Читать книгу El joven Pierre Vilar, 1924-1939 - María Rosa Congost Colomer - Страница 11

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Los estudios universitarios

En aquel tiempo, en Francia, para obtener la licenciatura en Historia, hacía falta superar cuatro certificados universitarios, con los exámenes correspondientes, y la realización de un Diploma de Estudios Superiores. Pero los estudios de una carrera de letras –y también de la etapa de normalien– culminaban de facto con la superación del Concurso de Agregación, que significaba el ascenso a una plaza de profesor de enseñanza secundaria. Para llevar a cabo todo eso, los normaliens tenían derecho a quedarse cuatro años en la École. Vilar dedicó dos cursos a la obtención de los cuatro certificados, uno a la redacción del diploma y el cuarto a preparar el Concurso de Agregación, que superó en julio de 1929. Los motivos para dejar el certificado de Geografía para el segundo año fueron el deseo y la voluntad de trabajar fuerte y brillar en la que muy pronto decidió que sería su especialidad y su profesión. Aparcaremos, de momento, el proceso de redacción del diploma porque, al tratar sobre Cataluña, merecerá un capítulo entero en la segunda parte de este libro y seguiremos, en cambio, el proceso de preparación de la Agregación, especialmente durante el curso 1928-29. En su conjunto, este capítulo intentará recrear, a partir de las cartas de Vilar a Montpellier, el clima de las clases, pero también de los exámenes y del trabajo en equipo en la Sorbona de los años 1925-1929. Y, al mismo tiempo, detectar, a partir de las inquietudes de un joven que decidió muy pronto especializarse en Geografía, los indicios de una renovación historiográfica que hoy nadie discute.

LA HISTORIA EN LA SORBONA

El 4 de noviembre de 1925 los nuevos normaliens ya se habían instalado en la École. Ningún otro conscrit, como se llamaba a los normaliens neófitos, proveniente del Louis-le-Grand, estudiaría Historia. Pero sí lo harían dos compañeros de Vilar de aquel instituto, Dhombres y Fabry, que no habían tenido suerte en el concurso. A principios del curso 1925-1926 los tres amigos se paseaban por las aulas de la Sorbona, intentando familiarizarse con el magno edificio, y eligiendo las asignaturas a partir de una guía que Vilar considera «más complicada que las guías que informan sobre los horarios de tren». De entrada, los programas no parecen apasionarles. Veamos cómo los lista. En la Edad Media: Invasiones y poblamiento de Europa (siglos IX y X), El régimen feudal, España de 711 a 1212, Sacerdocio e Imperio (1059-1268), Imperio Bizantino y estados eslavos de los siglos XI al XV, Francia e Inglaterra de 1290 a 1380, Italia en los siglos XIV y XV, etc. En Historia Antigua: Egipto y Babilonia, las guerras médicas, Atenas en el siglo V, la obra civilizadora de Alejandro y los diádocos («quai aço», escribe entre paréntesis) y la historia romana. En Geografía, la geografía general («relieve», aclara, también entre paréntesis) de Francia y África. Aquel primer curso, las clases de Geografía comenzaron con ocho días de retraso.

Los tres compañeros decidieron repartirse las veinte horas de clase semanales que les correspondía seguir. Vilar se saltaría las clases de Holleaux, de Historia Antigua, y Diehl, de Historia Medieval, que se celebrarían en la Sorbona, y que le hubieran obligado a hacer demasiadas idas y venidas; a cambio de los apuntes de aquellas clases, que le pasarían Dhombres y Fabry, él les proporcionaría el material de los seminarios de Glotz y Jordan, que tenían lugar en la École Normale. También intercambiarían los libros de las diferentes bibliotecas y cada uno comentaría para los otros y pasaría notas de los libros que fuesen leyendo. Vilar también entreveía que en historia medieval, Marie y él podrían ayudarse mutuamente en torno a la cuestión de la lucha sacerdocio-imperio, por ejemplo, que aquel año también entraba en el programa de la Agregación femenina. El 18 de noviembre confirma a Marie que su programa de Geografía también coincidía con los de Emmanuel De Martonne y Albert Demangeon en la Sorbona.

El 18 de noviembre Vilar escribe que «sin la historia moderna y la geografía, uno se volvería loco», y en la misma carta leemos: «la geografía me interesa en gran medida». El 26 de noviembre habla de la monotonía de los cursos de Historia: «El señor Glotz completa sus aventuras maravillosas de Choubli-Loubouma, rey de los hititas, Jordan las disputas de Enrique VI y todos los papas posibles e imaginables, y de Tancredo de Sicilia, y de la mujer de Enrique VI, etc.»; la ortografía hace suponer que era la primera vez que Vilar escuchaba el nombre del rey Suppiluliuma. La carta incluye una nueva comparación favorable a la Geografía: «De Martonne es claramente superior; trata sobre el relieve; y su curso sobre la India también está muy bien, y es muy nuevo para mí; lo llevaré a Marie por Navidad».

Durante noviembre de 1925 Vilar fue cambiando de ideas en función del ritmo de los certificados. El 14 de aquel mes, después de una entrevista con Roubaud, comenzó a ver claro que tendría que dejar algún certificado para el curso siguiente, y decidió que sería el de medieval, porque en las clases del profesor Jordan se sentía un poco perdido. La decisión de dejar Geografía para el segundo curso se alargó al menos hasta el 7 de junio de 1926, fecha en la que Viar escribe: «Por lo que respecta a la geografía, todas las manifestaciones geográficas me demuestran mi nulidad, y, en ausencia de Demangeon, lo mejor será que me abstenga de presentarme ante las caras patibularias de Gallois y de De Martonne». Y veremos que, de hecho, no se presentará a los exámenes de Geografía hasta junio de 1927.

Superar los certificados significaba superar los exámenes finales de cada materia. No obstante, a pesar de que parte de la preparación de los certificados fue muy orientada a la preparación de aquellos exámenes, pienso que es interesante fijarse, también, en los contenidos de los temarios, porque son estos contenidos los que nos pueden ayudar a recrear la tendencia o las tendencias historiográficas dominantes en la Sorbona de aquel tiempo. El año anterior, siendo aún lycéen, Vilar había comparado repetidamente los métodos de Roubaud y Fliche, el profesor de Montpellier. Los dos métodos parecían muy alejados de las propuestas que Bloch y Febvre materializarían en enero de 1929 en la revista Annales d’histoire éconimique et sociale. La génesis de aquella revista ha sido objeto de muchos estudios y, en cierta manera, la importancia que algunos de los profesores de Vilar, por ejemplo los de Historia Antigua, otorgaban a los aspectos económicos y sociales en las clases, o en los exámenes, parece dar la razón a los estudiosos que insisten en presentar el nacimiento de aquella revista como la culminación de un proceso que venía de lejos. A pesar de ello, puede ser interesante reseñar aquí, antes de adentrarnos en cada materia, la impresión que causó al joven Vilar el primer contacto con Charles Seignobos, el representante del método histórico dominante y, por lo tanto, uno de los futuros blancos de la crítica annalista. En la khâgne, Vilar había utilizado algunos de sus manuales para la preparación del examen de Historia del Concurso. En la Sorbona, Seignobos hacía un curso breve de Iniciación histórica. Vilar dejó testimonio de una de sus clases en una carta del 14 de noviembre de 1925:

Seignobos es un venerable anciano muy simpático, capaz de construir frases muy divertidas, sobre todo cuando, como Roubaud, no sabe que lo son. Titubea terriblemente, el pobre; además, lo ignora todo sobre la química; fijaos lo que nos ha dicho: «los hechos históricos no se analizan como se analiza la potasa, por ejemplo, en química; el químico toma la potasa y luego separa el potasio, y después, y después... bueno, bueno, y... y, finalmente, lo, lo, ¡lo restante!». Creía que me iba a morir de risa. Su curso, por otro lado, no deja de tener interés, por los detalles prácticos que aporta sobre la organización de nuestro trabajo; pero solo se dará durante el mes de noviembre.

Esta imagen de un Seignobos carcamal, envejecido, sería ratificada cuatro años más tarde, cuando Vilar explique una de sus disertaciones en los cursos de preparación de la Agregación, como veremos en la parte final de este capítulo. Pero ahora nos limitaremos a las clases preparatorias de los certificados, siguiendo el orden cronológico, no en relación con las materias, sino en relación con el orden en el que Vilar preparó y pasó los certificados.

