Читать книгу El Pueblo del Hielo 2 - La caza de brujas - Margit Sandemo - Страница 6

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Capítulo 2

Dos días más tarde, llegó una visita. Al principio, Silje no tenía idea de quién subía con dificultad por la colina. Luego, vio el rostro horrible lleno de verrugas como repollos, los ojos penetrantes y la espalda encorvada.Era nada más y nada menos que Grimar. Silje no sabía qué esperar así que hizo una reverencia y le dio la bienvenida al pariente de Tengel y Hanna. Grimar sacudió la cabeza de lado a lado. Parecía una bolsa de harapos mugrientos parado en el patio. Sus prendas parecían hechas de moho y telarañas. Habló en voz baja:

—Hanna quiere verlos. Quiere hablar con todos.

—Gracias —dijo Silje, horrorizada ante la invitación—. Será un placer visitar a Hanna.

—No habrá ningún festín —añadió rápido el hombre.

—Claro que no. Probablemente, mamá Hanna no pueda salir de la cama. Tengel y el niño fueron al bosque en busca de madera. Volverán en un rato. Las niñas y yo nos pondremos mejores prendas que estas. ¿Podría sentarse aquí un rato y comer algo mientras espera? Así después iremos todos juntos a casa de Hanna.

La criatura repulsiva vaciló y miró sorprendida a Silje.

—¿Me invitas a entrar a tu casa? ¡Nunca nadie lo había hecho! Bueno, supongo que puedo pasar —balbuceó él mientras entraba arrastrando los pies acompañado de un hedor terrible.

Antes de que las niñas tuvieran tiempo de hacer comentarios vergonzosos, Silje las llevó a la habitación de atrás para ponerles sus «delantales de domingo» que había hecho para ocultar sus harapientas prendas cotidianas. De inmediato, comenzó a poner la mesa para el anciano con la mejor comida que tenía, no muy abundante porque, al igual que muchos otros en el valle tras aquel crudo invierno, la hambruna había mermado sus provisiones comestibles. De todos modos, tenía cerveza, panecillos (hechos con los últimos restos de maíz que recuperó del suelo del granero) y queso de cabra. Incluso sirvió las últimas y codiciadas moras árticas que había guardado desde el otoño anterior.

Grimar se sirvió la comida con entusiasmo. Era posible oír en toda la cabaña el ruido que hacía al comer. Silje lo dejó solo, fue a ver si las niñas habían terminado de vestirse y las peinó con rapidez.

—Id a conversar con Grimar mientras me cambio de ropa —dijo velozmente Silje—. Liv, ¡no debes decir ni una palabra sobre su aspecto ni sobre su olor! Sol, te comportarás, ¿verdad?

—Sí, lo conozco bien —respondió Sol de modo precoz.

«Ya lo creo», pensó Silje con ironía.

Finalmente, Tengel regresó, lo cual hizo que todo fuera mucho más fácil. Partieron junto a Grimar. El hombre que avanzaba a su lado resollando era un anciano bien alimentado.

No habían preparado a Dag para la visita y estuvo a punto de quejarse porque no le agradaba la suciedad y el desorden. Tengel se apresuró a taparle la boca con la mano para ahogar su vergonzoso comentario. Ahora, Dag caminaba junto a Silje, lo más lejos posible del hediondo anciano.

Como esperaban, Hanna los saludó desde la cama. Bajo la luz tenue del fuego, Silje notó que la mujer había envejecido mucho. Parecía que la edad por fin había alcanzado a la vieja bruja. Era una generación mayor que su sobrino, Grimar, y dos generaciones mayor que Tengel. De hecho, Silje estaba agradecida de que la luz de la habitación fuera tan escasa porque si mirar a Grimar era repulsivo, el aspecto de Hanna era diez veces peor. ¡Allí estaba frente a sus ojos el legado de Tengel, el Maligno!

—Con que aquí estáis —replicó la anciana—. Creí que nunca vendríais.

