Читать книгу El Pueblo del Hielo 2 - La caza de brujas - Margit Sandemo - Страница 5
ОглавлениеCapítulo 1
En lo profundo del Valle del Pueblo del Hielo, una familia atravesaba el lago en un pequeño bote. Los remos crujían contra los escálamos cada vez que las palas se deslizaban suavemente a través del agua calma. Tres niños conversaban sin parar sentados en la popa. Sus voces agudas reverberaban sobre el lago. Sol sonaba arrogante, como era habitual. Dag hablaba con calma y levemente distante; las fantasías de los cuentos de hadas de Liv quedaban ahogadas por los otros dos.
Silje iba sentada en medio, observando cómo remaba Tengel. El hombre tenía toda su atención en los niños. Siempre le preocupaba que algo les sucediera. Pero habían gozado de una buena crianza y podían comportarse como quisieran, dentro de ciertos límites. Por eso Silje pensaba que no era necesario que él los vigilara con tanta atención, aunque entendía sus motivos para hacerlo. Era un hombre que se había resignado a llevar una vida vacía y solitaria, pero ahora cuatro personas dependían de él. Lo respetaban y le daban el amor que él solo había imaginado en sus sueños más secretos. Silje estaba muy orgullosa de su pequeña familia. Su esposo, Tengel, era temido y excluido… aunque solo ella sabía que su apariencia atemorizante y demoníaca escondía un ser humano excepcional. En cuanto a los niños, su corazón se alegraba solo con pensar en ellos.
Sol, siempre alegre y enérgica, era un dilema: estaba contaminada con la sangre de Tengel, el MalignoMaligno y la tragedia se cernía sobre ella. Dag era un soñador rubio e inteligente; y la pequeña Liv, la menor, imitaba a los mayores en todo. Se parecía a Silje en muchos aspectos. Tenían la misma melenarizada, color castaño, los mismos ojos tímidos y expresivos, y la sonrisa constante. También compartía la imaginación vivaz de Silje. Veía trolls en todas partes, imaginaba seres entre las sombras y las cosas cotidianas, conversaba con los árboles… «Querida Liv», pensó Silje, «si sigues mis pasos, tu vida será rica y versátil, pero eres demasiado sensible. Temo que la vida te deparará muchosreveses.»
Silje se negaba a volverse para mirar a los niños. Siempre le dolía ver lo mal vestidos que estaban. A Sol ya le quedaba demasiado pequeño su vestido. Los pantalones y la chaqueta de Dag los habían confeccionado con las faldas gastadas de Silje… y demostraban que era una costurera desastrosa. El pesado vestido de lana oscura de Liv lo había hecho con unos pantalones de Tengel: ahora era un atuendo sin forma del que las vecinas se burlaron sin complejos. Solo pensar en ello hacía que Silje se muriera de vergüenza.
Habían extendido la red para pescar mientras regresaban a la orilla. Como era una cálida tarde de verano, permitieron que los niños acompañaran a sus padres: los críos estaban entusiasmados.
Mientras remaban, Silje miró las montañas que rodeaban el Valle del Pueblo del Hielo por todos lados. Ahora estaban bañadas del oro pulido del sol poniente. Silje vio una vertiente abierta entre dos cimas.
—Sabes, Tengel, he pensado varias veces que debe haber un modo de atravesar las montañas allá arriba. —Tengel apoyó los remos y siguió la mirada de Silje.
—Pocos han logrado atravesarlas, pero no lo recomendaría. Por el otro lado llegas al glaciar. Y es muy difícil bajar desde allí.
—Entonces, ¿has ido?
—Una vez hace mucho años. Después juré que nunca volvería a hacerlo.
El bote tocó fondo. Los niños se empujaron para ver quién era el primero en bajar.
—Calma, calma —dijo Tengel con seriedad. Fue lo único que necesitaba decir. Tenía cierto poder que al mismo tiempo irradiaba amabilidad y amor.
Silje sabía que los niños lo idolatraban.
Todos cargaron con algo camino a la casa. Los niños habían aprendido hace mucho tiempo que para sobrevivir en la naturaleza, todos debían ser responsables.
Liv estaba cansada tratando de abrirse camino entre los arbustos de enebro, así que Tengel la alzó sobre sus hombros. Sol y Dag iban caminando a cada lado de Silje.
Sol parecía pensativa. Su rostro alegre, enmarcado por sus rizos oscuros, estaba extrañamente serio.
—¿Por qué yo te llamo Silje, pero Dag y Liv te llaman mamá?
