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¿Se puede o no se puede?

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Mi propia mente fue la primera limitación con la que me encontré. La creencia de que no sería posible ser empresario contaminó mis pensamientos durante un extenso período. En ese lapso, me convertí en empleado. La única forma que entendía en la que podía generar ingresos era a través de un sueldo. No veía otra posibilidad. Desde chico me inculcaron que había que trabajar duro; sin embargo, la posibilidad de abrir un emprendimiento no estaba en las conversaciones familiares.

A los 9 años obtuve mi primer trabajo: lavaba el auto de mi abuela y me daba una propina. Con esas monedas me compré paquetes de figuritas de Spider-Man. Reconozco que se sintió hermoso, me sentí grande por disponer de mi dinero y tomar la decisión de hacer lo que quería con él.

A partir de ese momento supe que ser grande sería eso, trabajar para conseguir lo que quiero, figuritas a los 9 años o una casa a los 40. Nunca vi otra posibilidad.

A los 15 años trabajé en locales de ropa como refuerzo de ventas en temporadas altas. Daniel Vidal me ofreció ese trabajo en el local comercial de Legacy en la peatonal de Santa Fe. Mi labor era ordenar la ropa que los vendedores mostraban, apilarla y, de vez en cuando, si se aglomeraban muchas personas, me permitían atenderlos. Yo estaba feliz, me sentía productivo. Recuerdo que todo mi salario lo canjeaba por regalos de Navidad para mi familia.

Desde allí nunca más me detuve.

En mi adolescencia, entre mis 15 y mis 20, mi familia no estaba en condiciones de darme dinero semanal para las salidas, como al resto de los adolescentes de mi edad, así que, para no quedarme fuera del circuito, trabajaba en los boliches de moda para conseguir entradas gratis y consumiciones. La idea era repartir tarjetas de invitación a amigos y conocidos. Recuerdo a mis dieciséis haciendo esto para el teenager de Island Vip, la disco más concurrida de ese momento. Cada tarjeta tenía un número y, si conseguíamos una cifra considerable de invitados, nos aumentaban las consumiciones que podíamos disponer. Lo hacía con mucha vergüenza, pero ¿qué opción tenía? No pensaba quedarme fuera.

Luego me apunté para trabajar en empresas de turismo. Juan Pautasso, mi amigo de toda la vida, había hecho su viaje de egresados de la secundaria a Bariloche y su coordinador lo invitó a participar de las ventas de esta empresa con algún amigo. Cuando me dijo, no lo dudé.

Teníamos 17 años y el trabajo era prometedor. Si lográbamos que los estudiantes de colegios de 5.to año se embarcasen a Bariloche con ellos, se nos permitía hacer viajes como coordinadores. Estas fueron épocas gloriosas. Con Juan, rápidamente nos posicionamos como líderes de equipo. En ese momento las empresas que lideraban el mercado eran Rápido Argentino y Río de la Plata. Nosotros representábamos a Norosur, una empresa entrerriana, y teníamos muy poco presupuesto comparados con estos gigantes nacionales.

Mi carrera en turismo duró 2 años y fue vertiginosa. Disfrutaba tanto que pasaba todo el día en la oficina y en la calle convenciendo a los estudiantes de viajar con nosotros. Mi compromiso era tan grande que rápidamente me dieron la oportunidad de coordinar grupos de estudiantes. Comencé con los más chicos de 7.mo grado a Carlos Paz y luego 5.to año a Bariloche. Mi conducta, dedicación y responsabilidad me llevaron a que, en menos de un año, me ascendieran a coordinador general, así que tuve la oportunidad de vivir en Bariloche, reorganizando la labor de otros coordinadores. Tenía 19 años, 2 años en el rubro y ya había ascendido a uno de los mayores puestos que el turismo estudiantil podía brindar. Vivía en una ciudad paradisíaca, aprendía, ganaba dinero, tenía acceso a excursiones y discotecas todos los días de la semana, la verdad es que era un presente utópico para mis 19 años.

Logré grandes amistades gracias al turismo y pude viajar trabajando. Además, me forzó a liderar grupos a muy corta edad.

Mi madre no estaba muy contenta de que hubiese dejado mis estudios, así que decidí darle el gusto, renuncié y me dispuse a iniciar mis estudios universitarios. De regreso en mi ciudad, me inscribí en la Universidad Católica de Santa Fe, en la carrera de Ciencias de la Comunicación.

Sin trabajar, no disponía de dinero para vivir una vida universitaria decente, así que conseguí un puesto en la cervecería Quilmes. Estuve unos 18 meses allí, hasta que Gustavo Ingaramo me invitó a trabajar en el Frigorífico Recreo, donde estuve siete años como gerente de Marketing. En ese período pude terminar mis estudios universitarios.

Toda una vida trabajando ¿Para qué? Para sentirme útil, para aprender, para incorporar habilidades, para establecer relaciones y también para generar ingresos.

Ahora, una vez que se asciende en la estructura organizacional, ¿qué sigue?

Esa era la pregunta que me hacía cada vez que alcanzaba las máximas posiciones laborales. ¿Qué sigue? ¿Cómo sigo aumentando mis ingresos? No había respuesta y esto me aburría, me sentía vacío luego de un tiempo en cada lugar de trabajo. A pesar de esto, la posibilidad de abrir una empresa o emprender no estaba entre las respuestas de ese momento.

En esa búsqueda de respuestas viajé a Europa y no tuve inconvenientes de volver a empezar. Glass collector en Inglaterra (juntador de vasos) y servidor de té en Escocia fueron mis primeros empleos.

En Australia pude llegar a ser General Manager de un hotel, gracias a mi buen desempeño en Inglaterra, pero esa historia corresponde a otro libro1. Volví a la Argentina y a empezar de nuevo SIEMPRE trabajando.

En Rafaela, mi ciudad natal, me metí en el rubro inmobiliario y fue el puntapié que me condujo al camino empresarial.

Hoy soy socio de las oficinas RE/MAX Futuro y Rumbo, en Santa Fe y socio de Futuro II en Santo Tomé. Liderando un equipo de 80 agentes inmobiliarios, a la par de un equipo de staff de 15 personas, junto a mis tres socios, Naty López, Diego Scolari y Diego Bailardo. He construido 15 edificios y el equipo ha comercializado más de 5000 transacciones inmobiliarias. También soy inversor y desarrollador de varios proyectos inmobiliarios en puerta.

Para 2025 con el Team Futuro tenemos proyectado ser 150 integrantes y alcanzar las 10.000 transacciones.

Soy padre de Paz, y estoy casado con Gisela Pitura, con quien también tenemos varios emprendimientos. Ella es nutricionista, influencer y ha montado 2 centros de salud llamados Panchakarma y un próspero negocio en internet, todo orientado a la incorporación de hábitos saludables y terapias holísticas.

La Biblia del Emprendedor

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