HISTORIA MODERNA Y CONTEMPORÁNEA

Si algún certificado tenía claro Vilar desde el principio que tenía que pasar el primer año de la École, este era el de Historia moderna y contemporánea. Confiaba en los esfuerzos hechos en la hkâgne en este terreno, de la mano de Roubaud. Pero, al mismo tiempo, aquellos esfuerzos hacían difícil que se entusiasmara demasiado en la preparación del examen que se celebraría durante el mes de marzo de 1926. Solo un tema parecía mantener todo su interés, y este era el de la Revolución francesa. Vilar y sus compañeros escogieron sin reservas los dos cursos de Philippe Sagnac que trataban aquel periodo, con estos títulos: «Explicación práctica de textos del periodo revolucionario» y «Los orígenes de la obra de la revolución». En la primera materia, el primer día de clase, una estudiante expuso los resultados de su diploma sobre Los nobles en Borgoña en 1789, y Sagnac encargó a Vilar –porque había buscado un normalien y él resultó ser el único en aquella clase– una disertación sobre el decreto del 10 de agosto de 1789 sobre la Grande Peur, para ocho días después. Le dijo que no se preocupase demasiado, que no tendría que hablar solo él, que discutirían juntos y que, para prepararlo, fuese a ver a Lucien Herr, el bibliotecario de la École, que le indicaría los libros que debía consultar. Este primer contacto con Lucien Herr no dejó indiferente al joven Vilar:

Herr es el único personaje interesante de l’École; en cuanto me ha visto entrar en la Biblioteca, ha venido hacia mí, ofreciéndose a hacerme de guía; hemos estado hablando durante largo tiempo; para mi felicidad, me ha aconsejado expedir lo más rápido posible los certificados.

Por lo que respecta al segundo curso de Sagnac, sabemos que el primer día trató sobre «el espíritu revolucionario; los orígenes y transformaciones desde los años anteriores a 1789 a la Restauración». La clase había sido interesante, decía Vilar, y Sagnac había dicho cosas nuevas sobre el papel de la francmasonería en la formación de las ideas revolucionarias, a partir de un libro aún inédito, pero a punto de salir, de Gastón Martín, profesor de Toulouse. El 14 de noviembre describe su primera exposición:

En la clase de Sagnac, hice mi exposición: después, como él había dicho, él inició un coloquio conmigo: preguntas, respuestas, sugerencias; muy interesante, y yo tenía cosas a decir sobre todas las cuestiones a partir del libro que había leído. Él parecía muy contento; pero la hora ha sonado en medio de la explicación y deberé continuar el próximo viernes. Sagnac me trata con tanta familiaridad que parece que no ha conocido a nadie más. Es divertido, simpático, y no es comediante ni pomposo.

Los cursos de Sagnac fueron manteniendo el interés de Vilar. El 14 de enero de 1926 escribe a su padre que espera con ilusión una lección de Sagnac sobre el Tribunal revolucionario. Pero sabemos por una carta escrita a la tía y a la hermana, tres días después, que aquella clase resultó muy decepcionante. Disertó sobre el tema un abogado, un historiador amateur, «del tipo que hace frases y nada más. Ninguna precisión, nada, no me ha enseñado nada nuevo», señaló. Sagnac lo criticó y les proporcionó «datos interesantes». El 21 de enero Vilar se pone claramente al lado de Sagnac, cuando Marie le dice que a Fliche, el profesor de Montpellier, no le gustaba su interpretación sobre la Revolución francesa. Aquel mismo día el profesor de la Sorbona les volvió a hablar de la tesis de Martin sobre Jean-Baptiste Carrier y les dijo que solo había obtenido un «honorable», en lugar de «muy honorable», porque tenía defectos formales y que, por esta razón, Martin tardaría más en obtener la plaza de profesor en Toulouse. El libro era bueno, decía Sagnac, y él había intentado que le pusiesen la máxima nota, pero no lo había conseguido. Había explicado eso en clase para que los estudiantes tomaran nota.

El 4 de enero de 1926 Vilar había empezado a repasar el curso de Roubaud sobre el siglo XIX, que pensaba completar con el curso de Émile Bourgeois, uno de los profesores que, probablemente, informó, estaría en el tribunal del certificado. El 31 de enero confesó que estaba pasando unos días un poco apáticos: «intento ver un poco de Historia Moderna: Richelieu, Mazarino, Luís XIV, pero no me gusta demasiado este periodo». Por una carta del 18 de febrero, cuando las fechas del certificado se acercan, sabemos que Bourgeois no le merecía muy buena opinión, y lamentaba que en su momento no hubiese sido elegido senador, lo que le habría alejado de la Sorbona y de los tribunales. El 25 de febrero de 1925 vuelve a decir que el trabajo de preparación del certificado de Historia moderna y contemporánea le aburría mucho: «¡si pensáis que me interesa el curso de Roubaud sobre la guerra de Crimea, la unidad alemana o la monarquía de Julio! ¡Como si no hubiese tenido una indigestión en el último año!». Y tres días después reconoce que, de hecho, solo había trabajado sobre el siglo XIX pero, como el examen consistía en la realización de un tema a elegir entre cuatro, esperaba que al menos uno de los cuatro fuese de aquel siglo. Y si no era así, suspendería, lo que quizá no sería tan negativo, se consolaba, porque tal vez le haría venir ganas de trabajar: «¡Del curso de Roubaud, comprendedlo, estoy harto! Y Malet tampoco me apasiona demasiado. Cuando tomo el Lavisse, va todo lanzado; ¡solo que eso no se acaba nunca! Y yo quiero que eso se acabe pronto; pasado mañana estaré tranquilo por el escrito, 10 días después será el oral».

El relato del examen escrito lo encontramos en la carta del mismo día del examen, el 2 de marzo de 1926. Eran muchos, más de 150, en la sala. Les habían proporcionado una cronología muy completa, la misma que Vilar había tenido en el Concurso de Montpellier. Los cuatro temas fueron estos: 1) Organización financiera de Francia bajo Luis XIV, 2) Alemania de 1740 a 1789, 3) La obra de Camilo Cavour y 4) Política europea y cuestiones coloniales de 1885 a 1914. Vilar no se queja. Los dos primeros temas no le gustaron demasiado, pero el tercero y el cuarto estaban a su alcance. Como la cronología se detenía en 1881 se decidió por el político italiano:

En resumen, he elegido Cavour, pero aunque sabía algunos detalles que me hubieran permitido clasificarme muy bien, la cronología también los proporcionaba, de modo que todo el mundo los habrá puesto; mi plan, creo, es bueno; por otra parte, muy simple; pero como forma y presentación, mal, porque he querido reflexionar sobre todo, meterlo todo, clasificarlo todo, y solo disponía de dos horas para la redacción. Pero, finalmente, serían muy cerdos si no llegaran a ponerme la nota media. No me sabe mal, porque he tenido las dos preguntas que tal vez mejor sabía. Así, pues, si no está bien, bien hecho, no es culpa de mi trabajo, sino de mi inteligencia y de mi estilo. Y ahora, hacia el oral, al menos así lo espero. En cualquier caso es necesario que trabaje, y esto no es tan divertido.

El 10 de marzo de 1926 Vilar comunica, entre muchas otras cosas, y como si no le diese demasiada importancia, que él y sus amigos más próximos, entre los cuales ya estaba el normalien Jean Bruhat, habían superado, junto a 56 estudiantes más, el examen escrito:

hemos constatado los 4, los 4 historiadores inseparables, el grupo frente único Bruhat-Fabry-Dhombres-Vilar, que no había ninguna necesidad de haber leído 7 veces la Historia contemporánea y 7 veces la Historia moderna, o inversamente, ni de saber de memoria las guerras de religión según Lavisse, para tener un admisible en Historia en la Sorbona.

En la misma carta vemos que Vilar está preparando el oral con los dos manuales Lavisse, el de Luis XV y el de Luis XVI, la Revolución de Sagnac –correspondiente, dice, a los cursos de Sagnac i Pagès– y la revisión del siglo XIX de Roubaud; pero confiesa que si le preguntan sobre Carlos V o sobre las Provincias Unidas, se tendrá que retirar dignamente. Finalmente el 13 de marzo explica cómo fue la prueba. El viernes habían comenzado los interrogatorios. Había tenido suerte con el tribunal, porque estaba Sagnac, que era «la gran esperanza del sindicato de los cuatro», como nombra esta vez al grupo formado por él mismo, Fabry, Dhombres y Bruhat. Los otros dos miembros del tribunal eran Hauser, un «viejo» que Vilar consideraba bien preparado, y Robert Guyot, el nuevo profesor que había substituido a Seignobos. Aquella mañana habían pasado Bruhat y Dhombres. Vilar escuchó la exposición de este último, ante Sagnac, sobre los Bienes Nacionales. Reproduce la escena con humor:

«Señor Dhombres, ¿qué le interesa?». «La revolución, Señor», «¿Y dentro de la revolución?». «La cuestión social, religiosa y financiera, Señor». Y empieza a recitar todas las anécdotas de la tesis de Lefebvre (¡7 a 800 páginas en octavo!). Era divertido, los otros 2 estaban estupefactos... El señor Guyot formula, para poder valorar mejor la situación, preguntas como esta: «¿Qué hacía Arthur Young en lo civil?». Pero Sagnac, que ni él mismo lo sabe, protesta. Finalmente, Dhombres es felicitado por Historia Contemporánea; el resto no debía ser brillante, porque no tiene mención...

