomía Humana, para la preparación de la prueba de Historia Natural. Los resultados no llegaron hasta el 16 de julio. Los comunica al día siguiente, en una carta en la que también detalla que el 14 de julio había hecho una pausa en el trabajo y había ido a cenar a un restaurante por dos francos, y a continuación a ver la exposición, con Andrieu, Dresch y Fabry. Los cuatro habían estado haciendo planes para el futuro. Todos tenían miedo de no aprobar, pero en el fondo todos esperaban aprobar. El 16 de julio saben que, de los cuatro, él es el único admisible. Al día siguiente, a pesar de su alegría, la partida de muchos había puesto «una nota triste en el panorama». Además, el conocimiento de las notas de los no admisibles estaba provocando muchas especulaciones entre los que sí lo habían sido, que desconocen las suyas. Las notas de filosofía, por ejemplo, habían sido especialmente bajas; las de ciencias, en cambio, altas.
El tono de la carta del 22 de julio, la primera que informa sobre cómo marchan los orales, es especialmente pesimista. Vilar explica que el día antes había sido mediocre en la prueba de latín, donde «habría podido brillar». Los miembros de aquel tribunal no habían sido muy simpáticos. Contaba haber tenido un 20 o 22 sobre 40; tampoco encontró amables a los miembros del tribunal de filosofía, que le habían examinado aquella mañana. Aquí Vilar dice haber tropezado con la «moda evolucionista». Además corrían rumores alarmantes sobre el escrito. Le había desanimado mucho saber que Lamicq solo era sexto y, especialmente, que Delavenay, a quien no tenía una especial estima, fuese séptimo. Le habían dicho que él ocupaba un muy buen lugar, pero debía haber muy pocas diferencias de puntuación entre los 50 últimos admisibles, por lo que el oral acabaría decidiendo y eso le preocupaba especialmente. La reflexión general que hace el 23 de julio, que acompaña los comentarios sobre los exámenes orales de alemán y filosofía, lo prueba:
Esta mañana, alemán pasable. Pero parece claro que nunca haré nada que sea realmente brillante. Es necesario que me resigne a ello. Yo no pensaba ser así. El año pasado, pensé que mi fracaso en el oral se había debido a una falta absoluta de conocimientos. Este año, veo claramente que se trata de una especie de incapacidad física. No puedo, en un cuarto de hora de preparación, agrupar mis ideas. Todo se me acumula de golpe, o no se me ocurre nada. Comienzo a recuperarme cuando es el momento de pasar. Apenas hace tres meses que leí Justicia de [Herbert] Spencer, una de las obras fundamentales de la moral evolucionista; no me he acordado de ello hasta el minuto 20 de la preparación (sobre 25). En este momento he empezado a ver el tema. Pero construirlo en 3 minutos... Después de eso, ¡tirad la escalera!
Pero los compañeros le animaban, y le decían que pasaría. Los ánimos de Vilar remontarían con el examen de física. El profesor le interrogó sobre la ley de Ohm y él consideraba que le había salido bastante bien. Aquella vez había tenido mucha suerte: «¡Me han planteado la pregunta que acababa de ver!». Contaba que le pondrían un 12 o un 15. En el momento en el que lo notifica solo le quedaban dos pruebas, la de Historia y la de Historia Natural. Esperaría a enviar la carta que estaba escribiendo a la salida de Historia Natural, y, para proporcionar la mejor información posible «garabatearé unas palabras para deciros mi impresión». Y, en efecto, al final de la carta encontramos este párrafo, optimista, dedicado al examen de Historia Natural:
Aquí tenéis las palabras: serán simples: si no me veis llegar el día previsto es que estaré en la oscuridad, es decir, en la cárcel, por haber abofeteado al señor Blaringhem, profesor de historia natural. No. Esto aún no se ha acabado, no nos emocionemos demasiado pronto. Pero esto irá bien, seguramente. Tras interrogarme sobre las hojas y los moluscos, cosas sobre las que he respondido bastante bien, aunque turbado por demasiados recuerdos y ejemplos que acababan de pasar ante mí, me ha preguntado si había leído a Pasteur. Yo respondí que había leído (¡lo había ojeado un día en la clase de Cram!) el libro de Valley-Radot sobre Pasteur. Me ha hecho hablar sobre todos los descubrimientos de Pasteur; ha añadido que estaba muy contento de que hubiera leído el libro, y me ha tranquilizado diciéndome: «Usted es uno de mis mejores candidatos!». Pero la manera de decirlo me ha parecido significativa. Si se ríe de mí, y saco solo 8 sobre 40, el sábado por la tarde iré a su despacho, ahora que ya conozco todos los rincones y entresijos ¡y lo estrangularé! Hacerme trabajar, está bien; pero que no me tomen el pelo. O sea que este es el aviso.
Cram era el nombre abreviado del profesor de filosofía de Montpellier, Edmond Cramaussel. La carta acaba con unos «Besos» seguido de una docena de interrogantes, un punto de admiración y estas palabras: «Aquí está mi espíritu con muchos interrogantes». Lamentablemente no hemos encontrado ninguna carta donde explique la prueba oral de Historia. Pero sabemos que años más tarde Vilar recordará aquel primer encuentro con Lucien Febvre con simpatía, reconociendo que, cuando tuvo lugar, no era consciente de la personalidad que tenía delante de él.
LA EDUCACIÓN MORAL LAICA
La vida social de Vilar, en el primer curso en París, se repartiría sobre todo entre la asistencia a actos religiosos y a conferencias de tipo político, además de algunos conciertos y unas pocas obras de teatro. En ninguna de estas actividades, el joven Pierre Vilar se sentiría extraño en el milieu de la khâgne Louis-le-Grand, y eso seguramente tranquilizaba a la hermana y, sobre todo, a la tía, que fácilmente podía reconocer la influencia de su educación en las cartas del sobrino. El modo como todo era rigurosamente explicado es otro factor que debe tenerse en cuenta. Porque si bien es fácil reconocer la huella de la tía en dos rasgos importantes de la personalidad del joven Vilar, como por ejemplo el sentimiento pacifista y antipatriótico y el sentimiento religioso, podrían interpretarse mal estos rasgos si no entendiéramos el peso que el ideal de una educación moral laica ejercía en la personalidad de la tía.