Silje tomó la mano de Sol.
—Es una larga historia. Siempre me has llamado Silje.
Ahora, ambos niños la miraban expectantes.
—Hoy, los otros niños nos llamaron «bastardos» a Dag y a mí. ¿Qué quiere decir? —preguntó Sol, con los ojos curiosos abiertos de par en par.
Silje sintió un escalofrío en la columna.
—¿De verdad os llamaron así? No pueden decir eso. —Se detuvo—. Pero creo que ya tienes edad suficiente para oír la historia —decidió—. Ahora tienes siete años, Sol, y Dag casi cinco. Pero Liv apenas tiene tres; aún no lo comprenderá. ¡Tengel! —gritó. Él se detuvo. Habían llegado a su propiedad, al prado bajo la casa—. Hoy han llamado « bastardos» a los niños..
—¿Qué?
—Quieren saber la verdad —respondió Silje. Estaba nerviosa y ansiosa a la vez—. Por favor, lleva a Liv a casa mientras les cuento a Sol y a Dag toda la historia. Creo que es hora de hacerlo, ¿no?
Tengel vaciló y los miró, pensativo.
—Sí, es por su bien —dijo al fin—. Regresaré después de acostar a Liv. Vamos, Liv. Estás tan cansada que apenas mantienes los ojos abiertos. —Silje, Sol y Dag tomaron asiento junto al arroyo, sobre unos troncos viejos donde habían apoyado los cántaros de leche para enfriarlos. El agua burbujeaba suavemente cuando Silje comenzó su historia. Los niños permanecían muy quietos, deseosos de oír cada palabra.
—Pues bien. Lo primero que tenéis que saber es que no soy la mamá de la que naciste, Sol, ni la tuya, Dag. Pero Liv sí nació de mí. Espero que eso no os preocupe—preguntó Silje indirectamente, llena de ansiedad—. He hecho todo lo posible para que no echarais de menos a vuestra mamá: os quiero tanto como quiero a Liv. Y papá igual.
Los niños estaban callados.
—Entonces, ¿Tengel tampoco es nuestro papá? —preguntó Sol con tristeza.
—No. Solo es el papá de Liv. Y Sol, a él siempre lo has llamado Tengel, no papá.
—Yo no —dijo Dag—. Yo sí le llamo papá.
—Bueno, eso es porque eras muy pequeño cuando te encontramos. Sol era mayor. —No, no funcionaría. Era demasiado complicado. Intentó explicar—. Veréis, queríamos desesperadamente que vosotros fuerais nuestros hijos…
—Bueno, pero entonces ¿quién es nuestra mamá real? —preguntó Sol con una voz trémula—. ¿Nos llevasteis porque queríais ser nuestros padres?
Era típico de Sol vislumbrar a través de la torpe explicación de Silje y captar el quid de la cuestión.
—No, claro que no. No teníais la misma mamá —dijo Silje. No era fácil explicar, pero sabía que ahora lo correcto era decirles la verdad—. Sol, tu mamá era la hermana de Tengel. Así que él es en verdad tu tío. Y Liv es tu prima.
Sol permanecía sentada y quieta, mirando a la distancia.
—Entonces, ¿dónde está ella?
—¿Tu mamá? Está en el Cielo. Murió, Sol. Murió por la plaga que como ya saben es una enfermedad terrible. También mató a tu papá y a tu hermanita, Leonarda. Pero no lo recuerdas porque solo tenías dos años cuando te encontré. Estabas sola y yo también. Así que no solo tú me necesitabas:yo también te necesitaba. El nombre que te dio tu mamá fue Angélica.
Ahora Sol miraba con entusiasmo a Silje. Siempre le había enorgullecido su nombre, Sol Angélica: ahora sabía de dónde provenía su segundo nombre.
Silje miró con preocupación las mangas tan cortas de Sol. El vestido no duraría mucho más. El tejido estaba tan gastado que parecía una telaraña. Pero no tenía nada con qué hacerle un vestido nuevo. Nada en absoluto.
Enderezó la espalda y centró su mente de nuevo en el problema inminente:
—Tu mamá era muy hermosa, Sol. Muy, muy hermosa. Tenía cabello oscuro y rizado como tú y unos ojos oscuros y preciosos.
La niña no dijo nada, pero tenía los ojos llenos de lágrimas.
»Pero los tuyos son más claros —añadió Silje rápido—. Verdes o amarillentos, casi como los de Tengel.
