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La desilusión de aquel joven

Fui a compartir un mensaje a una iglesia de Capital Federal, y me asombró lo que el joven líder de alabanza vino a decirme al finalizar la reunión: “Perdone que sea tan directo Marcelo, pero usted me desilusionó”. “¿Por qué?”, le pregunté sorprendido. Él contestó: “Porque yo tenía la imagen de que usted era más espiritual y nunca lo vi ni aplaudir, ni moverse, ni levantar las manos durante la alabanza”.

Debo asumir que soy bastante parco para todo eso. Siempre lo fui. Pero tengo muy en claro que el amor a Dios no pasa ni por batir palmas, ni por levantar las manos, ni por poner cara de piedad, ni siquiera por decirle palabras dulces al Señor.

Con esto no quiero decir que aquellos que son fervorosos para alabar estén equivocados. No. Mientras esa forma sea sincera estará perfecta. Pero ¿por dónde pasa y cómo se mide desde el Cielo el amor a Dios?

La Biblia lo dice de manera clarita como el agua en Juan 14:21: “El que guarda mis mandamientos ese es el que me ama. Y yo le amaré y me manifestaré a él”. En una palabra, el amor a Dios pasa por la obediencia, por vivir de acuerdo a lo que nos enseña la Palabra. Y ella tiene otra afirmación muy contundente, muy dura en Mateo 7:21: “No todo el que me dice: ‘Señor, Señor’ entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre…”

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