EL SENTIMIENTO PACIFISTA
Las cartas aportan a menudo pruebas del sentimiento antipatriótico. Por ejemplo, cuando seguimos las impresiones del joven Vilar el domingo que paseando por París, tal como describe el miércoles siguiente, el 22 de octubre de 1924, visitó la Explanada de los Inválidos y, también, el Museo del Ejército:
después de comer, como era mi intención, me paseé «perdibus» por las calles hasta llegar al puente de Alejandro IV y a la Explanada de los Inválidos. La Explanada se hallaba ocupada por los preparativos, bastante avanzados, de la Exposición, barracas en planchas, casas construidas con ladrillos, monumentos y palacios de hormigón, todo cubierto de enormes anuncios; en los Inválidos, visito el Patio del Honor, el vagón donde el mariscal Foch firmó el armisticio, diversos recuerdos de la guerra, la Capilla con las Banderas, la tumba de Napoleón [...]; lo más interesante es la iluminación maravillosa de los vitrales en vidrios especiales, que dan un tono extraño pero muy bien adaptado; es muy bello para el «arte puro»; pero como futuro historiador, me confieso absolutamente incapaz de experimentar«la emoción histórica»; dos horas y media en el museo del ejército; hay cosas muy interesantes; lo he visitado con todo detalle; ahora bien, a pesar del interés de las salas históricas, he preferido el segundo piso, donde se hallan todos los recuerdos de la guerra de 1914; presentación simple y sin artificios patrióticos; hay la sala de los Americanos, la de los Ingleses, de la Marina, de la Aviación (con el avión de Gruynemer), uno ve ciertamente por medio de la ingeniería, modelos reducidos y algunos restos de aparatos, cómo eran los grandes instrumentos de la guerra; prefiero este simple punto de vista documental a las exposiciones de las salas del primer piso, donde se muestra a Napoleón, ¡desde sus calcetines hasta su reloj y sus cabellos! Los extranjeros parecen decir: «Mirad los Franceses, cómo admiran a Napoleón; ¡qué imperialistas son!». En realidad son ellos quienes se emocionan más que nosotros por este género de recuerdos; solamente que todo esto concentrado en un mismo punto da la impresión de un nacionalismo exasperado. ¡Y nosotros nos lamentamos de las reverencias de los alemanes a la estatua de Hindenburg, o del monumento de Leipzig!
El subrayado es mío. Gracias a una carta del 1 de noviembre, tenemos elementos para pensar que la tía compartía esta manera de pensar, y que probablemente el pensamiento de aquella maestra había marcado la posición del sobrino. En una carta anterior, ella le había comentado la visita de un inspector a la escuela donde trabajaba, y había criticado el patriotismo francés y antialemán. Vilar estaba de acuerdo y aporta, como prueba de que no se debía presentar a los alemanes como «bárbaros», el testimonio de un compañero del liceo, hijo de maestros como él, pero de Saint-Quentin, es decir, de la zona ocupada por los alemanes durante la guerra; este chico había trabado relaciones de amistad con un oficial alemán que había convivido con la familia, que le había enseñado alemán; de hecho, aspiraba a obtener la Agregación en esta materia. Además, Vilar había estado hojeando algunos periódicos alemanes en la biblioteca, y había encontrado páginas entusiastas dedicadas al escritor Anatole France, conocido por su pacifismo. La carta acaba con esta declaración: «puedes ver que continúo estando en el Internacionalismo; pero no me gusta demasiado explicar mis ideas a todo el mundo; por eso las escribo aquí».
El 1 de febrero Vilar se quejaba de las canciones patrióticas que les hacían cantar en la Coral del liceo, llamada La Gueulante, es decir, ‘La Gritería’. Podemos comprobar que en este punto sus ideas no habían cambiado nada a lo largo del curso, en la descripción de la visita del 7 de mayo a la Exposición Internacional de Artes Decorativas, de la cual incluso les hace un dibujo, donde se ven unas columnas. No le acababa de convencer el montaje desde el punto de vista estético; pero el comentario más duro volvió a ser sobre el patriotismo, una vez más asociado a la figura de Napoleón:
¿Por qué hallamos aún, ante la tumba de Napoleón, coronas de flores de precios exorbitantes ofrecidas por la enésima centuria de los Jóvenes Patriotas a Napoleón?
¿Para qué sirve? Solo para mostrarnos bajo un punto de vista imperialista a los millares de ingleses, alemanes, americanos, que pasan por allí.
LAS PRÁCTICAS RELIGIOSAS
Había otro sentimiento que, en aquel primer año, unía al joven con sus corresponsales: el sentimiento religioso. El 11 de octubre de 1924, una carta a su padre revela, además de sus prácticas religiosas, la inseguridad del joven Vilar de los primeros días. El padre, a quien en otros momentos Vilar definirá como anticlerical, se queja de haber de pagar 20 francos por la asistencia a la misa del chico y piensa, además, que no es conveniente de cara al Cartel des Gauches; Vilar intenta tranquilizarlo: en el momento de la inscripción, cuando se le había preguntado si asistiría a misa en la capilla del liceo, él había dejado la respuesta en blanco, porque había pensado que si respondía que no, no podría asistir nunca, y podría suceder que alguna vez le fuese difícil ir a otra misa, pero no pensaba que por eso le cobrarían 20 francos anuales. Vilar se muestra inquieto ante la posibilidad de que el padre reclame el dinero, e intenta disuadirlo con una broma: si quería, para compensar, podía inscribirse al grupo socialista e interkhâgnal que se acababa de constituir. Claro que, en este caso, añadía con sorna, también debería pagar una cuota.
Con la tía y la hermana, en cambio, no solo compartían las prácticas religiosas, sino que discutían sobre religión. Podemos verlo en una larga crónica, enviada el 1 de noviembre, de Les noces corinthiennes, d’Anatole France, representada en la Comédie Française, donde Vilar había asistido gracias a un sorteo entre los estudiantes del liceo. Vilar critica la manera simplista, a su parecer, de oponer el ideal antiguo al ideal cristiano, porque haciéndolo así el cristianismo devenía odioso: «y es absurdo porque es comprenderlo todo al revés, y es poner en el lugar del cristianismo un paganismo imaginario, que es agradable, pero es ¡inventado de pies a cabeza!». En aquel relato no falta la añoranza de Montpellier: «Si hubiésemos visto las Noces corinthiennes en Montpellier, cómo discutiríamos; mi tía y mi hermana se habrían peleado». Y seguramente, añade, ellas tampoco habrían estado de acuerdo con su visión que «hacía menos ruido por carta que en la cocina de la calle Peyson». El piso de Montpellier estaba situado en la calle Frédéric Peyson.