Silje pensó con amargura que esa era la señal de que Sol era una de las elegidas, una descendiente auténtica del Pueblo del Hielo. «Oh, mi querida niña, ¿qué sucederá contigo?»
—¿Y mi mamá? —preguntó Dag—. ¿Y mi papá? —Sonaba levemente recriminatorio, como si Silje y Tengel le hubieran quitado algo.
Aquello era más difícil. Silje no podía decirle que su mamá lo había dejado en el bosque para que muriera. Tengel se aproximó en silencio por el prado donde la hierba ya estaba húmedo por causa del rocío del atardecer. Tomó asiento con ellos y Dag subió a su regazo; quería sentir que tenía un papá.
—Tu mamá, Dag, era una dama elegante —prosiguió Silje—. Una noble, una baronesa. No sabemos si está viva o muerta, o su nombre o dónde vive… pero cuando naciste, necesitó mucha ayuda y te perdió. No sé cómo pasó. Solo te encontré… —Los dos niños inclinaron el torso hacia adelante, ansiosos por oír más, así que Silje tuvo que continuar—: Fue una noche extraña, mi pequeño. Estaba helando y las piras iluminaban el cielo de Trondheim. Yo había perdido a todos mis seres queridos por la plaga y estaba completamente sola. Tenía hambre, estaba cansada y no tenía dónde vivir. Y luego te encontré, Sol, junto al cuerpo de tu mamá. Te llevé conmigo porque me pareciste lindísima y quise ayudarte. No querías separarte de tu mamá, pero no había otra opción. Si no, tú también habrías muerto. ¿Lo entiendes?
Sol asintió, solemne. Luego, Dag habló con la voz seria que revelaba su inteligencia:
—Syver está muerto. Lo dejaron en el granero todo el invierno. E Inga. Y Svein. Y luego los enterraron.
Tengel asintió.
—Sí, este invierno ha sido muy duro. Entonces saben lo que significa estar muerto, ¿no?
Los niños balbucearon que lo entendían y miraron de nuevo a Silje para oír la continuación de la historia.
—¿Qué granja se llama Trondheim? —preguntó Dag.
—¿Granja? Trondheim es una gran ciudad. Está del otro lado.
—¿Del otro lado de qué?
—Del otro lado de las montañas.
El niño miró con seriedad a Silje.
—¿Qué hay detrás de las montañas?
Silje y Tengel intercambiaron un mirada de consternación. Sin duda habían pasado aquello por alto.
—El mundo entero yace del otro lado —dijo Tengel, nervioso. Le preocupaba el giro que había dado la conversación—. Pero hablaremos de eso en otro momento. Ahora, oigamos lo que Silje nos va a contar.
Una grulla cantó sobre el lago mientras la neblina se empezaba a alzar sobre la orilla. Nadie le prestó atención a la hora porque ya era tarde. Era un verano cálido y hermoso.
Silje miró nerviosa a Tengel. ¿Qué le ocurría esa tarde? O mejor dicho, ¿los últimos días? ¿Qué escuchaba y por qué tenía esa expresión angustiosa en el rostro? Conocía a su esposo y sabía lo sensible era. Ahora parecía que había algo que él no podía descifrar, y eso le preocupaba.
Silje apartó la vista de él y prosiguió:
—Poco después de haberte hallado, Sol, encontramos a Dag: él también estaba solo como nosotras. Pero él era mucho más pequeño.
Silje no tuvo el coraje de decir lo joven era. No quería decirle que aún estaba conectado a su cordón umbilical. Él nunca conocería el crimen de su madre.
—De hecho, fuiste tú, Sol, quien lo oyó llorar. Así que gracias a ti, Dag hoy está vivo.
Los niños intercambiaron una mirada pensativa, asimilando lo que les acababan de decir. Luego, ambos se tomaron de las manitas sucias a tientas.
En realidad, Dag y Liv eran los que se hacían compañía, pensó Silje. Sol era demasiado temperamental y extraña para los otros dos niños. Pero sin duda todos se querían mucho. Y probablemente se sentían más seguros en medio de la naturaleza si permanecían juntos.
—Así que luego fuimos tres —prosiguió Silje—. Yo cargué a Dag, y Sol caminó a mi lado. No sabía qué hacer, pero de pronto. Tengel apareció de la nada. Ninguno de nosotros lo había visto antes.
Un escalofrío recorrió a Silje al recordar esa noche. La noche en que conoció a Tengel. El patíbulo, el verdugo, el hedor de las piras… Enderezó la espalda y los hombros, como si intentara apartar aquel recuerdo desagradable.