—Silje me ofreció comida, Hanna —dijo Grimar entusiasmado. Estaba a punto de llorar ante aquel incidente increíble.

—Sé muy bien que a uno le ofrecen comida en esa casa —siseó Hanna—. He comido más veces que tú cuando ayudé a traer al mundo a la pequeña de Silje. He visto lo bien que viven, ¡créeme! Tengel, ¿por qué no partiste con Eldrid? —Hanna era la única persona que trataba al intimidante Tengel como si fuera un niño travieso.

—¿Deberíamos haberlo hecho? —preguntó él con calma. No parecía sorprendido ante la pregunta de Hanna.

—Sabes perfectamente bien que deberían haberlo hecho y Sol también lo sabe.

Los niños estaban de pie junto a la puerta en respetuoso silencio. Dag se sentía incómodo en la casa mugrienta.

—No estaba seguro —dijo Tengel—. Hay tantos males que nos esperan allí afuera.

—Siempre has sido un gran tonto —dijo Hanna con desprecio—. Ninguno de nosotros puede permitirse actuar con amabilidad. Debes estar a la altura de la situación y luchar por ti y por tu familia. Ahora, escúchame… —Hanna inclinó el cuerpo hacia adelante como si añadiera peso a sus palabras—: Sé que tú también lo has percibido. No quisiste quedarte con el ganado de Eldrid, lo cual fue sabio de tu parte. Ahora, prepárate para partir, Tengel. ¡De inmediato!

Tengel estaba petrificado, con el rostro inexpresivo.

—Y ¿qué hay de ti, Hanna? ¿Y de Grimar?

Ella se hundió en su almohada.

—Oh, somos demasiado viejos. Pero los niños y tu esposa… ¡Ven aquí, Silje!

Había una atmósfera extraña en aquella habitación pequeña y oscura. Era como si hubiera espíritus en cada rincón, observándolos. Como si alguien en alguna parte estuviera llorando por la pérdida de una vida desperdiciada. Silje intentó ocultar su repulsión y avanzó hacia la anciana desagradable en la cama. Después de todo, Hanna había salvado la vida de Liv y la suya, y eso era algo que Silje no podía olvidar.Hanna tomó las manos de Silje entre sus dedos torcidos.

—Tú y tus hijos, Silje. Ellos han… han… Bueno, ¡olvídalo! ¡Asegúrate de que el estúpido de tu esposo os saque del valle! —Hanna bajó la voz—. Porque esta vez no seré capaz de ayudarte.

Silje tembló. Entonces ¡Hanna lo sabía! Por supuesto que lo sabía. Hanna sabía todo. Silje apretó las manos de la anciana.

—¿Por qué cree que debemos abandonar el valle?

Hanna miró a Tengel.

—¿No sabes por qué? —dijo la anciana.

—No —respondió Tengel—. Solo siento una gran angustia.

La anciana asintió con la cabeza.

—Percibo más que eso. Percibo que uno de nuestros parientes entre el Pueblo del Hielo corre un gran peligro.

—¿Podría tratarse de Heming? —preguntó Tengel en voz baja.

—¡Exacto! Ese incompetente. Deberían haberlo asfixiado en la cuna.

No habían tenido noticas de Heming durante varios años. Creían que estaba muy lejos o incluso muerto.

—Entonces, ¿tal vez ahora comprendes por qué debéis iros del valle?

—¿De verdad piensa que estamos en peligro?

—Os he mandado a llamar, ¿no? Tengo la sensación ardiente de que debéis salir de este valle con urgencia.

—Bueno, lo pensaré.

—Pues ¡piensa rápido! ¡Rápido! Y deja que tu hija, bueno más bien la hija de tu hermana Sunniva, Sol, permanezca aquí un instante. Quiero hablar a solas con ella.

—¡Hanna! —exclamó Tengel con firmeza.

—¡Métete en tus asuntos! —gritó Hanna en una voz que helaba la sangre—. ¡Increíble que chicas tan brillantes se mezclen con semejante idiota! Marchaos. Y cuidad bien a la pequeña Liv Hanna, mi ahijada.