Seguramente porque estaban acostumbrados a discutirlos, también los sermones de las misas de los domingos de París fueron minuciosamente explicados a las parientes de Montpellier. Fácilmente, además, las referencias a la misa se mezclaban con referencias a la política. Así, por ejemplo, el lunes 8 de diciembre, a pesar de las advertencias de la familia, no puede evitar hablar del traslado de las cenizas de Jaurès al Panteón, que él había vivido en primera persona, como veremos, el 23 de noviembre. El domingo 7 de diciembre Vilar fue a misa a Saint-Étienne-du-Mont, y el cura leyó un comunicado del cardenal Dubois en el que criticaba aquel acto:
una montaña de tonterías; empieza así: «¡Qué espectáculo, este domingo, 23 de noviembre, en las calles de París (¡mira tú!)! Detrás del féretro de Jaurès, solemnemente trasladado al Panteón (¡de qué modo!), los mineros, etc. Lo que había tras ese féretro, según el cardenal Dubois, eran, comprendedlo bien, energúmenos, “comunistas” con la bandera roja, el martillo, la hoz, etc., o mirones sanguinarios... o imbéciles. Yo estaba perplejo; ¿qué soy yo, que estaba allí transportándolo? ¿Un imbécil, un sanguinario, un mirón?, ¿las tres cosas a la vez? En cualquier caso, el espectro del Soviet se agitaba furioso en el manifiesto de mi obispo (¡porque es mi obispo!) y la conclusión era una patética exhortación a la Unión sagrada, para la defensa de la religión, y sobre todo de la Patria, contra la Revolución y la Internacional, y del Orden (¡y de paso del Saco, sin duda!) contra la Anarquía».
Entre todos los sermones a los que asistió aquel año, que fueron muchos, los que realmente atrajeron el interés de Vilar fueron los del padre Sanson. Se trataba de un predicador que inició con gran éxito un ciclo de conferencias en Notre-Dame el 5 de febrero de 1925. Las impresiones sobre aquel fenómeno de masas que, al mismo tiempo, como se sabrá más tarde, representaba un fraude intelectual, ya que los sermones habían sido escritos por Laberthonnière, un teólogo censurado por la Santa Sede, irían cambiando de un día a otro. El primer día le causó muy buena impresión, oratoriamente, e intelectualmente. Y sabemos que el 11 de marzo había hablado «de la inquietud humana, general y continua». Vilar escribe: «yo no me inquietaba demasiado, y a pesar de ello ¡hubo un instante!». Aquel día el padre Sanson les había hablado de imperialismos y parecía situarse en la izquierda. Todo lo había dicho muy bien, y Vilar piensa que algunos de sus pasajes «morales» habrían encantado a la tía. Había hablado del cristianismo como «solución de la inquietud humana». Vilar solo le reprochaba algunas conclusiones demasiado individualistas y el hecho de no haber alentado suficiente «la lucha por la justicia». A la salida, pudo escuchar algunas discusiones entre Jóvenes Republicanos, por quienes sentía simpatías, y camelots du roi. El 26 de marzo el padre Sanson criticó, justamente según él, a Anatole France. Y hace este comentario: «habla como Herriot pero no me atrevería a afirmar que piensa como él...». Herriot era, en aquellos momentos, como veremos, además del primer ministro de Francia, su ídolo político.
Por la carta del 21 de abril, la primera que Vilar escribe después de las vacaciones de Pascua, sabemos que la tía le había pedido que no se metiese en política, y también que en el mismo viaje no había sido del todo obediente. Calló ante los improperios lanzados contra Herriot por un pasajero, pero no pudo evitar una discusión política con un compañero del liceo de Béziers. No estuvieron ausentes, como solía pasar en aquel periodo, los elementos religiosos:
Robert me ha mostrado un artículo de Action Française, donde el padre Sanson recibía un fuerte rapapolvo. Él no había asistido a las Conferencias y hallaba el artículo admirable. Me vi obligado a rebatirle punto por punto, a partir de mis recuerdos.
LA MORAL LAICA
Pero puede que los fragmentos de las cartas donde se revela con más claridad la fuerte personalidad de la tía son los que nos la presentan, desde la mirada del adolescente, como una maestra defensora a ultranza de la educación moral laica. Podemos verlo, por ejemplo, en algunos comentarios sobre los deberes de filosofía. Al adolescente Pierre Vilar no le gustaban las clases de filosofía; ni en Montpellier ni en París, pero sabía que algunos de los temas tratados por el profesor Colonna d’Istria en las clases impartidas en la khâgne de París –como seguramente había pasado en las clases de filosofía de Montpellier– podían interesar a la tía como reconocida maestra de la moral laica. Por ejemplo, el 1 de marzo pedía el consejo de la tía, «especialista en Moral», sobre qué tema le convenía tratar desde el punto de vista de «la moral laica, porque es el del señor Colonna». Los temas de filosofía propuestos eran estos: «El deber a la sinceridad», «La idea de belleza moral», «Las sanciones interiores del saber» o «La naturaleza y las condiciones del progreso moral». De hecho, el 5 de marzo no solo había elegido, sino que ya había acabado el trabajo de filosofía sobre «la sinceridad a la manera de... Colonna» y entre paréntesis aclara «es decir, muy moral laica». Tres días después ofrecía a la tía un resumen que pensaba que podía interesarle.
He aquí para mi tía lo que he dicho sobre el deber de sinceridad:
1.ª) bella definición de la sinceridad, a mi manera, sin garantía legal; la sinceridad es la exacta conformidad entre el contenido de una conciencia y aquello que deja aparentar; 1.º) hacia uno mismo en sus pensamientos; 2.º) hacia los otros por medio de palabras y escritos.
2.ª) realizar esta conformidad es un deber: Marco Aurelio dijo «el alma se deshonra a sí misma cuando, con disimulo, miento para fingir algo», Kant dijo algo análogo: ninguno de ellos explica por qué; pero he aquí la teoría de Kant: y yo la sirvo en una página: no se sostiene en pie, pero finjo (¡oh Marco Aurelio!) tomármela muy en serio.
3.ª) pasamos del punto de vista especulativo de los filósofos al análisis psico-moral: dos partes:
Primera parte: importancia de la sinceridad en la vida interior y la moral individual:
– la vergüenza de la mentira
– la sinceridad hacia uno mismo
– sinceridad intelectual (ataque contra el esnobismo)
– sinceridad sentimental
– sinceridad moral (no rechazar la voz de la conciencia, no discutir con ella) (Colonna cree que habla, la conciencia, como tú, mi querida tía).
Conclusión: la sinceridad interior como condición necesaria de progreso moral individual.
Segunda parte: importancia de la sinceridad de los hombres en la vida social.
– Necesidad de la confianza en la edificación de las sociedades: (ataque... contra la diplomacia secreta).
– Relaciones de la sinceridad con el coraje: el miedo como causante de la mentira.
