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Prólogo

Helio Jaguaribe

Fue con mucho gusto que acepté la amable invitación del profesor Marcelo Gullo para prologar su excelente estudio La gran oportunidad. Es que Gullo y yo tenemos, sobre temas de nuestro común interés, las mismas ideas básicas. Así ocurre, particularmente, con este libro, con el cual mantengo plena concordancia.

En lo fundamental se trata del hecho de que, ante el proceso de globalización exacerbado por el unilateralismo imperial del gobierno de George W. Bush, los países como la Argentina y Brasil –y con ellos, todos los de América Latina– están perdiendo, acelerada y drásticamente –cuando no lo han hecho ya– su espacio de “permisibilidad” internacional.

De seguir las cosas en el estado actual, en un lapso histórico relativamente breve –a mi entender, en no más de diez años–, nuestros países se convertirán en meros “segmentos indiferenciados del mercado internacional” y serán simples “provincias” del imperio americano. Si bien se mantendrán los aspectos “formales” de su soberanía: el himno, la bandera, los ejércitos –útiles sólo para “desfilar” y hasta las “elecciones libres”–, las decisiones relevantes serán tomadas fuera de sus fronteras, en función de los intereses del mercado financiero internacional y de Washington.

Nuestros países serán controlados, internamente, por las grandes corporaciones multinacionales –las mismas que ya predominan en ellos– y, externamente, por Estados Unidos.

El imperio americano, a diferencia de los “imperios históricos”, del romano al británico, no se caracteriza por la “formalización” de su dominio. Este domino era ejercido, en aquellos otros, por un “procónsul” o un “virrey”, respaldados por contingentes militares y burocráticos de la metrópolis. El imperio americano, en cambio, es un “campo magnético”, dicho esto en un sentido análogo al que empleamos cuando hablamos, en física, de un “campo gravitacional”. El “campo” imperial americano se caracteriza por el empleo de “constreñimientos decisivos” en lo financiero, en lo económico-tecnológico, en lo cultural, en lo político y, cuando es necesario, en lo militar.

Estos “constreñimientos” compelen a los dirigentes locales –les guste o no– a seguir la orientación que conviene al imperio.

El proceso de globalización, que no fue deliberadamente generado por ningún país o grupo económico, es el resultado del progreso tecnológico del último tercio del siglo xx y de la transición de la forma del capitalismo internacional que pasó de la anterior fase industrial a la actual fase financiera e informática.

Sin embargo Estados Unidos, valiéndose de su condición de mayor y más tecnificada economía del mundo combinada con el hecho de ser la única superpotencia subsistente, consiguió apropiarse de este fenómeno utilizándolo para favorecer sus propios intereses. Fue así como el proceso de globalización terminó convirtiéndose en el principal medio sobre el cual Estados Unidos basa su predominio universal y consigue, de este modo, que los procesos de globalización y modernización terminen identificándose con la idea de “americanización” universal.

Ante esta situación, la mayor parte de los países está perdiendo, o ya perdió, su soberanía efectiva, convirtiéndose en meros segmentos del mercado internacional y provincias del imperio. De este destino escaparon solamente los países europeos –por su integración en la Unión Europea–, los países semicontinentales de Asia –como China e India– y, en menor aunque creciente medida, Rusia –gracias a su poder atómico “remanente” y a las políticas reformistas de Vladimir Putin, ayudadas por la fuerte alza del petróleo–.

En ese marco, los países del norte de América Latina, tanto por gravitación natural, en el caso de América Central y del Caribe –con la excepción de Cuba– como, también, por el acuerdo del nafta –en el caso de México– se fueron convirtiendo en “parcelas” de la economía americana. Es verdad que México, gracias a su extraordinaria riqueza cultural –tanto popular como erudita–, mantiene todavía un margen significativo de autonomía nacional pero, ¿por cuánto tiempo? De no mediar ninguna circunstancia nueva, el proceso de “americanización” de México seguirá progresando ineluctablemente, hasta su reducción a la condición de una provincia más del imperio.