—Tengel nos cuidó —continuó en voz baja y llena de ternura—. Nos dio todo lo que necesitábamos y hemos estado todos juntos desde entonces… como una familia.
Tengel sonrió melancólico. No dijo nada sobre su propia soledad, que había sido mucho más profunda que la de ellos. Silje y los niños habían sufrido la soledad para sobrevivir, pero la soledad de Tengel era como una herida profunda en su pecho. Al ser tan distinto de otros seres humanos, era constantemente consciente de que todos se alejaban de él. Incluso ahora, le entristecía pensar en el primer encuentro con Silje y Sol, en el modo en que ambas habían retrocedido al ver su apariencia extraña y atemorizante. Había sido difícil olvidar ese encuentro. En su soledad, había visto los ojos inocentes y vulnerables de Silje, había querido proteger su virtud… ¿Pero solo para quitársela? No, ahora no era justo consigo mismo. Él se había propuesto protegerla, generosa y respetuosamente. Pero cuando descubrió que ella también se sentía atraída por él, su determinación había desaparecido. Oh, qué maravillosa había sido esa época, llena por igual de anhelo y dolor, aprehensión y deseo, mientras ambos luchaban por comprender los sentimientos del otro. Y él, ¡que sabía que estaba condenado a mantenerse lejos de las mujeres! Pero ¿cómo hubiera podido resistirse a Silje?
Ahora la escuchaba de nuevo. Sus pensamientos habían dado vueltas con tanta rapidez que no se había perdido nada.
—Luego, nació Liv. Lo recuerdas, ¿no, Sol? —preguntó Silje.
—Sí, habías engordado mucho.
—Exacto. Puedes llamarnos mamá y papá si quieres, Sol. Nos sentimos comos tus verdaderos padres.
Sol pensó al respecto un rato.
—Podría, claro —dijo asintiendo con sabiduría—. Pero no me parece que esté bien, porque estoy acostumbrada a llamaros Silje y Tengel.
—Lo entiendo. Nos hemos tratado como amigas. Siempre me has ayudado mucho. Lo sabes, ¿no?
Sol subió espontáneamente al regazo de Silje y la abrazó fuerte. Silje le sonrió a Tengel. Ambos comprendieron que los aceptaban como padres.
Dag parecía serio y pensativo. Su rostro alargado y delgado era tan típicamente aristocrático que su expresión poseía un aire casi cómico.
—¿Mi mamá vino a buscarme? —preguntó él con voz baja. Era una pregunta difícil que Tengel respondió.
—No lo sabemos. Solo sabemos que tu ropa llevaba bordado un pequeño escudo noble . Por eso creemos que eres un barón. Hemos intentado encontrar a tu mamá, Dag, pero dudo que aún viva.
—¿Murió por la plaga?
—Me temo que es muy probable, y sin duda por eso te perdió. Tu papá seguro está muerto.
Era mejor decirle eso. Toda la evidencia sugería que la mamá de Dag no estaba casada y que Dag era el resultado de un encuentro casual. Dag pareció satisfecho con aquella explicación.
—Mi mamá y papá reales están muertos —dijo con pena.
—Los míos también —dijo Sol, quien logró llorar una lágrima, pero más que nada porque disfrutaba del drama.
Sol y Dag asintieron con sobriedad.
— Los padres de los otros niños siempre están discutiendo —comentó Dag a su modo contemplativo y precoz—. Es como si no se quisieran. Tengel y tú nunca os tratáis así. Es como si os respe… respe…
—¿Cómo si nos respetáramos? —sugirió Tengel, terminando la oración por él—. Sí, tienes toda la razón. Así es.
Su mirada amorosa encontró la de Silje y ella vio que los ojos de la niña estaban llenos de calidez.
***
Silje permaneció despierta hasta tarde esa noche. Después de encender una de sus valiosas lámparas de resina, tomó el diario que Benedikt, el pintor, le había regalado tantos años atrás. Solo quedaban unas pocas páginas en blanco y no era probable que consiguiera uno nuevo en medio de la naturaleza donde vivía…
Comenzó a escribir:: «Oy le ablamos a los niños sobre sus padres …» Como siempre, su ortografía era un espanto.