– Relaciones de la sinceridad con la razón: la pasión como causante de la mentira.
– Análisis de la hipocresía: sus efectos sociales.
Conclusión: sociedad ideal = sociedad que hará necesaria la sinceridad entre los hombres.
Conclusión general: la sinceridad interior como condición del progreso moral individual, y, por medio de esta intermediación, como condición del progreso moral social.
Diou! qu’aço es ben, la morala!
Françoise Vidal debía de leer con satisfacción esta carta. Y no solo por el ingenio del sobrino, que el tono irónico no desmentía. El tema elegido no era un tema menor en filosofía, pero seguramente aún lo era menos en la sólida relación que habían conseguido establecer tía y sobrino, basada en una educación moral laica de alto nivel sobre la que ciertamente Vilar ironizaba, pero que incluía y exigía, desde que Pierre había viajado a París, la sinceridad epistolar.
LOS ACONTECIMIENTOS
La correspondencia permite ver que la llegada a París no cambió, de entrada, las ideas políticas de Vilar y que el joven llegaba muy politizado de Montpellier. Como los religiosos, los sentimientos políticos del joven Pierre Vilar tampoco resultarían singulares en el nuevo medio. Para la mayoría de los khâgneux, que eran católicos practicantes, los cantos litúrgicos no eran incompatibles con lo que parece ser su canto favorito: La Internacional. El 9 de octubre de 1924 Vilar explica que en el instituto de París estaban todos los periódicos imaginables, y comenta que por suerte solo los podían leer en los momentos de ocio. También dice que la mayoría de los khâgneux eran fanáticos de L’Oeuvre y Le Quotidien. Este último, fundado en 1923, parece ser también el periódico del núcleo familiar de Montpellier. Las tendencias políticas de Vilar eran pacifistas y de izquierdas, y tampoco parecían diferenciarse demasiado de las de sus corresponsales. Compartían tanto la veneración por un hombre muerto, Jean Jaurès, como la admiración por un político vivo, Édouard Herriot.
Para satisfacción de todos, pues, aquellas ideas y aquellos sentimientos tampoco resultaron ser demasiado originales en el contexto en el que Vilar había ido a parar, la khâgne del Louis-le Grand. Tal como él escribe el 8 de marzo de 1925, replicando a las noticias que corrían por Montpellier:
Respecto a las ideas socialistas, ellas no tienen necesidad de mí, Dios lo sabe, para extenderse en la khâgne, y ciertamente yo soy uno de los políticos más calmados que uno pudiera hallar aquí. Trufette recuerda sin duda el tiempo en que yo respondía con la Marsellaise de la Paix a las apologías guerreras de los camelots de 1º C, aquel tiempo feliz en que yo cantaba la Internacional con la boca cerrada, bajo la mirada enfadada de Trufette, entre Yvon Lunbaudt e Ivon Durieu, ante el inenarrable Calmette, y el pacífico Caillol que no podía disimular sus ganas de reír... y recibió algunos castigos a causa de ello.
EL «GRAN ACONTECIMIENTO»
La sintonía en las ideas políticas y en las creencias no se dio en el terreno de las emociones. La asistencia a determinados acontecimientos en la calle, que entusiasmó a Vilar, preocupó enseguida a las dos mujeres de Montpellier. El 18 de octubre, con motivo de la muerte y el funeral del escritor Anatole France, Vilar escribe: «no habría valido la pena estar en París si uno no puede explicar hechos históricos». Además, los liceos de París tuvieron fiesta aquel día, y la khâgne del Louis-le-Grand había enviado una delegación de 12 o 15 estudiantes a acompañar oficialmente el féretro. Él y tres compañeros más, Bacave, Delavenay y Jarno, decidieron seguirlo por su cuenta. Vilar dice que el espectáculo no le emocionó y «no es que quiera ser insensible a todo tipo de espectáculo importante de París». Quizá es, dice, porque en el fondo a él tampoco le gustaba demasiado Anatole France. Pero lo que no había conseguido Anatole France lo conseguiría muy pronto Jean Jaurès. El 18 de noviembre Vilar comunica la gran noticia: él tendría el honor de escoltar las cenizas de Jaurès, cuando fuesen conducidas con todos los honores al Panteón. Aquella mañana el ministro había pedido voluntarios para formar parte de la delegación de la khâgne que acompañaría el cortejo; él y Coulet consiguieron estar entre los tres delegados oficiales; entrarían dentro del Panteón y, de acuerdo con el programa que había leído en Le Quotidien, «la ceremonia será magnífica». Aunque de aquel mismo programa surgió una duda que le hizo temer que todo aquello no fuese demasiado oficial: «¿por qué tocan la Marsellesa en el momento de salir, y también en el momento de acabar? ¡Es duro de aceptar! A las armas, ciudadanos, la Patria, la Gloria; etc. ¿Dónde está el socialismo aquí? ¿Por qué no se toca la Internacional?».
El acto fue el domingo 23 de noviembre. La carta del día anterior fue una respuesta a una misiva repleta de temores llegada desde Montpellier, y por eso empezaba con un irónico: «Este es mi testamento». La tía parecía temer que hubiese un atentado. Él intentó tranquilizarlas y al mismo tiempo informarles de cómo se preparaba el acto:
iré detrás de los mineros de Carmaux, delante del coche fúnebre, lo bastante lejos del gobierno para no recibir las bombas a él dirigidas, y lo bastante cerca para tener el honor de verlo en persona; yo represento, con 15 camaradas de los liceos de París, la Enseñanza secundaria y sostendré, junto a ellos, el fragmento de bandera que irá a la cabeza del cortejo. Que la tía se tranquilice; los honores militares han sido reducidos al mínimum; y creo que las manifestaciones militares se limitarán a la interpelación del Gal de Saint-Just en torno a las medidas que cuenta tomar el Gobierno para evitar que el ejército nacional rinda los honores –aunque sea involuntariamente– a la bandera roja. Muy probablemente el señor Cachin interpelará al gobierno sobre las medidas que piensa tomar para evitar a la bandera roja el deshonor de ser saludada por el ejército nacional y todo el mundo estará contento.
El mismo día, al volver de aquella experiencia, Vilar escribió la carta seguramente más vibrante de su estancia en París, como lo dejan entrever sus primeras palabras:
de vuelta al liceo, aún no me siento capaz de hacer nada, y aprovecho este estado para comunicar mi entusiasmo: los periódicos van a sumergiros en grandes palabras; pero en cualquier caso no os dirán bastante; yo no me esperaba semejante grandeza; es verdad que tampoco me esperaba hallarme tan inmerso en la fiesta: mejor contar todos los detalles que hacer discursos generales.