En idéntico marco, subsiste en América del Sur una relativa –aunque aceleradamente declinante– autonomía. Lo que se mantiene de esa autonomía se debe a la Argentina y a Brasil. Estos dos países perderán, como ya he mencionado anteriormente –en un plazo históricamente breve– lo que les queda de autonomía si no logran, con urgencia, una apropiada solución “integradora”.

Como acertadamente subraya Marcelo Gullo en este brillante ensayo, la “supervivencia histórica” de la Argentina y de Brasil depende de la urgente conformación de una alianza estratégica entre ambos países. Una alianza que sea a la vez estrecha, estable y confiable, para desarrollar a partir de ella una integración económica apropiada y equitativa y, fundamentalmente, una política exterior y de defensa común. La alianza argentino-brasileña constituye, asimismo, el eje de la consolidación del Mercosur y éste, el “núcleo duro” de consolidación de la recientemente establecida Comunidad Sudamericana de Naciones.

Sólo así estarán dadas las condiciones necesarias para la preservación de la identidad nacional y la supervivencia histórica de cada uno de los países sudamericanos. Es preciso, asimismo, agregar que la consolidación de esta “comunidad” constituye la condición sine qua non para que México logre preservar su amenazada autonomía nacional. México no sobrevivirá sin una América del Sur autónoma y a la cultura latinoamericana le resulta imprescindible el rico aporte de México.

Resulta imprescindible, sin embargo, evaluar objetivamente la actual situación política universal no sólo en función del presente sino también de los posibles cursos que la historia del incipiente siglo xxi puede acarrear. En efecto, tales “cursos posibles” se sintetizan, a mi entender, en dos alternativas históricas básicas: 1) la ampliación y efectiva universalización del imperio americano, o bien 2) el surgimiento, hacia mediados del presente siglo, de un nuevo régimen multipolar.

La primera hipótesis tiene, a su favor, el curso actual de los acontecimientos. Dada su hegemonía semimundial y su absoluta supremacía militar, Estados Unidos está “satelizando”, paulatinamente, a las restantes regiones del mundo. Cabe, sin embargo, preguntarse por cuánto tiempo se mantendrá este proceso. Tenderá a proseguir, de hecho, hasta abarcar la totalidad del mundo si no surgen nuevas fuerzas que se opongan a ello. En tal caso se conformaría una verdadera pax americana de larga duración y el resto de los países quedarían reducidos a la condición de “segmentos del mercado internacional” y “provincias” del imperio americano.

La segunda alternativa depende de la evolución que hacia mediados de siglo alcancen otros “centros autónomos” –y alternativos– de poder mundial.

El principal candidato a ocupar esa posición de “centro de poder alternativo” es China. Este país viene sosteniendo, desde 1978 –con Deng Xiaoping y sus sucesores– tasas de crecimiento extraordinarias, superiores a 8 por ciento anual.

En la medida en que China pueda mantener durante algunas décadas más su ritmo de crecimiento actual –con tasas anuales no inferiores a 6 por ciento– y logre alcanzar, al mismo tiempo –como condición necesaria–, un desarrollo institucional acorde con su desarrollo económico y su modernización, conseguirá alcanzar un grado de “equipolencia” con Estados Unidos hacia mediados de este siglo.

Por su lado Rusia, que conserva –aunque en condiciones algo obsoletas– el extraordinario arsenal misilístico-nuclear heredado de la antigua Unión Soviética, en caso de concluir con éxito el proceso de reformas institucionales y operativas iniciado por Vladimir Putin alcanzará también a recuperar su antigua posición de superpotencia hacia mediados de siglo.

Es así como puede delinearse, como un posible horizonte político de mediados del siglo xxi, el surgimiento de un “nuevo régimen multipolar”, en el cual la Unión Europea, China y Rusia aparezcan también como “superpotencias”.

A este mismo marco habría que agregar el surgimiento de una nueva categoría política de países, aquellos que alcancen el grado de “grandes interlocutores internacionales independientes”. Este nivel podrá ser alcanzado por algunos países –o grupos de países– que, sin llegar al nivel de superpotencias, alcanzarán a mantener un elevado nivel de autonomía internacional, constituyéndose así en “grandes interlocutores independientes” del sistema internacional. Otro candidato capaz de alcanzar esta categoría sería aquel grupo de países que denominaremos “subsistema europeísta” dentro de la Unión Europea. Finalmente, una Comunidad Sudamericana de Naciones también estaría en condiciones de alcanzar este grado de interlocución independiente.