Por la tarde, había sido su turno. Cuando Sagnac vio llegar a Vilar, a las tres de la tarde, se levantó y fue hacia él para tranquilizarlo: tenía muy buena nota en el escrito. Le recomendó que fuese a pasear y que no volviese hasta tres horas después. Cuando volvió vio cómo Guyot protegía a las estudiantes de Fontenay, que elegían todas Estados Unidos, sin saber ni una cuarta parte del curso de Roubaud. Hauser, por su parte, había protagonizado diálogos como estos: «Un parlamento, ¿qué era?». «Un Tribunal, señor», «Muy bien, señorita». «Un Tribunal, ¿por quién estaba formado?», «Por jueces, señor». «Perfecto, muchas gracias». En un momento dado, para que la estudiante llegase a nombrar Valencia como una ciudad española, Hauser había invocado sus famosas naranjas, y dado que este medio no había sido bastante eficaz, Guyot había añadido: «a ver, un one-step de moda», «Ah, sí, Valencia». Y Guyot, para ayudar a otra chica que ignoraba cómo se nombraba la circunscripción de un intendente, había dicho: «a ver señorita, ¡no se pierda en generalidades!». Después de haber visto eso, y con la confidencia que le había hecho Sagnac unas horas antes, afrontaba aquella prueba con tranquilidad. Pero Hauser lo desarmó en seguida:

me ha preguntado: la formación de las provincias de Languedoc, Bretaña y Provenza en Francia; sus fechas de anexión al reino, las sucesiones, los matrimonios, las conquistas, ¡desde la edad media a los inicios de la moderna! Me ha sofocado. Sagnac mugía como una vaca. En cualquier caso, he hallado el medio de explicarle cosas divertidas sobre Languedoc, un gran discurso sobre la Cour des Aides de Montpellier me ha rescatado y me ha hecho subir en su estima; de hecho, era la primera vez que me daba cuenta de la existencia de esta venerable institución pero he interpretado el papel de un tipo que tiene documentos locales muy valiosos.

Vilar obtuvo la mención «Bien». Le daba rabia pensar que sin las preguntas de Hauser hubiese sacado un «Muy bien» (Très bien), pero también consideraba que, de hecho, la mención «Bien» era suficiente, teniendo en cuenta su ignorancia sobre el periodo 1492-1715. Claro que, si se comparaba con el conjunto de estudiantes, la tenía bien merecida. Fabry y Bruhat tuvieron un «Bastante bien» (Assez bien) y Marrou, como era de esperar, un «Muy bien». El suyo no había sido el único «Bien», también lo habían sacado Mendès-France, presidente de la Liga Universitaria Republicana y Socialista, aclara, y una joven estudiante que había hecho justamente una exposición sobre Mirabeau en el curso de Sagnac.1

HISTORIA ANTIGUA

El siguiente certificado que Vilar se proponía superar durante el primer año en la Sorbona, si bien en la convocatoria de junio, era el de Historia antigua. Los profesores eran Jérôme Carcopino, de Historia de Roma, Isidore Lévy, de Egipto, y Gustave Glotz y Maurice Holleaux, de Grecia. La primera referencia que tenemos es sobre el curso de Holleaux, sobre Historia griega: el primer día encontró al profesor «poco serio», pero pensó que el curso le podía resultar útil y divertido. El 12 de noviembre comenta la clase de Glotz en la École: «nos ha mostrado el número exacto de higueras, de cepas y de granados que había en tal o cual propiedad o en tal o cual templo de Delos». El 18 de noviembre Vilar explica que Glotz les hablaba tanto de los francos y céntimos que costaban las propiedades minúsculas de Delos, como de los reyes hititas. Aquí Vilar ofrece una segunda versión del nombre Supiluliuma y podemos sospechar que escribía mal el nombre expresamente. Aquel mismo día criticó a Carcopino porque se dedicaba demasiado a oponer sus propias tesis a las de «tal o cual sabio alemán o italiano». El 16 de diciembre de 1925 deja constancia, con ironía, de las «últimas novedades» de Glotz y de Carcopino: el primero había dicho que «los jónicos sembraban cereales y recogían vino»; el segundo que los romanos «calculaban la edad de las magistraturas legales, es decir, según la edad que los ciudadanos tenían en su nacimiento, pero cinco después del servicio militar...». El 13 de enero de 1926 comenta que había asistido a la primera lección interesante de Lévy, que había tratado sobre la lectura de los jeroglíficos, «con analogías claras con los crucigramas», y el descubrimiento de Champollion. El 27 de enero critica los cursos de Glotz y Carco, porque «tienden solo a decir que en el año 700 como en el 200 antes de Jesucristo, como en 1925 después, solo ha habido en política una cuestión: los unos tienen el dinero y se aprovechan de los otros que no lo tienen pero que tendrían ganas de hacer lo mismo...». Y el 18 de marzo volvía a criticar que aquellos profesores se dedicasen más a su investigación que a sus clases.

El seguimiento de los cursos no fue la única vía de preparación del certificado. Entre las lecturas que acompañaban a aquellas clases, el 4 de enero Vilar destaca La Repúblique Romaine de Gustave Bloch. El 18 de abril, después de comentar que él y Bruhat habían tomado prestados muchos libros de la biblioteca, como así se puede constatar en el archivo de la biblioteca de la École, añade que ya había leído un pequeño volumen sobre la civilización sirio-babilónica, y estaba a la mitad del Guhl y Glotz sobre las civilizaciones prehelénicas.

El 14 de mayo Vilar y sus compañeros hicieron otro paso importante. Aquel día se celebró la primera reunión de cinco candidatos al certificado de Historia antigua. Bruhat, Fabry, Dhombres, Feuillatre y él decidieron trabajar seriamente y juntar esfuerzos y libros: reunirían todas las clases, todos los apuntes, todos los libros, bien resumidos, y expondrían temas. Él haría la primera exposición, sobre la Creta prehelénica. El 26 de mayo explica que Fabry había disertado sobre Roma antigua y que al día siguiente él hablaría de la colonización griega en los siglos VIII y VII. El trabajo colectivo se intensifica durante el mes de junio, en la medida en que se acercaban las fechas del examen.

El 7 de junio Vilar calculó que tenía un 84 % de probabilidades de suspender porque normalmente en Historia antigua no solía haber más de 10 aprobados sobre 75 u 80 presentados, y además con el tribunal previsto, con Holleaux, Carco y Lévy, las posibilidades aún eran menores. El 10 de junio Vilar lamenta, malhumorado, que dos días antes Carcopino hubiese empezado su clase sobre los Graco criticando a Gustave Bloch, el único historiador que él había consultado y que podía consultar sobre el tema. El trabajo común continuaba y unos a otros se pasaban recensiones sobre las colonias griegas, las instituciones de los Antoninos y la civilización de los diádocos, pero sin saber demasiado qué quería escuchar este «tribunal encantador, estas caras siniestras que se denominan Lévy, Holleaux y Carcopino» y con la certeza casi absoluta de que les tocaría un tema que, decía, citando la Revista musical de la École de dos años antes, «neque invenire potest mi Libio, neque mi Polybio, neque mi Holleaux, neque etiam mi Carcopino!». El comentario que seguía era muy contundente:

Estos señores tienen ideas personales, hallan risibles todas las de sus vecinos, no quieren revelar sus teorías a sus estudiantes, pero en el examen les exigen que las conozcan. Mientras tanto, estoy muy tranquilo, dispuesto a recibir de estos señores, con una amplia sonrisa, tanto un suspenso como felicitaciones calorosas.

Se pasaban los días preparando o escuchando exposiciones. Las cartas continúan dando testimonio de la preparación colectiva del examen, previsto para el 29 de junio. Así, el 13 de aquel mes:

Por la tarde, reunión en la Cité de 8 a 10 y media; exposición de Dhombres sobre la Institución de Atenas. El viernes lo mismo, disertación de Fabry sobre la crisis en Roma de 201 a 133. El sábado por la mañana, en la École, discursos de Bruhat sobre «Roma, de los Graco a Mario» y sobre la «Introducción de las religiones orientales en Roma». El resto del tiempo, he preparado mi exposición del martes sobre «Mario», y otra –mucho más complicada– sobre «la obra civilizadora de los Diádocos» para la cual estoy despojando tres volúmenes en alemán de Bloch y de Schubart, uno de Glotz más la tesis de Holleaux. Empiezo a interesarme por la Historia Antigua, lo que me consolará, si suspendo, de tener que continuar haciéndola.