A partir de aquí el relato es demasiado largo para reproducirlo entero, pero valdrá la pena resumir su contenido y entretenernos en algunos párrafos. Comieron a las once y cuarto, y a las once y media se encontraban en la Sorbona con los estudiantes de otros centros. Los colocaron al lado de los mineros, y a veinte pasos de Édouard Herriot y sus ministros. Era la primera vez que coincidía con el ídolo, que los saludó sonriente: «es extremadamente simpático, pero ¡no me pensaba que fuese tan gordo!». Desde que empezaron a marchar la multitud empezó a gritar «¡Viva Jaurès!». «¡Abajo la guerra!» y así durante dos horas. También había gente que gritaba «¡Viva Herriot!», y aún cuatro o cinco veces oyó el grito de «¡Vivan los soviets!». Él no pudo evitar una evocación histórica:
como que estos días estoy sumergido en la historia de 1830, no me ha costado nada comparar este momento con los cortejos de 1848 o los funerales del General Lamarque, con los estudiantes y los obreros llevando el carro de muertos al Panteón. Pero, afortunadamente, los agentes estaban con nosotros, y no corríamos ningún riesgo de ser masacrados, como los pobres republicanos en 1832.
Una vez dentro del Panteón –el cual Vilar encontró mucho más bonito que el día en el que, unos meses antes, lo había visitado con su hermana–, hubo cantos y músicas y a continuación el discurso de Herriot, que no le acabó de convencer:
ha estado bien, muy bien en ciertos momentos, pero finalmente, un poco oficial, un poco incómodo, no ha dicho todo lo que hubiera podido decir, me parece; ha insistido demasiado sobre Jaurès francés, sobre la patria; en el fondo, teme que mañana recaiga sobre él la indignación de los periódicos dichos patriotas, furiosos por los gritos pacifistas. Finalmente, se excusó bastante hábilmente de haber arrancado Jaurès de su cementerio meridional, de su catedral, diciendo que en el Panteón, se hallaría entre el viejo colegio, donde él había venido a terminar sus estudios, «este viejo colegio que acoge tantos jóvenes pobres y válidos» y esta École Normale donde se forma su inteligencia, etc., etc.
Después, la actriz Madeleine Roch recitó, según Vilar con demasiado énfasis, un poema de Victor Hugo maravilloso, que él no conocía, pero que parecía haber sido escrito expresamente para aquel momento, y que intentaría localizar para compartirlo con la tía y Marie. Antes de que saliesen, ya habían tocado la Marsellesa; después, cuando ya estaban en la calle, la gente cantó La Internacional; los compañeros que habían ido con los estudiantes republicanos y socialistas le habían dicho que no habían dejado de cantarla. Al llegar al liceo, también pudo oír las impresiones de los mineros, que durante dos o tres días se alojaban allí. En resumen:
jornada espléndida, que me ha hecho casi olvidar todo el aburrimiento que he venido sufriendo hasta ahora en París; pero estoy seguro de que mañana voy a aburrirme el doble; mi composición de historia estará allí para darme una distracción, y yo me interesaré más en ella en tanto que hoy habré vivido un poco de historia. En cualquier caso, estoy feliz de haber visto esto, porque no he tenido ninguna desilusión; las exequias de Anatole France sí constituyeron una; me había creído que pasarían grandes cosas y en el fondo solo hubo discursos. Esta vez es la verdadera ceremonia: la verdadera multitud, el verdadero entusiasmo; y además yo estaba bien situado. ¡Esto quedará grabado en mi memoria! y también tendré algunos recuerdos; os adjunto un pequeño fragmento de bandera que cubría el carro; el pequeño fragmento azul que yo llevaba: tengo uno de rojo que me ha pasado Coulet, que guardaré aquí; conservadme el otro, que es más personal; también conservaré la insignia que llevaba, y Le Quotidien y Le Peuple, que eran distribuidos en las calles, y que hablaban muy bien de Jaurès; finalmente, una postal que daban con Le Peuple, y que os envío: también he metido en la carta el fragmento del periódico donde aparece la foto, indicando el sitio donde me hallaba yo; espero que vayáis al cine y que me veáis; en las operaciones han filmado el cortejo y debemos ser fácilmente reconocibles, detrás del coche, sosteniendo la bandera.
Con todo esto, es probable que tengáis que pagar la sobretasa; ¡podéis hacerlo por Jaurès! Mientras tanto, podéis estar tranquilas, de todas maneras, no ha habido bombas ¡y yo estoy encantado! Me hubiera gustado ver a mi tía en medio de todo ello; ella habría gritado «Abajo la guerra», ¡estoy seguro de ello! Y mi hermana hubiera sido feliz –como yo lo he sido– al no oír a nadie gritar «Abajo los curas», como el 13 de mayo, y al ver incluso que algunas personas (yo he visto a varias) gritaban «Viva Jaurès» y al mismo tiempo se santiguaban al paso del féretro: esto me ha realmente impactado, sobre todo al verlo por tercera o cuarta vez. Signos de un nuevo estado de espíritu, sin duda: esperémoslo.
Esta carta, repleta de objetos extraños para ser incluidos en una carta, debió de espantar a los tres miembros de la familia de Montpellier. En la carta siguiente, del 27 de noviembre, Vilar tuvo que defenderse de haberla escrito. En cierta manera, se arrepentía, pero no renegaba de su entusiasmo.
no la he releído pero, escrita en pleno entusiasmo, ¡debe ser idiota! Soy capaz de haber hablado pomposamente, ¡yo también! Afortunadamente no era el único que estaba entusiasmado: aquella tarde intercambié mis impresiones con Bonnaud y Coulet, y ambos confesaron que no habían despegado los labios durante 10 minutos para no llorar: como no son más sensibles que yo, me han tranquilizado sobre mi equilibrio mental y admito que la emoción que sentía era natural (casi física incluso porque, sinceramente, de hecho solo pensamos en Jaurés de una forma muy vaga durante el cortejo) ¡pero qué marco! ¡Y, además, los gritos de la multitud a lo largo del trayecto! Lo recordaré durante muchos años.