Tengel se despidió con cautela. Hanna y él nunca habían logrado coincidir en nada. Ella era la bruja que luchaba por mantener vivo el legado maldito y él era el amigo de la humanidad; aunque estaba marcado por la maldición, intentaba evitar la propagación del legado.

Silje inclinó el cuerpo por instinto y besó la mejilla hueca de Hanna. Allí fue cuando vio que los ojos de la anciana, tan cerca de los suyos, estaban llenos de lágrimas.

—Adelantaos —dijo Grimar, quien los acompañó a la puerta—. Sol os alcanzará enseguida, estoy seguro.

Camino a casa, Silje dijo:

—Me siento tan triste, Tengel. Hoy es la primera vez que he visto a Grimar como un ser humano y siento pena por él.

—No deberías —respondió Tengel, malhumorado—. Grimar es una herramienta de Hanna. Él hace feliz todo lo que ella le ordena. Los Gélidos saben lo que él hizo: han desaparecido personas y han sucedido cosas terribles sobre las que nadie se atreve a hablar. Nadie hace nada contra él porque Hanna lo protege.

—De todos modos, sigo sintiendo lástima por él… Por los dos —susurró Silje con tristeza.

—Agradezcamos estar bajo su protección —admitió Tengel—, gracias a ti.

—¡Eran horribles! —comentó Dag—. Entonces, ¿nos mudaremos?

—No lo sé —respondió Tengel.

—Sí, nos mudaremos —afirmó Silje.

—Pero no tenemos a dónde ir —dijo su esposo—. No podemos arrastrar así como así a los niños hacia la miseria.

Pero Silje hizo oídos sordos a sus quejas.

—Hoy mismo empezaremos a empaquetar nuestras cosas.

—Está bien —dijo Tengel con un suspiro.

***

Una vez tomada la decisión, Tengel trabajó sin parar. Se pasaba el día revisando sus enseres en las dependencias y en la cabaña, seleccionando y empaquetando todo lo que necesitarían.

—Tendremos que esperar unos días más antes de partir —dijo Tengel—. Necesito pescar más y hablar con los vecinos para conseguir un poco de carne y otras provisiones. Y tengo que reparar la carreta.

—De acuerdo —dijo Silje—. Entonces tendré tiempo de lavar la ropa. —Miró la pila de cosas que necesitaba descartar y añadió—: Cielos, ¡cuánta basura hemos guardado!

—Sí, es increíble. Mañana la quemaremos.

Tengel alzó con mucha cautela la hermosa vidriera que estaba sobre la estantería.

—No debemos olvidarnos de llevárnosla.

—¿Recuerdas cuando dijiste que la vitrinala vidriera pertenecía a otra casa?

—Sí. Tal vez, después de todo, tenía razón.

Pero la voz de Tengel sugería que aún dudaba.

Tomó algo más del estante.

—También debemos llevarnos esto —añadió Tengel.

Con una amplia sonrisa, Tengel sostuvo un libro. Silje lo tomó y lo colocó junto a las otras cosas que se llevarían.

—No necesitamos llevarnos todo, ¿no? Volveremos en el verano, ¿verdad?

—Realmente espero que así sea. Me alegra oírte decir eso, Silje.

Ella lo miró antes de responder.

—Amo este valle con su lago, las montañas y las ciénagas, las violetas amarillas de montaña y las florecillas azules. Solo que no me agrada sentirme encerrada. Y sin duda me gustaría alejarme de los habitantes de este valle. Al menos de algunos de ellos.

—En eso estamos de acuerdo —respondió él, sonriendo, y le robó un beso rápido antes de que entraran los niños.

Silje tomó la caja de madera tallada que Tengel le había dado como regalo de bodas. «Porque recogí un lirio antes de haber recibido la bendición de Dios», había dicho Tengel cuando le entregó el obsequio. Silje nunca pensó que probablemente ella sería capaz de hacer una talla mucho más elaborada si quisiera. En cambio, conservaba el regalo entre sus posesiones más preciadas.

