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Tan necesaria para los sembrados

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Volvió a llover y

yo en la ciudad y sin paraguas

que la mañana manda y el trabajo llama.

Lavé la ropa y no hay chance de que seque

detrás del vidrio el agua me saluda

tan necesaria para los sembrados

y para la mugre acumulada de un patio que no se baldea.

¡Qué hace por mi barrio!

¡Por qué llega sin invitación y golpea la ventana!

Así llaman la muerte y la desgracia

pero no estas gotitas transparentes

que brillan como perlas para los poetas

y me rompen el corazón.

Cuando salgo inevitable a la calle

el chaparrón me tira una balacera.

Chorrea la ciudad pero me tocó a mí,

por qué me persigue esta lluvia,

me moja la oreja, me pisa los talones

y me empapa la espalda.

Estoy aquí hecha un desquicio

con la vergüenza de la ropa mojada y nadie se da cuenta

tanta soledad pasada por agua

la protección de los balcones se agotó en la esquina

y atravesar la avenida es una locura.

Brilla el refugio de una confitería

me instalo detrás de la vidriera

desde la mesa miro al cielo

que vierte litros y toneladas

cuando el mozo me trae un café doble.

Una mujer pierde el zapato y un paraguas sale volando.

El temporal no da tregua

lo mismo el saco del señor que el harapo del viejo.

Me siento una inquilina de la confitería, de acá no me muevo

desde la silla de madera todo pasa del otro lado

y hostiga a los demás.

Abramos las puertas de este bar

y entren al arca de Noé

¡sálvense del diluvio!, aunque no es para tanto, pienso.

Con esta tormenta hice una zancadilla a la rutina

para tomarme un tiempo y un café.

Después de todo, la gente afuera va a seguir marchando,

nadie muere en la víspera

y siempre que llovió, paró.

Ahora guardo la plata en la cartera,

el sabor del café en la garganta

y un poco de humedad en la ropa

para que mi vida no se marchite.

Una mujer posible

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