Cuando terminó, apagó la llama y salió al patio. El solsticio se aproximaba. El valle estaba cubierto de la resplandeciente y mágica luz, de las noches de verano nórdicas. La bruma del lago era más densa. Ya se había expandido por los prados donde oscilaba como duendes bailarines, y el agudo canto de la grulla podía confundirse con facilidad por ninfas acuáticas o por las almas de niños perdidos. La brisa acariciaba con suavidad el césped, recorriendo huecos y recovecos de las vetustas casas. En su mente, Silje imaginaba que era el sonido de pequeños trolls traviesos o de otras criaturas sobrenaturales. Un viejo caballo trotaba junto al seco muro de piedra, regresando a su propia granja. ¿Era posible que el caballo también estuviera hechizado?
«Es increíble la belleza de este lugar,» pensó Silje, «sin embargo, ¡lo odio tanto! Amo a Tengel y a los niños, pero deseo de todo corazón que pudiéramos irnos de este valle. Odio estar encerrada aquí con esta gente de mente estrecha. No tengo nada en común con ellos. Llaman bastardos a mis hijos, y a Tengel, hechicero, demonio y quién sabe qué más, aunque él jamás les ha hecho daño. Él nunca usa los poderes que sé que posee y, de todos modos, es un marginado. Igualmente, hay algunos que lo aceptan, ¡gracias a Dios!» Eldrid, la prima de Tengel y su mejor amiga en el valle, abandonaría ese lugar junto con su esposo, y Silje anhelaba unirse a ellos: querían crear un hogar en el mundo exterior; tenían la esperanza de que su vínculo con los rebeldes hubiera caído en el olvido.
«No sabemos nada sobre el mundo más allá del valle,» pensó Silje. «El hambre y la pobreza nos han mantenido aquí. Quiero salir y ayudar a Benedikt y a los suyos. Me gustaría tanto ver al rey al menos una sola vez en la vida. Pero él nunca está en Noruega… Mi vocabulario es cada vez más pobre y comienza a parecerse al del Pueblo del Hielo. Hemos intentado educar a Sol y Dag, pero estamos alcanzando el límite de nuestras capacidades. Lentamente, empezamos a olvidar lo que nosotros hemos aprendido. Tengel también quiere partir, lo ha dicho, pero hacerlo implicaría arriesgar nuestras vidas. Aun si logramos salir del valle, nos arrestarán y mi amado Tengel será torturado hasta la muerte. Él y Sol jamás podrán ocultar que son descendientes del primer Tengel, el espíritu malvado del Pueblo del Hielo.»
Silje emitió un suspiro desesperado.
Los inviernos… Silje los detestaba y los temía. Allí todo se convertía en hielo, incluso la comida. Y tenía el miedo constante de que no hubiera alimento suficiente, de que se terminaran las provisiones. La hambruna del invierno pasado había sido una pesadilla: recordaba la mirada perdida de los niños al acostarse, con tanta hambre como en la mañana cuando despertaban. Como en la última Navidad, cuando lo único que tuvieron por comida fue el pan que ella había decorado …
Cuando pensaba cuántos inviernos más le esperaban en los años venideros, le resultaba difícil respirar. Sentía la necesidad de huir, a donde sea, de llevarse a Tengel y a sus seres queridos a un lugar seguro.
El roce sutil de la mano de Tengel sobre su hombro la asustó.
—Vi que no estabas en la cama —dijo él en voz baja—. ¿Qué haces aquí afuera?
—Nada —respondió ella de modo evasivo.
—No hace falta que lo digas —respondió él—. Anhelas salir de este lugar, ¿no?
—Tengel, por favor, no pienses que me arrepiento de nada.
—No pienso eso. Sé que has sido feliz aquí.
—Sí, muy feliz.
—Pero ahora estás inquieta y crees, como yo, que esta vida aislada no nos hace felices.
Silje hizo un gesto impaciente.
—Si no nos obligaran a quedarnos aquí, amaría este valle con todo el corazón —dijo ella con énfasis—. Si pudiéramos pasar aquí solo los veranos, sería perfecto. Pero no tenemos opción. Creo que amo y odio el valle a la vez.
—Conozco el sentimiento. Cuando abandoné el valle, anhelaba regresar aquí. Y en cuanto regresaba, quería irme de nuevo. Pero ahora es…
Él dejó de hablar e hizo silencio. Silje lo miró con ternura.
—Estás inquieto. Lo he notado durante varios días. Me pareció extraño que rechazaras la oferta de Eldrid de cuidar de su ganado, pero me dio un poco de esperanza. ¿Qué sucede, Tengel?
—No lo sé —respondió él despacio mientras la brisa nocturna mecía su cabello negro—. No sé lo que es, pero hay ruidos en todas partes. ¿No has oído el llanto angustiante del viento? ¿El terror dla hierba mientras cruje? ¿No oyes el gemido de las casas?