Sonriendo como una soñadora, Silje plegó las prendas en las que habían envuelto a Dag cuando nació y las colocó en la pila de cosas que se llevarían.

—Los niños ya deben irse a la cama. Han quedado exhaustos después de tanto empaquetar.

—Estoy de acuerdo. El sol se ha puesto detrás de las montañas. Es hora de dormir. ¿Dónde están?

Cuando Silje y Tengel salieron al patio, los tres niños corrieron hacia ellos.

—¡Papá! ¡Mamá! ¡Venid a ver! —gritaron—. ¡Hay un incendio!

Silje y Tengel comenzaron a correr. Cuando doblaron en la esquina de la cabaña, oyeron unos gritos terribles provenientes del otro lado del valle, de la entrada del túnel de hielo que se extendía bajo el glaciar. Veían las llamas subiendo hacia el cielo nocturno cubierto de humo denso.

—Dios mío —susurró Tengel.

—Es la casa del guardia —dijo Silje—. Debemos ayudarlos.

—No —respondió Tengel. Estaba bastante pálido—. No es solo esa casa; la de Hanna también está en llamas. Y la granja de los Bratten… ¡Silje! —exclamó Tengel desesperado—. No sobreviviremos a esto. Es demasiado tarde.

—Oh, no —gimió Silje—. ¿Crees que Heming ha hecho esto?

—Sí. Lo han capturado de nuevo y nos ha traicionado para salvar su pellejo cobarde. Estaba destinado a buscar venganza desde que lo castigué con tanta violencia cuando te puso las manos encima. Debería haber escuchado mi instinto. Debería haberos escuchado a ti y a Hanna. Ella tenía razón. Soy un idiota. Oh, Dios, ¿qué haremos?

—La casa de Hanna —lloró Sol—. La casa de Hanna está en llamas. Debo ir.

Tengel tuvo que usar la fuerza para retenerla. Ella lo mordió, pero aquel no era el momento de enfadarse con él.

—Vimos muchos hombres en la puerta de hielo —comentó Dag—, y todos tenían sombreros brillantes.

Cascos de soldados. Finalmente, la mente de Tengel comenzaba a comprender lo que ocurría.

—¡Rápido! ¡Debemos irnos de aquí y escondernos! Todos saben que somos descendientes de Tengel, el Maligno. Al menos nuestra cabaña está en la cima de valle, así que irán allí al final.

—¿En qué dirección debemos ir? —preguntó Silje desesperada.

—Hacia el bosque. No hay otra opción. Pero ¿cuánto tiempo podremos ocultarnos allí?

—¿Y qué hay del paso montañoso?

Tengel se detuvo a pensar un instante.

—¿Salir a través de las montañas? Es casi imposible, pero tenemos que intentarlo. El bosque nos esconderá durante la primera parte del viaje. Prepararé el caballo. Tomad solo las cosas más importantes. ¡Llevad lo mínimo que podáis! Tendremos que pasar la noche al raso, así que trae las pieles y las mantas. Niños, debéis ayudar a vuestra madre.

Sol entendió que estaban en peligro así que no corrió hacia casa de Hanna. Pero aún lloraba y miraba con impotencia y angustia hacia el hogar de la anciana, que estaba completamente engullido por el fuego.

Todos corrían por doquier, pero había cierto orden en medio del caos. Le recordó a Silje cuando tiempo atrás huyeron de la granja de Benedikt. Pero ahora, la situación era mucho más desesperante.

—¡Mi gato! —gritó Sol—. ¿Alguien ha visto a mi gato?

Silje, quien también amaba los animales, comprendía la ansiedad de la niña.

—Busca en el granero y luego mételo en este saco.

Sol tomó la bolsa de manos de Silje y salió a toda prisa.

—Tenemos que avisar a nuestros vecinos —dijo Silje mientras se acercaba a Tengel con más cosas.

—No tenemos tiempo de hacerlo.

—¿Y su ganado?