Al respecto de estos dos últimos protagonistas posibles, cabría realizar algunas precisiones.

El surgimiento de aquello que aquí denominamos “subsistema europeísta” como un bloque dentro de la Unión Europea resultaría una consecuencia de la ampliación de la Unión Europea. Con la reciente incorporación de diez nuevos miembros y el probable ingreso futuro de Turquía, además de otros países, la Unión Europea, tendería, más que nunca y por un largo plazo, a constituirse en un gigante económico pero un enano político.

Sin embargo, en esa misma Europa existen países como el Reino Unido, Francia y Alemania –además de otros– que mantienen, todavía, una importante actividad internacional. Ante la alta probabilidad de que la Unión Europea como tal no logre, en un plazo previsible, fijarse una política internacional propia, ya es manifiesta la tendencia a que, en Europa, se formen dos subsistemas políticos distintos. Uno, “atlantista”, proestadounidense, bajo el liderazgo británico, respaldado por los países nórdicos y eventualmente por Holanda y algunos países de reciente ingreso en la Unión Europea.

El otro subsistema, europeísta, estaría bajo el liderazgo de Francia y Alemania, con la probable adhesión de la España post Aznar, de la Italia post Berlusconi y de algunos de los recientes integrantes de la Unión Europea, incluida, probablemente, la futura adhesión de Turquía. Ese subsistema “europeísta” no tenderá, por muchas razones, a convertirse en “superpotencia” pero sí en un “gran interlocutor internacional independiente”, constituyéndose, a la vez, en el principal centro de la cultura occidental, una cultura de la cual Estados Unidos y la Comunidad Sudamericana de Naciones serán dos variantes diferentes.

La hipótesis de que América del Sur alcance el grado de “gran interlocutor internacional independiente” depende, fundamentalmente, de que se establezca, de forma estable y confiable, una estrecha alianza estratégica entre la Argentina y Brasil. Esa alianza conducirá, casi necesariamente, a la consolidación del Mercosur y, por ende, a la consolidación de una Comunidad Sudamericana de Naciones. Si esto ocurre –cosa que tendería, en efecto, a acontecer si se consolida la alianza argentino-brasileña–, América del Sur emergerá, en la hipótesis de un futuro régimen multipolar, como otro interlocutor internacional independiente. En tales condiciones sería posible que los países sudamericanos fueran capaces de preservar tanto su identidad nacional como su destino histórico.

Si el futuro, en cambio, deparase el escenario de la universalización de una pax americana, una Comunidad Sudamericana de Naciones consolidada, podría ingresar al imperio –en condiciones similares a la Unión Europea– como provincia de “primera clase”. Si, en cambio, los países sudamericanos enfrentasen este escenario posible aisladamente unos de los otros, serían incorporados en condiciones semejantes a las de los países africanos.

El futuro de América del Sur –como bien lo subraya este libro de Marcelo Gullo– depende fundamentalmente de la medida en que se consolide una alianza estable, confiable y estrecha entre la Argentina y Brasil. Una alianza que tiene en la actualidad –aun a despecho de algunas dificultades momentáneas– condiciones extremamente favorables para consolidarse, pero que presenta el imperativo de la urgencia. Es que de no concretarse en un plazo relativamente corto, no tendría las condiciones necesarias para perdurar y se tornaría en un objetivo cada vez más remoto y difícil de alcanzar, si los pasos decisivos para lograrlo no son dados por los gobiernos de Néstor Kirchner y de Luiz Inácio “Lula” da Silva. Esto queda palmariamente demostrado, una vez más, por el presente estudio de Gullo: estamos frente a uno de los más decisivos y dramáticos momentos de la historia sudamericana, con sus relevantes implicaciones latinoamericanas y mundiales. Es ahora, o nunca.

Río de Janeiro, enero de 2005

Argentina-Brasil

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