El 17 de junio habían llegado a hacer una reunión por día y el programa iba avanzando. Vilar, por ejemplo, estaba leyendo en alemán el libro de Bloch sobre la civilización helenística y estaba aprendiendo cómo eran los comedores, las salas de juego, las cabinas de los grandes barcos transatlánticos de Siracusa (en el año 250 a. de C.), qué cobraban los maestros de la isla de Delos 300 años antes de Cristo y detalles de la «última moda» de Alejandría en la misma época, y afirma darse cuenta de que casi lo único que había encontrado interesante e inteligente en las clases de Holleaux se hallaba en aquel libro.

Al día siguiente, Bruhat les hablaría de las disputas en torno al cristianismo emergente, el concilio de Nicea, etcétera, lo que provoca esta comparación: «más que una facultad, aquello parece un Seminario». El 19 de junio Vilar continuaba leyendo a Bloch, Bruhat había hecho su exposición, las reuniones de Historia antigua se multiplicaban y el programa se alargaba. Vilar aseguraba conocer a fondo tres temas y tenía muchas posibilidades de que saliese alguno de ellos, pero en caso contrario, decía, suspendería.

El examen tuvo lugar, como estaba previsto, el día de su santo. La carta escrita al día siguiente confirma que no había habido ninguna sorpresa:

podía haber previsto este tema desde Octubre: Catón el Viejo. Todo el curso de Carco. No me puedo quejar, después de tantos temores. De todas maneras, dos peligros: 1.º) me olvidé absolutamente de hablar sobre Catón ciudadano y agrónomo y hablé únicamente de Catón político; pero parece que Carco da tanta importancia al uno como al otro. ¿Así, pues? 2.º) hay algunos que se saben de memoria el curso y lo habrán seguido tan exactamente que Carco, tal como yo lo conozco, solo podrá ponerles 18, y como será necesario suspender a algunos...

Por la tarde, había tenido lugar la prueba de versión latina, que Vilar había encontrado demasiado fácil teniendo en cuenta que podían disponer del diccionario y tuvieron cuatro horas para hacerla. El comentario tendría aquí la máxima importancia, y él no estaba demasiado satisfecho del suyo. El 2 de julio aporta más detalles sobre las dos pruebas:

cuando el tipo leyó «Catón el Viejo», experimenté un gran alivio. Pero cuando vi a ciertos sorbonnards y sobre todo sorbonnardes fregarse las manos y precipitarse sobre su papel, me dije «Mira que eres tonto. Hace 6 meses que veías que este tema era el único posible, y vas a necesitar reflexionar sobre él. Deberías saberlo de memoria, en lugar de haber leído el libro sobre la República Romana, y haber traducido decenas de páginas del libro alemán sobre los Diádocos». A pesar de ello, sabía el tema, y he intentado tratarlo de forma inteligente. Solo que, un poco fastidiado por la idea del curso de Carco, di un paso en falso como mi hermana el año pasado: fascinado, no reparé que podía dedicar una parte del tema al Catón literato, Catón agrónomo, etc.; parece ser que Carco había hablado de ello; yo no le había dado importancia, no he sido el único; el más preocupado es Marrou; ¡a ver qué va a pasar! Por la tarde, la versión, ya os lo he dicho, demasiado fácil; como les habrá ido bien a todos, cualquier error será tenido en cuenta y los comentarios tendrán importancia. Si reflexiono sobre ello, no estoy descontento; he hallado al autor y la obra, un poco por suerte, he discutido los detalles más precisos y he resumido, de acuerdo con las conferencias de Holleaux, que había dejado de seguir, juzgándolas inútiles (solo críticas de textos); 6 meses sobre un pasaje de Herodoto.

El lunes siguiente conocerían los resultados de la prueba. Mientras tanto, preparaban el oral; aquella noche se volverían a reunir para hablar de Historia de Egipto.

El 8 de julio, Vilar escribe a su padre que solo 25 de los 70 estudiantes que se habían presentado al primer escrito habían conseguido el certificado. La carta del día siguiente a su tía y hermana nos permite conocer la secuencia de los hechos: el lunes por la mañana, en la Sorbona, el secretario de Historia antigua había listado los nombres de los que habían superado la prueba escrita: eran pocos, pero estaban Bruhat, Dhombres, Fabry, Feuillatre y él. El oral era al día siguiente por la mañana. Por la tarde se sumergió en sus apuntes. Por la noche, él y Bruhat se preguntaron mutuamente. Vilar describe con detalle cómo trascurrió el oral del primer día, el martes. Los profesores, dice, parecían disfrutar haciéndoles notar que no habían seguido sus propios cursos. Bruhat, a quien no le había ido demasiado bien con las preguntas de Lévy y Holleaux, había remontado gracias a una pregunta de Carcopino sobre los «Antoninos», un tema que habían preparado conjuntamente:

Carco, que cambia su manera de actuar cuando se trata de un normalien, es encantador; se deshace en felicitaciones y pide a Bruhat si ha preparado especialmente este tema; en realidad, gracias a la cooperación, habíamos conseguido el curso de Carco de hace 3 o 4 años y el otro no quería privarse del placer de volver a oír recitar sus viejas fórmulas.

Él se examinó el miércoles por la mañana. Este es el relato:

yo sabía muy bien el curso de Lévy: él me pide una cosa al margen del curso: «los monumentos de Tebas»: yo vacilo sobre Karnak de una forma deplorable; él se enfada y me pone (sobre 10) 3 o 4; paso con Holleaux «El museo y la biblioteca de Alejandría». ¡Qué suerte, mi especialidad! Me dispongo a servirle a Bloch bien masticado, cuando me para: «es engorroso, la joven que le ha precedido ha respondido a esta pregunta; ¡usted debe haber oído sus respuestas! ¡Pero no ha sido así!». De todas formas, para que no pareciera que me importara demasiado, le propongo cambiar de tema; pero de pronto, es él que no quiere hacerlo, imaginando que la cuestión no me gusta. No cambia; pero, en lugar de dejarme decir lo que quiera, me plantea preguntas marginales, me marea con anécdotas; es la primera vez que las oigo; lo nota y me dice «¡yo he contado todas estas historias en mi curso!». Yo tenía que haberle respondido que justamente por esa razón yo lo había juzgado superfluo; pero él me ha preguntado con mucha seguridad «¿Usted ha seguido los cursos de la Facultad, señor?». ¡Qué canalla! ¡Ellos se imaginan que no hay nada más importante que seguir sus cursos! Afortunadamente, Carco estaba allí; me acogió sonriendo y, aunque la cuestión «Roma y los pueblos germánicos del siglo II a la muerte de César» no sea apasionante, respondí correctamente: deberá ponerme una buena nota; espero de todas formas que mi escrito me permita mejorar; ¡pero no olvidaré a Levy y Holleaux, los muy cerdos!

Pero, de hecho, si Vilar aprobó aquel certificado no fue, como él pensaba, por haber hecho una buena composición escrita sobre Catón. En los archivos de la École se puede ver que lo aprobó muy justo, con un 10 sobre 20. En cambio, la versión latina no le debió de ir tan mal como pensaba, pues fue calificada con un 14. En el oral, solo había obtenido un 7 en la parte griega, y un 11 en la parte de Historia romana. Era evidente que Vilar continuaba sin tener suerte en el oral, donde sus notas habían sido muy inferiores a las de Bruhat y, sobre todo, a las de Marrou. Entre los suspendidos estaba Dhombres, de quien Vilar dice que no supo qué responder cuando Holleaux le interrogó sobre la «paz de Apamea», sobre la que ni él ni nadie dentro del aula no tenían ni idea; Holleaux le puso un 1. Cuando Vilar hace la crónica de aquel examen, ya se había informado:

pero resulta que la paz de Apamea puso fin a la guerra Ítalo-siriana y esta cuestión se halla a caballo de las historias de Grecia y Roma, Dhombres pasa con Carco y elige «la guerra Ítalo-siriana»; Carco se ríe y le dice: «No, escuche, sería mejor que eligiera otra cosa». Él elige «política religiosa de Constantino»; como frase introductoria dice «fue bajo Constantino que la Iglesia cristiana consiguió ocupar por primera vez un lugar oficial en la sociedad». Carco levanta los brazos al cielo: «¡Señor, esta es justamente la frase que no había que pronunciar!».

HISTORIA MEDIEVAL

La primera clase de Historia medieval que tenemos referenciada tuvo lugar el 6 de noviembre de 1925. Se trataba de una clase de Ferdinand Lot que, de hecho, acabó de convencer a Vilar de dejar de lado el curso, que coincidía en horario con el de Demangeon:

se trata de un venerable viejo que ha pasado una hora lamentándose de que nosotros no supiéramos el danés, el inglés, el alemán, el italiano, el ruso y el portugués para poder leer estos o aquellos 25 volúmenes; además, nos ha criticado los libros franceses cuyos títulos tienen cinco líneas o más, para aconsejarnos después no meter las narices en ellos; y para terminar nos ha declarado que nuestro programa entero estaba muy bien tratado en Lavisse y Roubaud. Conclusión: lo dejaremos caer fríamente e iremos a las clases de Demangeon.

