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Introducción 1. A propósito de la mujer en la migración: breve alusión a la transformación de las migraciones internacionales desde la feminización

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La migración internacional es una realidad mundial que se muestra compleja para los Estados de origen y de destino. Por lo regular, los países debaten dilemas que circundan los asuntos sociales, económicos, de defensa y seguridad de sus fronteras y el acelerado proceso de globalización ha cambiado las dinámicas de relacionamiento entre los Estados y los discursos que sustentan sus acciones y marcos normativos, haciendo más evidente la relación entre desarrollo y migración. Esto plantea desafíos en términos de optimización del recurso humano y denota que los procesos de movilidad pueden ser vistos como oportunidades para el progreso social, si se logran gestionar de manera eficiente, ordenada y bajo la premisa de la protección de los derechos humanos. Así lo ha propuesto el Pacto Mundial Migratorio, suscrito en Marrakech en 2018, al expresar en su Objetivo No. 23, relativo al fortalecimiento de la cooperación internacional y las alianzas mundiales, la necesidad de forjar estrategias de asociación de nivel bilateral, regional y multilateral que permitan la formulación de soluciones especiales que aborden claramente las oportunidades y retos de la migración (ONU, 2018, p. 35).

Las cifras de la Organización de la Naciones Unidas —en adelante ONU—, han venido registrando un incremento de la población migrante en los últimos años; hoy se estiman 272 millones de personas en esta situación en todo el mundo (ONU, 2019), lo que recrea una dinámica que no decrece sino que, por el contrario, constituye una tendencia sostenida y con vocación de permanencia. Los movimientos son heterogéneos y la población que migra puede ser caracterizada de diversas formas, lo que resulta de vital importancia tanto para los Estados como para la Comunidad Internacional, pues a partir de allí, pueden producirse respuestas no solo internas, sino regionales frente a las necesidades de la migración.

Una de esas modalidades es la que obedece a los motivos que impulsan la migración, entre ellos se encuentran los migrantes económicos, las personas refugiadas, los solicitantes de asilo y también pueden identificarse personas sin nacionalidad, más conocidas como apátridas. Por otra parte, el criterio de la documentación que portan las personas también es un factor de clasificación; es así como por ejemplo las cifras de los organismos internacionales también buscan conocer el índice de personas en situación de regularidad o irregularidad (OIM, 2020). Así mismo, es posible contar con aproximaciones sobre la migración haciendo alusión al sexo o género, escenario en el que las estimaciones internacionales se refieren a una relativa paridad de hombres y mujeres dentro de los movimientos humanos. De la totalidad de los migrantes, según las proyecciones de organizaciones internacionales, cerca de 124,8 millones de personas son mujeres, lo que destaca su relevancia y participación en la fuerza de trabajo (ONU, 2019); vale la pena mencionar que 1 de cada 6 mujeres se desempeña en el trabajo doméstico (ONU Mujeres, 2018).

Las mujeres migrantes se encuentran en un riesgo mayor de sufrir violaciones a sus derechos humanos, toda vez que son discriminadas en mayor medida al acceder al trabajo; suelen ser estigmatizadas como trabajadoras domésticas o sexuales y, en consecuencia, son víctimas de explotación laboral y sexual en redes de trata de personas y de tráfico de migrantes. Esta situación está ampliamente documentada por el relator especial sobre los derechos humanos de los migrantes en uno de sus más recientes informes, en el que insta de manera urgente a los Estados para que desarrollen la perspectiva de género de manera integral dentro de sus políticas internas (ONU, 2019).

Por otro lado, del total de migrantes, 24,4 millones están registrados como refugiados (ONU, 2019), de los cuales el 50% son mujeres y niñas. A su turno, pese a que no existen datos precisos sobre el número de personas apátridas en el mundo, el ACNUR presume que la cifra es elevada y los más afectados por la falta de reconocimiento de nacionalidad suelen ser los niños, quienes representan un tercio. Por su parte, las mujeres también suelen verse gravemente afectadas en sus derechos, dado que en la actualidad, en 25 países se prohíbe a las mujeres trasmitir la nacionalidad a sus hijos, situación que afecta a los menores de padres desconocidos (ACNUR, s.f.), y aún existen 3 Estados que impiden a los hombres trasmitir la nacionalidad, cuando se trata de hijos extramatrimoniales (ACNUR, 2019).

Lo anterior evidencia de manera somera la altísima vulnerabilidad de las mujeres en situación de movilidad humana, aspecto que al parecer resultó estar invisibilizado por décadas, pese a que la presencia de la mujer en los flujos migratorios no es un hecho nuevo. Según Veroniqué Landry, en la historia de las migraciones se ha presentado una fuerte tendencia teórica que persistió hasta los años ochenta y gira en torno al androcentrismo, la cual busca privilegiar el papel del hombre e invisibilizar el rol y la experiencia de la mujer dentro de este proceso (2012, p. 103). Bajo esta perspectiva, la persona, como sujeto migrante, se presenta desde una visión laboral masculina, donde la mujer es simplemente una acompañante, circunstancia que obedece a la distribución social de los roles entre el hombre y la mujer y a la relación entre producción y reproducción (Jiménez, 1999, p. 7), que impera desde una óptica patriarcal.