Vilar aclara que el acontecimiento no fue vivido del mismo modo por todos los estudiantes del liceo. Uno de los que se encontraban situados al otro lado era el montpellierino Millardet, de quien da su versión de los hechos para rebatirla a continuación:
Millardet había estado entre la multitud y, primero por principios, pero también un poco porque él lo había encontrado realmente así, sostenía que había escuchado los argumentos más ridículos, que no había sinceridad, que la gente era idiota, etc., etc. Podía haber algo de cierto en ello, y yo no me atrevo a hacerme un juicio general sobre la manifestación a partir de lo que he visto; en el momento del paso del carro la emoción y el respeto evitaban naturalmente escenas burlescas. Pero ni Coulet ni Bonnaud, ni yo, que ocupábamos un rincón de la mesa, estábamos dispuestos a tolerar que se calumniara la manifestación. Respecto a Fabry, nuestro líder socialista de khâgne, estaba furioso, pero no podía protestar, de tan afónico como estaba de haber estado cantando La Internacional durante dos horas, al frente de los Estudiantes Republicanos y Socialistas. Parece que tuvieron un gran éxito; dicen que la gente era feliz de ver a la juventud intelectual a la cabeza de la manifestación.
La discusión se animó cuando otro de los compañeros, Pierre Andrieu, comenzó a entonar La Internacional y una treintena le acompañaron hasta los dormitorios. La cantaron muchas veces. Todo aquello, decía, le reconciliaba con el liceo; además, ahora se conocían más, y pensaba que eran muy pocos, tres camelots, los que osaban declarase hostiles al socialismo. En la misma carta respondía a las acusaciones de Montpellier de hablar demasiado de política: «si os hablo de política es precisamente porque hablo muy poco sobre ella de viva voz, y lo echo en falta». Y tranquilizaba a la familia: Jaurès no había perturbado su trabajo cotidiano: solo le dedicaría media hora más y sería para escribir en los Annales Khâgnales, una revista fundada el año anterior, las impresiones sobre aquel acontecimiento.
EL GRUPO DE ESTUDIOS SOCIALISTAS
Desde el punto de vista político, durante aquel curso, Vilar se sentiría atraído por dos movimientos: la Jeune République y los socialistas. Podemos hablar primero de la Jeune République porque, a diferencia del grupo de estudios socialistas, la atracción que Vilar pudo sentir por este movimiento y por su líder Marc Sangnier se limitó a aquel curso. Algunos domingos había encontrado, al salir de misa en Notre-Dame, a militantes de aquel grupo que repartían periódicos en los que fácilmente se citaba al padre Sanson, y sabemos que había buscado, y el 13 de diciembre encontrado, el «discurso sobre la paz» de Marc Sangnier, del que hace este resumen:
reconoce claramente la buena fe de Herriot, pero continúa siendo –en mi opinión– demasiado partidario de la ayuda al Vaticano y a las Congregaciones, cosa en la que yo no veo demasiada utilidad. Lo que está muy bien es su insistencia en querer destruir aquello que denomina la «funesta asociación de ideas», es decir, la confusión de todo católico con un reaccionario y todo tipo avanzado con un ateo. Tiene razón, en este punto, y parece muy elocuente. Si se presenta la ocasión, iré a escucharlo, ¡debe de ser interesante!
El contacto de aquel movimiento en el Louis-le-Grand fue Henri Fréville, futuro historiador. El 18 de noviembre lo invitó a la «Maison de la Découverte», la sede del movimiento, en el boulevard Raspail. Pudo admirar la organización: cooperativas, bibliotecas, restaurantes; también vio a un profesor del Henri IV que daba clases gratuitas de latín, y sospechó que lo hacía para atraer adeptos. También él pensaba que iban detrás de él para ficharlo, pero tenía claro que no lo lograrían; encontraba simpático al grupo y le gustaba oír a aquella gente hablar de «Marc» con tanta familiaridad, pero los consideraba «infantiles».
La iniciativa del grupo de estudiantes socialistas, liderados en el liceo por Maurice Fabry, también futuro historiador, dejaría una huella más fuerte. El 9 de octubre de 1924 Vilar explica que Fabry, que hacía política y, según él, quizá hacía demasiada, les había convocado para explicarles que los normaliens querían contactar con ellos para formar un grupo político. Él iría, dice, para ver de qué se trataba, pero no pensaba implicarse. El 11 de octubre describe así la reunión con una nueva comparación favorable a Montpellier:
¡más gente que se toma demasiado en serio! Saben construir frases, hablar con agudeza, pero creo que desde el punto de vista de organización e influencia política, no llegan a la suela del zapato de los sencillos estudiantes de Montpellier, Escarguel y otros, que parecían menos afectados. No han decidido nada; la mitad de la clase parecía tomárselo en broma; hay algunos políticos exaltados; se trata de buena gente, ciertamente los chicos más simpáticos de la clase, ¡pero poco sólidos! ¡Y los normaliens que han venido aún me han parecido más suficientes!
Los normaliens de los que habla Vilar son Lefranc y Le Bail. Lefranc había leído una especie de proyecto de estatutos; se programarían actos los jueves por la tarde; se alternarían las conferencias de tipo político y las de tipo más académico, que tratarían sobre métodos de disertación francesa, filosofía, etc. Aunque, como veremos a continuación, y como el propio Vilar reconocería muchos años después, este grupo de estudios socialistas jugará un papel importante en su formación política, la impresión inicial no fue demasiado buena: «los normaliens quieren hacerse los importantes» y, volviendo a hacer referencia a un viejo conocido de Montpellier, exclama: «¡y este es el medio intelectual del que me había hablado Reverdy!».8 Por suerte, continuaba Vilar, aquellos normaliens eran de primer curso, y por lo tanto, «aún estaban imbuidos por la gloria del Concurso». Y acaba: «espero que se salga de la École con otro espíritu que con el que se entra». Pero es posible que el acontecimiento de Jaurès le animase a familiarizarse pronto con el grupo. Así, el 4 de diciembre explica que irá a escuchar a un normalien sobre «Tendencias actuales de la Política» y una conferencia sobre Jaurès, añadiendo además: «eso me hará pasar una hora agradable sin duda». Podemos seguir las actividades del grupo prácticamente semana a semana. En el cuadro I podemos ver los temas de las conferencias a las que sabemos, por las cartas, que asistió Vilar.
