Читать книгу El truco para curar - Marco Focchi - Страница 4

PRESENTACIÓN

Оглавление

Hay un momento crítico en el transcurso de una cura en el que el analizante se niega a seguir hablando y quiere una solución. Los jóvenes colegas supervisores suelen dar testimonio de las peticiones de los pacientes, y les indican que no disponen de ninguna receta para resolver todos sus males al instante. Es una respuesta razonable, pero no es aconsejable en absoluto. Cierto es que el psicoanálisis se diferencia de la medicina en que al paciente no se le prescribe ninguna receta, ni dosis alguna, ni dietas ni ejercicios. Del consultorio médico se sale con un diagnóstico definido acerca del dolor que afecta a una parte concreta del cuerpo. Por el contrario, el psicoanálisis explora regiones no cartografiadas del prontuario, entra en los serpenteos de la existencia, y penetra en su lado oscuro, inviste el sexo, la angustia, los amores y los odios, sigue los inextricables hilos en que está enredada la vida, se entrecruza con interrogantes llenos de motivos esquivos, y nos hace entender que no existen recetas disponibles e inmediatas, instrucciones claras y aplicables de inmediato para resolver los obstáculos que la vida pone a cada ser humano.

A ello hay que objetar que no tenemos ninguna varita mágica, dado que esta no es la respuesta. En primer lugar, el paciente ya lo sabe, y en segundo lugar —como hace el Adán apócrifo que mencionamos al final del tercer capítulo—, cuando nos hallamos en una encrucijada y no nos podemos decidir por ninguna de las dos direcciones, lo más importante es, sin embargo, encontrar un modo para salir del trance.

Ante todos nosotros se presentan encrucijadas donde la elección no tiene la simplicidad que se podría alcanzar si fuese posible acotar el bien y el mal. El bien y el mal, la ganancia y la pérdida, el goce y el sufrimiento están íntimamente entrelazados entre sí. Hay que añadir que no existe ninguna receta, y que por lo tanto no existe ninguna respuesta prudente para un problema que entraña cierta temeridad. En efecto, el asunto no estriba en si debemos girar a la derecha o a la izquierda, o en saber qué es lo que nos conviene. El paciente lo formula así porque se trata de un callejón sin salida, un mero aspecto de su neurosis. El verdadero problema, que se encuentra detrás de su forma sistematizada, matematizada y positivista, estriba en que, si ya no podemos girar ni a la derecha ni a la izquierda, ¿qué podemos hacer? Hic Rhodus, hic saltus.

Al contrario que sucede con la medicina, el psicoanálisis no da respuestas definidas, porque cualquier receta sería un engaño. La propia idea de solución es falsa, frente a la antinomia del deseo de la que ya habló Ovidio: Nec sine te nec tecum vivere possum.

Así pues, no hay ninguna receta que nos cure, pero sí existe un truco. La receta o solución siguen la senda de lo posible, pertenecen al orden de lo calculable, donde el mundo está diseñado en blanco y negro, mientras que la antinomia, como enseña la historia de la lógica moderna, no tiene solución. O, mejor aún, no tiene ninguna solución lógica, al menos si nos valemos del cálculo, la senda del sentido común y las pruebas disponibles. Pero con respecto a lo real, lo relativo a la vida, la lógica es solo una apariencia. Cuando llega al punto esencial, al imposible que hay sobre el fondo de la existencia de cada uno, no hay que bloquearse en la parálisis. Es necesario seguir adelante a partir de la imposibilidad lógica, preparar el terreno que empuja a encontrar la auténtica salida en lo irresoluble, en el expediente.

Lacan habla del truco, del engaño, cuando se refiere a la cura. Se refiere a él en una intervención, comentada en el último capítulo, datada en sus últimos años. Este truco consiste en que la experiencia del psicoanalista —es decir, un saber no enciclopédico— le susurre algo al paciente y esto lo induzca a curarlo.