Vilar seguiría con más atención las clases de Édouard Jordan sobre «Italia en los siglos XIV y XV» en la Sorbona y otro curso del mismo profesor en la École. Proporciona algunos detalles de ello. Así, el 12 de noviembre describe la segunda clase del curso práctico donde Jordan, antes de mostrarles los textos que comentarían, les había hecho una introducción sobre las herejías, que era sobre lo que tratarían aquellos textos. Al día siguiente explica que Jordan había impartido una clase interesante en la Sorbona sobre las ciudades italianas y su lucha contra el emperador, pero que le exasperaba un poco que siempre estuviese hablando de papas y de príncipes. El 18 de noviembre de 1925 plantea por primera vez la posibilidad de dejar aquel certificado para el curso siguiente: «si dejo un certificado para el próximo año –quizá tendré que hacerlo– creo que abandonaré de buena gana el de Edad Media. No comprendo nada de esta maldita historia de ciudades, de papas, de emperadores. Es terrible. ¡Y el Imperio Bizantino!». El 26 de noviembre vuelve a manifestar su descontento con «las disputas de Enrique VI y todos los papas posibles e imaginables, y de Tancredo de Sicilia, y de la mujer de Enrique VI, etc.». Si bien el 28 de noviembre se muestra dispuesto a cambiar de opinión: «el señor Jordan me ha reconciliado un poco con la Edad Media, explicándonos pequeñas historias muy divertidas entre Enrique VI, su mujer y el papa Celestino. Presentado de forma clara, puede resultar interesante, pero no siempre es nítido». El 6 de diciembre, en su última referencia al curso, concluye que las clases de Jordan, con «las eternas disputas de Inocencio IV y Federico II», se parecían cada vez más a «una novela folletinesca que en algunos momentos es divertida». Por lo que respecta al seminario sobre herejías solo hemos encontrado un comentario en la carta del 21 de enero de 1926, donde escribe que Jordan, a propósito de las represiones de las herejías por la Inquisición, utilizaba un «vocabulario medieval» y hablaba de personas que se tendrían que «purgar», y que, como el seminario tenía lugar en la École en una sala pequeña, era difícil disimular las ganas de reír, y el profesor, que era tímido y hablaba seriamente, se ponía rojo y nervioso cuando observaba alguna risa de más. En aquel momento, Vilar ya había decidido dejar el certificado de Edad Media para el curso siguiente, para marzo de 1927.

Las referencias que seguirán, por tanto, ya serán del curso 1926-1927. Por una carta del 10 de noviembre de 1926, sabemos que en aquel inicio de curso Vilar estaba preparando la prueba práctica de Historia medieval con un curso de Henri Focillon sobre la arqueología de la Edad Media y el arte románico, que consideraba formidable, y también estaba inmerso en algunas lecturas de Historia medieval. Uno de los libros elegidos había sido precisamente La Réforme grégorienne de Augustin Fliche. Vilar acompaña la noticia con este comentario: «¡hay momentos que resultan duros de pasar!». El 18 de noviembre continúa encontrando magistrales las clases de Focillon, pero esta vez es más amable con el libro de Fliche. Y dos días después afirma que durante este curso se trabaja mejor en la thurne y que tanto él como sus compañeros están más interesados en las materias que trabajan. Él, por ejemplo, se estaba apasionando por Gregorio VII, Beatriz, Matilde I y Bertrada y eso había sido posible, asegura, aunque pareciese increíble, gracias a Fliche. Pero sus reflexiones del primero de diciembre muestran que, en la contraposición Fliche-Jordan, él parecía decantarse a pesar de todo por Jordan:

Y, en cambio, ¡la querella entre el Sacerdocio y el Imperio no resulta siempre divertida! Cuando uno la estudia en Fliche, aún. Es divertido, ¡y tan simple! El hombre generaliza mucho; esto satisface en un primer momento, pero cuando se reflexiona sobre ello, y se compara a E. Jourdan, ¡qué superficial (desgraciadamente) se revela nuestro «maestro»! Claro que Jordan, él, es tan profundo y minucioso que, cuando uno lee sus cursos de los pasados años, no comprende nada de nada, y sin embargo a él le gustaría que conociéramos sus cursos de 1921, 1922 y 1923 de la Sorbona sobre el Sacerdocio y el Imperio. ¡No es un trabajo pequeño este...! Y «esto» se parece a Fliche como yo al papa; ¡el uno solo se ocupa de rivalidades políticas con todas sus complicaciones, y el otro de disputas teleológicas y jurídicas con todas sus simplificaciones!

El 10 de enero de 1927, después de las vacaciones de Navidad, marcadas por la excomunión papal de Maurras y la Action Française, que hacían más actual el tema, Vilar expuso ante sus compañeros la primera fase de la disputa del Sacerdocio y el Imperio, uno de los temas a los que había dedicado más tiempo de estudio. También explica que se había entrevistado con Meuvret para ver la bibliografía del arrianismo, el tema que él expondría en el seminario del vicebibliotecario de la École, cuya preparación describe con ironía el 20 de enero:

Estoy preparando mi «Arrianismo» para Meuvret; es decir, que estoy haciendo teología trascendental. Desde hace ocho días cada vez estoy más convencido de que el Padre no es el Hijo, el Hijo no es el Padre, y el Espíritu Santo no es ni el Padre ni el Hijo, como decía el Catecismo de los Católicos: he aprendido el Credo en griego, y sé muchas cosas sobre las relaciones del Logos de Platón y Filón de Alejandría con el Verbo del Evangelio de San Juan.

Nueve días después, Vilar, valorando que aquella sesión había ido bastante bien, declaraba acabada la etapa de las exposiciones y se disponía a explorar nuevos temas de historia medieval, ya que el tema que tanto tiempo le había ocupado parecía agotado, como muestra este comentario sobre los dosieres hechos con la máquina de escribir de Ruffel: «Toda la disputa del Sacerdocio y el Imperio –me refiero a los caminos que dividen esta cuestión– ha sido expuesta: de manera muy limpia y muy clara; ¡está realmente bien!». Pero el 9 de febrero se confesaba invadido por la pereza ante la idea de tener que estar aún todo un mes, puesto que el examen estaba programado para el 7 de marzo, absorbido por la Edad Media, y hacía esta observación: «estos programas tan precisos en apariencia se revelan inabarcables cuando uno se implica a fondo: los Árabes... cinco o seis volúmenes por leer; los Bizantinos del 395 al 867, toda la obra de Diehl; Francia e Inglaterra, ni hablemos, ¡no sé ni una palabra!». Lo único que parecía provocarle una cierta satisfacción era el hecho de haberse convertido en un experto en el tema de «El Sacerdocio y el Imperio»: «tengo un verdadero curso de la Sorbona, mi composición con cubiertas mecanografiada». Y aún el 17 de febrero de 1927 dice que la carta será corta porque quería acabar una pequeña disertación que quería entregar el sábado a Jordan sobre «el papel de Sicilia en la disputa del Sacerdocio y el Imperio antes de 1159». El 22 de febrero de 1927 compara nuevamente a Fliche y a Jordan con un comentario que vuelve a revelar además del contraste entre las dos escuelas históricas, la centralidad de las cuestiones de papas y emperadores en la preparación de aquel examen:

si, habiendo estudiado el curso que daba el señor Augustin Fliche y que mi hermana me pasó, consiguiera, gracias a la buena voluntad del director, la mención «muy bien», después de haber asistido regularmente cada miércoles a las clases del Maestro, tenéis que saber que habría sacado un 2 y un 3 con el señor Edouard Jordan. Me importa poco la mención «muy bien», pero ¡tampoco quiero sacar un 2 para tener la paz con los papas y los emperadores, que empiezan a afectar a mi sistema nervioso!

A finales de febrero de 1927 Vilar escribe a su padre que suspender aquel certificado sería desastroso porque le impediría dedicarse al diploma durante el tercer trimestre: «Trabajo mucho, estos días; a pesar de ello tranquilizo a mi tía y a mi hermana que parecen temer que desfallezca». En el fondo, está muy convencido de su éxito. Cinco días antes del examen volvía a tranquilizar a la hermana y a la tía: «Sacerdocio e Imperio acabados, Imperio bizantino entendido, Alemania en curso; aún habrá cosas demasiado vagas en mi espíritu: Árabes, instituciones francesas e inglesas, pero difícilmente saldrán. Estoy decidido a no preocuparme demasiado, hasta que llegue el momento». El momento llegó, tal como estaba previsto, el 7 de marzo. Y a las tres de la tarde de aquel día, en una carta destinada a relatar el examen, Vilar escribe, después de seis líneas de puntos suspensivos, una larga crónica de la cual hemos extraído algunos párrafos. El relato comenzaba con esta introducción:

Si Dhombres es diligente, mi hermana ya conocerá los incidentes o accidentes que nos han ocurrido antes de leer estas líneas –porque yo le he escrito unas palabras que la señora Dhombres tiene que hacerle llegar cuando reciba una carta parecida a esta de su hijo–. Expliquémonos: yo me he (o nosotros nos hemos) lastimosamente hundido esta mañana, ante un tema más que impreciso, absolutamente improbable: la Hansa germánica en los siglos XIV y XV.