—Los soldados se lo llevarán. El ganado es demasiado valioso para dejarlo abandonado. No, ¡esa muñeca es demasiado grande!

—¡No podemos irnos sin la muñeca de Liv!

Tengel había tallado la muñeca en madera y Silje le había cosido vestidos. Liv la adoraba.

—Tienes razón. ¿Ese era el último paquete?

—Eso creo. Debemos irnos… ¡de inmediato!

Llevaba el diario… y las prendas de Dag. Y el regalo de bodas.

—Eres tan sentimental con las cosas, Silje, y te adoro por eso. Pero has olvidado la vidriera.

—¡No podemos llevárnoslo también!

—Debemos hacerlo —dijo Tengel rápido—. ¡Sube a los niños al caballo!

Silje alzó a los dos pequeños sobre el caballo. Pensó que no era la única que se encariñaba con objetos inútiles. ¿Cómo rayos había pensado él que llevarían la vidriera de la ventana?

—Sol, Sol, ¿dónde estás? ¡Apresúrate, por Dios!

Sol apareció desde el granero.

—No encuentro al gato —dijo ella llorando mientras Tengel aparecía y amarraba la vidriera junto al resto del equipaje.

—¿El gato? Estaba cazando ratones detrás de la alacena hace un instante —respondió Tengel.

Sol corrió hacia la alacena y justo cuando todos estuvieron listos para partir, regresó alzando el saco con orgullo. La cola negra del felino se sacudía furiosa a través de la abertura del saco para demostrar cuán insensibles eran los humanos al haber interrumpido aquella gran cacería de ratones.

—Gracias al cielo lo encontró —suspiró Silje. Abandonaron la granja y pronto quedaron ocultos bajo el bosque de abedules.

—No hemos traído demasiada comida —le dijo Silje a Tengel, preocupada—. Grimar se comió todas las moras árticas y casi toda la comida que quedaba en la casa. Pensaba amasar pan mañana.

—No podemos hacer nada al respecto. De todos modos, supongo que tenemos un poco de comida, ¿no?

—Sí, pero no durará mucho.

El Valle del Pueblo del Hielo se estaba cubriendo de humo espeso. Detrás de ellos, el humo brotaba de varias granjas y podían oír los gritos de pánico.

Silje estaba aterrada por sus hijos y llena de compasión por los que acababan de dejar atrás. Tuvo que correr para seguirle el paso a Tengel, quien iba guiando al caballo. Tengel daba pasos muy amplios. Los tres niños se aferraban al lomo del animal. A Silje le costaba respirar y cargaba con muchas cosas. Había objetos que no podían colocar sobre el caballo, por no mencionar las cosas que tuvieron que abandonar.

Ella quería gritar que esperaran. Que ya no podía seguir. También tenía que pensar en su hijo nonato. Pero no dijo nada. Sabía que cada segundo era invaluable.

No podía pensar en una situación peor que en la que estaban en ese instante, corriendo arriba y abajo por las colinas con la amenaza de la muerte cerca, guiados por puro pánico, luchando por tener la fuerza de huir… sin ser capaz de hacerlo.

Por fin, Tengel notó que Silje se quedaba atrás así que se detuvo. Había un claro en el bosque y Silje apoyó el peso en Tengel mientras intentaba recobrar el aliento. Las piernas de la chica estaban a punto de ceder.

Ahora todas las granjas estaban en llamas, incluso la del líder, la que tenía aquellas tallas hermosas.

Y también… la suya. El hogar de la infancia de Tengel.

—Oh, Tengel —gimoteó ella.

—Debemos continuar avanzando —dijo él—. Rápido.

—¿Crees que nos estén siguiendo?

—Aún no, pero nunca se sabe. Continuemos.

Silje no pudo descansar demasiado. Tengel solo esperó hasta cuando ella lo alcanzó y luego prosiguió.

***

El sendero cuesta arriba era una pesadilla. Cada tanto, Silje miraba abajo, hacia la aldea . Y de pronto, vio algo que le erizó el vello de la nuca.

—¡Tengel! —gritó ella—. ¡Mira!