No es el truco del prestidigitador, que esconde lo que hacen las manos, tratando de engañar al ojo del público. Ni siquiera se trata de un juego de ingenio muy especial, porque si el psicoanálisis trabaja con las palabras, no es para convertirlas en el instrumento de una sofística que intenta explorar la maestría del lenguaje. Hablar es necesario, cierto, pero hasta que estamos inmersos en una conversación no sucede nada decisivo. Necesitamos que las palabras toquen la carne, pongan en juego el cuerpo, y hagan emerger los aspectos reales de la existencia. A veces hace falta mucho tiempo, y otras se produce con una rapidez asombrosa, como los raros momentos en que la vida, de improviso y con brusquedad, mantiene sus promesas.

El truco para curar no se encuentra en este manual. Más bien, dice Lacan jugando con los propios conceptos, salta fuera del sujeto supuesto saber, que no está apenas relacionado con la Enciclopedia. Tampoco es el experto poseedor, porque es algo que no se posee. Lacan sugiere que viene de la experiencia.

Una antigua historia china devuelve perfectamente la idea. Un príncipe está sentado en lo alto leyendo, y un carretero trabaja debajo de él. El carretero deja los utensilios e interroga al príncipe: «¿Qué haces?», le pregunta. «Leo las palabras de los sabios», se jacta este. «¿Y dónde están los sabios?», pregunta el primero, haciéndose el ingenuo. «Han muerto», contesta el segundo. «Lo que lees —concluye entonces el carretero— es solo la hez de los antiguos». Cuando el príncipe le pide que se explique, el carretero le dice: «Cuando hago una rueda, si pongo poco empeño el trabajo es agradable, pero carece de solidez. Si, en cambio, voy demasiado deprisa, el trabajo es pesado y está mal hecho. Sin embargo, la mano siente aquello que es sutil, lo que no se excede ni se queda corto, y la mente lo recuerda, pero la boca no puede expresarlo, y no se lo puedo transmitir a mi hijo».1

Y esto es lo que acoge la experiencia: lo que resulta inasible por la palabra. Lo que la ciencia considera real es la porción expresable del ser, la que contesta a las matemáticas, y sería un error hacer derivar el método científico hacia las cosas que no se pueden expresar directamente con palabras, sino apenas rozarse. El sexo, el amor y el inconsciente son insensibles al método científico, y la curación no se produce gracias a ningún tratamiento terapéutico premeditado. Por el contrario, esta se produce gracias a una utilización correcta de los semblantes, que le hace vacilar para desprender de ellas lo real. En el fondo, Lacan se refiere a esto cuando habla de truco. No se trata de ningún secreto, ni de nada oculto, ni de juegos ingeniosos, sino de la prontitud, tempestividad o presteza para aprovechar los recursos del supuesto saber, para coger lo inaprehensible, ese «no sé qué».

La clínica lacaniana abre el camino en una región donde lo real no es el referente positivo de la palabra, y donde no podemos hablar de método en el sentido en que este término se emplea en el ámbito científico. Sin embargo, podemos decir que hay un método en las locuras de los hombres y de las mujeres, que se siguen y se rehúyen, se aman y se odian, sueñan y se angustian.

Los conceptos de Lacan ayudan a entrar en un mundo complejo que se sustrae a la universalidad de la ciencia justo porque se ha escindido del sexo, y donde el sufrimiento mana del placer, donde el deseo le contradice, y donde eso a lo que aspiramos en mayor medida es aquello a lo que más tememos.

En el Seminario de Montreal he intentado mostrar la utilidad clínica de los textos lacanianos, que se suelen analizar sobre todo por su extensión teórica. Debo agradecer a los colegas de Montreal el intercambio de ideas que he realizado con ellos, y que no ha hecho sino enriquecerme. Agradezco de manera particular a Anne Béraud el hecho de haberme invitado a hablar en el contexto del Pont Freudien, así como su paciente y preciso trabajo de transcripción y redacción del texto. En el apartado «Recursos» he recogido algunas ideas de una prospectiva terapéutica diferente de aquella otra que imita la medicina y se impone la tarea de suprimir los síntomas, con lo que se condena a la impotencia.

El truco para curar

Подняться наверх