El inicio de la construcción del concepto de la feminización de la migración, aspecto central de la investigación que soporta este texto, se produce a partir del desarrollo de la noción diferencial del sexo (Landry, 2012, p. 104), surgida a mediados de los años ochenta, lo que ha implicado un cambio cualitativo en la manera de concebir los movimientos migratorios, pues ubica a la mujer como un sujeto protagonista dentro de las teorías clásicas que explican la migración y les reconoce independencia y voluntad para tomar la decisión de abandonar su territorio de origen y buscar oportunidades de desarrollo. Otros de los aportes de la incorporación de la lógica de las mujeres en el discurso de los movimientos de personas son: que ha permitido visibilizar la proporción de la mujer migrante a nivel mundial, ha desmitificado el desempeño de los roles tradicionales de la mujer y ha puesto de presente la dinámica de la migración como consecuencia de la globalización.

Lo anterior permite marcar una transformación en la óptica de sujeto accesorio con la que ha sido vista la mujer en estos procesos, pues su movilización ya no debe ser validada desde la migración del hombre y se le permite decidir desde su íntima autonomía a abstenerse de hacerlo en caso de que así no lo quiera (Reysoo, 2004, p. 21). Debe recordarse, que dentro del concepto más amplio y evolutivo del derecho a migrar, conocido como ius migrandi, uno de los elementos esenciales radica en no ser forzado a hacerlo y tener la libertad de decidir permanecer en el lugar de origen o de residencia habitual (Chueca, 2008, p. 754).

Así, la feminización de la migración como aporte teórico para la comprensión de la movilidad humana y como contribución práctica para la satisfacción de los derechos de las mujeres puede verse como una teoría en constante construcción, que fija el centro de atención en las particularidades de la mujer a lo largo de todo el proceso migratorio, esto es: las motivaciones previas al viaje; los deseos de progreso, desarrollo, protección a la vida o integridad personal o del grupo familiar; el cuidado y manutención de sujetos dependientes; y el cumplimiento del proyecto de vida individual, entre otras innumerables razones que impulsan la migración. En el tránsito y llegada al territorio de destino, la mujer migrante también enfrenta una serie de particularidades que pueden coincidir con las de los demás sujetos; sin embargo, el reconocer ese impacto para la mujer, reivindica el discurso desde su propia autonomía y refuerza su estatus de sujeto pleno de derechos.

Dentro de la riqueza del concepto, para Saskia Sassen, la feminización de la migración implica una comprensión de la complejidad de esta realidad, dentro de una economía globalizada (2003, p. 1), pues la movilidad está fuertemente interrelacionada con la apertura mundial y con la interdependencia comercial entre Estados desarrollados y en vía de desarrollo. Lo anterior no escapa del espectro de acción de la mujer, pues la perspectiva feminista se relaciona con la geografía; de allí que la filósofa enriquezca el discurso con la noción de las contrageografías de la globalización, descrito como aquel proceso en el cual las economías mundiales abren un amplio espectro dentro del mercado laboral, que de manera indirecta habilita espacios de ocupación a la mujer (Sassen, 2004). Al mismo tiempo, este proceso acentúa y genera una serie de desigualdades y segregaciones en contra de la mujer, situación que se produce por el desempeño de estas en muchos oficios infravalorados, informales y sin seguridad (Sassen, 2004, p. 123). De allí la importancia de que en las políticas adoptadas por los Estados se incluya el inexcusable enfoque diferencial en favor de la mujer migrante.

La importancia del rol de la mujer y el reconocimiento de sus necesidades es tal que, desde la adopción de la Agenda 2030, que desarrolló los Objetivos de Desarrollo Sostenible, se puso de manifiesto la necesidad de transversalizar en estos la igualdad de género, el acceso a las oportunidades y la erradicación de la violencia, como camino hacia la consecución de la justicia. De esta manera, es posible hallar el punto de convergencia entre la mujer y los movimientos migratorios en metas orientadas a dignificar las condiciones de la migración; erradicar la trata de personas y el tráfico de migrantes (ONU, 2015, 5.2); poner fin a las formas modernas de esclavitud y erradicar el trabajo forzoso (ONU, 2015, 8.7), promoviendo premisas de trabajo decente y seguro, reducción de las desigualdades entre los países y facilidades para la migración segura, ordenada y regular (ONU, 2015, 10.7).

Lo expuesto anteriormente plantea una clara invitación a la academia para desarrollar procesos de reflexión en los que se ubique como eje central a la mujer migrante, pues su presencia, impacto y contribución, tanto para la sociedad de origen como para la de acogida, es un hecho indiscutible. Es necesario que se superen los sesgos de discriminación por motivos de sexo y de origen nacional y se contribuya de manera decidida a la construcción de Estados más equitativos, justos, pacíficos, que reconozcan a cada sujeto su importancia dentro del estándar más alto de dignidad y derechos humanos.

La mujer migrante en Colombia

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