Él se detuvo y murmuró algo. Avanzando hacia ellos, desde su propia granja, un grupo de soldados perseguía a tres jóvenes de la aldea.

—Oh, pobrecitos —lloró Silje.

Silje corría a medias y tropezaba avanzando hacia Tengel y el caballo.

—No, no debes mirar hacia abajo —ordenó él mientras tomaba la mano de Silje y guiaba al caballo hacia adelante.

Un grito de angustia terrible llegó a sus oídos. Silje no quería volverse, pero entendió que la huida de los jóvenes había sido en vano.

Tengel miró por encima del hombro.

—Los soldados se han detenido a conversar. Si guardamos absoluto silencio, no nos verán aquí arriba.

Estar de pie sin poder huir, aun con los soldados a una distancia prudente, era casi insoportable. Silje miró hacia abajo, entre los abedules, mientras le dolían los pulmones. La fatiga le nublaba la vista. Vio soldados por todas partes, entre las casas. Una pequeña hilera de vacas se dirigía hacia el túnel de hielo, pero no vio rastros de ni un alma de la aldea.

Silje se estremeció.

—No sé qué pasó con los soldados que estaban detrás de nosotros —dijo Tengel incómodo—. O están subiendo la colina o han tomado otro rumbo. Debemos avanzar lo más rápido posible.

Subieron más alto a ritmo constante y a medida que lo hacían, su progreso era cada vez más lento. Silje quedó relegada otra vez. Sintió dolor en el estómago y comenzó a preocuparse por la vida diminuta cuya existencia había intentado negar con todas sus fuerzas. Tenía un leve dolor de cabeza. Las piernas le dolían y cada respiración era dolorosa. Pero Tengel no esperó. Llegaron al límite del bosque de abedules. Ahora tendrían que continuar a través del campo abierto, donde serían claramente visibles. El crepúsculo veraniego no tenía la oscuridad suficiente para esconderlos de ojos vigilantes.

Y allí, en el claro del bosque, Silje colapsó. Abrumada por las náuseas, desapareció detrás de un roca grande donde vomitó sin control. El calambre en su estómago era más intenso de lo que podía soportar.

Luego, enderezó la espalda, limpió el sudor en su rostro, inhaló hondo un par de veces y avanzó tambaleante.

Tengel se aproximó a ella.

—Amor — dijo él con dulzura—, ¿hay algo que hayas olvidado contarme?

Silje sentía que sus piernas eran de gelatina y no fue capaz de dar otro paso.

—Sí —lloró ella.

Tengel rodeó a Silje con un brazo y la ayudó a llegar al lugar donde el caballo esperaba.

—Pequeña boba —dijo él con ternura—, ¿y no te atreviste a decirme nada?

—No —respondió ella, limpiando su nariz—. No estamos de acuerdo al respecto.

—Es verdad, no lo estamos. Pero no pensemos en eso ahora. No me temas, cariño. Necesitas ayuda.

—Caminabas muy rápido —sollozó ella—. No podía seguirte el ritmo.

—No lo noté. Estabas detrás de mí y estaba tan preocupado por los niños que no presté atención. Discúlpame, amor mío. ¡Sol y Dag! Bajad del caballo. Mamá necesita descansar.

Comenzaron a andar de nuevo, pero su avance fue mucho más lento porque los niños debían caminar. Silje se sentía culpable, pero apenas tenía fuerzas para sujetarse al caballo. Liv estaba montada detrás de ella, aferrada a su falda con sus manitas.

Miró a los otros. Los niños y Tengel vestían túnicas y capuchas que cubrían sus hombros. Habían bajado las capuchas porque comenzaban a tener calor debido a la caminata veloz cuesta arriba. Los niños lucían lúgubres y Silje se preguntó cuánto comprendían de la situación. El gato siseó furioso dentro de la bolsa, lo cual solo hizo que Sol la aferrara con más fuerza.

Silje no pudo evitar mirar por encima del hombro.