—Sabes que no escucho esas cosas —dijo Silje—. Pero Sol percibe algo. Está muy irritable últimamente y suele tener la mirada perdida.
—Me persigue la sensación de peligro. Si tan solo supiera de dónde proviene.
Escogiendo sus palabras con cautela, Silje respondió:
—Creo que has decidido permitir que Eldrid se lleve todos sus animales para que algunos nos esperen un poco más lejos del valle.
—Tal vez —dijo él, ausente—. No sé qué pensé. Pero ahora lo recuerdo: mencioné algo sobre seguirlos…
—Oh, Tengel.
—Sabes que podemos obtener la leche necesaria de la familia que se mudará a casa de Eldrid. Así que no necesitamos ganado ahora mismo.
—Supongo que son buenas personas, pero no me agradan sus hijos. Se burlan de los nuestros —dijo Silje y su voz expresaba un dolor profundo—. Y otros también lo hacen. Les dicen cosas horribles; tú mismo las has oído esta noche y sus padres no permiten que sus hijos jueguen con los nuestros. Me desespera esta tristeza, Tengel.
—Le temen a Sol, ¿no? Conozco la sensación por mi propia infancia. Siempre marginado, siempre temido.
—Pero tienes razón en que Sol es peligrosa —dijo Silje en voz baja—. ¿Recuerdas cuando esa niña pateó a Liv? Sol armó una muñeca de apariencia similar a la niña y la sostuvo sobre el fuego. Y ese mismo día, la niña se abrasó con carbón. Acabó con unas quemaduras horribles.
—Hasta que logré que la muñeca no fuera dañina.
—Aún no sé de dónde sacó la idea.
Tengel emitió un largo suspiro.
—Yo sí. Descubrí que cuando Sol desaparece, no va a jugar. Va a casa de la vieja Hanna.
—Ay, no —dijo Silje en un susurro, aterrada.
—Las niñas siempre han sido muy importantes para Hanna, de lo que me alegro, pero también me asusta mucho. No me agrada que Sol la visite sola.
—¿Cres que la vieja bruja… le enseña a Sol…?
—Me temo que sí. Por supuesto que ella percibe el poder que Sol posee.
—Es horrible —sollozó Silje. Tengel se inclinó hacia adelante y acarició el hombro de la chica.
—Mi querida Silje, ¿qué destino te he impuesto?
—¡No hables así! Nadie me ha hecho más feliz que tú. Cuando estoy lejos de ti unas horas, te echo tanto de menos.
—Apenas tenías dieciséis años cuando te encontré. Ahora tienes veintiuno y nos has soportado mucho tiempo. Incluso yo comprendo que estabas destinada a otra cosa y no a trabajar con esfuerzo en esta pobre cabaña.
—Espero no haberme quejado demasiado. Sé que todavía no soy un ama de casa talentosa y los niños crecen demasiado rápido, y que sus prendas y zapatos ya no les sirven. Me entristece pensar que no puedo conseguirles prendas nuevas. Y me deprime porque realmente no me gustan las tareas domésticas, Tengel. Ni siquiera puedo tejerles nuevos vestidos a los niños. Porque puedo tejer, pero tras este invierno tan terrible, ya no hay más ovejas en el valle, así que ni siquiera tenemos lana con la que trabajar. Se han burlado de Sol por la capa que intenté coser el año pasado y suelo olvidarme de lavar sus prendas aunque estén sucias… y vaya, ahora estoy quejándome: no era mi intención.
En la tierna sonrisa de Tengel se veías una comprensión infinita, pero también desesperación e impotencia. Sus labios tocaron el cabello de Silje.
—¿Crees que no te entiendo? ¿Que no sé cuánto anhelas crear o pintar? ¿Que no sé que a veces escribes en tu diario cuando los demás hemos ido a la cama?
—¿Sabes que tengo un diario? —exclamó ella.
—Claro que sí. También sé dónde lo escondes. Pero jamás me atrevería a leerlo. Solo ten cuidado: que nadie más lo encuentre. Una joven con un diario… ¡es sin duda obra de Satanás! Te quemarían por bruja sin dudarlo un instante.
—En qué mundo cruel vivimos; olvido lo protegidos que estamos aquí en las montañas —dijo Silje sorprendida como si hubiera descubierto algo nuevo—. No me hubiera importado que leyeras mi diario —añadió rápido—. Lo hojeé la otra noche: mi amor por los niños y por ti está escrito en cada página.
