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3) En la Avenida Buenos Aires
ОглавлениеSe dirigieron al coche: el joven, con las mejillas sonrosadas por la emoción y el policía duro, gigante, con sus 195 centímetros de altura, hombros anchos y cintura (¡Dios mío!) ¡de eso, ni hablar!
«¿Ponemos… la sirena?» decía el chaval.
«No» respondía el policía.
«La sirena es sólo para casos de emergencia. Sin embargo, si quieres, nos paramos en el bar y yo tomo un café, ¿y tú?»
«¡Helado!» fue la respuesta del aprendiz de policía.
Se pararon en un bar de la Avenida Buenos Aires y pasaron unos minutos relajándose como viejos amigos.
En la Avenida Buenos Aires el tráfico de la noche empezaba a ser frenético, el cierre de las oficinas derramaba en las carreteras columnas de autos con trabajadores impacientes por llegar a casa y ponerse las zapatillas delante del televisor.
De vez en cuando el sonido de algún claxon ensordecía a los peatones que iban por su camino ocupados en hacer auténticos eslalons entre los coches que hacían cola y los aparcados sobre la acera.
Los escaparates comenzaban a iluminarse, invitando a personas de todo tipo a la compra nocturna. En los escaparates de ropa más famosos, se exhibían a menudo maravillosos modelos de los prestigiosos estilistas milaneses, aunque, la zona de Milán más próspera en negocios de alta costura es sin duda la via della Spiga y vía Montenapoleone.
Cuando salieron del bar, Roberto todavía estaba ocupado en lamer su cono de helado, miraba a su alrededor convencido de que todos lo estarían admirando porque estaba en compañía de un famoso investigador.
Pero, de repente, una escena delante de ellos atrajo su atención.
A unos 100 metros, en la acera, justo delante del coche de policía aparcado, un hombre estaba saliendo de una joyería mirando a su alrededor con aire furtivo, (esto fue al menos lo que le parecía a Roberto), había girado en su dirección, cuando, al ver el auto de la policía, se quedó parado, miró a derecha e izquierda de la acera, se encontró con los ojos de Roberto, se paró a observar a Teddy e inmediatamente cambió de dirección alejándose hacia la plaza Loreto.
«¿Has visto?» dijo Roberto, «ese es, sin duda, un ladrón, habrá robado la joyería, ¡arrestémoslo!»
El inspector tuvo unos cuantos problemas para calmarlo y ahcerle comprender que no se puede correr detrás de todos los individuos que parecen sospechosos.
«De todas formas, ahora pasamos delante de la tienda y miramos en el interior cómo están, ¿te parece bien?»
«¡Ok, comandante!» fue la respuesta del joven.
Pasaron delante del escaparate, pero vieron que todo estaba tranquilo, el joyero estaba reponiendo algunas joyas dentro de la vitrina, levantó la vista hacia ellos y respondió tranquilo al saludo que le habían hecho. Cuando el inspector le preguntó si todo iba bein, respondió enseguida:
«¡Todo perfecto, gracias!»
«Sin embargo, me parecía…» intentaba justificarse Roberto.
«¡Venga, no importa! Mejor así» respondió Teddy.
Entraron en el coche y enseguida llegaron bajo la casa del muchacho, el cual se despidió del inspector dándole las gracias y subió deprisa las escaleras de su casa, donde lo esperaba la madre, ahora ya intranquila por su causa.