Cuadro 1. Conferencias del Grupo de Estudios Socialistas (1924-25)9
Fecha de la conferencia (o de la carta en la que se habla) | Conferenciante | Título o tema |
27 de noviembre | Sylvain Broussaudier Georges Lefranc | La obra de Jaurès Jaurès y la guerra |
4 de diciembre | Tendencias actuales de la política | |
11 de diciembre | Maurice Larroutis | La política social y la Jeune République |
8 de enero | Jean Casevitz | La sombra de la última asamblea de La Sociedad de Naciones |
18 de enero | Jean Longuet | Los trabajadores ingleses |
8 de febrero | Charles Gide | La cuestión financiera |
22 de febrero | Gaston Jèze | Las cuestiones financieras |
26 de febrero | Métodos de socialismo | |
4 de abril | Étienne Antonelli | Las tendencias actuales del socialismo |
26 de abril | A. Francillon | La reforma del Senado |
10 de mayo | J. Florence | El fascismo |
El largo comentario que Vilar ofrece sobre la conferencia del 18 de enero de 1925 de Jean Longuet, sobre los trabajadores ingleses, servirá para ilustrar los aspectos formativos de aquel tipo de actividad. Vilar explica que aquel político, habituado a hablar a gente más informada política que históricamente, había decidido exponer la historia del socialismo inglés, y seguramente no sabía que muchas de las cosas que explicaba los oyentes las acababan de ver en un curso de Roubaud. Pero su relato tenía más vida que el de Roubaud, y Vilar piensa que eso le permitiría retener mejor un cierto número de hechos interesantes. Puede ser, dice, porque Longuet, yerno de Karl Marx, e hijo de un socialista francés que había combatido en la Comuna, había pasado su infancia en Inglaterra con su padre exiliado, y había conocido así a muchas personalidades del mundo laborista. De manera que su conferencia había resultado interesante, especialmente gracias a sus recuerdos personales. Y lo habría sido más, añade Vilar, si hubiese ahondado en los aspectos políticos.
Otras veces, las reflexiones tienen un carácter más presentista, pero no por eso son menos interesantes. El día 12 de febrero, por ejemplo, Vilar habla de la decepción que había causado entre los socialistas el escepticismo de Charles Gide, «un economista de izquierdas», ante el eventual impuesto sobre el capital, que figuraba en el programa del Gobierno. A veces había habido sorpresas. Así, a mitad de la conferencia de Gaston Jèze, profesor de la Facultad de Derecho de París, del 22 de febrero, había llegado el diputado Yvon Delbos. También sabemos que Vilar encontró divertida, pero no apasionante, la discusión entre el normalien socialista Le Bail y un exobrero comunista, y que para él lo más interesante de la conferencia de Francillon, un alumno de la École de Saint-Cloud, que preparaba a futuros maestros, sobre el Senado, había sido el debate, donde se había planteado la necesidad de la pura y simple supresión de aquella institución.
LA DECEPCIÓN DEL CARTEL DES GAUCHES
Édouard Herriot, primer ministro de la República desde la vitoria del Cartel des Gauches, en junio de 1924, hasta abril de 1925, es uno de los nombres que más aparecen citados en las cartas de aquel curso. El día de Jaurès, Vilar lo saludó personalmente. No fue la única ocasión en la que coincidieron. El 5 de febrero escribe desde la sala de sesiones de la Cámara de Diputados, a pesar de que tuvo que marcharse antes de que Herriot hablase. El 8 de febrero hay otra alusión al político:
La tía ya no volverá a decir que Herriot no tiene tiempo para ocuparse del pan: ha prometido algunas medidas de Salud Pública; pero no llegará hasta el fin, requisar el trigo, suprimir a los intermediarios, aguillotinar a los especuladores, reclamar el impuesto, el impuesto sobre el capital, y la ley del máximum. ¡Ah!, como diría el señor Mathiez, ¡nos convendría un Robespierre.
El 20 de marzo, Vilar celebra que su tía «se declare periódicamente herriotista en sus cartas» y explica que Henri Fréville, el militante de la Jeune République, se había ofrecido a hacerlos entrar en la cámara. Finalmente, Vilar y sus amigos no pudieron entrar, pero eso no pudo evitar, tal como explica dos días después, discusiones en el liceo sobre el discurso de Herriot de aquel día sobre la laicidad. Nuevamente la valoración es entusiasta: «¡Yo he encontrado a Herriot superior! He sostenido que Herriot en absoluto ha insultado al cristianismo cuando ha opuesto el cristianismo de las catacumbas al de los banqueros y, a fe mía, creo que así lo piensan muchos católicos». Pero ya se estaba preparando la caída de Herriot y, por tanto, la primera decepción del Cartel des Gauches. El clima anti Herriot se podía palpar en muchos ambientes. El 21 de abril, en la primera carta que escribe después de las vacaciones de Pascua, Vilar explica que durante el viaje de Montpellier a París, se había tenido que morder la lengua, desde las 10 de la noche hasta media noche, ante la conversación de un individuo que «habría crispado a la tía y a la hermana, y a todas las herriotistas montpellierinas»:
Herriot aquí, Herriot allá (acababa de leer los argumentos en L’Echo de Paris). Ejemplo de razonamiento: es una vergüenza: ¡los patrones obligados a ir en los trenes en la misma clase que los obreros! Los obreros, los empleados ferroviarios viajan sin ninguna razón para hacerlo, para su placer, y los patrones (yo por ejemplo) ¡pagan y viajan por su trabajo! No se debería conceder permisos a los militares ni dar vacaciones a los jóvenes, para dejar que los comerciantes y los industriales, que son los que hacen la riqueza del país, puedan sentarse más cómodamente. Yo tengo un automóvil, no quiero gastar en gasolina, así que tomo la tercera clase en el ferrocarril ¡es una vergüenza que aquí vaya tan estrecho como esta gente que podría quedarse en su casa! ¡Y el vecino decía amén! ¡Y yo no le he estampado mi bastón en su cara! ¡Después diréis que no soy prudente como un santo! (sin contar esta que había olvidado: ¿Cómo queréis que Francia viva? ¡los obreros trabajan ocho horas! Antes trabajaban 14 o 16; entonces ellos no viajaban y se podía viajar. Eran los buenos tiempos [sic]).
Tened en cuenta, además, que en nuestro compartimiento ¡no había ni un obrero ni un extranjero!
El 23 de abril la decepción de Vilar es evidente: «sabed que renuncio a la política, después de la lectura breve de la Declaración ministerial: todo se ha abandonado, todo, el impuesto sobre el capital, reformas sociales, reforma militar, Alsacia, Lorena, cuestión del Vaticano (esto pasa mejor, ¡pero también es una renuncia!)». Y también: «¡Como Herriot ya no estará, yo no me ocupo de nada!». Una semana después discutió con la señora Billetdoux, en casa de sus parientes de París, porque, entre otras cosas, ella había insultado a Herriot (había dicho que era un hombre sin educación). La decepción sufrida quizá también explica que en las elecciones municipales del mes de mayo, Vilar pareciese volver a estar más interesado por lo que pasaba en Montpellier que en París.