—¿Te gusta escribir?
—Sí, mucho. Es como un respiro para mí. Cuando revisé lo que había escrito, me sorprendió lo bien redactado que está.
—A mí no me sorprende. Tienes un modo de hablar y expresarte muy lindo. Lo sabes. No se parece en nada a los otros en el valle. Ahora me has generado curiosidad. Me encantaría ver lo que has escrito.
Ella rio. Estaba satisfecha y feliz.
—Supongo que es un desastre. Nunca he recibido mucha educación, lo sabes. Solo escribo las palabras como las pronunciamos. Oh, Tengel, ¿qué haces?
Él acariciaba a Silje en todas partes y, con una risita suave, la empujó más fuerte contra la pared. Silje, quien había sentido una esperanza cauta cuando él le había dicho que tal vez abandonarían el valle, no se resistió. La mejilla de Tengel rozó su frente. Tengel no tenía barba y ella no sabía por qué. Pero Tengel era consciente de que tenía dieciséis años más que ella y no quería lucir mayor de lo que era. Pensaba que si se dejaba crecer la barba, eso enfatizaría la diferencia de edad entre ambos.
—Tenemos que visitar a Benedikt y su granja —prosiguió Silje ahora que él pensaba en mudarse—. Me preocupo mucho por ellos.
—Claro —balbuceó Tengel, ausente—. Si tan solo pudiera tomar la decisión correcta. No sé si llevarlos conmigo …o hacerlos quedarse aquí. Sabes muy bien que no tenemos a dónde ir.
El roce de sus dedos excitaba la piel de Silje. Sus caricias creaban temblores leves en todas partes, pero se agolpaban discretamente en una zona de su cuerpo. Su deseo por aquel hombre que otros consideraban muy intimidante era insaciable. No era solo el hecho de que la naturaleza lo había dotado tan bien (ella no sabía hasta después de conocerlo): lo único que necesitaba era mirarlo una vez para que el anhelo urgente la invadiera y la dejara débil y completamente a su merced.
Silje solía tener dificultades para concentrarse.
—¿Y Benedikt? ¿No podemos vivir con él?
—Ni siquiera sé si está vivo. Y esa mujer horrible, Abelone, nos echará. No, Silje, he pensado muchas veces que debemos irnos, pero me da miedo correr el riesgo.
La voz de Silje era cada vez más suave.
—Siendo honesta, no creo poder soportar otro invierno después del último.
—Lo sé.
De pronto, los labios de Tengel estaban en todas partes… en su frente, su sien…
—¿Qué estamos haciendo? —rio ella mientras intentaba recobrar el aliento—. Somos una pareja de prudentes mayores, casados durante años… pero es muy excitante estar aquí afuera.
Silje se acomodó sobre la muralla baja que rodeaba la cabaña para igualar la altura de Tengel mientras él levantaba la falda de ella. Las manos cálidas y cautelosas de Tengel se ubicaron de inmediato sobre sus caderas mientras ella le daba un beso muy muy largo.
—Esto no es propio de ti, Silje —susurró él con voz temblorosa en su oído, feliz ante la iniciativa inesperada de la chica—. Has estado algo… vacilante los últimos años.
—Sí, supongo que sí —respondió ella, sorprendida de que él no comprendiera el motivo de su pasión ansiosa actual. Ella inclinó el cuerpo hacia adelante, acariciando el cuerpo de Tengel hasta que finalmente lo guio hacia ella y emitió un grito ahogado silencioso al hacerlo.
—No he querido rechazarte, pero he estado muy asustada.
Los movimientos de Tengel eran lentos y dulces.
—Lo entiendo. Tenías miedo de quedar embarazada otra vez. Es comprensible. Yo también me asuste mucho.
—Parir a Liv fue la peor pesadilla de mi vida —susurró ella—. No quiero vivir algo semejante de nuevo.
—No te culpo —murmuró él—. Hemos tenido mucho cuidado… y ha funcionado.
—Mm-mn —balbuceó ella, lo cual podía o no significar algo.
Ella besó la garganta de Tengel con labios húmedos. Ahora el volvía a reconocer a la Silje apasionada de aquel primer año. La presionó contra él, alzó las piernas de la chica y las colocó alrededor de su cintura. Silje rio con timidez y susurró:
—Tu lanza me ha penetrado… y me ha clavado al muro con la pasión de mi vida.
—Sin duda eres buena con las palabras —dijo Tengel con una sonrisa. Estaba conmovido y feliz.