Las referencias a Dhombres se explican por que aquel curso la hermana enseñaba en Alès, que era la ciudad del compañero de estudios. A continuación Vilar explicaba lo que había sucedido:

He aquí el estado exacto en el que me hallaba sobre este tema en el programa de Alemania de 1273 a 1519: 1) yo había leído atentamente el «Lavisse y Roubaud» y lo conocía bien; en él hay exactamente media página sobre la Hansa; 2) Fabry nos había pedido un resumen de la Historia de Alemania en 7 volúmenes de Zeller: sobre la Hansa, 3 o 4 informaciones anecdóticas ¡suficientes para habernos hecho sospechar que había estado involucrada en acontecimientos que ignorábamos!; 3) Jordan ha dado un curso sobre Alemania que yo sabía casi de memoria; no ha llegado más allá de 1320 y aún no había pronunciado la palabra «Hansa»; 4) yo había consultado la cronología y sabía que no daba ninguna información útil al respeto; 5) yo sabía que existía un curso de Jordan de hace cuatro años en el que la Hansa había sido tratada a fondo, pero solo lo había tenido en mis manos un día, hace dos meses, en los inicios de enero y, naturalmente, con tan poco tiempo, apenas había mirado la cuestión, que juzgué secundaria.

Considerando todo esto, me he sentido incapaz de exponer nada; devolver la hoja en blanco, era bastante molesto, sobre todo para nosotros; tratar de escribir algunas elucubraciones, significaba obligarse moralmente a inquietarse por el resultado y por el oral, con la casi certeza de suspender. ¡Salir pronto de allí y aparecer como no presentado era lo que parecía más honorable! He convocado al Espíritu Santo, pero no ha descendido. Así que he decidido salir por peteneras: en la inmensa sala, no nos habíamos hecho ninguna señal entre nosotros, pero en la puerta había una aglomeración de gente saliendo y hallé a Bruhat y Dhombres ¡intentando hacerse borrar de la lista de los presentados!

Solo Marrou se ha quedado: acabo de verlo: está muy descontento, pero al menos él había leído alguna cosa: ¡el artículo Hansa en la Grande Encyclopedie! En cuanto a Joxe, que el año pasado suspendió dos veces en Historia Medieval, que también se ha quedado, está relativamente contento, porque se había empapado del curso de Jordan de hace cuatro años, y parece que no se han entregado más de 30 exámenes, lo que le da algunas posibilidades. El señor Celestin Bouglé, que vigilaba el examen, ¡levantaba los brazos al cielo ante el éxodo! ¡No parecía comprender nada de lo que estaba pasando!

Tal vez sepáis que Fabry, absorbido por sus ocupaciones de delegado en la Cité y fatigado, no se había presentado. Hemos decidido, al salir, ir a la Cité para advertir a Fabry: delante del pavillón hemos gritado: «¡¡Fabry!!»; él se ha asomado por la ventana casi en camisa, y ¡con qué cara! Hemos subido a su habitación, a la de Dhombres; a las 10 h y media hemos visto a dos historiadoras de la Cité que también se habían hundido un poco más tarde que nosotros, y recomenzamos la conversación; a las 11 y media, estando aún en la Cité, nos han aconsejado comer allí, en el encantador restaurante moderno donde cada uno se sirve a sí mismo; es muy pintoresco, absolutamente encantador, y barato; por 4 francos y 2 sueldos una comida espectacular...

Un poco más tarde, la carta vuelve a cambiar bruscamente de tono porque mientras Vilar la estaba escribiendo había recibido y leído una carta que la tía le había escrito el sábado anterior, donde preveía que el sobrino cometería errores entre tantos papas y emperadores. Vilar lamenta que eso no hubiese sido posible porque «en la Hansa, ni papas ni emperadores, ¡y yo que sabía tan bien mi Disputa!». También se defiende ante algunas recriminaciones de la tía que sabía que se duplicarían cuando conociese el abandono: él estaba contento de haber hecho «un trabajo muy metódico y razonable, sin excesos». Insiste en que no se arrepiente de nada y consideraba que si era necesario buscar un culpable este sería Jordan:

Me equivocaría si me enfadara; no tengo ningún remordimiento: busco en vano qué podía haber metido sobre el tema; y eso que sabía mi programa, si no enteramente, casi, y creía en particular poseer Alemania, y los emperadores no tenían secretos para mí. ¡Pero nada de esto importó! Había una Hansa. Casi dudaba de ello. Decididamente Jordan es una vaca: lo que busca es molestar a la gente, ni más ni menos. Para él, cualquier sujeto que no haya seguido su curso 3 o 4 años no es digno del certificado. ¡Qué rabia! ¡Muerte a los talas! ¡Dhombres decía que si él tuviera un poco de influencia en el tribunal de Roma haría meter el curso de Jordan en el Índice! Yo me limitaría a excomunicarlo pura y simplemente. Mi hermana puede decir, si le divierte, a su maestro, que yo sabía sobre Gregorio VII todo lo que él ha escrito (¡incluso lo que ha escrito en la Revista de Marc Sangnier!) y que me ha tocado la Hansa Germánica. ¡Después de esto, el otro da conferencias sobre la moralidad pública! ¡Y vosotras consideráis que esto es moral!

Como veremos en el siguiente capítulo, los normaliens católicos eran conocidos como talas. El 10 de marzo Vilar ya conocía las reacciones de sus corresponsales. Las dos mujeres, por lo que parece, no habían escatimado las quejas y las críticas y él estaba dispuesto a «destruir, palabra por palabra, los argumentos» llegados de Montpellier. Especialmente los de Marie:

ella no me reprocha por haberme marchado por no tener nada que decir; sino por no tener nada que decir; y en cambio, si yo me reprocho algo es justamente lo contrario; porque yo me pregunto si uno no puede llegar a inventar una respuesta = en cualquier caso yo continúo estando persuadido de que hice bien en salir porque habría suspendido sin ninguna duda, no tenía suficientes precisiones... sabía vagamente algunas notas pintorescas sobre la organización, pero no conocía la lista de las ciudades, las fechas, las disputas, de todo lo cual yo adivinaba su importancia a partir de algunos vagos recuerdos. Tal vez habría conseguido algo en un examen oral: en el escrito, imposible.

Pero ¿es que podía saber más y mejor?

Toda la cuestión del método se impone, pero en este punto, digáis vosotras lo que digáis, yo soy inatacable y, prefiero decíroslo francamente, estoy muy decidido a no cambiarlo de momento (no estoy hablando de la Agregación, en la que, si continuamos con el trabajo en común, este solo se referirá a Bruhat y a mí).

Mi hermana esboza un método: es justo; donde las dan las toman; cuando uno tiene los hechos en su contra, no puede librarse de los comentarios; pero yo discuto:

1) debéis haber visto, por mis cartas, que yo había leído Lavisse y Roubaud, incluso más de una vez: y allí no hay, sobre el tema, como pretende mi hermana, 12 páginas sobre la Hansa en el siglo XIV, y 11 sobre la Hansa en el siglo XV, sino una sola página (en un apartado que ni tan solo se halla consagrado enteramente a la Hansa en el único volumen que abarca los 2 siglos (exactamente Lav. y Roub. T.3, pp. 625-630) titulado: impulso de las villas; liga social y liga hanseática) notemos además que, al pensar que esta cuestión aparecía (equivocadamente, lo reconozco) como secundaria, no creí conveniente insistir en ella, cuando estudié Alemania y ciertamente el Lavisse y Roubaud no invitaba a hacerlo. Yo recordaba solo que un parágrafo de este libro hablaba de la Hansa a propósito de las ligas de las ciudades en la Alemania Imperial de Carlos IV.

2) extiendo esta respuesta a todo lo que dice mi tía en relación con los «manuales» y le pregunto en qué manual encontraría ella un «esquema claro» sobre la Hansa, que permitiera «bordar» el tema. ¿En un manual donde se encuentra un capítulo sobre Alemania con un apartado titulado «Las ciudades» y en el cual hay esta frase: «la liga de ciudades más importante fue la Hansa, el centro de la cual se hallaba en Lübeck y su principal ciudad era Hamburgo»? Tal vez también menciona la oficina de Londres, pero esto es todo. Con esto, borda, e imagina las precisiones dadas por Jordan sobre las luchas internas, las dificultades exteriores, la emancipación de Londres de la Liga. Lo peor es que yo suponía todo esto. Sé muy bien que muchos que sabían mucho menos que yo se quedaron. Espero el resultado, el martes; ¡tienen casi tantas posibilidades como yo de aparecer en la lista!