—Pueden vernos, Tengel. Nosotros podemos ver el valle entero.

—Hay demasiado humo allí.

—Pero ¿y si uno de ellos ha subido por encima del humo a buscarnos?

—Solo continúa avanzando. —Fue todo lo que Tengel dijo.

Pero se detuvo abruptamente. Silje se dio la vuelta para ver que hacía él y quedó asombrada. Tengel estaba de pie al borde del precipicio, mirando al valle debajo, con ambos brazos extendidos frente a él, las palmas hacia adelante, como si intentara bloquear a alguien.

Parecía rodearlo una autoridad extraña, un aire majestuoso.

Silje rara vez lo había visto hacer uso de los poderes que decían que él poseía, pero comprendió que eso era lo que hacía y verlo le causó escalofríos.

Luego, para su horror, Sol se aproximó a Tengel, lo miró un instante e hizo lo mismo que él.

Silje temía interrumpirlos, ni siquiera se atrevía a moverse. Dag y Liv también los miraban asombrados. Nadie podía negar que Tengel y Sol, de pie allí, erguidos y dominantes, con su extraño poder interior, le imponían algo poderoso, pero indefinible a su entorno.

Luego, Tengel bajó los brazos y exhaló bruscamente. Sol hizo lo mismo. Luego ambos regresaron junto a los otros para continuar su camino.

—¿Qué estabais haciendo? —preguntó en voz baja Silje después de un rato—. ¿Nos hicisteis invisibles para ellos?

Tengel sonrió con diversión, pero tenía la mirada seria.

—Nadie puede hacer eso. Fue algo menos drástico. Los… he obligado a apartar sus pensamientos de nosotros para que no alcen la vista.

Aquello era difícil de concebir.

—¿Cómo telepatía?

—En cierto modo. O hipnosis. Dirigí sus mentes… algo así.

—¿Crees que funcionó?

—No lo sé. —Tengel río con cierta incomodidad—. No conozco mi poder; solo hice mi mayor esfuerzo.

—¿Sol sabía lo que hacía?

Tengel también se estremeció.

—Estoy seguro de que sí. Había una conexión muy fuerte entre los dos, hecha de compasión y cooperación. Esa niña, Silje… Tengo miedo.

La respuesta de Silje fue lenta y firme.

—Lleva un bolso grande oculto entre el equipaje.

—Lo sé. Hanna se lo dio.

—¿Le vas a permitir conservarlo?

—¿Tú sí?

—Es algo que tú debes decidir. ¿Crees lo mismo que yo? Has pensado alguna vez si es de Hanna todo lo que… ¿cómo debería llamarlo? ¿Si Sol comparte la herencia de Hanna?

—Estoy seguro. Noté hace mucho tiempo que Hanna había escogido a Sol como su sucesora. Una vez, hace muchos años, intentó que yo fuera su sucesor, pero me negué. Me ha odiado desde entonces. Sol fue la respuesta a sus deseos y sin duda hay cosas valiosas en ese bolso. Ungüentos y recetas que de otro modo hubieran sido olvidados y que no deben abandonar la protección de la familia. Hanna probablemente se ha mantenido con vida el tiempo suficiente para encontrar a quien legárselos. Así que aún no le quitaré el bolso a Sol.

—Tienes razón. ¡Rápido, niños!

Comenzaron a caminar más rápido. Estaba más oscuro, pero nunca oscurecía del todo, lo cual agradecían porque ahora ya casi habían llegado al desfiladero.

—¿Crees que podremos atravesarlo con el caballo? —preguntó Silje. Su voz la traicionó y expuso una nota de duda mientras observaba la montaña amenazante sobre ellos en la fisura que debían cruzar.

—Debemos intentarlo. Si no, tendremos que dejarlo aquí.

—¿Aquí? ¿Solo en un valle desierto sin salida? ¡Claro que no!

—No me refería a eso, Silje.

Ella lo miró, agresiva y desafiante. Sabía perfectamente bien a qué se refería.

—El caballo tendrá que pasar —dijo ella, tensa—. Lo necesitamos, ¿no?

