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PALABRAS DE LA AUTORA
María Teresa Dittler

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Mi primer contacto con la comunidad polaca comenzó en mayo de 2000, cuando ingresé a la Compañía Petroquímica Comodoro Rivadavia (PCR) para desempeñarme como licenciada en Enfermería en el consultorio de Medicina Laboral.

En la misma fecha comencé el taller literario de la escritora Olinda Walsamakis; estábamos próximos a celebrar el centenario de la fundación de la ciudad. Con el fin de editar un libro, nos dio un ejercicio que consistía en interrogar a personas mayores sobre sus recuerdos del pasado.

En esta actividad conocí a un grupo de personas que contaba una historia totalmente desconocida, me pareció interesante y continué escribiendo; así pasé casi veinte años en la comunidad polaca.

En la primera edición de este libro no incluí algunos temas sensibles y difíciles de comprender. Pero los escribí y conservé, como también mis vivencias personales y algunas poesías.

Esta edición lleva varios años de reelaboración, me pareció interesante incluir todo lo que había escrito, como también algunos relatos sobre mis dos viajes a Polonia. Quise conocer el país del que tanto me hablaron los inmigrantes. Al llegar quedé deslumbrada por la belleza de sus paisajes, la calidez de su gente, la deliciosa gastronomía y tanto arte.

Me comuniqué con la profesora de Historia y abogada Sonia Ivanoff para solicitarle su trabajo “Los polacos y su ‘dom polski’ (la casa polaca)”, sobre la inmigración polaca a la Patagonia. Gentilmente lo aceptó, de manera que lo incluyo como introducción a los relatos que obtuve en mis entrevistas.

En este libro se cuentan historias de vida de inmigrantes polacos que eligieron la Patagonia como lugar de residencia. En el suelo gris con petróleo en sus entrañas, encontraron un lugar donde trabajar y formar su familia.

Está el relato de los que abandonaron su país siendo niños, cuando sus padres emigraron en busca de trabajo. También está reflejado el dolor y la opresión de los que estuvieron en Polonia durante la ocupación y de los que combatieron durante la Segunda Guerra Mundial.

Mientras estuve frente a ellos me he preguntado sobre el misterio que alberga el cerebro. En sus ojos celestes y transparentes como el cielo, veo niños inocentes, ansiosos e inquietos; es notable la valentía que tuvieron cuando fueron jóvenes y debieron ser protagonistas de una guerra que no eligieron. Soportaron el hambre y tuvieron la inteligencia para aprender a vivir en las condiciones más adversas.

Siempre me sorprenden las coincidencias en las reacciones humanas ante situaciones difíciles, como la falta de alimento. La importancia que le dan al buen trato recibido, cuando fueron refugiados o prisioneros de guerra. Sus sentimientos ante la muerte cotidiana y esa gran esperanza que, aun en los momentos más duros, permanece de pie. Lo que más me sorprende es comprobar que no tienen rencor.

Amaron la Patagonia y la conquistaron con el trabajo y diferentes expresiones artísticas desarrolladas a lo largo de los años.

Esta reseña histórica fue escrita tal como la relataron sus protagonistas, no me detuve a invadir sus vidas privadas ni juzgarlos.

A fines de 2014, la Sra. Cónsul Joanna Addeo Krajewska me convocó para colaborar con investigadores de Fundación Karta: Joanna Luba y Dominik Czapigo, que llegarían procedentes de Varsovia (Polonia). Este grupo estaba trabajando junto a Marta Briewseska, directora de la biblioteca Ignacio Domeyko de Buenos Aires. Tenían como objetivo la creación de una base de datos en archivo digital, que se transformara en una herramienta para futuras investigaciones periodísticas y científicas.

Recordando el valioso material que me mostraron los polacos mientras escribía este libro, me sumé a ellos para rescatar documentos y testimonios de una historia que no debemos olvidar: guerra, deportación, exilio y esa gran ilusión que siempre tuvieron a pesar de perderlo todo.

Viajamos a Comodoro Rivadavia; a través de un llamado telefónico contactábamos a las familias polacas para acordar una visita, al llegar hacíamos las presentaciones y comenzaban a desplegarse álbumes de fotos y documentos sobre la mesa.

Nada fue mejor que mirar fotos para comprender la historia de esta generación de la década del 20. Las familias que habían llegado a la Patagonia antes de la Segunda Guerra Mundial y los que vivieron esta trágica historia en Polonia. Se los puede ver con sus familias en su país, con sus proyectos de vida que fueron truncados por los poderosos que solo creyeron en la violencia…

El tiempo en que estuvieron deportados en la URSS, liberados a Medio Oriente y países africanos para alimentarse, curarse de enfermedades y formarse para actuar en los ejércitos. La llegada a Italia junto a la maquinaria bélica. Luego Inglaterra al finalizar la guerra, la llegada a Buenos Aires; finalmente Comodoro Rivadavia cuando la ciudad comenzaba a poblarse, en la cual dejaron su trabajo, diferentes actividades artísticas y numerosa descendencia.

Joanna trabajó con el escáner y Dominik con micrófono y grabador. Si hacía falta un traductor, estaba Marta, aunque algunos siguen hablando el idioma de sus padres, lo que también les permite a los investigadores hacer estudios sobre lingüística.

En lo personal, no fue fácil ingresar a los domicilios de los polacos que han partido; ellos siempre estaban para relatar en primera persona sus vivencias, dolores y alegrías.

Es notable ver la admiración que los hijos tienen hacia sus mayores y la historia que vivieron. Compartimos recuerdos, anécdotas, emociones, brindis por el encuentro, tés, cafés, almuerzos e interminables abrazos, siendo esto lo más preciado que dejaron: sus hijos y nietos.

También fuimos recibidos por historiadores del Archivo Histórico Municipal y del Museo Ferroportuario, los que trabajaban en busca de la historia de la ciudad, en la cual los polacos han tenido un protagonismo desde sus comienzos.

El domingo antes de partir, visitamos Dom Polski para compartir un almuerzo por los festejos del Día de la Independencia (11 de noviembre).

Agradezco especialmente a la presidenta de Dom Polski Mónica Mickiewicz, al cónsul honorario Enrique Koprowski, a mi amiga Susana Godoy que nos trasladó en su vehículo y a las familias que nos brindaron su tiempo, hospitalidad y tanto afecto para lograr el objetivo.

Con esta obra, quiero rendir homenaje a estos seres que no se detuvieron ante la adversidad y nos dan un ejemplo de amor a la vida. Es mucho lo que aprendí y disfruté de los momentos compartidos, los que permanecerán para siempre en mi corazón.

De sol a sol

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