3) ¿no hace falta ver las cosas hasta «el fondo»? En primer lugar, esto es lo único interesante; y para mí (cada uno tiene su carácter) es la única manera de retener y asimilar alguna cosa; además, aunque la tía parece burlarse del interés «científico» de nuestros estudios, es solo en tanto que nos enseñan un método que me interesa. Yo no creo que el trabajo de síntesis que he hecho sobre el sacerdocio y el imperio sea un trabajo perdido para mí; ni tan solo desde un punto de vista «práctico». Ni que tampoco sean inútiles las elucubraciones de Mathiez sobre la Revolución. Todo esto conforma ideas personales que son hilos conductores y permiten liberarse de tal curso, tal capítulo de manual, tal lección de profesor, hechas o leídas en tal circunstancia.

4) ¿Esto impide finalmente verlo «todo»? No. Y aún en el caso de no haberlo visto todo (reconozco que habíamos dejado un poco de lado las Instituciones Francesas), no siento ningún remordimiento por haberlo hecho, porque Alemania es la parte que yo había visto a fondo, personalmente. Aquí hay una verdadera objeción a hacerme: ver Alemania a fondo sin ver la Hansa es idiota = error histórico, sí, pero no práctico. Es una mala elección de las fuentes: Lavisse y Roubaud (¡ay!), Zeller, que es demasiado político. Si hubiera profundizado un poco más, habría consultado libros específicos y estaría tranquilo. Pero lo que era necesario ver era el curso de Jordan, el de hace 5 años, que él repetirá de memoria dentro de 3 semanas; pero se trata de fuentes manuscritas, difíciles de guardar durante mucho tiempo. Desde el punto de vista práctico, esta hubiera sido la única cosa útil.

5) trabajo en común: ¿la única cosa que me ha permitido trabajar bien, tanto el año pasado como el actual? Sí. Esto no es un reproche, y me permito imaginar que el trabajo pesado y aburrido (para hablar educadamente) no es el único útil. Personalmente, cuando trabajo en cosas que no me interesan me aburro y pienso en otras cosas. Tomemos el ejemplo de esta vez: Bruhat había tratado sobre los Árabes y de la Feudalidad; Fabry, Bizancio, Dhombres las 2 instituciones Inglesas, yo Alemania y el Sacerdocio. Solo quedaban las Instituciones francesas para trabajar cada uno; te aseguro que lo intenté, pero no sabía gran cosa. Sobre el resto en cambio yo me sentía muy seguro y sobre Alemania y el Sacerdocio me creía imbatible. Y ha sido justo donde he perdido el combate: es bastante fuerte, pero así son las cosas. Y en cambio ¡qué poco se sostiene vuestra argumentación!

¡Y no me volváis a hablar de Claparède! que pasó la antigua licenciatura, sin duda. En aquel sistema, con el 16 que tengo en Historia moderna, el 18 que debo tener en versión latina, y el 15 que espero tener en Geografía, podría permitirme un 2 en Historia de la Edad Media. ¡Os juro que en esta situación no me habría marchado!

Por la carta del 14 de marzo, sabemos que corría la voz de que Jordan había estado haciendo unos meses antes un curso en el Instituto Católico donde habría tratado el tema de la Hansa. Además, en el examen oral el nivel había sido bajo por voluntad propia, con preguntas del tipo «los Estados Generales situados en el siglo XIV, Crézy en 1303, Poitiers en 1302». Vilar acaba el relato así: «¡Y yo que me lamentaba de no saber bastante sobre Francia!». Al día siguiente resume a su padre las últimas impresiones sobre Jordan:

Pero me temo que con sus aires de buen apóstol no sea un poco jesuita, es en efecto un individuo del genero Fliche y se rumorea que habría tratado el tema de «la Hansa» hace poco tiempo con sus amigos del Institut Catholique. Si esto es verdad, ¡me vuelvo tan anticlerical como tú!

Por una vez, Vilar colocaba a Fliche y a Jordan en el mismo bando. Respecto del examen, vuelve a decir que no se arrepentía de lo que había hecho pero ya era evidente que, si se hubiesen quedado, habrían aprobado. Aquello que le molestaba más era el asunto de los estudiantes católicos, pero no sabía si era cierto. El 21 de marzo informa sobre los resultados: finalmente había habido 25 aprobados sobre 70 presentados, con 37 abandonos; Marrou obtuvo la mención «bien», pero muchos de los que habían pasado eran auténticas nulidades, como se había visto en el oral. El 3 de abril el tema todavía coleaba. Vilar explica que Jordan había recibido algunas proposiciones anónimas, de temas posibles, como por ejemplo: «Ottokar de Bohemia y el problema de los transportes» o «La música en tiempos de Luis de Baviera», y que estaban preparando nuevas protestas. Pero él no se alegraba, porque los organizadores de los disturbios eran camelots de la Facultad de Derecho.

El 13 de mayo comunica la nueva fecha del certificado de Historia medieval: sería el 13 de junio, solo tres días después del examen de Geografía. Tendría que trabajar de lo lindo. Eso es lo que afirma hacer en la carta del 2 de junio:

Esta tarde hemos vuelto a ver juntos «Sacerdocio e Imperio»; lo domino muy bien; como todo lo que había previsto en Marzo; pero las cuestiones que hoy tengo en la agenda son las que había dejado un poco al margen en Marzo: Instituciones francesas e inglesas, Árabes, Bizancio; estas dos últimas cuestiones las llevo muy bien; pero las Instituciones son terribles; he aprendido bien todo lo que se refiere a Etienne Marcel y a su ensayo de reforma institucional del siglo XIV.

Y el 8 de junio, después de informar de que el examen sería un poco más tarde, añade: «estoy obligado a inculcarme las 14 o 15 reuniones de Estados Generales que hubo desde el siglo XIII al siglo XIV, lo que no es mucho más divertido que los climas colombianos, africanos o arábigos». Esta vez tendrá suerte. El 18 de junio de 1927 Vilar comenta que no había habido sorpresas e incluso se sentía afortunado con el tema de Historia medieval propuesto: «Comparar en sus grandes líneas la evolución del Parlamento inglés y de los Estados Generales franceses de 1370 a 1422». Pero les habían privado de la cronología y eso los desconcertó un poco:

Precisamente la única cosa que había trabajado a fondo durante la última semana; con las municipalidades (communes), que se decía que iban a salir. No puedo quejarme y el tema, entrevisto como posible, me ha satisfecho. Pero nos han hecho, en Edad Media como en geografía, una jugada asquerosa. Mientras que desde tiempo inmemorial todos los certificados de Historia se hacían con Crono, y los de Geografía con Atlas, el martes nos suprimieron fríamente el Atlas y ayer por la tarde la Crono, sobre la base de no sé qué reglamento recientemente descubierto. Conclusión, yo que había voluntariamente dejado de lado toda fecha de rey, de Francia o de Inglaterra, todo pequeño hecho que pudiera ser conveniente señalar y sobre el que la Crono informaría, no tenía sino ideas. No he sido el único. Desesperados, al menos 25 sujetos, que ni tan solo tenían ideas, se han marchado; los que se han quedado –sin excepción– han escrito, escrito, escrito. En mi opinión, mi examen ha estado bien construido, muy histórico, sintético, y elocuente, como todo deber en el que se condensa mucha materia y se hace respetar; como que no quería arriesgarme a nombrar reyes, precisar hechos, y dar datos, he establecido un magnífico paralelismo entre los Estados Generales, «accidentes» de la historia de Francia y el Parlamento, «institución», de Inglaterra, con argumentos, razones, entusiasmos y otras artimañas. Dhombres, Bruhat, Fabry, un poco menos Dresch, que había trabajado especialmente el Parlamento, hicieron como yo. Pero en el anfiteatro Guizot, donde estábamos, los animales de Bruhat, Dhombres y Dresch se hallaban justo unos detrás de otros y han conseguido hacerse con algunos raros hechos que comentaron. Yo, que tenía el número 90, no tenía asiento y me han puesto delante de la sala, en una mesa separada, al lado del examinador, con una joven cuyo apellido empieza con W; nos habríamos podido comunicar, pero ella sabía menos que yo; o al menos parecía estar bastante aturdida al ver que yo escribía 9 páginas.

Comprenderéis que 9 páginas sin un hecho preciso, si dejamos a un lado algunos pequeños detalles sobre los Estados Generales, es una cosa que puede costarme cara si el señor Lot no tiene las mismas ideas que yo (es decir, que mis fuentes: Pasquet, Boutry, Stubbs, Joüon des Longrais) sobre el Parlamento inglés.

Para una tesis, esto sería perfecto: conseguiría hacer concordar los hechos con mis ideas; en un examen, es más peligroso.