—Sin duda.

—Y él nos necesita.

Tengel apartó la vista, ocultando el rastro de sonrisa ante su determinación, que hacía que las mejillas de Silje se tiñeran de un rosado rojizo. Ella lucharía hasta la muerte por su caballo de ser necesario. Él lo sabía.

Una vez más, el gran afecto que Tengel sentía por su joven esposa lo abrumó tanto que sus ojos se llenaron de lágrimas. Luego, parpadeó rápido y limpió las gotas en su rostro.

Paso a paso, avanzaron con dificultad sobre las rocas puntiagudas e irregulares. Intentaron avanzar, quedaron atascados y se vieron obligados a probar otro camino. El caballo sin duda era su mayor problema, pero ahora todos tenían muy claro que iba a ir con ellos.

Luego, llegó el momento inevitable en el que se detuvieron y miraron melancólicos el valle desierto del Pueblo del Hielo.

Apenas podían verlo ya. Sabían que su hogar estaba en alguna parte bajo la espesa manta de humo que cubría el valle. Era un hogar y un valle al que nunca regresarían.

Permanecieron en silencio un largo tiempo. Dag lloraba, pero intentaba ocultarlo porque no quería demostrar cuánto comprendía de la situación. Tengel lo abrazó.

—Echaré de menos el valle —sollozó Silje—. Nuestra familia fue feliz allí.

—Sí.

—Es mejor no guardarle resentimiento a los niños que molestaban a los nuestros. Cuando no tienes nada de lo que estar orgulloso, necesitas un chivo expiatorio para sacar tu furia. Los descendientes de Tengel, el Maligno, son una opción obvia.

—Tienes razón, Silje.

—Tengel, ¿recuerdas lo que una vez nos dijo Hanna? ¿Que éramos los últimosque quedaban del Pueblo del Hielo? ¡Nosotros y nadie más!

—Sí, lo recuerdo. Y me temo que ahora comprendemos lo que quiso decir.

—No habrá más supervivientes en el valle. Oh, Tengel, no puedo soportarlo. ¡Siento que me asfixio! —Si pensaba en cada habitante del valle, en los niños… No, era demasiado horrible. No podía hacerlo, no lo haría.

—¿Y Eldrid… y su esposo? Después de todo, ella también pertenecía a la estirpe del Pueblo del Hieloel Pueblo del Hielo.

—Su linaje morirá con ella.

—¿Y Heming?

—Es probable que Heming haya muerto.

Silje notó que las manos de Sol retorcían con fuerza la parte superior de la bolsa que sujetaba. Con los dientes apretados, dijo una y otra vez lo mismo, en un susurro prácticamente inaudible:

—Heming. Heming. Así se llama.

Dag fue más pragmático.

—¿Se supone que entonces hemos tenido suerte?

—Ya lo creo —respondió Tengel a secas—. Ahora, vamos: necesitamos avanzar.

—¿Caminaremos toda la noche?

—Sí, porque no hay lugar donde podamos descansar y la noche está bastante iluminada. Es muy importante que consigamos una buena distancia de ventaja, en caso de que nos estén siguiendo. Pronto saldremos al glaciar. Es un sendero largo y peligroso, pero no tenemos otra opción. Creo que lo mejor es que camine al frente con un palo para tantear el camino, paso a paso. Tendremos que caminar en fila, uno tras otro, incluso el caballo, por muy pesado que sea. Debemos amarrar algo a sus cascos para distribuir el peso.

Silje asintió. Había montado a los niños en el caballo y ahora ella caminaba junto a Tengel a través del sendero irregular y pétreo del desfiladero. Silje guiaba al caballo con cuidado para que el animal supiera dónde pisar. El caballo estaba nervioso y se negaba a avanzar todo el tiempo, temeroso ante el paisaje lúgubre e inhóspito y aquel suelo bajo sus cascos.

El Valle del Pueblo del Hielo ya no estaba a la vista.

El Pueblo del Hielo 2 - La caza de brujas

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