Silje cerró los ojos de nuevo, incapaz de hablar más. Tengel la miró. Una sonrisa suave apareció despacio en el rostro de ella. Ahora él sabía que ella estaba lista para él. Había pasado mucho tiempo desde que ella había sucumbido completamente a su propio deseo y él se preguntaba por qué.
Luego, olvidó sus pensamientos. La pared oscura se desdibujó ante sus ojos y un mareo familiar y maravilloso se apoderó de él, una pasión insoportable invadió su cuerpo y se volvió completamente indefenso.
—Oh, Silje —susurró él—, ¡mi amada flor! ¿Cómo es posible que una persona tan delicada y frágil como tú sea también capaz de volverse tan apasionada?
***
Eldrid abandonó el valle. Ella y su esposo tomaron todas sus pertenencias del Valle del Pueblo del Hielo y partieron por el túnel del glaciar con destino a un futuro incierto en un mundo hostil.
Silje lloró cuando partieron.
Luego, esa misma noche, Silje le preguntó a Tengel:
—¿Por qué no quisiste conservar ninguna parte de su ganado que nos pertenecía legalmente? Por favor, dime la razón real.
Los niños jugaban afuera y Tengel estaba sentado en silencio reparando la red de pesca mientras Silje limpiaba la mesa tras la cena.
—Aunque quisiera dejar el valle, tendría que partir solo a buscar un lugar donde pudiéramos establecernos. Pero no hay ninguna parte donde podamos vivir que no sea aquí, amor mío. Somos descendientes de Tengel, el Maligno, y nos cazan en todas partes. ¡Me vuelvo loco!
—Lo entiendo bien —dijo Silje en voz baja. Lo miró por el rabillo del ojo. ¿De verdad que él no sabía nada? ¿No sospechaba de su estado?
Ella esperaba con fervor que así fuera. Desde el nacimiento de Liv, Tengel había dicho: «¡Nunca más! ¡Nunca, nunca más! Si esto pasa de nuevo, Silje, mataré al niño nonato en tu interior rápido y sin dolor con una de mis pociones. La próxima, ¡tus súplicas no servirán de nada!»
Ella debía admitir que había vigilado con atención la comida para comprobar que él no la hubiera espolvoreado con ningún polvo. Pero era evidente que no sospechaba nada. Ni siquiera cuando habían hecho el amor en el patio él había entendido por qué ella estaba tan dispuesta. Solo lo confundió la imprudencia de Silje.
Claro, ella sabía que era una locura cultivar esa semilla diminuta de nueva vida. Sabía lo que significaría. Podía ser uno de los descendientes de Tengel el Maligno: un monstruo como Hanna y Grimar, o como la mujer junto al lago. Silje solo la había visto una vez cuando Eldrid quiso llevarle a la mujer unos huevos y queso. Se había apartado asustada al ver que algo tan primitivo, tan horrible, realmente existiera. Es más: la mujer también era odiosa.
Ahora había fallecido. Pero Silje comprendió esa vez lo afortunados que eran Tengel y Sol de estar libres de su herencia maldita… a pesar de que la mayoría pensaba que Tengel era repulsivo e intimidante.
Sin embargo, ese no era su único riesgo. Era probable que Silje no sobreviviera otro parto, el mayor temor de Tengel. Después de todo, Silje había sobrevivido solo gracias a Hanna cuando parió a Liv. Y si esta vez daba a luz a un «monstruo» de amplios hombros angulosos antinaturales, no tendría posibilidad alguna de vivir. La madre de Tengel había muerto desangrada cuando él nació. La madre de Sol había sobrevivido al parto, quizás porque Sol tenía una contextura muy delicada. Pero Sol igualmente había heredado los signos inconfundibles de su herencia: los poderes mágicos maravillosos y los ojos gatunos que inmediatamente dejaban en evidencia su linaje.
Y aun así, Silje pensaba en arrastrar a Sol fuera del Valle del Pueblo del Hielo, hasta Trondelag, donde la gente del Pueblo del Hielo sufría una persecución despiadada.
Eldrid estaría bien porque parecía normal. No era uno de los elegidos, aunque descendía de Tengel, el Maligno. Liv no tenía ninguna de los peculiares rasgos del Pueblo del Hielo. Pero ¿qué sabía Silje del bebé que esperaba?
Estaba embarazada de aproximadamente cuatro meses y había sido difícil esconderlo. Por suerte, no había tenido aquellas nauseas horribles de la vez anterior. Era más fácil ahora, pero pronto, sería imposible de disimular.