El 21 de junio Vilar comparte con sus corresponsales el momento de incertidumbre vivido en la École respecto a aquel examen, del cual el vice-bibliotecario Meuvret era en parte responsable:

Meuvret pretende que solo hemos metido tonterías en Edad Media, y que suspenderemos; esto 1.º) porque nosotros habíamos estudiado la cuestión al margen del curso que él hizo a los agregativos sobre el tema (curso que yo he hojeado y que es idiota, en mi humilde opinión); 2.º) porque su imaginación generosa pero demasiado ardiente le hace ver a Bruhat, Boivin y a mí suspendidos en nuestro último certificado y expulsados por nuestras tendencias políticas y a él, Meuvret, haciendo de pequeño Herr, salvándonos el honor y la vida y adquiriendo de este modo nuestro reconocimiento eterno.

Los comentarios de Meuvret tenían que ver con el momento «difícil» vivido por Vilar y otros normaliens por su implicación en la revista de aquel curso, que veremos en el capítulo siguiente. Pero no se trataba solo de las críticas del vicebibliotecario. Lot habría dicho a algunos estudiantes que «todos los exámenes eran nulos, porque no contenían hechos precisos». Aunque también habría añadido que sería necesario aprobar a alguien. Vilar consideraba que ellos tenían más posibilidades que la mayoría. Pero también podría pasar, dice, que Lot quisiese aprobar a sus discípulos paleógrafos. El 27 de junio ya sabían los resultados del examen. Podían estar contentos. Vilar había sacado un 16 con un signo más, y Dresch un 17 o un 18. Lot, a pesar de no conocerlos, les indicó la fecha del examen oral y les dijo que sus exámenes eran de los mejores. Este es el resumen que ofrece el 29 de junio, festividad de San Pedro, cuando ya todo había pasado:

Es mi santo y me he licenciado. ¡Aunque no de un modo brillante! Trabajé hasta el martes, esta mañana, un poco de mal humor, porque los suspensos sucesivos, no míos, sino de los compañeros, me disgustaban: tal vez ya conocéis el suspenso de Dhombres en Edad Media en el oral, por culpa de Focillon, cerdo de Focillon, que a mí me ha quitado la mención bien; yo había probado merecerla con el Bizantino: «Invasiones bárbaras en Bizancio en el siglo V» y con Lot: «Civilización material árabe»: no eran fáciles pero me salí muy bien con ellos; con Focillon estuve encantado con mi examen; lunático, ha puesto 16 y 17 a Dresch y a Dupront, 12 a mí, 8 a Dhombres, juzgando nuestros exámenes por algunos errores técnicos. ¡En fin! Pero por la tarde Dresch ha suspendido el oral de Historia Antigua, así como Hutter, ¡el cacique de los conscritos!

Unos días más tarde, el 3 de julio, Vilar explica con más calma cómo habían ido las cosas. Primero, los orales de los compañeros. Jordan puso un 2 a Bruhat. Dhombres, en cambio, interrogado sobre el sacerdocio y el imperio, de lo que era especialista gracias a él, sorprendió a Jordan y obtuvo un 12, la mejor nota de la sesión. Dresch, que tenía un 18 del escrito y un 15 o 16 con el bizantino, con Jordan solo sacó un 8. Aún debían superar la práctica de Arqueología. El domingo por la mañana se habían encontrado en la Cité, para prepararla conjuntamente, a partir de los documentos, los libros y las clases de Focillon. El lunes por la tarde habían realizado la prueba. Se habían sentado en una misma mesa Bruhat, Dresch, Dupront, Vilar y una chica de la Cité que conocían y que les había pasado el curso de Focillon. Este les aportó el plano de un edificio, una fachada y un capitel. Al cabo de 10 minutos el grupo ya había decidido que la iglesia era San Trófimo, y por lo tanto provenzal, que la fachada era de Auvernia y el capitel de Autun; a partir de aquí, cada uno redactó el comentario. Él tenía miedo, como siempre, de haber formulado hipótesis demasiado audaces, pero al salir pudo comprobar que había fechado muy bien las cosas. Los de la otra mesa se equivocaron del todo, puesto que dijeron que la iglesia era normanda, la fachada provenzal y el capitel español. Así las cosas, Vilar pensaba que podía haber sacado un 16, pero Focillon solo le puso un 11, diciéndole que «tenía el sentido del arqueólogo», pero que aún no dominaba el vocabulario. Dresch y Dupront sacaron, respectivamente, 16 y 17. Dhombres y Bruhat habían sido acusados de haberse copiado el uno al otro. Por lo que respecta a los de la otra mesa, habían obtenido entre 7 y 8. Vilar decía entender, de hecho, la posición del profesor Focillon. Consciente de que cualquiera de los individuos puestos en una mesa contraria hubiese cambiado de opinión –y Vilar ratifica que en su caso así hubiese sido– había decidido juzgar severamente los exámenes de la mesa buena.

EL DESCUBRIMIENTO DE LA GEOGRAFÍA

En las cartas escritas durante el curso 1924-1925, donde Vilar explica con todo detalle el curso en el liceo Louis-le-Grand, la palabra geografía no había aparecido. En los inicios del curso siguiente, para la preparación del certificado correspondiente, estaba dispuesto a seguir cuatro cursos de esta materia: el de Demangeon, de Geografía humana; el de De Martonne, de Geografía física; el de Lucien Gallois sobre Francia, y el de Agustin Bernard sobre África. Finalmente, serían los cursos de Demangeon y de De Martonne los que más tiempo le ocuparían y los que permiten visualizar la atracción inmediata por la geografía experimentada por el joven estudiante. Aquel año, los cursos de Geografía empezaron una semana más tarde que los de Historia, pero muy pronto, el 12 de noviembre, esperando el curso de Cartografía de Gallois, Vilar ya habla con entusiasmo del curso de De Martonne: «De Martonne es un señor que está muy bien, muy claro, joven, con una bonita barba. Ha dado una lección introductoria sobre el relieve». La tarde del 14 de noviembre la aprovechó para ir a la biblioteca a buscar libros de geografía:

después de haberme subido al menos a 12 escaleras, he conseguido el último libro de De Martonne que quedaba, un pequeño libro muy bonito de Hachette, hecho por Maurette, Pour comprendre les paysages de France, que expone los elementos de geografía al alcance de los principiantes y de los turistas, de una manera muy pertinente; acabo de examinarlo.

A pesar del poco tiempo transcurrido, Vilar era consciente de haber iniciado un camino nuevo: «¡Vedme lanzado a la geografía hasta el cuello!». Y también: «De hecho, es la geografía lo más interesante en Historia. Por ella misma, primero, y a continuación por los profesores de la Sorbona. De Martonne está bien, Gallois no está nada mal, y Demangeon es excelente». El modo cómo describe la primera clase del «curso de iniciación geográfica» de este último es también muy revelador:

Este curso consistirá en las exposiciones de los estudiantes (Normaliens o estudiantes de segundo año si el Profesor está de acuerdo): estas exposiciones son resúmenes de artículos o de capítulos de las distintas ramas de la geografía: física, económica, o humana. Ejemplo: estudio de montañas, de ríos, de ciudades, de puertos, de distribución de la población, etc. Todo con el objetivo de hacerse un método. Parece excelente y Demangeon es un hombre activo, vivo, amable, que da gusto escuchar después de escuchar a viejos decadentes como Glotz o Seignobos. Nos dictó 24 temas de exposiciones-resúmenes de artículos; 8 para cada rama de geografía; por tradición el cacique Marrou ha sido el primero en elegir; los estudiantes de segundo curso se han repartido cierto número de artículos; nosotros podríamos elegir según nuestros gustos personales, nuestros conocimientos particulares, prácticos y posibles; justamente había 2 cosas que me gustaban; «un tipo de alta montaña», de Raoul Blanchard, o, del mismo, a «la distribución de la población en Córcega y los géneros de vida». Como que uno de segundo curso ha tomado el primero, yo he tomado el segundo, que será la exposición número 13 del curso. Tengo tiempo, pues. Demangeon me pidió si yo era Corso. Yo le expliqué las razones de mi interés por el artículo; él las aprobó; con el mismo propósito, nos repitió el discurso de De Martonne sobre los conocimientos prácticos, pidiéndonos insistentemente seguir las excusiones del Grupo de Estudiantes geógrafos. De Martonne había dicho que él interrogaría en el oral sobre las excursiones realizadas. Conclusión va a ser necesario meterse en dicho Grupo; además, esto me interesa; De Martonne, Gallois o Demangeon deben de ser muy interesantes en una excursión. La entrada en el grupo no es cara: 7 francos de cotización más 2 francos de derecho de entrada. Pero no me decidiré hasta que vea si es verdaderamente interesante.

Los carrés eran los normaliers que estaban en el segundo curso universitario. En la misma carta, hallamos reseñada la segunda clase del maestro:

El joven Pierre Vilar, 1924-1939

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