Herriot no aparece solo citado como político, sino también como persona asociada al liceo Louis-le-Grand, ya que había estudiado allí. Los profesores no siempre hablaban bien de él. El 16 de noviembre Vilar comenta que Lemain, el profesor que el día de antes les había hecho la corrección de latín, tenía fama de hablar de política en las clases y se explicaba de él que en el año anterior solía hacer comentarios de este tipo sobre Herriot: «Ha acabado mal, el infeliz; hará caer a Francia, ¡y eso que fue colega mío!». Habían coincidido como profesores en la khâgne de Lyon. El 10 de diciembre son los recuerdos de un tío de Coulet, el señor Dupuy, el secretario de la École Normale Supérieure, los que emergen en las conversaciones, y Herriot también está presente en la clases de Charles Bioche, el profesor de matemáticas, que les había dicho que Herriot era muy tímido cuando preparaba el concurso.
Y, de hecho, Herriot fue el protagonista de uno de los últimos actos oficiales que tuvieron lugar en aquel instituto durante el curso 1924-25. Y lo fue junto a un grupo de camelots, como popularmente eran conocidos los estudiantes de extrema derecha o camelots du roi, es decir, los jóvenes militantes de la Action Française. En la khâgne Vilar solo había contado tres. Pero en el ambiente estudiantil de los entornos, los camelots hacían mucho ruido. El 29 de marzo había presenciado los alborotos por el caso de Georges Scelle, un profesor de derecho considerado demasiado progresista. Y hemos visto que el 5 de junio, el primer día del Concurso, también habían topado con un grupo de camelots. De hecho, durante aquel curso, Vilar había podido seguir de cerca la evolución derechista de las ideas políticas de jóvenes de su generación a través de la correspondencia con Pierre Caillol, el amigo íntimo de Montpellier, estudiante de Medicina. El 18 de diciembre de 1924 Vilar comenta así una de sus cartas: «se ha hecho anti-herriotista». El 16 de febrero de 1925 había recibido otra carta con cuatro páginas de política reaccionaria donde le declaraba haber sido obligado a entrar «¡¡¡en el Círculo Montalembert!!!», conocido por su reaccionarismo. En aquella carta Caillol, después de «insultar a Herriot y los extranjeros de la Facultad», le había escrito: «ya ves, es la discusión de la plaza Estrasburgo que continúa: ¡tú tienes la palabra!». Vilar aceptó el reto y le respondió con una docena de páginas, con la documentación necesaria «para rebatirle todas sus teorías políticas». El 10 de mayo otra carta de Caillol probaba, según Vilar, que cada vez era más reaccionario.
El 12 de julio de 1925, los camelots decidieron boicotear el discurso de entrega de premios que tenía que pronunciar precisamente Édouard Herriot en el liceo Louis-le-Grand. Después del alboroto, una treintena de estudiantes habían sido excluidos de la sala, y Herriot inició el discurso perdonando «con palabras evangélicas el comportamiento de la juventud que condena, sin conocerlas bien, ¡las ideas y los hombres!». Este es el resumen del discurso que ofrece Vilar:
consiguió articular un discurso, sobre los humildes y las élites; nos expuso de qué modo los grandes hombres, Napoleón, Gutenberg, Cristóbal Colón, habían tenido el camino preparado, y habían sido ayudados en sus carreras por pequeñas dedicaciones y genios humildes. Respondiendo gentilmente a Bioche, recordando sus recuerdos comunes, a veces con la sonrisa, dio paso, sin que lo pareciera, a la ironía; en un momento dado, citó una palabra de Napoleón, a una dama de su compañía que quería alejar del emperador a unos obreros que transportaban una piedra: «Señora, no insultéis jamás a aquellos que llevan una carga pesada». La alusión a su propia situación era clara y valió una ovación al autor. En fin, un discurso muy bueno, muy literario, tal vez demasiado y a veces un poco demasiado «normalien». No faltó nada, ni tan solo el «Viva Francia!» final.
Herriot, dimitido como primer ministro, era en aquel momento el presidente de la Cámara de Diputados. Pero es el Herriot intelectual, historiador, quizá más que el político, el que merece por última vez la admiración explícita de Vilar. Aquel discurso le merece casi un único reproche: quizá había sido un poco demasiado normalien. Vemos, pues, que Vilar se disponía a entrar en la École Normale con las mismas prevenciones que lo habían acompañado durante todo el curso. En el capítulo tercero veremos que en la etapa que se disponía a iniciar, la del normalien y universitario Vilar, a la decepción del Cartel des Gauches seguirá también la decepción respecto a Herriot y, en general, una radicalización de sus ideas políticas que le irán alejando también de sus corresponsales. Pero antes tenemos que referirnos a otro proceso paralelo y también radical: el desbanco de la Historia, como centro de interés de sus estudios, por la Geografía.
1 Pierre Vilar: Pensar históricamente. Reflexiones y recuerdos, Barcelona, Crítica, 1997, p. 65
2 Por ejemplo, el compañero de estudios y amigo de Pierre Vilar, Jean Bruhat: Il n’est jamais trop tard, París, Albin Michel, 1983.
3 Sobre la experiencia en este instituto, Pierre Vilar : «Témoignage: Un khâgneux des années 20», en Le Personnel de l’ensegnement supérieur en France aux XIX et XX siècles (dirección de C. Charle y Régine Ferré), París, cnrs, 1985, pp. 131-133.
4 Archives Nationales, École Normale Supérieure, dosier correspondiente a los exámenes de 1924. Desgraciadamente no se han conservado los informes relativos a 1925, el año en el que Vilar superó el concurso.
5 La tía Rose, también maestra de profesión, aunque en aquellos años ya no ejercía como tal, era viuda de Romain Vidal, hermano mayor, por parte de padre, de Rose y Françoise Vidal, fruto de un primer matrimonio de Adrien Vidal. En 1902 Romain Vidal había actuado como testigo en la boda de los padres de Pierre Vilar: tenía 37 años y estaba domiciliado en París, donde trabajaba como contramaestre de la Compañía del Norte.
6 Hemos podido seguir las notas de Vilar y de sus compañeros en los archivos del lycée Louis-le-Grand depositados en los Archivos Departamentales de París.
7 Véase Jean-François Sirinelli: Génération intellectuelle..., pp. 90-98.
8 Eugène Reverdy era un maestro de la escuela primaria de Montpellier que había perdido a un hijo normalien en la Primera Guerra Mundial y que había animado a Pierre Vilar a concursar para entrar en la ens. Lo explica Pierre Vilar en Pensar históricamente, p. 26.
9 Solo se nombran las conferencias a las que nos consta que Vilar asistió. Hemos procurado completar las referencias que da Vilar en sus cartas con los datos proporcionados por Jean-Fançois Sirinelli, en Génération intellectuelle..., p. 366. Cuando los datos no coinciden, hemos respetado los datos y las informaciones de la correspondencia.