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8) El desprecio

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Cenicienta fue a pedir permiso a su madrastra para ir también ella a la fiesta y la madrastra le respondió:

-Pero no tienes un vestido ¿Cómo piensas ir a la fiesta, vestida de esa forma?

-No –respondió la muchacha – he encontrado en el desván un viejo vestido de mi madre, lo he adaptado a mí y, aunque no es tan hermoso como serán seguramente los de mis hermanastras, me conformo, sólo quiero entrar y ver a Anastasia y Genoveffa cuando bailen con el príncipe.

Al oír aquellas palabras las hermanastras se prodigaron en entusiastas descripciones de sus magníficos vestidos y joyas y de cómo encantarían al príncipe a primera vista.

-Muy bien –dijo la madrastra ligeramente ablandada –sin embargo, deberás ir a pie, porque en nuestra limusina aérea no tendremos sitio para ti.

Cenicienta, de todas formas, se sintió feliz con la promesa de poder ir también ella a la fiesta y durante todo el día trabajó en la cocina, lavó y fregó de muy buena gana, pensando en su elegante vestido ya preparado que le esperaba colgado en el armario de su habitación.

Por la noche, cuando se retiró a dormir, le vinieron ganas de mirarlo de nuevo y abrió el armario para cogerlo, pero... ¡oh!

Lo encontró todo cortado, con tijeretazos que iban desde el dobladillo y llegaban hasta el escote convirtiéndolo, de esta manera, ¡ay!, en inutilizable.

Se fue al desván llorando y contó a Marta lo ocurrido, la cual, sumamente enfadada y decidida más que nunca a no dejar que se saliesen con la suya aquellas dos hermanastras envidiosas y crueles que habían causado el desastre para impedir que Cenicienta participase en la fiesta.

-¡Esto no acaba aquí! Encontraré otra manera de hacerte el vestido, no te vengas abajo, querida Cenicienta, buscaremos juntas otra solución, ya verás cómo lo conseguiremos, ¡yo te ayudaré!

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